Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Russian Roulette por Lula Mato

[Reviews - 1]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

¡Hola!

Este es un nuevo Fan Fic que he hecho porque una autora me ha hecho animarme en hacer algo que no sea lemon, y que sobre todo tenga una idea más fuerte.

 

Espero que no sean malos conmigo y quieran a mi One Shot :D

 

Notas del capitulo:

Espero que sean buenos conmigo y con mi One Shot que es de una temática muy diferente a las que he trabajado siempre.

 

Denle una oportunidad y bueno pues..

 

¡Disfrútenlo!

 

La vida tiene retos que hacen ponerte a pensar si verdad que tienes que seguir, caminar sin mirar atrás, ser mejor y continuar o quedarte estancado mientras te lamentas tantas cosas y llorando decir “pudieron estar mejor si tan solo…” Pero lo cierto es que nadie toma una buena decisión siempre, nadie está  destinado a ser siempre feliz. Y eso yo lo aprendí de la peor manera que puede haber.

 

Hoy desde mi cama, con los brazos sobre mi pecho y mi cabeza sumergida en un mar de pensamientos que entre anécdotas y futuristas hechos que nunca pudieron pasar,  recuerdo cómo fue que le conocí. El hecho de saber qué era lo él sentía por mí, y sobre todo, qué era lo que yo sentía por él.

 

Todo en él era perfecto: su rostro tan masculino, sus ojos caoba que transmitían la mayor paz de este mundo, el tono grave de su voz que con solo escuchar un simple monosílabo de su boca sentías que una muralla de amor y respeto te cubría entero. Su personalidad tímida pero a la vez salvaje, y no me refiero al salvaje que hace desmanes sin pensar en los demás. No, él era el tipo de salvaje que defiende sus pensamientos a toda costa, tenía moral, tenía calidad humana. Simplemente perfecto, tanto física como sentimentalmente. Pero, no sé en qué momento lo perdí o él se perdió a sí mismo.

 

Sentí tanto por él en cuanto lo vi. Y no me refiero a precisamente amor, no. No era amor, era odio. Una apatía tan grande que si hubiera podido, le destrozaba su perfecta cara con mis propias manos. No sé por qué pero en un inicio su sola presencia me irritaba. No supe qué hacer cuando uno de nuestros amigos en común nos presentó. Él tan solo quiso ayudar pero no resultó, y como gran obstinado se mantuvo en su posición de hacernos “amigos” pero yo sabía que eso nunca pasaría. O al menos eso pensaba.

 

Un día mientras regresaba de la escuela, él estaba parado en la puerta de mi casa con su cara de niño rico y egocéntrico, realmente no quería ver su rostro así que hice la menor cantidad de interacción con él.

 

Dijo que nuestro amigo le había obligado a ir hasta la puerta de mi casa, que cuando él había llegado hasta allí, el auto en el que estaban se había ido. Bueno, mala suerte la suya yo no tuve nada que ver ahí así que pude entrar a mi casa tranquilamente. Desde ese entonces él se mantuvo vagando por mi vecindario. No le di mucha importancia porque cerca de mi casa estaba una familia rica que según decían, querían que sus dos hijos se casaran. Él con la muchacha, y no me importaba la verdad. No, no mucho, tal vez un poco sí pero de ahí no pasaba.

 

Las visitas raras continuaron y un día me decidí a encararlo porque estaba aterrándome con los repentinos encuentros a las afueras de mi patio. Claro ninguno de los dos dijo nada, hasta que yo hablé. Nunca me sentí más cómodo de hablar con una persona, hasta la rabia con la que iba a reclamarle se había disipado rápidamente. Su rostro presentaba una ladina sonrisa que era hermosa, mirándolo bien, no estaba tan raro el muchacho.

 

Los días pasaban y nuestra interacción fue más amplia. Podíamos conversar de temas triviales y sin sentido por horas de horas, sin siquiera cansarnos o aburrirnos, podíamos reír hasta llorar sin siquiera tocarnos, podíamos expresar tanto con la mirada sin que nuestras bocas se abrieran. Nos entendíamos a la perfección. Y, de esa conexión surgió algo que nunca me imaginé: amor.

 

Él me amaba y yo lo amaba también. Nuestros momentos juntos fueron tan especiales así como extraños. Él mientras estábamos bien sufría de constantes dolores de cabeza, una extraña reacción con la sangre, y lapsus violentos que solo yo podía controlar e impedir que siguieran. Confiaba tanto en él que podía poner mis manos al fuego si era necesario, con tal de salvar su vida. ¿Y él? Yo sabía que él me adoraba con su ser, que si algo me pasaba él podía morir. Lo sabía bien, pero ese amor se volvió un tanto incómodo para ambos.

 

Sus jaquecas aumentaban la frecuencia de aparición y eran tan fuertes que casi lo dejaban desmayado, solo mi presencia podía alivianar su dolor. Solo yo podía curar su enfermedad. Y así lo hice, juro que lo hice, juro que traté de hacer que no duela, pero él llegó a un punto que no dejaba ayudarle. Yo lo amaba tanto que sentía  presión en mi pecho por todo lo que le ocurría, porque era importante para mí, porque simplemente él era mi mundo, y yo el suyo. Nuestro amor era fuerte como apasionado. Pero esa pasión llegaba lejos, demasiado lejos para mi gusto.

 

Nuestros encuentros al inicio eran todo amor puro, sin ganas de lastimar, con tacto suave y cargado de gentileza, pero conforme apareció su dolor de cabeza y esa rara reacción cuando sangre salía de la piel de cualquiera de los dos, fue lo que despertó la duda en mí. ¿Seguir con eso? ¿Permitir que lleguemos a tal extremo? Su manía por hacerse heridas mientras teníamos relaciones se volvieron obsesivas y muy aterradoras. Él ya no quería nada, ni siquiera comer. Solo aquello que le hacía “sentir vivo” como decía, únicamente la  sangre y no su sangre, sino la mía.

 

A pesar del profundo afecto que le tenía, no pude continuar con nada de eso y así como de fugaz y sin preámbulos inició nuestra relación, terminó. Yo no me sentía bien, no podía seguir con lo que él se hacía, no podía verlo así, simplemente era aterrador. Un extraño síndrome le diagnosticaron y por ende medicación, pero de nada servía: seguía haciéndose daño, y con más frecuencia todavía. Solo porque yo no estaba a su lado. Su amor era sofocante en esa última etapa de nuestra relación, sentía miedo, pensaba que si alguien por mala suerte era pillado mirando nuestra casa, mirándome a mí, él lo mataría. Y no quería eso, no porque sentía lástima por la persona desafortunada, sino porque no quería que él hiciera algo malo, no quería que lo lastimen.

 

Después de todo, de haber terminado nuestra relación, seguí ayudándolo. Continuaba presente en su vida para darle ánimos, para ser el poyo que no tenía, quería ser su bastón, ese alguien con quien pudiera contar incondicionalmente.

 

Una noche mientras hablaba por teléfono con un pariente lejano que de casualidad había marcado mi número por error, apareció él. Estaba oscuro pero podía diferenciar su figura donde fuese. Me dijo que no quería que hable con nadie, que colgara, que yo era solo suyo. No pude más, y terminamos discutiendo, todo pasó tan rápido. Él lloraba aferrado a mi pierna, y yo derramaba lágrimas junto con algunos sollozos de tristeza. Lo ama, nunca dejé de hacerlo pero no podía permitir que continuara asfixiándome con su insoportable amor. Era simplemente obsesivo y muy perturbador.

 

Me confesó que había sido él quien rebuscaba mi correo, mi basura y por último mi casa cuando yo no estaba. Dijo que tenía miedo que yo estará olvidándolo, ese momento no sentí ni pena por su rostro enrojecido por el llanto. No, estaba furioso. Nos gritamos nuevamente, o mejor dicho, yo le grité por segunda vez, él solo escuchaba y con una parsimonia muy fría se levantó del suelo. Estaba furioso, me estrechó contra la pared y yo empecé a temblar. Su rostro era diferente: ya no estaba mi amado ser tan tímido pero sentimental, ya no había aquel joven tierno de risa contagiosa. No, ahora estaba un ser que cegado por la ira empezó a gritar, destruir todo, incluso atinó dos golpes en mi cuerpo. Uno en el labio, partiéndolo; y otro en el estómago.

 

No pude dar crédito a lo que estaba haciendo y aún iracundo me gritó si quería que muera. Que yo lo odiaba y que él no merecía vivir sin mi amor. ¿Por qué decía eso si yo lo amaba como a nadie en esta vida? Él lo sabía bien. La sangre que brotaba por mi labio fue tomada con la punta de su dedo índice y murió en su boca, siendo limpiada por su lengua. Sus pupilas dilatadas casi cubrían el  color caoba hermoso de sus ojos. Era tétrico, daba miedo realmente.

 

Desquiciado y ya sin poder soportar toda la presión tanto de su corazón al ver que yo le había gritado. Yo su pequeño, aquella persona que siempre sumisa ante sus ojos hacía y dejaba de hacer a la voz de ya, si él lo decía. Y, sumado a ello su afección por la sangre de mi labio, sus jaquecas que empezaban a hacer estragos en aquellas neuronas que hace meses estaban cuerdas. Todo él era una pequeña bomba de tiempo. E hizo falta tan solo aquel mal entendido para que explotara.

 

Sacó de su gabardina color caqui hasta las rodillas y afelpada; del bolsillo derecho una pistola calibre diez y nueve. Destapó el tambor y con una única bala la cargó. Así fue que empezamos ese escalofriante juego llamado Ruleta Rusa. El cual se supone es de dos, pero esta ocasión, él lo hacía por mí.

 

Colocó la pistola en su sien derecha, su mirada estaba clavada en mis ojos, yo tan solo atiné a llorar y pequeños espasmos de miedo que cruzaban por mi columna vertebral haciéndome saltar. Primer disparo: nada.

 

Sonrió de lado y yo me calmé por una milésima de segundo pero todo se disipó cuando aquella arma fue puesta al recto de mi pecho, pero estaba de costado. Me la estaba pasando. Por miedo no la sostuve y el la colocó como se debe. Me dijo que si no quería hacerlo yo solo, él lo haría por mí. Y fue verdad. Con su mano en el gatillo y su mirada directo en la mía, disparó. Segundo disparo: nada.

 

La ansiedad me carcomía vivo, pero no podía salir corriendo de ahí, sabía que si lo hacía él me mataría o se mataría. Ahora espero que esa bala se trabe en cualquiera de los disparos para que ninguno de los dos salga herido. No quiero morir y tampoco quiero que muera. A pesar de todo y como ya lo dije, lo amo.

 

Mi corazón estaba de nuevo arremetiendo contra mi pecho cuando su mano subió a la altura de sus ojos, su murada ya cristalizada por la desesperación y su mano temblando como gelatina me hacían saber que estaba más que nervioso. Tomo una bocanada de aire y disparó. Tercer disparo: Sí tenía bala.

 

Estaba congelado, todo iba en cámara lenta: Él dejó caer la pistola negra calibre diez y nueve, su cuerpo se tambaleó hacia atrás y cayó como si estuviera relleno de piedras. Pesado y sin vida. El amor de toda mi existencia, la persona que más amaba en todo el mundo yacía muerto frente a mí, y todo por un malentendido. ¿Cómo era eso posible? Y sobre todo ¿Por qué no lo impedí?

 

Ahora me levanto de la cama con los ojos llenos de lágrimas, estoy llorando. Estoy recordando el hecho más triste que he podido presenciar en toda mi vida. Las paredes blancas de este Centro de Ayuda me hacen sentir cada vez más real lo que pasó hace ya dos años. No me he recuperado del trauma de su muerte.

 

Todavía conservo la negra pistola con sus huellas. Con las marcas no visibles de sus perfectos dedos finos y largos. Me debato todos los siete días de la semana, las veinte y cuatro horas del día. ¿Podré alguna vez ir a nuestro re-encuentro? Bueno, veamos qué pasa. El único juego que nunca podrá sacar una sonrisa, que no logrará nunca ver regocijo en el cuerpo ajeno. La Ruleta Rusa. Y yo, hoy, con esta pistola veré qué es lo que se siente, qué es lo  que él sintió.

 

Me acerco al gran espejo de la habitación, veo mi cuerpo: alto, blanco y joven. Pero a pesar de ser joven mi rostro está demacrado, la tristeza no es cosa fácil ¿saben? Miro por primera vez desde hace dos años a aquella pequeña y negra cosa que con tambor afuera presume una única bala, lo giro y se incrusta en su lugar. “Respira hondo, a veces eso sirve” dijo él cuando me acercó la pistola al pecho. Y así lo hago nuevamente. Respiro profundamente, lleno mis pulmones con aire, alzo la pistola hasta el recto de mi cerebro paralelo a lo que levanto mi mirada. Uno: nada. Maldigo a mi madre por hacerme con tal mala suerte. Dos: nada. Ya me estoy hartando de esto. Tres: y ya puedo sentir como el dolor punzante se expande rápidamente por mi cabeza, mi cuerpo se vuelve frágil y caigo pesado y de lleno al piso.

 

Bang YongGuk estoy en camino, por fin después de dos años de torturantes recuerdos que me empezaban a volver loco, voy a volver a verte. Espero que ahora ya sin ningún trastorno y como éramos antes. Felices y amándonos sin prejuicios ni desconfianzas. “Espérame amor, que ya estoy llegando hacia ti.”

 

 

 

Notas finales:

¡Muchas gracias por leer mi nuevo trabajo!

Reitero que los amo mucho :D

 

Besos

// Con mucha baba ^3^ //


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).