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Guardapelo. por Sou-Tan

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Notas del fanfic:

Este es mi primer escrito en originales :3 

Guardapelo.

 

De haber sabido que el clima estaría así de cálido ese verano, habría vuelto antes a Grecia. Nada se comparaba a Canadá, el último país al que había viajado. Todo estaba más vivo y, aunque los grandes bosques y la nieve eran hermosos, nada de eso se comparaba con la sensación de estar en casa, en donde naciste y donde perteneces.

 

El mar, los pescadores, la pequeñas casas, la comida, la familia, y un inmenso cielo azul que podía verse perfectamente, donde lo único que cubría el azul, eran las nubes y no edificios gigantes.

 

Lo único que podía oírse era el silbido del viento, un poco de música propia del lugar sonando en varios radios viejos, y el cuchicheo de las personas en el mercado. Luego de eso, el silencio llego a sus oídos. Estaba en casa de nuevo.

 

-No importa cuántos lugares visites, de cuantas personas de enamores; lo único que va a definir el lugar a donde perteneces, son los motivos para quedarse – Había dicho su padre con eso tono alegre propio de él, justo antes que partiera a su tercer viaje.

 

Para variar, el viejo bigotón tenía razón. No eran necesario más motivos que el haber crecido ahí, las personas y esa calidez indescriptible al saber que volvería. Y cuando llegaba, cuando su madre o su hermana abrían la puerta y le abrazaban, sabía que no había nada mejor para el aguardando en ningún otro país que no fuese ese.

 

El aroma a naranjas le llego de lleno a los pulmones, el pescado cocinándose, las papas y todas esas especias que a su madre le encantaban hicieron que su estómago rugiese.

 

Nada se comparaba con la mirada alegre de su madre, con los repentinos consejos sobre la vida que su padre acostumbraba a regalarle en los momentos menos esperado, tampoco existían otros dibujos y pinturas que le hicieran sentir tantas emociones como los de Alena, su hermana. El primo Ivan, ¡cómo olvidarlo si estaba tan loco! Era alguien capaz de lanzarse al mundo sin temor a ser devorado por el gran monstruo al que llamamos vida. Y era como su hermano, el que nunca tuvo, fue el quien le dio motivos para volver antes de las próximas navidades.

 

-¡Stefan, hijo! ¡Stefan, has vuelto querido! ¡ Τι χαρά!

 

Sonrió dejando las maletas, a la espera de una bienvenida nada corta. Se encontró a todos en casa, como debía ser a esa hora un domingo. La noche llego, y aprovecho que nadie le prestaba atención para ir hasta su habitación.

 

Nada de aire acondicionado, solo un ventilador de techo que no servía de nada en las frías noches, una cama tendida que parecía estar a la espera de su inevitable regreso, dos cuadros rebosantes de color en las paredes blancas, una ventana y un pequeño balcón. Las cortinas se mecían suavemente con el viento.

 

Salió afuera, encontrándose cara a cara con la realidad. No estaba seguro de si podría, tan siquiera, llamarle por su nombre y que él le escuchase. Pero se encontraban entonces bajo el mismo cielo, ya no tan lejos. Colores cobalto invadieron el firmamento, trayendo consigo miles de recuerdos activos aun en la memoria, en cartas que nunca fueron enviadas y en las páginas de un diario que aún conservaba guardado en la mesilla de noche.

 

Recuerdos que vivían en el guardapelo que colgaba de su cuello. Aun podía ver los cabellos dorados brillar, tan hermosos como en el pasado. Deo y su sonrisa seguían ahí.

 

-Valdrá la pena ser solo un momento, un segundo de felicidad infinita que nos será arrebatada de las manos. Te amo porque eres inevitable y es inevitable también que desaparezcamos. Me quedare aunque no sea para siempre. Al final, incluso los recuerdos tristes son hermosos – Sus palabras metiéndose de nuevo debajo de su piel, despertando sensaciones que se había encargado de dormir con el hechizo del falso olvido; pero había sido inútil el esfuerzo.

 

Stefan sabía que todo intento por frenar ese amor no daría ningún fruto. Viajaba constantemente, buscando un lugar al que pertenecer, otro lugar que no fuera Santorini y que se sintiera como casa, pero siempre terminaba volviendo; porque no había motivos para irse. Era una búsqueda interminable e inútil. Al principio, viajaba por placer, por el deseo indómito de conocer mundos diferentes al suyo. Luego moverse se convirtió en una necesidad, todo desde que él se había ido.

 

Pero tenía una esperanza, de que hacer que el pequeño momento se convirtiese en una vida. Tal vez era un simple intento, pero necesitaba luchar por ello y perder definitivamente antes que aceptar simplemente que había perdido a Deo para siempre.

 

El viejo guardapelo brillo, reflejándose el montón de luces sobre el metal. Las palabras seguían tan legibles como siempre. “El amor es todo aquello por lo que vivimos, sentimos y pensamos”.


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