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Meisai por BlackBaccarat

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Notas del fanfic:

Llevo tiempo queriendo subirlo y van pasando los días.

No es gran cosa, solo cierta paranoias que se me ocurrió y deseaba escribir. No es una pareja muy común pero lo imaginé así y así se quedó.

 

Un suspiro acompañado de un nervioso movimiento de sus manos en las que intentaba concentrarse para mantenerse perfectamente estático. No parecía conseguirlo. Miró de soslayo a Mizuki mientras Mao hablaba y hablaba, como si no fuese a callarse nunca, y entretanto y de tanto en cuando, el segundo guitarrista posicionado a su lado, le miraba y asentía mientras interrumpía el discurso ajeno para darle la razón.

Pasaban los años y la mayoría de cosas no cambiaban. En los comentarios de los álbumes siempre ocurría lo mismo. Mao hablaba, a veces Mizuki le interrumpía y, mientras, los otros tres se mantenían atrás como estatuas. En alguna ocasión Kei se metía, pero serían contadas excepciones. Normalmente las cosas ocurrían tal que así.  Una extraña rutina adquirida con el paso de los años.

En cuanto Mizuki notó los ojos ajenos encima de él, le miró un instante y luego apartó la mirada, de forma que por segunda vez el otro guitarrista suspiró antes de dirigir sus ojos al suelo y cruzar los brazos en un intento desesperado de pasar inadvertido.

Qué extraño tira y afloja llevaban ambos. Tsurugi estaba intentando con todas sus fuerzas alejarse de Mizuki, o dejar de fijarse tanto en él, pero no había forma. De alguna manera tarde o temprano terminaba cayendo ante ése. Probablemente, jamás sería capaz de controlar sus sentimientos hacia esa persona que era su compañero de banda. Que Mizuki pareciese tan animado como siempre a pesar de las circunstancias, le partía el corazón. No le gustaba verle deprimido, pero al menos podría disimularlo un poco, se dijo.

 

Era un hecho que no podía quitarse de la cabeza. ¿Por qué si habían estado tan bien los últimos meses en esos instantes ni mirarse podían? Siempre había sido así, desde siempre. Tan real como que escuchar al bajista reír era una cosa tan extraña que nunca se acostumbrarían a ello. Acercamientos sutiles que terminaban poniendo más piedras en ese muro que les separaba la mayoría del tiempo. No podían luchar contra ello, estaban intentando vaciar el mar gota a gota, gota a gota. Una tarea eterna, inacabable y espantosamente agotadora.

Fue una tarde meses más tarde que Mizuki sin decir una palabra se sentaría a su lado, justo a su lado, sin dejar ni un espacio entre ambos. Ese nuevo look tenía más que fascinado a Tsurugi, estaba demasiado hermoso. Las personas que le rodeaban podían decir lo que les diese la gana, que para él Mizuki era bonito; pero aquella vez le había dejado incluso sin aliento. Ese pelo tan largo y ondulado, castaño media melena y la otra media rubia, tirado hacia un lado y ese maquillaje tan marcado en sus ojos, entre negro y azul.

—¿Qué tanto me miras? —cuestionó Mizuki, con una sonrisa en sus labios.

A Tsurugi aquellas declaraciones le tomaron de sorpresa. Tal fue así, que dio un pequeño respingo alejándose levemente y causando risa en su compañero de cuerdas. No es que Tsurugi fuese una persona especialmente tímida, pero con Mizuki todo era distinto.

—Yo… —masculló nervioso, escapándosele una leve risita—, no es nada.

»Te queda muy bien ese look.

—Gracias —murmuró él en respuesta, dándose el lujo de recargarse contra él y apoyar la cabeza sobre su hombro un segundo.

Tsurugi le miró curioso y el contrario solo sonrió, siendo correspondido enseguida en ese gesto. ¿Qué eran ellos dos? Ni ellos mismos lo sabían. Había algo entre ambos, algo difícil de definir y de explicar, algo que ni los dos protagonistas eran capaces de expresar con palabras. Podían mirarse durante horas y no decir una sola palabra, podían sin sentirse incómodos, e igual podían hablar durante horas sin cansarse ni hallar  fin a los temas de conversación. Aun así, seguían distanciándose, separándose sin remedio para luego volver a juntarse. Parecían estar jugando a clavarse alfileres en su propio corazón.

Se preguntó, ingenuamente, cuando dejarían ese juego de romperse mutuamente sin querer.

Mizuki había dejado de mirarle tan fijamente. De pronto, había cerrado los ojos y se había acomodado contra su brazo y su cuello en un gesto que al segundo guitarrista se le antojó incluso cariñoso. Le hubiese gustado saber en qué pensaba Mizuki en aquellos momentos, pero aquello era algo que no obtendría. Por mucho que le mirase, solo escuchaba un inalterable e inacabable silencio. El de cabellos tan largos era un hombre que de sentimientos poco hablaba. No podía expresar lo que sentía, no sabía. Hablaba de todo, pero nunca de él, era un misterio. Lo poco que sabían, casi se lo habían sacado a la fuerza, casi se lo había sacado todo él a la fuerza.

—¿Estás cansado? —Mizuki abrió los ojos y se incorporó levemente.

—No, estoy bien.

Le hubiese gustado añadir que sencillamente necesitaba sentirle cerca, pero se abstuvo, como tantas otras veces en un pasado.

—¿Por qué besaste a Kei? —la primera pregunta incómoda escapando de los labios del guitarrista principal del grupo.

Al aludido le tomó de sorpresa. ¿Qué tipo de pregunta era esa? Desde que debutasen, que él había tonteado con todos los integrantes de la banda en mayor o menor medida, en especial con Mao y más tarde con Kei. No es que sus sentimientos por esos dos fuesen verdaderos, a decir verdad, solo lo hacía porque ellos eran los más abiertos a dejarse ver en situaciones que podrían ser interpretadas como románticas o con alguna que otra insinuación sexual. Aki era el chico frío del grupo, por lo que a Mizuki le gustaba molestarle. De algún modo, frente a las cámaras, Tsurugi siempre había sido un poco más invisible que el resto para el segundo guitarrista, aunque detrás de ellas fuese todo lo contrario.

Recordó cuando se conocieron por primera vez, después de que Mao le llamase para que fuese guitarrista en su grupo, cómo el único motivo por el cual decidió aceptar a pesar de sentirse fuera de lugar en un inicio, fue que Tsurugi se lo pidiese a espaldas del resto. El por qué lo hizo, siquiera Tsurugi lo sabía. Sencillamente le había querido en la banda. Kei había dicho en alguna ocasión que recién se unió, había sentido una especie de conexión a nivel musical con Aki, a él le había ocurrido lo mismo con ese chico de facciones afeminadas.

Tras unos pocos segundos de vacilación entre que se miraron sin más, Mizuki rompió el silencio con una leve risita, antes de responderle.

—¿Acaso estás celoso? —dijo con una sonrisa juguetona.

Nada más lejos de la realidad. A Tsurugi poco le importaba que Mizuki fuese a besar a otros, ni cuando lo había hecho con Mao ni cuando lo había hecho con Kei. Prefería mil veces la relación distante que tenía con ese hombre a recibir un par de besos sin sentimientos delante de una cámara para contentar a las fans. Siquiera del tiempo en que Mizuki vivió con Mao sentía celos. Él no era una persona insegura, ni de ninguna forma posesiva. Le gustaba Mizuki, eso era evidente, pero no pretendía atarle a él. Si Mizuki dejaba de ser libre, a él no le interesaba tenerle a su lado. El amor romántico para él solo era una sarta de tonterías. No creía estar enamorado para siempre ni haber hallado a esa persona que le completase, sencillamente sentía aquello en esos instantes y nada más. Habían pasado años, era cierto, pero bien podría acabarse al día siguiente, quizá una semana más tarde. No le importaba.

Al no obtener respuesta de parte del mayor, se inclinó hacia él y dio un cortó beso en sus labios que causó enorme sorpresa en Tsurugi, tal, que le dejó petrificado por cortos segundos. Tras aquello, Mizuki se levantó, y se marchó de allí, mientras su compañero permanecía inmóvil en el sofá, sentado y todavía tratando de comprender lo que acababa de ocurrir. Poco a poco, dejó que una sonrisa inconsciente adornase sus labios.

—¿Por qué sonríes? —cuestionó con curiosidad Kei, que acababa de entrar a la sala seguido de Aki, quien con sus manos en los bolsillos parecía ausente.

Tsurugi se encogió de hombros, pero no fue capaz de borrar el gesto, haciendo que Kei frunciese los labios en señal de confusión y curiosidad, pero terminó por dejarlo estar.

—¿Y Mizuki? —preguntó Aki, con sus ojos cubiertos por las gafas de sol y mirando a la nada. Kei notó un escalofrío recorrerle la columna al sentir aquella voz tan fría tan cerca de su espalda.

Rápidamente se giraría a mirarle.

—¿Cuánto llevas ahí detrás? —espetó algo asustado, mientras a Tsurugi se le escapaba la risa y Aki le miraba con aparente estupefacción.

—Un rato —respondió con frialdad y Kei suspiró.

—Deberías aprender a ser un poquito menos sigiloso. No me pegues esos sustos.

—Mizuki se fue por allí —contestó Tsurugi riendo todavía, señalando la puerta por donde había desaparecido el guitarrista segundos antes tras darle un beso.

Aki, sin dar las gracias ni hacer un mínimo gesto de agradecimiento hacia la persona que le había contestado, se fue por donde aquél le había indicado, siendo seguido rápidamente por Kei, que no pudo evitar perseguirle de esa forma sin motivo aparente. Tsurugi se les quedó mirando no sin cierta curiosidad. De alguna forma, le hubiese gustado ser más como Kei, quien perseguía sin parar a Aki por mucho que aquél no le hiciese aparentemente ni el más mínimo caso e, incluso en ocasiones, le rechazase sin mediar palabra. Incluso si Kei no tenía ningún tipo de motivo «romántico», hubiese querido tener esa perseverancia que el baterista castaño poseía. ¿Le hubiesen ido mejor las cosas entonces?

 

En los comentarios para el siguiente mini-álbum, decidieron repartirse e hicieron tres grupos. Por alguna razón que Tsurugi no entendía y al parecer Aki tampoco, a Aki le tocaría con Mizuki, a Kei con Mao y a Tsurugi también con Mao, rompiendo así la típica distribución en la cual el segundo guitarrista quedaba junto al vocalista y batería y a él le tocaba con el bajista casi más por eliminación que no por otra cosa. Que si bien poner a Mao con Kei no era tan raro, ¿por qué poner a Mizuki con Aki —aunque tampoco era la primera vez—? De algún modo hubiese deseado que, puestos a elegir, quien estuviese junto con Mizuki fuese él.

Estaba tenso, muy tenso. Trataba de fingir que no era así pero mientras Mao hablaba y hablaba sin parar como era costumbre, él no sabía dónde meterse ni cuándo intervenir, y solo lo hacía cuando aquél se quedaba en silencio y le miraba. En el fondo, los tres restantes les observaban como esperando su turno, o para reírse de ellos. Tsurugi quiso evitarlo, pero en más de una ocasión sus ojos se clavarían en los de Mizuki. La primera vez, aquél se sorprendió; y tras que escapase un corto sonido de estupefacción de sus labios —que consiguió la atención de los otros dos— se medio incorporó hasta que pronto el otro guitarrista volvió sus ojos a Mao —que sonreía— para seguir con la conversación y que se le escapase alguna que otra risita como si hubiese estado pendiente de lo dicho por el vocalista.

Al acabar, Aki y Mizuki tomaron el relevo. Al pasar a su lado, el otro guitarrista chocó el hombro con él, en un gesto que Tsurugi malentendió y, con sorpresa, se giraría para pronto obtener de parte de su compañero de cuerdas una sonrisa que como casi todas las veces, no supo descifrar.

Fue al comenzar a grabar que todos entendieron por qué habían escogido a Mizuki para permanecer junto con Aki. El bajista, tan serio y frío que era, se pasó los cinco minutos que duró la grabación, tratando de aguantarse la risa. Definitivamente, que la única persona que podía lograr que alguien riese sin parar era Mizuki, incluso si la mayoría de sonrisas de ese hombre, no eran más que una mera falacia, una fachada de algo que él no era. Seguía siendo un niño tímido y asustadizo, alguien introvertido que nunca decía lo que sentía. Mentía. Mentía mucho. Era ciertamente patológico. Si alguien llegaba a entenderle, se sentiría perdido y muy, muy asustado. Tsurugi lo había intentado y había sido apartado.

 

Al acabar, se dejó caer a su lado y se recostó inocuamente en él. El resto, acostumbrados a ese tipo de gestos por parte de Mizuki con cualquiera de ellos, siquiera repararon en ello, pero para Tsurugi, aquello fue incluso doloroso. Y mientras Aki miraba con estupefacción y no disimulable sorpresa cómo Kei y Mao se comían a besos, él se levantó y abandonó la sala mientras Mizuki le observaba marcharse con decepción y algo de sorpresa.

Miró a Aki, que le miraba a él en esos momentos y entonces suspiró. Sin entender nada, el bajista frunció el ceño sencillamente con sorpresa.

Tsurugi no entendía qué quería Mizuki, y Mizuki no lograba comprender qué había hecho mal a pesar de poner todo su esfuerzo en mantener lejos al otro guitarrista. Lo hacía de forma involuntaria y allí estaba el problema, en que siquiera se daba cuenta, y cuando las personas reaccionaban a sus gestos que no tenían más objetivo que alejarles, él no comprendía qué había podido hacer para que la respuesta de aquellos fuese tal. En esos instantes se encontraba en esa situación.

 

Cuando llegó la temporada de conciertos pocos días más tarde y se instalaron en el primer hotel,  Tsurugi había pasado de estar a la defensiva y huir de Mizuki a desesperado por tenerle lejos. Siempre hacían lo mismo. Se peleaban o discutían sin decir una sola palabra y se distanciaban quilómetros, esperando a que uno u otro se cansasen del absurdo de la situación y buscase al contrario fingiendo que no había ocurrido nada. Esa sería una de tantas veces en que aquello ocurría.

Con prisa buscó a Mao a la espera que le hiciese un enorme favor y le cambiase la habitación para poder quedarse con el guitarrista en vez de compartir habitación con el baterista del grupo.

Le encontraría en la calle, cigarro en mano y absorto en su teléfono móvil. Agradeció especialmente que estuviese solo, porque de otra forma no hubiese sabido cómo reaccionar.

—Oye, Mao —preguntó logrando obtener su atención.

—¿Quieres? —respondió el castaño tendiéndole un cigarrillo que pronto él tomaría entre sus dedos y llevaría a sus labios, permitiendo al vocalista que se lo encendiese.

—Gracias —dijo antes de dar una calada y suspirar mirando al cielo—. ¿Puedes cambiarme la habitación? No quiero dormir con Kei —espetó del tirón.

Mao frunció los labios y le miró con confusión. Quitó el cigarro de sus labios.

 —¿Por qué?

—Dijo algo inapropiado el otro día que me molestó… ¿es mucha molestia?

—Para nada, para nada. Últimamente Mizuki está distante y me altera. Aguántale tú que tienes más paciencia que yo —rió.

—No será problema —suspiró—. ¿Podrías inventarte alguna excusa? No quiero que sepa que me enfadé o algo parecido, es una tontería, de forma que…

El aludido con simpleza se encogió de hombros. No terminaba de entender por qué aquél le pedía tal cosa. Tsurugi siempre había evitado a toda costa quedarse a solas con Mizuki. Podría haberle dicho a Aki, incluso al mismo Mizuki, pero no, había ido a decírselo a él. Había un algo en todo aquello que no terminaba de cuadrarle. Pero se hizo el ingenuo y asintió con una sonrisa y sin rechistar. De todas formas, Tsurugi era su amigo y si aquél necesitaba un «nada de preguntas» él se lo daría.

 

—¿Qué se supone que haces aquí? —cuestionó Mizuki al encontrarse en su habitación de hotel, en la cama que en teoría debía ocupar Mao, a Tsurugi.

El aludido alzó sus ojos de la revista que concentraba su atención y sonrió al contrario, obligándole a suspirar y rodar los ojos en un gesto entre irascibilidad y suficiencia. Atravesó la habitación con la guitarra a su espalda y la dejó sobre el colchón de la cama libre, la que más lejos estaba de la puerta, procurando no mirar al otro guitarrista.

—Mao me pidió cambiar de habitaciones, prefería dormir con Kei y no me pareció problema —mintió, después de alcanzar su teléfono. Quería evitar a toda costa que sus ojos y los de Mizuki se encontrasen.

Aquél suspiró, volviendo sobre sus pasos, dirigiéndose hacia la puerta para abandonar el cuarto.

—No sabes mentir, Tsurugi.

Giró el pomo de la puerta con la intención de abrirla, pero la otra persona en la habitación le sostuvo la muñeca obligándole con sorpresa a girarse para encontrase de frente al guitarrista especialmente cerca de él.

Sintió un escalofrío recorrerle la columna y ganas de salir corriendo de allí, pero por alguna razón se mantuvo estático en ese lugar, mientras aquél le miraba y él empezaba a sentir cierta ansiedad.

—Vale, es mentira —suspiró—, pero no te vayas.

Mizuki le apartó. Si bien aquellas palabras le pillaron desprevenido como suponía Tsurugi, la respuesta no fue la que Tsurugi supuso que tendría. El más mayor había sido siempre el que se había alejado, quien había dejado piedras entre uno y otro, entre que su compañero de cuerdas trataba de acercarse y era rechazado sin más. Era una persona complicada, pero ¿acaso merecía ese trato? Se había pasado años, muchos años, intentando mantenerle lejos, pero siempre volvía. No, a decir verdad, se cansaba de rehuir a Mizuki y terminaba cediendo ante él incluso cuando con sus gestos Mizuki soliese indicar que no le quería cerca.  

Aquella vez fue distinta, le pidió que no se marchase y se arrepintió en el mismo instante en el que lo hizo. De todos modos, de forma impulsiva se echó sobre él y no sin antes sostener sus mejillas para que no se le escapase, mientras Mizuki reculaba por inercia, le besó.

Notó aquellos labios temblando bajo los suyos unos segundos mientras le retenía contra la puerta, y poco después aquél le abrazaría por la espalda con insistencia pegándole a él para corresponder al gesto. Cerró los ojos y ladeó el rostro antes de empezar a masajear los labios ajenos con los propios. Era extraño, sentía un cosquilleo extraño. Casi había olvidado esa sensación, después de tanto tiempo se veía lejana, como un espejismo en un lugar desconectado en su memoria, como si nunca hubiese existido realmente, solo producto de su imaginación.

Tsurugi era y sería una persona especial para él, era un hecho innegable, pero también era evidente que jamás esperó que esa singularidad de Tsurugi le llevase a semejante camino. Quién iba a decirle que acabaría así, tan enganchado a una persona a la que no debió acercarse de esa manera. Él no era así, le costaba demasiado coger confianza. Que tuviese ese tipo de lazo con Tsurugi era de lo más extraño.

Desde que cortó con su novia poco después de unirse a Sadie y terminó por vivir con Mao, no había vuelto a tener pareja. Al principio fue por falta de ganas, de confianza; y miedo a que le rompiesen de nuevo el corazón, con el paso del tiempo la causa terminó por ser Tsurugi. No podía decirse que tuviesen una relación, ni mucho menos, ambos se querían de una forma u otra, pero su estado como compañeros de grupo hacía imposible que aquello pasase a mayores, la timidez de Mizuki tampoco ayudaba, pero era evidente que aunque no tuviese nombre, eran y serían más que amigos.

Le obligó a girarse y le dejó caer sobre las sábanas colocándose después él encima, causando risa en Mizuki. Ese tipo de gestos en el mayor no eran nada típicos de él. Aquél que llevaba un piercing en su labio inferior extendió su mano hasta aquél y le acarició la mejilla en un gesto cariñoso entre que sonreía.

—Con ese peinado y tan maquillado pareces una chica —Mizuki rió.

—¿Es por eso que te has colocado entre mis piernas, Tsurugi?

Aquellas declaraciones le dejaron boquiabierto, hasta el punto de intimidarle. Se sonrojó al instante en percatarse de ello, y pronto se apartó con brusquedad hasta quedar en la otra punta de la cama mientras el menor se reía a carcajadas por la actitud tímida que había adoptado el contrario. Ciertamente no esperaba que huyese de allí tan rápidamente por algo tan insignificante. A decir verdad, Mizuki pensó que al tirarle a la cama, lo que haría después sería quitarle la ropa.

Con lentitud gateó hasta él y colocando las manos en sus mejillas tal y como el otro había hecho antes, besó sus labios de forma efímera. Tsurugi hizo un puchero al verle alejarse tan pronto y Mizuki rió, pronto dándole otro menos superficial al comprender que aquél se había quedado con ganas de más. En ocasiones, en demasiadas ocasiones, ese chico que era mayor que él se comportaba como un niño. No podía quejarse, le encantaba.

Notó cómo le rodeaban la espalda e hizo lo mismo con él, con fuerza, como si tuviese miedo de separarse de él. No era miedo, sencillamente estaba rezando para que ese momento no terminase. Sabía bien que tan rápido como se encontraban así, tan juntos, la situación entre ellos volvería a ponerse fría, volverían a estar distantes. Era lo que ocurría siempre.

Pronto Mizuki se vio empujado contra el cuerpo de Tsurugi, acabando con su cabeza contra el cuello ajeno y aquél sosteniéndole con firmeza entre sus brazos. No pudo más que expresar sorpresa en sus facciones por el reciente gesto.

—Te echo de menos —admitió Tsurugi en un susurro apenas audible que encogió el corazón de Mizuki.

—Tsurugi —murmuró él—, nos vemos casi todos los días, yo no…

—Sabes que no me refiero a eso. No es suficiente, no es suficiente con verte.

El de hebras más largas alzó la mirada de forma que pronto sus ojos chocaron contra esas dos pupilas negras que el primer guitarrista poseía. Incluso con lo animado e idiota que parecía siempre ese hombre, en esos momentos lo que Mizuki vio fue un ápice, aunque muy sutil y casi indescifrable, de tristeza; quizá abatimiento, bien no supo adivinarlo.

Boqueó en un intento de decir algo que no supo articular en su garganta. La única solución factible que halló fue la de responder con un beso, impactando levemente sus labios contra los ajenos en lo que casi pareció más un roce indiscriminado que no un beso. Tsurugi suspiró tras el gesto.

—Ojalá pudiésemos estar siempre así —susurró el más joven.

No supo recriminarle nada, siquiera esos intentos de mantenerle lejos o el daño que le hacía que prefiriese huir de él a enfrentarse a sus miedos, todo. Porque Tsurugi parecía bien una persona segura de sí misma, y lo era, pero Mizuki siempre fue y sería una excepción. Tenía algo, algo especial que le hacía sentirse vulnerable e inseguro con su presencia.

Oyeron la puerta abrirse pero ni el descubrimiento de Kei en la puerta les hizo separarse bruscamente, al menos no inmediatamente. Kei parpadeó en verles tan juntos, Mizuki recostado sobre Tsurugi y mirándose desde tan cerca, pero no dijo nada al respecto por alguna razón. Poco a poco el que estaba encima se medio incorporó y se estiró lentamente como un gato. No había estado mucho rato en esa posición, pero había acabado por dejarle adormilado.

—Perdón, la puerta estaba abierta y no creí que…

Mizuki negó, y Tsurugi se encogió de hombros.

—No pasa nada —dijo el más alto antes de levantarse de la cama—, ¿qué querías?

—Venía a buscar un mechero, el mío no va —suspiró derrotado, y pronto Tsurugi rió en verle así.

—Yo no tengo de eso —respondió Mizuki, y mientras Tsurugi buscaba entre sus cosas un encendedor que ofrecerle al batería, el más alto de los tres aprovechó para adentrarse en el baño que había en la habitación y cerrar la puerta detrás de sí.

—Supongo que cuando Mao me ha dicho que se había peleado con Mizuki y que por ello dormiría conmigo, mentía.

—Supones bien —contestó Tsurugi.

El más bajo suspiró mientras observaba la puerta a través de la que había desaparecido Mizuki. Tsurugi miraba a un punto fijo en la pared en la dirección contraria, como si se negase a mirar hacia ese lugar, ya con el mechero en la mano. Algo le decía que Mizuki se había molestado por ser interrumpido o algo similar y que por eso había desaparecido sin más en cuanto tuvo ocasión.

Oír el grifo abrirse y el sonido del agua caer a través de la pared que separaba el cuarto de baño de la habitación donde el batería y primer guitarrista permanecían, despertó de su trance al de hebras más oscuras y mayor altura, entre que Kei se volvía a mirarle. La situación con la que se había encontrado era extraña. Extraña porque hasta esos momentos siquiera había intuido que aquellos dos sintiesen algo por el otro.

—¿Qué hay entre Mizuki y tú? —se atrevió a cuestionar, obligando a Tsurugi a que le mirase. Después rió.

—Una barrera infranqueable.

Rotundo. Siquiera había tenido que pensar demasiado para responder tal cosa, no había forma más gráfica de definirlo. Ni sabía cuántos años llevaban con ese juego, pero de tanto tirar y aflojar la cuerda, iba a terminar por romperse. Llevaba demasiado tiempo rezando para que eso no ocurriese, pero incluso los momentos más dulces de ambos, tenían un trasfondo de lo más amargo.

—Eso no suena bien —murmuró aquél tras emitir un largo suspiro.

Tsurugi le tiró el mechero y aquél lo agarró en el aire, para pronto meterlo en la cajetilla de cigarros, a medio vaciar, que llevaba en la mano. Rió ante el  comentario ajeno y lentamente se levantó de la cama.

—Ciertamente no suena bien —suspiró—, pero ya sabes cómo es Mizuki. Es complicado.

 

Cerró el grifo después de empaparse por completo  la cabeza y, así, con ésta reclinada dentro de la bañera, suspiró antes de alcanzar una toalla con la que secar sus larguísimos cabellos que mojados y lisos, eran todavía más largos y molestos. Aunque aquellos no lo hubiesen pensado siquiera, podía oírles hablar incluso si había una pared separándoles.

Las palabras de Tsurugi habían hecho que comenzase a temblar de pura ansiedad. Era raro que no hubiese sucumbido a ella antes. No era mentira que hubiese una barrera entre ambos, pero esa barrera la había construido Tsurugi. De qué se quejaba. Respiró hondo tratando de tranquilizarse. Él era una persona muy animada, Tsurugi también lo era, ¿qué hacían lloriqueando por cosas que podrían solucionar si dejaban las cosas claras? ¿No podían ponerse a hablar como personas?

Escuchó a Kei abandonar la habitación y poco después alguien picaba a la puerta, haciéndole esbozar media sonrisa a Mizuki.

—Está abierta —dijo mientras se levantaba del suelo.

Fue al girarse que se lo encontró de frente, mirándole con cierta sorpresa de verle con la mitad del maquillaje manchándole las mejillas y sus cabellos completamente mojados. Era evidente que no había llorado porque no se veían rojos sus ojos, y porque eso que mojaba su rostro más bien parecía agua, pero le sorprendió su mal aspecto.

—¿Estás bien?

—¿De veras crees que hay una barrera entre nosotros? —respondió en un susurro con otra pregunta que obligaría al más bajo a agachar la cabeza.

—No creí que me hubieses oído.

—Qué lástima.

En completo silencio, el mayor empezó a revisar su neceser que reposaba sobre el mueble del baño. Retiró dos toallitas desmaquillantes entre que aquél le observaba, para luego tirar de su brazo para conducirle hasta el inodoro. Bajó la tapa y le hizo sentarse sin que aquél rechistase siquiera por el gesto y se dejase hacer, todavía mirándole con curiosidad y con sus mejillas negras. Parecía un perro abandonado a los ojos de Tsurugi.

—¿Me puedo poner encima? —murmuró algo avergonzado, refiriéndose a las piernas ajenas.

Mizuki dio un respingo de sorpresa ante el comentario, pero tras recuperarse del shock inicial, asintió sin apenas mirarle.

—Claro.

Entonces, tal como dijo, el primer guitarrista se sentó sobre sus piernas y le alzó la cabeza para que le mirase, para pronto empezar a desmaquillarle con las toallitas húmedas que había alcanzado poco antes.

—Cierra los ojos —murmuró, siendo obedecido al instante—. Sí que hay una barrera entre nosotros, siempre la ha habido.

Esperó a que acabase de limpiarle los párpados de sombra de ojos negra y entonces le miró, solo un instante sin decir nada. Aquél no le dejó.

Antes de darse cuenta, tuvo que volver a cerrar sus párpados para recibir un beso que aquél le daba. ¿Cuántos llevaban esa tarde? No quería, no quería obtener mil besos de esa persona un día y no volver a conseguirlos hasta pasados meses. Era injusto, demasiado injusto; pero solo le abrazó con fuerza y dejó que aquél hiciese lo que quisiese.

—Esa barrera la has puesto tú —susurró cuando aquél se separó—, ese muro lo has construido tú…

—Pero no puedo tirarlo abajo —respondió contra sus labios—, no sé cómo.

—Pues sáltalo. Haz lo que sea pero no me dejes solo, no más.

Con un nudo en la garganta y el corazón en un puño, no supo cómo responder a eso. ¿Podía? ¿Debía? De lo que estaba seguro es que si Mizuki le seguía mirando así, con sus labios ligeramente fruncidos como si estuviese a punto de sollozar —incluso cuando sabía que lo hacía para manipularle solamente— no sabría decirle que no.

—Eres cruel —masculló antes de levantarse de encima de él.

Mizuki rió levemente, sabiendo que en el fondo no hablaba en serio. Fue tras él, abandonando el cuarto de baño. Se había hecho tarde, ya había anochecido y casi no se escuchaba ni un alma en el hotel. Parecía que todos estaban durmiendo para entonces.

—¿Puedo dormir contigo esta noche?

Tsurugi sonrió inconscientemente ante lo dicho. Se colocó bajo las sábanas y le invitó a tumbarse delante de él.

Mizuki había recogido mucho valor para pronunciar aquellas palabras, y todavía se encontraba temeroso a pesar del asentimiento de Tsurugi. De todas formas, no supo sino aproximarse y acostarse sobre el colchón dándole la espalda y dejándole que le abrazase desde detrás y le oprimiese contra él.

No era tan fácil para Mizuki decir lo que sentía, y menos para Tsurugi el entenderle, pero de todas formas no podían dejar ir al otro. Se tragaban su orgullo y terminaban así, tumbados sobre la misma cama, Tsurugi con sus brazos rodeando la cintura ajena y sus labios contra su nuca. Llevaban demasiados años jugando a ese juego sin ganar nadie.

Así, probablemente, al despertar, cada uno estaría a su lado del muro. Otra vez.


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