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Camino del corazón por Zettie

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Notas del fanfic:

Aquí está tu regalo, Naru. Aunque cuando te avise que está rondando por aquí, esté un poco tarde.

Notas del capitulo:

Una historia que no es yuri del todo, pero que lo intenta. Hice lo mejor que pude con lo que tenía por aquí y me siento cómoda con ello así que lol Pudo haber sido un chaptered pero quise condensarlo en esta cosa chiquita, que me salió de más de 8k pero pensé que sería más. Ojalá te guste <3

Jodie no sabía mantener la boca cerrada. Una vez que empezaba a hablar, no se detenía hasta haber agotado todo lo que pasaba por su cabeza. Dejaba a sus interlocutores mudos, sorprendidos, porque ella no podía parar el torrente de palabras que se escapaba entre sus labios. Normalmente, esta condición era un problema, pero el día que había conocido a Anne fue lo contrario.

Anne era muy diferente a Jodie en varios aspectos. El primero, y más obvio, era la diferencia de alturas. Mientras que ella se levantaba como una torre con sus 1.74 metros de estatura, Jodie tenía que ponerse en puntillas en la fila de la cafetería para poder ver lo que había en el menú del día. Anne tenía un larguísimo, casi interminable y liso cabello rubio que parecía hilado por las manos de los duendes de los cuentos, Jodie tenía una melena de cabello castaño con crisis de identidad, que algunos días decidía ser ondulado y otros simplemente se erizaba sobre sí mismo. Además, sus intereses chocaban. Jodie era miembro del Club de Literatura, el periódico escolar, la emisora radial, la selección de Karate y el equipo de Tenis; Anne era la presidenta del Club de Dibujo con Bolígrafo, miembro del Club de Informática y de diseño gráfico y, en sus ratos libres, daba tutorías de cálculo.

Habían estado en la misma escuela desde el primer día de secundaria, pero jamás se habían hablado en la vida hasta, claro, ese día. La profesora Monroe había atrapado a Jodie enviando mensajes de texto con fotos de gatos en clase de cálculo y a Anne bailando una rara especie de Harlem Shake en una de las mesas del Club de de Dibujo con Bolígrafo; las había mirado –a cada una en su momento y su lugar- y les había reñido tan fuerte que los rumores empezaron a circular por los pasillos; al final del día casi todo el alumnado sabía que Jodie Black y Anne Brown debían limpiar el gimnasio todas las tardes hasta la graduación. El gimnasio era el edificio más reciente y enorme de todo el lugar, por lo que era usado para los bailes de graduación. A pesar de que era una institución exclusiva para chicas, las fiestas no tenían nada que envidiarle a las organizadas por la demás escuelas. Sería el trabajo de las dos chicas dejar el gimnasio en su punto para el baile de graduación.

Aquel día, EL día, Jodie llegó tarde. Anne ya había empezado a barrer el interminable suelo enmoquetado con falsa madera y pintado con tantas líneas que podían jugarse partidos de baloncesto, voleibol y hockey en el mismo lugar –no al mismo tiempo-. Jodie se deshizo en disculpas, pero Anne había pasado de ella y se había dedicado a eliminar todas las partículas de polvo que viera.

—Te dije que lo siento— dijo Jodie por última vez –o eso era lo que ella se repetía-, estaba empezando a enojarse—. Había olvidado decirle a la presidenta del Club de Periodismo que no podía escribir mis columnas de mañana que, estoy segura, has leído ya. Tuvieron que encontrar un reemplazo en el periódico mientras que yo me quedaba aquí, ¡limpiando! No limpio nada en mi casa y ahora tengo que venir a hacerlo aquí. ¡Es tan injusto!

Jodie pudo seguir con su monólogo un poco más, pero Anne sabía de sobra la fama de su interlocutora de jamás terminar sus discursos y decidió detenerla en seco.

—No me hables. No te conozco.

Y, seguidamente, le dio la espalda y continuó con lo suyo. Jodie se quedó con la boca abierta mirándole barrer, asombrada y -¿por qué no?- un poco ofendida.

—Entonces debemos conocernos.

Anne la ignoró.

—Si quieres empiezo yo— continuó Jodie. No obtuvo respuesta, pero no le importó—. Vamos a estar casi un mes completo limpiando este lugar; todas las tardes mirándonos a la cara. Nos conviene ser amigas o, al menos, conocidas.

Anne suspiró y se reclinó en su escoba, inclinando el cuerpo hacia abajo. Jodie tuvo un pinchazo de envidia al comprobar que Anne no tenía ningún problema en sobrepasar la escoba, mientras que ella difícilmente le llevaba media cabeza al objeto.

—Llevas razón— dijo Anne.

—Bien, ¿qué quieres saber?

Anne la miró fijamente a os ojos, durante casi diez segundos, antes de hablar.

—¿Qué es lo que más temes?

No se esperó la respuesta que seguía.

—Vivo… Yo vivo— tartamudeó Jodie, extrañamente. Se aclaró la garganta y esbozó su sonrisa que podía derretir a los directivos de la institución—. Vivo con el miedo constante de que un pájaro me cague encima.

Aquella vez, Anne rió tanto que tuvo que irse dando saltitos hasta el baño más cercano, para no mearse en la falda.

Desde el primer día, EL día, Anne y Jodie se pegaron por la cadera. Todos los recesos los pasaban juntas y se enviaban mensajes de texto cada vez que podían. Sus respectivas amistades no tuvieron ningún problema en unirse con las demás. Pronto, era en el almuerzo la mesa más ruidosa, conocida y llena de personas. Era común que varias chicas se acercaran hasta allí a preguntar por un espacio. Anne era la encargada de decirles que estaban completas; su trabajo le había sido delegado después de un problema con la boca de Jodie.

 Ese otro día, Anne, Jodie y las demás estaban sentadas comiendo y charlando. Lo normal. Barbie Jones –Bárbara para los profesores- se acercó a la mesa con su bandeja en los brazos y una sonrisa autosuficiente en el rostro. Desde el jardín de niños, ella y Jodie se llevaban muy mal. No había ninguna razón, simplemente era así. Cada vez que Barbie veía a Jodie, escuchaba su voz en el programa de radio de la escuela, leía uno de sus artículos en el periódico o pensaba en ella se le hacía un nudo en el estómago de pura repulsión, la boca se le llenaba de bilis y se le apretaba el pecho. Jodie sabía de ese odio, pero no lo compartía. Ella simplemente sabía que era mejor estar lejos de Bárbara <<Barbie>> Jones, de su mirada que gritaba sangriento asesinato y su sonrisa hipócrita. Entre bromas, le había dicho a Anne que Barbie tenía el corazón más pequeño que el Grinch del cuento de navidad.

—Hola, ¿puedo sentarme?— había dicho Barbie.

Jodie arqueó las cejas y dejó los cubiertos sobre la mesa. Al instante, la mesa se silenció. Todos sabían el ambiente que había entre esas dos, querían ver la sangre que iba a correr.

—¿Perdón?— preguntó Jodie y sonrió.

Barbie hizo una mueca que pretendía devolver la sonrisa. Claramente, salió forzada, y todas pensaron que se veía bastante fea.

—¿Puedo sentarme?

Jodie asintió, como si lo estuviese pensando, luego miró a Barbie de arriba hacia abajo.

—No.

—¿No?

—Ya escuchaste. No.

—Eres horrible, Jodie Black.

—Oh, no. No lo soy. TÚ ME VUELVES HORRIBLE.

Barbie apretó los puños hasta que los nudillos se le pusieron blancos.

—¿Qué pretendes hacer sentándote aquí?— continuó Jodie. No podía, no podía y no podía dejar de hablar—. Tú no me soportas. ¡He visto la cara que haces cuando me ves! ¿Vienes porque nos estamos riendo tanto? ¿Por qué crees que es genial que haya tantas personas sentadas en una misma mesa? Pues te diré algo: no te divertirás aquí. No conseguirás más que arruinarnos el día, a ambas. No creo que pueda comer viendo tu… tu… tu expresión de dolor profundo. Y tú menos podrás, conmigo riendo justo aquí… porque tú…

Anne le cubrió a Jodie la boca con la palma de la mano. Tenía los ojos tan abiertos que parecía más inocente de lo que era.

—Ha sido suficiente, Jo— le dijo—. No hay más sillas, Bárbara. ¿Quizás otro día?

Barbie tenía la cara roja como una cereza por la furia, pero se guardó los comentarios porque no sabía lo que sería capaz de decir una vez la dejaran.

—¿Quizás nunca?— fue lo único que dijo, y se marchó.

Jodie se quedó sentada, frunciendo el entrecejo y cruzando los brazos, mientras Anne le soltaba lentamente, disculpándose con el resto de la mesa en su nombre. Cuando todas estuvieron ocupándose de sus propios asuntos, Anne se inclinó para hablar en susurros.

—¿Por qué fuiste tan grosera?— preguntó.

—¿Acaso no la viste?— refunfuñó Jodie—. Pensé que quería sacarme los ojos con la cuchara de plástico.

—No lo iba a hacer.

—Tú no la conoces, no hables.

—Exageras— dijo Anne, sacudiendo la cabeza.

—Si ella tuviese el poder de enviar a alguien al infierno para siempre, esa sería yo— bisbisó—. Me quemaré hasta el fin de los días en el fuego de su odio, mientras tú miras desde arriba y te arrepientes por no haberme escuchado a tiempo.

—Exageras…

Jodie se encogió de hombros y se inclinó lejos de Anne. Tenía una sonrisa brillante cuando llamó a Kelly para que le vendiese un chocolate de contrabando que ella metía al colegio dentro de una maleta pequeña de los PowerRangers.

—No me ignores, Jo.

—No te estoy ignorando, ancianita.

Anne frunció el ceño y chasqueó la lengua. Jodie recibió el chocolate de la mano de Kelly y empezó a desenvolverlo concentrada, mientras empezaba a hablar.

—Barbie no me quiere. Nunca lo hizo.

—No tiene que quererte para sentarse aquí— afirmó Anne, mirando hambrienta el chocolate en su mano—. Oye, Jo, dame un poco.

—Tú no puedes comer chocolate.

—¿Qué?— replicó Anne, molestándose—. ¡Sí que puedo!

—¡Yo estuve contigo cuando el doctor te lo prohibió!

Jodie se hizo para un lado justo a tiempo para evitar que Anne le arrebatara su chocolate. Kelly la recibió en su regazo, mientras le vendía a alguien sentada, muchas sillas a su derecha.

—¿Qué pasa con ustedes?— preguntó, empujando a Jodie de vuelta hacia Anne—. Parecen crías.

—¡Todo es culpa de Anne!— chilló Jodie, y se metió el chocolate en la boca.

—¡No es cierto!

—Sí que lo es.

Kelly rodó los ojos y decidió ignorarlas por la paz. Generalmente no eran así, pero la situación de Bárbara y el chocolate las había dejado sensibles, y a Jodie, con ganas de pelea.

—Te dejaré comer chocolate si me prometes que Barbie Jones jamás se sentará con nosotras en esta mesa.

Anne miró a Jodie como si le hubiese salido otra cabeza. Se había atado el cabello en una cola de caballo y parecía más joven de lo que era. Jodie solía molestarla constantemente llamándola anciana y lanzando comentarios al aire sobre sus canas, o los dolores de espalda que debería estar sintiendo; en momentos como este, que se detenía a mirarla, entendía por qué elegía esa broma en particular para aplicársela. Anne parecía la hermana mayor de Jodie, toda ella más altura, más cabello, más madurez, más meses de edad.

—Incluso tengo las tetas más grandes que tú… —murmuró, pero ella la escuchó.

—¡No te atrevas a decirme algo como eso!— chilló Jodie, mientras ocultaba su pecho entre sus brazos cruzados—. Si las tuviera más grandes probablemente me caería de cara porque soy muy pequeña para sostenerlas.

—Eres como una niña.

—¡NO TE ATREVAS!

—Además haces escándalo como una.

—¡NO TE…!— se detuvo, rodó los ojos y se encogió en su asiento—. Tú eres una anciana.

—En un par de meses tendrás mi edad, y yo reiré.

Jodie hizo un ruidito y fingió estar demasiado molesta para seguir hablando. Sin embargo, cuando Kim preguntó si alguien quería galletas caseras, fue la primera en levantar la mano. La comida tenía figuras diferentes, siendo Kim una fanática de la cocina y casi experta repostera. La galleta de Jodie tenía forma de oso panda, pero la de Anne le recordó a otra cosa, a pesar de que olía muy bien.

—Anne, no sé si te has dado cuenta, pero tu galleta parece…

—Mierda de pájaro— terminó Anne, y sonrió.

—¡Qué asco!

—Oh, espera, esto es genial.

Anne soltó una serie entrecortada de risitas y le puso la galleta en el hombro a Jodie. Ella la miró fijamente, con los ojos bien abiertos, metiéndose de una sola vez la oreja entera del oso panda en la boca.

—¿Qué pasa?

—Mira— dijo Anne, y señaló el hombro de Jodie y la galleta—, un pájaro te ha cagado encima.

Ni Kelly ni Kim entendieron el chiste, pero Jodie sonrió de medio lado. Ese gesto, en otro momento, se habría ganado una burla. Te juro que pareces Sasuke Uchiha cuando te portas así, había dicho Anne alguna vez. Ahora no les importó mucho.

—Muy graciosa, deberías salir en MTV— contestó Jodie, con sorna.

—Oh, ¿te molestaste?— preguntó Anne, recogiendo la galleta y comiéndose la punta, que estaba ligeramente curvada—. Era sólo una broma. Sé que le tienes pánico.

—No le tengo pánico— refunfuñó Jodie.

Vivo con el miedo constante a que un pájaro me cague encima.

Jodie no contestó. Se terminó la galleta de panda en poco tiempo y se dispuso a acabar su almuerzo. Anne se dio cuenta que ella estaba, quizás, un poco irritada, así que le pasó un brazo sobre los hombros y la atrajo hacia su cuerpo. Era realmente graciosa la diferencia de alturas entre ellas.

—Está bien, Bárbara Jones no se sentará con nosotras. Y no es necesario que me des chocolate. Sé que no puedo comerlo.

Jodie sonrió un poquito y siguió comiendo. Bárbara no quiso volver a sentarse con ellas. Pero si lo hubiese pedido alguna vez, Anne se habría encargado de enviarla lejos con alguna frase agradable. Su odio por Jodie no menguó, aunque al menos creció tanto que no fue capaz de volver a cruzarse con ella por algún pasillo. Hasta la graduación no volvieron a verse de frente. Para Jodie no pudo haber salido mejor.

Durante el día, Jodie y Anne tomaban sus clases e iban a sus respectivos clubes y, en la tarde, limpiaban el gimnasio y preparaban las decoraciones para la fiesta. Habían inventado un juego en el que se deslizaban sobre unos trapos gigantes sobre el suelo para poder fregarlo con más velocidad. Era mucho más divertido y tardaban menos en limpiar. Les quedaba, incluso, tiempo para sentarse a hablar; a veces durante horas.

Hablaban de lo que más les gustaba, sus sueños y aspiraciones, lo que habían visto en la televisión la noche anterior. La mayoría del tiempo, Anne hablaba de lo que veía. Era una persona visual, que retrataba todo con los ojos y lo explicaba a través de ellos. Dibujaba muchas cosas para Jodie en su club de Dibujo con Bolígrafo y se los regalaba. Escenas con desiertos interminables sin un solo cactus, esbozos de rostros y cuerpos y animales decoraban las paredes de su habitación. Mientras tanto, Jodie usaba las palabras. No solía escribir muchas historias. Era difícil inventar una realidad alterna. Sin embargo, informaba a Anne de todos los cotilleos y habladurías que corrían por los pasillos del instituto escribiendo sobre ellas. Usaba relatos cortos y entretenidos. Demasiado simples para ser considerados una obra de la literatura.

A veces, intercambiaban los papeles. Jodie dibujada y Anne escribía. Y aunque disfrutaban intercambiando estos mensajes, no había una mejor manera de comunicarse que las charlas de tiempo libre después de limpiar el gimnasio. Tocaron todos los temas que podían habérseles ocurrido.

—¿Te casarás?— preguntó Jodie. Tenía los audífonos colgando del cuello y cantaba con cada exhalación, suavemente, la música que salía de ellos.

Desde su posición, Anne no podía escuchar la melodía, pero era seguro que se trataba de algo tonto, repetitivo, con ritmo y alegre.

—¿K-Pop?— preguntó. A Jodie se le había antojado seguir la onda asiática que parecía barrer todas las modas occidentales que habían imperado antes.

Jodie asintió quedamente.

—Yo sí me voy a casar— afirmó, segura.

—¿Con quién?

—Se llama Park Chanyeol. Husband material. Nos casaremos y seremos tan felices que tú, al vernos, sólo podrás vomitar arcoíris y chocolates.

—No sé quién es. No me interesa quién es. Jamás te vas a casar con él.

Jodie rechinó los dientes y le levantó el dedo del medio de la mano derecha.

—Te pierdes de mucho— rumió un momento la letra inentendible de la canción y continuó—: Park Chanyeol me puede. Si tuviera la oportunidad, me casaría con él. En serio.

—No seas ilusa.

—Yo sé que tú también has tenido un amor imposible. Dímelo, no me reiré.

El piso estaba reluciente donde Anne estaba limpiando, mas no se detuvo, mientras pensaba la pregunta siguió fregando el mismo lugar.

—Hay un actor japonés…, quizás esté un poco muerto…

Las paredes del gimnasio vacío le devolvieron el eco de la risa de Jodie aumentada. Era sobrecogedor entender lo solas que estaban, casi encerradas en ese condenado lugar. Parecía una locación para la grabación de una película de terror.

—¿De qué te ries?

—Y me decías a mí ilusa…

—¡Jodie Black!

La risa continuó durante unos momentos más. No se extinguió del todo durante el resto de la conversación.

—¡Al menos Park Chanyeol está respirando el aire de este mundo!

—No te rías, Jo. Dijiste que no te reirías.

Anne le dio la espalda y empezó a fregar con más fuerza la moqueta de madera falsa. Sentía una presión curiosa en el pecho, como si tuviese ganas de llorar, pero sabía que era la necesidad, casi extrema, de cerrarle a ella la boca con la cinta industrial que guardaban en el cuarto del conserje.

—¡No, es gracioso!— continuó Jodie. Luego, su voz se escuchó mortalmente seria en la soledad asfixiante, a pesar de las características risitas que se le escapaban—. Me agrada que no esté…, ya sabes, que esté criando malvas en las profundidades; no me importa lo mal que suene. Estaría muy celosa si te casaras con él.

—¿Ah?— preguntó Anne. Seguía dándole la espalda, pero sonrió—. ¿Y yo no tengo derecho a estar celosa también?

—Nunca te lo he prohibido. ¿De dónde sacas semejantes tonterías?

—Quizás del mismo lugar del que tú sacaste a Park Chanyeol, Park Jodie.

—Él no es una tontería.

Dándose, por fin, la vuelta, ambas pudieron mirarse a los ojos a través del lugar. Las separaban muchos pasos, pero la música de los audífonos colgados en el cuello de Jodie podía sentirse como un murmullo casi inexistente. De pronto, el alboroto de unas alas de paloma las sacó del trance en el que estaban sumidas. El pájaro voló de una viga del techo a la otra y se escondió.

—Cuidado, podría cagarte encima si le das la oportunidad— comentó Anne, fuera de tema.

Jodie miró el lugar por el que había desaparecido el animal y esbozó otra de esas sonrisitas torcidas.

—Eh, Annie, cásate conmigo.

Tomada por sorpresa, Anne sólo negó con la cabeza y sonrió.

—Estás loca.

—¿Por qué? Cásate conmigo. No te vas a morir por hacerlo.

—No— repitió Anne, todavía sonriente—. No es legal.

—Bueno, pues cuando sea legal. Vamos y nos casamos. Al paso en que avanza la tolerancia de esta sociedad, dejando a un lado los obvios problemas y casos extras, el matrimonio homosexual será aceptado en este país y en muchos más.

—No estás pensando con claridad, ciertamente. Yo ya tengo 18 y tú vas por el mismo camino. ¿No crees que estamos muy viejas y la tolerancia de la sociedad demasiado atrasada?

A lo lejos, Jodie negó rápidamente.

—Nos podemos casar cuando estemos tan viejas y arrugadas que el vestido de novia nos haga parecer un fantasma— muy a su pesar, Anne se rió. Tenía el corazón latiéndole en las orejas.

—No estás enamorada de mí— fue su último argumento.

—¿Y qué?— farfulló Jodie—. Si te dijera la cantidad de matrimonios que fracasan aunque estén enamorados no me creerías, ¿y sabes por qué? Porque el enamoramiento es pasajero. Llega con sus extraños síntomas corporales y químicos y te hace creer que sí, bien, no hay nada que no quieras hacer con esa otra persona.

—¿Y?

—Y es entonces que entra la sociedad y te dice, oh, ella tan sabia, que si no sientes algo es porque no hay nada. No te puedes casar si no es igual que en las películas— suspiró—. La verdad es que sí, Annie querida, yo no estoy enamorada de ti. Pero yo te amo.

¿Ah?

—Y te amo porque yo lo decidí, porque sé que voy a ser tan feliz a tu lado que no necesitaré jamás a Park Chanyeol o a cualquier otro que se me aparezca en el camino, porque desde que estamos juntas he vivido la vida que quiero vivir hasta el final.

—Jodie…—empezó, pero fue interrumpida.

—No tengo que sentir mariposas en el vientre al verte. Me basta con la felicidad extrema que me explota en el cuerpo cuando me haces reír— soltó la escoba, que cayó al suelo con un golpe sordo, y extendió ambos brazos como si quisiese darle un abrazo—. No tengo que estar enamorada de ti porque te amo, Anne. Vamos a discutir, llorar, odiarnos… Pero eso está bien, porque yo no te prometo una vida perfecta, sólo una vida feliz.

El silencio se volvió, después del discurso, pesado. Anne reprimió las ganas de llorar, aunque la barbilla le temblaba, y soltó una risita.

—A veces dices cosas muy bonitas, ¿sabes?

—¿Y entonces?— preguntó Jodie, recogiendo la escoba—. ¿Sí te quieres casar conmigo?

—No encontraría una persona mejor para hacerlo.

Es sorprendente la cantidad de días en los que no pasa nada. Más de la mitad de sus vidas, Anne y Jodie no habían hecho algo productivo. Los días se sucedían sin pena ni gloria, como el agua que caía gota a gota cuando es derramada sobre una mesa. Pero entonces, Anne dejó de pasar las tardes limpiando el gimnasio.

—¿Qué?— Jodie se aferraba a su pierna y el resto de alumnas las observaba entre divertidas y acostumbradas. Son sólo Anne y Jodie, como siempre—. No puedes abandonarme.

—Jo, sólo voy a dejar de ir a limpiar por un tiempo.

—Creo que no le he puesto demasiado dramatismo…

—Por favor, estás aferrada a mi pierna desde hace más o menos tres metros en mitad del pasillo— Anne hizo una mueca, molesta—. ¿No se puede ser más dramática?

—¡No me dejes, Anne Brown!— gimió Jodie, desde el suelo—. Pleeeeeaseeeee, oh baby, don’t go!

No cantes Simple and Clean cuando estés haciendo estás cosas. ¡Me avergüenzas!

Jodie hizo un poco más de ruido, hasta que Anne se la llevó a uno de los salones vacíos de ese piso. El pizarrón estaba lleno de gráficas y fórmulas de cálculo. Los escritorios, desordenados, las recibieron en un silencio al que estaban acostumbradas en el gimnasio.

—¿Por qué no vas a ir a limpiar conmigo?— preguntó Jodie, como si todo lo que había pasado en el pasillo, unos momentos antes, jamás hubiese ocurrido.

—Tengo que preparar una exposición con mi Club de Dibujo con Bilígrafo— Anne parecía incómoda—. Sabes que no somos muchas, incluso después de que Kelly y Johanne se unieran porque tú las convenciste, y necesitamos usar todo el tiempo posible para realizar todos los dibujos. Son difíciles. A veces nos lleva días terminar uno.

—No me lo digas… Johanne intenta hacerlos cuando está conmigo presentando la agenda de la mañana en la estación del colegio— hizo una pausa, dramática, cómo no, y fingió que tenía un escalofrío—. Ni sus lecturas ni el dibujo terminan bien.

—¿Entiendes ahora?

—No te demores mucho, porque voy a extrañarte.

—Mientras no cites a Hikaru Otada, todo estará bien.

Y los días siguieron pasando en un pantano pegajoso y lento. Jodie debía pasar más tiempo del que ocupaba antes en el gimnasio, para poder acabar con su trabajo y el de Anne. No planeaba decirle a la profesora Monroe que ella faltaba porque se la pasaba haciendo dibujitos en hojas. Porque, en primer lugar, fue en ese club que atrapó a Anne haciendo ese extraño baile que la llevó a estar castigada con Jodie. En segundo lugar, podría ampliarle el castigo. Así que era mucho mejor si Jodie, simplemente, echaba su enojo por el suelo de madera falsa del gimnasio y lo borraba junto con las manchas de pisadas y la tierra que traían las alumnas desde el mundo exterior.

Eran muchos, si Jodie lo pensaba, los días de su vida que había olvidado. Difícilmente podía recordar algunos sucesos, mucho menos fechas. Pero había notado que ciertos acontecimientos se grababan en su memoria, precedidos y seguidos por días monótonos, grises, bañados en sustancias viscosas como la brea. Días inútiles cuyo único objetivo era prepararla para momentos especiales, como la presentación del Club de Dibujo con Bolígrafo que, incluso ganando la atención de uno de los periódicos locales, fue un rotundo éxito.

La exposición de todos los dibujos fue preparada en uno de los teatros cubiertos. Como era obvio para Jodie, usaron aquel que no tenía sillas para albergar un gran público, sino el más parecido al gimnasio. Las chicas del Club de Carpintería construyeron unas paredes ligeras y removibles para que la presidenta del Club de Diseño de Interiores, irónicamente, Barbie Jones, las apretujara todas dentro del teatro en posiciones extrañas, pero perfectas para presentar todos los dibujos. La profesora Monroe estaba ahí, también, encargándose de la iluminación. El resultado fue una réplica casi exacta de una galería europea. Anne se burlaba. No tenemos nada que envidiarle a Sotheby’s, decía. Jodie se reía para sus adentros, seguramente Anne no sabía siquiera dónde quedaba Sotheby’s, mucho menos para qué servía.

El día de la inauguración, Jodie lo recuerda bien, el Club de Rock Alternativo tocó una canción sobre el café, los amores y los borradores de nata. Según el programa que ella misma había leído en la ceremonia de apertura, flanqueada por la profesora Monroe a la derecha y el director Bald a su izquierda, la siguiente presentación estuvo a cargo del Club de Escritura para Actos Oficiales. Tracy Reis, su presidenta, hizo a muchos de los presentes soltar unas cuantas lágrimas, risas y exclamaciones con su discurso sobre el arte y los bolígrafos y las tareas sin realizar. Si a Jodie le preocupó la cantidad de clubs de su escuela, jamás lo dijo; quizás nunca tuvo una oportunidad para preguntárselo, mucho menos esa noche.

El público se vio libre para observar la exposición después de que el Club de Baile de la India hiciera lo suyo en el escenario. Jodie se vio envuelta en felicitaciones, de los miembros de su mismo club y de los maestros, antes de estar libre. Bien hecho, Jodie Black, repetían, no en las mimas palabras, definitivamente tendrás un futuro brillante.

Si supieran que mi futuro está tan negro que combina con todo— murmuró para sí misma, libre de la muchedumbre.

—¡Eh, eso está bien!— dijo una voz conocida. Al instante, sintió que se le acumulaban lágrimas en los ojos de la pura emoción—. El negro combina muy bien con las cagadas de pájaro.

—Annie— chilló Jodie, alargando la <<i>> y la <<e>> en un chillido tan agudo que Anne apretó los dientes.

—Jo…

Regardless of warnings the future doesn't scare me at all— cantó—. Nothing's like before…

¿¡Qué te dije sobre Hikaru Utada!?

Jodie no contestó. Se apretó contra su pecho, tratando de ahogarse entre sus senos, ya que era lo máximo que alcanzaba de su cuerpo. Anne la abrazó a pesar de saber que estaba haciendo drama otra vez. No es como si no se hubiesen visto en todos esos días que tuvo que preparar la exposición. Tenían los almuerzos y muchas clases juntas, después de todo. Pero ahí estaba Jodie, como si fuese la primera vez que la encontraba después de años.

—Ya, Jo— dijo, después de un rato—. Tenemos que mirar la galería. Los hice especialmente para ti.

—¿De verdad?

—Sí, de verdad.

Anne tenía talento. Dibujaba con soltura su propio estilo, como si fuese lo más fácil del mundo. Varias veces, Jodie la había visto. La manera en la que el bolígrafo viajaba por el papel, sabiendo dónde trazar; su rostro apretado y compungido en una mueca de concentración, con la punta de la lengua asomando entre los labios. Sí, Jodie la había visto. Se sumergió en los dibujos que colgaban de las paredes de madera pintada como si fuese todavía una niña pequeña. Hacía, también, notas mentales para que la edición del periódico de la escuela, especial para la exposición de esa noche, tuviese la mayor cantidad de información que pudiera recolectar.

—Tú sí que tienes un futuro brillante— comentó Jodie. Estaban frente a un dibujo que, claramente, no estaba hecho por Anne.

El papel mostraba un esbozo de un paisaje a blanco y negro, plano, frío. Kim lo había firmado con una hermosa caligrafía que podía compararse con su personalidad perfeccionista.

—No dirás en serio lo del futuro tan negro que combina con todo, ¿no?— preguntó Anne, golpeándole ligero el hombro—. Créeme, eres de todo menos diseñadora de modas. No podrías combinar tu futuro negro aunque el resto de las cosas lo fuese también.

—Hace unos momentos me dijiste que combinaba muy bien con las cagadas de pájaro.

—Y luego citaste a Hikaru Utada y Simple and Clean y Kingdom Hearts y yo no puedo sacarme todo eso de la cabeza. — soltó una risita—. Estamos empatadas. Dijimos la misma cantidad de tonterías.

Jodie rozó con los dedos las montañas y el sol negro del dibujo de Kim mientras hablaba.

—Hago muchas cosas bien, pocas perfectamente. ¿Qué va a ser de mí después? No puedo elegir nada para estudiar…

—La universidad, ¿ya estás pensando en ella?

—Ya voy a cumplir los 18 años. Un pie en la tumba, ¿sí?— dijo Jodie, sonriendo torcido—. Necesito empezar a pensar en eso.

—Yo no he pensado en eso.

—Es diferente… porque eres tú, Anne. Te irá bien en lo que sea que elijas.

—Eso debería decir yo de ti, tonta.

—A mí probablemente me cague una paloma encima. Ese es mi brillante futuro.

Pero eso no le ocurrió a ella, irónicamente.

El grupo al que pertenecían se había consolidado. De la mesa ruidosa de los primeros meses del año sólo quedaban las que habían pasado, con Anne y Jodie, los mejores y los peores momentos. No tenían un nombre para su extraña aglomeración de personas, con personalidades e intereses tan diferentes que era imposible medir su amistad. 

Aquel día se habían reunido en un parque frente a la casa de Kim para hacer un picnic especial por el final de los exámenes. Atrás habían quedado el festival escolar, la edición especial del periódico y la exposición de dibujos. Sentadas sobre una manta estampada de cuadros, con la canasta de comida especialmente preparada por Kim, hablaron sobre todo lo que se les ocurrió.

—¡Propongo que juguemos a algo!— gritó de pronto Kelly.

—¿Algo?— preguntó Johanne—. ¿Algo como qué?

Kim repartió unos emparedados con forma de estrella entre todas y comentó:

—No hay que jugar, sólo revelemos nuestros más oscuros secretos.

Un murmullo se extendió por el grupito. El día estaba perfecto, todo él sol y cielo azul. Sin embargo, no había casi personas con ellas en el parque. La mayoría prefería quedarse en casa, en esas épocas, o visitar el centro comercial más cercano.

—Eso suena bien— comentó Gena, peinándose hacia atrás el cerquillo con las manos—. Nos podemos conocer mejor ahora que podemos.

—¿Ahora que podemos?— preguntó Jodie, con la boca llena.

—Tú sólo termina de comer y luego sí me hablas, mocosa.

—¡Oye!— chilló—. ¡No soy tan bajita!

—¿Cómo que no? Pareces una cría— contestó Gena, y le sacó la lengua.

Anne interrumpió antes de que la discusión pasara a mayores. Al momento, todas lo dejaron por la paz y empezaron a decir los secretos que creían eran más suaves primero.

—Mi antiguo novio florecía más rápido que yo.

—El mío usaba más maquillaje.

—Quiero casarme con Brad Pitt.

—¿A qué te refieres con “florecer”?

—Oh, tú sabes a lo que me refiero.

El grupo se echó a reír. Eran esas carcajadas, aquellas que las chicas soltaban de vez en cuando al hacer alguna travesura o burlarse, en conjunto, de alguien. Continuaron con los secretos, hasta que Jodie interrumpió la conversación.

—Yo… le temo a las cagadas de pájaros.

—¿Qué?— preguntó Kim, los ojos abiertos desmesuradamente.

—Pues, ¿no les ha sucedido? Tener miedo de que un pájaro pase volando y ¡plas! Una cagada sobre ti.

—Nunca lo había pensado— dijo Gena, rascándose la nuca—, pero ahora que lo dices yo…

Y como si lo hubiesen acordado, todas miraron hacia arriba al mismo tiempo. Exactamente en ese instante, un pájaro pasó volando sobre ellas. Kelly empezó a silbar al ver una pequeña mancha oscura cayendo en picado desde el animal. El efecto de sonido era perfecto: un proyectil impactando exactamente en el objetivo.  Y al momento, Anne empezó a gritar.

—¡Ese pájaro me cagó encima!— chilló, poniéndose de pie y empezando a dar saltitos, contrariada.

Nadie se atrevió a reírse esta vez. Todas pensaban que era escalofriante el orden de los sucesos aquel día: hablar de los secretos, la confesión del miedo de Jodie y, ahora, su persona favorita era víctima de uno de los pájaros.

—¡Hagan algo!— seguía gritando la pobre Anne. Estaba tan asqueada que no podía pensar con claridad. La mierda de pájaro se le estaba deslizando lentamente por la coronilla.

—¡Oh, no!— contestó Gena, en el mismo tono. Y seguidamente se desmayó.

Pronto eran un grupo de muchachas exclamando y haciendo escándalo alrededor de un picnic. Anne estaba desconsolada, sintiendo la mierda de pájaro enfriarse en su cuero cabelludo. Tenía lágrimas atrapadas en las pestañas y una expresión de pánico en el rostro que a todas les estaba afectando. Además, los esfuerzos de Kim por despertar a Gena estaban siendo en vano. Era un desastre.

Jodie estaba lívida. No podría haber sido peor si hubiesen estado en un cuarto cerrado con un ejército de cucarachas voladoras. Al menos a esos bichos podía matarlos, no a la mierda de pájaro. Sin embargo, estaba más preocupada por Anne que asustada. ¿Por qué, de entre todas las personas que estaban ahí, el pájaro se había cagado en Anne? Era uno de esos cuestionamientos que nunca tendrían respuesta.

—¿Qué hacemos?— chilló Kelly, asustadísima.

Al ver el caos reinante y las lágrimas que empezaban a deslizarse por las mejillas de Anne, Jodie despertó de su parálisis auto impuesto y decidió actuar. Se puso de pie y se dirigió, con las piernas temblando, a la canasta del picnic. Dentro había mucha comida, incluso una botella de agua. Con el objeto firmemente asegurado entre las manos, Jodie tomó unas servilletas de tela que Kim había traído para envolver los emparedados en forma de estrella y los apretó contra su pecho.

—Anne— le llamó—, quédate quieta.

Fue como si alguien hubiese enmudecido la escena de repente. Las demás callaron mientras eran testigos de cómo Jodie empezaba a limpiar el cabello de Anne usando el agua de la botella y los pañuelos de tela. No intentaban esconder el asco que esto les producía, más si Jodie también apretaba los labios y fruncía el ceño, como si en cualquier momento fuese a vomitar por tener que hacer eso. Anne gimoteaba, el pánico empezando a disiparse.

Jodie frotó con suavidad el cabello rubio que estaba sucio y usó toda el agua de la botella para limpiarlo. Era algo a lo que estaba acostumbrada, eliminar las manchas. Se había vuelto una experta después del castigo del gimnasio.

—Ya está— dijo al acabar.

Anne le miró con los ojos entornados, en su posición sobre el césped. Por primera vez, era Anne la que tenía que levantar la cabeza para hablar con Jodie.

—Jo, fue horrible.

—Nunca sabes cuándo van a atacar— contestó ella, intentando hacer un chiste.

El ambiente se relajó, sin embargo. Las demás pudieron respirar tranquilas después del susto que se habían dado. Y justo en ese momento, Gena despertó del desmayo. Jodie llevó a Anne a su casa esa tarde. La cagada de paloma no estaba limpia del todo, debían frotarla con champú para estar seguras de que no quedaba ningún rastro. Desde ese día, Anne empezó a temerle a los pájaros que se cagaban allí donde les diera la sagrada gana. Al menos, Jodie le ayudó a lavarse el cabello aquella vez y Anne no pudo estar más agradecida. Cuando lo tienes tan largo, cualquier ayuda es bien apreciada.

El tiempo de la escuela es el más alegre de la vida de las personas, solían decir. No había preocupaciones. No existía tristeza por todo aquello que se les estaba escurriendo de las manos, segundo a segundo. El castigo terminó más pronto de lo que ellas pudiesen haber pensado. Un día, simplemente, se encontraron en el auditorio central, controlando sus emociones, mientras eran llamadas una a una al escenario para recibir su diploma de graduación.

Jodie, como Anne esperaba, fue llamada como una de las mejores estudiantes del año. Recibió el diploma con una sonrisa tímida en la cara. Toda ella pequeña, cabello desordenado y ojos grandes. Anne recibió el suyo poco después, y sus amigas le hicieron señas con las manos que la hicieron reír frente al director Bold, quien la miró con las cejas arqueadas.

—Espero que esté tan feliz por haberse graduado, señorita Brown.

—Oh, estoy demasiado feliz. Usted no se preocupe.

Después, llamaron a Jodie para hacer el discurso de graduación. Las memorias de aquel momento se le borraron a Anne. Y mucho tiempo después, cuando le preguntaban qué había dicho, ella sólo podía recordar una parte que le hizo soltar lágrimas y gemir como un cachorro. Aquello había sido escrito para ella solamente, y Jodie lo dijo frente a todo el mundo con la intención de que el código fuera descifrado por aquellos que lo conocían.

—Todas las personas que amamos se quedan grabadas en nuestro corazón, aunque no las veamos más, aunque desaparezcan de nuestra memoria. Desde ahora, aquí, estaremos juntas por siempre. Prometamos jamás olvidar de dónde hemos venido, sea cualquiera el camino que tomemos, y que en algún momento alguien nos amó tanto, tanto que su vida se entrelazó para siempre con la nuestra.

Y Anne había susurrado un <<siempre juntas>>, con las lágrimas mojándole las mejillas y una sonrisa temblorosa. Nadie le escuchó. Nadie nunca lo supo. Y Jodie también lloró, cuando bajó de su pedestal de buena estudiante y se lanzó a sus brazos y enterró el rostro hinchado en su pecho, entre los senos, donde le llegaba la cabeza.

Gena se había deshecho en lágrimas en los brazos de Kim. Todas terminaron, de alguna manera, aferradas las unas a las otras, susurrando, gritando, hasta cantando, lo mucho que se querían. Luego tomaron las fotografías. Sus padres estaban ahí. Fue una tarde inolvidable.

Y aunque Anne y Jodie no tuvieron ocasión de hablar en privado, la promesa fue sellada. Siempre juntas, había dicho Jodie, con más palabras y frente a un gran público. Siempre juntas, había susurrado Anne, para ella misma cerrando el trato.

—¡Nunca había estado el gimnasio tan limpio antes!— gritó Kelly, con una bebida en la mano y colgándose de los hombros de Kim. Ella trataba de quitársela de encima, sin esforzarse demasiado.

—¡Gracias!— exclamó Jodie, a su vez.

La música estaba altísima, y había mucha gente en el gimnasio. Al final iba a quedar tan sucio como cuando el equipo de fútbol llegaba con sus zapatillas embarradas a practicar bajo techo. Anne y Jodie sabían mucho de esto último, por haber tenido que limpiar el suelo durante más de un par de meses. Algunas graduadas estaban ya bailando, otras se reunían, como ellas, alrededor de la pista para poder comer y hablar con las demás. Era la fiesta de graduación, por supuesto.

—¡Yo también ayudé a limpiar!— se quejó Anne, golpeándole el brazo a Jodie.

—¿Y yo cuándo dije que no lo habías hecho?

Gena decidió cortar por lo sano y le pasó a Anne una magdalena de las muchas que había sobre la mesa de postres. Ella se la comió sin quejarse. Incluso, se acercó más a la barra para poder seguir comiendo.

—¡Si comes mucho el vestido te va a explotar!— se burló Jodie.

Anne le hizo un gesto con la mano. No me importa, decía.

—La comida es más importante que este baile.

—Oh, así es tu pensamiento por habernos graduado.

—La comida es más importante que los títulos académicos— contestó Anne, con la boca llena.

Jodie soltó una risita y alejó a su amiga de la barra de comidas.

—¡Yo me estaba comiendo eso!— chilló.

—Ya lo sé. Ahora vamos a bajar esas calorías nuevas bailando un poco. ¿Qué te parece?

La arrastró a la pista sin que Anne se quejara. El resto de la noche fue para ellas dos, bailando. Jodie se había subido en los zapatos de tacón más altos que había visto en la tienda; y la elevaban más de doce centímetros encima de su estatura inicial. Sin embargo, Anne había tenido la misma idea. También ella estaba más alta. Así que Jodie tenía que mirar hacia arriba para hablar con ella. Nada había cambiado.

—¡Gracias por todo!— gritó Jodie.

Anne no le escuchó. Se encogió de hombros y señaló las bocinas de las que salía música a todo volumen. Jodie le pasó los brazos por el cuello para tener su cabeza más cerca de su boca.

—¡Gracias por todo!— repitió.

—¿Por qué?— exclamó Anne, aferrándose a ella también.

Jodie sonrió y dio unos saltitos.

—¡Por haber hecho de este año el mejor año de mi vida!

Anne no le contestó y Jodie estuvo a punto de separarse, pero ella no se lo permitió. Luego sintió sus labios en el centro de la frente; eran húmedos y suaves. El beso fue corto, pues Anne se acercó a su oreja para poder decirle algo más. En ese momento, la música bajó de volumen, como si estuvieran en una burbuja lejos del resto de bailarinas.

—¡Yo también te amo, Jo!— exclamó Anne. Sin embargo, había sido como un susurro—. ¡Te amo mucho! ¡Me di cuenta que nunca te lo había dicho!

—¡Pero yo ya sabía que vas a ser mi esposa!

—Te gusta tener la última palabra, ¿no?

Bailaron hasta después de la media noche, cuando ya no aguantaron sus zapatos y tuvieron que quitárselos y llevarlos en las manos para descansar. También comieron hasta que no quedó nada sobre la barra. Jodie se encargó de terminar con los postres. Antes de irse, felices, a sus hogares, Kelly las llamó a todas para una fotografía.

Anne puso la foto en un marco cuadrado sobre su tocador. Cada vez que se levantaba podía verlo desde la cama; ellas con sus vestidos de noche, el maquillaje ligeramente corrido por el sudor, sonrisas enormes y su brazo pasando por encima de los hombros de Jodie. Ella es mía, parecía decir la foto. Y en realidad, eran las únicas que se estaban abrazando.

Ese marco fue el primer objeto que metió en su maleta cuando empacó. Luego vino la ropa y el resto de sus pertenencias. El cuarto vacío eran como un dolor sordo en el pecho. Recordaba, ¿cómo no? Todo lo que no podría llevarse con ella una vez que se fuera. Cargaba con el peso de irse como si no tuviese 18 años, sino muchos más. Su madre la llamó desde el primer piso y ella bajó. Cada paso era una tortura. Ella no quería irse.

Pensó que sería lo suficientemente fuerte para dejar todo atrás cuando permitió que su padre pusiera sus maletas en el coche. Ahí iba la fotografía del baile de graduación, su diploma, sus dibujos en bolígrafo sobre papel de la exposición, el broche de plumas de paloma que Jodie había comprado para ella el día después que un pájaro le había cagado encima la cabeza. Todo estaba ahí, y al mismo tiempo no había nada.

Y entonces apareció Jodie. Como si fuese un acuerdo, sus padres se retiraron dentro de la casa, para dejarlas a solas. Conocían a Jodie por todas las veces que se había quedado allí a comer, a dormir, a pasar tiempo con Anne. Esta vez, sin embargo, Jodie no se veía muy feliz. Tenía la falda corta y un suéter dos tallas más grande, su cabello estaba más largo de lo que recordaba; porque claro, hacía un par de semanas que no la veía. Además, fruncía el ceño tan profundamente que sus cejas casi se tocaban.

—Jo…

—Nada de Jo, mierda— dijo ella, furiosa. Se llevó una mano al cabello para darle más dramatismo a la escena. A ella siempre le había gustado así—. No puedo creer que seas capaz.

—Jo, ya te había dicho que mi padre… Bueno, ¿no podemos rechazar una oportunidad así?— preguntó Anne, al final.

—¡No necesito que me expliques!— chilló Jodie. En ese momento, Anne se dio cuenta que Jodie estaba al borde de las lágrimas—. ¡Ya lo sé!

—¿Entonces?

—¡Ya tienes 19 años! Te puedes quedar conmigo, tú tonta.

—No puedo, Jo. Quiero estudiar. Quiero estar con mi familia también.

—¡No puedes irte! ¡No quiero que te vayas!

Entonces, Jodie empezó a llorar. Se veía tan pequeña en su ropa tan grande que Anne no pudo resistir el impulso de ir y abrazarla. Era menor y bajita, perfecta para que ella pudiese cuidarla. Había extrañado tenerla así, después de esas semanas sin verla después de la discusión. Anne había intentado, después de todo lo ocurrido en la graduación, hacerla entender que debía irse a otro lugar.

—Jo, no seas egoísta. Pensé que había quedado claro.

—¿Qué puedo hacer, Annie?— seguía ella, llorando—. ¿Tu padre no puede rechazar el puesto de embajador? ¿Por qué te vas tan lejos de mí?

—Mi padre es un embajador de Francia ahora, y yo no puedo hacer nada. Además, tú sabes que yo siempre quise ir a París. Y ahora podré hacer ese sueño realidad.

—No quiero que me dejes. Si te vas no podremos casarnos.

Anne reprimió la mueca por el dolor que se le clavó en el corazón al oír esas palabras. Tantas promesas que no iban a cumplirse. Ya no podían estar juntas para siempre, ni casarse.

—Aún no podemos casarnos, tonta. No es legal.

—Annie…— gimió ella lastimeramente.

—Me voy a la maldita Francia, ¿sí?— soltó Anne, más dolida de lo que quería sonar—. Si sigues así me lo vas a hacer más difícil.

—No pensé que fuera a terminar así, tan doloroso, cuando hablé contigo aquella vez en el gimnasio, ¿recuerdas? ¡No puedes irte y dejarme aquí!

—Sí, recuerdo.

Se quedaron en silencio un par de minutos, en los que Anne recobró el valor y tomó a Jodie de los hombros para poder mirarla a los ojos cuando hablase.

—Bien, Jo, se acabó. Me voy a ir con mi padre a Francia y no me voy a quedar por más que me lo pidas. No es porque no te quiera, porque te amo, de verdad. Pero yo quiero ver otros lugares y conocer otras personas y me lo merezco. No quiero que te entristezcas porque yo no estoy. Tienes todo un futuro por delante y lo harás bien si estoy o no a tu lado— Anne tomó una pausa para suspirar—. Tú misma lo dijiste, que el amor de verdad no es dependiente. No te vas a morir si yo no estoy, podrás continuar con tu vida aunque me extrañes. Será suficiente para mí ese sentimiento, porque yo también lo voy a sentir. Además, tú misma repetiste en tu discurso que no importa cuán lejos estemos de quienes amamos, ellos siempre van a caminar con nosotros grabados en nuestros corazones.

—Siempre juntas…

—Siempre. Y podremos llamarnos y enviarnos mensajes y hacer las dos cosas a la vez en Skype. No es como si yo… nunca te viese otra vez.

Jodie intentó sonreír de manera autosuficiente, como normalmente hacía; pero no tuvo mucho éxito. Se veía, incluso, patética con la cara roja y llorosa.

—No puedes irte para siempre. Volverás, cuando sea legal casarnos. Y serás mi esposa— aseguró, con la voz temblando.

—Seré tu esposa, sí.

Hubo silencio después de que hablaran. Un auto pasó a todo lo que podía el motor cerca de ellas, haciendo mucho ruido, y, entonces, Jodie se alejó un poco y empezó a hablar.

—Se supone que yo había venido aquí para convencerte de que no te fueras. Míranos ahora.

—Lo intentaste— Anne sonrió y cruzó los brazos sobre el pecho—. Habría llorado mucho en el camino si nunca hubieses venido a despedirte de mí.

—Trágico.

—Pude imaginármelo. Ojalá no discutamos otra vez. Sé que tendremos larguísimas conversaciones por mensajes de texto, llenas de emoticonos y chistes malos. Ya lo verás. No cambiará nada.

When you walk away, you don't hear me say "Please, oh baby, don't go".

—Ugh, no Hikaru Utada.

Simple and clean is the way that you're making me feel tonight. It's hard to let it go…—Jodie sonrió, limpiándose las lágrimas con las mangas del suéter demasiado grande— Te voy a extrañar, Annie.

—Yo a ti.

Jodie se quedó parada frente al portal de la fue la casa de los Brown, mientras veía alejarse el coche con el amor de su vida hasta París. Irónicamente, una paloma se cagó en el vidrio de atrás, justo donde ella pudo verlo. Y, aunque no lo sabía, Anne empezó a cantar al mismo tiempo que ella, mientras ambas veían la figura y la presencia de la otra alejarse.

"Please, oh baby, don't go”

Nunca fue para siempre.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Notas finales:

Y luego vivieron felices por siempre enviándose emoticonos, chistes malos, tonterías y fotografías por el Kakaotalk, porque ahí es todo más mono :’D

Referencias a cagadas de pájaro, comida a montones y Simple and Clean de Hikaru Utada para Kingdom Hearts. El título es culpa del shuffle de mi reproductor de música. Le gusta caer en canciones que se pasan de lo cursis. Así que esta nombrado como Heart Road, pero en español. El final fue lo primero que pensé cuando Naru me dijo que quería un regalo, así que, ya :’D Y la canción del título contribuyó a que todo se desarrollara de esta manera (?) por esta frase: If our fates will be crossed, someday, far ahead; Please tell my beloved about my heart.

Espero que les haya gustado. Jodie y Anne les agradecen por la lectura.


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