Prólogo
Le miré mientras ambos respirábamos agitados, no había podido contar los minutos por el placer, sólo escuchaba sus gemidos y su piel ardiente, apegarse a la mía por el dulce sudor que ambos emanábamos. Era simple sexo, pero a la vez era un sexo maravilloso, con su cuerpo ardiente, más llamativo que el de cualquier mujer, curvas y piel nívea perfecta, a simple vista encantadora, mirándola más de cerca… única.
Sin duda esa anatomía era pecado puro; te hacía fantasear con el simple hecho de ver sus manos, sus dedos delgados y sus muñecas con el hueso perfilado, aquellos brazos, no musculosos, pero torneados. Claro que había puntos clave, sus malditas clavículas decoradas con la blanquecina superficie de piel, su espalda delgada pero con los omóplatos resaltados y el final con cierre de oro, su rostro, su rostro varonil pero delicado al mismo tiempo, labios carnosos y rosados, ojos almendrados; todo esto adornado con trajes entallados y formales con los que siempre asistía. Pero como cualquier cosa o persona, ahí mismo se encontraba su defecto, esos ojos no reflejaban lujuria, no reflejaban odio, reflejaban un vacío tan profundo que podía transmitirse de inmediato, nunca me atreví a mirarle a los ojos, aun qué bien el sonreía, hacía bromas y parecía ser el más extrovertido en la oficina, Byun BaekHyun siempre fue mi caja de sorpresas, una caja que parecía aspirar la atención de los demás, y la mía era completamente de él.
No podría decir que estoy enamorado de él, no es amor lo que siento por el chico más bajo y castaño que yo, hay algo en su caminar, en su peculiaridad que te obliga a verlo, de cada cinco minutos saber que hará o un deseo enorme de saber que pasa por su cabeza.
Se convirtió en mi vicio, pero puede ser que no me haya dado cuenta y lo persigo como todos ellos. Es ilógico pensar… Que cada maldito interno en la compañía que entra, queda perdidamente enamorado de él, sé bien lo qué el hace, los deja acercarse, los atrae, les deja dormir a su lado, y devora sus almas por completo, hasta que yo deba de despedirlos por el acoso y la desesperación con la que me piden que hable con él para tal o cual cosa, siendo el más “cercano” al contador de la compañía, quizá haya un poco de envidia en mi, quizá quiero enloquecer como todos ellos, acosarlo a tal punto en que me diga sus secretos, que me haga recordar todas las malditas veces en las que he caído en su juego, todas aquellas veces que he quedado en aquel trance, embobado por sus caderas, por su olor, esa mezcla entre almizcle y robles que siempre usa, por la mueca perversa con la que siempre termina aquel acto, y justamente me besa como si fuese un juego de niños, y con el mismo descaro desaparece en el baño; él lo sabe, sabe que me tiene a su merced y me mueve tal cual hombre a su muñeco con hilos, un muñeco que nunca podrá escapar.
Yo, Kim JongIn, estoy perdido.