¿Qué estaba haciendo? Se preguntó. La verdad solamente había ido por un mísero y –debía añadir- desabrido café. Pero había regresado a casa con algo más. Algo más que no quería, y no tenía la intención de abrir.
El nuevo café que estaba cerca relativamente de su casa era bueno, tenían unos cafés muy buenos, pero ese día le había atendido un nuevo empleado que simplemente, no sabía lo que hacía.
Le había insistido hasta el cansancio que tomara una carta, que era un nuevo… ¿cómo le dijo?, ha si... servicio. Un nuevo servicio del que definitivamente, él no quería ser parte. Pero que Dios maldiga al tal Kiyosi por ser tan insístete y tan irritable, y tan malditamente convincente.
No quería volver a ver el rostro de ese empleado. Su sola presencia le supuso sentir molestia, en tanto tiempo no había tenido un servicio tan malo ni tampoco a un empleado tan hablador. Si algo no le agradaba era hablar con personas que no conocía, apenas para decir lo necesario, como un ¿me podría decir la hora?. Lo necesario para sobrevivir pensó. No necesitaba estar hablando con medio mundo ahí afuera, con todos sus ‘conocidos’ era más que suficiente. Pero ese tal Kiyoshi, del que se había percatado el nombre por el gafete que llevaba en la camisa, hablaba hasta por los codos y le irritó que todo el tiempo mantuvo una sonrisa en su rostro, como si le gustara su trabajo. A nadie le gustaba su trabajo. O al menos no tanto como para sonreír de esa manera.
Pensó en tirar la carta, no le servía para nada y tampoco la quería, pero ya que iba a pasar un buen rato en su casa solo la curiosidad le ganó. El sobre era de color azul y parecía ser el único sobre sin arrugas. Aquel servicio de la cafetería se suponía que era para conocer gente, algo como un chat a la antigua, sin internet. Que estupidez.
Al abrir el sobre se dio cuenta de que también la carta en su interior estaba sin una sola arruga y al desdoblar la hoja la letra era impecable, bien formada, como letra de profesor, o al menos de algunos profesores.
Leyó la carta y lo que encontró en ella fue…. Tan tonto…
Una sonrisa en su rostro apareció mientras leía, ¿en serio podían existir personas así?, ¿cuántos años tendría K.T?, ¿10?. Él se rió y estrujó la carta en su puño y la lanzó hecha bola en su cubo de basura casi limpio y solo como una broma alcanzó su pluma y una libreta, si la gente era tan estúpida como para creer en unicornios, cuentos de hadas y en el amor. Entonces él tendría que abrirles los ojos, el mundo no necesitaba tanta gente con pocas neuronas. En algún lugar, él sabía. Se lo agradecerían.
“¿K.T.? , ¿qué clase de persona eres?.
Seré honesto contigo porque al menos, eso es lo que te mereces. Eres un estúpido. ¿Cómo puedes creer en cosas como el amor?. Nadie puede amarte de la forma en que la describes y mucho menos de la forma tan ridícula y miserable en la que te lo pintan en las películas románticas. Creo que estás mal de la cabeza, nadie puede creer en ese tipo de amor. No hay. No existe. Solo existe en las mentes de las personas mediocres inconformes con su vida, que como tú se tragan todo lo que ven en televisión, en todo lo que leen en libros y sobre todo, en todo lo que pueden imaginar. No hay nadie que pueda dar la vida por alguien más.
¿Quién estaría, en su sano juicio, de acuerdo en morirse para que alguien pueda vivir?. Nadie.
Porque nadie puede amar a nadie como se ama a sí mismo. Nadie será capaz de ver más por ti que ti mismo. Así que grávate esto lo mejor que puedas en esa cabeza de mentalidad infantil que tienes. Nadie puede amarte más que tú mismo.
¿Por qué? Es simple, porque nadie quiere morirse para que alguien más viva en su lugar, por favor, nadie es lo bastante tonto como para eso.
Olvida el amor o las parejas. Nunca encontrarás a alguien que te quiera de forma –linda y duradera.
Por cierto, tienes razón, esta tontería me llegó por casualidad y solo por abrirte los ojos y la mente decidí escribirte, no me interesa si me contestas realmente.
A.D.”
Fue relativamente fácil encontrar un sobre azul y metió la hoja doblaba en él. Se aseguró de poner ‘para K.T.’ en el sobre y a la primera oportunidad que tuvo de pasar por el café después de sus entrenamientos, dejó el sobre. Y se alejó. Se alejó sabiendo que aquella carta sería leída. Se alejó creyendo que todos en el mundo eran estúpidos. Encabezando al mundo estaba la persona que había escrito esa carta tan miserable y en segundo lugar kiyosi por ser tan malditamente frustrante.