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Love is Blindness por Kanes

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Sherlock


 


Si no hubiera estado tan terriblemente anestesiado, creo que habría contestado con lo mismo, pero cuando le oí decir eso, mi garganta se apretó terriblemente. Pensé en mi padre, en mis recuerdos de él cuando pequeño, en el gozo de escucharlo aprobar cada una de mis peculiaridades. Por supuesto, ahora sabía lo que Mycroft siempre pensó de ello: para él había sido la forma que papá había encontrado de desligarse de todas sus responsabilidades. Yo prefería seguir creyendo que había sido para hacernos felices.


Pero había pensado en esto mientras estaba separado de John, durante esos meses. Había sido un período doloroso, sumido en la apatía y en irregulares ataques de tristeza que permanecían en mí durante las noches. Hace tanto que no podía dormir bien. Había pensado en papá y su constante aprobación, en su falta de debate para con mi falta de sociabilidad. Pensé durante estos meses en ello, y comencé a creer que tal vez no habría sentido este dolor tan fuerte si no hubiera sido por esa aprobación. Si tal vez él se hubiera esforzado por criarme como un niño sociable, un niño normal, las cosas serían muy diferentes ahora. No obstante, estaba lo otro: no harbía conocido a Lestrade, no habría conocido a Stanford por contactos suyos, y por tanto no habría conocido a John.


¿Habría sido mejor no conocer a John? No lo sé, pero seguía prefiriendo este presente, al menos aquel en que conocía a John y me enamoraba de él. Era un masoquista en ese sentido, seguía siendo un masoquista, pero ahora, sólo ahora mientras le veía prepararse para dormir, me daba real cuenta de ello. Había estado cinco meses torturándome a mí mismo, regañándome por haber permitido que John viniera a vivir a 221B de Baker Street conmigo.


Ahora que lo tenía conmigo pensaba diferente. Qué enfermo estaba hecho.


 


Mamá había despedido a los invitados temprano. Habíamos despedido a papá en el cementerio de la región. John había acarreado el ataúd junto conmigo y otros cuatro hombres. Hijos de los amigos de papá y mamá. John se mantuvo junto a mamá y yo estuve del brazo de ella. No nos separamos en ningún minuto, pero en la ceremonia de despedida sólo fui capaz de mirar el ataúd de papá, sin fijarme en nada más. Quería memorizarlo. Quería olvidarme de su rostro enflaquecido por la muerte, o el color amarillento de su piel. Parecía otra persona totalmente diferente de aquella que había visto el día de ayer. Muy diferente. Por eso prefería recordar el ataúd.


Aquel no era mi padre. Sólo era una cáscara, y no quería recordarlo de esa manera.


-Ahm... no sé si guardar la ropa de tu padre. Quizá la deje en los cajones por unos meses -me dijo mamá mientras íbamos en auto a casa. John iba en el asiento de adelante, indicando el camino al chofer.


-Es tu decisión, mamá -dije.


-Creí que dirías que no la guardara. Es un sentimentalismo al fin y al cabo.


-Tú eres la que decide eso. Yo me fui de casa hace tiempo.


-Y tu padre estuvo de acuerdo. No podrías haber aprovechado tus dones aquí, tan lejos de todo.


Nos quedamos en silencio por un momento. Miraba por la ventana, perdiéndome en las texturas de los arbustos y árboles. Allí todo era tan verde…


-Envejeció tan rápido –susurré.


-Lo hizo. Pero seguía tan ingenioso como siempre.


No hice comentario alguno sobre ello. Nunca estaba de acuerdo con ella. Miré las manos de John desde mi asiento, puestas tensas sobre sus rodillas. El chofer no estaba acostumbrado a caminos de tierra y el auto se balanceaba demasiado. John debía sentirse como un anfitrión de ese momento, preocupado por la comodidad de mi madre. Sin embargo, miré sus manos un poco más.


El anillo de casado hace tiempo que no estaba en su dedo. Había sentido la piel desnuda de su mano contra la mía.


Cerré los ojos lentamente, sintiéndome pagado de mí mismo por haber logrado distraer mi mente. Sin embargo, el recuerdo del rostro de papá, muerto en ese cajón, volvió a mi cabeza. Dios.


El auto frenó. Mamá bajó primero. Sabía que correría a la casa a distraerse limpiando todo. Sin embargo, las empleadas que Mycroft había contratado ya tenían todo impecable. Mamá se sentó en el sillón pesadamente, con una expresión de aflicción.


-Ya es tarde. Deberías ir a dormir, madre -dijo Mycroft, quien había venido en otro auto. Tenía los párpados ligeramente sonrosados. Yo fui a la cocina, tras ver a John parado detrás del sillón de mamá.


John estuvo tratando de convencer a mamá de ir a dormir hasta las una de la mañana. Sus amigas se fueron a las diez, hora razonable en un lugar tan apartado del pueblo, por lo que ella no tuvo con quien conversar. Y John no era muy bueno charlando con gente que no conocía a fondo, por lo que cuando hablaba con mamá, era siempre una charla de emisor.


-Yo la entretengo hasta las diez -me dijo cuando me vio apoyado contra el borde del bastidor que conducía a la cocina, y que conectaba con la sala de estar- . No ha parado de hablar, así que... no te preocupes. Yo... me encargo.


Miré hacia la ventana. El cielo afuera estaba negro, por lo que se reflejaban nuestras siluetas. Mis padres vivían tan lejos de todo. John debiera haber vuelto a Londres a cuidar a Hamish, y en cambio seguía allí cuidando de mi madre, cosa que debiera hacer yo.


-Yo lo hago. Mycroft también está disponible.


-Mycroft es malísimo en esto, y parece tan caído de ánimo como tú, así que...


Di un suspiro, mirando a mi hermano. Estaba fumando dentro de la casa. A esas alturas a mamá ya ni le molestaba.


-Déjame cuidarla. Tú... ve a descansar. Has estado jugueteando con los cigarros y prefiero que duermas a que fumes -dijo.


Le miré con cierto fastidio. Pero el fastidio se esfumó rápidamente, al verle alzar las cejas.


-Pero no la dejes acapararte mucho. Puede estar tres horas seguidas hablando. Fue profesora, recuérdalo.


-Lo recordaré -dijo, asintiendo con la cabeza.


Me sobó el brazo y volvió donde mi madre.


-Podríamos poner aquel disco. El favorito de Jim -dijo mi madre.


Chequeé la extraña escena desde el inicio de la escalera antes de empezar a subir.


En la pieza me quité el abrigo. No había querido quitármelo tras entrar a la casa, a pesar de lo cálida que estaba. Supongo que era una respuesta a la necesidad de sentirme protegido, y no había podido sentirme verdaderamente protegido en todo el día. Usualmente era tarea de papá cumplir con ello cuando estaba aquí.


-Redbeard no está en otro lugar, Sherlock. Él se ha ido.


Rara manera de hacerme sentir protegido, pero lo cierto es que oír la verdad salir de sus labios fue lo que hizo sentirme verdaderamente protegido, en vez de las mentiras blancas de mamá. No obstante, no podía culparla. No la soportaba la mayoría del tiempo, pero no la culpaba por preocuparse por mí. Era lo que las madres hacían, y si bien habría deseado tener unos padres un tantín más peculiares, agradecía lo sanos que eran, a pesar de estar traumáticamente dañados por la desaparición de su hijo del medio.


-Scott... -dije.


Mi propia voz me despertó. O fue el sonido del roce de la camisa de John.


John finalmente había llegado a mi cuarto. No había pieza de huéspedes, o si lo hubo, estaba abarrotada de los libros de mamá. El que John se quedara cómodamente en otra pieza nunca fue una opción. En ese momento se estaba desvistiendo, y miró fugazmente hacia mí, mi yo dormido hace ya dos horas, y apartó la vista, trasladándose a otro lugar del cuarto.


Yo estaba acostado de lado sobre mi cama. El sofá cama había sido removido del lado de la cama a un lugar más cercano a la entrada de la pieza, donde no llegaba el frío que se escurría por el vidrio cuando la temperatura era especialmente baja. No estaba al alcance de mi vista, y John se trasladó hacia ese lado de la pieza.


-Tu madre ya fue a dormir -dijo en voz baja.


-Las paredes son gruesas. No te escucharán a menos que grites -dije, removiéndome un poco. Me di cuenta del álbum de fotos bajo mi brazo. Había estado mirando las viejas fotos de papá antes de caer dormido.


-Ah. OK.


Me incorporé. Le vi con el torso desnudo por el rabillo del ojo. Extendí el álbum sobre mis piernas, sintiendo mi cabello desordenado, y me restregué el rostro. John se puso su pijama y se sentó en el sofá cama.


-¿Qué es eso? -preguntó.


-Son fotos viejas. Las encontré en el cuarto de mamá antes de ir al... cementerio.


Caminó hacia mi cama con curiosidad. Se inclinó apoyando las manos en la colcha.


-Ahm, ¿Puedo? -preguntó, indicando el album.


Lo cogió y dobló la pierna sobre la cama, sentándose al borde. Quizá demasiado al borde. Le miré de perfil, queriendo que se sentase un poco más cerca, pero al verlo hojeando el álbum con una sonrisa atenta, comencé a correrme un poco hacia él, con la excusa de asomarse a mirar las fotos.


-Esa es linda. ¿Eres tú?


-Hm. Tenía... siete años. Papá está al fondo. Estábamos en primavera y el jardín estaba un poco más frondoso. Había más árboles. Luego mamá quiso poner plantas y los quitó.


-Eso es triste. Pero quien puede contra una mujer y sus plantas.


Rió por lo bajo. Yo no tenía muchas ganas de reír, por lo que no lo hice.


-Plantó rosas. Les dedicaba mucho tiempo, y luego decidió poner más en el patio de atrás. Ahora cultiva plantas un poco más fáciles de cuidar.


-El clima es cada vez menos amistoso -dijo John, pasando de página.


En la siguiente había cuatro fotos pequeñas de Mycroft de bebé. Su cara solía parecerse mucho a la mía de bebé. Ahora… no lo sé. No encuentro posible que podamos parecernos. No es un pensamiento agradable.


-¿Ese eres tú? -preguntó, indicando una foto mía.


Había logrado distinguirme. Me dio gusto.


-Sí.


-Oh, tu padre aquí sale un poco más de cerca.


-Era un hombre guapo.


-Todavía lo era en sus últimos días.


Alcé las cejas, no muy de acuerdo. John rio.


-Tienes su sonrisa -susurró entonces. Sentí el nudo en mi garganta. Tragué, tratando de deshacerme de él- . Dios, te le pareces mucho.


Reí por lo bajo. Se volteó a mirarme. No le respondí la mirada, y noté que se me quedaba mirando, estando allí tan cerca mío. Alargué el brazo para cambiar de página. Sentí el cabello de mi coronilla rozarle, y una sensación de calidez me inundó.


Era extraño como la calidez y el conforte de tener a John tan cerca me provocaba un aumento en mi sensibilidad en todos los ámbitos. Sin embargo, estar tan concciente de haber apartado todo lo demás de mi cabeza para dejar a John en ella, me hizo volver a pensar en mi padre.


Le recordé muerto en el ataúd, como un extraño. No obstante, en ese momento recordé los juegos de niño, su sonrisa esplendida en los veranos, cuando podía acompañarme a jugar. Yo siempre fui el que quería jugar, mientras Mycroft estaba adentro estudiando. Siempre tan estudioso, mientras yo le daba tan poca importancia al conocimiento y a la deducción antes de... que Scott desapareciera.


La desaparición de Scott lo había desencadenado todo.


Estuve a punto de descansar mi cabeza contra la de John. Me remití a echar un suspiro de descanso, como si hubiera retenido demasiado aire adentro. Demasiados sentimientos.


Noté que John seguía mirándome. Pasé otra hoja, con un nudo en mi garganta. Esta vez era una foto de mamá.


-Esa es mamá –le dije, con la voz temblorosa. No me importó.


-Era realmente guapa. Hm, tus padres eran vanidosos al elegir parejas.


-Todos somos vanidosos.


-Tus gustos no son muy exigentes -me dijo.


Fruncí el ceño.


-Lo son. Siempre lo han sido. No voy a caer por cualquier atorrante.


Le vi tragar, y pasó otra hoja del álbum. John no creía que fuera guapo. Era un hecho que todavía me extrañaba.


Nos quedamos en silencio por un rato. John quedó fascinado por las fotos de mis padres de jóvenes. Habían estado juntos toda una vida, y nosotros habíamos alcanzado esta edad y aún parecíamos estarnos balanceando en la duda. ¿Qué pasaba si nunca lo lográbamos?


La pieza estaba en silencio, y el resto de la casa también estaba sumida en lo que parecía un sueño. Sólo la luz de la lámpara de la derecha estaba encendida, por lo que el cuarto no estaba iluminado por completo. John había tratado de ser silencioso al entrar, pero mis propias pesadillas sobre Scott me habían llevado a despertar. Sin embargo, ahora despierto, estaba mucho más tranquilo, y temía volver a dormir.


Necesitaba algo que me hiciera dormir tranquilo.


-Viviste en esta casa toda tu infancia, entonces -dijo John.


-Sí. Escondía cosas bajo la tabla de la cama -confesé.


-¿Qué cosas?


-Quedan un par de recuerdos allí, pero casi todos los llevé a Baker Street.


-¿Todos los cachivaches que tienes en la sala de estar?


-No. Esos son sólo adornos. Eran para disimular lo que estaba debajo -susurré, con voz queda.


John nuevamente me miró.


-¿Qué escondías?


-¿Qué has deducido de mí hasta ahora? De hecho, ¿Qué fue lo primero que dedujiste de mí?


-Que... pues... -Suspiró con la mirada baja. Estaba dudando en confesarlo.


OK, quizá no era bueno.


-¿Es algo que preferiría no saber?


-No, es que... es un poco... Me avergüenza un poco. Pensé que eras encantador pero que lo único que buscabas al deducir cosas era... impresionar a todo el mundo.


-De hecho, lo que siempre busqué fue buscar el desagrado de la gente. No me interesaba tratar con estúpidos. A menos que fuera Lestrade. Él me da algo en lo que distraerme. Pero tú lo primero que hiciste cuando hice la primera deducción de ti fue reír. Eso me dio una buena señal.


-¿Eso bastó para que... me consideraras como posible compañero de piso?


-No posible. Definitivo. Si no eras tú, un soldado retirado, nadie más iba a serlo. Los soldados están entrenados en soportar malos tratos, y mi sentido común no está muy desarrollado para entrever cuando... estoy metiendo la pata, como bien me has señalado muchas veces. Y a ti nunca pareció molestarte mi falta de sentido común más allá de suspirar de fastidio por ello. La gente comúnmente... empieza a odiarme.


John rio por lo bajo.


-Eso es exactamente. Sí -dijo.


Le miré atentamente. John se quedó quietísimo, reteniendo mi mirada sin cohibirse. Era tan diferente de toda la gente.


El álbum había quedado olvidado, pero John seguía sosteniéndolo muy firmemente. Se había detenido en un conjunto de fotos mías, de mi graduación de secundaria.


Bajé la mirada a sus labios involuntariamente.


-Son buenas fotos estas -dijo entonces, apartando la mirada.


-John...


Carraspeó como si quisiera matar la tensión. O química. Ya no sabía qué era a estas alturas. Con nosotros dos, ambas cosas iban juntas.


Tragué pesadamente y vi su expresión complicada, queriendo abolir hablar de cualquier cosa que tuviera que ver con nosotros. Pero allí estaba yo, dando la primera señal y alertándolo con... una sola palabra, su nombre. Era mi culpa por llamarlo por su nombre antes de toda intervención seria que hiciera ante él. Era mi costumbre. También era mi costumbre desbaratar cualquier situación triste con tecnicismos, o cambiar el tema abruptamente. Pero este era el funeral de mi padre y sólo debería pensar en él.


-Debes dormir -dijo John- . Fue un largo día.


Asentí. John cerró el álbum. Ambos nos fuimos a dormir en camas separadas.


 


John


 


El día siguiente no fue más fácil, como pude comprobar. Pensé que la señora Holmes estaría más tranquila, quizá sumida en el shock de la pérdida. Siempre esperaba que todos reaccionaran así, maduramente, muy diferente de mi llanto silencioso por un día entero cuando Mary se fue. Ni siquiera había sido tanto por ella, sino por Hamish. Sentí que me quedaba solo.


Sherlock no estuvo particularmente hablador, pero la señora Holmes me pidió quedarme un día más. Mi frialdad de ayer se había cobrado con la indiferencia de Sherlock. O quizá era que deseaba estar solo.


Volví a mirar el álbum de fotos por la noche, luego de la cena. La señora Holmes había estado sumamente ocupada todo el día, mientras sus hijos desaparecían lejos de la casa. Había echado a la cocinera que Mycroft le había contratado, y sospeché que el mantenerse ocupada era un intento por olvidarse de la tristeza. Pero siempre quedaba la noche, y la soledad y silencio de la noche siempre se cobraba con todos.


Tras ver a su madre desbaratar sus planes de tenerle empleados en la casa, Mycroft me dejó a cargo de entretenerla. Sin el señor Holmes al lado, la pobre parecía no saber qué hacer, y más importante, a quien hablarle.


Esto me hacía preguntarme cómo había aguantado el señor Holmes por tantos años la plática de una mujer con una mente tan inquieta. No obstante, en las fotos delataba su extrema devoción por su esposa, al igual que en las mías hacia Sherlock en el casamiento. Me daba vergüenza el haber sido tan transparente, especialmente durante el discurso. ¡Me estaba casando con otra persona, por el amor de Dios! Era a esa persona a la que tenía que demostrar devoción.


Sherlock nuevamente fue el primero en ir a dormir. Estaba durmiendo demasiado en comparación a lo acostumbrado. Pero lo que más me perturbó fue su silencio, y el cómo a pesar de haberse ido a dormir a las diez de la noche, a las doce, cuando yo fui a acostarme, él aún tenía los ojos abiertos. En ese momento me arrepentí de mi cobardía del día anterior.


¿Por qué no había dejado que tocase el tema ayer? Estaba tan arrepentido. Al menos... se habría distraído. Sé que había sido el funeral de su padre, y que no debiera aprovecharme y reconfortarlo con... abrazos y besos, pero...


Quizás sólo abrazos, o caricias. Me di cuenta de ello de repente.


-Sherlock -lo llamé, ya en mi pijama- . Sherlock, ¿estás bien?


Rodeé la cama para que me viese el rostro. Vi su mirada decaída fija en el vacío. Sentí mi garganta doler.


-Sherlock, hey... -Me subí a la cama y le zamarreé el hombro. Cerró los ojos.


-No puedo dormir.


-Lo noté -dije, preocupado- . A ver... ahm... -Corrí las sábanas hacia abajo. Sherlock ni se inmutó- Quizá necesites que alguien te despierte un poco.


-Despertar para poder dormir. No tiene sentido, John...


-Entonces, ¿Qué sugieres? Estás como... fijo en un lugar. Hoy no comiste casi nada. No tienes casos que resolver, no has fumado...


-Pensé que no querías que fumara. Pensé que no querías que te tocara...


OK, estaba despierto, pero estaba soñoliento. O no sería tan sincero.


-¿Qué quieres que haga? -le pregunté, sinceramente- Dime y lo haré. Déjame... reconfortarte.


Finalmente alzó la mirada hacia mí.


-Podrías... hablarme hasta que me duerma -susurró.


Sentí mi corazón regocijarse de emoción. Yo le había pedido lo mismo una vez.


-¿Quieres que te hable? Mi voz no es tan agradable.


-Pero es tu voz -dijo.


Sonreí levemente. No quería que me viera muy conmovido.


Me acosté a su lado, sobre mi lado derecho. La luz de la lámpara aún estaba encendida, por lo que me incorporé, y pasando parte de mi cuerpo por encima de Sherlock, la apagué. Le sentí removerse bajo mío y volví a mi posición anterior, sin que la tensión, sin embargo, llegase a aquejarme. Ni siquiera la sentí llegar cuando Sherlock tomó mi mano, que yo solté para acariciar su rostro.


Le reconforté primero, pero poco a poco empecé a sentir las particularidades de su tez, o a contemplar el modo en que cerraba sus ojos cuando rozaba ligeramente su cuello. O cuando tragaba tan fuerte que parecía que se había roto algo en su laringe. Y poco a poco empecé a caer en esa contemplación en que Sherlock siempre me atrapaba cuando yo tenía la oportunidad de no hacer tan obvios mis sentimientos, o lo que era al principio, mi atracción hacia él. Recuerdo la atracción que me provocaba, tan... carnal que me desesperaba. Ahora era otra cosa, y me gustaba cómo se sentía.


Sin embargo, me asustaba cuando veía mis sentimientos reciprocados. ¿Y es que a dónde podría ir a parar si me permitiera amarle? ¿O es que sólo le tenía miedo a la felicidad?


 


La felicidad completa, que duraba minutos, segundos, podía exponerte ante el otro por completo. Y luego de verte expuesto, ya no había vuelta atrás. Estabas jodido. Ya nunca podrías mentirle bien, o fingir estar bien. Él siempre sabría la verdad con sólo mirarte. Él siempre sabría donde apretar para manipularte. Siempre sabría qué palabras decir para hacerte hacer cosas inimaginables.


 


Y en ese período de cinco meses, era la primera vez en años en que había estado verdaderamente fuera del alcance del control de Sherlock, control que él realizaba sin intención de dañarme. Era mi Comandante, y yo siempre estaría a gusto siguiendo sus órdenes. Porque confiaba en que siempre tendría razón en sus deducciones, en que todo saldría bien al final, gracias a él.


 


Pero cuando me reciprocaba todos esos sentimientos, todo se volvía mucho más aterrador. ¿Hasta dónde podría llegar por Sherlock?


 


Sherlock posó la mano en mi mano, sobre su mejilla. Hace un minuto que no abría los ojos, y la manera en que suspiró mientras posaba la palma sobre mis dedos y dorso fue perturbadoramente hermosa. Respiré profundamente, viendo su pulgar pasar por mi dorso, y finalmente abrió los ojos.


 


En aquella penumbra era apenas distinguible, pero de él veía lo suficiente. Y me miró directamente a los ojos.


 


-Tienes la palma áspera... -susurró.


 


Me eché a reír. Él sonrió a su vez. Fue tan cálido, Dios...


 


Mi risa se desvaneció poco a poco, pero la sonrisa quedó. Acerqué un poco más mi rostro al de él, y pasé la mano por su oreja hasta su cabello, y él suspiró en respuesta. Y suspiró una vez más, con su mano en mi muñeca.


 


-Te... te amo -susurró.


 


Miré sus ojos cristalinos.


 


¿Había sido mi imaginación?


 


Pero Sherlock me sostenía la mirada, y olvidando mi petición totalmente, estaba recordándome el “nosotros”.


 


-¿Qué? -dije en un murmullo casi inaudible.


 


-Te amo -me repitió, acariciando mi muñeca y mi brazo sobre la manga de mi pijama.


 


Cerré la boca y tragué, apabullado.


 


Había dejado de acariciarlo, dominado por el espasmo. Miré la mano de Sherlock tomando mi muñeca, su pulgar moviéndose sobre mi piel tan poco tersa. Te amo. Te…amo.


 


Sherlock apartó la mirada, o movió la cabeza, no lo sé. Yo estaba en shock. Debí juntar las piezas y saberlo de antemano, pero nunca creí realmente que pudiera ser correspondido. Simplemente no tenía sentido.


 


Estúpido, simple, común y corriente… Era todo eso. ¿Por qué le gustaría a alguien como Sherlock?


 


-Ahm… -dije, apartando mi mano.


 


Sherlock se incorporó flojamente. Le miré confuso.


 


-Sherlock, lo que dijiste…


 


-Sabía que no era buena idea –susurró, sentado en la cama.


 


Le imité.


 


-No, no, no es… eso. Es que…


 


-Estás enojado... por Mary.


 


-Puede ser, pero… -Y más para mí mismo, dije:- ¿Cómo podrías corresponderme?


 


Sherlock se volteó a verme.


 


-Eres un idiota –dijo.


 


El viento golpeaba las ventanas. Miré a Sherlock a los ojos y tragué con fuerza, viendo sus pupilas grandes en medio de su iris. Lo noté acercarse, y cerré lentamente los ojos, dando la señal. Aunque quién da permiso para que le roben algo tan dulce y bienvenido como un beso de quien ama.


Kanes:    https://www.youtube.com/watch?v=9K-WkZ3o_70


 


Sentí sus labios tímidos tomando mi labio superior. Cogí su inferior, sintiendo un festín de mariposas en mi estómago, y una cadena de conexiones nerviosas se activaron desde el punto en que las manos de Sherlock tomaron mi rostro y mi cuello, notando el estremecimiento alcanzar la punta de mis dedos. No me moví en lo absoluto, y dejé que me recostase sobre la cama, empujándome con suavidad. Estaba tímido, y adoraba la suavidad con que me tocaba, pero esperaba que en algún momento él sólo… se olvidara de ser amable conmigo.


 


Dio un suspiro contra mi boca, y separé más mis labios, sintiendo sus dedos ir hasta mi nuca, apretando con cuidado. Al fin pude sentir su lengua en contacto con la mía. La calidez, la humedad, su aliento, y el suave roce en la mía me bastaron para olvidarme de pensar por unos segundos, y Sherlock cerró el contacto topando mis labios con los suyos, resguardándonos en ese capullo que fue al unirse nuestras bocas. Fue suave y lento, e hizo volar mi mente no sé a qué lugar. Lo único que supe fue que todo se transformó en sólo sentimientos, y que no cabían en mí y que… no podía respirar. Literalmente no podía respirar. Estaba allí atrapado, y me gustaba estar atrapado, y contener la respiración hasta perder el sentido.


 


Cuando Sherlock soltó mis labios, di un suspiro que no pude disimular, y Sherlock soltó el aire contenido lentamente, haciéndome cosquillas en el mentón. Pasó su mano extendida por mi nuca y mi cabeza, y le sentí respirar de nuevo, y volvió a coger mis labios, esta vez menos suavemente. Me dejé, totalmente ido, y cogí su cabello con mi corazón galopando atrapado en mi pecho, amenazándome con salirse de allí. Abrí mis labios, llevado y alojado en las sensaciones, y Sherlock ladeó la cabeza para besarme desde otro ángulo. Le recibí, con los párpados cerrados, y le sentí ir profundo en mi boca y mis párpados se apretaron.


 


El siguiente beso fue igual, y comencé a notar cómo Sherlock se encendía tan rápido como un adolescente. Le noté apoyar su rodilla entre mis piernas, mientras yo las abría por reflejo, atrapado. Entonces le sentí mantener distancia de mis labios y lamer mi inferior. Le oí suspirar, y yo me oí suspirar, y pasé mi mano por su pelo, queriendo acercarle a mí. Pero Sherlock fue a por mi cuello, y los gemidos que había podido retener se escurrieron de mi interior. Ya no pude contenerlos, y sentí que mi garganta se anudaba, pero aguanté mis lágrimas, especialmente cuando sentí sus labios abrirse sobre mi piel, mientras sus dedos danzaban entre mis cabellos. Sentí mi corazón dar un latido más elocuente, y mi respiración se agitó un poco más. Le rodeé los hombros y la parte superior de la espalda con mi brazo. Sentí la rodilla de Sherlock chocar contra mi entrepierna, y entonces yo moví mi otra pierna, atrapando a Sherlock en medio de ambas. Era una señal bastante clara, esperaba que Sherlock la entendiese. Pero apenas si podía ver su rostro. No paraba de besar mi cuello yendo lentamente hacia mi pecho. Y yo no podía mantener mis ojos abiertos por más de un segundo cada vez. Mi cuerpo no podía contener tanta felicidad.


 


Sólo cuando sentí sus labios bajo mi cuello me di cuenta de que Sherlock había desabrochado los botones de mi camisa de pijama. Bajé la mirada hacia él, y despejé su frente para ver un poco de él. Le vi con los ojos cerrados, entreabriéndolos cada tantos, mientras besaba y lamía mi piel como si fuera lo más exquisito. Di un suspiro, tocando su oreja izquierda con mis dedos, y oí el sonido de un beso cerca de mi tetilla, sintiendo sus labios en mi piel de pronto tan sensible.


 


-Ven… -le pedí en un suspiro. Sherlock dio una elocuente inspiración y se enderezó para coger mis labios de nuevo. Pero esta vez me rodeó fuertemente el torso, y me levantó consigo. Yo me levanté, ayudándole, y le sentí apegarme a él con firmeza. Me hizo sentarme sobre sus piernas, y en ese momento le sentí excitado y me confirmó que esta no sería sólo otra noche de besos. Los besos eran una bendición pero necesitábamos más que eso.


 


Bajé mi mano hasta el dobladillo de su camisa de dormir, mientras le besaba desesperado, e inmiscuí mi mano debajo, pasando mi palma extendida por su piel. Le subí la camisa, y Sherlock, con la respiración agitada e irregular, se la quitó él mismo. Estaba mucho más ansioso que yo, o tal vez sólo lo demostraba. Y si yo estaba en lo correcto, Sherlock nunca… nunca había hecho esto con nadie y...


 


Dios...


 


En eso Sherlock terminó de desabrochar mi camisa y empecé a volver a la lucidez. Tenía la sensación de que íbamos muy rápido, pero… quizá no. Han sido años de esperar en las sombras. Años. Y no quiero retrasarlo más. Nunca más.


 


Ya no puedo... aguantarlo más...


 


Me quité la camisa y cuando aún me deshacía de las mangas, Sherlock me apegó hacia él y sentí la piel de su torso contra la extensión de mi propio torso a la vez que hundía sus labios en mi cuello, y me sentí… calmo, y seguro. Fue extraño, se sintió tan correcto.


 


Rocé mi rostro contra el suyo. La camisa de mi pijama cayó hacia atrás y rodeé los hombros de Sherlock con mis brazos, mientras él rozaba y tomaba mi torso con sus brazos y manos. Le sentí respirar bajo mi oreja, y yo le enfrenté y rocé su frente con la mía. Era una sensación tan exquisita, su cabello desordenándose contra mi frente, y su respiración chocando contra mí. Nuestras pieles tocándose... Y sus manos que no paraban de recorrerme todo. Y mis labios que le rozaban la piel, y buscaban los suyos.


 


Dios, cuándo caímos en esto. Era tan agradable, y desesperante. Y quería más…


 


Me dejé caer hacia atrás en la cama, arrastrándolo conmigo, y nos fundimos en un abrazo, mientras nuestros labios también se fundían. Rodeé su cadera con las piernas y llevé mis manos a su caderas, encendido. Sherlock dio una profunda inspiración y dio un quejido, afectado por la excitación. Le sentía contra mí, y estaba bastante avanzado. Y no quería que se desperdiciara. Quería que continuara así de enérgico, y que se deshiciera todo en mí.


 


Inmiscuí mis manos dentro de su pantalón de pijama, a lo que Sherlock reaccionó con un saltito. No obstante, a esto lo siguió una inmediata sacudida de su cadera, que dirigió hacia mí, apretando su entrepierna contra mi cuerpo. Di un gemido dentro del beso, y Sherlock soltó mis labios. Volvió a dar otro empuje, y yo, desesperado, bajé su pantalón del todo, a lo que él comenzó a ayudar. Entonces me quité el mío, y luego nos desnudamos del todo, deshaciéndonos de nuestros boxers. Dios, éramos pulcros para dormir aquí.


 


Miré de soslayo, un tanto nervioso, pero me concentré pronto sólo en su rostro, pues Sherlock estaba pálido, y me miraba con temor.


 


-Estarás bien –le dije.


 


Fue como si en esa tempestad hubiésemos encontrado una isla en completa quietud. Lucidez. Total lucidez, y aún allí, en ese lugar de nuestras cabezas que había quedado reducido a sólo un recóndito sitio, ninguno dio pie atrás. Lo que estábamos a punto de hacer era totalmente racional.


 

Notas finales:

Queda poquitín para el final!!! n.n


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