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Love is Blindness por Kanes

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Notas del capitulo:

Queda poco para el final. Apreten amarras!!

-Te fuiste por un buen rato -dijo Victor.

 

Me había sentado en el sofá cama con las piernas cruzadas, mirando el vacío. Victor lo había llenado agachándose frente a mí. No me “había ido”, literalmente, tan sólo me desconectado del mundo brevemente.

 

-¿No quieres que te haga cariños como ayer?

 

-Definitivamente no.

 

Mi padre entró a mi cuarto de improviso.

 

-Sherlock, querías que te enseñara a bailar vals.

 

-Por favor -dije mirándolo con amabilidad.

 

Me paré del sillón de un salto.

 

-Pero tú ya sabes... -dijo Victor.

 

-Cállate.

 

Estuvo una hora enseñándome vals. A la mitad mi padre se dio cuenta de que yo ya sabía hacerlo.

 

-Lo siento, olvidé por completo que te enseñé a los quince años.

 

Rió por lo bajo.

 

-Me pareció tan peculiar en ese entonces.

 

-Normalmente los chicos piden a sus padres que les enseñen a jugar football, no vals -le dije- . En cambio yo estuve tres años aproblemándome por querer aprender vals.

 

-¿Tres años?

 

-Sí. Demoré tres años en preguntarte. Tenía miedo.

 

-No tenías que tener miedo -dijo, colocando la mano en mi hombro.

 

Me sentí un tanto cohibido con eso.

 

-OK -dijo- . ¿Tu amigo sabe bailar?

 

-Sí. Le enseñé en la Universidad.

 

-¿Fue a la Universidad contigo?

 

-Sí. Vino aquí un par de veces. No te preocupes por no recordarlo: lucía totalmente diferente en ese entonces.

 

-Luce como un hippie. Su cabello es extraordinario.

 

-Sí. Está dejándose rastas, y por eso sólo se lava con agua y no se lo desenreda.

 

-Se verá muy cool cuando lo logre.

 

-Sí, aunque es poco constante -dije, riendo.

 

 

 

 

 

Me había servido para distraerme, pero a la mañana siguiente me desperté con la pesadilla de ver a John y Mary reconociliándose en la sala de estar, como él me había relatado poco después. Lo había reconstruído en mi cabeza.

 

Salí a fumar en bata y no entré hasta la hora de almuerzo.

 

-Has empezado a fumar de nuevo, querido. Te arruinará los dientes -dijo mi madre.

 

-He reducido los cigarillos. Esperaba felicitaciones.

 

-Tu amigo no se ha despertado todavía.

 

-Iré a ver qué ocurre.

 

Miré a papá. Estaba tomándose un té todavía. Se demoraba muchísimo en comer ahora.

 

-Mi padre no alcanzó a tener Alzheimer. Debe haber estado aliviado antes de morir -dijo cuando entré a mi cuarto.

 

Estaba sentado en el sofá cama, en bata. No parecía que estuviera usando nada debajo. Estaba fumando de una pipa. Era la mía, que guardaba en la tabla bajo la cama. Hasta ahora mis padres no habían llegado a encontrarla, y él la había hallado al segundo día.

 

-Encontré una revista sobre la milicia junto con la pipa -dijo, mirándome con picardía- . ¿Esa era tu versión del porno, Sherly? Mi padre encontró porno bajo mi cama una vez. Era más listo que el tuyo.

 

-La comida está lista -le dije ignorándolo olímpicamente.

 

Puso los ojos en blanco. Miré hacia la puerta, aproblemado. ¿Por qué quería hablar de su padre ahora?

 

-Te odié un poco de todos modos, cuando dedujiste cómo había muerto. Esperaba que la resolución de ese caso fuera un poco más extraordinaria.

 

-Siento haberte decepcionado.

 

-Pudiste haberte inventado algo.

 

-Creí que era mucho más consolador oír que tu padre había muerto en un accidente de auto en Edimburgo que asesinado.

 

-Mi padre tenía negocios ocultos -dijo, levantándose del sillón. Sólo llevaba calzoncillos- . ¿Qué esperabas, que me conformara con escuchar que había muerto en un accidente? Todos mueren en accidentes. Supera a las muertes por cancer, por el amor de Dios.

 

Se quitó la bata. Estaba sólo con boxers. Se paseó por la pieza en busca de su ropa, mientras yo apartaba la mirada avergonzado.

 

-Hay frijoles. Y... puré de papas.

 

-Hm -balbuceó.

 

Noté por el rabillo del ojo que se volteaba a mirarme.

 

-Dios, estás avergonzado. Siempre te gusté, Sherlock, ¿no? Era el estereotipo de hombre que le gustaba a mujeres y hombres, supongo. Yo constituía el “descubrimiento”, puedo apostarlo.

 

La pieza estaba llena de humo.

 

-John, en cambio...

 

Los nudillos se me relajaron, como también mis hombros. John. Por supuesto.

 

-Luce tan... inglés. Con el chaleco y los pantalones de tela, y las chaquetas cortas -Rió- . Luce tan común y corriente. Además es bajo de estatura.

 

-¿Tomaste algo? -le pregunté, mirándolo pasmado.

 

-No.

 

-Es la casa de mis padres, ¿Qué tomaste? -le pregunté, enfrentándolo.

 

Mirar su cuerpo había dejado de ser incómodo.

 

-Tenías whisky escondido bajo la tabla, Sherlock. Sólo tomaste un sorbo, imagino.

 

-Sí.

 

-No te agradó el sabor. ¿Qué edad tenías?

 

-Dieciseis.

 

-Oh, secundaria. La maldita secundaria que te hizo pedazos.

 

Di un suspiro. ¿Quería hacerme sentir mal?

 

-Si me odiabas por lo que le pasó a tu padre, no debiste aparecerte nunca más -le dije.

 

-Necesitabas mi ayuda. Quería pagar mi deuda.

 

-Ah, ese es el tema: no estar en deuda conmigo.

 

-Te habías vuelto famoso, y el blog de John era interesante. Y me agradabas, aunque te odiara. Tienes que entenderme.

 

Me tomó las mejillas, con la pipa temblequeando entre sus dedos, y topándome la cara.

 

-Nunca te haría daño, ¿entiendes? Y si me estabas pidiendo ayuda, yo iba a responder. No soy un... cobarde traidor. No te exijo ser... un santo como John hace. No te exijo nada, porque tú y yo comos iguales: somos un desastre, Sherlock, y nunca encajaremos en ninguna parte.

 

Fruncí el ceño.

 

-¿Es eso? -susurré.

 

-Es eso. Por eso respondí a tu llamado de ayuda.

 

Aparté un poco el rostro. Victor siguió con sus manos en mis mejillas, y como la otra ocasión, me plantó un beso superficial. Cerré los párpados con fuerza, y Victor finalmente me soltó.

 

-No hay cómo tentarte. Rayos... -dijo, dándome una palmada en el rostro- Si no pensaras tan mal de ti mismo, te habrías dado cuenta de que la mitad de la clase estaba fascinada contigo, incluído yo, aunque te odiáramos.

 

Me dio otra palmada.

 

-Pero nunca, nunca, nunca te interesaste por nadie. Hasta que apareció John. Hasta yo entiendo cual es su atractivo, pero no entiendo porque a ti te agrada. Es tan corriente.

 

-Vine aquí para no pensar en John -dije, comenzando a enfadarme.

 

-Lo sé, pero necesito una explicación.

 

-Estás borracho.

 

-No, sólo estoy más envalentonado. Me estoy confesando. Sobrio no lo haría.

 

Aparté la cara, molesto por la excesiva cercanía. No quería que me hablara de John, no quería que nadie me hablara de John. Estaba a punto de deshacerme de ese sillón para siempre, sólo porque él había dormido allí.

 

-Explícame, o lo llamaré para que venga.

 

-No.

 

-¡Chicos! ¡La comida está servida! -dijo mi madre a través de la puerta.

 

-Rayos... -dijo Victor, bajando las manos.

 

-Vamos a comer.

 

-No, quiero que me expliques porqué él. No te abres con nadie más y me está volviendo loco.

 

-Siempre quisiste ser psiquiatra -dije, riendo- . Ya veo. Quieres hacerte el psiquiatra conmigo. Bueno, te digo: la única respuesta es mi sociopatía.

 

-Qué sociopatía ni que nada. Eres más apegado que cualquiera de nosotros, Sherlock. Por eso John te ha dejado tan jodido.

 

Lo empujé lejos de mí.

 

-Rayos, Sherlock. Estoy tratando de que lo superes.

 

Sí, me había dado cuenta de eso. Victor se creía demasiado eficiente para su propio bien.

 

-¡Pues no lo haré! -le grité- ¡No lo haré! ¡Y no quiero hacerlo! Seguiré queriendo a John aunque me joda por completo.

 

-¡Sherlock! -gritó mi madre a través de la puerta.

 

-No pasa nada, mamá. Sólo es una pequeña discusión.

 

-T-tu padre... no está en la casa. No sé dónde se ha ido.

 

Me volteé hacia la puerta. La abrí de sopetón. Victor se puso la bata en un rincón.

 

-No está en la cocina, ni en el patio. No sé adonde se fue.

 

-Quizá está en la parte de atrás.

 

-Tampoco está allí.

 

Di un suspiro de fastidio.

 

-Tal vez fue al río. Siempre le gustó pescar -dije, yendo hacia las escaleras. Bajé rápidamente. Victor se me unió cuando estaba en el jardín ya.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La búsqueda se extendió más de lo que hubiera pensado, y a diez minutos de estarlo haciendo comencé a desesperarme.

 

 

 

-¡Papa!

 

 

 

Estaba en pijama y bata, pero con Victor llegamos hasta el bosque en esas pintas. Luego pasamos el río, lo recorrimos, y luego nos devolvimos para ir en otra dirección respecto de la casa. Cuando dieron las dos de la tarde aún no lo encontrábamos.

 

 

 

-Debe estar en... -dije.

 

 

 

-¿A qué distancia está el pueblo?

 

 

 

-¿Cinco kilómetros? ¿Crees que fue allí? A él le gustaba estar en casa.

 

 

 

-Volvamos y nos vestimos y vamos al pueblo, ¿OK? -sugirió Victor.

 

 

 

-OK.

 

 

 

Pero nunca fuimos al pueblo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Cuando John vino a casa semanas antes de su casamiento con Mary, mi madre estuvo de lo más atenta con él. Le recordaba a su esposo de joven después de todo. A mi padre.

 

 

 

Pero mi padre no era de muchas palabras, y aunque decía que John le agradaba, nunca cruzaron muchas palabras. John solía ponerse nervioso en su presencia, como si fuera un reflejo suyo que le estuviera gritando todas sus manías. Pero John no tenía manías, sólo costumbres y tics nerviosos.

 

 

 

-¿Quieren leche con caramelo? -preguntó mi madre por la puerta de mi cuarto.

 

 

 

Había estado llevándole cosas a John todo el día, y a estas alturas el pobre estaba todo hinchado. No le cabía más.

 

 

 

-Dile que estoy dormido -dijo.

 

 

 

-Mamá, John se ha dormido.

 

 

 

-Entonces ven con nosotros a pasar el rato. Vienes y lo único que haces es estar encerrado en tu cuarto.

 

 

 

-Ve -dijo John- . Yo me quedo, no puedo tragar más.

 

 

 

-Pero... -dije.

 

 

 

Me asomé a la rendija de la puerta. Mi mamá seguía allí, y lo estuvo por un minuto más, mientras yo esperaba paciente a que desapareciera.

 

 

 

-Disculpa por eso -le dije a John, avergonzado, cuando se hubo ido.

 

 

 

John rió por lo bajo, allí sentado en el sillón del cuarto, ubicado a la derecha de la ventana, dándole la espalda. Yo fui hacia el equipo de música y reanudé el vals.

 

 

 

-No, no, luego. Cuando me baje la comida.

 

 

 

-Comer es un actividad tan mundana. Un estorbo. Por eso te digo que reduzcas las ocasiones en que...

 

 

 

-No lo haré. Yo me muevo todo el día a diferencia de ti. Tú te la pasas sentado... pensando -dijo, con una sonrisa divertida en la casa- . Excepto estas últimas semanas. Es un alivio que te tomaras unas vacaciones de todos los preparativos del casamiento. Te veías un tanto agobiado.

 

 

 

-Y estaré mucho más estresado cuando volvamos a Londres. No debí tomarme unas vacaciones, queda mucho que hacer -dije, yendo a asomarme a la ventana. Mi madre se había puesto a regar sus flores, las del jardín trasero. Mi padre salió en ese momento.

 

 

 

-Relájate. Estás más preocupado que yo mismo.

 

 

 

Tragué.

 

 

 

Es porque quiero que todo salga perfecto, idiota. Tan perfecto que puedas olvidarme después, y así pueda apartarme sin reprimendas posteriores. Lo único que deseo es que te acostumbres a la rutina, esa rutina horrorosa de los casados. Es la única forma de mantenerte lejos del peligro.

 

 

 

Y el discurso. Dios, el discurso. Aún estaba en preparación. Lestrade me había ayudado una buena cantidad a definir qué decir. El cómo decirlo, eso era responsabilidad mía. Sin embargo, a pesar de sus consejos, seguía resultando muy... no sé la palabra, quizá meloso. A ratos posesivo, por lo que cada uno terminaba siendo una prueba fallida más que otra cosa.

 

 

 

-¿Y qué has planeado para la Despedida de Solteros? -preguntó.

 

 

 

-No lo sé -dije.

 

 

 

Me volví hacia el cuarto. Tras exhibir mis ojos a la luminosidad pálida de esa tarde tan nebulosa, el cuarto me pareció oscurísimo. John no parecía haberse dado cuenta.

 

 

 

-A la despedida de solteros, ¿Quieres que invite a...?

 

 

 

-No, a nadie. No quiero algo con mucha gente. Quiero ir a beber.

 

 

 

-No hay forma de que puedas pasar tu despedida de soltero solo. De otro modo, organízala tú mismo, John.

 

 

 

-Tú irás conmigo. Creí que eso estaba decidido.

 

 

 

Fruncí el ceño.

 

 

 

-Entonces sólo quieres ir a beber.

 

 

 

-Pero debe ser algo diferente. Ya se te ocurrirá algo.

 

 

 

Fue entonces que la idea se vino a mi cabeza. Una ruta.

 

 

 

-Creo que tengo una idea.

 

 

 

-¿Ya ves? Has sido brillante en la preparación del matrimonio, ¿Por qué no podrías serlo en esto?

 

 

 

Se volvió hacia la puerta del cuarto. La sonrisa que estaba esbozando empezó a abandonar sus ojos.

 

 

 

-Gracias por... -empecé a decir- la fe que has puesto en mí. No dudaste de que todo era real por un sólo minuto. Me refiero a... mi trabajo como detective, los casos resueltos, todo eso.

 

 

 

La sonrisa se desvaneció lentamente de su rostro. Adelantó el cuello, tragando, y volteó el rostro hacia mí.

 

 

 

-De nada -dijo, simplemente.

 

 

 

Retuve su mirada. Era sincero, pero algo faltaba por decir, sólo que esa mirada empezaba a ser suficiente, como siempre. John decía tanto con tan poco.

 

 

 

-Ve a ver a tus padres -dijo.

 

 

 

-¿Estás bien tú aquí?

 

 

 

-Sí. Bastante bien. Debo llamar a Mary. Quizá tarde un rato.

 

 

 

Asentí. Fui hacia la puerta, un tanto rígido. Quería que me fuera para hablar con Mary. Me sentí un poco disminuido, pero estaba tan acostumbrado a verlos compartir momentos de intimidad, que en ese entonces me producían unos celos que sólo relacionaba con mi amistad con John, que no reaccioné al respecto.

 

 

 

Pero cuando me volví a mirar a John antes de salir, le vi mirar hacia mi cama. No había siquiera sacado su celular del bolsillo.

 

 

 

Cuando bajé al primer piso, me encontré con que Mary había llamado a John a su celular minutos antes, y que nuevamente llamaba, con su ringtone resonando por toda la sala de estar.

 

 

 

John, qué rayos...

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 (Kanes: http://www.youtube.com/watch?v=ZSe4ketlsgQ)

 

 

 

John

 

 

 

Aquel era como el sitio de las decisiones. Había tomado muchas decisiones allí, y sospechaba que la razón era que allí podía pensar con más claridad. Toda la casa representaba a Sherlock, su infancia, su inocencia... La claridad de la ignorancia. Sin embargo, no había un solo rincón que me recordara verdaderamente a él. Esa casa me desligaba de él.

 

Baker Street hacía todo lo contrario.

 

Recordaba haber tomado aquella decisión aquí, con el talante de quien se da cuenta súbitamente de que es la opción obvia. Pero aprovechar cualquier oportunidad con Sherlock siempre fue lo obvio, sólo que ese último tiempo se me hizo más difícil pensar en ello, porque a cada año que pasaba, me daba cuenta del daño que me haría si volvía a recibir otra negativa. Cada año el daño aumentaba, pues cada año me sentía más atado a él. Decidí engañar a Mary, hacer eso si era la única manera de tenerle para mí.

 

La casa de los Holmes estaba en el campo abierto y el último trecho debimos hacerlo en taxi. Cuando estábamos a metros de distancia empezamos tener dificultades para acercarnos por la cantidad de autos. Me pregunté cuántos habían conocido al señor Holmes y cuantos eran amigos de la señora Holmes. El padre de Sherlock nunca pareció una persona muy sociable. Tenía demasiados filtros para elegir a sus amigos.

 

Por supuesto, estuve aterrorizado todo el camino. Viajé en compañía de Wiggins y Molly, y me quedé rígido todo el viaje, sin poder predecir y queriendo hacerlo, cómo había reaccionado Sherlock ante la muerte de su padre.

 

Si le veía como una estatua de mármol mientras todos le daban el pésame sería tremendamente decepcionante, pero me aterrorizaba verlo quebrarse. Sería algo que no podría ver, algo que si presenciaba, me haría quebrarme a mí también. Cada reacción nueva de Sherlock era un tesoro, como también una demostración de que podía sentir igual que todos. Pero verlo llorar era otra cosa.

 

-Hola, buenas noches, buenas noches -saludé a todos.

 

Algunos eran amigos del señor Holmes, otros de la señora Holmes, muchos de ellos académicos, científicos y doctores. Pero los amigos del señor Holmes eran otro caso. Eran hombres que parecían sacados de un club de ajedrez. Quietos pero de miradas inquisitivas. No obstante, dudaba que el señor Holmes hubiera aprendido ajedrez. Luego me enteré de que eran de un club de cartas. Me produjo gracia.

 

-No era muy bueno ganando, pero nunca faltaba a nuestras reuniones -dijo uno de sus amigos, los cuales eran en total unos seis. Eran realmente pocos para un hombre que había alcanzado los setenta y un años.

 

Las amigas y amigos de la señora Holmes, por su parte, alcanzaban la treintena, y si me atrevía a aventurar, todos habían venido en autos. Gente inteligente, pero que Sherlock consideraría vacía. Buenos aprendiendo pero incapaces de filtrar lo que era util y lo que no lo era.

 

-Mi pésame, señora Holmes -le dije a la madre de Sherlock.

 

-Gracias por venir, cielo. Hay... cosas para comer. Hice unos... ehm... están en la mesa.

 

-Sí, sí, no se preocupe. ¿Necesita ayuda?

 

-Pues... ahm... -dijo la señora Holmes, quien llevaba gafas de sol incluso dentro de la casa. No quise imaginar cuan gastados debía tener los párpados. Había tenido toda una tarde para llorar- cuando lo llevemos al cementerio...

 

-Claro. Yo lo cargaré. No se preocupe -dije. No sabía a ciencia cierta si estaba haciendo bien en ofrecerme previamente a hacer aquello, pero qué más da. A veces fallaba en el sentido común.

 

-Él está en la cocina con Mike -me dijo la señora Holmes entonces.

 

-¿Cómo está? -pregunté, mirando hacia el bastidor que daba paso a esa estancia.

 

Estaba aterrorizado.

 

-No ha llorado -dijo- . Estoy preocupada.

 

-Se hace el duro a veces -dije- . Pero se desahogará.

 

Le palmeé el hombro. Hice un ademán de abrazarla, pero ella se alejó con un pañuelo en le nariz. Parecía muy perdida, tan anciana de repente. Era algo extraño de ver.

 

Me asomé a la cocina con cautela. Había olor a tabaco y humo, por supuesto. Mycroft estaba fumando junto a la ventana abierta, prácticamente cargándose en el alfeizar. Sherlock comía un canapé tras otro en la mesa de centro, la cual estaba abarrotada de bandejas y copas de vino sin usar. Sherlock comía.

 

-John -dijo la voz de Mycroft, dándose cuenta de mi presencia- . Victor ha llamado. Se ha quedado en tu casa cuidando que no entren a robar.

 

-Se quedó cuidando de Hamish.

 

-No lo has traído -dijo, decepcionado. ¿Mycroft decepcionado por no traer a Hamish?

 

Entonces vi porqué. Le vi mirar a Sherlock de reojo, con la preocupación calcada en su rostro. No podía ver la cara del menor de los Holmes desde donde yo estaba.

 

-Lo siento, Sherlock. Harás de tío en otra ocasión -dijo Mycroft.

 

Se acercó a mí. Me dio un toque en el hombro, y asintió una vez con la cabeza, en agradecimiento. Salió de la cocina con el rostro limpio de lágrimas.

 

Me acerqué a la mesa de centro. No me atreví a enfrentarlo, por lo que saqué un canapé desde detrás suyo, sin alcanzar a ver su cara.

 

-Están buenos -dije, con la boca llena.

 

-Hm -dijo.

 

Se levantó de la silla. Le vi ir a encender la tetera. Los Holmes conservaban una tradicional además del hervidor. Vi el rostro de Sherlock de perfil, mientras mi rostro se descomponía lentamente en preocupación. Él se volteó mostrándose: no había rastro de llanto o de pena.

 

Pero sus ojos parecían muertos.

 

-¿Quieres un poco? -preguntó, dirigiéndome una mirada neutra.

 

-Claro.

 

Quizá estaba haciendo esfuerzos por no romperse, o tal vez no lo había asimilado. Sabía de gente que explotaba años después de muerto el familiar o amigo. Yo... había reaccionado en el mismísimo instante en que comprobé que el pulso de Sherlock no estaba. Y seguí reaccionando por meses.

 

De pronto me encontré preguntándome cómo había logrado que su pulso muriera. Nunca me había puesto a preguntarme el cómo, hasta ahora, y era el peor momento posible para aclararlo.

 

-¿Cómo estás? -le pregunté, cauteloso.

 

Alzó las cejas.

 

-Sorprendentemente claro.

 

Miré la taza de café en la mesa de centro. ¿Cuántas se había tomado?

 

-Gracias por venir -dijo.

 

-De nada. Siento que... ahm... -dudé. Sherlock estaba poniendo dos tazas en platillos- Lo... siento. Lo siento, por tu padre.

 

Asintió con la cabeza. Evalué cada gesto, esperando a por alguna señal, pero seguí sin ver nada. Caminé lentamente hacia la mesa y me senté en la misma silla donde él había estado sentado. El asiento ya se había enfriado.

 

-No sé porqué mi madre hizo tanta comida -dijo, frunciendo el ceño- . Nadie come durante estos... formalismos.

 

-Vinieron amigos de tu padre.

 

-No lo veían desde hace años.

 

Bajé la mirada, incómodo. Sherlock había empezado a dejar la neutralidad de lado, dando paso a la indignación. Se sentó en la silla del otro lado de la abarrotada mesa, tras dejarme mi taza de café.

 

-La única persona que se mantuvo fiel, a su lado, fue mi madre. Y nunca le dio voz para opinar.

 

-Tal vez tu padre no deseaba opinar. Tal vez confiaba más en las decisiones de tu madre.

 

-Nadie debería confiar tan ciegamente en alguien. No podemos poner fe en un ser humano. Somos... volubles. Mentimos.

 

Le vi tragar. Tomó de la taza de café, dando tres tragos de una vez, a pesar de que estaba caliente aún. Dolió hasta mi garganta, pero también me dolió su modo de pensar, aquel que Sherlock dejaba aflorar incluso en ese momento.

 

-Tu madre está dolida, Sherlock.

 

-Lo sé. Y es maravilloso por mantenerse junto a papá. Tan sólo... quisiera que lo hubiese dejado... hablar más.

 

-Tu padre era un hombre introvertido.

 

-Eso no significa que no pudiera tomar decisiones. Era sabio y valiente como nadie. Pero tú sabes, ese tipo de personas prefieren la sencillez.

 

-Sí. Deberíamos ser más como él -dije.

 

Alzó la vista hacia mí.

 

-Tú eres como él -dijo, entonces.

 

No del todo, pensé yo. No obstante, un escalofrío me atrapó por un instante ante lo que me había sonado como… un elogio.

 

-Aunque necesitas más adrenalina -añadió.

 

Me eché a reír. Breve pero sinceramente. Sentí la mirada de Sherlock en mi cara. Cuando se la respondí, noté que la capa de neutralidad se había caído del todo. Había algo cálido en el modo en que miró, y me puso nervioso. No obstante, no quise que dejara de hacerlo, a pesar de que fuera el funeral de su padre.

 

Era el funeral de su padre, sí. Y la señora Holmes me había pedido un favor.

 

Me levanté de la silla, dejando mi taza de café casi llena, y me acerqué a Sherlock, rodeando la mesa. Este había bajado la mirada hacia su taza de café nuevamente.

 

-Ven -le dije, parado junto a él.

 

-No quiero ver a los invitados.

 

-Somos dos. Tan sólo... -lo cogí del codo. Él se levantó a regañadientes y yo le rodeé con los brazos todo lo que pude. Le rodeé el torso con un brazo por debajo de la axila, y los hombros con el otro. Sherlock tuvo que agacharse ligeramente, pero se dejó, perdiendo la rigidez en pocos segundos- Todo está bien.

 

-¿Qué haces? -dijo, firme aún.

 

Rió nerviosamente. Eso no lo hacía el Sherlock de siempre. No tardé en escuchar cómo esa risa forzada se hacía más profunda, como si algo la estuviese arrastrando hacia su garganta, convirtiéndose en quejidos de llanto.

 

-Está todo bien. Sherlock.

 

Me pregunté hace cuanto que no lloraría de esa manera. Su garganta se resistía a dejar que los sollozos escaparan de ella, y en reemplazo Sherlock estaba profiriendo esos desconsoladores quejidos de ahogo.

 

Finalmente me respondió el abrazo y descansó el mentón y los labios en mi hombro. Dejó que le apretase, y le consolé todo lo que pude con mi inexperiencia.

 

-Dios... -dijo, deshaciendo el abrazo.

 

Se enjugó las lágrimas, y yo me encontré enjugando las mías, aunque muy leves. Sherlock suspiró, sorprendido de sí mismo por haberse deshecho. Ahora su rostro estaba rojo por restregarse tan fuerte.

 

-Se supone que tú debes mantenerte fuerte -me dijo.

 

-Eso es un mito social.

 

Pestañeó rápidamente. Claramente le molestaban las lágrimas.

 

-Debieras llorar más a menudo -le aconsejé.

 

-¿Qué se supone que significa eso? -dijo, con una leve sonrisa.

 

Nos miramos por un momento. Quise consolarle con un beso, pero no era el momento idóneo. No sería muy sensible de mi parte.

 

Sherlock bajó la mirada al suelo, tras unos segundos de absoluta contemplación del uno al otro. ¿Qué podía ver en mi cara tan poco atractiva comparada con la suya? ¿Estaría deduciendo cosas sobre mí? Pero en el momento en que el contacto se rompió, vi la pena volver a su expresión.

 

-Ve a saludar a los amigos de tu padre -le dije- . Sólo será un momento.

 

-¿Por qué no se largan y ya? -dijo.

 

Di un suspiro de frustración.

 

-Yo te acompaño.

 

Sherlock miró hacia el bastidor dubitativo.

 

-Mientras me acompañas, ¿podrías...? Ahm...

 

-¿Qué?

 

Me tomó la mano. Vi esto pasmado. ¿Qué? ¿Tomados de la mano? Bueno, si él lo decía... Sin embargo, Sherlock guio mi mano hasta su hombro, y luego, con un movimiento de su cabeza, me indicó que la posara en su espalda.

 

-¿Solamente en la espalda?

 

-Sí. No quiero forzar nada. Sé que tú...

 

Afirmé con la cabeza. Quisiera haber dicho que ya no me importaba, pero prefería resolver el tema en otro momento. Ahora quería estar para él.

 

-Hola, señor Cliff -saludó al primero de los amigos del señor Holmes.

 

Los fue saludando uno a uno. Resultó un poco forzado, pero con las amigas de su madre todo fluyó más naturalmente. Sherlock pareció llevarse bien con ellas. No obstante, aunque lució mucho más seguro y firme, mantuve mi mano en su espalda. Algunas veces presioné el pulgar, allí en la curvatura de su omoplato, y a veces dejé resbalar mi mano hasta su brazo. Mi instinto de ir a por su mano no llegó a satisfacerse por muchos minutos. Quería reconfortarlo, que aquello no pareciera un mero trámite, que pudiera sentir y asimilar lo que había pasado.

 

-Gracias por venir -me dijo cuando pudimos alejarnos de toda la charla. Hablaban en voz baja, pero eran como abejas vibrando.

 

-De nada -le dije, mirándolo con atención.

 

Miraba la estancia. Se enjugó los ojos de nuevo, y finalmente me... me tomó la mano.

 

No tuve siquiera que hacerlo yo. Lo hizo con un movimiento natural, tomándome desprevenido, y eso me perturbó. Y también me maravilló. Fue como un niño que toma la mano de su amiga sin intención alguna de por medio. No obstante, cuando nuestras palmas se unieron, esa parte de Sherlock que empezaba a aflorar más madura me indicó que no era la tomada de mano de un niño, especialmente porque entrelazó sus dedos con los míos tan azoradamente. Apretó mi mano con la suya como si quisiera que se fundieran, y pasó el pulgar por mi piel presionando sin cuidado.

 

-Quiero estar solo -me dijo.

 

Eso me tomó por sorpresa. Asentí.

 

Pero cuando Sherlock se adelantó hacia la puerta de salida de la casa, me llevó consigo tomado de la mano. Le miré confundido, y miré a los visitantes que habían llegado a dar su pésame, preguntándome porqué no me dejaba aquí. “Solo” ya no significaba solo, tal vez.

 

Cuando salimos a aquella tarde nublada que nos abandonaba, Sherlock acrecentó aquella intimidad metiendo nuestras manos en el bolsillo de su chaqueta. Caminé al lado de él, sincronizando nuestros ritmos, y me mantuve en silencio por un rato, sin ver el interrumpirlo como una opción. Sherlock quería estar consigo mismo, pero por alguna razón me había llevado con él.

 

-No pude deducir a nadie en la sala -susurró.

 

Fruncí el ceño.

 

-Tienes la mente muy ocupada en otras cosas.

 

Asintió con la cabeza. Le contemplé de perfil, anestesiado por aquella situación tan íntima. Si Sherlock seguía haciendo eso, no tardaría mucho más en convencerme de perdonarle. Tan sólo quería esperar un poco de tiempo, para que no quedaran heridas sin sanar entre nosotros. Quería que cuando volviéramos, todo estuviera fresco y perfecto.

 

Pero la muerte te daba otra perspectiva. Ninguno de los dos iba a durar para siempre, y si no aprovechaba el presente, yo...

 

Sentí mi garganta anudarse, e incluso mi pensamiento se vio interrumpido. No pude proseguir, ya que la conclusión era obvia, aunque no la abrazara del todo.

 

Sherlock era un hombre con sentimientos. Una y otra vez me lo había demostrado. Tan sólo no los mostraba tan fácilmente. Tenía miedo de salir herido. ¿Y no tenemos todos el mismo miedo?

 

Y Dios, estaba tan enamorado. Tan enamorado de este hombre, este niño que tan inmaduro era al conocerle y que se convirtió en un hombre tan valiente.

 

Moví un poco la mano en su bolsillo, inquieto.

 

-¿Te molesta? -preguntó aflojando un poco el agarre, mirando hacia la casa de sus padres.

 

 

 

-No. Hace frío de todos modos.

 

 

 

Di un suspiro. No era el momento.

 

 

 

-¿Puedo quedarme? -pregunté, con la voz temblorosa.

 

 

 

-Sí -dijo con voz queda.

 

 

 

Su mente se había ido a otro sitio. Pasé el pulgar por su piel, dentro de aquel cálido bolsillo, y ese toque tan íntimo se hizo insuficiente. Tenía que resolver las cosas, debía aprovechar cada minuto con él. Cada segundo con él.

 

 

 

-Estoy feliz de que estés vivo, Sherlock.

 

 

 

El corazón empezó a latirme como un loco. Sherlock aflojó el agarre de mi mano para volver a apretarlo.

 

 

 

 

 

 

 

 


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