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El beneficio de la duda por BlackBaccarat

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Notas del fanfic:

Llevo dándole largas a un montón de gente con esto...

Estreno cuenta. Qué guay —Era Baddest_Female, por si la estructura de la sinopsis os suena que no os extrañe xD—.

Las personas que me conocen supongo que intuirán un poco el porqué del cambio, y sino es igual porque no es importante.

 

 

Notas del capitulo:

Mi primer Kai/Reita... hmmm... Un pajarito me ha dicho que no hay ninguno en AY. Eso es una injusticia. 

Con lo que me ha costado acabarlo más os vale que os guste.

Por cierto, hay un momento en que Uruha llama a Reita: «ninfómano». Esa palabra es solo para mujeres, para hombres es otra palabra que ahora mismo no recuerdo. El caso es que lo usó incorrectamente a propósito y no es un error, fin.

           Aburrido e insufrible. No había otra forma de definir una reunión con la banda a primera hora de la mañana. Muy aburrido, se corrigió. Kai no callaba, parloteando sin parar y sin descanso; estaba por matarle. Hacía tanto rato que había dejado de escucharle que había perdido el hilo, estaba demasiado ocupado reprendiéndose mentalmente por no haberse inventado una excusa para no ir.

           Tras un suspiro, se decantó por una opción menos drástica y con disimulo sacó su teléfono de su bolsillo. Abrió la página web de un diario deportivo digital y se puso a cotillear lo acontecido el día anterior. Eso era mil veces más interesante que Kai hablando sin parar. O al menos lo fue hasta que un cojín se estrelló en su cara no mucho después. Un bonito castigo por no prestar atención, sí señor.

           —¡Eh! —exclamó Reita mirando a Kai—, tampoco era necesario.

           —Yo no he sido —contestó el contrario cruzándose de brazos—. No soy tan infantil.

           —He sido yo —confesó Aoi, quien también se encontraba cruzado de brazos como su líder—. ¡No pienso permitir que uses tu teléfono mientras Kai habla!

           —Oh, gracias —convino Kai, orgulloso de la actitud de el guitarrista.

           —¡Si yo no puedo, tú tampoco! —Al líder le cambió la cara. Eso lo explicaba todo—. Necesito twittear. —dijo con voz desesperada y lloriqueando, antes de zarandear a la persona más cercana a él, Uruha: quien siquiera se molestó en mirarle y sencillamente arqueó una ceja.

           Aoi llevaba días sin entrar a dicha red social —uno o dos, para ser exactos—por un berrinche que le había dado. No era ni el primero, ni sería el último, así que ya estaban acostumbrados a esa actitud desesperada del guitarrista que pecaba de falta de autocontrol y paciencia. A diferencia de Kai, quien aunque en esos momentos deseaba matarles a los cuatro, solo esbozó una sonrisa.

           —Venga, tomémonos un descanso. ¿Habéis desayunado? —los cuatro negaron con la cabeza—. He preparado tortitas, ¿queréis?

           —¿Quién en su sano juicio diría que no? —dijo Ruki, rodando los ojos y sacándole una risita a Kai, quien se apresuró a apoyar la mano sobre su cabeza como si el vocalista fuese su mascota, y como tal, él le miró con confusión entre parpadeo y parpadeo.

           —Yo no tengo hambre —espetó Reita.

           —Mira que eres terco, Akira —bufó el guitarrista principal—, hace once años que Kai se unió a la banda, ya es hora de que dejes de hacerle ascos a su comida.

           —No me gusta la comida de Kai, y punto.

           —Pero te la comes cuando no mira —rodó los ojos Aoi, y para cuando Kai le puso el plato delante, poco faltó para que le brillasen los ojos antes de empezar a comer como si llevase una semana sin ingerir nada. El comportamiento de Ruki no fue muy distinto, el único que pareció tomárselo con más calma fue Uruha.

           Kai se decantó por sentarse al lado de Reita y comer muy lentamente, buscando despertar su apetito o hacerle tragar su orgullo. Y es que le molestaba, en el fondo aunque no lo admitiría jamás, que el rubio despreciase una de las cosas que mejor hacía, cocinar. ¿Por qué? ¿Por qué tenía que menospreciarle de esa manera? Aun si era la persona con la que era más cercano dentro de la banda, había ciertas actitudes del bajista que jamás comprendería. Kai no se daba cuenta, que la mayoría de cosas que él hacía a las mil maravillas sin ningún tipo de esfuerzo, para Reita suponían un gran trabajo que terminaba por no dar frutos. Él era quien rompía las cosas que Kai después arreglaba. ¡Y lo peor es que nunca se enfadaba! Era completamente injusto.

           —¿Seguro que no quieres? —preguntó Kai, sacándole de sus pensamientos.

           Cuando se giró a mirarle, tenía el tenedor lleno muy cerca de su rostro, casi sobre sus labios, lo que le hizo  retroceder mínimamente, porque no se lo esperaba y le tomó muy de sorpresa. Se le hizo la boca agua, desde la noche anterior que no había comido nada y encima aquello tenía tan buena pinta… Hacerse el duro empezaba a parecerle un absurdo.

           —No gracias.

           Pero claro, su orgullo valía más que todo aquello. Kai sonrió; pero Reita no era tan tonto como para darse cuenta que esa sonrisa había sido completamente falsa, solo por cortesía. «He ganado», se dijo. Aunque ciertamente no sentía como si lo hubiese hecho, más bien notó oprimírsele el pecho con incomodidad. Tuvo ganas de salir corriendo.

 

           —¡Ruki! —exclamó Reita. Llevaba cerca de diez minutos persiguiéndole por todo el estudio con tal de que le devolviese el CD que le había quitado en un momento de despiste.

           El resto de miembros, en especial Uruha y Aoi, les miraban con estupefacción. A pesar de estar más que acostumbrados a ese tipo de situaciones por lo habitualmente que sucedían, les seguía sin entrar en la cabeza que dos personas adultas pudiesen pelearse como niños. Aunque, bueno, ellos nunca fueron santos y al fin y al cabo eran tan infantiles como ellos, en especial el moreno, quizá Kouyou se salvaba un poco más.

           —A ver si me pillas, capullo —espetó, provocando una risa en Kai, que aunque no les prestaba demasiada atención, se vio sorprendido por la actitud tosca del menor de los cinco.

           No tardó demasiado en darle caza cuando se puso más serio. Ruki sería rápido, ágil y pequeño,  y él sería muy torpe, pero la sala tampoco era tan grande. Más temprano que tarde el más bajo acabó por cometer un error y tropezarse, lo que ayudó a Reita, que le arrebató el objeto en cuestión de las manos y lo alzó por encima de su cabeza. Los diez centímetros que le sacaba a Ruki, le impidieron por completo al vocal alcanzarlo por mucho que saltó y trató de subirse encima de Reita para recuperarlo. Parecía un niño pequeño enfurruñado por no conseguir lo que quería.

           —Pero tú tienes discos míos en casa, ¿por qué no puedes dejarme uno?

           —Porque en vez de pedir las cosas, las coges como si fuesen tuyas. ¿Qué harías tú si yo hiciese lo mismo? Te enfadarías y te pasarías semanas sin dirigirme la palabra, pero yo tengo que ceder porque sino, también te enfadas.

           —No hables de mí como si fuese un niño de cinco años.

           —¿No lo eres?

           —¡Es evidente que no! —espetó, antes de estrellar su puño en las costillas del rubio, quien se encogió de dolor al instante y que, para sorpresa suya, Ruki no aprovechó para arrebatarle el CD. Estaba bastante claro que eso le había hecho enfadar. Aunque, ciertamente, hacer enfadar a Ruki no era nada tan complicado.

           —Los anillos —se quejó adolorido—… No podías quitártelos, para qué.

Dejó el CD sobre la mesa y mientras alzaba la mirada, vio al moreno mirarle con cara de pocos amigos antes de cruzarse de brazos.

           —La próxima vez te lo pensarás —largó Ruki.

           —No he cambiado de opinión, realmente.

           Respiró hondo y, a partir de ahí, Ruki se dijo: «contrólate». Pero las ganas de pegarle a Reita fueron mayores que la voz de su conciencia y volvió a alzar el puño con intención de volver a golpearle con él, aunque aquella vez Reita no se dejó dar tan fácilmente y le sujetó, con lo que empezaron a forcejear a modo de juego. O al menos, Reita no dejaba de reírse del empeño de Ruki por golpearle, aunque no lograse en ninguna ocasión alcanzarle.

           Como pudo, logró que el rubio le soltase las muñecas y mientras el bajista se retorcía de la risa al ver las caras de Ruki, él pronto le pegó un fuerte empujón a modo de venganza por las burlas; con la mala suerte que el equilibrio terminó por abandonar a Reita con los pies medio enroscados entre mil cables y, aunque trató de agarrar a Ruki para no caer, acabó haciéndolo y de qué manera, sobre la batería de Kai.

           Causó un terrible estruendo que llamó la atención de las tres personas que desde hacía rato no les prestaban ni el más mínimo caso, y que pronto se voltearon a mirarle, descubriendo cómo había desmontado parte del instrumento, incluso había roto alguna que otra pieza al caer. Los tres rápidamente se apresuraron a dirigir sus ojos a Kai quien, recién descubierto el desastre, colocó las manos en su cintura y suspiró. Reita también le miraba, un tanto desconcertado por el golpe y todavía con los cables enroscados en sus botas. Una cosa tenía muy clara, había metido la pata y de esa no se salvaría fácilmente. Y Kai enfadado era peor que el mismísimo Demonio.

           Se aproximó y Reita tragó saliva mientras los demás les miraban expectantes. Ruki casi saltó hasta el sofá con tal de no recibir algún reproche por parte de Kai por haber empujado al bajista. Aunque a decir verdad el líder ese detalle lo desconocía por completo.

           —Yo… lo siento —balbuceó.

           —¿Estás bien? —fingió no haber escuchado esas palabras o restándoles importancia a las mismas, prestándole más atención a si se había hecho daño al caer. El bajista le miró con sorpresa antes de pestañear con total incredulidad.

           —¿No vas a enfadarte? —susurró con inseguridad.

           —¿Acaso lo has hecho a propósito? —Le tendió una mano—. ¿Verdad que no? ¿Por qué iba a enfadarme?

           Pero esa declaración no hizo sentir mejor a Reita. Se pasaba toda la vida molestando a Kai, metiéndose con él incluso en broma, con bromas incluso a veces demasiado pesadas, no hacía una a derechas y no sería la primera vez que rompía algo, aunque sí la primera que rompía algo de Kai. Cuántas veces había relajado los ánimos, sobre todo a Ruki y alguna vez a Aoi, cuando las víctimas de su torpeza habían sido aquellos y no el líder, ¿cuántas? Muchas. Kai era el único con la sangre fría suficiente como para no estallar en cólera a la primera de cambio y comprender que las personas bienintencionadas a veces se equivocan. Pero Reita nunca fue ese tipo de persona. Después de molestarle tantas veces, después de haber destrozado su batería jugando con Ruki aunque le habían avisado varias veces que le dejase en paz, después de haber sido un irresponsable; Kai le preguntaba cómo estaba y le tendía una mano para levantarse. Pudiere parecer absurdo, pero ello en vez de hacer sentir al rubio bajista mejor, le hizo sentir terriblemente ofendido. Apartó aquella mano con brusquedad, de un manotazo, y se levantó por sus propios medios.

           —Pareces idiota —murmuró. Pero aunque solo pretendía desahogarse y que nadie le oyese, aquellas palabras llegaron hasta los oídos de Yutaka.

           Suspiró, antes de volver la vista a su batería medio desmontada, mientras las otras tres personas en la sala le miraban a la espera de cómo reaccionaría su líder, mientras el rubio se escabullía rápidamente, para acabar encerrado en el cuarto de baño cobardemente.

            

           Cerró la puerta de golpe, preguntándose el porqué de tantas cosas, que su cabeza daba mil y una vueltas. Se desplomó en el suelo y apoyó la espalda contra la pared, mientras trataba de respirar hondo.

           Él siempre había sido una persona nerviosa. Una persona que se altera enseguida y cuando las cosas no suceden como espera, cuando su zona de confort se encuentra lejos, pierden el control de la situación y no saben cómo reaccionar. ¿Por qué Kai no se había enfadado? ¿Por qué Kai nunca se enfadaba con él? ¿Acaso era solo con él o pasaba lo mismo con los demás?

           No sabría encontrar una respuesta. Quizá con Ruki la situación era similar, con Uruha y Aoi… esa pareja tampoco es que diese demasiados problemas a Kai a comparación del vocalista o él. Pero igual le molestaba. Le molestaba su sonrisa estúpida y que fuese por la vida como «no pasa nada, tiene arreglo».

           ¿Era masoquista? ¿Acaso estaba legitimando, o pidiendo, que Kai le gritase o incluso le levantase la mano? Empezó a pensar que era idiota. El líder, que por eso lo era, tenía una paciencia terriblemente admirable. Y él era un pobre estúpido. Aunque de todas las preguntas que atacaban su cabeza, había una que se repetía con más intensidad: ¿qué hacía encerrado en el baño lamentándose porque Kai no se había enfadado? ¿Tanto importaba lo que hiciese Kai?

           Probablemente, importaba mucho más de lo que el rubio quería creer, y eso era evidente. Tan observador e inteligente para algunas cosas y, a la vez, tan estúpido y ciego para otras. Estaba a punto de saltar de un tren en marcha, tenía la sensación que era así, y era difícil decirle que no cuando llevaba rato temblando de los nervios. En los conciertos se escondía tras una banda que tapaba su nariz, en esos instantes se estaba ocultando tras una puerta. Era un cobarde.

           No tardó más de cinco minutos en salir del baño, pero cuando lo hizo, los cuatro estaban esperando, formándose una situación bastante incómoda. Sin decir nada, se sentó al lado de Uruha y el guitarrista, tras lanzarle una mirada de indecisión a Aoi, quien le miraba sin comprender qué quería, comenzó una conversación sin sentido con él, que Reita se dedicó a seguir como si fuese lo más interesante del mundo. De alguna forma, solo estaba tratando de evitar la mirada de Kai.

           Pronto el otro guitarrista y el vocal se unieron a la conversación y lo que había empezado como un absurdo, tomó una forma un poco más normal, dentro de lo que cabía tratándose de ellos. Pero el castaño batería no dijo una sola palabra y Reita lo supo. Se había enfadado con él.

 

           Un par de horas más tarde, logró alcanzarle solo en uno de los pasillos de la compañía. Hacía horas que había empezado a llover y a esas alturas incluso tronaba.

           —Kai —dijo. Y el aludido no tardó en darse la vuelta para  mirarle.

           —¿Qué pasa?

           —Te has enfadado —espetó. Kai sonrió.

           —Para nada.

           —¡No me mientas! Y si realmente no estás enfadado, ¿eres realmente idiota? ¡Kai!

           —¡Pues sí! —largó el batería—, soy un idiota. Mira Reita, puedes molestarte todo lo que quieras conmigo, decir que me odias o odiarme realmente, es que no me importa, pero sí me importas tú. Sí, me ha molestado que acabases encima de mi batería pero, por amor de Dios, podrías haberte hecho daño, ¿eres consciente? —A medida que hablaba, Reita comenzaba a notar cómo su nerviosismo aumentaba, como volvía a salirse todo de lo que sus planes estipulaban. Parecía peligroso—. ¿Por qué dices que no te gusta mi comida? ¿Te gusta molestarme? ¿Es divertido hacerme sentir mal? ¿Es divertido mirar con asco e insultar a la persona que te tiende una mano?

           El rubio bajista boqueó. Esa sucesión de preguntas le habían dejado atónito, sin habla y sin forma de responder. Era demasiado complicado de admitir, demasiado complicado de explicar. Su cabeza estaba ordenando ideas, demasiadas ideas, como un gigantesco puzle, pero no daba abasto. Era como pisar sobre mojado, o sobre barro y estar hundiéndose. Sí, se estaba hundiendo a un ritmo catastrófico. Y cuanto más rápido pensaba y más conclusiones sacaba, más se asustaba de lo que había en su cabeza. Porque nada de lo que estaba comprendiendo le gustaba lo más mínimo.

           »¡Reita! ¡Quiero una respuesta!

           Y tal como pedía, obtuvo una respuesta concisa y muy clara, tan clara que le dejó sin aire en los pulmones y sin ganas de decir una sola palabra más. Antes de darse cuenta, su compañero de banda que ya se encontraba bien cerca, acortó las distancias rápidamente y estrelló sus labios contra los suyos dejándole completamente estupefacto.

           No había más explicación que esa, ninguna explicación coherente a parte de ella. Reita se había negado durante años a concebir eso como cierto, a aceptar que su «odio» injustificado hacia Kai enmascaraba algo más. Claro, qué persona en su sano juicio se pasa la vida hablando, aunque sea mal, de otro. Nadie. A menos que la persona en cuestión sea atractiva para ti. A Reita le gustaba Kai, como una presa que en vez de correr para que su depredador no la alcance, va directa a sus fauces de forma kamikaze y suicida.

           Había sido de esa forma desde hacía tiempo, pero como había leído una vez hacía tiempo, hay personas que enmascaran sus sentimientos, esos que creen que no son correctos, bajo una máscara que se alimenta de odio. Reita había llegado a ser incluso cruel en ocasiones con Kai. Con el tiempo que llevaba haciéndolo, Dios sabía desde cuándo Reita presentaba ese tipo de interés en el líder. Se había convencido de que se trataba solo de una necesidad de molestarle. Una absurda necesidad de molestarle.

           El beso duró apenas veinte segundos, eso con suerte, y una vez el rubio se separó de él, sintió que ese subidón de adrenalina que le había hecho actuar de esa forma tan impulsiva, no le había dado valentía sino estupidez. Acababa de besar a su compañero de grupo, probablemente heterosexual, al que veía todos los días y que si se enfadaba por ese gesto, las consecuencias no solo le repercutirían a él.

           Se quedó inmóvil, blanco como la nieve, sin saber qué hacer o qué decir. Kai no dijo nada tampoco, se le quedó mirando con cierta extrañeza pero sin mostrar señales de espanto o de querer salir corriendo, sencillamente le miraba como si nada, esperando que dijese unas palabras que jamás salieron de su garganta. Su corazón, el de Reita, latía a mil por hora, estaba muy nervioso; pero aunque quería salir corriendo, sentía tener los pies atornillados al suelo. Dejó caer su cabeza sobre el hombro de Kai.

           —Lo siento —dijo el rubio, y Kai no pudo evitarlo y le alzó la cabeza obligándole a mirarle, descubriendo sus ojos llorosos, pero no dijo nada. Solo sonrió y negó con la cabeza, como quien intenta consolar a un niño—. Olvídalo, olvídalo.

           Una vez dijo aquello, temblando por los nervios, trató de marcharse de allí. Y aunque Kai se vio tentado a detenerlo, incluso extendió la mano hacia él y a punto estuvo de cerrarla en torno a su muñeca, más cuando vio esa cara impávida que el otro presentaba, no lo hizo. ¿Debía dejarle irse? ¿Estaría bien? Al final se dio cuenta que no serviría de nada retenerle y solo alcanzó a rozarle, antes de verle desaparecer por la puerta sin paraguas, sin nada que le sirviese para cubrirse de la lluvia. Él suspiró.

 

           A pesar que Kai les había dado la semana siguiente libre y que no solían verse fuera del trabajo, Ruki les llamó un par de días más tarde de aquella reunión para que quedasen todos en su casa, porque no tenía planes y estaba aburrido. O eso dijo, porque ciertamente había visto parte de la escena que montaron Reita y Kai antes de que el primero saliese corriendo, y se sentía en la obligación de asegurarse que eso no repercutiría en la relación de ambos implicados. Aunque solo había alcanzado a ver al bajista apoyar la cabeza sobre el hombro ajeno y no el beso, hacía tiempo que se había dado cuenta que el rubio estaba raro con Kai. Nunca había dicho nada pero temió que fuese algo grave. Estaba siendo egoísta, sí, pero la banda lo era todo y él no se imaginaba sin ella.

           —Es increíble que siga lloviendo… —dijo Uruha. El resto asintieron como autómatas mientras no despegaban sus ojos del televisor.

           —Kai, ¿nos harás de cenar? —cuestionó Ruki, terminándose la segunda cerveza. El único que no había probado una gota de alcohol era el bajista.

           —Tú tienes una caradura muy grande, ¿no? —Ruki rió—. ¿Me invitas a tu casa y me haces cocinar?

           —Si a ti te gusta… —dijo, haciendo un puchero. Kai rió negando con la cabeza.

           —Entonces, Reita, ¿pido una pizza para ti?

           El aludido tardó varios segundos en reaccionar, y cuando lo hizo, miró a Kai como si no hubiese escuchado nada de lo dicho por éste.

           »Dice Ruki que os haga la cena. Te estoy preguntando que si quieres una pizza o te vas a comer mi comida.

           Reita negó para pronto llevar de nuevo sus ojos al televisor.

           —No quiero nada.

           El contrario frunció el ceño. Dejó la cerveza sobre la mesa y, esquivando las piernas de Ruki y Aoi, se colocó delante del rubio y posó el dorso de su mano derecha sobre su frente, ocasionando que Reita le mirase con sorpresa por el gesto. El líder le miraba con seriedad, casi podría decirse que con frialdad.

           —Tienes fiebre —concluyó.

           —¿Qué dices?

—Debo suponer que el otro día caminaste bajo la lluvia hasta casa, ¿no es cierto?

           —Eso no… —susurró, antes de agachar la cabeza y mirar hacia otro lado. Tenía la atención de todos los miembros del grupo en esos momentos, era incómodo.

           —Serás idiota… Ruki, ¿tienes un termómetro?

           —Detrás del espejo del baño —dijo el vocalista—, ¿quieres que vaya a buscarlo? —preguntó, pero antes de recibir una respuesta, ya se había levantado.

           —No —espetó Reita—. Estoy bien. Además, es tarde y he quedado. Gracias por las cervezas, Taka, pero no voy a quedarme a cenar.

           Se levantó  sin esperar a que nadie más dijese una sola palabra, y mientras todos pero en especial el líder y el vocalista le miraban extrañados, no sin antes da un par de palmaditas en la espalda a Ruki, se dirigió a la puerta y desapareció tras ella. Sí, definitivamente Reita llevaba días muy raro. El vocalista trató de seguirle, pero Uruha le agarró y le obligó a sentarse de nuevo a su lado, él que le conocía desde hacía cerca de veinte años sino más, sabía que perseguirle solo ocasionaría una discusión sin sentido. Y por mucho que supiese lo preocupado que el de mechas rojas estaba, no valía la pena.

 

           Ciertamente, Reita no había quedado con nadie esa noche, y como bien había dicho Kai, se había resfriado y de qué forma tras caminar debajo de la lluvia hasta su casa. Había estado estornudando mucho pero sus compañeros lo achacaron a alergia debido a la primavera, pero cuando Kai le había visto tan despistado, había caído en la cuenta de lo acontecido días atrás y había acertado con la fiebre de Reita.

 

           Con el paso de las horas empeoró. Aunque cenó, terminó por vomitar esa cena y acabó a las diez en la cama. Para cuando quiso volver a despertarse ya eran las dos de la tarde, y porque el timbre no dejaba de sonar, sino probablemente hubiese pasado todo el día en la cama.

           No quería levantarse, no quería moverse de ninguna de las maneras, pero aquella persona no parecía rendirse y seguía picando sin descanso a la espera que alguien le abriese. «Ya se cansará» se dijo, pero quien acabó cansándose de esperar a que se fuese, fue él y terminó por levantarse e ir al menos a ver quién era. Luego ya se pensaría si echarle a patadas o dejarle entrar.

           Se arrastró hasta la puerta con lentitud y esfuerzo, hasta lograr llegar hasta ella y abrirla. Lo temió, pero allí estaba, parado frente a su puerta con una bolsa y los brazos cruzados, el líder de su banda esperaba que le abriese la puerta.

           —Tenías que ser tú —susurró.

           —Dios santo, ¡estás horrible!

           —Hombre, muchas gracias —respondió el bajista—. Puedes irte, no necesito una niñera.

           —¿Has comido ya? —dijo, haciendo caso omiso a sus palabras mientras entraba sin permiso en casa del bajista.

           Reita suspiró antes de cerrar la puerta de golpe, y mientras Kai caminaba hasta la cocina, él lo hizo hasta el sofá para terminar sentándose en éste.

           —¿Por qué eres tan terco, Kai?

           —¿Y tú? No está mal pedir ayuda de vez en cuando. No es un insulto a tu masculinidad ni nada similar, ¿sabes?

           —Aun así… —suspiró—. ¿No vas a preguntar por qué te besé? No sé si sentirme molesto porque actúes como si nada hubiese pasado.

           —¿Por qué me besaste? —preguntó, mientras comenzaba a sacar las cosas para hacerle una sopa a su compañero de grupo.

           —Pues… —balbuceó Reita, mirando rápidamente para otro lado, avergonzado—, no lo sé.

           —¿Para eso querías que preguntase? —resopló—. Mira, actué como si no pasase nada porque saliste corriendo, porque me dijiste que lo olvidase y porque creí que sería incómodo para ti.

           —Tengo hambre —susurró antes de recostarse en el sofá. Kai rió. Qué forma de cambiar de tema.

           —Ten un poco de paciencia, ¿te parece?

 

           —Aquí tienes —dijo el líder.

           Dejó el plato sobre la mesa y poco a poco el bajista se incorporó medio adormilado y se dispuso a empezar a comer.

           —Que conste que como solo porque me muero de hambre. No significa que haya cambiado de opinión respecto a tu comida.

           Tomó la cuchara y sopló un poco antes de meterse la comida en la boca. Podía quejarse todo lo que quisiese, pero lo único cierto es que estaba delicioso, y que antes de darse cuenta, estaba pidiendo por un segundo plato que Kai le sirvió sin dudar y que Reita se comió casi tan rápido como el primero, a pesar de haber sido cocinado por esa persona a la que juraba detestar.

           —¿Estaba bueno?

           —Por supuesto que no —largó el rubio, pero no pudo evitar sonreír como idiota al hacerlo—. ¿No te molesta que te besase? —murmuró. Kai pronto negó—. ¿No te asusta que pueda volverlo a hacer?

           —¿Debería?

           El rubio se incorporó, mirándole fijamente, y pronto se acercó peligrosamente, aunque no por ello, aunque Reita le dio tiempo se sobras, retrocedió. Estaban bastante cerca, la suficiente como para no tocarse pero tan cercanos como para que la situación resultase incómoda. Ambos lo notaron, pero Reita se acercó un poco más. Increíblemente, el siguiente en moverse hacia el contrario fue Kai, hasta lograr que no más que meros centímetros separasen sus bocas. De no haber ladeado el rostro un poco el batería, sus narices hubiesen chocado.

           Abrió un poco la boca Reita para emitir una especie de jadeo, al notarle tan cerca, y Kai que notó el aliento ajeno chocar contra sus labios, no pudo más que entreabrir los labios antes de empujar un poco más hacia delante y hacer que sus labios impactasen contra los contrarios, iniciando así un vaivén de los de uno y otro. Eso sí era un beso de verdad y no lo que había compartido días atrás.

           —No pienses mal —dijo Reita—, esto es para contagiarte, no significa nada. —Kai rió.

           —Pues contágiame lo que quieras —espetó, rodeándole con los brazos la espalda para atraerlo hacia sí y continuar besándole, y pronto Reita hizo lo mismo.

           Ni sabían qué estaban haciendo o por qué seguían con ese juego. ¿Qué sentía Kai por Reita? Parecía mera atracción sexual, o curiosidad, el caso es que cuando el rubio le mordió el labio, sintió una descarga bajar por su columna y aterrizar en su entrepierna, y no pudo evitar agarrarle la mandíbula al contrario antes de enterrar su lengua en su boca y explorarla a conciencia.

           —Kai… —murmuró el rubio, casi al mismo tiempo que el líder había metido la mano debajo de su camiseta y había empezado a acariciarle el pecho, haciendo que Reita se calentase más de la cuenta y empezase a querer más. Kai lo notó, y pronto dibujó una sonrisa en sus labios antes de volver a arremeter con su lengua contra esa boca.

           —Abre las piernas —susurró, pero contra todo pronóstico, ese comentario no logró encender al bajista, sino asustarle y hacer que retrocediese sobre el sofá, hasta terminar cayéndose del mismo, dejando a Kai estupefacto.

           —¿¡Estás bromeando!? Ni por asomo voy a dejar que… que… ¡que no morderé almohada, joder!

           Kai parpadeó, confundido mientras le miraba de rodillas encima del sofá, mientras el otro permanecía en el suelo, con la cara completamente roja y aparentemente muy, pero que muy nervioso. El batería se encogió de hombros.

           —Como quieras —dijo, antes de tenderle una mano—, pero no hacía falta que huyeses de mí de esa forma, idiota.

           El rubio alcanzó su mano, y aun un poco rojo, volvió a sentarse en el sofá a su lado, pero al parecer Kai ya no tenía ganas de continuar y eso le molestó, porque él sí quería algo más que un beso con lengua.

           —No dije que parases…

           —Reita… entiendo que no quieras ser pasivo, y me parece bien. Pero no pretendas que lo sea yo. —Reita suspiró—. Si quieres acostarte con un hombre como activo, nadie te lo impide. Pero ese hombre no seré yo, a no ser que cambies de parecer.

           —¿No podrías ceder? ¿Aunque fuese solo una vez?

           —¿¡Por qué yo!?

           Reita suspiró, derrotado, y pronto negó con la cabeza. Kai era terco, no iba a cambiar de opinión y tenía razón en hacerlo así, pero incluso si era de esa forma, le molestaba.

           —Porque tú siempre cedes —susurró tras un suspiro, antes de levantarse e ir a su habitación, a volver a esconderse detrás de una puerta.

 

           Hasta horas más tarde no se decidió a abandonar su habitación, cuando ya había anochecido y su estómago empezaba a pedir comida decente de nuevo. Sorpresa la suya cuando al ingresar en el comedor se encontró al líder durmiendo en su sofá. Creyó que se habría marchado, pero al parecer hablaba muy enserio cuando dijo que cuidaría de él horas antes. Ese pobre idiota… aunque Reita no pudo evitar sonreír en descubrirle allí.

           Había mil dudas que seguían revoloteando como pájaros en su cabeza. ¿Por qué Kai había correspondido a su beso? ¿Qué sentía por él? Antes de darse cuenta, estaba zarandeándole los brazos con la intención de despertarle.

           Poco a poco, Kai acabó por abrir los ojos y mirarle con curiosidad, aún adormilado.

           —Buenos días.

           —Son la una de la madrugada —corrigió el rubio. Kai se encogió de hombros.

           —No me importa. —Poco a poco se incorporó y tras un bostezo, volvió a mirarle.

           —¿Puedo preguntarte algo?

           —Por supuesto, ¿de qué se trata?

           —¿Por qué me has besado?

           Kai se lo miró con cara de sorpresa, para pronto encogerse de hombros y sonreírle después.

           —¿Importa? —Reita asintió—. Bien, contesta tú primero. ¿Por qué me besaste?

           —Curiosidad —susurró.

           Mentía, y Kai lo supo. Pero igual que Reita jamás admitiría que le gustaba su comida, tampoco admitiría jamás que le gustaba Kai, aunque con sus acciones demostrase algo completamente distinto.

           —Pues por eso mismo te besé yo —concluyó el líder.

           La verdad era otra, no se alejaba mucho de esa pero no lo era exactamente. Había sentido un extraño cosquilleo cuando Reita le besó, que no supo si era incomodidad o qué era. En verle por la mañana tan frágil y vulnerable al estar enfermo, incapaz de decirle que no, cuando le tuvo tan cerca, no pudo evitar pensar que esos labios eran realmente atractivos y que deseaba probarlos. Lo había pensado mucho tiempo atrás, pero como solo se trataba de una mera atracción física y no quería arriesgarse, jamás había cumplido esa pequeña fantasía, que no sería la primera ni la última que tenía con una persona, por lo que siquiera le tomó importancia. Que Reita presentase interés en él lo cambiaba todo.

           Se había dejado llevar por un torrente de emociones, y habiendo probado ya sus labios, quiso probar otras cosas. Él no era gay, siquiera bisexual o algo similar, pero no podía negar que siempre había tenido la curiosidad de cómo sería tener a un hombre en la cama, qué diferencias habría a hacerlo con una mujer, cómo sería tener a una persona de su misma complexión, incluso quizá más vigorosa, a cuatro patas en su cama mientras él le tocaba y le hacía gemir como si se tratase de una virginal muchacha. Sí, él sabía que era pedir mucho y que probablemente jamás se atrevería a entrarle a un hombre e intentar ligar con él, pero por ello se le llamaba fantasía, estaba en su cabeza para no ser cumplida jamás. Pero Reita lo estaba trastocando todo. Por un momento llegó a creer que podría cumplir esa fantasía con él. Pero oh, Reita era muy orgulloso y jamás dejaría que una persona metiese nada en ningún sitio de su cuerpo. Era una verdadera lástima.

           —Oh…

           —¿Quieres que te prepare la cena?

 

           Pasaron dos semanas después de eso. Kai se encargó de Reita todo el tiempo que estuvo enfermo, y se preocupó de que no le faltase absolutamente nada. Más que el líder de la banda, empezaba a parecer la madre de todos. Pero eso ya lo había hecho años atrás con Ruki y meses antes con Aoi, y tenía que reconocer que Reita no daba ni la mitad de faena que esos dos, en especial Ruki que había sido casi una pesadilla para el batería.

           No volvieron a hablar del beso, y la conversación sobre sexo no volvió a salir. Dado que la gira había concluido y hasta julio no tendrían conciertos de nuevo, estaban bastante libres de tiempo y se veían poco, quizá eso había propiciado que las situaciones incómodas no se diesen. Reita quiso creer que había sido una mala jugada que le había jugado su cabeza y que realmente no le interesaba Kai, que eso era imposible.

           —Últimamente estás muy raro —dijo Uruha. Habían salido aquella noche a tomar unas copas, y aunque Reita había dejado de fumar meses atrás, no pudo resistirse a fumarse un cigarro, aunque prometió que no se repetiría.

           —¿Raro?

           —Sí —espetó—. No me escuchas cuando te hablo, no te apetece salir casi nunca y hace semanas que no le entras a ninguna chica. ¡Casi tengo que arrastrarte hoy hasta aquí? Señor ninfómano*, ¿cuánto hace que no te acuestas con una mujer? —se encogió de hombros, antes de dar una calada y dejar caer las cenizas en el cenicero—. ¿¡Y lo dices así!? No querrás admitirlo, pero estás raro —espetó, antes de señalarle a una camarera que les pusiese un par de cervezas más.

           —Vale, sí, lo sé —suspiró—. He andado un poco distraído últimamente.

           Uruha se encogió de hombros, antes que Reita apagase el cigarro y dejase escapar el humo por la nariz.

 

           No tardó mucho rato en darse cuenta que habían un par de muchachas, bastante jóvenes y guapas, por cierto, que se lo miraban entre cuchicheos y risitas. Sonrió con seguridad y tras acabarse el botellín de cerveza, sin decirle nada a Uruha que conversaba amistosamente con una camarera mientras le ignoraba, se acercó hasta la mesa de las chicas en cuestión.

           —No sois muy discretas, ¿lo sabéis?

           —No pretendía ser discreta —dijo una de las dos, coqueta. La contraria sonrió, se inclinó hacia su amiga y le susurró algo al oído antes de darle un beso en la mejilla.

           —Yo ya me iba, que os divirtáis —y con rapidez, desapareció del campo de visión de ambos, y la muchacha invitó a Reita a sentarse donde la amiga de la misma se encontraba antes, y éste aceptó sin dudarlo.

 

           Prácticamente no se dieron ni los nombres, al cabo de cerca de diez minutos se encontraban en los asientos del coche de Reita, desnudándose a toda prisa mientras se besaban y se manoseaban de pies a cabeza. Con rapidez ella se quitó la ropa interior sin molestarse siquiera en deshacerse el vestido, y también tomó la iniciativa a la hora de abrirle los pantalones a Reita y acariciarle por encima de los bóxers la entrepierna, pero por mucho que tocó y tocó, el amigo de Reita no parecía querer despertarse, y ella empezaba a mosquearse, y el rubio a sentirse incómodo.

           Nunca le había pasado algo parecido. La chica era guapa, besaba bien y él se sentía excitado, pero parecía que la sangre no llegaba hasta su miembro, o éste lo estaba ignorando, o estaba ignorando las caricias que ella le daba.

           —Oye —dijo ella—, ¿te pasa esto a menudo? —parecía molesta.

           —Espera, dame un segundo —espetó.

           —No, mejor olvídalo —largó molesta. Se colocó la ropa interior como pudo y salió del vehículo, dejando a Reita con cara de pocos amigos.

           Nunca, en la vida, le había pasado algo semejante. Quizá Uruha tenía razón y estaba raro, quizá había perdido el interés por el sexo. No, eso no podía ser, él era un pervertido sin causa, y siendo primavera, solía ir completamente excitado y a la espera de una ocasión para acostarse con cualquier cosa que se moviese.

           Quizá había bebido demasiado. Sí, debía ser eso. Quería creer que era eso. Y lo creyó hasta que de la nada le volvió el recuerdo del beso tan fogoso que compartió con Kai y se sonrojó completamente. Solo ese mero recuerdo hizo reaccionar levemente a su miembro. Debía ser una broma.

 

           Antes de saber qué hacía allí, se vio aporreando la puerta de casa de Kai como si le fuese la vida en ello. Debían ser las dos de la madrugada, a ese paso iba a despertar a todo el edificio, suerte que Kai no tardó demasiado en abrirle la puerta.

           —¿Eres tonto? —le largó—. ¿Ves qué hora es?

           —Me da igual —espetó, antes de agarrarle por la camisa del pijama y estamparle contra una pared, cerrando la puerta con la pierna—. Te odio.

           —Vaya novedad —dijo él, arqueando una ceja—. ¿Puedes soltarme?

           —¿¡No te interesa saber por qué!? ¡Me has arruinado la vida!

—¿¡De qué coño estás hablando!?

—¡Es por tu culpa! Estaba con una chica preciosa pero, pero… ¡agh!

           —¿Pero? —dijo el líder con total calma, y pronto Reita cayó en la cuenta de qué estaba haciendo y qué había dicho y se sonrojó levemente—. ¡No me jodas! —largó de golpe, empezando a reírse. No había necesitado oír que «no se le había levantado» para comprender qué quería decir Reita.

           —¡Encima ríete! Lo que me faltaba.

           Le soltó, no sin antes darle un empujón mientras aquél intentaba aguantarse la risa para no ser tan maleducado con el bajista. No debía ser agradable tampoco que te pasase algo así; debió ser muy, muy incómodo. Como si se tratase de su propia casa, el rubio se dejó caer sobre el sofá y cruzó piernas y brazos, mientras mantenía el ceño fruncido. Kai se acercó por detrás y recargó sus codos sobre el respaldo.

           —¿Por qué se supone que es culpa mía? —Reita se sonrojó más—. ¿Acaso has pensado lo que te dije?

           —¡No voy a acostarme contigo!

           —¿Seguro? —respondió Kai con calma.

           —¡Claro!

           —¿Seguro? —repitió, Reita agachó la cabeza mientras se arañaba los pantalones, pero no contestó—. Venga, ¿por qué te resistes? —susurró, antes de dar la vuelta y sentarse a su lado en el sofá.

           —¡Vale! —Alzó la mirada de golpe, para dirigir sus ojos directamente a los ajenos. Kai sonrió con lascivia, sabía que tarde o temprano cedería—. ¡Pero con mis condiciones! Esto no saldrá de aquí, ¡jamás! ¿Me oyes?; nada de dedos, te lo prohíbo; solo será una vez y no se repetirá, nunca; y con la luz apagada o nada. ¿Ha quedado claro?

           —Como el agua.

            

           Sin esperar nada más, le arrastró hasta su cuarto, a oscuras como el otro había pedido, le hizo abrir las piernas y se tumbó sobre él, entre ellas.

           —¿Te has acostado alguna vez con un hombre? —preguntó Reita.

           —Nunca —respondió el castaño—. Pero no puede ser tan diferente a acostarse con una mujer…

           Le levantó la camiseta hasta las clavículas, y con su lengua delineó sus marcados abdominales, sacándole un sutil suspiro a Reita. No tenía habitualmente la ocasión de andarse con rodeos o preliminares, lo suyo era más: entrar, embestir y correrse, nada de caricias ni nada innecesario. Como mucho, besos. Parecía que esa noche sería muy distinta.

           Fue ascendiendo poco a poco, haciéndole estremecerse y necesitar más. Sus manos le acompañaban, regalándole caricias que le calentaban en exceso, que le hacían sentir cosquilleos. Pellizcaron sus areolas, haciéndole arquear la espalda y morderse los labios, al parecer eso le había gustado. Kai no pudo resistir la tentación de abandonar su pecho y alzarse hasta robarle un fogoso beso donde sus lenguas fueron protagonistas, mientras las caricias seguían, se encargaban de su vientre, de sus pectorales, de acariciar sus pezones. Parecía un juego peligroso donde el rubio iba perdiendo.

           Un momento necesitó para quitarle la camisa, y pronto Reita le alzó la suya a Kai y a poco estuvo de arrancársela bruscamente. Sus cuerpos se juntaron y entre las piernas ajenas, el líder empezó a frotar su entrepierna contra la ajena mientras apretaba el cuerpo de Reita contra el suyo y el contrario hacía lo mismo con él. Se estaban calentando muy rápido, y el rubio lo tuvo claro: la culpa no había sido de esa muchacha, había sido de Kai por tentarle.

           Se bajó los pantalones y los bóxers, dejando al descubierto su erección, teniendo que separarse levemente de Reita, pero sin dejar que sus labios, sus dientes que atrapaban los labios ajenos, se separasen. Tironeó de él, y el rubio gimió. Para cuando el beso se rompió, su cara cubierta en sudor parecía pedir por más. Casi no podían verse, solo cuatro rayos de luz entraban por la ventana a través de la cortina y apenas podían distinguir sus facciones, pero los jadeos de uno y otro eran audibles para ambos.

           —Date prisa —murmuró Reita, y el otro tras asentir sonriendo, se apresuró a desnudarle del todo.

           Tal y como el rubio había hecho con su camiseta, casi le arrancó los pantalones. Se deshizo de ellos, de su ropa interior y de sus calcetines, regalándole atenciones a sus muslos con la boca, a base de mordiscos que dejaron marca y su piel enrojecida, pero le hicieron jadear y sudar, con sus dedos enterrándose en las sábanas. Le dolía admitirlo, pero eso ni por asomo había sido una mala idea. Esa lengua traviesa iba a terminar por matarle.

           El frío del lubricante cayendo sobre su piel le hizo morderse los labios. Su entrada estaba empapada, abrió más las piernas esperando el siguiente paso. Kai se puso el preservativo tan rápido como pudo y tal y como había hecho con la entrada ajena, impregnó por completo su miembro con ese líquido viscoso. Quizá se había pasado, pero prefirió pasarse que quedarse corto, suficiente riesgo había de desgarrarle por no prepararle correctamente, como para no echar suficiente lubricante.

           Le alzó las caderas y Reita jadeó, tuvo que colocar de puntillas sus piernas flexionadas para alcanzar la altura que deseaba, para excitarle más, para darle a entender que estaba dispuesto. Ni él sabía por qué, solo lo hizo. Con una sonrisa, Kai le separó los glúteos y observó su entrada, antes de introducir la punta de su miembro, solo la punta. Suficiente como para que Reita arquease la espalda y empezase a respirar de una forma más agitada. Estaba tenso.

           —Relájate. ¿Duele? —cuestionó Kai.

           —Estoy bien, estoy bien…

           —De acuerdo… —entró un poco más, y el rubio se mordió aún más los labios. Sí que le estaba doliendo, pero quería hacerse el duro—. Así no acabaremos nunca. Voy a entrar del todo, ¿te parece?

           —Me va a doler, ¿verdad?

           —Solo un rato, creo.

           Tragó saliva, y pronto Kai hizo lo dicho y se introdujo de una sola estocada dentro de Akira, quien emitió pronto un siseo. Dolía. Menos de lo que esperaba pero dolía, y empezaba a sentirse incómodo con la situación, al contrario que Kai que emitió un jadeo y se tumbó a medias sobre él al entrar. Aquellas paredes vírgenes estaban oprimiéndole de una forma completamente placentera.

           Con paciencia y mucho autocontrol, logró aguantar los segundos que Reita tardó en acostumbrarse a la intrusión, al tiempo que tardó en mover las caderas levemente dándole la señal de que podía comenzar a embestirle. Entretanto se había dedicado a besarle de una forma más lenta que la empleada antes, pero igual de ruda, igual de pasional e igual de lujuriosa. Era cualquier cosa menos un gesto romántico. Demandaba más de él, lo necesitaba, lo requería. Cuánto hubiese pagado por atarle a la cama y ser rudo con él, pero se trataba de Reita y eso no estaba permitido. Si quería someter a alguien, ni por asomo sería su bajista.

           Empezó a moverse con lentitud, buscando ese punto dentro de Reita que le hiciese gemir, exploraba sus paredes frotando su miembro contra ellas, hasta que su compañero gimió más fuerte y arqueó la espalda, y Kai sonrió sabiendo que lo había encontrado y empezó a embestir con más fuerza de la empleada antes contra justo ese punto.

           A partir de ese momento empezaron a disfrutar ambos. Reita le rodeó la espalda a su compañero y el contrario hizo lo mismo, gimiendo ambos, rozándose sus labios y sus cuerpos al completo, una y otra vez y cada vez con más fiereza. Cómo se devoraban los labios con los dientes, cómo esos dientes pronto aterrizaron en la oreja de Reita haciéndole estremecerse de pies a cabeza. Y rápidamente Kai le dio la vuelta, volviendo a introducirse en él con la misma prontitud con la que le había girado, temblando ambos por el gesto.

           No es que fuese mejor que haberse acostado con una mujer, con cualquier mujer, pero podía verle tensarse desde esa posición, tensar su espalda tan bien definida, gemir roncamente por su culpa cada vez que le embestía, retorcerse de placer y sudar con su respiración agitada; todo gracias a él. Saber que podía tener a un hombre, tan rudo como decía ser Reita, a su entera merced, era uno de los mayores placeres que pudiese llegar a experimentar jamás. Era como un sueño hecho realidad. Cada gesto de Reita esa noche quedaría grabado a fuego en su cabeza.

           El rubio comenzó a masturbarse cuando las embestidas fueron a más, cuando cada vez gemía y jadeaba más y notaba un cosquilleo correr hasta la punta de sus pies. Estaba al borde del clímax, jugando con fuego porque aunque eso no estaba bien, era impresionante. Nunca habían estimulado su próstata de esa manera y nada podía envidiarle a la posición de Kai que en principio creyó privilegiada. Se había tragado su orgullo, sí, pero el líder nunca notaría los espasmos que a él le estaban atacando.

           Dejó que el castaño le marcase la espalda con los dientes y sus caderas con sus dedos bien anclados en ellos, le dejó gemir contra su oreja y se sintió privilegiado de ser el primer hombre con el que Kai hacia algo así. Pronto se corrió, y no tardó mucho en notar al contrario correrse dentro de sí.

           Cayó desplomado sobre el colchón con él encima, jadeando los dos y tratando de recuperarse del reciente orgasmo que habían sentido los dos.

           —¿Seguro que esto no se repetirá? —preguntó Kai, agarrándole de los cabellos y pronto obligándole a mirarle.

           —Segurísimo —dijo en un susurro.

           —Lástima.

           Salió de dentro de él con parsimonia, sacándole un gemido de incomodidad al contrario. Se quitó el preservativo y tras hacerle un nudo lo tiró a la papelera, todo ello sin dejar de mirarle de reojo y con una sonrisa dibujada en los labios. No lo tendría permitido, pero deseaba una segunda ronda. Había algo en lo que no había pensado: que si aquello sucedía una vez, no se conformaría con no repetirlo. ¿La espalda de Reita siempre había sido tan atractiva?

           —Más te vale que te haya gustado —dijo Reita mientras se levantaba y empezaba con lentitud a vestirse.

           —Has sido tú quien quería sexo, no yo. ¿Te acuerdas? Y estaba durmiendo mientras tú salías a follarte a una desconocida que no ha conseguido que se te levante porque querías mi compañía. ¿Me equivoco en algo?

           —En todo. Como siempre.

           Y dicho aquello, terminó de colocarse la camisa y salió del cuarto. Sin que Kai dijese nada, o hiciese nada para detenerle. Sonrió satisfecho y se volvió a la cama, la que por cierto se había quedado impregnada con el olor de Reita. Probablemente terminaría teniendo algún sueño erótico por culpa de ese aroma, o probablemente ya no podría volver a olerlo sin tener una erección.

 

           —¿Cómo han ido vuestros días de descanso? —preguntó Aoi. Era el último en llegar al ensayo, hojeando una revista tratando así de evitar el mono de usar el teléfono.

           Reita afinaba su bajo entre que Ruki remiraba las letras de las canciones que iban a ensayar y Uruha y Kai miraban juntos las partituras de una de ellas. Al parecer a nadie le resultó interesante la intervención de Aoi o que se hubiese dignado a aparecer, puesto ninguno alzó la vista siquiera de sus cosas.

           »¡Eh! —espetó—, señores responsables, ¿pueden hacerme caso un momento? —con ese comentario, todos alzaron la mirada con curiosidad—. Eso está mejor.

           —Llegas tarde —se quejó Kai, Aoi hizo un puchero—. ¡No! Eso no funcionará.

           —¿Y por qué a Ruki sí le funciona? —dijo, rodando los ojos.

—Porque tiene la cara redondita, mofletes y mide metro sesenta, por eso —convino Reita.

           —Y porque a Kai le gusta un poco Ruki —canturreó Uruha, llevándose pronto la mirada de reproche de los dos implicados. Reita tampoco puso muy buena cara, lo que sí extrañó a Aoi que fue el único que cayó en la cuenta.

           —¿Bromeas? —dijo Kai.

           —Estás loco, Uruha. Ya sé que soy irresistible y que es difícil creer que alguien pueda no tener interés en mí, pero me parece que a Kai le van más los pechos que a un tonto un lápiz.

           Ese comentario arrogante hizo a Uruha arquear una ceja. Ese chico siempre tenía una frase que decir que no pegaba nada con esa cara de niño bueno que tenía. Siquiera su voz pegaba con su altura y con esas facciones, era como si le hubiesen encogido o quitado, en apariencia, al menos 40 años de encima, y tenía 32.

           Con esa guerra de miradas tan tonta, para cuando Ruki dijo aquello sobre los pechos, nadie cayó en la cuenta que Kai había alzando la mirada y con una sonrisa pícara se había dirigido a Reita, quien levemente sonrojado había apartado la mirada rápidamente, haciendo reír silenciosamente al líder. ¿Cuánto de cierto había en que la primera sería la última vez?

           No habían pasado demasiados días desde ese primer encuentro, pero no había sido tan duro como ellos creían el tener que contenerse con el otro. Estaban actuando con bastante naturalidad pero, ¿qué deseaban sus subconscientes? Ni ellos mismos querían saberlo. No anhelaban adentrarse en un bucle infinito en el que no saldrían jamás si se dejaban llevar por él. Ambos lo sabían, pero la tentación no era poca.

 

           Empezaron a  ensayar. Entre descanso y descanso, canción y canción, broma y broma y algún que otro error por parte de alguno que le había provocado la reprimenda del resto, les dieron las ocho de la noche. Agotados, habían empezado a beber sentados en el suelo del estudio, en un círculo mientras se contaban lo que habían hecho esos días libres. Prácticamente la conversación parecía resumirse a: sexo, dormir, comer, alcohol y, de vez en cuando, algo sobre videojuegos o componer. En todo caso quedaba en evidencia que a pesar de las apariencias, esos cinco eran un puñado de niños irresponsables de treinta y tantos años.

           —¿Recuerdas a la camarera del bar? —preguntó Uruha a Reita, éste asintió—. Se ha pasado los últimos dos días encerrada en mi casa.

           —No seas mentiroso —interrumpió Aoi—. Nadie se iría a tu casa por decisión propia, debiste drogarla o algo.

           —¿Tú crees? ¿El chico de «elijo siempre la caja donde hay un chico de cajero porque las chicas bonitas me aterran» duda de un ligue mío?

           —Me ofendes.

           —Gracias a Dios, creí que te lo tomarías como un halago. —De nuevo, Aoi frunció el ceño.

           —Ya, ya… —intervino Kai—. No se trata de pegarnos.

           —Pero… —se quejó Uruha.

           —¿Y tú qué has hecho, Kai? —intervino el vocalista intentando evitar un seguido de comentarios ácidos sin fin.

           —Me ligué a una chica rubia preciosa. Era virgen, ¿os lo podéis creer?

           —Te haré un monumento un día —dijo Aoi. Seguramente no había visto la cara de espanto de Reita, ni había caído en la cuenta que esa chica, en verdad no era una chica sino su compañero de banda.

           —¿Y tú, Reita? —preguntó Kai con una sonrisa, el aludido negó con la cabeza. Era una buena ocasión para vengarse del batería, pero no se le ocurrió absolutamente nada que decir.

           —Oye —dijo Ruki, mirando a Reita—, he quedado más tarde, ¿puedes volver solo a casa? —El aludido asintió. Tenía el coche en el taller por una avería sin importancia.

           —¿Quieres que te lleve? —interrumpió Kai.

           —No es necesario.

           —Pero yo insisto. No muerdo.

           Reita frunció el ceño y tuvo que contenerse para no ponerse rojo de nuevo. ¿Que no mordía? ¿Y las marcas que tenía en el cuello, los muslos y los omoplatos qué? Le había dejado tantas marcas que se pasaba rato delante del espejo cerciorándose que no se veía ninguna antes de salir de casa. No era algo tan fácil de explicar. Las del cuello sí, ¿pero las de la espalda? Una chica no podía haberle mordido ahí mientras lo hacían, porque no había forma de que estuviese detrás. Al menos no una en que él no sintiese que su masculinidad había quedado herida. Y ni hablar de sus muslos, no quería ni pensarlo. Al menos esa zona estaba más a salvo de dejarse ver.

           De todas formas, terminó cediendo a la petición de Kai.

 

            —No hace falta que me acompañes, no me van a violar—espetó Reita.

           Kai sonrió. En esos momentos quien jugaba con fuego era él, pero no pudo resistir la tentación de no solo llevarle hasta su casa, sino adentrarse en el edificio y seguirle hasta la puerta del apartamento.

           —No hemos hablado de eso. Ya sabes.

           —Eso no ha pasado, Kai.

           El aludido se encogió de hombros, mientras, el rubio introdujo la llave en la cerradura y abrió la puerta. El líder había aprovechado para acercarse de forma casi sigilosa hasta prácticamente pegarse a su espalda.

           —Lástima —susurró contra su oreja, haciéndole estremecerse de tal modo que se le cayeron las llaves al bajista.

           Sin previo aviso ni antecedentes de ello, se dio la vuelta y agarrando a Kai de su camiseta, se apresuró a besarle, beso que tan pronto como fue recibido, el batería correspondió. Le había pillado de improvisto, pero no diría que no era eso lo que pretendía al acercarse tanto. Estaban ambos atados al otro por una extraña atracción entre lo físico, lo romántico y lo sexual, solo ellos sabían lo que sentían, pero lo cierto es que estaban volviéndose completamente locos. Esa tensión sexual entre ellos no iba a desaparecer cuando ya se habían probado mutuamente, lógicamente debía ir a más, y ellos no podían resistirse a ella ni querían.

           Reita le pegó una patada a las llaves hasta mandarlas lejos dentro del apartamento, antes que Kai le abrazase por encima de los brazos para que no se le escapase. La puerta entreabierta cedió al apoyarse en ella, y tuvo que ser Kai quien la cerrase una vez ambos entraron.

           Se tropezaron con el pequeño escalón que había a la entrada y ambos acabaron en el suelo, en medio del pasillo, y siquiera se molestaron en ir hasta la cama, estaban demasiado calientes como para perder el tiempo en algo semejante.

           Se arrancaron las ropas con rapidez, desnudándose con rudeza entre caricias, jadeos y un beso que se rompió solo durante segundos cortos para que luego sus lenguas volviesen a enzarzarse en una pelea que ninguno deseaba ganar. Querían tocarse, necesitaban tocarse.

           Si había sido una mala idea, eso ya no importaba.

 

           Kai dio una larga calada al cigarro que sostenía entre sus dedos, antes de apagarlo en el cenicero que había en la mesita de noche. Durante la primera ronda no, pero para la segunda se arrastraron hasta la cama del rubio y acabaron allí, Reita tumbado dándole la espalda con las sábanas cubriéndole hasta las axilas y el contrario sentado sobre el colchón fumando después de dos buenas sesiones de sexo que le habían dejado más que agotado. Aun notaba su ritmo cardíaco acelerado debido al reciente orgasmo.

           Tras fumarse ese necesario y merecido cigarro, volvió a tumbarse en la cama y abrazó por detrás al dueño de la misma, atrayéndole hacia sí y empezándole a besarle los hombros, mientras aquél se permitía el lujo de cerrar los ojos y suspirar levemente en agradecimiento por el gesto. No sabía por qué, pero se sentía bien que Kai hiciese eso. Pronto su aliento aterrizó contra su nuca y notó todos los vellos de su cuerpo erizarse, se estremeció de pies a cabeza antes que el líder de la banda besase también ahí.

           —Ahí no… —murmuró, pero Kai no le hizo demasiado caso.

           —Sabía que te gustaría.

           —No puedo creer que todavía lo recuerdes. Por qué Ruki será tan bocazas…

           —¿Cómo que lo sabía?

           —Eso no es asunto tuyo —espetó, mientras el batería se atrevía a voltearle el rostro hasta lograr que le mirase—, pero supongo que debió decírselo Uruha. —Kai sonrió, y antes de darse cuenta estaba besándole de nuevo.

           Se colocó encima de él, le rodeó la espalda con los brazos y el contrario no tardó en hacer lo mismo. Ese beso sí que parecía mucho más dulce y casto que todos los que habían compartido hasta esos momentos. Era lento, sus lenguas se abstuvieron de intervenir. No parecía necesario.

           —¿No deberías irte? —murmuró Reita.

           —Ni aunque me echases a patadas. —Reita se rió—. ¿Vas a admitir que te gusto ahora o tampoco?

           —Jamás.

           —¿Entonces jamás admitirás que te gusta mi comida tampoco? —Reita negó, provocando una sonrisa en Kai, quien medio recostado encima de Reita, permitiéndose apoyar los codos sobre la cama para no tener que estirarse completamente sobre él, mantenía prácticamente su frente recargada en la ajena, quien le miraba fijamente con los ojos entrecerrados—. ¿Y se puede decir entonces que te gusto tanto como mi comida?

           —Efectivamente es eso —susurró, antes de llevar una mano hasta su nuca y, agarrando sus cabellos, se atrevió a empujarle hacia él para volver a besarle.

           Era evidente que esas palabras jamás saldrían de su garganta, que jamás diría que le gustaba Kai, que le quería o que le amaba, aunque con actos no demostrase ni por asomo aquello. Ciertamente, al admitir que la comida de Kai le agradaba tanto como le agradaba Kai, ya estaba admitiendo algo, porque Reita siempre, cuando Kai no miraba, terminaba comiendo de aquella comida. Llevaba demasiados años burlándose de él como para admitir que hacía algo bien. Que besaba bien, que en la cama hacía un trabajo estupendo, que sentía atracción física por él, que esos labios le parecían perfectos, entre muchas otras cosas.

           Pero, como bien había dicho él mismo, aunque se mofasen constantemente y dijesen cosas feas de su líder, «en el fondo todos le querían». Y con todos, siempre se refirió a él.

 

           Ruki llevaba cerca de diez minutos agarrado el brazo de Reita, que aunque trató de quitárselo de encima no pudo. El cumpleaños de Reita estaba a la vuelta de la esquina y había decidido pasarlo con sus padres. Al parecer el vocalista no entendía que a parte de la banda, los integrantes tenían una vida privada.

           —Takanori, que no me voy a Europa, puedes soltarme ya.

           —Pero me aburriré estos días, ¿no puedes quedarte?

           —¡Que me sueltes! —espetó,  antes de empujarle y como pudo logró quedarse libre. Ruki trató de volver a cogerle, pero Aoi pronto le agarró a él para que se estuviese quieto. Su vocalista era como un niño pequeño, eso estaba más que claro.

           —Que solo se va cuatro días.

           —¿Y los ensayos?

           —¿Qué más dan los ensayos? Cállate ya —le reprochó Uruha.

           —Vas a tenerme todo el día encerrado en tu casa, Kouyou, que lo sepas.

           —¡Reita, por amor de Dios, no te vayas! —convino el aludido, sacándoles unas risas a todos, menos al menor que se sintió ofendido.

           —Vete a la mierda —largó cruzándose de brazos.

           —¿Y tú no dices nada? —Preguntó Reita a Aoi, el aludido se encogió de hombros.

           —Kanagawa no está tan lejos. El drama que está montando Ruki es innecesario, es lo mismo de siempre —rió, y Reita le acompañó mientras Ruki le pegaba un buen codazo a Aoi en las costillas como venganza.

           —Ruki, ven —dijo Reita—, a mí madre le hará gracia verte.

           —Jamás. —El rubio se encogió de hombros.

           —Venga —intervino Kai—, luego os invito a unas cervezas.

           —Eso ya me parece mejor idea —convino Kouyou—. Estamos montando mucho drama y no se va ni una semana.

           »Vamos…

           Tal como dijo aquello, agarró a Aoi por la pechera y trató de llevárselo a rastras, llevándose con él a Ruki, que estaba siendo sujetado por el segundo guitarrista. Kai se rió mientras les observaba alejarse. Seguían pasado los años y seguían siendo como niños pequeños.

           Se giró a mirar a Reita, que en un momento de despiste por parte de los otros tres, aprovechó para agarrar las mejillas de Kai y plantarle un corto beso en los labios. No quería que sus compañeros le viesen, pero bien es cierto que no hubiese deseado que eso quedase en algo tan poco significativo, tuvo que conformarse con tan poco. De todas formas, como bien había dicho Aoi y más tarde Uruha, tampoco se iba tantos días como para montar un drama.

           Había pasado un mes de encuentros clandestinos, noches en vela jugando a cosas de adultos, miradas lascivas y comentarios con segundas intenciones, pero todo completamente sexualizado. No habían hablado de sentimientos, a pesar de que después del sexo en más de una ocasión, por no decir en todas, había terminado por dormir juntos y muchas veces incluso abrazados. Reita había perdido ya la cuenta de en cuántas ocasiones se había quedado dormido encima del pecho de Kai, y no podía decir que era desagradable sin mentir. Los besos que después de acostarse habían compartido no eran un símbolo de la lujuria que les corría las venas. Habían ido despertando unos sentimientos que podían negar, pero no por demasiado tiempo.

           Aquella era la primera vez que Reita se armaba de valor y sin venir a cuento besaba a Kai. Era imposible refutar que seguía y seguiría notando un cosquilleo cada vez que sus labios rozaban los contrarios, y que no quería irse antes de volver a sentirlo, porque hasta después de cuatro días no podría volver a experimentar dicha sensación.

           Le gustaba Kai, eso era más que evidente, pero lo que era más evidente todavía, es que jamás lo admitiría. Incluso si le torturasen seguiría oponiéndose a ello. Pero el líder no necesitaba que nadie le dijese lo que aquél sentía por él, siquiera que lo hiciese el mismo Reita, porque era más que evidente. Igual de indudable que él sentía algo más que una mera atracción sexual por el rubio bajista.

Pero bueno, nadie dijo que Kai no fuese tan o más orgulloso que Reita.

           —¿Seguro que no quieres venir? —preguntó, y Kai negó con una sonrisa.

           —No; pero te tendré una sorpresa preparada cuando vuelvas.

           —Estaré esperándolo. —Ambos rieron.

           Quizá algún día se atreverían a decir lo que sentían, o quizá no. Tal como habían temido, se habían adentrado en un bucle, pero ciertamente, no es como si deseasen salir de él.

           Estaban jugando con fuego, y seguramente acabarían quemándose los dedos. Pero si eso ocurría, ya se encargarían de curarse mutuamente o usar sus bocas para lo que normalmente utilizaban dichos dedos.

           Quién iba a decirles, ellos que decían detestarse tanto, ellos que tanto habían peleado, que se verían en una situación así.

           Quién, que deseaban depender del otro de mil maneras indescriptibles.

           —Eh —masculló Reita antes de salir por la puerta—. Voy a echarte de menos.

           Aquél era el primer paso, pero ni por asomo sería ser el último.

           —Yo también.


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