Pesadilla.
—No quiero que me vuelvas a dirigir la palabra—exigió—. Mucho menos a llamarme Arthur.
— ¡Pero, Iggy...!
— ¡Que no me llames así! Cuando que dirigirte hacia mí tengas (y sólo puedes hacerlo en asuntos de vital importancia), hazlo por el nombre de 'Inglaterra', o 'Reino Unido'.
—No puedes pedirme eso, yo...
— ¿Lo ves? Todo es por ti y para ti, nunca piensas en nadie más. —Dio media vuelta, dispuesto a irse, pero antes agregó, con lástima—: Yo, desafortunadamente, era así antes, y por eso espero que encuentres algo con lo que no puedas ser egoísta. Para mí ese algo fuiste tú, y luego, me abandonaste. —La lástima se fue, y ahora lo único que sentía era la rabia revivida de aquel cuatro de julio—. Además, ahora tengo a Kiku, y él no me abandonará. —Cínicamente, sonrió al ver como el otro se desplomaba en el suelo, en el suelo de una guerra ya terminada.
Arthur lo había dejado al igual que él lo había hecho: Tirado en el lodo habiendo sido incapaz de dispararle a su amado, y habiéndolo perdido, tal vez para siempre, con nada que poder hacer para remediarlo.
Gritó despertándose a sí mismo. ¿Lo que vio fue real? ¿Dónde estaba él?
Miró para todos lados, confuso. Al notar que, efectivamente, se encontraba en su cama, en su habitación, se paró súbitamente -causando un leve mareo- y corrió escaleras abajo.
— ¡Inglaterra!—Lo encontró haciendo la comida.
— ¿Ya te despertaste? —Preguntó sacándose su delantal y dándose vuelta para poder verlo. Le sorprendió el abrazo que le propició América— ¿Ocurrió algo? ¿Te sientes mal?—Tomó sus mejillas con preocupación, usando ambas manos.
—Oye, Iggy—cómo se alegraba de poder llamarlo así... —, tú... nunca me dejarás por Japón ¿Verdad?—Sostuvo una de las manos del más bajo con dos de las suyas, sus ojos estaban vidriosos.
— ¿Ah? ¿Kiku? ¿Qué tiene él que ver con... lo que sea que te moleste?—Arqueó las cejas y lo miró extrañado.
Alfred negó un poco con la cabeza.
—No importa, sé que no lo harías, ya que no eres egoísta. —Sonrió y lo besó, causando que un rojo intenso cruce por sus mejillas.
— ¡¿Q-q-qué demonios crees que h-ha-ces?! —Tapó su cara con la mano izquierda frunciendo el ceño, avergonzado.
—Beso a la persona que amo... —Respondió a la obviedad más grande del mundo y, si era posible, el rojo se hizo aún más rojo.
Ese día, en la reunión mundial, Estados Unidos no se apartó ni un milímetro de Inglaterra -¡Ni siquiera cuando quería ir al baño!- y le estuvo dirigiendo miradas asesinas al pobre y confuso Japón todo el rato, haciendo que éste se aterrorice, y que Alemania, el pos de su aliado, lo golpee, causando que por esto Inglaterra le devuelva el golpe, siguiendo hasta por poco armar una tercera guerra mundial. Pero claro, ese tipo de cosas eran normales entre ellos, y eso les agradaba -o no terminaba de disgustar- a todos.
Simplemente todo era feliz así.
¡Fin!