Un recorrido que normalmente le lleva media hora, esta noche le tomó sólo dieciséis minutos. La llamada había sido una propuesta indecente que debía aceptar. Por supuesto, tocar el timbre le quitaba emoción a la escena, pero no tenía de otra.
El castaño abrió esa barrera que los separaba y Asagi, prácticamente, lo atacó.
Mientras la lengua del pelinegro se internaba en la boca del menor, sus manos agarraban a Jui por esas apetecibles piernas que le encantaban. No necesitó mucha fuerza para cargarlo, además, el castaño colaboraba. Jui enredó sus piernas en la cintura del contrario. Unos cuantos pasos y ya estaban sobre la cama.
Dos cuerpos ardiendo en excitación no necesitan mucho tiempo para ser despojados de la ropa.
Jui era como un libro abierto, podía expresar cualquier cosa con facilidad y sin siquiera darse cuenta. Esta vez fue la mirada y el movimiento en su labio que lo delató.
- Vamos, hazlo –dijo Asagi justo después de besarlo.
Pero el menor no necesitaba palabras. Rápidamente, dejó al pelinegro debajo de él. Tan dispuesto como se encontraba, deslizó su dedo índice por encima de la ropa interior de Asagi. Jui, como método de tortura, comenzó a lamer sobre la tela. En vez de retirar toda la pieza, el menor fue bajándola poco a poco. Se limitaba a lamer esos pocos centímetros del miembro que dejaba al descubierto.
Los labios del castaño apenas habían rozado el glande contrario, queriendo succionar con suavidad, cuando la poca cordura que quedaba en Asagi cedió.
Para el mayor era desesperante. Su bestia interior se removía, queriendo actuar por instinto, y eso dejó hacer. Sin darse cuenta, ya tenía a Jui bajo él, besándolo con gula, y a punto de penetrarlo. Sus uñas se deslizaban, clavándose en las piernas de Jui, sin intención de herirlo, pero sí marcarlo.
“Mío, eres mío”.
Ese pensamiento Jui lo leía en la mirada del contrario, lo veía cada vez que lo abrazaba, lo entendía con cada palabra que le decía, y no le molestaba en absoluto.
Acciones que resultaban ser cómplices de esas miradas. Jui tomó sus propias piernas, abriéndolas lo más posible. Por supuesto, el pelinegro no necesitó palabras, su hombría ya se abría paso entre las carnes del menor. No había delicadeza en el acto, sólo eran dos cuerpos que buscaban fundirse, dos cuerpos que gemían para llegar al éxtasis juntos, como los amantes que eran.
El mundo que se encontraba detrás de esas paredes podía desaparecer, a ellos no les importaba. Esos momentos de intimidad, donde el universo era opacado por sólo la presencia del otro eran los más adorados. Era la forma de ambos de ver que era amor.
El amanecer ya hacía su aparición y ahora los dos cantantes yacían exhaustos sobre la cama, intentando normalizar la respiración luego de tan ajetreado maratón.
- Eso… fue… increíble… -el silencio que los había invadido fue roto por Jui, quien aún jadeaba pero eso no le evitaría hablar.
- Tu culpa –fue todo lo que dijo Asagi, casi sonriendo por ese halago.
- Ni siquiera pude terminar mi trabajo… El jefe me regañará.
- No, regaño es muy poco para él –aclaró el mayor rápidamente-. El jefe ya me dijo que te castigará. Te dejará encerrado y sin ropa en su oficina, y hará que gimas aunque no quieras. Cualquiera te podría escuchar… Tenlo en cuenta, cariño.
- Creo que te cambiaré por mi jefe… -susurró Jui, apagando su voz. El cansancio del día ya le suplicaba ser aplacado.
- El jefe te amará y cuidará, siempre… -contestó Asagi, a modo de promesa. Una eterna.
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