Él sabía que algo debía hacer con su vida. No tenía a nadie. No tenía nada. Solo aquellas inmensas ganas de ser ‘algo’ para alguien. Él estaba confiado en que algún día, alguien reconocería ese inmenso amor que sabía, era capaz de dar. Pero nadie hasta ahora, podía descubrirlo en sus ojos. Porque sus ojos nunca demostraban nada. Eran inexpresivos.
Toda su vida siempre estuvo al margen. Siempre desde la distancia veía cómo el amor iba de una persona a otra atando vidas. Menos la suya. Hubo una vez, cuando niño, que se preguntó porqué el amor no lo elegía, porqué nunca acudía a él. Tenía amor. Eso estaba claro, tenía el amor de su familia y de sus amigos, pero no era ‘ese’ tipo de amor el que quería y buscaba. La leyenda del ‘hilo rojo del destino’ la había escuchado más de mil veces, y todas esas veces se imaginó de la mano con alguien. De la mano de alguien que lo amara y fuera capaz de retribuirle todo aquello que sentía, aunque no lo demostrara tan fácilmente.
El amor para él era la cosa más bella, era la forma en que podías sentirte completamente pleno, lleno de felicidad, el amor significaba más para él, estaba seguro, que para muchas personas ahí fuera que estaban completamente completos, completamente con vida, y no lo aprovechaban.
Veía con impotencia cómo todos los días el amor era desperdiciado. Porque las personas no lo valoraban, lo hacían a un lado confiadas en que siempre estaría ahí. Pero no recordaban que al amor había que cuidarlo como a una pequeña y delicada flor: con cuidados, con mimos, con atenciones, con detalles, con agua, con más amor.
Y él se había sentido tan impotente, tan indeseado, tan… tan sin amor.
Hasta ‘ése’ día. Ése día en que había decidido escribirle al amor.
No le estaba escribiendo a nadie en concreto. Ese día simplemente tomó una hoja y una pluma y mirando el blanco y liso y suave papel, comenzó a escribir.
“No sé quién eres, no sé quien serás, no sé si serás mujer, hombre, tampoco sé tu edad.
Pero si sé una cosa. Sé que las palabras que estarás leyendo sonarán realmente fuera de sentido, honestamente, ¿a quién le importa?. Nunca me conocerás y nunca te conoceré. Estas líneas estarán llegando a ti por medio de la casualidad, no es una casualidad que las escribiera, realmente necesitaba desahogarme y este fue el único medio que encontré en el que alguien realmente me prestase aunque sea un poco de atención.
Y ya que tengo la tuya, te preguntaré, ¿crees en el amor?. Yo sí, aunque nunca lo he sentido. Por supuesto que he sentido el amor habitual, pero nunca el que se puede sentir por una persona. ¿Es lindo?, ¿es realmente como todas las películas lo pintan?, el amor puede ser tan fuerte como para dar tu vida por esa otra persona?. Yo no creo que algo así pueda suceder. Porque todos en el fondo son egoístas. No creo que el amor que ponen en las películas sea como el amor real. Por eso me gustaría saber otra opinión.
No creo en ése tipo de amor, no creo que pueda existir algo tan intenso que te haga olvidar el egoísmo. Pero sí creo en el amor que todo lo creé y soporta. En el amor lindo y duradero aunque ese amor sea egoísta para con su propio dueño.
¿Existe realmente? O ¿no?
Si fueras tan amable de responderme, seas quien seas.
Y si por casualidad quisieras responder, asegúrate de enviarlo con un sobre azul para que sepan a dónde enviármelo, por favor, no olvides poner –para K.T.– en el sobre.
Gracias.
K.T.”
Envolvió la carta en un sobre azul, el que marcaba el lugar de procedencia y con un ‘permiso especial’ lo llevó personalmente a aquel lugar donde hacían ese tipo de cosas. Era un café. Un lugar tranquilo y muy bonito donde habían hecho ese servicio tipo ‘carta postal’ para que sus clientes habituales se conociesen y formasen amistades. Al principio a él le había dado igual, no tenía que formar nuevas amistades, todos se iban olvidando de él al pasar de los días y de todas formas no creía tener tiempo suficiente para hacer y formar lazos grandes con alguien. Pero aquello que le impulsó a llevar la carta fue la necesidad de que alguien más que Momoi lo escuchara.
Momoi, la única chica que lo había escuchado durante mucho tiempo desde que la conoció. No tenía muchos más amigos que ella y a ella era la única que conservaba de forma permanente, o por lo menos lo más permanente que pudiera.
Y entonces, al pasar de los días ella llegó muy contenta con una carta con sobre azul en sus manos y él la miró sin creerlo, ¿le habían respondido?
No creía que alguien en realidad fuera a responderle, sin embargo agarró el sobre delicado entre sus manos temblorosas y vio la letra ‘para K.T’ en el sobre escritas con letra un poco descuidada. Como si quien le hubiera escrito no tuviera ganas realmente de haberle escrito. ¿Eso se podía?
Abrió el sobre y desdobló la hoja. Leyó atentamente y lentamente la furia y enojo comenzó a arder dentro de él. ¿Cómo se atrevía?, ¿Cómo podía aquel tipo o tipa decir cosas tan feas?... frunciendo el ceño, comenzó a escribir en una hoja nueva, dejando su carta a un lado, sin Mirar que Momoi estaba perpleja ante sus actos.