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La fisión del complemento. por Pookie

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Notas del capitulo:

Death note no me pertenece, es obra de Tsugumi Ōba y Takeshi Obata.

Advertencia: ninguna.

Recomendación: escuchar "Call your name" de MPI & CASG. 

El sonido de las computadoras corriendo a toda velocidad era el único sonido que se dejaba oír en la sala donde se encontraba el nuevo L, el verdadero sucesor del mejor detective del mundo.  

Grandes monumentos hechos de cartas, de dados y de cualquier juguete eran visibles para cualquiera que entrara en la estancia. Las gigantescas torres se alzaban casi tocando el cielo de metal y los castillos a base de dados eran tan anchos que nadie podía moverse libremente por la habitación, por esa misma razón, sólo él estaba allí. Ni Halle, ni el comandante Lester ni Giovanni se encontraban ahí.

Near lo prefería así, si los necesitaba, sólo bastaba con llamarlos y ellos vendrían. Pero con el correr del tiempo, le gustaba estar solo, él y sus juguetes era lo único que necesitaba, al fin de cuentas ya estaba acostumbrado. Cuatro largos años de soledad eran más que suficientes, o al menos eso le gustaba pensar.

Los casos que resolvía no podían igualarse al caso Kira, ninguno le tomaba más de un par de días resolverlo, ninguno le proporcionaba la emoción que había sentido hace ya cinco años tras. Ninguno lo motivaba.

Desde que había derrotado al mayor asesino de todos los tiempos, no había hecho otra cosa que construir gigantes monumentos, extrañas estatuas que se erguían hacia el cielo, formando letras imaginarias.

Estaba aburrido, la monotonía de ser L estaba acabando lentamente con su vida, apagándola como si fuese una vela solitaria consumiéndose lentamente, alumbrando sí, pero acosta de su propio cuerpo. Nada lo movía, nada lo entusiasma a continuar, no había nadie que fuera su catalizador; esa fuerza que lo sacaba del estado de reposo en el cual se encontraba. No había nadie, no. Él no quería a alguien, él quería a Mello. Él quería a la única persona que pudo sacarlo de la simpleza que era su existencia, por esos tiempos en la casa de Wammy. Cuando apenas eran unos niños, un recién llegado Near y un curioso Mello.

El detonante de todo fue el primer examen de ese año, la primera victoria de Near sobre Mello, y en la cual, sin querer, se forjó todo lo que vendría por delante; las peleas, el enfermizo complejo de inferioridad de Mello, la indiferencia exagerada de Near. Todo por una simple calificación, todo por unos míseros números.  Ese fue el comienzo de su relación. Porque era una relación, Mello complementaba a Near, y Near a Mello.

Pocas personas lo entendieron, pocas pudieron ver a través de esa rivalidad que parecía nunca acabar. Pocas, como L.

El hombre de cabello negro supo sin mucho razonamiento que ellos se necesitaban. Mello siempre había sido una persona vivaz, de una personalidad avasalladora, y con una determinación que pocas personas podían ostentar. Pero también pecaba de ser muy emocional, y que sus sentimientos interviniesen en sus actos y en sus pensamientos. Era altamente impulsivo, lo que derivaba siempre en conflictos fácilmente evitables si tan sólo el rubio hubiese usado su dotado cerebro antes que su imberbe corazón.

Por el otro lado estaba Near, el pequeño niño albino que era capaz de encontrar una solución a todo en menos del tiempo normal, era un genio. Era lógico, y muy capaz para resolver los casos que se le presentaban. Pero él carecía de algo muy importante; motivación. La cual sólo  podía darle el rubio.

Esas ansias de superarlo hacían que Near no se dejara llevar por el peso de ser el mejor, el intocable. Mello de alguna forma, lo hacía humano y no un muñeco lleno de conocimiento.

Le pegaba, pero le enseñaba que él también podía sentir.

Le lanzaba miradas de odio, pero también le enseñaba que eso dolía.

Lo abrazó y le recordó cómo se sentía el calor de alguien a su lado.

Y ahora, con su muerte y ausencia, le enseñó que se había equivocado.

 

—Eso hacen los seres vivos, Mello—dijo el albino, mientras miraba como el rubio lloraba sobre la improvisada tumba—. Se mueren.

—¡Cállate, insensible de mierda!

—Es la ley de la vida…—continuó—... es inútil llorar por eso.

—¡Eres un maldito robot, enano de mierda!

—No es ser un robot, es ser práctico, Mello.

El rubio se levantó con pesadumbre de la tierra donde yacía la pequeña tumba de la recién fallecida mascota del orfanato. Un retriver de pelo liso que había crecido junto con el rubio. Habían llegado juntos al orfanato, y Mello lo quería mucho.  Tanto que cuando enfermó y murió, él no se despegó ningún momento de su fiel amigo canino.

Levantó su mirada y los azulinos ojos llenos de lágrimas reprimidas le miraron con odio, con resentimiento.

—¿Si yo muriera también dirías lo mismo, Near?

—Sí.

 

Error. Su brillante cerebro se había equivocado, y ahora, jamás tendría la oportunidad de decírselo, de decirle a Mello que al fin lo había superado. Porque el de ojos azules entendía el dolor de la muerte de un ser querido.

Near pensaba que era inútil; se equivocó.

Near pensó que era tonto llorar; se equivocó.

Near siempre quiso creer que la muerte de Mello no le dolió.

También se equivocó.

 

Porque la muerte del rubio le dolió, lo dañó de una manera irreparable. Sacó de cuajo una parte de su alma que jamás iba a volver. Un momento de su vida, un lugar que nadie, nunca podría llenar. Porque nadie en el mundo era como Mello.

Y lo extrañaba.

Por eso las construcciones gigantes se asemejaban a letras L gigantes, porque eso eran. Eran L, ambos y no sólo él.

Era su intento desesperado e inconsciente de mantenerlo con vida, a su lado.

Construyendo estructuras que jamás serían derrumbadas. Permanecerían inalterables al paso del tiempo, esperando por siempre su destructor. Esperando en vano a alguien que no volvería.

Porque él ya había muerto.

Llevándose con él, la parte de Near que quería vivir.

En su lugar, quedó el muñeco lleno de conocimientos, dispuesto a resolver todos los problemas que se le cruzaran, pero sin ánimo. Sin quererlo, porque ya no tenía su motivación, ella había muerto de un ataque al corazón y calcinado sus restos en lo que quedaba de una vieja iglesia.

Borrada para siempre de la faz de la tierra.

 

"Dos lindas bayas modeladas sobre el mismo tallo. Así es como dos cuerpos visibles, no teníamos más que un solo corazón."

Notas finales:

No me tiren tomates, por favor. Esto salió de mi pequeño corazón roto, siempre hago eso. Cuando me siento triste, mato a mis personajes, razón por lo cual no he subido el otro capítulo de Paradojas.

Me disculpan si no es de mis mejores trabajos, pero bueno... Volveré, cuando haya superado la mierda que tengo por dentro. 

Muchas gracias a las personas que leyeron hasta aquí, espero que nos leamos en otra ocasión. 


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