Laberintos.
Interminables pasillos enrevesados para confundirlo. Bañados en sangre de victimas y victimario por igual.
Era tiempo de cacería.
Las armas estaban listas, una más letal que la otra. Cargadas en oscura pólvora las balas esperan ansiosas ser liberadas.
La muerte es un camino fácil de andar, mas él siempre le ha temido a la oscuridad.
Ser una presa le otorga el privilegio de la libertad. Libre de decidir cuando será atrapado, juzgado y ejecutado.
Lo puede sentir en el aire enviciado. Ya viene. Sus pasos le confieren vida a su atormentado corazón. Su aroma enciende su instinto animal.
Los naipes no se barajan solos. Y solo él podía iniciar el juego.
Se deja ver bajo la mortecina luz del pasillo asignado. Resuena el estallido en sus oídos quitándole el tiempo para pensar, respirar o siquiera escapar.
El dolor se introduce bajo su piel, recorre su sangre y le destroza los nervios. Los pedazos de concreto vuelan lejos y la bala duerme tranquila cerca de su pecho.
La adrenalina acalla el dolor y apenas es conciente de que ese sonido histérico parecido a una carcajada nace y muere de su desgarrada garganta.
La mirada oscura se prenda de la suya. Su dedo descansa en gatillo con parsimonia fingida. Una sonrisa se abre paso deliberadamente en la expresión ceñuda de cazador experimentado.
Quiero ser tu cadáver favorito.
Todos estamos solos. Todos estamos vacíos. Las personas ya no necesitan a los demás. Siempre puedes encontrar un sustituto para cualquier cosa.
Ese es el mundo del que se cansó.
Y aun así, por alguna razón. Ni siquiera puede imaginar a alguien más que ese cazador…matándolo.
Cuándo todo termine… ¿Será él capaz de encontrar un sustituto?
Ante mi te levantas como un dios. Tomas la fría pistola y la diriges a mi cabeza. Tus ojos lucen tan oscuros que me quitan el poco aliento que en mi queda. Sabes, sabes que busco que me encuentres. Y ahora estas aquí.
¿Qué más da? ¿Que sé yo de ti, ni de nadie? ¿Qué sé de los hermosos agujeros que hacen las balas?
Sé que llorare perlas de sangre. Y que me dolerán cada uno de mis huesos ante el impacto de cada una de las balas. Pero aun así te sonrió.
Cuando el eco del disparo, que había sonado con más fuerza que nunca, dejo de recorrer el amplio corredor y se extinguió en la oscuridad, con él también se perdió el brillo de sus pupilas castañas.
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La lluvia repiqueteaba contra el ventanal del estudio. Como un constante recuerdo del paso del tiempo golpeando a su puerta. Recordándole los ásperos y angustiantes restos del pasado.
- Lord Yesung?
- Si?
- Siempre me he preguntado… ¿De donde ha conseguida ese amuleto?
Ahí estaban de nuevo.
Imágenes asediaron su mente cuando poso su mano sobre el frío anillo de plata que pendía de su cuello.
El rostro lívido y desencajado de su presa, tal y como lo vio la ultima vez; con sus apagados ojos castaños en una mueca opaca y vacía, sin mirar a este mundo. Y con un hilo de sangre descendiendo como una serpiente venenosa de sus mortecinos labios.
- Una presa de antaño. Una única y especial.
El simple destello del metal contra la luz de su estudio lo hacia serenarse por un instante y ahuyentaba cualquier tipo de oscuridad que se asentara en su ser, pues se trataba del mismo brillo que esos ojos marrones poseían en vida.
- ¿Que clase de presa llevaba semejante pieza de plata, mi Lord?
Era como si extrañamente el alma de esa persona que había removido su interior antes de jalar el gatillo, se hubiese quedado agazapada entre las curvaturas de la plata engastada, insuflándole vida a pesar de que su dueño ya no la podría ver.
Ni lo haría nunca.
- Kyuhyun. Cho Kyuhyun.