Respira agitado y sale de la cama.
Siente su cuerpo arder, el sudor bajar por su espalda y las lagrimas resbalar en su rostro.
“Eso no fue nada; solo un sueño más… solo eso”. Repite las palabras constantemente, una y otra vez. Quizás así logre olvidarse de ellas. Es solo un sueño, uno hermoso, pero a fin de cuentas sigue es solo eso... “Él no regresará. Él está muerto”.
Las palabras lo dañan. Más que cualquier otra. Las lágrimas escapan de sus ojos castaños.
“Él jamás podrá regresar, no puede”…
Por más que lo intente no puede detener sus sueños. No pude dejar de soñar con él. Lo peor de todo, es que los espera, los anhela; los recuerda y memoriza durante el día, y por las noches, los reitera.
No puede, y no quiere olvidarlos… Es todo lo que le queda de él.
Siempre es el mismo escenario, los mismos actores, las mismas escenas.
Los innumerables sueños ocurren siempre en su pequeño piso en el callejón Diagón.
Ni los ruidos de la calle, ni la luz de la gran Luna, siquiera los pasos constantes en las escaleras, logran infiltrarse en el departamento.
Sueña que el timbre de la puerta suena, y corre a abrirla; sabe quién es. Con su olfato de lobo puede sentir su olor, incluso antes de que el fuerte sonido de la puerta haga eco en su pequeño piso.
Y si, evidentemente al abrirla Sirius le mira fijamente, y le sonríe. No sabe porque, ni en qué momento le devuelve la mirada, y deja el espacio suficiente para que Black pase por la puerta.
No lo dice en voz alta, pero añora sus sonrisas sarcásticas, sus caricias penetrantes… sus labios suaves, y su aroma a perro mojado; todo lo que perdió aquella noche en el Ministerio de Magia.
— No entiendo que haces aquí —dice Remus Lupin con la voz quebrada. Pero no obtiene respuesta mayor que una sonrisa, o un beso. Con eso se conforma.
Suspira… Y no puede evitarlo; se acerca a él, le abraza, le besa. ¿Y qué más da? Canuto está muerto, y él lo sabe. Pero aun así se deja llevar por las sensaciones, por el frío del cuerpo de su amante, por su olor, por su tacto, por todo.
Siempre terminan en la cama. Remus dormido… Y Remus siente las manos de Sirius zarandeándolo, y hasta que no abre los ojos, Canuto no para.
Sirius lo mira fijo, con una sonrisa…
Por fin dirá algo… pero Remus definitivamente no quiere escuchar sus palabras.
Sabe que ocurriría a continuación. Y por eso intenta evitarlo, levanta las manos para tapar la boca del otro, pero jamás llega.
Sirius dice palabras claras que Lunático jamás llega a entender ni escuchar, porque despierta en su cama, cubierto de sudor, con lágrimas corriendo por su rostro, con la respiración agitada, y el corazón destrozado…
Tiene al amor de su vida cada noche, y lo pierde cada mañana. Y las mismas palabras escapan por sus labios cada vez que despierta...
— No digas nada, por favor...
Fin.