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One Shot (Rubelangel) por rubelangel-foh-evah

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Notas del capitulo:

 Les diré algunos datos que pueden interesarles. La idea nació hace aproximadamente un mes, y desde entonces que he estado trabajando en, hasta ahora, lo más grande que he hecho. Cuenta con 21 planas de word (11000 palabras aprox.) y 8 canciones elegidas con pinza, aunque como bien saben, SIEMPRE son recomendaciones, aunque les prometo que la experiencia será mucho mejor si dejan las canciones preparadas y comienzan a leer ^^
     Está escrito con muchos propósitos, pero creo que lo más importante, y que quizá lo saquen por conclusión, es disfrutar y aprovechar al otro. Hasta a mí me sirvió y me dio un par de lecciones que espero trabajar con el tiempo ^^

       El One Shot es largo, bastante largo, así que espero que se tomen el tiempo de leerlo con paciencia, ya que está escrito con mucho amor ^^ Y claro, que se tomen el tiempo de leerlo y de reflexionar luego de esto…
    Si más preámbulos, espero de todo corazón que disfruten este gran proyecto y nada, saben que todas sus opiniones serán recibidas con mucho cariño ^^

//// https://www.youtube.com/watch?v=da-ELYFRFpc /////

    —Mangel, ¿eres feliz?- Ahí estaba Rubén, recostado en su cama, mirando con ternura a su amigo; su cómplice; su amante. Ese hombre terco, pero tremendamente bondadoso, que le llenaba los días de inmensa felicidad y nuevas aventuras.
—Dehde hace poco—Le dedicó una de sus más amplias sonrisas, y es que tenía millones de excusas para decir esto. “Rubius”, su mejor amigo, se había convertido en ni más ni menos que su pareja, y es que no podía creer que esto no se hubiese dado antes. Eran tal para cual, como esas parejas que salen en las películas románticas… Eran sol y luna; tan distintos pero complementarios.

“Si el sol no sale, la luna se siente sola”

—Dime que lo eres… una y otra vez-  El cariño que existía entre estos dos era inigualable. Las caricias iban y venían; no había nada más que amor; ese del más puro.
— ¿Qué te dio con eso de andar preguntando si soy felíh? ¿No me créeh?- Le sonrió de manera cálida, mientras posaba su mano en el rostro sonrojado de su pareja.
      El sol entraba con toda potencia a la habitación donde se encontraban compartiendo un trocito de amor con el otro. El sol iluminaba parte del rostro de Rubén, haciendo que sus ojos verdes brillaran con aún más potencia.
—Sólo dime que eres feliz, gilipollas- Cerró los ojos ante el contacto tibio de la mano contraria, disfrutando el momento como tal. Sin presión; Sin atrasos. Solos en el mundo, sin que nadie interfiriese.
—Soy muy felíh. Y me guhtaría tenerte de ehta manera tóah la víah- Un beso en la frente del Andaluz no se dejó esperar. Rubén amaba la sinceridad de Miguel Ángel, pero por sobre todo, amaba su manera de ser un ser humano correcto. Conocerlo de tantos años, le había abierto los ojos, mostrándole a una persona alegre; de esas que siempre ven el vaso medio lleno.
—Eres demasiado cursi - No pudieron evitar reír. Realmente era muy cursi, pero podían aguantar esos pequeños gestos del otro. Después de todo, así es el amor.
—No me importa serlo contigo. Con eso te demuehtro cuan felíh soy- Un abrazo apretado y lleno de sentimientos, se hizo presente en esa cama llena de amor. Madrid acogía a estos dos enamorados, bajo un sol cálido y unas sábanas blancas.
—Prométeme que jamás dejarás de serlo- Rubén no despegaba sus ojos de los de su compañero. Verlo tan relajado; lleno de vida, hacía querer detener el tiempo y dejar plasmado este momento para siempre.
— ¿Sabeh que cuándo me diceh ehtah cosah me asuhto?- A Rubén se le escapó una sonrisa tímida. Puede ser que estuviese poniendo drama a algo que no lo valía en absoluto, pero si de algo era consciente, era que esa sonrisa, tan humilde, era lo que mantenía a su corazón latiendo con tanta fuerza.
—No te asustes hombre. Sólo quiero verte feliz, es todo. Pase lo que pase… Prométemelo- Sus miradas no dejaban de entrelazarse. Ahí estaban, recostados de lado, mirándose mutuamente como si el mundo se detuviese por un segundo a sus pies. Las sábanas brillaban por el efecto del sol; La brisa cálida entraba por la ventana semi abierta. Esto era vida.
—Si te quedah tranquilo… Si, te lo prometo. No dejaré de ser felíh por náh en el mundo, aunque contigo a mi láoh, no creo que sea necesaria ehta promesa- Esas palabras, habían bastado para que Rubén se avergonzara a más no poder. Amaba al Andaluz, pero se le hacía raro acostumbrarse a esas palabras tan dulces; esas que sólo provenían de la boca de su pareja.
—Vale, eso se ganó el premio de las cursilerías- Ocultó su rostro bajo las sábanas, obligando a Mangel a destaparlo, para comenzar una pelea de cosquillas; que se transformó en leves caricias, para pasar a besos apasionados.

     ¿Cuándo es que nos damos cuenta que, encontramos verdaderamente el amor? Los días se ven más lindos. Los colores más brillantes; son una compleja fórmula que nos llevan a algo realmente perfecto y hermoso, y era lo que estaban viviendo estos dos hombres que, pese a todos los prejuicios que puedan existir, se amaban, con locura, con fuerza; con ganas de luchar por ser aceptados por todos. No tenían ganas de ocultar nada; no tenían ganas de ser solamente amigos, a los ojos de las personas. Estaban viviendo este amor que habían descubierto hace poco, y que tan bien les hacía.

— ¿Cómo le vamos a decir al resto… lo nuestro?- Rubén preguntaba constantemente esto. Estar ocultos, sin poder expresar realmente lo que sentía; sin poder compartir esta felicidad con el resto, era agotador.
— Cuando noh demoh cuenta de que no noh molehtarán por demohtrarlo- La respuesta fue concisa. Mangel tenía clara la situación. Si bien quería más allá de lo que imaginaba a Rubén, sabía que el resto no entendería el amor que sentían mutuamente.
—Tienes razón- Pronunció en voz baja el de ojos verdes, acurrucándose al lado de su compañero de aventuras.
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—Tengo ganas de decirle a la gente que se puede ir muy derechito a la mierda – Rubén estaba bastante irritado, desahogando toda su frustración en los oídos de Mangel, quién escuchaba con paciencia.
—Tranquilo Rubiuh, tu máh que nadie deberíah ehtar acohtumbrado a loh haters – Y era totalmente la verdad. Desde el comienzo Rubén se había vacunado contra esas personas que le deseaban hasta la muerte.
—Joder, es que me cabrea mucho. Más cuando se meten contigo - Mangel lo miró un tanto confundido ¿así que el tema los involucraba a los dos? Ahora podía entender con más claridad porqué motivo se veía tan molesto.
—Si no me molehta a mí, ¿por qué te molehta tanto a ti? - Miguel Ángel era sabio, mucho más que Rubén, quién no lograba entender cómo podía tomarse las cosas tan a la ligera. A veces envidiaba esa manera que tenía de pasar de todo y tomar las cosas con calma.
—Me molesta. Punto – No quería seguir en esa conversación que sabía que no llegaría a ningún lugar. Caminó hasta la mesa, agotado sin saber del todo porqué, apoyándose en esta.
— ¿Rubiuh? ¿Ehtáh bien? – Mangel conocía más de lo que pensaba a Rubén, y en cuanto lo vio apoyarse de esa manera en la mesa, supo que algo le ocurría.
—Me siento un poco mal, eso es todo – Tomó aire un momento, para encaminarse a la habitación de Miguel a descansar un poco de esa fatiga repentina. Las piernas no le dieron para llegar, flaqueando en mitad del camino, derrumbándose en el piso sin motivo aparente.
-¡¿Rubiuh?!- No tardó ni un segundo en estar al lado de su pareja. Sentía su corazón ir más rápido que su cerebro, y sus acciones fueron igual.

     Mirar a su alrededor, tanta gente pasando, tanto médico. Una camilla dentro de su departamento; Rubén en ella, respirando agotado, sin abrir los ojos.
— Rubiuh – Susurró sin creerse lo que ocurría. Los paramédicos intentaban alentarlo con palabras que eran prácticamente mudas:

“De seguro no tiene nada el joven. Sólo tuvo una baja de presión… eso ha de ser”

     ¿Para qué le mentían? ¿Baja de presión? Jamás en su vida había visto así a su amigo. Tan débil, tan pálido… Pero ¿Qué podía hacer él? Era tan insignificante su aporte en cuanto a salud.

“Hijo, tranquilo… ya verás que no es nada”

     Sintió una mano comprensiva en su hombro, que lo alentaba a no dejar que esto le afectara más de la cuenta. Sólo asintió, sin despegar su mirada de aquel hombre que era irreconocible. Hace unas horas habían estado hablando alegres en la cama; sintiendo como el sol les estaba dando más que calor. Imaginarlo le parecía de otro mundo. Los paramédicos tomaron la camilla, y salieron de su departamento, mientras él sólo atinó a tomar las llaves y seguirlos. Tenía que estar calmado… De seguro no era nada fuera de lo normal; la alimentación horrible que llevaba Rubén podría haber sido el detonante, quién sabe… hay que pensar positivo.
— Hay que ser positivo – Se repitió, respirando con angustia ya dentro de la ambulancia; ya al lado de ese Rubén adormecido por vaya a saber qué cosa.

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—¿Tu eres Miguel Ángel? – Escuchó su nombre proveniente de un hombre con bata blanca. Lo miró, agotado mentalmente por todo lo que había ocurrido.
—Si, dígame – Le respondió con miedo de recibir una respuesta que lo destruyera.
—Tu amigo te llama. Ya está mucho mejor – Aquellas palabras, tan simples, tan… reconfortantes, lo habían hecho pegar un brinco del asiento de plástico que lo estuvo sosteniendo por más de 2 horas.

—¿Rubiuh? – Preguntó en cuanto entró a esa habitación fría, llena de máquinas ruidosas y de ese blanco que encandilaba a cualquiera.
—Mangel, pensé que te habías ido – Sonrió de lado, viendo cómo el contrario se acercaba, y le plantaba un beso. Sin pedir permiso, sin avisarle a nadie. Estaba feliz… feliz de tenerlo con él, de saber que podía contar con su presencia en las buenas y en las no tan buenas, porque así era… Los momentos malos eran muy pocos. Junto a Mangel lo eran.
—¿Sabeh que me asuhtahte ioputa? Casi me da un puto paro cardiaco – El grito de Mangel se escuchó en toda la sala, y debía agradecer estar solo, porque de lo contrario lo hubiesen sacado por alterar el orden y la tranquilidad. Pese a todo lo que se le había venido encima, estaba aliviado.

       Se amaban, y no querían que absolutamente nada los separara. El abrazo que se dieron luego de callar. La fuerza con la que Miguel Ángel apretó a Rubén; ese que estaba pálido por los medicamentos, pero que intentaba mantenerse con fuerza sólo por su pareja, fue lo que les demostró que no había vuelta atrás. Estaban hechos para estar juntos, para cuidarse y llorar juntos.
— Te amo – Dijo el andaluz entre suspiros, mientras sentía el aliento cálido de su par tan cerca suyo. Así era, lo amaba, y le asustaba sentir tanto por una persona. Más aún al verlo en este estado; tan débil, tan cansado.
— Yo más, por eso mismo no quiero que te preocupes – Su voz salió débil. Tanta pastilla adentro lo tenía mareado, pero sabía que era por su salud. Sólo pudo mirar a su pareja, su cómplice, y dedicarle una sonrisa, mientras veía como por la puerta entraba una enfermera. Aquella que minutos antes le había administrado algunos fármacos.

     Mangel, quién estaba de espaldas, pudo sentir la presencia de esta mujer, por lo cual soltó su fuerte agarre para ver cómo les sonreía.
— Rubén, aquí están tus papeles del alta. Todos tus exámenes ya están con el doctor. Pasa por su oficina en cuanto se te haya quitado el mareo. Recuerda que si tienes otros síntomas debes venir de inmediato ¿Okey? – Sólo atinaron a sonreír, con una expresión de “no sé qué está ocurriendo”
— Al menos podemos volver a casa – Rubén eliminó el silencio incómodo de la habitación, para dedicarle una amplia sonrisa a su par. Estaba feliz de volver… Jamás le gustaron los hospitales.

      Miguel Ángel no tardó nada en ayudar a Rubén a levantarse, pidiéndole una y otra vez que se mantuviese quieto, ayudándole con la ropa.
— Espero jamás depender de esta manera de ti. Sería un castigo tenerte atado – Ese comentario salió sin mucha explicación. Veía a Mangel, ahí, arrodillado, ayudándole con las calcetas y las zapatillas
— Hay algunah cosah que hacemoh por amor – Y así era… Siempre hay esfuerzos vinculados al amor, y Miguel lo tenía más que claro. Estos pequeños gestos, no le molestaban en absoluto. Ver a Rubén débil, lo tentaban a ayudarlo aún más, pero sabía que él no se lo permitiría.

//// http://www.youtube.com/watch?v=ef-4Bv5Ng0w ////

      Luego de sacar las pocas pertenencias que tenía en la habitación que lo había acogido en su débil momento de salud, salió con Mangel de esta, para dirigirse a la pequeña oficina del hombre que le tenía un diagnóstico final de todo lo que le había ocurrido y algunas explicaciones que todavía no encontraba por sí solo ¿Qué le había ocurrido? ¿Por qué se había desmayado? Esas eran las preguntas más importantes, esas que le preocuparon mucho más, al ver la cara del Doctor, quién los esperaba sentado en su silla de cuero.
— Rubén ¿Cómo te sientes? – Preguntó con voz tranquila, mirando una y otra vez unos papeles que tenía en su mesón de roble. De seguro eran los exámenes del madrileño.
— Me siento bien Doctor… Creo que todo esto fue por comer mal – Una amplia sonrisa se le formó en el rostro. Estaba más que feliz de poder volver a su casa sano y salvo, y tenía la certeza de que el hombre frente a él, no le entregaría malas noticias. Siempre fue un chico con buena salud, y esta no sería la excepción.
— Doctor, necesito preguntarle ¿Qué eh lo que tiene Rubén? – La voz de Mangel salió casi como un suspiro. Él, a diferencia de su pareja, estaba más que preocupado. Jamás había visto en ese estado a Rubén, y le preocupaba pensar que no era nada. Siempre es mejor un diagnóstico malo que una suposición buena.

      Aquel Doctor, de apellido complicado, estaba apoyado en su gran mesón de Roble, mirando con cuidado a los dos chicos sentados frente a él. Su mirada no demostraba sentimiento, pero no era difícil notar que las cosas no estaban tan bien.
— ¿Doctor? – Cómo bien se suele decir “El silencio otorga”. No hubo palabra alguna de este hombre, aparentemente mayor que Rubén y Miguel Ángel. Sólo silencio…
— Rubén… No fue mala alimentación – Comentó por fin, mirándolos a los dos, fijamente. Mangel, en un gesto de solidaridad, posó su mano en el hombro de su pareja. Tenía miedo… Pero tenía más miedo por Rubén, quién estaba callado, mirando al hombre de bata blanca.
— ¿Entonces? – Tardó bastante en preguntar esto. Aquellas simples palabras, lo habían puesto nervioso, pero más que eso, lo habían asustado.
        El silencio se hizo notar nuevamente en la pequeña oficina. Las respiraciones de los dos jóvenes se sentían pesadas, casi angustiadas.
— Tienes cáncer – Sus palabras, frías como el hierro, fueron puñaladas a su debilitado cuerpo.

     ¿Cómo quitarle el sueño a dos niños comenzando la vida? ¿Cómo meterles en la cabeza que están luchando contra una enfermedad mortal? Fernando, el doctor que había tenido que dar esta dolorosa noticia, lo sabía a la perfección. No era la primera vez que veía reflejado en el rostro de las personas, la angustia y las ganas de darse por vencidos. No era sencillo… más cuando su propia hija había perdido la batalla.

—¿Qué? – Fue instantáneo. Rubén sólo tuvo la capacidad de preguntar, mientras Miguel se alejaba lentamente al fondo de la oficina, tapando su rostro. Su corazón estaba tremendamente herido, pero por sobre todo, estaba asustado… No podía creer lo que había dicho aquel hombre.
— Así es Rubén… Tienes Leucemia. Tu descompensación no fue cualquier cosa; fue un aviso de tu cuerpo, diciéndote que las cosas no van bien- Sus ojos verdes, iluminados por la felicidad de salir de ese horrendo lugar, se comenzaron a oscurecer. Su sonrisa desapareció por completo, junto con la confianza que lo llenaba. No pudo aguantar; sus ojos se inundaron… Sus ojos verdes, aquellos llenos de vida, desaparecieron.

          Ese silencio; ese que todos evitamos, estaba presente en la oficina como un ángel avisando la catástrofe. Mangel se acercó nuevamente a su pareja, esa que estaba más pálida que antes, tratando de digerir la noticia. Posó una vez más su mano en el hombro contrario, mientras su labio inferior temblaba sin control. Estaba aguantando las ganas incontrolables de llorar; de salir corriendo… Quería un pronóstico, pero no este. No algo que le pudiese hacer tanto daño.
—Debe estar equivocado – Susurró Rubén, entre pequeños quejidos de angustia. No quería convencerse ¿Cáncer? Pero ¿Por qué él? ¿Qué había hecho mal para tener que lidiar con algo tan mortal? ¿En qué se había equivocado?
— Me encantaría que fuese un error. Tus exámenes lo dejan más que claro Rubén. Un aumento considerable de tus Leucocitos en la médula ósea… Estás creando más células de las que puedes mantener – Mangel y Rubén no pudieron evitar lanzarse una mirada. No entendían del todo a que se refería, pero si tenían algo más que claro; El Cáncer no era para la broma, más sabiendo cuantas personas que la padecían, morían intentando salvarse.
—Doctor… ¿No hay algo que podamoh hacer? Digo, ¿Rubiuh no se va a morir, verdáh? – Sus últimas palabras, salieron casi en una exhalación. Pensar en la muerte no estaba en sus planes, menos ahora que se habían encontrado mutuamente; que habían logrado darse cuenta que eran el uno para el otro. La vida recién estaba comenzando… No podían arrebatarles el sueño tan rápido. Pero… a quién le toca, le toca. Así de simple
—Hay muchas cosas que vamos a hacer… No pienses en la muerte hijo. Eso no es para ustedes – Fue un trago amargo. Fernando sabía de lo que hablaba, pero no era capaz de dejar en tal desolación a dos chicos jóvenes. Su hija tampoco lo merecía, pero con tan sólo 17 años fue derrotada por esa enfermedad que temía desde ese día en que la vio recostada en esa cama fría de hospital, con la mirada perdida, como si estuviese viendo el cielo; como si supiera que su hora estaba por llegar. Recordarlo lo quebraba en mil pedazos, y más ahora, que podía ver reflejada la juventud en los ojos verdes del chico frente a él.
—Doc… No me mienta – La voz de Rubén, salió de improviso, por lo que Mangel sólo atinó a apretar con más fuerza aquel hombro que aferraba hace ya bastante tiempo.
—No te estoy mintiendo Rubén… Personalmente haré lo posible por sanarte – Una sonrisa temblorosa salió de los labios del hombre que no sobrepasaba los cincuenta y pico de años.

      ¿Cuánto podía creerle? ¿Cuántas veces no había escuchado esas terribles historias de gente que lo ha dado todo, e igual pierden la batalla? Nada lo hacía diferente al resto. Tenía ganas de vivir, pero eso no sería suficiente; al menos eso pensaba él.
     No se habló de mucho más. Rubén se levantó de manera firme, dándole la mano al médico, para luego salir de la oficina, esperando a Mangel, quién escuchaba atento las indicaciones del doctor.
—¿Miguel Ángel? ¿Eres el hermano de Rubén? ¿Puedo confiarte sus exámenes? – Un pequeño *click* sonó en la cabeza de Mangel. Si quería ser 100% apoyo moral, comenzaría diciendo la verdad sin miedo, sin vergüenzas.
—No, soy su pareja. Y si, puedo cuidar loh exámeneh de Rubén – Fernando ahogó un leve quejido de sorpresa. No se lo esperaba, y ahora el trabajo se le complicaba… Dos chicos enamorados, luchando contra una enfermedad realmente jodida. Parecía casi una broma, pero de seguro ellos deseaban de todo corazón que así fuese. Lamentablemente las bromas se quedan en las películas; la realidad golpea más fuerte que cualquier cosa.
—Miguel, es muy importante que vengas de nuevo con Rubén ¿Vale? Tengo muy buenos Oncólogos, quienes ayudarán a tu novio – Novio… que imponente había sonado eso. Se sentía feliz de poder presumir aquello. Así que ahora eran novios ante una mirada ajena. Era tan distinto a dejarlo encerrado en cuatro paredes… Ocultar lo que sentían había quedado atrás. Era hora de crecer; pero por sobre todo, era hora de ayudar a Rubén; física y psicológicamente en este proceso tan duro.
—Vendré con él, se lo prometo. Ahora… bueno, me voy – Le dedicó una sonrisa, casi como pidiendo perdón, mientras salía de la oficina, buscando desesperado a Rubén, quién había salido minutos antes sin decir palabra alguna… Lo entendía; porque a él también le dolía, también quería correr de todo y pedirle a quien fuera que los despertara de esta terrible pesadilla. Salió a la calle, sintiendo como el sol, ese que antes los acobijaba, felices por llevar una vida tan grandiosa, ahora lo encandilaba, pero lo reconfortaba de cierta manera.
—Rubiuh… - Lo vio allí, sentado en el pasto fuera del hospital, mirando a la nada; buscando de seguro alguna respuesta que calmara su alma.

      No dijo nada, sólo se sentó a su lado, sintiendo la respiración agitada de Rubén, mientras intentaba mantenerse fuerte; por Rubén, por su pareja. Primero sintió la cabeza contraria en su hombro, luego un pequeño susurro llamándolo – Mangel – y luego de eso, un doloroso y ahogado llanto, de esos que sacan lo peor del corazón. Esas lágrimas que pesan, que arden… Miguel Ángel lo siguió, escondiendo su cabeza en la contraria, que yacía apoyada en su hombro. Eran un manojo de lágrimas, de angustia; Estaban asustados de lo que pasaría más adelante; de cómo la historia se cambiaba para ellos.
—Me voy a morir – Susurró Rubén, entre lágrimas.
—Nunca vuelvah a decir eso – Susurró de la misma manera, intentando por todos los medios sacar de su cabeza esa opción. Estar sin Rubén… No cabía en sus planes. Haría todo lo posible, hasta lo imposible, por ver sonreír a su pareja, y para aquello debían tener la frente en alto, y luchar ante la adversidad, por mucho que costara.

El camino a casa fue duro… El silencio los invadió por completo, y es que en la carpeta que Mangel traía bajo su brazo, estaban las malas noticias; esas que no quería ni mirar. ¿Para qué saber con detalles algo que de por sí ya era malo? Lo dejó de lado, mientras tomaba de la mano a Rubén, quién se sobresaltó bastante.
—Estamos en la calle – Comentó nervioso, mirando a Mangel, y a sus ojos tan sinceros; esos que sólo tenía para él, como si fuesen un tesoro…
—¿Y? Ereh mi novio… No veo el problema – Y ahí estaba de nuevo, haciendo de las suyas… Todo se podía venir encima, pero el Andaluz sabía cómo sacarle pequeñas sonrisas; cómo darle ese empujoncito que siempre necesitaba. Se lo agradecía, y sentía que esto sería menos difícil, si lo tenía a su lado, si lo mantenía así, tomado de la mano; en las buenas y en las malas.
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—Apresúrate. Vamoh a llegar tarde a tu cita – Miguel Ángel estaba ansioso. Dos semanas, desde el diagnóstico de Rubén… Sólo habían pasado dos putas semanas, y todo era incierto… La primera cita con los Oncólogos era hoy, y si bien Rubén estaba relajado, Mangel no podía decir lo mismo.
       Fernando, el médico de cabecera de Rubén, había conversado anteriormente con los chicos, explicándoles un poco en qué consistían los tratamientos que el madrileño podía tomar; que consecuencias tenían y cuál era el que más le convenía. Llegaron a la conclusión de que la Quimioterapia lo ayudaría, en un principio para evitar que el Cáncer se propagara por otros órganos, y más adelante, para destruir por completo la enfermedad. Sonaba sencillo, pero todo tiene su costo, y Rubén todavía no tenía claro cuáles eran.

—Vale chico, quizá ya te lo explicaron pero te lo repetiré para que estés tranquilo. Entraremos a esa sala, te recostarás en esa camilla mientras nosotros te administramos los fármacos por vía intravenosa. Será sólo un pinchazo… Tendrás que estar aproximadamente una hora recostado. El chico puede estar contigo – Dijo este enfermero bastante joven, mientras apuntaba a Mangel, quién lo miraba sin entender del todo el procedimiento.
—Mangel… cambia la cara. No estés asustado gilipollas – Rubén se había resignado a esto que le parecía un trámite engorroso más que otra cosa, por lo que quería salir rápido de esta situación y volver a su departamento junto al Andaluz.
—Vale – Dijo al instante, notando como el enfermero los llevaba juntos a la pequeña sala que tenía una camilla y miles de artefactos que en su vida había visto.

      Rubén no tardó en sentarse, un poco nervioso; mientras el Andaluz se sentaba a su lado, en una silla acolchada. Rodrigo, el doctor que lo trataría, amigo de Fernando y experto en cáncer, se acercó con una sonrisa bastante cálida, mientras pedía el brazo del madrileño; tan tembloroso y delgado. Rubén detestaba las agujas; desde pequeño les tenía terror, pero si quería salir de esta, tendría que aguantarse.

//// http://www.youtube.com/watch?v=so6ExplQlaY ////

“Sólo cierra tus ojitos y cuenta hasta diez”

    Y con ese consejo tan cariñoso de su madre, años atrás, cerró los ojos, sintiendo como lentamente la aguja atravesaba su piel, para alojarse allí.
—Tranquilo Rubén, ya terminé. Ahora puedes recostarte… Si sientes cualquier malestar no dudes en llamarme – Le dio unas leves palmaditas en el hombro, mientras salía de la pequeña sala. De seguro tendría muchos otros pacientes.
— ¿Te dolió mucho? – Mangel había aguantado las ganas de darle la mano; no estaba del todo seguro si Rubén estaría dispuesto, pero ahora que estaban solos, no lo dudó ni un segundo. Apretó con fuerza la mano contraria, mientras lo miraba cariñosamente.
—No… Soy un poco cobarde con esto de las inyecciones. Tú sabes… Me conoces como si me hubieses parido – Y no se equivocaba del todo. Mangel ya lo sabía, pero no quería pecar y quedarse callado. Vio un momento el brazo pálido de su pareja, ese que estaba siendo invadido por cientos de fármacos; los que pasaban por la pequeña aguja clavada en su brazo.
—Prométeme que no te vah a rendir – Dijo de la nada, tragando saliva de manera pesada… Estaba tan asustado; pero por sobre todo preocupado, más aún al recordar la expresión de la mamá de Rubén, justo hace una semana, cuando se enteró de todo.

“—Mamá… Tengo Cáncer” Recordar la cara que puso, como si parte de su corazón se hubiese roto en mil pedazos, lo entristecía tanto, más al pensar en sus propios padres, y en cuanto daño les hubiera causado una noticia así.
—¿Rendirme? Mangel… Esto será un simple trámite. Ya verás que sanaré y seguiremos con nuestras vidas – El entusiasmo que tenía Rubén era único, pero no quería echarse a morir, por mucho que le doliera y asustara lo que estaba viviendo. Quería hacerlo por Mangel; por su mamá y su hermana; por el padrino… Por todas esas personas que lo querían, y que estaban llorando a sus espaldas para no bajarle el ánimo. Ellos no se merecían esto, y si bien él tampoco lo merecía, no era justo que todo girara a su alrededor.

        Rodrigo, el doctor que se encargaría del cuidado de Rubén, volvió luego de bastante tiempo, ese en el cual tanto Rubén como Mangel aprovecharon de mimarse, sonreírse sin parar. Mirarse a los ojos sin decir nada… Besarse en esa extraña, pero cálida privacidad.
—Bueno Rubén, estamos listos con tu dosis. Tienes que venir la próxima semana para otra inyección. Si ves moretones en tus brazos no te preocupes, es normal… Al igual que las nauseas y la falta de apetito – Aquel doctor, muy amable, le quitó el catéter con la aguja, poniéndole un pequeño algodón que sujetó con un trocito de cinta adhesiva. Sólo pudo dedicarles una sonrisa, para luego simplemente desaparecer de la sala.
—¿Cómo te sientes? – Mangel lo sujetó, notándolo un poco mareado. Lo que había en su sangre no era uno o dos fármacos, sino un cóctel de medicamentos muy fuertes. Esos ojos verdes, opacados por el agotamiento, lo miraron fijamente, estremeciéndolo con tristeza.
—No muy bien – Sonrió pese a todo, tragando saliva, e intentando dejar de lado las ganas incontrolables de vomitar.

      Miguel Ángel lo notó, estaba mal… Que tonto al pensar que se libraría de esto de manera sencilla. Rubén era un ser humano, al igual que él, y pese que ante sus ojos azabaches lo veía como algo casi inmortal, su pareja estaba sufriendo los efectos de los fármacos, de esas bombas potentes que ahora lo dejaban débil
—Llévame a casa – Se quejó, sintiéndolo con fuerza… Tomaba nota; dos horas para que le hicieran efecto. Dos horas para sentirse mal.
—De inmediato – Su corazón lo tenía en estado de alerta, bombeando una cantidad poco normal de sangre. Sujetó a Rubén, aferrándolo a si, mientras sentía como el frío le calaba los huesos. Esperó impaciente un taxi, y cuando lo tuvo en frente, esperando para que abordara, subió a su novio con delicadeza, mientras notaba su rostro, ese lleno de vida, oscurecerse por los constantes dolores. Esto no era una broma… Y lo había golpeado tan desprevenido, que le costaba imaginar que vendría ahora. Rubén, su compañero de toda la vida, estaba enfermo, y esto no se pasaría con sonrisas y mimos… Esto era realmente serio.

      Ser tan frágiles; depender tanto de la ayuda de los demás… El gran fallo del ser humano; ser tan vulnerable, y aún así creerse el ser más poderoso. A veces son cosas que olvidamos recordar, pero Mangel y Rubén, quienes se encontraban en los asientos traseros del taxi, tomados de la mano, dándose apoyo de manera interna, lo habían entendido; el mensaje era claro… Uno no es inmortal, y pese a creer que uno está lejano a una u otra situación, la realidad pega muy fuerte, dejándote claro que, las cosas no son a tu modo… Aquí el destino decide por ti.
—Tengo miedo – Susurró Rubén, mirando por la ventana, sin voltearse. Tenía miedo de perderlo todo; de perder a Mangel… No poder estar más a su lado, y aunque recién había comenzado este largo proceso, se le hacía muy difícil pensar en que no podría cumplir sus sueños; poder reír años y años junto a Mangel; poder decirle con orgullo a su mamá que se casaría, o que tendría una familia… Todo eso pasaba por su cabeza, y pese a que deseaba contarle todo al Andaluz, su vergüenza era mayor; quizá ese tipo de pensamientos no calzaban con su forma de ser.
— ¿Por qué? No tengah miedo Rubiuh… Vamoh a salir de ehta loh doh. Pase lo que pase – Le volteó el rostro, notando como ocultaba sus ojos, aguados y rojos a causa de las lágrimas que querían salir a flote. Se enterneció por completo, mientras sentía su corazón apretarse. Esto era amor… Lo sentía, y le dolía tanto que no sabía si saldría de esta.

      El madrileño se acercó al rostro de su pareja, sonriéndole mientras aguantaba las lágrimas; adolorido, mareado… enamorado. Apoyó su frente en la contraria, mirando con completa admiración esos ojos azabache; aquellos que lo habían enamorado desde el comienzo, y que tanto amor le demostraban…
— Promesa… Nunca dejaremos de sonreír – Comentó sintiendo como su labio inferior temblaba. No sabía si sería capaz de cumplir esta promesa, pero si veía a Miguel sonreír por él; darle aquel apoyo que tanto necesitaba, saldría de esta y de cualquier obstáculo que le pusieran en frente. Tenerlo a él, a su lado, era el mejor remedio que podían darle, y así lo sentía…
—Promesa – Susurró en los labios del Madrileño, dedicándole un suave beso, sintiendo su carne, tan fría, tan herida, pero a la vez tan delicada. Hace tan poco que se dieron cuenta de que sentían algo por el otro; hace tan poco que había comenzado este sueño, y ya se los querían arrebatar. Era injusto; pero no había que llorar sobre la leche derramada… si les tocó a ellos, era por algo, y debían luchar por salir adelante. Juntos; como siempre lo habían hecho…

       El camino fue largo; lleno de emociones encontradas; aquellas que nunca habían sentido y que habían salido desde lo más profundo de sus corazones. No hubo palabras, sólo lágrimas compartidas, sonrisas cómplices y mucho, mucho amor. Ese que se darían hasta el final; hasta que toda esta pesadilla llegara a su fin… Con buenas o malas noticias.
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//// http://www.youtube.com/watch?v=m4kRciR7Eo4 ////

—Vomita si quiereh… Tranquilo – Miguel Ángel  se encontraba en cuclillas al lado de Rubén, el cual estaba prácticamente abrazado al inodoro.
         Un mes; un jodido mes que había deteriorado considerablemente a Rubén… Su salud no había mejorado y Rodrigo, el Oncólogo del Madrileño, no estaba viendo que la situación fuera favorable.

“Vamos a cambiarte los medicamentos. Los que te estamos administrando no te están haciendo efecto”

      Recordar esas indicaciones, la cara de Rubén ante la noticia, y el dolor agudo que sintió en su pecho, lo hicieron maldecir absolutamente todo. ¿Por qué? Tenía que mejorar… Se lo merecía, más después de tener que estar vomitando todos los días; no comer; dormir mal…
—Tranquilo Mangel – Su voz, casi sin sonido, salió de su garganta. Ya lo había asumido. El madrileño tenía más que claro que esto seguiría así… Las nauseas, el cansancio, la fatiga, la falta de apetito; todos los síntomas de los cuales le habían hablado, y que él creía que nunca padecería, estaban en su cuerpo.
—¿Ehtáh muy mareado? Ven, recuéhtate – Lo tomó del brazo, sin antes pedirle que se lavara los dientes y la cara. Era como un niño, adolorido, frágil como un papel… Era complicado sobrellevarlo, ver como día a día luchaba por alimentarlo; por cuidarlo; por pedirle que se tomara los medicamentos extra… Era difícil.
—Mangel, estoy bien coño. Sólo vomité, al igual que las últimas semanas… ¿Qué es diferente? – Su humor… Tan cambiante; a veces feliz por sentir que el día sería un nuevo comienzo; a veces deprimido, sintiéndose ya adentro de la tumba… Enojado con Miguel Ángel, por no dejarlo en paz; feliz de tenerlo a su lado, cuidándolo. Estaba drogado; ido… Libre en sus más profundos pensamientos.
—Rubiuh… No quiero pelear. Hoy día no – Los ojos azabaches de Mangel, agotados por tanta discusión; por tener que pedirle a Rubén que cooperara. Sólo había pasado un mes, y pareciera como si ya se hubiese tirado al piso, esperando a que la enfermedad  lo destruyera… Esperando a que el Cáncer se lo llevara de una vez por todas.

       Mangel dejó todo para el cuidado constante de Rubén; ayudarlo en sus quehaceres, en preparar comida, aunque no se le diera del todo bien; acompañarlo psicológicamente y, por sobre todo, darle amor… ese que tanto le sobraba y que sabía que podía mejorar a Rubén. Los padres de este se preocuparon de los costos; a veces iban de visita al departamento, aunque sus horarios no se lo permitían muchas veces. Costear los tratamientos que Rubén recibía no era una broma, y si querían que siguiera, tenían que pagar por estos… Lamentablemente el sistema es así; tu capacidad de sobrevivir muchas veces está ligada a cuánto tiempo te puedes mantener financieramente. Y ellos lo estaban viviendo en carne propia…

—Mangel, no quiero más – ¿Cuántas veces había escuchado de la boca de Rubén aquello? No quería comer, y pese a intentar incitarlo a que se alimentara, se le hacía imposible… Siempre terminaba con su típica frase...

“—Tranquilo, te prometo que mañana me como todo”

—Vale… - No había nada que hacer, más que resignarse y seguirle el juego. Le dolía verlo tan delgado; más de lo normal… Era tan complicado convencerlo, más aún cuando andaba de mal humor. No podía contra eso, y aunque Rubén intentara luchar contra aquello, mantener una sonrisa, se le hacía tremendamente difícil… Aquellos medicamentos, que poco a poco fueron en aumento, lo estaban destruyendo por completo; no solo a su cuerpo, sino a su mente.

       ¿Por qué no podía mejorar? Rodrigo les intentó explicar más de una vez que era aleatorio… El Cáncer es una enfermedad que se propaga rápido, y si antes luchaban por una pequeña sección, ahora esta se había expandido, y se había convertido en un verdadero reto. Semana tras semana… Ver a Rubén entrar a la salita donde lo inyectaban, ya mareado por tener clavada esa sensación en su cabeza… Con náuseas, ganas de mandar todo a donde le cupiese. Se había vuelto tortuoso el tratamiento, no por el pinchazo, sino por los síntomas… Por el dolor que sentía en sus brazos a causa de tanta inyección, por tener que estar preocupado de tener cerca un baño en caso de querer vomitar hasta el alma. Pero sin duda, lo más difícil hasta el momento, había sido aquello…

“—¡Mangel!” – Ese grito agudo, que vino del baño, específicamente de la ducha, donde se encontraba Rubén paralizado ante lo que veía en su mano.
“—¡¿Qué pasa?!” – Miguel Ángel acelerado, abriendo las cortinas de la ducha, para verlo embobado en su mano, aquella que tenía sujeto con fuerza un mechón de su propio cabello.
“—Mi pelo…” – Fue lo único que pudo decir, para luego salir de la ducha, secarse y mirar en el espejo su cabeza; aquella llena de espacios vacíos…

      El rostro adolorido de Rubén, viendo como todo su preciado cabello se caía al piso, mientras Mangel con la mayor delicadeza, rapaba la cabeza de su pareja, angustiado al ponerse en el lugar del otro. Sólo era cabello… Pero era su cabello; y lo entendía… podía ver la cara de sufrimiento de Rubén reflejada en el espejo frente a ellos. Sabía que estaba atormentado, porque su enfermedad, muy oculta entre los familiares y las personas preciadas, se dejaba visualizar por su calvicie, esa que era muy distinta a sacarse el cabello por gusto. Y si bien a los ojos de Miguel Ángel no se veía diferencia a raparse por costumbre, Rubén notaba en su cabeza la desnudez, y sabía que todo aquello era causado por esa asquerosa enfermedad que día a día se estaba llevando lo mejor de sí.

—Terminé – El Andaluz suspiró sin saber que decir, y sólo pudo tener el gesto de besar la cabeza sin cabello de su amado.
—No me mires… Por favor – Estaba tan avergonzado, algo ilógico; no tenía ningún sentido sentirse así, pero era inevitable… Su cabello era como su identidad, y si bien podía sonar banal para algunos, para él era importante aquello, por él y por su pareja.
—¿Pero que diceh? Quizá te veh diferente, pero para mí sigueh siendo mi Rubiuh – Y ahí estaba nuevamente, con sus palabras conciliadoras; esas que le llenaban el corazón con los sentimientos más puros… ¿Por qué no lo pudo amar antes? Antes de la enfermedad; de tener que usarlo como un esclavo; Antes de tener que mostrarle su peor cara; de estar tan enfermo y cansado; tan adolorido y lleno de moretones.
—Mentira… No soy tu Rubius. Ya no soy más la persona que querías – Como un niño pequeño; angustiado por lo externo… Por las cosas que no valían absolutamente nada.
—Ereh tonto – Sonrió, abrazándolo por detrás, cruzando sus brazos por el cuello contrario, mientras se miraba en el espejo. Jamás podría dejar de amar a este hombre torpe e infantil… Por nada; ni por sus bracitos llenos de moretones, ni por su falta de apetito. Lo amaba más ahora; sentía que debía y quería dar más del 100% por él. Aprovecharlo al máximo; hacerle compañía las 24 horas al día. Sentía que, con cada suspiro; cada sonrisa; cada lágrima que lograba sacar del interior de Rubén, estaba haciendo un buen trabajo como su pareja…
—Te estoy hablando en serio – Rubén no quería verse reflejado, menos ver como Miguel Ángel le mentía, con esa sonrisa molesta que tenía plantada de oreja a oreja.
—Yo también lo hago – No había remedio; este hombre, tan excepcional, lo tenía vuelto loco… Si él necesitaba sonrisas, ahí las tenía; si necesitaba aliento, sabía que podía contar con él. Mangel se había convertido en lo que más quería, y no había vuelta atrás… El camino que hubiese de aquí en adelante tenía que vivirlo junto a él, sí o sí.
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—Abrígate por favor – Mangel insistía en ponerle gorros de lana a Rubén, y aunque este los detestara por la desesperante comezón que le provocaban, tenía que hacerle caso.
     Dos meses… 60 días en los cuales Rubén jamás se rindió. Era extenuante recibir las quimioterapias, pero sin duda lo más difícil era tener que verse a sí mismo tan dependiente, tan deteriorado. Sus muñecas estaban prácticamente en los huesos, y su peso, ese que poco a poco fue disminuyendo, ya estaba en el borde del peligro.
—Mangel… No estoy mejorando – Comentó el madrileño, mientras tapaba su calvicie con ese lindo gorro que su madre le había tejido específicamente para aquello.
—Claro que sí. No tengah esa actitud – Mangel, siempre con una sonrisa para Rubén, lo apoyaba. ¿Cuán difícil era notar que tu pareja, tu compañero, tu amigo estaba realmente empeorando? Sólo Mangel lo sabía, pero eso no le daba el poder para quitarle las esperanzas a su pareja. Siempre una sonrisa en el rostro. Siempre dedicándole sus ojos más brillantes… No quería que perdiera la esperanza en ningún momento.

“—¿Mangel? ¿Estás bien?” – Rubén, escondido en la puerta de su habitación, pudo contemplar como el andaluz lloraba en secreto… Ese llanto que uno espera que absolutamente nadie vea.
“—Si… Dihculpa. No eh náh” – Era mucho. ¿Cuántas veces había llorado de manera solitaria, en la privacidad del baño? ¿Cuántas veces había maldecido la enfermedad que padecía Rubén? Eran incontables, casi infinitas. Mangel no estaba bien, y si podía mostrar una sonrisa, era sólo por el madrileño, por esa persona que tanto amaba y respetaba. Quería llorar todo lo que se había aguantado en casi un mes, pero algo le decía que debía seguir, acompañar hasta el final a Rubén, y sonreírle.

“Miguel… Muchas personas mueren al año por cáncer, pero también hay muchas que salen adelante. Tienes que apoyar a Rubén en esto, eso es la cura más rápida… No lo dejes solo; no dejes que se deprima ni que tire la toalla. Él te necesita y yo, que los conozco sólo hace un par de meses, puedo notar como esa persona que está allí, sentada en la camilla, te ama y te necesita. Sé que es difícil, pero es la mayor ayuda que puedes darle a alguien con este tipo de enfermedad. Haz que saque todo su potencial, y que ame la vida… Confío en que podrás recuperarlo Miguel Ángel, realmente confío en ti, porque la quimio, no está surtiendo efecto”

     Mangel tenía dos mochilas muy pesadas en sus hombros. En una tenía su propia vida, y en la otra tenía la vida de Rubén… recordaba haber mirado a Rodrigo, el Oncólogo de Rubén y hacer una mueca de dolor ¿Cuánta responsabilidad tenía sobre la vida del madrileño? Le dolía pensar en flaquear, porque sabría que todo eso afectaría en su pareja… Tenía que ser fuerte, y aunque doliera llorar a escondidas, así debía ser. Necesitaba demostrarle que no estaba preocupado por los costos de la enfermedad. Quería que Rubén mantuviese su ley de “Esto es sólo un trámite, ya verás que me recupero pronto”. Ese pronto nunca llegaba, y aunque quería pensar que llegaría, tenía más que claro que Rubén empeoraba con el tiempo, y el dolor aumentaba. No era justo, pero aún así lo estaba viviendo.

—Vale, apresúrate que llegaremoh tarde a tu cita – Cada semana, de vuelta al hospital, esperando a que llegara el milagro tan solicitado; que Rubén se mejorara. Que los doctores se acercaran impactados por la condición de Rubén; que le dijesen que no había que hacer más quimioterapia. Que todo volvería a ser como antes, y que podrían vivir felices de una vez por todas; disfrutando como los jóvenes atolondrados que eran.

 —Okey, un pinchacito Rubén y te puedes recostar – Mangel, cada semana, cada mes, a su lado. Sentado en esa sillita acolchada que lo esperaba al lado de la camilla donde se tenía que recostar el madrileño, en espera de ese tratamiento tan costoso que poco a poco se estaba llevando hasta su alma.
—Hola chicos. Hola Rubén, espero que no te moleste que me lleve un momento a Miguel – Fernando, el doctor de cabecera del madrileño, aquel que le había dado la terrible noticia, estaba ahí sin avisos anteriores. Lo habían visto rondar los pasillos algunas veces, pero desde aquel día en el que les había informado sobre la Leucemia no habían intercambiado muchas palabras, más que un “¿cómo te encuentras?” o simples “Vamos Rubén, te quiero fuerte”. A los ojos del resto, Fernando podía parecer una persona muy seria, pero muy en su interior demostraba ser de esos hombres sensibles… Aquellos que esconden muchas sorpresas bajo un rostro duro.

//// http://www.youtube.com/watch?v=Nml29yeitgo ////

—¿Pasó algo? – Era tan extraño volver a estar junto a aquel doctor. Mangel no tenía idea porqué había sido llamado, pero confiaba en este hombre letrado, por lo que escuchó atento a todo lo que tenía para decirle
—¿Cómo estás? – Aquello lo descolocó… Hace mucho que nadie le preguntaba como estaba. No eran celos en absoluto, pero siempre los ojos preocupados se los había llevado Rubén, y era totalmente entendible.
—¿Uhtéh que cree? – Susurró, bajando la mirada… Era muy simple la pregunta, pero la respuesta, era complicada.
—Creo que no lo estás pasando bien. De hecho, te lo puedo asegurar – No se equivocaba, aunque quizá era obvia la analogía.
—No… De hecho ehtoy destruido…
—Miguel, te llamé porque quiero contarte algo. Pero antes, quiero que sepas que te entiendo perfectamente… No es fácil, y lo sé, pero quiero darte una cuota de esperanza - ¿Lo entendía? ¿Realmente lo entendía? Su dolor era tan inmenso, que lo dudaba… realmente dudaba que este hombre supiera cómo se sentía. —Yo perdí a mi hija Miguel… El cáncer me quitó mi tesoro más preciado – Aquellas palabras, filosas y dolorosas, llegaron a lo más profundo del corazón del Andaluz, quién no supo que decir, que hacer… El rostro de Fernando le decía todo. Recordarlo ya era difícil, y no podía imaginar cómo se sentía haberlo vivido.
—Lo siento mucho – Pidió perdón, pese a no haber hecho nada, necesitaba hacerlo.
—Miguel, nada en este mundo me va a devolver a mi pequeña, por eso quiero que tu no vivas lo mismo – Sintió como una mano se alojaba en su corazón, exprimiéndolo, apretándolo a más no poder. Este hombre había vivido el infierno, y podía verlo en sus ojos… El rostro de esa niña estaba en ellos, y no podía conciliar la idea de vivir en sus zapatos.
— ¿Qué quiere decir? - ¿El destino de Rubén sería el mismo? ¿Eso estaba diciéndole?
—Chico… Aprovéchalo. Yo estuve luchando mucho por ella, por verla saludable, pero olvidé lo más importante… Hacerla olvidar que estaba enferma. Yo la amo, hasta el día de hoy, y me arrepiento de tantas cosas; de no haber disfrutado más… De haberla dejado correr por la lluvia si eso quería; de dejarla comer cuanta cosa quisiera. Me preocupé sólo de su salud, olvidando que ella también merecía una vida normal, como cualquier niño. No fue justo, y yo mismo puse las reglas ante la vida que ella quería construir. Cegado por las ansias que tenía de verla sana, olvidé que lo más importante era que ella estuviese feliz, que no tuviese que estar viviendo en una constante agonía por… Mi capricho  - ¿Cuánto había sufrido este hombre? ¿Cuánto había sentido?
—Cuándo uno ama a una persona, hace lo imposible por ella. No era un capricho – Mangel sentía que los roles se habían cambiado por unos momentos. Fernando, que yacía sentado en su sillón de cuero, miraba sus manos un poco ido en sus pensamientos, de seguro recriminándose por lo que hizo y no hizo… Estaba impregnado en dolor, y podía sentirlo pese a no conocerlo.
—Miguel, yo hubiera dado mi vida por ella, pero ni ese regalo pude otorgarle. Disfruta a Rubén todo lo que puedas… No te quedes enfrascado en este hospital. No significa que pierdas las esperanzas, pero déjalo ser libre si eso quiere… Esta enfermedad es una pesadilla de la que no todos se libran, pero si tú intentas transformarla en un sueño, créeme que absolutamente todo va a cambiar ante tus ojos, y vas a dejar de llorar por cosas que no tienen remedio – Él si lo entendía… Realmente entendía lo que estaba pasando. ¿Debía tomar nota de todo lo que le había dicho? ¿Realmente esto no era rendirse?
—Gracias – Fue lo único que pudo decir Miguel, antes de ser llamado por Rodrigo, avisándole que Rubén ya estaba listo por hoy.

//// http://www.youtube.com/watch?v=AGgfXc-ZToQ ////

       Las palabras de Fernando se quedaron clavadas en su mente, pero entendió el mensaje. Dejarlo vivir… Dejar de pensar en un diagnóstico. Olvidar esta miserable enfermedad y comenzar una nueva vida.

“Mangel, vamos a la playa” “Mangel, vamos a ese festival de música en Londres” “Mangel… Durmamos hasta tarde”

    Todo había cambiado, ya no había limitaciones; no cometería el mismo “error”  que una y otra vez Fernando le había explicado. No dejaría que la enfermedad los hiciera flaquear, pero tampoco haría que el cáncer se volviera rutina en sus vidas. Tenían todo el derecho de desligarse del mundo, de la gente, de los fármacos… Y tanto Mangel como Rubén entendían que la situación no estaba de lo mejor, que su salud no estaba como él deseaba, pero si tenía a Miguel a su lado, todo se podía sobrellevar de manera más sencilla… Y eso estaba haciendo, aunque cada vez los medicamentos se volvieran más fuertes.

—Mangel, me duelen las uñas – Hace ya 4 meses que estaban en esto… Luchando sin fin por una mejoría en Rubén pero… ¿Valía la pena tanto dolor? Para ellos sí, y aunque los fármacos cambiaban semana tras semana, intentando localizar el que diera justo en el clavo, Rubén no perdía la esperanza, menos Mangel que estaba dispuesto a dar hasta el último suspiro por su pareja.
—A ver, déjame ver – Los efectos secundarios iban en aumento. Rubén no tenía el mismo color que antes, y era lógico. Su cuerpo se había deteriorado considerablemente, su peso estaba bajo lo normal; sus ojos no brillaban como antes y sus uñas ya deterioradas, comenzaron a caerse sin más.
—¡¿Qué le pasa a mis uñas?! – Otra sorpresa que les traía la Leucemia… Otra cosa que los intentaba tirar hasta lo más profundo. ¿Por qué? Tantas veces se preguntaron eso, pero no se detuvieron a buscar la respuesta… Muchas personas habían intentado buscarla y fracasaron, a un costo terrible.
—Tranquilo, tranquilo – Mangel corría sin parar todos los días, que buscando tal remedio; que ayudando a Rubén a cuanta cosa necesitara. No lo hacía obligado, sino porque lo amaba, y estaba dispuesto a más… Mucho más.

“Chicos, lo de las uñas es algo normal… Sólo debes vendártelas y no tomar objetos muy pesados. Cuida tus manos ¿vale?”

     Las primeras veces fue una tortura. Sus uñas sangraban, y verlo sufrir, adolorido, lo tenían vuelto loco. Pero dicen que el ser humano es un animal de costumbre, y así fue cómo Mangel con el tiempo fue tomando la técnica; aquella en la que cuidaba con dedicación cada dedo de su amado.
—Tenla quieta un momento – Le dijo con cariño al madrileño, mientras tomaba la povidona yodada para embetunar las uñas quebradizas de su pareja. Era una admiración constante mirar a Mangel, así lo sentía Rubén quién, con una sonrisa en los labios, miraba atento la cantidad de amor que ese hombre le otorgaba.
—Te amo – Susurró de la nada, mientras lo observaba contagiado por la belleza de su par; por ese amor único, irremplazable; ese que lo hacía respirar un día más, lo hacía agradecer un día más de su compañía.
— Yo te amo mucho máh – Ese amor mutuo, reforzado por la enfermedad de Rubén, era demostrado en esa cama, la misma que los acobijaba desde un inicio; con la luz del sol entrando por la ventana a toda potencia, mientras Mangel, sentado frente a Rubén, vendaba con cariño los dedos delgados de su novio.
—¿No te aburre? – Era gracioso que lo preguntase luego de que ya lo había hecho por más de un mes.
—Para nada… No confiaría en nadie máh para que te cuidara – Era la verdad; Mangel estaba acostumbrado a la rutina, y aunque no lo estuviese, sabía que él era el único que podría sanar a Rubén; sanarlo de manera interna, no con fuertes fármacos ni agujas, sino con amor; todo el que pudiese entregarle.

       Miguel Ángel besó cada uno de los dedos ya vendados de Rubén, cerrando los ojos y disfrutando la compañía de ese hombre que tanto amaba. Eran tan pocos los momentos en los que sentía que el tiempo se detenía para ellos, pero era tan poderoso lo que podía ocurrir… Era tanto lo que se podían transmitir, que a veces se sentía irreal.
—Gracias por cuidarme todos estos meses – Susurró notando como el contrario apoyaba su cabeza en su regazo. No dudo ni un segundo en enredar sus dedos en el cabello del Andaluz.
—Graciah a ti por confiarme tal misión – No pudieron evitar reír. Eran tan melosos que les sorprendía pensar en sus “yo” del pasado. Esos chicos descarriados, que temían por el qué dirán; por ser vistos en la calle tomados de la mano o por temer a las palabras necias y vacías de personas que no entendían el amor como tal.
—Eres tonto, en serio – Estaban en el punto de mayor amor. No había nada más… Se querían, se respetaban, se amaban con locura. La enfermedad, como nunca, había pasado a segundo plano… Tenían ganas de soñar, de mirar al futuro sin impedimentos; de pensar en ellos viajando por el mundo, conociendo todos esos lugares hermosos que no todos tienen la suerte de conocer…
–Pero soy tuyo – Siempre quería tener la última palabra, y así lo hizo… No hubo más, sólo sonrisas sinceras; esas que costaba tanto encontrar. Pequeños mimos y besos apasionados.

    Rubén no dejó que el tiempo lo detuviera… Los sueños le colapsaron la cabeza; esos sueños que deseaba cumplir única y exclusivamente con Mangel.
—¿Y si el próximo año vamos a Canadá? O podríamos ir a Japón… ¿Qué opinas? – Mangel sólo podía sonreír. Lo tenía muy oculto; realmente oculto, ese sentimiento que le repetía una y otra vez “Rubén se va a morir”, y en las noches, aquellas en las que se arrancaba al baño, llorando a mares, dejando de lado todo aquello; botando todos esos pensamientos que lo destruían, se ponía a pensar ¿Y si realmente todos sus sueños se acaba aquí? ¿Si realmente tendré que seguir solo mis sueños? No… Lo evitaba por completo; evitaba por todos los medios pensar en aquello; pensar en seguir adelante sin Rubén.
—Me parece una buena idea – Recordaba a Fernando y su dolor constante; ese que demostraba tan sólo al nombrar a su hija…

“Chico… Aprovéchalo”

     No olvidaba sus palabras, y por eso mismo, dejó de lado todo eso que lo atormentaba, para pensar en un futuro, juntos. Con familia, con hijos… Una vida plena, de esas que se envidian. Y aunque había noches en los que los peores pensamientos lo perseguían, intentaba ser fuerte, aún más al ver que desde las últimas semanas, Rubén no se encontraba nada de bien.

—¿Cómo te sienteh? – Mangel todos los días preguntaba lo mismo, como si se tratase de una grabadora. Le preocupaba muchísimo el estado de salud de su pareja, más aún cuando vio que las fuerzas no le estaban alcanzando para salir de la cama.
—Estoy bien… Sólo un poco cansado Mangel. Ven acuéstate conmigo – Su corazón comenzó a latir con fuerza… Sentía que algo venía, algo terrible, pero no quería caer al precipicio. Se recostó a su lado, mirándolo con dulzura mezclada con un miedo incontrolable.
—¿Rubiuh? – Le preguntó ya abrazado a él. Estaba ansioso y lo podía corroborar en su pulso, aquel que le decía “Mangel, prepárate”
—Dime – La voz apagada de Rubén se hizo notar…
—Levántate. Vamoh a ir al hospital – Mangel no quería rodeos. Lo conocía, y sabía que demorar era la perdición. Actuar de manera eficaz y eficiente; esa era la clave.

         Rubén no comprendió del todo aquello, pero lo sentía en su interior; una llama que estaba a punto de extinguirse. ¿Era el momento? ¿Y sus sueños? No… Todavía no.
—Val… - No alcanzó a terminar la frase, cuando se desplomó de lleno en el piso. Mangel sintió como la adrenalina lo hacía ver las cosas más lento. Tomó su móvil, con el cual llamó directamente a Rodrigo.

“¡Ayúdenme porfavor! ¡Rubiuh! ¡Porfavor se los pido!”

   Miguel estaba desesperado; gritándole al móvil, rogando que se apresuraran, mientras sostenía a Rubén por la cabeza, chequeando cada dos segundos si respiraba, si seguía vivo.
—Rubiuh… Mantente conmigo. Piensa en nuehtroh sueñoh… - No dejaba de hablarle, y aunque su respiración era constante, tenía miedo de perderlo; de dejar de hablar y soltar el vínculo que tenía con Rubén…

     Se repitió todo; fue un verdadero Deja vu para Mangel. Ver la camilla entrar al departamento que compartía con Rubén. Sentir esa desesperación de no poder hacer nada… Ese miedo constante de no saber qué hacer. Los paramédicos moviéndose con rapidez a su alrededor, subiendo al madrileño a una camilla, para luego llevárselo.

“Hijo, tranquilo… ya verás que no es nada”

    Las mismas palabras de hace más de 5 meses… Esas que le dio otro paramédico, y que intentaban consolarlo. Esta vez no funcionarían, porque él tenía más que claro lo que le ocurría a Rubén… Se estaba muriendo, y no podía evitar pensar en que, de esta no saldría…
     Salió con rapidez del departamento, siguiendo a su novio, aquel recostado en esa camilla fría y dura… El miedo lo invadió por completo; esta vez la esperanza se estaba fugando de su cuerpo…

—Miguel, Rubén ya está estable… Pero… - Fernando no podía sacar las palabras de su ahogada garganta. Era repetir la historia, recordar a su hija en una camilla similar, mirándolo con esos ojitos inocentes que le pedían descansar de una vez. No querer soltar eso tan preciado, su tesoro más preciado…
—¡Dime! – Miguel Ángel sentía que el corazón le iba a estallar… No podía con tanta angustia, no podía seguir soportando.
—Será mejor que te despidas - ¿Qué? ¿Era en serio? ¿Despedirse así como así? No… No le cabía en cabeza.
—¿Qué? ¡Sálvalo! ¡Eh tu trabajo!...
—¡Tu sabes que si pudiese, lo haría! Miguel, entiende… ¡Rubén se va a morir! Aprovecha lo que le queda… Aprovéchalo hasta el final – La historia acababa así… ¿No lo lograron? Luego de tanta lucha; de tanto sufrimiento ¿no eran recompensados? ¿Dónde quedaron todas esas historias que le contaban, de que la gente que era perseverante lograba su cometido? No existían…

       Miguel se dirigió a la sala que acogía a Rubén. No podía mirarlo… Le dolía tanto que era casi insoportable. Pero… si esta era la última vez que lo escucharía, lo haría… Juntos hasta el final.

//// http://www.youtube.com/watch?v=KZDB3hPlW1w ////

—¿Mangel? – Rubén lo vio entrar, ya con los ojos aguados. Estaba resignado… Sabía que iba a ocurrir, pero no tenía miedo; la verdad era que estaba en paz.
—Rubiuh – No pudo decir nada, las palabras no salieron de su garganta. Lo abrazó tan fuerte como pudo, recordando su cuerpo, recordándolo todo… Las lágrimas se hicieron inevitables. Lo amaba tanto, y dejarlo ir era algo que no estaba en su diccionario.
—Mangel, escúchame por favor – Quería ser claro y directo… El tiempo era el mayor enemigo, y si su cuerpo le había hecho la advertencia, significaba que no quedaba mucho. Lo tomó del rostro, poniéndolo frente al suyo. Quería mirar esos ojos azabache tan hermosos… Eran una verdadera galaxia; algo realmente fuera de este mundo.
—D-Dime – Las palabras no salían, Mangel lo tenía claro, pero no podía aceptarlo… Este era el final; la hora del adiós había llegado… No escuchar aquella voz tan cálida por las mañanas. Nunca más verlo sonreir bajo las sábanas. No poder disfrutar más esos ojos brillando bajo la luz del sol… No podía, no quería… Sólo lo miraba, con ternura y dolor, mientras sus lágrimas caían en la mejilla contraria.
—No quiero que estés triste ¿me oíste? Desde mañana, quiero que salgas a recorrer el mundo; que sonrías ante todo y todos. Quiero que me sientas a tu lado, sientas que estaré contigo en las buenas y en las malas, aunque no me veas… Tú y yo sabemos mi destino, pero eso no significa que esto acabe aquí. Te quiero tanto Mangel; ha sido la mejor experiencia de mi vida, tenerte junto a mí, y es por eso que deseo de todo corazón que seas feliz, que me recuerdes, pero que no te quedes en el pasado, y que sigas caminando hacia adelante, sin mirar atrás. Que disfrutes del sol por mí. Que corras bajo la lluvia como solíamos hacerlo antes… Que rías sin parar al recordar las cosas estúpidas que hacíamos, que no tengas miedo a caerte, porque sabes que estaré allí, en espíritu, empujándote a seguir adelante. Eres una persona excepcional, y si tuviese un único deseo, sería mirarte un poquito más. Disfrutar un poco más de ti, de tu persona… Verte sonreír una vez más o enojarte porque no te prende el ordenador. Quiero que sigas adelante Mangel; que crees una nueva vida, que no llores más por mí. Necesito saber que estarás bien, para yo poder descansar… Pero por sobre todo, quiero que sepas que jamás te voy a olvidar, que lo nuestro quizá fue corto, pero realmente increíble. Hiciste de mí la persona más afortunada, y no podría haber pedido más. Eres un regalo Mangel, y tu mereces lo mejor, porque eso eres, un gran hombre. Te quiero amigo mío, te amo novio mío, y sé que esta aventura no se acaba aquí. Tendrás un compañero esperándote en el cielo, pero también tendrás estos ojos mirándote constantemente… cuidándote de toda persona que te quiera hacer daño, y amándote como nadie más podrá hacerlo… No tengas miedo Mangel, porque yo no estoy asustado. De hecho creo que es mejor partir, así podemos descansar los dos, y reencontrarnos en bastantes años más, para seguir con nuestros sueños… Y por último, pero no menos importante, ¿Eres feliz? – Aquella pregunta, con un valor tan grande; esa pregunta que había sido una promesa en el comienzo, y que terminó como una ley… Esa era la pregunta final.
—Claro que lo soy – Susurró casi sin aliento, tragando saliva, intentando controlar las lágrimas que estaban inundando sus ojos azabaches.
—Prométeme que jamás dejarás de serlo – Dijo con la voz agotada, sonriéndole con dulzura, como esa tarde en la que, recostados, se demostraron tanto amor bajo la luz del sol.
—Lo prometo – Susurró con la voz temblorosa, notando como Rubén ya había cerrado sus ojos, para partir y descansar de una vez.

       Mangel estalló en lágrimas, meciendo una y otra vez a Rubén; a su novio; a esa persona que tanto amaba y que no podía creer que lo hubiese abandonado.
—Rubiuh, despierta. Por favor despierta – La desesperación lo invadió, comenzando a mover con brusquedad el cuerpo sin vida de Rubén… No había vuelta atrás; Se había acabado...
—¡Despierta! ¡Rubiuh joder, no me hagah ehto! – Apoyó su cabeza en el pecho del contrario, escuchando si aquel corazón que latía producía sonido… Absolutamente nada. Su corazón se desmoronó; su cuerpo cayó al vacío, junto con todo lo que deseaba. Todos sus sueños se habían ido con Rubén.
—¡Despierta! ¡¿Qué voy a hacer sin ti?! – Una y otra vez…
—Despierta… ¡Por favor!

//// http://www.youtube.com/watch?v=skko9xxM1AQ ////

“Despierta…”

—Mangel, despierta… Tranquilo – La voz preocupada de Rubén, hizo despertar de golpe a Miguel Ángel, quién, llorando y con el corazón acelerado, miró impactado a ese hombre acostado a su lado.
—¿Qué? – ¿Estaba muerto? ¿Había muerto en la sala de ese hospital? ¿Qué hacían esos ojos, que creyó nunca más ver, mirándolos preocupado?
—Mangel ¿Estás bien? Tranquilo, sólo era una pesadilla – No… No podía ser. ¿Qué? Tenía que estar loco. De seguro se volvió loco; de seguro estaba tirado en el piso del hospital, desmayado, teniendo este hermoso sueño.
—¿Rubiuh? ¿Ereh tu? – La pregunta le había hecho muchísima gracia a Rubén, quién sólo atinó a reír, enternecido por la cara de asustado que tenía Mangel.
—Claro que soy yo… ¿esperabas a alguien má… - No alcanzó a terminar la frase, cuando ya tenía a Miguel Ángel encima de él, abrazándolo con fuerza, llorando como si de eso dependiera su vida.
—¡Rubiuh! ¡Te amo! En serio… Te amo tanto – Su voz salía adolorida, y su llanto potente, ese que sale de lo más profundo del corazón; Ese llanto que se tiene muy pocas veces en la vida.
—Mangel tranquilo… Yo también te amo. ¿Qué soñaste? – Le causaba curiosidad. Jamás lo había visto así; tan herido… Llorando de esa manera tan dolorosa, esa que hasta él sintió a flor de piel.

       No hubo respuesta alguna. Mangel no quería dejar de abrazarlo; no quería hablar… Quería disfrutarlo. Quería amarlo como nunca en la vida hubiese pensado amar a alguien. Aquella pesadilla, tan vívida, tan dolorosa; esa que había sacado lo más profundo de su corazón, le había demostrado cuanto amaba a Rubén; Cuánto podía dar por él… Lo necesitaba, y que le dieran una segunda oportunidad para estar con él, era el regalo más maravilloso que jamás hubiese podido recibir.
—Rubiuh… ¿Ereh felih? Rehpóndeme por favor – Esa pregunta, que se había vuelto cliché, hizo a Rubén sonreír.
—Claro que lo soy, porque te tengo aquí – Eso bastó... Sólo esa respuesta bastó para hacer culminar el corazón destrozado de Miguel. Todo lo que había vivido; todo ese sufrimiento; desde raparle la cabeza, hasta vendarle sus dedos; todo había sido una horrible pesadilla; una que jamás en la vida quería volver a vivir.
—Yo también lo soy Rubiuh… Y por favor ten claro que tu ereh el causante de que yo sea felíh – Las palabras se acabaron. Miguel besó de manera profunda a Rubén, quién lo recibió aún sin entender del todo lo que había ocurrido… Aún así no le preguntaría, sólo lo dejaría llorar, dejaría que aliviara su pobre y apuñalado corazón, en esa hermosa mañana de primavera, la que los acobijaba como todos los días.

      Mangel lo comprendió… Entendió el significado de aquella pesadilla. Muchas veces creemos que nunca nos va a tocar a nosotros; que jamás viviremos en carne propia eso que miramos tan lejano; tan ajeno. Pero, en cuestión de segundos, toda la historia puede dar un vuelco, podemos ser los protagonistas, y ahí es cuando comenzamos a valorar a quienes tenemos al lado; comenzamos a querer con esa desesperación que duele… Miguel lo había entendido; amar tenía que ser algo de todos los días; ser demostrado a cada instante, sin necesidad de esperar una mala noticia; sin necesidad de buscar un propósito. Él había sido afortunado; tenía una segunda oportunidad de querer; de amar con locura y eso haría; amaría a Rubén como nadie más podría amarlo… tenerlo junto a él era el regalo más grande, e imaginarse un mundo sin su par, sin su novio no le cabía en la mente.
—Te amo tanto… - Desde hoy sería distinto… Nunca desperdiciaría esta segunda oportunidad, aquella que no se le otorga a todos; Esa que no es para todos un simple sueño…

      No esperemos hasta el último momento para querer; para amar con locura… Porque muchas veces no podemos despertar, y es ahí, cuando realmente nos arrepentimos de no haber aprovechado a quienes más amamos.

 


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