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Milverton II por Likari Aoi

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Notas del fanfic:

¡Ok! se que ahora formo parte de una de las mas irresponsables autoras de todo amor yaoi, pero no se pudo hacer nada. Y aunque traído una y mil razones por las que no pude venir y subir este fic ayer, no diré nada. Así que por ahora solo dejo el disclaimer.

 

TODOS LOS PERSONAJES DE EL CANNON SHERLOCKIANO SON PROPIEDAD UNICA Y EXCLUSIVA DE ARTHUR CONAN DOYLE.

 

Notas del capitulo:

Historia especial dedicada a mi dear Daniela. ¡Gracias por sus lindos reviews!... entonces le dejo este fic espero que le guste ^/////^.

Corazón único.

¿Habían sido esas palabras pronunciadas gracias a un castigo? ¿Acaso tu subconsciente te obligaba a escuchar la más tétrica de las oraciones que Holmes te había dicho alguna vez, solo para que tomaras conciencia de lo que sientes por él? Estas seguro de que no es un sueño. De que no alucinas... y aunque quedaron algunos daños en el piso y las paredes gracias al último experimento que Holmes había realizado el mismo te mencionó que no habría consecuencias en tu organismo.

 Era solo que esta mente tuya se niega a creer lo que esa sencilla frase te ha dicho. Sin embargo no te detendrás a averiguar si realmente lo captado por tus oídos es realmente cierto o no.

—Cállese—le ordenas. Al tiempo en que bajas el periódico y enredas los dedos de una mano con la otra, dirigiéndole una gélida mirada a Holmes.

—Perdón ¿ha dicho usted algo?—te responde, completamente sorprendido por lo que dices. Y es que el que tú le interrumpas mientras te narra los planes para una nueva campaña no es algo que pase a menudo. Lo sabes.

—es que ya no puedo soportarlo Holmes—susurras, el desde luego no puede escucharte—han sido ya muchos años—es tu voz tan baja, tan susúrrate e incomprensible, que estás seguro ni si quiera Holmes es capaz de leer tus labios—había pensado, Holmes no tiene sentimientos, entonces estará bien que me pegue a él, para que al menos pueda servirle como algún instrumento más en el que se fije. Algo a lo que tenga que encariñarse así como lo hace con la zapatilla turca, o el violín, algo a lo que un hombre de costumbres tan apegadas y rígidas pueda incluir entre sus dominios—súbitamente cuando despiertas de tu pequeño y susurrante mundo ya estas frente a Holmes, ya hiciste que se sentase firme sobre su sillón. Lo has acorralado, tus brazos se apoyan a cada lado de Holmes y tu rostro esta terriblemente cerca del suyo.

Para cuando quieres reaccionar ya le estas besando. Y de inmediato deja de importarte. Mientras el pequeño bigote de arriba de tus labios intenta algo más que ese pasivo toque, los brazos que no parecen tuyos desabrochan tu saco y al quitártelo sujetan y amagan dificultosamente las manos de Holmes. Él no se mueve ni intenta hacerlo cuando tus labios han bajado y ahora chupan y lamen su cuello, no intenta hacer algo ni siquiera porque tus manos ya están comenzando a desnudarlo.

—ser una costumbre más. Con eso era feliz—le dices al oído y cuando le lames y muerdes su lóbulo, sientes estremecer la piel bajo tus manos, esas que no dejan de moverse al compás de tus deseos febriles, a la medida en que exploras más de aquella piel, de esa piel caliente. Caliente y erizada. No dejas de tocar su pecho, su vientre, todo está expuesto por ti, es ofrecido a ti sin ningún reclamo. Es entregado sin queja alguna.

Las veces que soñaste hacer aquello. Incontable. ¿Pero habías pensado acaso que a pesar del clima tan caliente entre los dos, seria al fin y al cabo algo tan rígido? Y le miras, pero sus ojos no se vuelven a ti, no atienden a tu mirada como tantas veces lo habían hecho. Sabes que no lo has destruido todo con aquellas maneras tan atrevidas, no porque nada estuviese construido ya, sino porque después de todo, un anuncio de boda ya había derribado todo, lo había hecho estallar en miles de pedazos.

—yo agudizaba su mente. A usted le encantaba decirme sus pensamientos. Y a mí me encanta enaltecer esta mente tan estimulante... ¿me he formulado erradas conjeturas?—egoísta e inverosímil. Habías estado lo suficientemente cegado por la atención que Holmes te tenía, que te imaginabas cosas que no eran—por un segundo llegué a pensar que le era más valioso que su pipa—mientras ríes, tus inquietas manos se distraen ahora en la espalda de Holmes, y al termino tu boca se une nuevamente con sus labios. Cuando tu mano derecha termina inevitablemente distraída acariciando el largo y el ancho de su torso, la otra obliga a que la boca de Holmes se abra y deje paso a tu lengua. Le invades, como el invadió tu vida. Pero tú no lo salvas o lo sacas de la miseria.

Su lengua solo aumenta tu placer, sus labios calientan el miembro entre tus piernas. Y Holmes no hace nada, ni para evitar tus movimientos, ni para apoyarlos. Crees que vas a morir. Su lengua, que aunque no se mueve con la tuya, te lleva hasta el más cándido paraíso. Tus labios que se restriegan y ruegan a los suyos por algún movimiento, te satisfacen, hacen hervir tu sangre. Estas tan desesperado. Tan urgido por más de esa clase de contacto. Le manoseas hasta donde llega su vientre, la línea hasta donde da inicio la prenda inferior.

—El saberme una de sus más arraigadas costumbres, hacía que saltara y llorara de felicidad—y tus labios vuelven sobre sus pasos, surcan cada rincón del cuello, cada risco de su pecho y cada línea es besada y adorada por tu boca—que quien yo amaba se acostumbrase a mí... era lo máximo que podía pedir del gran Sherlock Holmes—las manos que antes ocupaste para acariciar los rincones de su espalda las recargas ahora sobre sus muslos, despacio vas bajando. Despacio, tus labios trazan el camino hasta la línea de tela que termina por detenerte.

Tratas de controlarte, tratas en tu inutilidad que aquellas palabras hagan algo, que surtan algún efecto en ese corazón que ha aprendido a cerrar sus puertas desde dentro. Quieres destrozarlo, obligarlo a sangrar tanto como lo estás tú. Que sus ojos grises se llenen de dolor y que sus labios tiemblen tanto como los tuyos, realmente necesitas ver sus ojos inundados en lágrimas, debes sentir ese dolor, tu dolor.

Aun ahora que tus brazos se apoyan sobre sus piernas y tus ojos llorosos le miran angustiado, evita tu mirada. Sus ojos siguen fijos en alguna parte de la pared, sus manos delgadas siguen tal cual las dejaste atadas. Y no hay nada, nada por lo que debas continuar cuando tus esperanzas ya perdidas zumban en tus oídos, nada por lo que debas retractarte al sentir los alegres latidos en tu pecho. Pero no por eso tus lágrimas dejan de caer en el pantalón de Holmes o tus manos sigan apretando sus muslos o tus ojos dejen de insistirle a que te mire.

—Y aun a pesar de todo... sin darme cuenta he perdido lo que al parecer nunca tuve—ya no seguirás. Los intentos vánales que rogaban por alguna reacción te han obligado al fin a renunciar, de nada te servirá el seguir ahí por más tiempo. Solo, por última vez, le besaras.

Por un segundo más rosas sus labios con los tuyos. Por un segundo más tu lengua saborea cada surco y comisura.

Y por un último y final segundo Holmes te corresponde. El compás de su lengua que rima con la tuya, la melodiosa y angelical armonía por fin ha decidido hacerte suyo. Los labios firmes de Holmes pegados fervientes a tu boca, y tu alta sensibilidad respondiendo a cada mínimo movimiento. Apasionados, rítmicos, pero más que todo amorosos y cálidos. Tus ojos se abren aún más cuando la mirada casi transparente de Holmes se posa sobre ti, tan directa que sientes como mil agujas te atraviesan. Pero no sabes que hacer y eres tu quien se queda en blanco cuando los labios de Holmes se separan abruptamente de tu boca.

Crees que va a hablar, pero en vez de eso desata con facilidad sus muñecas y tira al suelo lo que ya le habías quitado. Sus manos pasan por debajo de tus brazos y con aquella fuerza disfrazada te jala hacia él. No sabes en que momento ha metido la mano en el cajón hasta que comienza a atar tus muñecas, no con mucha fuerza, pero la suficiente para que no puedas desatarte. Te tira al suelo, enfrente de la chimenea, justo arriba de la piel de oso. Tus muñecas están atadas por delante por lo que tu rostro da directo contra el piso, tu nariz empieza a sangrar, pero es algo fácil de omitir cuando las manos del hombre que amas empiezan a acariciar los músculos de tu vientre por encima de la ropa.

Cuando las prendas superiores que te cubrían son partidas cruelmente por la mitad tus manos ya están sobando tu miembro por encima del pantalón. El tener a Holmes actuando completamente fuera de sus parámetros de caballero se te hace tan excitante, tan provocativo. De tu boca no paran de salir gemidos y gritos de placer cada vez que las manos de largos dedos jalan y retuercen tus pezones, sientes el encanto, el perfecto estremecimiento de placer que cae sobre tu miembro duro y encarcelado entre tus pantalones, es perfecto, y lo es más cuando tus manos no dejan de moverse. Es en el instante mismo en que Holmes te deja completamente desnudo cuando sientes que tu semen mojará la piel de oso.

Caes de lado, Holmes mira cada rincón de tu piel. Inevitablemente te sientes acariciado, adorado. Te volteas una vez más y levantas tus brazos dejándolos caer justo enfrente de la chimenea, usas la gran cabeza de pelo negro como almohada, encojes tus rodillas y abres las piernas. Te estas ofreciendo, ahora mismo no pasarías por menos de una simple ramera que se ofrece por un poco de dinero, por unos simples centavos.

No te arrepientes, nada te haría relegar la posición en la que te encuentras. Por un segundo piensas que quieres cambiar el cómo ha terminado tu rostro en ese estado tan deplorable y poco atractivo. Se te antoja tener una sonrisa, que tus mejillas rojas quemen y te adornen, tener el cabello desordenado por manos animadas entre besos apasionados, quieres que la sangre en tus labios sea por mordidas fuertes y que una situación impaciente y llena de lujuria haya dejado la ropa destruida. Sin embargo ahora mismo no te sirve de nada soñar. Tus pensamientos no ayudan de mucho cuando tu ano es invadido de la forma más ruda y cruel por tres dedos que Holmes ni siquiera tuvo la intención de lubricar.

A pesar de eso no puedes evitar sentirte sumamente estimulado por ello, no es a causa del dolor. Es quién te lo provoca. El saber que esos dedos alguna vez te deleitaron tocando magistralmente el violín, ahora mismo salen y entran a placer dentro de ti. Gimes y gritas de dolor. Lloras y te agitas por el deleite. El deleite de sus dedos sacudiéndote y tus ojos mirando atentos cada vez que entran y salen. La sensación cálida te llena por dentro, el pree semen transparente lubrica los dedos de Holmes, provocando que el vaivén sea más rápido. Haciendo que tu placer haga desaparecer el dolor.

Holmes saca su miembro. A pesar del alto nivel sanguíneo que levanta tú pene, el suyo a penas y se inclina ligeramente hacia delante. Estas sorprendido, no por su estado, sino porque a gatas, lo va acercando a tu orificio. Mientras empuja, te pones cada vez más impresionado. Se ha metido por completo pero no pasa nada más. Te mira. Te sorprendes y quieres inmediatamente abrazarle. Son sus ojos tan transparentes y vivos, que no es necesario hablarle. La expresión que forma su rostro con sus cejas y el gesto de sus labios se te hacen más claros a medida que acerca su rostro al tuyo. Sus brazos pasan por debajo de tu cintura, abrazándote.

—Día tras día, cada segundo que pasaba a lado tuyo. Cuando te miraba me limitaba a no hacerlo por más de tres segundos. Yo sabía, que aunque en un principio tú no me resultabas valioso, en menos tiempo de lo esperado ya formabas parte de mis planes. —el aire se sale completamente de tus pulmones. Tus lágrimas comienzan a salir de nuevo mezclándose con la sangre, mientras, sus labios suaves y húmedos por su propia saliva besan dócilmente tu hombro. Sus manos recorren tus piernas. A cada contacto tu piel estimulada se eriza, el arrítmico paso de tus pulmones llenan tu boca de suspiros colmados de cariño. Al tiempo, sientes como cada beso perfora tu corazón y sus palabras acarician tu alma—trataba de evitarlo. Mis sentimientos no harían otra cosa más que retrasarme. Nadie jamás fue capaz de hacer que me preocupara más de lo normal por otra persona. Pero ahí estabas, con tus frases poco inteligentes. Y tu tradicional forma de contar historias empezando siempre por el final. Poco a poco, tus esfuerzos por ayudarme no solo cumplieron su objetivo, también hicieron que cambiara. Y así John Watson terminó enfermándome de lo que más creía estar protegido—.

Para cuando termina de hablar sus manos ya se ocupan de tocar cada parte de tu cuerpo. Las caricias cálidas son bien recibidas por tu corazón adolorido. Tus pensamientos se rinden ante el significado de aquellas palabras. Sus labios no paran de besar tu cuello con la vehemencia que tú antes habías utilizado. Pero no te besa, el contacto sigue siendo sobre tu cuerpo desnudo pero no sobre tu boca, las manos tocan tus caderas y sus dedos retuercen tus pezones.

Su miembro se endurece con cada segundo que pasa y tus gemidos al sentir cada pequeño rose no pasan desapercibidos por sus oídos atentos, tus manos atadas se mueven inquitas, quieren tocar también. Quieres sentir que aquella situación está por encima de un sueño o ilusión, deseas por cualquier medio tocarle más. Holmes desata tus muñecas y toma tus manos, beso tras beso los moretones de tus muñecas son quitadas del intermitente dolor. Cuando el miembro dentro de ti se endurece por completo, mueves tus caderas, Holmes se impulsa de adelante hacia atrás con vehemente fuerza y rapidez.

Tus piernas se enroscan en su cadera, sus manos te acarician nuevamente y su boca se dirige a la tuya de forma lenta. Los labios pasan por tu cuello, muerden un poco y finalmente sellan a tu ansiada boca. El ritmo es inmediatamente marcado, el vaivén de sus caderas se vuelven a la velocidad del beso que es pausado y suave. De repente todo se silencia, en la habitación ya no hay más sonido que el de tu respiración acoplándose a la suya, aquel sonido vibrante e indecente no es ahora más que el susurro de aquel ir y venir tan rápido que en este momento se te hace ya lejano.

Lento las lenguas se rozan, danzan y pelean, se unen en un desliz cadencioso lleno de lujuria quemante. Te arrastra. Te dejas llevar. Sus labios y tus labios, una, otra y otra vez se tocan, se prueban y aplastan. Adoras aquella sensación, la divinidad de aquel contacto sobrepasa los límites que alguna vez te habías impuesto, esa dulce sensación te quema. Cuando Holmes se mueve nuevamente no espera a que te recuperes de su beso. Como una avalancha te arrastra y te sepulta bajo la vigorosa sensación de placer, tus manos le acarician a él... a sus brazos desnudos, a sus muslos desnudos... su espalda.

Es el momento mismo en que tus manos bajan un poco más cundo tu miembro, que bailaba solo, al compás de las estocadas de Holmes, cuando él te toma. Acaricia tu sexo de forma sutil en un compás errante y veloz. Le abrazas nuevamente, tus manos no dejan de acariciarle los negros cabellos y los gemidos placenteros que expulsa tu garganta exigen que la velocidad se pronuncie aún más. Las embestidas se acentúan, el líquido caliente de Holmes se resbala entre tu orificio y su pene. Cada vez más caliente, más vibrante y exquisito. Y por último tú grito de gloria, su gemido final. La sensación eléctrica y no pensante recorre tu cuerpo de punta a punta, tu semilla se esparce por todo tu torso y llega hasta tu pecho, el semen caliente de Holmes te sobrepone y remarca aún más la excitación de tu orgasmo, sus movimientos finales te estremecen.

 

—Quiero que seas mi enfermedad—sin más palabras le besas insistentemente. Y él te corresponde.

Notas finales:

 OK, eso fue todo. Me disculpo si el final no fue lo esperado, pero creo que fue lo más conveniente, aun si no fue el mejor. De todas formas, no hubiera podido escribir otra cosa.

Entonces me despido, se que también dije que subiría dos historias, pero aun me falta escribir un lemon super rosa, ténganme paciencia por favor. Bueno. Me retiro, m espero que le haya gustado aunque sea un poco.

Un abrazo.

 

L. K


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