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El último de una especie por Eichiro Megumi

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Notas del capitulo:

"El último de una especie" es un relato totalmente de mi autoría.

 

1

Perro, gato, pájaro

El último hombre de pie en la tierra y

el último de una especie

 

El reloj marca el mediodía, la habitación sigue en penumbras a pesar de que las cortinas son delgadas y las ventanas amplias, pero el reloj dice que es mediodía. Hacía frío y no me daban ganas de pararme, pero había dormido tanto ya que la espalda comenzaba a dolerme y podía sentir ese pequeña punzada desde la parte trasera de mi cabeza que anunciaba la jaqueca. El que acabó de despertarme fue el gato, pero no porque llegara a morderme los pies como acostumbraba por las mañanas —aunque era mediodía— sino porque no lo hacía. Alguien que nunca tuvo un gato no lo entendería, uno se da cuenta de inmediato cuando faltan en casa.

En el primer piso tampoco estaba, lo busqué mientras esperaba que el café estuviera listo, serví lo que quedaba de comida en su plato en el piso de la cocina, no apareció. Pensé en ese momento que debería estar dando vueltas por el vecindario, también pensé que debía comprar más comida. Me serví una taza de café y me preparé unos waffles, tampoco quedaba mucho de otra cosa en la alacena o el frigorífico, aunque no es como si necesitara mucho para vivir.

Me preocupaba más el papel para la impresora y la comida para el gato cuando salí de casa, el ambiente estaba húmedo y nublado cuando subí al auto, pensé entonces que el reloj se había equivocado, ese no podía ser mediodía, debía ser madrugada o el inicio de la noche, mediodía nunca. Me acurruqué un poco en mi pullover negro, medio negro, casi café; el auto estaba frío y tardó un par de intentos en encender, hasta entonces me di cuenta que aún llevaba las pantuflas puestas, nada de qué preocuparse, combinaban a la perfección con mi buzo azul y las calcetas negras. Aspirinas, hacían falta aspirinas.

El camino de por sí corto se me hizo más corto, no parecía haber ningún idiota al volante ese día, tampoco cruzando la calle. Lo sabía, el reloj se había equivocado. Sin embargo, el minisúper estaba abierto, era el pequeño minisúper que cualquier pueblo del siglo XXI tendría, con sólo un par de cajas registradoras y un chico sonriente atendiendo la más cercana a la puerta.

No me tardé más de quince minutos, y los quince minutos fueron porque uno tiene la costumbre de mirar las revistas o las cosas que nunca compra antes de salir, buscar lo que necesitaba me había tomado a lo mucho cinco. La tienda parecía desierta también, sino fuera por el chico amable y esa estúpida sonrisa que te hace tener que devolverla con un montón de inseguridad porque, ¿quién sonríe así en un día como este? Se quedó agitando la mano en despedida cuando me fui.

Fue de regreso a casa cuando me di cuenta, de nuevo no había autos activos en la calle, los que había estaban estacionados, ningún transeúnte, incluso asomé la cabeza por la ventana esperando ver a alguien, nadie apareció. Me inquieté, parecía como si el único sonido fuera el de mi auto en marcha en todo el pueblo, entonces me di cuenta de otra cosa, más escalofriante aún: incluso en este tipo de mañanas uno escucha a un par de pajarillos cantar por ahí, en este pueblo siempre es así, pero no había nada, ni uno; tampoco vi ningún perro en mi camino, a pesar de que la problemática de perros callejeros había crecido el último par de años. No había gatos, no había gente, perros, pájaros.

Llegué a casa un poco inquieto, lo primero que hice fue llamar a mi gato, de nuevo, él no apareció. Después, fue conectar de nuevo el cable al teléfono, llamaría a casa de mi madre. Nadie contestó, marqué después a casa de mi hermano, la contestadora; marqué a casa de un amigo, quince tonos, nadie en casa. Marqué números al azar, a mi vecino, a mi jefe, incluso marqué a mi ex mujer, nadie en casa, nadie al otro lado de la línea. Comencé a respirar un poco agitado, pero pensé de inmediato que seguro era paranoia mía, decidí salir de casa y usar un teléfono público, tal vez el problema era mío, pero pensé también en que podría ser cosa de la telefónica, entonces decidí tocar la puerta de mi vecino, sería una escusa para verificar su existencia y el desconcierto del daño a las líneas telefónicas.

Toqué cuatro puertas, pronto fueron cinco. Parecía no haber nadie en casa, tal vez todos se habían ido de vacaciones sin decirme nada, no tendrían por qué; tal vez el reloj se equivocaba y no pasaba del mediodía, no eran las dos de la tarde, sino madrugada, todos estaban durmiendo y nadie quería levantarse a abrirle a un tipo paranoico y desalineado que comienza a sospechar que el mundo ha desaparecido.

Regresé a casa, debía estar soñando o alucinando, no recodaba haber consumido nada raro a pesar de que me concentraba lo más que podía, así que debía estar soñando. Me eché agua fría en la cara, me pellizqué, y como no despertaba a pesar de sentir dolor y la nariz congelada, fui directo a mi cuarto, me acosté en medio de la cama y cerré los ojos con fuerza por lo que parecían horas. Cuando abrí los ojos el reloj decía que faltaban unos escasos minutos para las tres de la tarde.

Traté de calmarme, mi próximo paso fue conectar el televisor, no tenía señal, no había nada mas que estática en la pantalla. Prendí la portátil, no logré conectar a internet, sentí algo de pánico. Salí a tocar las puertas de nuevo, esta vez otras, nadie salía, quizá una broma colectiva. Subí al auto y recorrí el pueblo, ningún peatón, ningún auto, ningún perro, gato, pájaro. Me senté en una banca del parque ya convencido de que estaba despierto, comencé a preguntarme si la gente había desaparecido sólo en este pueblo o en el resto del mundo. Me sentí, por un momento, el último hombre de pie en la tierra.

A pesar de siempre preferir la soledad, sentirla así, tan real, tan física, hacía que quisiera volverme loco, que quisiera haberme ido con ellos donde quiera que estuvieran. Recordé que de inmediato había sentido la ausencia del gato en la casa, entonces me di cuenta que la ausencia de gente en el mundo se sentía igual. Uno se da cuenta de inmediato. Es un extraño vacío en el aire, como si de repente fuera más ligera, como si todo fuera demasiado grande e inorgánico.

Recordé un importante detalle mientras abría la puerta de mi auto: el chico del minisúper —y esa sonrisa.

 

 

Manejé lo más rápido que pude hacia el minisúper, aunque no podía evitar detenerme un poco cuando parecía ver algo moverse por el rabillo del ojo, sólo falsas alarmas. Cuando por fin llegué abrí la puerta un poco exaltado, como si en lugar de venir manejando hubiera hecho el trayecto a pie. No estaba detrás de la caja registradora, lo busqué por todos lados, fiándome de la ausencia de gente en todo el pueblo incluso entré en la bodega, irrumpí en los baños, en los pasillos, miré detrás de las cajas grandes, debajo de las mesas: no había nadie.

Me senté, ahora cansado por una actividad física real, en una de las sillas para jardín que estaban en exhibición cerca de la entrada, era un silencio aterrador y para no pensar en ello robé por primera vez en mi vida; un par de barras energéticas con sabor a fresa y una botella de jugo de naranja, si nadie había, nadie reclamaba, eso me causó una pequeña dosis de felicidad, ¿de verdad había desaparecido toda la humanidad, o por lo menos la gente del pueblo? ¿No volvería a verlos nunca? ¿Era algo temporal? ¿Por qué había tardado en desaparecer el chico de la caja registradora? Quizá lo había hecho para permitirme el último ridículo de correr nuevamente por algo que no vale la pena, por algo tan frágil que desaparecerá en el aire apenas el viento arrecie un poco.

Salí algo decepcionado de la tienda después de un rato, ni siquiera me emocionaba la idea de poder tomar lo que quisiera sin pagar. De chico había pensado un par de veces en las cosas que haría si de repente toda la humanidad desapareciera, qué tomaría, dónde entraría, todos mis amigos se habían mostrado igual de entusiasmados en ese entonces, ni uno objetó que extrañaría a la gente o tendría un ataque de pánico. Ahora yo estaba solo en el mundo, no me encontraba tan optimista como en aquel tiempo, tal vez pasando los treinta se pierde la magia.

Caminé un rato después de salir de la tienda, no sabía qué hora era en ese momento, parecía seguir siendo ese falso mediodía, o esas mentirosas dos de la tarde… pensé que quizá el día no avanzaba, que yo había estado en el lugar equivocado cuando una de las capas del tiempo se superponía a la otra para que todo siguiera su curso, y me había quedado atrapado en una imposible hora del día en la que ningún otro ser humano habitaba. Pensar en eso me provocó una terrible modorra en el cuerpo, me sentí como si hubiera caminado por horas, todo mi cuerpo era flojo y quería desplomarse en el piso, incluso mi pensamiento se tornaba lento, me sentí mareado, tal vez era el efecto que producía el cese de gases tóxicos producidos por el resto de la humanidad, el aire era extraño y nuevo, ahora era yo como un extraterrestre en un mundo hostil que no reconocía a los hombres como suyos, aunque por todos lados hubiera vestigios de su existencia, su legado. Por algún motivo no me pude creer el último de una especie, me parecía un título demasiado noble para alguien como yo. Entonces lo vi, en el parque, sentado en una banca cualquiera, ahí estaba el chico, y no estaba sonriendo.

Como si fuera a desaparecer de un momento a otro corrí hacia él luchando contra la languidez de mi cuerpo, tal vez le vomitaría en frente cuando llegara, pero no importaba, porque alguien estaría ahí para verlo, para verme vomitar… suena grotesco, pero cuando uno está solo en el mundo, aunque sea un par de horas, transforma sus prioridades. Llegué frente suyo en poco tiempo, el chico no estaba sonriente y me miraba extrañado, como si yo fuera de otra especie, totalmente diferente a él, tal vez sí era un extraterrestre, tenía tres brazos y una cabeza enorme, él era un simple humano, él sí parecía el último sobreviviente de una especie, un tipo de cualquier tipo iniciando sus veintes a lo mucho.

No dije nada de primera instancia, sólo lo miraba recuperando el aliento y él tampoco hablaba, con su cara que casi me parecía infantil me veía quizá un poco curioso. Por ser quisquilloso antes lo hubiera pensado alguien corriente, con un corte de cabello corriente y negro, ojos corrientes, rostro de joven corriente, ni bueno ni malo, pero ahora me parecía demasiado fresco, aunque cualquiera lo hubiera pensado fresco y sano al lado de alguien últimamente tan descuidado, lo juro, no siempre fue así.

Una vez recuperé el aliento me pensé muy estúpido, antes me había desilusionado por no haberlo encontrado en el minisúper, como si esa tienda fuera el único espacio que él pudiera habitar, como si algo impidiera que existiera fuera de ese terreno, él simplemente había salido, tal vez también buscaba a más gente. Tenía tanto qué preguntarle, si él había estado ahí desde que el pueblo comenzó a funcionar temprano y el minisúper abría, debió verlos, tal vez incluso sabría dónde es que todos se encontraban.

 


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