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Porque eres especial por KyoYuy

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Notas del fanfic:

Nota: Es un fic de cumpleaños que escribí para una amiga por petición de ella.

Nota dos: Es la primera vez, en mucho tiempo que escribo en primera persona, me daba mucho miedo porque se trataba de Lay. Está un "poco" basado en 50 Sombras de Grey 

No recuerdo ni el momento, ni el lugar en el que me di cuenta; pero cuando quise escaparme ya era demasiado tarde. 


Supongo que así es cómo comienzan las historias como esta, sin un punto exacto en el paso, pero con miles de conexiones inexplicables que al final conducen a lo inevitable. 


Hace unos años apenas me interesaban las cosas como esta. Solía salir de casa a la universidad, de la universidad al gimnasio y, de este de nuevo, de vuelta a casa. Y así hubiese continuado mi vida, sin cambios, ni giros inesperados, arrebatadores momentos de incertidumbre y dudas que cuestionasen mi integridad moral. Yo era una persona normal, tan normal como cualquier otra. De esos que se preocupan por sus notas, por su peso y qué harán en el fin de semana. Pero a veces, como me sucedió a mí, se interpone algo en el planing de la vida, y sin saber muy bien cómo, terminas cambiándolo todo.


Me llamo Zhang Yixing. Nací en Changsha, una ciudad de la perfectura de Hunan en China. Me crié principalmente con mis abuelos, ya que mis padres estaban muy ocupados intentando traer algo de dinero a la familia. Soy de origen humilde y siempre me han enseñado que hay que valorar lo que se tiene sin dejar de aspirar a conseguir más, dando las gracias por su puesto. Mi abuela era una mujer increíble, siempre conseguía que cualquier cosas pareciese posible, solía decirme, que con trabajo duro todas las metas son alcanzables; mi abuelo, por el contrario era un hombre muy testarudo y bastante pesimista, pero solía mantener esa faceta algo oculta. 


Viví con ellos hasta que cumplí los doce años y terminé la educación primaria; fue entonces cuando me mandaron a vivir con mi madre a Nueva York. Al principio me costó mucho adaptarme, no sólo al lugar sino también a ella. Habíamos hablado algunas otras veces por vídeo llamada, pero el tenerla al lado fue algo para lo que aún no estaba preparado. 


Mis padres se divorciaron cuando contaba con siete años; no me dolió mucho, apenas les veía como una pareja, ya que cada uno de ellos trabajaba en una punta diferente del mundo y nunca habíamos convivido los tres juntos. Pero aún así la gente fingió que sentía pena por mí y yo correspondí como se esperaba. Mi madre había encontrado un trabajo como secretaria para una importante marca de ropa deportiva en sus sucursales en Nueva York, y mi padre se había quedado como promotor musical en Corea del Sur. Cuando alcancé la secundaria y mis abuelos decidieron, con desolación, que necesitaba un ambiente mejor para desarrollarme, no lo dudaron y me enviaron a vivir con mi madre.


A pesar de estar divorciados, y de que mi padre tuviese una nueva esposa, mi madre y él continuaban hablándose con normalidad a través de llamadas telefónicas y vídeo llamadas por Skype. Yo normalmente me negaba a unirme a ellos, no porque les detestara ni nada por el estilo, era simplemente que no me apetecía. Poco a poco descubrí que me gustaba tener mi propio espacio y que quizás era más solitario que algunos otros adolescentes. 


No me gustaban los ordenadores, ni tampoco los objetos electrónicos, me daban dolor de cabeza y me resultaba un esfuerzo innecesario aprender a utilizarlos. Por supuesto que tenía teléfono móvil, no era un hombre de las cavernas, ni un anti sistema, simplemente era que no me apasionaba para nada ese mundo. Yo prefería la música; sentarme en el patio de mi casa y acariciar las cuerdas de mi guitarra, tumbarme sobre la hierba de algún césped perdiendo las horas mirando el cielo, golpear inconscientemente las teclas de mi piano electrónico hasta encontrar algo con sentido; apoyarme en el marco de la ventana de la azotea, con las piernas asomándose al tejado mientras escribía tonterías sensibleras en una vieja libreta medio deshecha.


No era un chico normal según las palabras de mi madre. A veces, cuando tenía un mal día, solía entrar en la casa gritando que no sabía a quién había salido yo o qué sería de mí en la vida en un futuro. Pero yo jamás escuchaba del todo aquellas palabras, me colocaba los cascos de música y le daba al play en mi reproductor mientras la melodía de guitarra de Sungha Jung y su Felicity me llevaba a un lugar un poco más feliz.


Nunca consideré que mi juventud fuese complicada. Me alegro de haber tenido una casa en donde vivir, y que jamás me faltase la comida. Mis padres, aunque estuviesen lejos, nunca me privaron de caprichos, pero jamás fui un niño caprichoso; me conformaba con mis instrumentos y mis dulces momentos a solas. 


Cuando superé la secundaria me decidí a estudiar periodismo. Me hubiera gustado estudiar algo más relacionado con la música, pero en mi familia se mostraron escépticos con la idea y, al meditarlo mejor, acabé por ceder. Después de todo quizás no hubiera sido buena idea convertir aquello que me hacía tan feliz en un trabajo, podía haberle perdido el gusto.


Los primeros años de universidad fueron bastante normales. Me mudé a un piso compartido con un chico que se llamaba Luhan, también chino como yo. No sucedió nada interesante en aquel lugar, por lo menos por mi parte, porque Luhan resultó ser un chico bastante solicitado, tanto por hombres como por mujeres. Luhan era atractivo y no le costaba nada relacionarse con las personas. Envidiaba muchas cosas de él, pero al mismo tiempo me daba bastante pena.


Su teléfono móvil no dejaba de sonar, ya fuesen llamadas de nuevos pretendientes, como mensajes de antiguos amantes intentando reclamar un poco de su atención. Pero a pesar de su inmensa fama, Luhan era un chico agradable con el que, poco a poco, terminé teniendo conversaciones hasta bien entrada la madrugada. Luhan preparaba un té de hierbas aromáticas con cierto toque a vainilla que siempre he adorado; incluso ahora, que ya no vivimos juntos, solemos quedar para volver a rememorar aquellos momentos, con una taza de su delicioso té entre las manos.


Luhan fue y es alguien muy importante para mí, porque si no hubiese sido por él, jamás hubiese vivido lo que viví, y obviamente no me encontraría en donde me encuentro ahora mismo, contando esto.


Me encontraba en mi último año de carrera luchando por ver la luz mientras una montaña de apuntes caía sobre mi cuando Luhan entró como un torbellino en mi cuarto.


—¿Qué voy a hacer Yixing? —comenzó a preguntar llevándose las manos a la cabeza— ¿Qué voy a hacer?


Obviamente no entendí a qué se refería. Luhan tenía la mala costumbre de convertirlo todo en un drama sin ni siquiera dar información previa a lo sucedido. Suspiré con calma, me coloqué bien las gafas y asomé mi cabeza de entre la pila de libros.


—¿Qué es lo que pasa Luhan? —intenté preguntarle con tono calmado.
—Es hoy, Yixing, hoy es el día de la actuación y no puedo ir.


¿La verdad? No sabía de qué me estaba hablando. He de reconocer que en muchas ocasiones, sin darme cuenta, suelo perderme en mi propio mundo y no escucho. No es que lo haga aposta o a mal, es simplemente que mi capacidad de concentración es comparable a la de un felpudo. 


Pero Luhan me miraba, me observaba atentamente clavando sus ojos de ciervo asustado en mi esperando una respuesta, debía de ser rápido. Pensé en todo lo que recordaba de aquella semana y la anterior. Luhan había terminado su carrera el año pasado, había estudiado algo de… ¿espectáculos, moda? Algo así y que le hacía estar rodeado de gente muy importante, glamurosa y guapa; algo que realmente le pegaba muy bien.


—¿Actuación? —confesé finalmente mi desinterés por sus asuntos de la farándula y el ciervo se convirtió en un furioso toro que se lanzó a mis libros y los tiró al suelo buscando poder ver mi rostro al completo.
—La prueba para entrar a formar parte del staff de A.J.
—¿A. J.? —pregunté muy lento pronunciando aquellas siglas en inglés y masticando los sonidos intentando encontrarle un sentido. Pero no, no se lo encontraba —¿Qué es eso?
—¿En qué mundo vives Yixing? —resopló ofendido Luhan dejándose caer sobre mi cama—. A.J. es el cantante R&B más famoso del momento. Canta, baila, es modelo, incluso se está preparando para grabar un película cerca de aquí. ¡Lo sabe todo el mundo!


«Lo sabe todo el mundo» —pensé para mí mismo. La verdad es que me daba igual lo que supiese todo el mundo, yo tenía una examen la semana que entraba y me daba igual A.B. o como quiera que se llamase ese tío. Pero Luhan parecía histérico.


Se levantó y caminó por la sala hablando sin parar, enumerando todos sus grandes éxitos: las marcas de ropa con las que había firmado, todos los anuncios que había grabado, sus premios y lo guapo que era. A mi sinceramente me dio exactamente igual. Yo no escuchaba esa clase de música, prefería el dulce sonido de mi vieja guitarra o las melodías de mi teclado que cualquier música electrónica y embotellada. Pero Luhan parecía dolido por algo, y mis abuelos siempre me habían enseñado que había que ser amable con la gente a la que aprecias.


Me levanté de mi silla y me coloqué justo enfrente de Luhan. Le miré a los ojos, posé mis manos sobre sus hombros y le pregunté:


—¿En qué puedo ayudarte?


La cara de mi astuto compañero de piso se iluminó al momento y su sonrisa se alargó de manera que parecía ocupar todo su dulce rostro de muñeca. 


—¿Podrás sustituirme?
—¡Sustituirte! —exclamé apartándome del embaucador con cara de ángel.
—¡Oh por favor Yixing! No tengo a nadie más. Si me fallas tú habré perdido el trabajo, y es el trabajo de mi vida.


Suspiré pesadamente y me odié a mí mismo por decir lo que estaba a punto de decir.


—Lo haré —respondí a regañadientes-—, aunque aún no sepa lo que se supone que debo hacer.
—¡Oh muchas gracias Yixing, te debo el cielo!
—Me debes demasiados cielos Luhan —resoplé derrotado.
—No te preocupes no es nada complicado. Sólo tienes que ir esta noche a la dirección que luego te escribo y presentarte para bailar como backdancer de A.J.
—¿Bailar? Pero si yo jamás he bailado en público —me excusé.
—Pero si en casa, te tengo visto y lo haces mejor que bien. Venga Yixing no me puedes dejar tirado, lo necesito.
-—Pero Luhan, no me sé el baile, y además ¿por qué no puedes ir tú?


En ese momento sus ojos de niño travieso brillaron con picardía y supe que no podía ir porque tenía una cita. Quise matarle, pero soy demasiado bueno e idiota, y no lo hice. Además no sabría como deshacerme de un cadáver tan grande, y estaba seguro de que al final me cogería la policía y no habría sido tan buena idea.


—Yo te enseñaré el baile, no es muy complicado. Es solo una actuación de presentación, algo de muestra. En unas horas fijo que ya la tienes. 


Luhan me había tomado por un bailarín experto, pero ya le había dicho que iría así que no pude negarme y comenzamos a aprender aquel dichoso baile.


Cogí un autobús en dirección al lugar que Luhan me había escrito en la nota. No estaba muy lejos de nuestro piso así que no tardé demasiado. No estuve muy seguro de cómo vestirme para eso, así que considerando que iba a bailar me puse lo más cómodo que tenía en el armario. A eso de las 22:00 me planté en la puerta de un enorme estadio con mis pantalones anchos, mi sudadera y mi gorra. Agarré con fuerza la placa identificativa que me había dado Luhan y mandé mi corazón, nervioso y agitado, de una patada lo más lejos posible.


No me pusieron impedimentos para pasar. Al parecer Luhan había comunicado que no se encontraba en buen estado de salud y que mandaría a un buen amigo a sustituirle. «No se encontraba en buen estado de salud», que maldito embustero rubio, me hubiese gustado verle la cara mientras mentía y golpearle con un libro pesado en la cabeza, uno de esos libros con los que debería de estar yo en vez de en aquel lugar, a punto de pintar el mayor de los ridículos en público.


El tipo que estaba en la puerta me miró como si fuese un condenado a muerte, de arriba abajo, y luego, tras examinar mi pase unas doce de veces y hacer unas veinte llamadas a la central, me dejó pasar. Me dijo que siguiese a la azafata hasta la sala de ensayo previo a la actuación. Resoplé mentalmente, al menos habría un ensayo antes de actuar.


La chica que me guió hasta aquel sitio era lo que se suele llamar una super modelo; no estaba seguro de si realmente era famosa o algo, pero si no era así debería de serlo. Era alta y rubia, con las piernas largas y la minifalda corta; llevaba el pelo recogido en un moño alto, muy formal, y los ojos y el resto de la cara muy bien maquillados. 


Fue entonces cuando me fijé en que la gente de aquel lugar era extremadamente guapa. No todos eran muy altos pero sí que eran muy atractivos, los chicos, ninguno de ellos tenía sobre peso (me sentí culpable por haber estado descuidando mis actividades en el gimnasio aquellos días), todos llevaban ropas de marca muy caras, peinados de peluquería y maquillaje de profesionales. Entre todos aquellos yo parecía el pegote de chicle que se queda incrustado en la bota por días y del que no te das cuenta de que está hasta que lo tienes que raspar con un cuchillo para deshacerte de él. 


Un tipo delgado y con cara de enfermo, que dijo llamarse Jay Stomp, entró por la puerta como un espectro y la mirada perdida. Comenzó a llamar nuestra atención dando palmas sobre su cabeza y luego se puso a bailar. Lo hacía muy bien, más que Luhan, que era con el único con el que lo podía comparar. Me pregunté si él sería aquel tal A.J. pero, tras terminar de bailar, nos comentó que era el encargado de preparar a los backdancers. Así que ensayamos unas cuantas veces, y hasta que estuvo medianamente contento con el resultado, no nos dejó marchar. 


Pensé que había pasado mucho más tiempo, pero en realidad apenas había pasado una hora. Normalmente no suelo moverme, confieso que me gusta bailar, pero más bien para mí mismo. Soy, y he sido siempre, una persona sedentaria, mi cuerpo fue diseñado para acciones de interior. Mis piernas son cortas, casi no tengo culo, y mi tronco, ancho y más largo de lo que debiera, es ideal para estar tumbado en una cama o sentado en una silla. Cuando era pequeño mi abuela siempre bromeaba con el tamaño de mi cabeza, solía decir que era así de grande porque estaba predestinado a crear grandes cosas, y como tendría que pensar mucho, Dios ya me había dado una gran capacidad para que la fuese llenando.


Jamás me había sentido ni ofendido ni excluido por mi cuerpo. Las palabras del resto de la gente podrían intentar herirme, pero solía ignorarles a todos. Bien pequeño, me había dicho a mí mismo, este es tu cuerpo Yixing, puede que no sea un cuerpo ideal, el mejor del mundo, pero es en el que vas a tener que vivir toda tu vida, y es bastante cómodo, así que lo demás que digan lo que quieran, que ellos no saben lo bien que se está viviendo aquí.


Supongo que en el fondo era más humano de lo que había pensado, y el estar rodeado de gente tan increíble, en todos los aspectos, hacía sentirme algo acomplejado. Así que, sin darme cuenta, comencé a analizarme. Mi nariz era demasiado ganchuda, mis ojos se hinchaban con facilidad, mi cutis era un desastre, mi barriga estaba poco trabajada en comparación con el resto, mi ombligo muy arriba, mis dedos muy cortos, mi piel demasiado pálida y mis cualidades como bailarín bastante discutibles. Pero me mantuve en el fondo, escondido por la mayoría de los participantes, y entre tanto musculoso alto y estrellas porno del baile, pasé bastante desapercibido.


Nos dijeron que en media hora saldríamos a escena, y yo no podía estar más nervioso de lo que estaba. Recuerdo que entraron unas chicas, todas vestidas exactamente igual, con unas bolsas que comenzaron a repartir entre los bailarines. Nos dijeron que eran nuestras ropas, que nos las pusiésemos y que fuésemos lo antes posible a maquillaje y peluquería.


Pensé fugazmente en Luhan y su cita nocturna. Pensé en lo cómodo que estaría en mi cama con mis libros, o en el parque que había cerca de mi casa tocando un poco la guitarra. Pero no, ahí estaba, buscando un hueco en donde cambiarme de ropa con algo de intimidad. Al final lo conseguí escondiéndome detrás de unas cortinas. No fui el primero en terminar de vestirme ya que todavía quedaban bastantes personas tras de mi sin terminar de vestirse. Supongo que la costumbre les hacía tomárselo con más calma.


Me peinaron y me maquillaron. Aquello resultó a la par extraño y agradable. Observé mi rostro en el espejo y comprobé que Luhan no había mentido cuando comentó que el maquillaje le sentaría muy bien a mis ojos. Además aquel peinado semi despeinado y ondulado me hacía cabezón y me daba un aire más dulce del que realmente creía tener. 


Comprobé el reloj. Faltaban unos cinco minutos así que me daría tiempo a ir al baño a vaciar el canario. Sí, lo sé, sé que no es una forma muy educada de decirlo, pero que queréis que os cuente, todos somos humanos y mear es natural. Además me moría de ganas.


Al principio no encontraba el cuarto de baño, pero al final, tras buscar y buscar encontré uno. Me asombró lo limpio y caro que parecía. Todo blanco y con decoraciones doradas, se notaba por todos lados que en aquel sitio había mucho dinero, incluso los orinales parecían de nácar y oro. Pensé para mí mismo que si yo tuviese esa clase de baño en mi casa me mearía antes en la mano que ensuciarlo. Con lo bonito que era daba pena mearle encima.


Me lave las manos en el lavabo, y salí con intención de salir corriendo a la zona de los bailarines, cuando me tropecé de golpe con alguien que iba a entrar.


—Lo siento —balbuceé torpemente desde el suelo.
—No pasa nada, la culpa ha sido mía —me respondió el otro tendiéndome la mano.


Fue entonces cuando le vi. No era muy alto, tenía la piel morena, los ojos pequeños y rasgados, los labios gruesos y el cuerpo delgado y musculoso. Mis ojos corrieron ansiosos toda su extensión, desde su cara que me sonreía con ternura a su pecho cubierto apenas por una camiseta sin mangas, bajando hasta sus piernas vestidas con un pantalón ancho parecido al que nos habían dado a los bailarines. Llevaba gorra pero por debajo de ella asomaban unos pelillos divertidamente erizados, como si aún no se hubiese peinado. Jamás había visto a alguien como él, porque a pesar de mi falta de atención, alguien así no se podía olvidar.


Me levanté del suelo estrechando su mano y le devolví la sonrisa con cierta torpeza nada premeditada. Me di cuenta entonces que era más bajo que yo pero seguramente mayor en edad. Estaba maquillado y sus labios brillaban de una manera deliciosa. Por un segundo me imaginé a mí mismo lanzándome a morderlos pero me contuve. Yo no era de esa clase de personas. 


Me fijé en que abrió un ojo analizándome y me sentí algo más incómodo; rompí el contacto con su mano y salí corriendo del lugar sin ninguna explicación más. Cuando llegué a las bambalinas me acaricié la mano. El tacto de su piel había sido tan suave, aún podía sentirlo en mi mano, como si en vez de piel le recubriese una seda color bronce. 


Reconozco que me sentía bastante absurdo pensando aquello, principalmente porque jamás me había sentido atraído por nadie antes, no de esa manera. No quiero que se malinterpreten mis palabras. Claro que en alguna ocasión había sentido la llamada del instinto animal y había salido a “pasarlo bien”; o había visto a alguna chica, o chico, de los que traía Luhan a casa y pensaba que estaban bastante bien. Pero jamás había sentido la atracción que aquel extraño me había provocado.


La espera terminó al final y por suerte, nos dieron algo más de tiempo, lo cual me vino genial para regresar del baño; y entonces salimos al escenario para colocarnos en nuestras posiciones. Allí le vi por segunda vez.


Estaba de espaldas en el centro del escenario, pero aún así supe que era él. Me quedé totalmente atónito cuando comprendí de quien se trataba. ¡Dios mío había sido un idiota! ¡Aquel chico era A.J.! Quise que la tierra abriese su enorme boca de fauces afiladas y me devorase bocado a bocado sin dejar ni la suela de mis nuevas deportivas, pero no sucedió nada. Cerré los ojos y me dije cinco palabras para tranquilizarme, después de todo simplemente había chocado con él, nada más. Esperé a que la música sonase pero continuó sin pasar nada.


Escuché que alguien caminaba hasta mí, y en cuanto sus pasos se pararon, tragué saliva y abrí un ojo. ¡Ojalá la tierra tuviese boca! Ahí estaba, mirándome directamente, sonriendo divertido, como si aquello le emocionase. Como si haberse parado en medio de un escenario delante de todas aquellas fans observando fuese un juego divertido. Se inclinó y me susurró.


—¿Cómo te llamas?


Percibí la sensación cálida de su aliento acariciándome la nuca y un escalofrío me recorrió todo el cuerpo e hizo templar mis rodillas. Me aparté casi al momento y él volvió a sonreír aun con más felicidad.


—Yixing… —contesté con un hilo de voz demasiado bajo como para haber salido de mi—. Zhang Yixing.


El cantante de éxito volvió a aproximarse. Parecía que le daba igual que el resto de bailarines, staff , prensa y fans estuviesen ahí; cosa que yo no podía hacer. Me agarró con su mano derecha por el hombro y clavó sus ojos asiáticos y oscuros en los míos.


—No hay ningún Zhang Yixing en la lista —volvió a hablar tomándose su tiempo— ¿A quién estás sustituyendo?
—Luhan… —musité todavía nervioso.


Tenerle cerca no me dejaba pensar bien, me ponía inquieto. Todo en el desprendía seguridad y aquello hacía que me sintiese demasiado indefenso en su presencia. Quería imponerme y contestarle como yo solía hacer, sin miedo ni tonterías, pero no dejaba de mirarme, de tocarme y aquello me estaba alterando más de lo normal.


¿Es este el poder de las personas famosas? ¿De los ídolos? 


A.J., dije en mi mente lo más rápido que mis neuronas me permitieron. Le visualicé delante de mía, que era donde estaba, pensé en que cosas sabía de él. Jamás veía la televisión, los programas de cotilleo me aburrían; tampoco leía revistas, al final siempre me terminaban por resultar frívolas, pero Luhan había hablado de él como si fuese una gran estrella realmente importante. Dicha persona se había parado frente a mí y me estaba hablando. En ese momento deseé haber sabido algo más de él.


—Quiero que baile delante. Quiero que sea él mi pareja —exigió con aire arrogante a su mánager.
—Pero A.J. —intentó disculparse él.


Es muy posible que la disculpa del mánager hubiese sido acertada. Yo no tenía experiencia ni tampoco el nivel necesario para hacer lo que estaba pidiendo, además nunca había trabajado con él. ¿Pero qué digo? ¡Jamás había bailado profesionalmente ni en público! Sin embargo, el famoso lanzó una mirada severa a su empleado y este agachó la cabeza concediéndole su capricho.


Al final, sin comerlo ni beberlo terminé bailando con el hombre más codiciado y deseado de aquella sala, y posiblemente de muchas otras salas a lo largo del mundo.


A.J. era increíble bailando. Yo no soy un profesional, pero se reconocer a alguien bueno cuando lo veo. Como comenté antes, en mi familia se inculca la idea del trabajo duro para conseguir el éxito, y estoy más que seguro que ese chico había trabajado muy duro para conseguir estar donde está. Con cada movimiento, cada paso, cada giro de cintura, chasqueo de dedos, con cada mirada entre nosotros, pude comprender las palabras ocultas de su mensaje. 


Me quería.


No como algo sentimental o algo profundo, sino como algo a lo que poseer. Me di cuenta de que yo era una presa para ese depredador con gorra, y lo peor de todo, se lo permití. El sentimiento que me inundó al reconocerlo me hizo sentirme como si realmente fuese alguien importante, y aunque me avergonzaba reconocerlo, aquello me daba ganas de sonreír.


Mi abuelo solía bromear sobre la gente famosa. Decía que eran como pavos adornados con mil plumas vendiendo algo que realmente no valía tanto precio. Siempre lo murmuraba cuando observaba a los grandes artistas chinos actuar en la televisión de pequeño. 


Recordé fugazmente un día en el que, siendo aún muy niño, le había dicho que quería ser artista. Él se había levantado de su viejo sofá orejero y había caminado hasta la cocina. 


—El arte no da de comer pequeño —había gritado tan alto que hasta le hubiesen oído los vecinos que vivían en la casa del final de la calle—. El mundo del arte está lleno de mentirosos y embaucadores. Te confunden con sus palabras bonitas, sus buenas formas y su atractivo visual, pero en el fondo todos son igual, están podridos por dentro. Nadie es feliz en ese trabajo. No, pequeño, nadie es feliz ahí.


Las palabras de mi abuelo recorrieron mi mente como un relámpago en el cielo y clavé mi mirada en los ojos de A.J. Me pregunté si dentro de tanto color, tanto esfuerzo, dedicación y arte, también se encontraba un corazón podrido y alguien condenado a odiar algo que, sin duda, parecía haber amado en algún momento. Sentí pena, pero no lo demostré. Me esforcé todo lo que pude, y mucho más, en continuar bailando, siguiendo su ritmo, sin dejar ni uno solo de los pasos a un segundo desacompasado. Al final, cuando la música cesó, me paré y el público aplaudió con fuerza.


Sabía que ninguno de esos aplausos era para mí. Sabía que todos eran para él, para la estrella más brillante de aquel escenario. No obstante, cuando levanté la vista para observarle, no le encontré sonriendo sino completamente serio, con la mirada puesta en mi, al igual que un búho haría sobre su presa. Me sentí nuevamente indefenso pero no amedrenté y le devolví la misma mirada. Seria y dura, directamente a esos ojos oscuros que parecían esconder una sombra que atormentaba tanta feliz externa.


A.J. apartó la mirada con rapidez y salió del escenario. El mánager se acercó a mí y me dio las gracias por haber accedido de buena manera su capricho. La verdad es que tampoco me lo habían preguntado. Me dieron un sobre con algo para Luhan y me indicaron a donde podría ir a quitarme la ropa para devolverla.


Caminé hasta el camerino con el móvil en mano intentando localizar a Luhan, pero el muy caras había puesto su buzón de voz. Agarré el aparato y le grité lo más alto que pude.


—Ya te has divertido bastante Don Juan de pacotilla. Contesta al teléfono o no sabrás nunca lo que pone el sobre que me han dado para ti.


Colgué con una sonrisa triunfante en los labios. La verdad es que me había sentado bastante bien bailar, podía sentir cómo la energía corría por todo mi interior gritando que la liberase, y hacía mucho tiempo que no me sentía así. Entré en la cabina que me habían dicho. El interruptor no funcionaba así que dejé la puerta algo arrimada para poder ver con la luz del pasillo. Escuché como la gente salía del lugar dando portazos y me pregunté si sería el último. A veces soy demasiado lento para algunas las cosas, sobre todo para las que requieren poco tiempo para ser pensadas.


Comencé a desnudarme y a doblar la ropa dejándola sobre una silla. Me pregunté si la echarían a la lavar y me imaginé que sí, porque si no sería un asco tremendo que alguien las volviese a usar. Estaba desabrochando el pantalón cuando una corriente de aire golpeó la puerta cerrándola a mis espaldas


—¡Mierda! —exclamé asustado.


Me giré para comprobar que todo estaba bien, pero no veía nada. Volví a pulsar el interruptor que continuaba sin funcionar. Fue entonces cuando sentí como algo frío subía por mi espalda.


—¿Pero qué cojones? —pregunté, aunque en realidad lo que quería era mandar a la mierda a quién quiera que estuviese gastándome esa broma—. Si eres tú Luhan —proseguí—, no tiene gracia.
—No soy Luhan —escuché que decía una voz suave y seductora en mi oído—, pero si le permites este contacto a ese chico, no me importaría decir que sí lo soy.


De nuevo el escalofrío recorriendo mi cuerpo y la sensación de que mis piernas pasaban de sólido a liquido sin explicación. Me sentí un idiota, sabía que ese arrogante cantante se pensaría algo de mí que no era.


—No soy como crees —le expliqué con voz firme. Que no hubiese luz en ese momento, más que una desventaja, parecía todo lo contrario.
—¿Y qué crees que pienso? —replicó en tono burlón.
—Crees que soy como uno de vosotros, pero no es así. Yo no soy tan fácil.
—¿Uno de nosotros? —Le escuché reír y aquello me molestó mucho más.


Agarré mi ropa y me dispuse a salir del cuarto, pero la puerta no abría. Golpeé el pomo con fuerza pero no conseguí moverla. Supe entonces que aquel cabrón me había encerrado y que sus intenciones no serían buenas.


—Ya sé que no eres uno de nosotros, se te nota en todo. Aunque he de reconocer que tienes madera de bailarín.


No le respondí. No pensaba seguirle el juego, me mantendría en mis trece y al final todo quedaría en un estúpido accidente aislado, pero aquel idiota no dejó de hablar, estaba obstinado en fastidiarlo todo. Le sentí caminar hacia mí, rozando con su mano mi pecho que todavía estaba desnudo, bajando y subiendo su dedo por la línea poco dibujada de mi vientre. Me mordí el labio, no quería que sintiese que aquello me estaba poniendo nervioso.


Por lo general no soy creyente, pero en aquel momento le di las gracias a todos los dioses y santos posibles de casi todas las religiones del mundo porque la luz continuase estropeada.


—¿Te gusta? —murmuró en mi oído, y odié y deseé al mismo tiempo aquella mala manía que parecía haber cogido sobre hablarme en susurros tan cerca de mi cuello.


Me agarró por la cintura para evitar mi caída y entonces le miré. Sabía que no podía verle, no había luz, pero estaba seguro que en medio de aquella habitación en penumbras me observaba con sus ojos oscuros. Sentí vergüenza, pero me mantuve firme y le aparté de un empujón.


—Te propongo un juego —comenzó a decir y le escuché mover una silla, por lo que supuse que se habría sentado en ella—. El primero que logre hacer gemir al otro conseguirá una mamada por parte de este.


—¡¿QUÉ?!


Stop, stop, ¿había dicho lo que creía haber oído? Este tío se pensaba que yo era una especie de puto, o algo peor, una especie de puto privado sólo para él. Aquello no me gustaba, así que sin decir nada golpeé la puerta con una patada intentando derribarla.


—Puedes darle las patadas que quieras pero es una puerta de acero, no conseguirás derribarla. Cambiemos la apuesta entonces. Si consigues hacerme gemir, abriré esa puerta. Si lo consigo yo antes, tendrás que chupármela. Antes te estuve observando, tus labios son preciosos, y la manera en la que te los muerdes… —hizo una pausa muy larga. Supe que se había levantado y que había caminado de nuevo hacia mí. Le noté agarrándome por la espalda y acariciando mis brazos— me dan ganas de ser yo quien los muerda.


Quería darme la vuelta y apartarle, de verdad que quería, pero la carne es débil y él muy condenado había encontrado el lugar en donde era más débil. Mi cuello. Abrió la boca y, de nuevo, su aliento cálido acarició mi cuello. Cerré los ojos y me concentré todo lo que pude por no apartarle de un codazo.


—Sé —comenzó a decir— que te estás mordiendo esos labios de nuevo. Sé que si sigues así, acabarás por hacerte sangre y entonces me veré obligado a lamerlos y a castigarte. Sé un chico bueno Yixing.


La manera en la que pronunció mi nombre era demasiado seductora. La manera en la que acariciaba con sus dedos mi pecho, subiendo y bajando lentamente por él, torturaba cada parte de mi piel expuesta, de mis pezones, de mis costados. Le odiaba, y no le conocía; le deseaba, y continuaba sin saber nada más de él. 


Me sentía sucio y depravado, como uno de esos chicos gays que acuden a los baños públicos a tener relaciones a escondidas. Me sentía peligroso y malo. Me sentía como jamás me había sentido antes: lleno de vida y con el corazón en un puño, latiendo sin cesar a punto de sentenciarme en aquella maldita apuesta que ni si quiera había aceptado.


Percibí como bajaba la mano hasta mi cintura y como jugaba con sus dedos por la cinturilla del pantalón de baile que todavía no me había quitado. Pensé en que aquello era tan molesto como excitante, pero continuaba como un idiota sin moverme. Supongo que mi subconsciente me estaba dando una lección sobre mí mismo. Eres un cerdo, me decía, están a punto de tocarte la polla y tú ahí sin moverte ni hacer nada, en el fondo quieres ir de casto pero esto te gusta tanto más que a cualquier otro.


Hubiese deseado que aquella maldita voz en mi cabeza se callase, que no continuase dejándome en evidencia, pero cuando abrí la boca para protestar —justo en el mismo momento en el que la mano de A.J. se escurrió con demasiada facilidad por entre mis calzoncillos— no fueron palabras lo que salieron por mis labios, sino un maldito y puñetero gemido.


No podía verle, pero sabía que estaba sonriendo con la mayor y más triunfante de las sonrisas y deseé poder ser más directo y partirle la cara de un puñetazo, pero en vez de eso simplemente resoplé un “mierda”. Le escuché reír. Aquella maldita risa me estaba poniendo todavía más nervioso de lo que ya estaba.


—Has perdido —sentenció con evidencia.
—Lo sé —respondí sorprendido de mi propia voz.
—¿Cumplirás entonces tu promesa? —continuó hablando a mi espalda.
—Yo no prometí nada —le reproché.
—Pero tampoco te negaste, y es bien conocido que el silencio otorga y aquí nadie hace nada si dos no quieren.
—Es dos no hacen nada si uno no quiere —le corregí.
—Lo que sea —me respondió quitándole importancia—. Te ha gustado como te he tocado, como he acariciado cada parte de tu cuerpo parcialmente desnudo con mis manos. Te has puesto cachondo.
—Cualquiera lo haría, no soy de piedra —protesté en mi defensa.
—Parece que todo lo contrario, jamás había estado con alguien que perdiese tan rápido.
—¿A sí? —le respondí con burla en mi voz—. Eso será porque yo no soy como el resto. A mí no me interesan estas cosas.
—¿Me estás insinuando que eres virgen?
—¡No! —exclamé elevando más de lo que pretendía el tono de voz.


Recordaba aquella horrible primera vez con Yifan años atrás en un viaje de vuelta en el pueblo; aquello fue un error que nos distanció, él se volvió demasiado insistente y aquello terminó por saturarme. También estaba aquella otra vez con un amigo de Luhan, pero que no pasó de besos y caricias leves. Pensé que quizás sí que era bastante inexperto comparado con A.J., alguien que seguramente ya se habría pasado a más de dos por la piedra.


—Yixing —me llamó, y su voz sonó tierna y cercana por primera vez—. No voy a obligarte a hacer nada que no quieras. 
—¿Por qué?


No estaba muy seguro de por qué había preguntado aquello, pero las palabras salieron de mi boca disparadas sin haber sido meditadas con el suficiente tiempo. En el fondo era lo que quería preguntar. Por qué yo, por qué no cualquiera de los otros.


A.J. se tomó su tiempo para responder, separándose y caminando hasta situarse delante de mí. Sentí como me acariciaba la cara con la palma de su mano, muy despacio, aprovechando aquel momento de intimidad totalmente a oscuras.


—Porque eres especial.


Sabía que respondería eso, resultaba bastante predecible, pero lo que yo quería saber no era ese por qué, sino uno más profundo, aquel que escondía en el brillo oscuro e intenso de las sombras de sus ojos.


—Porque no eres como ellos, no eres como los demás. Lo supe en el mismo momento en el que te vi cruzar la puerta —prosiguió sin apartar el contacto de su piel de la mía—. Tu manera de andar, de mirar todo lo que te rodea; esa emoción por la vida, ese desinterés por lo que a todo el mundo le llama la atención. Cuando te vi ensayando en la sala decidí que tenías que ser mío, te seguí hasta el cuarto de baño y entonces te analicé. No perteneces a este mundo, necesito hacerte mío.
—No soy un objeto —protesté furioso, aunque no podía negar que aquellas palabras me había emocionado. En el fondo me hacían sentir como nadie lo había hecho nunca—. No puedes pretender decir cuatro cosas bonitas y que me vaya a arrodillar para meterme tu nabo en la boca.


A.J. se dio otro tiempo para responder.


—No, Yixing, no pretendo eso. Pretendo que oigas más allá de lo que estás escuchando, y que te atrevas a vivir por una vez en tu vida. Que te arrodilles o no a chuparme la polla ya es secundario. Lo que quiero, maldito malcriado contestón, es empotrarte contras las paredes de este cuarto y follarte hasta que te quedes sin voz de tanto que vas a gritar.


Sin palabas. Sinceramente me quedé sin palabras. ¿Qué le iba a contestar? No se me ocurría nada, así que simplemente me quedé callado. Sentí que me agarraba por los brazos dándome la vuelta y poniéndome de espaldas contra la pared, tal cual había dicho. En mi cabeza no dejaba de gritar, aléjate, déjame, pero por mi boca no salía nada. ¡Menudo estúpido! Mi subconsciente se burlaba de mí. Me llamaba cerdo, pervertido, y mil un adjetivos más para deshonrar mi integridad moral. 


Supongo que ante aquellas manos, aquellas caricias y sus malditos susurros en mi oído nadie podría resistir, buscaba excusas, pero lo peor es que era consciente de ello, y me sentía viviendo una de esas películas en las que el chico malo está intentando convencer de que no es tan malo como parece.


Y en parte eso era lo que sentía, pues la voz de A.J. era tan dulce, al igual que sus dedos que parecían querer memorizar cada parte de la piel de mi espalda. Pensé que podría pasarme así toda la noche, sintiendo como las yemas de aquellos dedos jugaban a contar lunares en mi espalda en aquel cuarto oscuro. 


Le dejé que me quitase los pantalones y que su lengua bajase por el surco de mi espalda hasta el final de la misma. Un escalofrío me partió en dos y, antes de que pudiese reprimirlo, un gemido, largo y profundo, se escapó de mis labios.


—He ganado —me susurró triunfante subiendo hasta mi oído.


Y de nuevo me hubiese dejado derrotar por el contacto de aquellas manos, aquella lengua, aquel misterioso desconocido, que a pesar de la oscuridad intuía que sonreía con esa maldita cara de ángel que también escondía al demonio que llevaba dentro.


—Ahora ya sabes lo que tienes que hacer.


Me agarró de la nuca y me hizo arrodillarme, quise oponerme pero resultó más fuerte de lo que esperaba, así que finalmente me mostré más sumiso de lo que realmente soy. Supongo que en el fondo también me hacía ilusión hacerle creer que llevaba las riendas de aquel extraño juego suyo.


Oí como bajaba la cremallera de sus pantalones y los dejaba caer. Entonces sentí su miembro acariciando mi cara y cerré los ojos tomando aire. Lo agarré entre mis manos. Era gordo y estaba hinchado, tan duro que podía sentir sus venas palpitando por su longitud. Elevé la cara buscando su rostro a pesar de que ninguno de los dos podíamos vernos y musité en un tono de voz demasiado bajo, esperando que no me oyese:


—No sé, es…
—¿No me digas que jamás lo has hecho? —respondió divertido el engreído cantante—. Esto se presenta más divertido de lo que esperaba.


Me agarró la cara, justo por el mentón, y aquello por extraño que fuese me tranquilizó. Noté como se aclaraba la garganta y su voz sonaba más calmada y cercana, sin dejar de sentirse dulce y armónica.


—Primero tienes que usar tu lengua Lámela despacio, al igual que un caramelo. Primero desde la base hasta la punta.


La observé, o por lo menos al lugar que ocupaba el trozo de carne que sujetaba entre mis manos. Me lamí los labios y comencé a seguir sus indicaciones. Al principio sentía asco, pensaba en si habría acabado de mear o si en si se habría limpiado correctamente o seguiría sudado, pero poco a poco, cuanto más presión ejercía con mi lengua, más sentía como se endurecía y como su respiración se agitaba.


A.J. volvió a hablar, luchando para que su tono de voz no pareciese afectado por mi trabajo bucal.


—Ahora coge aire e introdúcela poco a poco. Concéntrate en respirar por la nariz, intenta no ahogarte al metértela en tu boca y sácala con un ritmo armónico.


Continué haciéndole caso y me la metí en la boca. Comencé a mover mi cabeza, sintiendo el choque contra mi garganta, pero recordé sus palabras y, aunque casi me ahogo al principio, me mentalicé para respirar por la nariz.


A.J. creía que estaba haciendo conmigo lo que quería, pero en realidad era yo quien hacía con él lo que se me antojaba. Era por mi lengua por la que se le estaba hinchando tanto la polla, era por mi boca por la que su pecho subía y bajaba cada vez más, y era por mi estupendo trabajo allí abajo por lo que no dejaba de gemir y sus piernas comenzaban a fallar.


Se apoyó contra la pared gimiendo más alto y moviendo sus caderas con fuerza contra mí. Me agarré a su trasero clavando con fuerza las uñas y profundicé la mamada utilizando todos los recursos que en el momento me parecieron los mejores, hasta que finalmente se corrió y sentí su semen llenándome la boca. Lo contuve un poco en ella pero se me derramó por una de mis comisuras. Supuse que aquello le gustaría, pero recordé que no podía verme.


En ese momento A.J. golpeó uno de los interruptores a su espalda y la luz apareció como por arte de magia. ¡Menudo cabrón, lo había planeado desde el principio! Recogió la corrida que se me escurría por la boca y se la lamió seductoramente. Se subió los pantalones y me miró con una sonrisa que no supe describir si como encantada o traviesa.


Caminó hasta la puerta y sacó la llave abriéndola y lanzándome otra a mí.


—Me llamo Lee Kikwang —me dijo sin girarse para verme a la cara—. Esas son las llaves de mi casa. Te estaré esperando. Te enviaré la dirección por teléfono móvil.
—¿Qué? —exclamé sin entender, todavía en el suelo.
Agarré las llaves y me coloqué la camiseta. Kikwang se giró con una sonrisa digna de un actor de éxito, como él era, y me guiñó un ojo.
—Señorito Zhang, a partir de ahora usted es mío, y de nadie más. A partir de ahora serás mi mascota.


Y así fue como le conocí. Como terminé siendo su sumiso, y como al final, poco a poco, descubrí que tras aquella sonrisa tierna y bajo aquel papel de chico rico perfecto y deseado —o ese maldito diablo vestido de cuero y látigo en mano—, las sombras que se escondían en el brillo oscuro de sus ojos tan sólo me estaban esperando a mí.

Notas finales:

Muchas gracias por leer y comentar, besitos unicornianos para todos!

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