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Prince´s academy por ivy_exo

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Notas del fanfic:

Adaptacion: Princess academy-shannon hale

Espero que les guste...^^

Notas del capitulo:

Holaaa...!! Nos leemos abajo-

 

aaa nuestro kyungsoo en esta adpatacion tendra 14 años casi para los 15 (imagimenselo) naa... kyungsoo parece un bebe (xp Ivy esta loca) no tanto como luhan pero...bueno l@s dejo.

 

Por el este amanece,

lo que hace que bostece,

la cama me atrapa y no me deja marchar.

La canción del cantero

de invierno duradero

me hace levantarme y ponerme a caminar.

 

Kyungsoo se despertó al oír el balido adormilado de una cabra.

El mundo estaba tan oscuro como si tuviera los ojos cerrados, pero quizá las cabras podían oler el amanecer que se filtraba a través de las grietas de las paredes de piedra de la casa. Aunque todavía estaba medio dormido, era consciente del frío de finales de otoño que rondaba su manta y quiso acurrucarse un poco más e hibernar como un oso noche y día.

Entonces se acordó de los comerciantes, retiró la manta y se sentó. Su padre creía que hoy sería el día en que subirían los carros por las montañas y entrarían en el pueblo con gran estruendo. En aquella época del año, entre todos los aldeanos había mucho movimiento debido a la última actividad comercial de la temporada; para comer durante los meses en los que se quedaban atrapados por la nieve. Kyungsoo estaba deseando ayudar.

Cuando Kyungsoo se levantó, se estremeció al oír el crujido del colchón de vainas de guisantes y pasó con cuidado por encima de su padre y de su hermana mayor, Do Jin Ri, que estaban dormidos en sus camastros. Durante una semana había albergado la ansiosa esperanza de ir corriendo hoy a la cantera y estar ya trabajando cuando su padre llegara. Así tal vez no le diría que se fuera.

Se puso los leotardos de lana y una camisa encima del pijama, pero aún no se había atado la primera bota cuando un crujido de vainas de guisantes le dijo que alguien más se había despertado.

Su padre removió las brasas de la chimenea y añadió boñiga de cabra. La luz anaranjada brilló y dibujó su enorme sombra en la pared.

—¿Ya es por la mañana? —Sully se apoyó en un brazo y miró a la luz de la lumbre con los ojos entrecerrados.

—Sólo para mí —contestó su padre.

 

Miró hacia donde estaba Kyungsoo, inmóvil, con un pie en una bota y las manos en los cordones.

 

—No —fue todo lo que dijo.

 

—Papá. —Kyungsoo se puso la otra bota y se dirigió hacia él arrastrando los cordones por el suelo sucio. Mantuvo la voz tranquila, como si se le acabara de ocurrir aquella idea—. Pensaba que con los accidentes y el mal tiempo que ha habido últimamente podrías valerte de mí ayuda, sólo hasta que los comerciantes lleguen.

Su padre no repitió que no, pero él se dio cuenta, por la manera tan concentrada que tenía de ponerse las botas, de que era lo que quería decir. Afuera se oía una de las canciones que cantaban los trabajadores cuando iban a la cantera: La canción del cantero de invierno duradero… El sonido hizo que el corazón de Kyungsoo quedara apretado entre dos piedras. Era una canción unificadora y no lo invitaba a participar.

Avergonzado por haber mostrado sus ganas de ir, kyungsoo se encogió de hombros y dijo:

—Vale.

 

Cogió la última cebolla de un barril, cortó un trozo de queso de cabra y le dio la comida a su padre mientras abría la puerta.

 

—Gracias, mi niño. Si los comerciantes vienen hoy, haz que me sienta orgulloso.

La besó encima de la cabeza y empezó a cantar con los otros antes de alcanzarles.

La garganta le quemaba. Le haría sentirse orgulloso.

Sully ayudó a Kyungsoo a hacer las tareas de la casa: deshollinaron la chimenea y el carbón acumulado, pusieron a secar el estiércol fresco de cabra y añadieron más agua al tocino en remojo que había para cenar. Mientras Sully cantaba, Kyungsoo  parloteaba sobre nada en especial, sin mencionar el hecho de que su padre no la dejaba ir a trabajar. Pero la tristeza colgaba de  él como ropa mojada y quería reírse para quitársela de encima.

 

—La semana pasada pasé por casa de Baekhyun—dijo kyungsoo— y el vejestorio de su abuelo estaba sentado fuera. Le estuve observando asombrado porque parecía no molestarle una mosca que zumbaba por su cara, cuando, ¡plas!, se la espachurró contra la boca.

 

Sully  sintió vergüenza ajena.

—Pero Sully, se la dejó ahí —dijo Kyungsoo—. Aquella mosca muerta se le quedó pegada justo debajo de la nariz. Y cuando me vio, dijo: «Buenas tardes, jovencito», y la mosca... —El estómago de Kyungsoo se encogió al intentar seguir hablando mientras se reía—. La mosca tembló cuando movió la boca... y... ¡y en ese momento su alita aplastada se enderezó como si también estuviera saludándome!

 

Sully  siempre decía que no se podía resistir a la risa grave y ronca de Kyungsoo, que desafiaba a la misma montaña a no retumbar. Pero a Kyungsoo le gustaba más la risa de su hermana que una barriga llena de sopa, y en cuanto la oyó, su corazón se sintió más ligero.

Salieron de la casa detrás de las cabras y las ordeñaron en el fresco intenso de la mañana. El frío de la cima de su montaña anticipaba el invierno, pero el aire no tenía tanta fuerza por la brisa que llegaba del valle. El rosa del cielo se transformó en amarillo y después en azul al salir el sol; sin embargo, la atención de Kyungsoo  seguía centrada en el oeste y en el camino de las tierras bajas.

 

—He decidido volver a comerciar con Henry Lau —dijo Kyungsoo— y estoy empeñado en sacarle algo más. ¿No sería una proeza?

 

Sully sonrió mientras tarareaba. Kyungsoo reconoció la melodía; era una de las que cantaban los trabajadores de la cantera cuando sacaban arrastrando piedras del yacimiento. Las canciones les ayudaban a llevar un ritmo al tirar.

 

—Quizás algo más de cebada o pescado salado —dijo Kyungsoo.

—O miel —apuntó Sully.

—Mucho mejor.

 

La boca se le hacía agua al pensar en pasteles calientes, frutos secos almibarados para las fiestas, y reservaría un poco para echar unas gotitas sobre las galletas en algunas tardes del crudo invierno.

A petición de su padre, Kyungsoo se había encargado de comerciar durante los últimos tres años. Este año estaba decidido a hacer que el tacaño comerciante de las tierras bajas le entregara más de lo que estaba dispuesto a dar. Se imaginó la tranquila sonrisa que mostraría la cara de su padre cuando le dijera lo que había hecho.

—No puedo evitar preguntarme —dijo Sully, que agarraba la cabeza de una cabra especialmente malhumorada mientras Kyungsoo la ordeñaba—, después de que te marcharas, cuánto tiempo se quedó la mosca.

 

A mediodía Sully se marchó para ayudar en la cantera. Kyungsoo  nunca hablaba de aquel momento del día, cuando Sully se iba y Kyungsoo se quedaba. Nunca diría lo insignificante y feo que se sentía. «Que crean que no me importa —pensaba Kyungsoo—, porque no me importa, no.»

Cuando Kyungsoo tenía ocho años todos los otros niños de su edad habían empezado a trabajar en la cantera: llevaban agua, iban por herramientas y desempeñaban otras tareas básicas. Cuando le preguntó a su padre por qué él  no podía, lo cogió en brazos, lo besó encima de la cabeza y lo meció con tanto amor que él supo que saltaría por las cimas de las montañas si su padre se lo pedía. Después, con aquella suave voz baja, le dijo:

—Nunca pondrás el pie en la cantera, mi niño.

No le volvió a preguntar por qué. Kyungsoo, desde que nació, había sido diminuto, y a los catorce años era más pequeño que los chicos más jóvenes que él. Había un refrán en el pueblo que decía que cuando se creía que algo era inútil, era «más flaco que el brazo de un habitante de las tierras bajas». Cada vez que Kyungsoo lo oía quería cavar un hoyo en las rocas y arrastrarse bien hondo hasta desaparecer de la vista.

—Inútil —dijo con una risa. Todavía le dolía, pero le gustaba fingir, incluso para el  mismo, que no le importaba.

 

El línder. Era lo único que se sacaba de la montaña, el único medio que tenía el pueblo de ganarse la vida. A lo largo de los siglos cuando una cantera se quedaba sin línder, los habitantes de ese pueblo cavaban otra y trasladaban Monte Namsan  a la antigua cantera. Cada una de las canteras de la montaña había producido pequeñas variaciones sobre la brillante piedra blanca. Habían extraído línder marmolado con vetas rosas, azules, verdes y ahora plateadas.

Kyungsoo ató a las cabras a un árbol retorcido, se sentó sobre la hierba cortada y arrancó una de las florecillas rosas que creían entre las grietas de las rocas. Una flor  Soo.

El línder de la cantera actual se descubrió el día en que él nació y su padre quiso ponerle el nombre de la piedra “linder”.

 

—Esta capa de línder es la más bonita —le había dicho a su madre—, blanca pura con rayas de plata.

 

Pero en la historia que le había arrancado a su padre tantas veces, su madre se había negado.

 

—No quiero un hijo con el nombre de una piedra —había dicho, y en su lugar le puso el nombre de la flor que había vencido a la roca y había trepado para mirar el sol.

 

Su padre había dicho que a pesar del dolor y la debilidad que había sentido después de dar a luz, su madre no soltó a su diminuto bebé. Una semana después su madre había muerto. Aunque Kyungsoo no se acordaba de nada salvo de lo que había creado su imaginación, pensó en la semana en que su madre lo tuvo en brazos como si fuera la cosa más preciosa que tenía y se guardó aquel pensamiento bien apretado a su corazón.

Kyungsoo  giró la flor entre sus dedos y los delgados pétalos se rompieron y cayeron en la brisa. La sabiduría popular decía que podía pedir un deseo si se caían todos los pétalos a la vez.

¿Qué deseo iba a pedir?

Miró hacia el este, donde las laderas amarillo verdosas y las llanuras del monte Namsan  subían hacia el pico gris azulado. Al norte, una cadena montañosa limitaba con el infinito púrpura, azul y después gris.

No pudo ver el horizonte al sur, donde se extendía un océano misterioso. Al oeste estaba el camino del comerciante que llevaba al paso, y al final a las tierras bajas y al resto del reino. No se podía imaginar la vida en las tierras bajas más de lo que podía visualizar un océano.

Debajo de ella, la cantera era un sonido metálico de extrañas formas rectangulares, bloques medio expuestos, hombres y mujeres que trabajaban con cuñas y mazos para soltar los trozos de la montaña, incluso desde la cima, Kyungsoo  podía oír las canciones al son del mazo, el cincel y la palanca, cuyo sonido se solapaba y las vibraciones sacudían el suelo sobre el que estaba sentado.

Le vino a la cabeza un hormigueo y la visión de Doter, una de las mujeres de la cantera, al sentir la orden «Golpead más flojo». Era el lenguaje de la cantera. Kyungsoo se inclinó hacia delante porque quería oír más.

Los trabajadores utilizaban esta forma de comunicarse sin hablar en voz alta. La voz del lenguaje de la cantera sólo funcionaba allí, pero Kyungsoo a veces podía percibir los ecos cuando se sentaba cerca. Entonces, cuando necesitaban hablar con una persona, la montaña usaba ese ritmo para llevarles el mensaje.

Qué maravilloso sería, pensó Kyungsoo, cantar al compás para, a través del lenguaje de la cantera, hablar con un amigo que está en otro saliente y compartir el trabajo.

El tallo de la soo comenzaba a marchitársele entre los dedos. ¿Qué deseo iba a pedir? Ser más alto que un árbol, tener unos brazos como los de su padre, tener un oído que supiera cuándo es el momento de recoger el línder y tener la fuerza para sacarlo. Pero pedir cosas imposibles le parecía un insulto a la flor soo  y un desprecio hacia el dios que la creó. Para entretenerse se llenó de deseos imposibles, tales como que su madre volviera a vivir, unas botas que ningún fragmento de roca pudiera atravesar o miel en vez de nieve; para que de alguna manera fuera tan útil para el pueblo como para su padre.

Un quejido desesperado atrajo su atención hacia la base de la ladera. Un chico de dieciocho años seguía a una cabra suelta por el arroyo donde el agua le llegaba por las rodillas. Era alto y delgado, tenía la cabeza llena de rizos. Era Chanyeol. Normalmente le habría saludado, pero el año pasado había empezado a rondarle a Kyungsoo una extraña sensación y ahora era más probable que se escondiera de él, que le sacudiera piedrecitas de la espalda.

Había empezado a notar cosas en él hacía poco,  como la línea entre las cejas que se marcaba cuando se quedaba perplejo,  su sonrisa de oreja a oreja y  su comportamiento infantil. Le gustaban aquellas cosas.

Hacía que Kyungsoo se preguntara si Chanyeol lo observaba a él también.

Apartó la mirada de la calva de la flor soo para depositarla sobre el pelo rojizo de Chanyeol y quiso algo que no se atrevió a pronunciar.

—Deseo... —susurró. ¿Se atrevía?

—Deseo que Chanyeol y yo...

El sonido de un cuerno retumbó tan de repente contra los acantilados que a Kyungsoo  se le cayó el tallo de la flor. La aldea no tenía un cuerno, así que significaba que habían sido los habitantes de las tierras bajas. Odiaba responder a aquella trompeta como un animal a un silbido, pero la curiosidad superó su orgullo. Cogió las ataduras y tiró de las cabras para llevarlas ladera abajo.

 

—¡Soo! —Chanyeol corrió para ponerse a su lado mientras hacía que sus cabras le siguieran. El esperó no tener la cara manchada.

—Hola, Chanyeol. ¿Por qué no estás en la cantera?

 

En la mayoría de las familias sólo los que eran demasiado jóvenes o demasiado ancianos para trabajar en la cantera se encargaban de las cabras y los conejos.

 

—Mi hermana quería aprender a usar la cuña y a mi abuela le dolían los huesos, así que mi madre me pidió que diera una vuelta con las cabras. ¿Sabes por qué tocan la trompeta?

 

—Supongo que serán los comerciantes. ¿Pero por qué toda esa fanfarria?

 

—Ya conoces a los de las tierras bajas —dijo Chanyeol—. Son muy importantes.

 

—Quizás uno ha tenido un gas y lo ha pregonado a los cuatro vientos para que todo el mundo se entere de la noticia.

 

Sonrió a su manera, con la parte derecha de la boca más elevada que la izquierda.

Las cabras se balaban unas a otras como si fueran niños peleándose.

 

— ¿Ah, sí, eso te ha dicho? —le preguntó Kyungsoo a la cabra que iba a la cabeza como si entendiera su idioma.

-          ¿Qué? —dijo Chanyeol.

 

—Tu cabra dice que el agua del arroyo estaba tan fría que del susto se le ha subido la leche hasta las chuletas.

 

Chanyeol  se rio, lo que despertó en él la intención de decir algo más, algo inteligente y maravilloso, pero aquel deseo ahuyentó todas sus ideas, así que cerró la boca antes de decir alguna estupidez.

Se pararon en casa de Kyungsoo para atar a las cabras. Chanyeol  intentó ayudarlo cogiendo todas las cuerdas, pero las cabras empezaron a embestir unas contra otras, las correas se enredaron y de repente los tobillos de Chanyeol estaban atados.

—Esperad... parad —dijo y se cayó al suelo.

Kyungsoo se acercó para ayudarle y enseguida se encontró despatarro a su lado riéndose.

—Nos cocemos en un estofado de cabra. Ya no tenemos salvación. 

Cuando por fin se desenredaron y se pusieron de pie, Kyungsoo tuvo ganas de inclinarse y darle un beso en la mejilla. Aquel impulso lo impresionó y se quedó allí como un tonto avergonzado.

—Menudo lío —dijo Chanyeol.

—Sí. —Kyungsoo bajó la vista y se quitó la suciedad y la gravilla de la ropa. Decidió que sería mejor tomarle el pelo, no fuera que le hubiera leído el pensamiento—. Si hay una cosa que se te da bien, Park Chanyeol, es meterte en líos.

—Eso es lo que dice mi madre y todo el mundo sabe que ella nunca se equivoca.

Kyungsoo se dio cuenta de que la cantera estaba en silencio y que el único martilleo que oía eran los latidos de su corazón en los oídos. Esperó que Chanyeol no pudiera escucharlos. Otro toque de trompeta les alertó y se marcharon corriendo.

 

Los carromatos de los comerciantes estaban alineados en el centro del pueblo y esperaban a que empezara la venta, pero todos los ojos estaban puestos en un carruaje pintado de azul que avanzaba entre la niebla. Kyungsoo había oído hablar de los carruajes, pero nunca había visto uno. Alguien importante debía de haber venido con los comerciantes.

—Chanyeol, vamos a mirar desde... —empezó a decir Kyungsoo, pero entonces Baekhyun y Luhan llamaron a Chanyeol y le saludaron.

Baekhyun no era tan alto como Chanyeol, con un pelo más claro  que el de Kyungsoo; y Luhan  tenía la fama de ser el chico más hermoso del pueblo. Eran dos años menor que Chanyeol, pero últimamente él era el chico al que preferían dedicarle una sonrisa.

—Vamos a mirar con ellos —dijo Chanyeol mientras los saludaba con una sonrisa tímida de pronto.

Kyungsoo se encogió de hombros.

—Ve.

Él se fue corriendo sin mirar atrás en dirección contraria atravesando la multitud de canteros expectantes para encontrar a Sully.

—¿Quién crees que puede ser? —preguntó Sully, que se puso a su lado en cuanto Kyungsoo se aproximó. Incluso en un grupo grande, Sully estaba inquieta si estaba sola.

—No sé —contestó Yura—, pero mi madre dice que una sorpresa de las tierras bajas es una serpiente en una caja.

Yura era delgada, pero no tan pequeña como Kyungsoo, y tenía el mismo pelo rojizo que su hermano, Chanyeol. Estaba mirando el carro y arrugaba la cara con desconfianza. Sully asintió. Doter, la madre de Yura y Chanyeol, era famosa por sus sabios dichos.

—Una sorpresa —dijo Jongdae. Tenía el pelo negro y una expresión en la cara de un asombro casi constante. Aunque sólo tenía dieciséis años sus hombros eran casi tan anchos y los brazos tan gruesos como cualquiera de sus seis grandes hermanos—. ¿Quién podrá ser? ¿Un comerciante rico?

Uno de los comerciantes miró en su dirección con una sonrisa condescendiente.

—Sin duda es un mensajero del rey.

—¿Del rey? —Kyungsoo se quedó boquiabierto como un vasto montañés, pero no pudo evitarlo. En toda su vida nadie relacionado con el rey había estado en la montaña.

—Lo más seguro es que estén aquí para declarar Monte Namsan la nueva capital de Corea —comentó el comerciante.

—El palacio real quedará muy bien en la cantera —dijo un segundo comerciante

—¿De verdad? —preguntó Jongdae, y los dos comerciantes se rieron por lo bajo.

Kyungsoo se les quedó mirando, pero no dijo nada por miedo a parecer el mismo un ignorante.

Sonó otro toque de trompeta y un hombre muy bien vestido se levantó del banco del conductor y gritó con una voz fuerte y forzada.

—Les pido que escuchen al delegado principal de Seul.

Un hombre delicado con una barba corta acabada en punta salió del carruaje y entrecerró los ojos por la luz del sol que reflejaban las paredes de la antigua cantera. En cuanto se colocó a la vista de la multitud, cambió el gesto para fruncir el entrecejo de forma muy marcada.

—Damas y caballeros de... —se detuvo y se rió por algún chiste que se había contado a sí mismo—. Pueblo de Monte Mansam, puesto que vuestro territorio no tiene delegado en la corte para informaros, Su Majestad el rey me ha enviado para daros esta noticia.

Una brisa le puso la larga pluma amarilla de su sombrero contra la frente y la apartó. Algunos de los jóvenes del pueblo se rieron.

—El verano pasado los sacerdotes del dios creador se reunieron el día del cumpleaños del príncipe y ocurrió algo…inesperado, el príncipe se casara con un joven. Leyeron los presagios y adivinaron el hogar de su futuro esposo. Todas las señales indicaron a Monte Mansam.

El delegado principal hizo una pausa, al parecer esperando una respuesta, aunque Kyungsoo no sabía de qué tipo. ¿Una aclamación? ¿Un abucheo? Suspiró y alzó la voz:

—¿Estáis tan lejos que no conocéis las costumbres de vuestra propia gente?

Kyungsoo deseó poder gritar la respuesta correcta, pero como sus vecinos, guardó silencio.

Unos cuantos comerciantes se rieron incomodos.

—Esta ha sido una costumbre de los habitantes de gangnam-gu, Seúl-recalco- desde hace mucho tiempo —dijo el delegado principal mientras se apartaba de la cara la pluma que empujaba el viento—. Después de días de ayuno y súplica, los sacerdotes llevan a cabo un rito para adivinar qué ciudad o pueblo es el hogar de la futura princesa en este caso el futuro príncipe. Podéis estar seguros de que la declaración de Monte Namsan sorprendió a muchos habitantes de Seúl, pero ¿quiénes somos nosotros para discutir con los sacerdotes del dios creador?

Por la rigurosidad de su tono, Kyungsoo dedujo que en realidad sí había intentado discutir con los sacerdotes del dios creador, pero había fracasado.

—Como dicta la tradición, el rey ordenó que se creara una academia con el propósito de preparar a los jóvenes potenciales. Aunque la ley establece que la academia se forme en la ciudad elegida, en vuestro caso no será así —entrecerró los ojos y miró a su alrededor—, pues la verdad es que vuestro pueblo no tiene ningún edificio con el tamaño apropiado para este cometido. Dadas estas circunstancias, los sacerdotes acordaron que la academia se alojase en la vieja casa de piedra del ministro cerca del puerto de la montaña. Los sirvientes del rey la están preparando ahora para que la usen.

El viento le puso la pluma en la mejilla y le pegó un manotazo como si fuera una abeja.

—Por la mañana, todos los muchachos del pueblo de doce a diecisiete años irán a la academia, donde se prepararán para conocer al príncipe. Dentro de un año el príncipe ascenderá a la montaña y asistirá al baile de la academia. Él mismo elegirá a su esposo de entre los chicos de la academia. Así que estad preparados.

La corriente ascendente le empujó la pluma hacia el ojo. Él se la arrancó del sombrero y la tiró al suelo, pero el viento la levantó y se la llevó volando del pueblo, por encima del acantilado y más lejos. El delegado principal ya estaba de vuelta en su carruaje cuando la pluma desapareció de la vista.

—Una serpiente en una caja —dijo Kyungsoo.

Notas finales:

Chau....

 

 

 

Holaaa ¿Que les pareció? dejen un review ~

Encerio, espero que les haya gustado.

No pondre las advertencias ¬¬

   Nos vemos en la prox. actu. (en unos dias, supongo)

 

XOXO 

                                               Ivy ~


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