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Sly little fox por midori_bs

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Notas del fanfic:

• Nombre del reino: Yuqu [rojo es – El reino rojo]
• Lenguaje: Yubeh [lengua roja]

Traducciones:

¿Bah whe qu? [¿quién eres?]
Bah ry-ke! [(tú eres) un monstruo!]
Bté [bronce]
Trij [gran]
Nusen [jefe]
Vuwaq [guardian]
Arna-bah [te amo]
G'ah [zorro]

Notas del capitulo:

10,400+ palabras de Sekai escrito para la gala de Sehun en Doce Reyes~ 

Por si se lo saltearon, hay algunas traducciones en las notas del fic, que quizás les interesen más adelante ^^ Nada que no se pueda entender sin contexto, creo.

 

Adentrándose en Junua

Ser el príncipe de la corona no es, sorprendentemente, la principal de las preocupaciones de Jongin. Por supuesto, la presión de ser el próximo rey permanece en el fondo de su mente a todo momento, pero no lleva esa carga tan mal como otros príncipes. Entre lecciones y sermones, Jongin rescata lo hermoso de su legado y atesora el respeto que su propio padre tiene como monarca, pensando que algún día ese será él. Jongin no vive por el poder sino por ser el mejor en aquello que es suyo por derecho.

Aunque es un príncipe muy obediente, Kim Jongin no considera que vivir encerrado hasta su momento de subir al trono sea productivo (¿qué es la sabiduría más que experiencia? ¿qué es un rey sin sabiduría?) por lo que de tanto en tanto escapa de los muros de su castillo y explora nuevos rincones de Yuqu. De regreso lo esperan sermones de su madre, siempre tan protectora, o al menos, si es que no logra escabullirse hasta su habitación sin que nadie lo vea antes.

Yuqu  está sumido en un verano casi permanente. En los meses de Julio y Agosto, el paisaje se cubre de blanco y los habitantes permanecen mucho más tiempo en casa, con provisiones y el calor de sus chimeneas. Jongin no es fanático del frío realmente, si fuese por él no existiría este período de vientos fuertes y nieve espesa, lo que no significa que se encierre en su habitación por todas esas semanas. Oh no.

Es en un particular día de Agosto (uno de los últimos, donde la capa de nieve que recubre el reino se redujo en varios centímetros, aún resistiéndose a desaparecer) en que Jongin logra salir del castillo y montarse a su caballo, Bté, compañero fiel de todas y cada una de sus escapadas. Le toma apenas unos segundos fijar destino y pronto Bté galopa hacia Junua, el Bosque del Corazón Profundo. La entrada al bosque está apenas a cincuenta metros de los límites del castillo, y Jongin lo había bordeado en múltiples ocasiones para llegar a otros destinos. Sin embargo, Jongin sólo se había adentrado en el bosque una vez, en compañía de su padre, y en ese momento no había sido más que un niño de ocho años.

El frío empieza a mostrar signos de compasión y él ya  llegó hasta este punto, así que, ¿por qué retirarse ahora? Con decisión, Jongin insta a Bté a avanzar y comienza a adentrarse poco a poco en Junua, convenciéndose de que nada malo puede suceder.

Los cascos de Bté se hunden ligeramente en la nieve y el viento frío choca con las mejillas entumecidas del príncipe, cuyos ojos curiosos devoran sus alrededores. El silencio es tan absoluto que casi se encoje con cada roce de Bté con los arbustos. Acorde con esta parte del año, apenas hay luz, y esta parece hacerse más débil a cada segundo. Treinta minutos después Jongin sacude la cabeza: esta fue una idea estúpida. ¿Qué puede haber en un bosque inhabitado como este? Tal vez en verano podría haberse deleitado con las flores y el sonido de los pájaros cantando, pero ahora está casi congelado y el estómago le ruge, demandando comida. Tira de las riendas y Bté detiene su galopeo. Está a punto de pegar la vuelta y regresar al castillo cuando un sonido irrumpe la calma del bosque. Alerta, una de las manos del príncipe van hacia la funda de su espada, listo para defenderse si es que hay bandidos (¿quién se quedaría en el bosque con este frío? Además de él y su insensatez, por supuesto). El ruido se repite y Bté se remueve, nervioso. Jongin acaricia su crin para tranquilizarlo, identificando el sonido como un gemido de dolor. Dentro de él se libra una batalla de su instinto de supervivencia con su sentido de la moral, tan cultivado por sus padres. Como príncipe de la corona, debería acudir a ayudar a cualquier habitante de Yuqu que se encuentre en problemas.

Y como príncipe de la corona (y único hijo de los monarcas) no puede morir por ningún motivo.

Aquel sonido patético vuelve a oírse y Jongin suspira, dejando que Bté lo lleve hasta la fuente de aquellos quejidos. Pocos minutos después puede ver un bulto entre capas de nieve… y lo blanco está teñido de rojo. Esto lo pone aún más alerta, oído agudizado y ojos moviéndose de un lado a otro como esperando algún ataque repentino. Lo único que se oye son los jadeos de dolor del bulto en la nieve. Jongin se baja de Bté y avanza con precaución hacia el o la herida, haciendo una mueca al ver tanto rojo rodeándolo. Por cómo se ven las cosas, si no salen de ahí en seguida, terminará muriendo.

¿Bah whe qu? —pregunta, rodeándolo lentamente e intentando ver su rostro. El o la herida no se mueven de su posición, sin embargo, envuelto en sí mismo como para mantener algo de calor. Un movimiento cerca de él le llama la atención al príncipe, que reconocer pelaje rojizo y blanco. Por un momento asume que lleva un abrigo de piel, algo razonable siendo invierno, pero entonces algo vuelve a moverse y ¿es esa una cola zorro? La respiración se le agita unos segundos pero se obliga a seguir acercándose, levantando una mano tentativamente para correr los mechones de pelo oscuro que tapan su rostro. Descubre un rostro juvenil, piel blanca como la nieve bajo sus pies y pestañas largas que acarician sus pómulos, el extraño es cautivador. Jongin lo observa con fascinación hasta que descubre, horrorizado, dos orejas asomándose entre la mata de cabello oscuro.

Dos ojos de aspecto felino le devuelven la mirada y Jongin grita.

¡Bah ry-ke!

El monstruo no parece ofendido por haber sido llamado tal cosa, y el príncipe se pregunta si siquiera habla Yubeh.  ¿Cuál es la lengua de los monstruos de aspecto animal?

El hombre mitad zorro vuelve a cerrar sus ojos hipnóticos y hace una mueca de dolor. Hay algo en su rostro que le da a entender a Jongin que está resignado a la muerte, sangrando sin parar por sus heridas. Algo se remueve en el interior del príncipe y le impide correr hacia Bté y galopar lejos. El monstruo no parece tener intenciones de atacarlo, y con la delicadeza de su piel y la delgadez de su cuerpo, Jongin no cree que sea un amenaza ni aún en su mejor forma.

Recuerda antiguas leyendas, mitos, relatos impresos en libros que devoraba con ávida curiosidad cuando era un niño, en esos ratos libres de lecciones y entrenamiento. Esta criatura herida podría bien ser un verdadero ry-ke y despedazarlo al reponerse, o un gentil espíritu del bosque, algo con lo que la gente de Yuqu preferiría no enemistarse.

Los segundos pasan y Jongin debe tomar una decisión rápida.

Lo bueno es que viene preparándose para estas situaciones toda su vida.

◄►

Los cascos de Bté parecen no tocar el suelo mientras galopan a toda velocidad hacia el castillo, dejando el silencioso Junua detrás. La preocupación invade la mente del príncipe, que no puede evitar cuestionarse a cada minuto si está haciendo lo correcto.

Frente a él está el cuerpo inmóvil del herido que encontró en Junua, con vendas muy precarias sobre alguna de las heridas más importantes que Jongin logró localizar. Es sólo temporario, en el castillo recibirá atención más minuciosa, pero al menos ayuda a detener el sangrado antes de que muera en el camino.

—Vamos, Bté —murmura, quitando los ojos de aquel rostro etéreo, aún cuando lo contorsionan muecas de dolor e incomodidad.  La extraña criatura no dijo nada aún cuando Jongin lo alzó en sus brazos y lo colocó sobre su caballo, y tampoco se resistió, algo que el príncipe agradeció en su interior.

A este punto, Jongin realmente espera que se trate de un espíritu del bosque, no sólo por el bien de Yuqu sino para evitar ser decapitado apenas ponga un pie sobre el castillo. Su madre estará furiosa cuando lo vea. Lo recorre un escalofrío, y está bastante seguro de que no es por el frío invernal.

“¿Qué pasa si este es mi último invierno? Sólo viví diecinueve de estos” piensa tristemente, aunque por otro lado, tampoco es que le interese la nieve y sus derivados.

Jongin deja a Bté en el establo, bajando a la criatura herida con la mayor delicadeza posible, y comienza a marchar hacia el interior del castillo con él en brazos. Los murmullos no se hacen esperar, y pronto comienza un claro alboroto a su alrededor, con sirvientes escandalizados y miembros de la corte con quienes tiene la desgracia de toparse mostrándose abiertamente horrorizados. Jongin resiste el impulso de rodar los ojos porque ese no es el tipo de comportamiento apropiado para un príncipe heredero como él.

Parece obra divina que no se cruce con ninguno de sus progenitores antes de llegar a la enfermería. O realistamente, es toda una suerte que no se cruce con su madre camino a la enfermería, ya que su padre es un hombre muy ocupado que apenas abandona su oficina para almorzar y cenar.

La enfermería pronto se vuelve un caos concentrado, similar al generado fuera, y Jongin les dirige una mirada dura para intentar silenciarlas. Cada minuto que pierden cuestionándolo, es un minuto menos a favor del herido en sus brazos, que apenas les da una mirada letárgica. Está al borde del desmayo, el príncipe puede verlo.

La enfermera encargada, una señora mayor que fue la responsable de dirigir el parto de la reina, se abre camino entre las enfermeras confundidas y observa el cuerpo en brazos de Jongin.

—¿Estás seguro, niño? —cuestiona simplemente, y Jongin asiente con toda la seguridad que puede reunir, siguiéndola en silencio hasta una de las camillas y dejando al herido con cuidado sobre ella—. ¿Dónde lo encontraste?

—En Junua.

La mujer lo mira con reproche y Jongin le sonríe encantadoramente, no es secreto para nadie que le encanta explorar incluso aquellos lugares que no son seguros, lo único que desconocen es de qué forma se las arregla para pasar desapercibido.

No abandona el lugar, viendo cómo la enfermera comienza a remover las vendas improvisadas que Jongin había colocado sobre el extraño, las otras enfermeras alcanzándole nuevas vendas más apropiadas con expresiones de reluctancia, y sin poder evitar sentir una cierta fascinación cuando la cola de la criatura se mueve cada vez que la anciana le limpia alguna de sus heridas. Jongin nota que está haciendo un esfuerzo por no sisear de dolor, y la forma en que sus orejas se pegan a su cabeza lo delata de todas formas.

Las cejas se le arquean imposiblemente alto cuando el herido es limpiado por completo, los rastros de sangre ahora sobre los paños húmedos que la enfermera descarta en un bote. Había asumido que el pigmento rojizo de la cola y las orejas era causado por la enorme cantidad de sangre con la que estaba cubierto (de hecho, Jongin empezaba a sospechar que esa no podía, de ninguna forma, ser sólo su sangre sino también la de alguien más –que esperaba fuera un atacante y no una víctima) porque los zorros tienen el hábito de emigrar a Junua en invierno, desapareciendo hacia el norte en cuanto la nieve se derrite.

Pero no. Pelaje anaranjado, con toques rojizos, y blanco se muestra claro ante sus ojos incrédulos. Es la primera vez que Jongin ve a un zorro con tal color en su pelaje. ¿Es siquiera un zorro? ¿Fue culpa, quizás, de Jongin por asumir prontamente que se trataba de un zorro? Podría ser algún otro tipo de ry-ke del que nunca leyó.

Por otro lado, el rojo es un color sagrado en Yuqu, El Reino Rojo, y la repentina aparición de un zorro rojo podría significar un buen augurio.

Es en esta última posibilidad en la que Jongin deposita todas sus esperanzas. No obstante, un príncipe no puede vivir de corazonadas y esperanza, por lo que lentamente se acerca al herido, dispuesto a hacerle algunas preguntas.

—Necesita descansar, Jongin —intercede enfermera en cuando nota las intenciones del joven príncipe—. Perdió mucha sangre, me sorprendería que recordara su propio nombre, mucho menos cualquier otro tipo de información que necesites de él.

El príncipe asiente y ordena que lleven al nuevo huésped a una habitación. La hora de la cena se acerca y no se decide entre informarle a su padre de lo que ocurrió (principalmente porque si él no se lo comenta, lo sabrá por boca de otro y eso sólo hará que se enfade más) o esperar hasta mañana para interrogar a la criatura y hablar con su padre ya teniendo más información.

Con un suspiro, Jongin va a cambiarse la ropa manchada durante la cabalgata. Sería innecesario causar drama adicional usando ropa manchada de sangre que ni siquiera es suya, es preferible ahorrarle a su madre el estrés.

Algo en la expresión de su padre cuando Jongin ocupa su asiento en la mesa real, le hace sospechar que algún pedacito de información llegó a sus oídos. Intentando verse como si aquello no lo afectase, Jongin les dirige una sonrisa educada a sus progenitores y deja que le sirvan el platillo del día en su plato (grande y de bronce, un metal muy querido entre su gente, pero innecesario como muchas cosas más en el castillo) 

 

—¿Cómo estás, hijo? —cuestiona la reina, observando al aludido con esa mirada de tierna preocupación maternal a la que está ya acostumbrado.

 

—Bien, madre. No fue un día muy eventual.

 

Los ojos de su padre se entrecierran, dejando los utensilios en la mesa nuevamente y atrayendo la atención de su esposa y su hijo

 

—¿Nada eventual, Jongin? ¿Estás seguro?

 

—Mi amor, no-

 

—Está bien mamá —Jongin deja de comer, aceptando que es preferible ser sincero ya y evitarse muchos más problemas—. La verdad es que hoy fui hasta Junua.

 

—¡Jongin! —reprocha instantáneamente la reina, y su padre niega con la cabeza, luciendo tan decepcionado que Jongin casi se siente culpable.

 

 —Sabes muy bien que no tienes permitido salir del castillo, Jongin. Especialmente a un lugar como Junua, donde hay miles de peligros. ¿No sientes un mínimo aprecio por tu vida?

 

—Soy cuidadoso —comienza a defenderse el heredero, aunque notando que esto lo llevará a más peleas, decide cambiar de táctica en mitad de su línea de pensamiento, y va directo al grano—. Encontré a alguien herido y lo traje al castillo para que lo sanen.

 

—Dios mío. ¿Era uno de nuestros aldeanos?

 

Jongin se aclara la garganta y busca desesperadamente una forma de explicar esto sin que le salten a la yugular antes de que pueda terminar de explicarse.

—Habla Jongin —ordena su a padre, notando la indecisión de su hijo y asumiendo lo peor—. ¿A qué clase de persona trajiste al castillo?

 

—Persona.... —juega con uno de los tenedores, como si lo que está por decir fuese algo perfectamente normal—. Yo no estaría tan seguro de usar ese término. Por fuera parece alguien de mi edad pero con orejas y cola similares a la de los zorros Cû en su cuerpo.

 

La reina deja salir una exclamación sin aliento y su padre se levanta abruptamente de su asiento. No, se dice Jongin mentalmente, ¡esto había estado tratando de evitar!

 

—¡Trajiste un ry-ke a nuestro hogar! ¡Muchacho imprudente!

 

 Jongin se levanta también de su silla, una expresión implorante en su rostro juvenil.

 

—¡Padre escúchame! No es una criatura hostil. Tiene pelaje rojizo, rasgos animales, lo sé, pero también parece un humano como nosotros.

 

El soberano lo interrumpe antes de que pueda seguir dando sus motivos para haber cometido tal 'imprudencia' 

 

—¿Pelaje rojizo? —el ceño del hombre se frunce y Jongin tarda un minuto completo en comprender que es una pregunta, y como tal, debe responderla.

 

—Sí, cuando lo traje creí que estaba manchado de sangre, pero aún luego de que las enfermeras lo limpiaron mantuvo ese color peculiar.

 

—Pero los zorros Cû no tienen ese color en su pelaje —comenta la reina, mientras su marido parece perdido en pensamientos profundos.

—¿Padre? —cuestiona el príncipe, casi temeroso.

—Hace unos días... —el rey camina lentamente, como si aquello lo ayudase a articular mejor lo que quiere decir— tuve un sueño bastante peculiar —las únicas otras dos personas en el cuarto le dedican toda su atención, incluso algunos de los empleados dedicados a servir la mesa se quedan a escuchar sus palabras—. En ese sueño Trji Nusen trataba de darme un mensaje.

 La única que se atreve a hablar es la reina.

—¿Qué mensaje  mi amor?

—Una época próspera... Un mensaje de buen augurio, y yo sabría reconocerlo cuando lo tuviera frente a mis ojos.

—¿Crees que esta pueda ser la señal que esperabas? —concluye  la mujer, rápida para seguir la dirección en que corre el razonamiento de su marido.

—Un zorro rojo en Yuqu. ¿Acaso necesita más simbolismo?

A pesar de eso, Jongin permanece en silencio, lleno de dudas. No es que considere a su padre un hombre cuyas facultades mentales están comprometidas, pero le resulta utópico pensar en aquel muchacho herido como una señal divina del Trij Nusen. Quizás para mejor que su padre piense, así, por otro lado, de modo que le e permita al huésped recuperarse y marcharse por su propia voluntad. 

—¿Dónde está él?

Ante las claras intenciones de su padre, Jongin se adelanta y coloca una mano en su brazo.

—Está descansando, padre. Estaba muy herido cuando lo encontré. El rey presenta menos resistencia de la que Jongin espera, y con un simple asentimiento vuelve a su asiento, donde l un empleado le sirve comida caliente en reemplazo de su otra su otro plato, ya frío.

—Cierto, no hay porque apresurarnos. No va a ir a ningún lado, de todas formas.

El resto de la cena transcurre con una normalidad que Jongin sospecha no volverá muy pronto.

◄►

Jongin se despierta un poco más temprano que de costumbre, pero esta vez no es para escabullirse fuera del castillo. Lo bueno de despertarse antes de tiempo es que puede vestirse y lavarse sin sirvientes revoloteando a su alrededor, haciendo las tareas más simple por él como si Jongin fuera menos capaz que un recién nacido.

Lo primero que hace (o primero luego de tomar unas frutas de la cocina a modo de desayuno improvisado) es ir a la habitación donde sabe que lo espera su "huésped".

Al abrir la puerta lo reciben dos ojos castaños tan brillantes que se destacan entre la oscuridad del cuarto. Jongin se siente hipnotizado unos minutos, pero se obliga a salir de su trance y adoptar una postura severa.

—Veo que estás despierto.

No hay ningún tipo de respuesta, a menos que el lento parpadeo del otro cuente, y Jongin siente que lo consume un nerviosismo irracional. Hay algo que mana de la criatura que lo hace sentirse tremendamente inferior, algo a lo que un príncipe como él no está acostumbrado.

Decide que le molesta.

—¿No vas a hablarme nunca?

El herido tiene el descaro de rodar los ojos (o al menos es lo que Jongin quiere ver, frustrándose por la oscuridad del cuarto y yendo a encender algunas de las velas) pero de sus labios no se escapa ni un solo sonido.

—Sabes que no tiene sentido que te resistas tanto. Estoy tratando de ayudarte —hay una clara nota de frustración en la voz del príncipe, lo que le gana la primera respuesta del día:

—¿Todos en este reino son igual de irritantes?

Aunque en otra ocasión hubiera sido pronto a defender el honor de su gente, Jongin se paraliza con el sonido de una voz tan suave que llega a dudar que provenga de su ‘huésped’.

—Vaya, ahora eres tú quien me ignora. No tengo tiempo para esta clase de juegos, mocoso —la criatura vuelve a cerrar sus ojos brillantes en un intento de continuar con su descanso.

Decir que Jongin se siente ofendido es un eufemismo. Nadie le habla así a un integrante de la familia real, o al menos nadie que tenga aprecio por su cabeza.

—Me parece que no estás consciente de cuál es tu lugar —replica entre dientes, menos ofendido por los insultos del otro y más por el hecho de que se niega a responder sus interrogantes. Jongin está genuinamente interesado en cualquiera que sea la historia que su huésped tiene para contar.

—¿Mi lugar? Mi lugar no es aquí, no quiera darme lecciones Majestad —la forma completamente sardónica con que pronuncia su nombre no hace que la sangre le hierva al aludido, sino que lo llena de un extraño sentimiento embarazoso. Es como si tuviera cinco años otra vez y su tutor lo regañase frente a su padre.

—Si no es aquí, entonces, ¿dónde es?

De nuevo, recibe nada más que silencio y teme que la cuota de palabras de la criatura se haya terminado sin llegar a decirle nada de lo que desea saber.

Sin embargo, luego de humedecerse los labios, el falso ry-ke se sienta en su cama y atrapa a Jongin con su mirada hipnótica.

—Mi lugar es con el resto de los espíritus del bosque —la repentina fragilidad de su voz llama la atención del príncipe, que logra ignorar el poder puro que desprende para volver a ver las delicadas curvas de su figura bajo la ropa temporal en que las enfermeras lo habían colocado, balanceadas con las líneas duras de la masculinidad. Su rostro es también un fino balance entre lo delicado y el poder, y Jongin se encuentra reconociendo nuevamente su belleza.

Sin duda los espíritus del bosque son criaturas fascinantes. Si tan sólo se mostrase más amable… No puede esperar para ver la expresión del rey si acaso su huésped le habla con la misma altanería con que se dirige al príncipe.

 —¿Y cómo te separaste de ellos?

—Esa es una historia para otro día —la expresión del espíritu zorro se endurece y Jongin decide guardar un prudente silencio—. Lo que me interesaría saber es si tu reino está dispuesto a brindarme refugio por el tiempo que me lleve reencontrarme con los míos.

Aunque el moreno se pregunta cómo es que el espíritu no es capaz de simplemente volver a Junua y comunicarse con los otros espíritus, se imagina que cuestionando no llegará a ningún lado, así que opta por asentir y dejar pasar el tema.

—Mi padre, el rey, tiene interés en hablar contigo. Puedes pedirle permiso para permanecer en el palacio a él. Si eres un espíritu del bosque, no dudo en que te lo concederá.

—¿”Si eres un espíritu del bosque”? ¿Acaso no es algo evidente? —la criatura hace un gesto poco atractivo, uno de sus dedos largos y finos señalando las orejas rojizas que de vez en cuando se mueven sobre su cabeza.

Jongin se aclara la garganta, negándose a dejarse intimidar nuevamente.

—Los monstruos también toman aspecto animal. ¿Podrías al menos decirme tu nombre? Si es que tienes uno.

—… —el espíritu aprieta los labios en una fina línea, como debatiéndose entre revelar tal pieza de información o guardar silencio—. Sehun.

Los ojos de Jongin se iluminan considerablemente y el huésped contiene un gemido de fastidio. ¿Habrá sido un error darle lo que quiere? Quizás debería quedarse con una actitud más críptica y ahorrarse más interrogatorios.

Sehun —repite el príncipe, memorizando su nuevo descubrimiento y asintiendo—. Mi nombre es Jongin, por cierto.

Sehun apenas le dedica un pequeño asentimiento antes de tumbarse nuevamente y cerrar los ojos, con la clara intención de retomar su sueño. Notando que ya no es bienvenido (¿lo fue en algún momento?), Jongin se aclara la garganta para decir una última cosa, arrepintiéndose a último momento y abandonando la habitación silenciosamente.

◄►

La gente de Yuqu declara a Sehun el vuwaq del reino luego de que el Rey anuncie, en una reunión dentro del castillo, que Trji Nusen le avisó en sueños que le enviaría a Sehun como señal de prosperidad. Jongin no puede evitar rodar los ojos mientras oye hablar a su progenitor, detectando cada una de las exageraciones que utiliza en su discurso para causar más impacto en la multitud. El Rey no es un mentiroso, de eso está seguro, pero seguro que le encanta torcer un poco los hechos.

Es preferible, reconoce, que se tome todo esto de forma positiva. Si su padre no fuese una persona muy supersticiosa y testaruda, habría recibido el castigo de su vida por traer a un desconocido al castillo.

Jongin no presencia la conversación entre el monarca y el espíritu zorro, lo que es una lástima porque le habría encantado saber qué palabras se usaron y qué preguntas se hicieron. ¿Cómo logró su padre que Sehun cooperar con información? ¿O fue una conversación unilateral en la que su padre sacó miles de conclusiones por su cuenta? Esto último no le sorprendería, conociéndolo.

Sehun permanece en un costado durante todo el anuncio, sus hermosas facciones formando una expresión impávida que Jongin empieza sospechar que es típica de él. Apenas pestañea, sin mostrar ningún tipo de nerviosismo al ver la forma en que el rey lo ensalza con palabras de grandeza, ni cuando se posa en sus hombros delgados la carga de promesas de prosperidad y eras de oro para el reino de Yuqu. Es casi como si no comprendiese, pero Jongin sabe que los oídos de Sehun oyen lo mismo que los suyos, y se pregunta por dentro si esa fachada no es más que eso, una fachada de aparente calma que esconde miedo e inseguridades. Debe ser aterrador estar tan lejos de tu gente, rodeado de extraños que esperan que estés a su servicio. Jongin siente auténtica pena por el espíritu zorro en ese momento. No se arrepiente de sacarlo del bosque, no obstante, porque allí sólo le habría esperado la muerte.

 

La era de oro

Por obra del vuweq o no, las cosechas se duplican y el verano se desliza con rapidez, derritiendo toda la nieve y revelando césped más verde y flores más generosas. Pareciera que el sol brilla más fuerte y quema menos pieles, lo que es imposible pero Jongin se ve incapaz de negarlo. Hay algo indudablemente más hermoso en Yuqu, y no es su huésped de piel blanca y pelaje rojizo.

Luego de que Sehun es movido hacia su propia habitación, mucho más grande que la anterior y con decoración claramente presuntuosa, con el fin de impresionar al guardián del reino, Jongin convierte en un hábito el ir a visitarlo. No es que allí se vea bienvenido, si las contestaciones monosilábicas de Sehun son algo por lo que guiarse, pero el príncipe es testarudo. Su intención es estar en el lado bueno de Sehun, para conseguir nada más que su simpatía.

El espíritu zorro es mucho más agradable de lo que le gustaría mostrar. Jongin no lo culpa por ser tan defensivo, sin embargo, porque comprende el miedo continuo de ser engañado. Aquello es algo irónico, por otro lado, viniendo de un zorro astuto.

Hay algo que pone al príncipe a prueba igual de constantemente. Los primeros días se convence de que puede ignorarlo, de que no lo afecta en absoluto, que no siente ese calor abrasivo en el estómago bajo que le sube hasta el cuello y le colora la piel de carmesí.

Y verán, lo que lo trae tan alterado es la costumbre de Sehun de usar las túnicas tradicionales de Yuqu, aunque no es culpa del espíritu zorro, sino del rey. Él mismo se había acercado a dejárselas, diciendo que no había quien como Sehun para utilizar la ropa representativa de su pueblo. Y Sehun había aceptado, probablemente sin un ápice de interés por la historia de Yuqu. Dicho hasta ahí, no parece hacer daño a nadie, más allá de provocar que Jongin ruede los ojos ante el dramatismo natural de su padre.

Lo que sucede es que la túnica tradicional con la que Sehun se pasea por su cuarto, y de vez en cuando el jardín, es una prende de seda fina, lo suficientemente holgada en la parte superior para exponer las clavículas y un ocasional hombro cuando se mueve demasiado. La parte de la cintura se cierra con una faja y parte de sus piernas queda expuesta allí donde la tela vuelve a separarse. Es una prenda delicada, fácil de romper. Y no es que Jongin se encuentre preguntándose si podría rajarla usando nada más que sus dientes.

¿Por qué debería estar cuestionándose cosas tan absurdas? Un miembro de la realeza ciertamente tiene más cosas con las que ocupar su tiempo que responder al cosquilleo en su entrepierna.

Sin embargo, cada vez que Sehun se cruza de piernas sobre el suave colchón de su cama, dejando ver muslos delgados y firmes, a Jongin se le seca la boca y se le acelera el pulso. Cada vez que Sehun lo pilla mirándolo, hay algo en sus ojos que le hace sospechar a Jongin que lo sabe y solo sirve para mortificarlo aún más.

—¿Has tratado de contactarte con los otros espíritus del bosque ya? —cuestiona en una de esas tantas ocasiones en que Sehun lo descubre mirándolo atontado, intentando distraerlo y distraerse a sí mismo a la vez de la embarazosa situación. Además, esa es una pregunta que viene esperando por hacerle hace varios días. La curiosidad realmente es su debilidad más grande.

Sehun no levanta la mirada de las flores que arregla en su regazo. Las había sacado del jardín esta mañana, algo que acostumbraba hacer cada vez que los racimos de decoración dentro de su cuarto se marchitaban. Las mucamas se habían ofrecido a realizar la tarea por él, pero Sehun es demasiado quisquilloso como para dejar que se encargue cualquiera que no sea él mismo.

—Si, en varias ocasiones.

El príncipe hace un pequeño sonido de entendimiento y pretende volver a la lectura del libro que sostiene entre sus manos, aunque por dentro sopesa lo prudente que sería seguir insistiendo con el tema. Tal vez desate el temperamento de Sehun y éste muestre por primera vez los poderes que tanto le adjudica el pueblo. Jongin no quiere saber qué tan dañino puede resultar ser.

—¿Cómo es posible que no te estén buscando?

Evidentemente, no tiene tanto amor por sí mismo como pensaba. Sehun lo interrumpe antes de que pueda retirar sus palabras y huir de la habitación.

—Porque ellos me expulsaron. Pero encontraré la forma de volver —Sehun sostiene las flores con tal fuerza que los tallos amenazan con romperse, y Jongin casi puede palpar su dolor, su resentimiento y su convicción.

—Supongo que puedes ser aún más odioso de lo que eres conmigo —comenta en tono ligero, ganándose una mirada asesina de parte del espíritu zorro. Hay algo juguetón en esa mirada, no obstante, y eso es lo único que le garantiza al príncipe heredero que conservará la cabeza unida al cuerpo.

—No realmente. No conozco a nadie más irritante que tú, el resto no me obliga a ser tan desagradable para entender el mensaje.

—¿Qué mensaje? —Jongin se reclina sobre su silla, estirando las piernas delante de él y viéndose muy pagado de sí mismo.

—Que tu presencia no es bienvenida —masculla Sehun, aunque no hay verdadera molestia en su voz, Jongin lo conoce lo suficiente para saber eso. Lo único que hace es esbozar un puchero, algo que de ser atestiguado por algún empleado del castillo lo haría morir del bochorno. 

—Son puras mentiras. Piensas que mi presencia es encantadora.

—Te ves muy seguro de ti mismo a pesar de lo fantasiosas que son tus palabras —se mofa el vuweq, levantándose de su cama para acomodar las flores seleccionadas en sus respectivos jarrones.

—Creo que mis conclusiones están muy bien fundadas, considerando que no te veo conversar con nadie más que conmigo —el príncipe enarca una ceja, sin molestarse en esconder la sonrisa que baila en sus labios llenos. Es cierto, y Sehun no tiene forma de negarlo, por lo que se limita a rodar los ojos e ignorarlo mientras continúa ocupándose de las flores.

Con una sonrisa victoriosa, Jongin se regodea en la silenciosa aceptación y retoma la lectura.

◄►

Seda roja, años de historia y tradición bordados sobre ella en hilo de oro, roza el piso con delicadeza mientras Sehun se pasea por el castillo. Sus ojos apenas reflejan más emoción que su rostro, dejando su semblante impávido sólo mostrar diversión cada vez que los empleados del castillo se alejan de él con una mezcla de respeto y temor. Pensarán que los convertirá en piedra o los reducirá a cenizas, alguna de esas fantasías infantiles que albergan mortales para los de su tipo.

Aunque no es que niegue los extremos a los que puede llegar la furia de Nusen cuando decide aplicar un castigo. Casi que se siente agradecido de haber recibido nada más que un destierro.

La vida en el palacio no es mala. Los humanos lo tratan con respeto, intentan cumplir todos sus caprichos y le agradecen por cosas sobre las que Sehun no tiene control alguno porque, aunque ellos no lo saben, Nusen se encargó personalmente de despojarlo de cualquier habilidad mágica que hubiera poseído en el pasado. Y por otro lado está Jongin, que lo visita todos los días e intenta mantener conversaciones largas aunque Sehun le responde con silencios que habrían desalentado a cualquier otra persona.

A pesar de todo esto, Sehun se pasa horas mirando el bosque de Junua desde el jardín del castillo, pensando en las cosas que estaría haciendo de no haber sido desterrado, en los amigos y la familia que dejó atrás. Para ser justos, Sehun nunca fue un espíritu del bosque sociable y las familias de los de su tipo no son exactamente como las de los humanos. Los lazos de sangre solo sirven para colocarte en una parte determinada  de la jerarquía, y los hijos se independizan de sus padres con rapidez.

Pero es desconcertante verse reducido a un mero mortal, con sólo sus orejas y cola para recordarle su verdadera naturaleza. Piensa en las palabras de Nusen y desea que el bastardo le hubiese dicho algo más conciso acerca de cómo poner fin a su castigo.

Sus “crímenes” ni siquiera le parecen tan graves. No se le ocurre que quizás ese puede ser el problema.

Se acomoda un extremo de la túnica que se había resbalado para exponer su hombro y decide que está aburrido de vagar por los pasillos del castillo sin rumbo. Se salteó el almuerzo, como de costumbre (no le resulta fácil su nueva necesidad de consumir comida, algo que como espíritu del bosque nunca había sido un problema. El rey probablemente le envíe a alguien de la servidumbre con un plato de lo que sea que tengan para almorzar, preocupado. Sehun usualmente hace que la empleada se lleve de regreso el plato, o le obsequia el contenido a alguno de los perros del castillo. Ellos seguramente lo coman con mucho más entusiasmo que él.

Las cenas nunca se las saltea, no obstante. Principalmente porque Jongin elige cenar en la habitación de Sehun, con claras intenciones de asegurarse que coma y poder tener una excusa para entablar una conversación. Después de que deja de sentirse fastidiado, Sehun cree que es bastante adorable.

Jongin es un humano muy interesante. Es el primero con el interactúa de forma tan profunda, y como primera impresión de toda una especie, no está tan mal. Sehun se entretiene poniéndolo a prueba de diversas formas, en diferentes aspectos. Es intencionalmente irritante en sus conversaciones con el príncipe, para ver cuánto le lleva enojarse e irse. Pero su último descubrimiento es hasta ahora su indiscutible favorito: ver cuántos deslices de la tela de su túnica son necesarios para que Jongin comience a removerse incómodamente en su asiento, rehusándose a la devolverle el contacto visual. Usualmente son pequeños accidentes, la parte del cuello es ancha y propensa a dejar descubierto uno de sus hombros y gran parte de sus clavículas. Sehun no se molesta porque, de todas formas, hace demasiado calor en Yuqu. Jongin, por otro lado, da la impresión de que lo vestiría con una túnica gruesa de la cabeza a los pies, y Sehun es lo bastante astuto para darse cuenta del motivo. Es consciente de su propia belleza, llegando a extremos de usarla a su ventaja en el pasado (¿Por qué no? En el juego de la vida, hay que jugar todas tus cartas) y esto no es un hecho que, cuando no útil, le traiga con mucho cuidado. Es un zorro solitario, la posibilidad de tener una o un compañero de por vida jamás se le antojó necesaria.

De esta forma, sin embargo… No puede negar que es sumamente halagadora la forma en que puede jugar con los nervios del príncipe con la ayuda de una simple brisa.

Es otra de esas ocasiones donde Jongin enrojece y desvía la mirada de allí donde uno de los muslos del espíritu del bosque esquivó la seda de su túnica, concentrándose en cambio en la comida frente a él. Sehun toma un par de cucharadas más de la sopa y lucha contra la sonrisa ladina que se forma en sus labios. Como de costumbre, Jongin comienza a soltar algunos comentarios para desviar la atención de su reacción acalorada.

—Sabes, hace mucho que me pregunto cómo es que haces para comunicarte con nosotros. La primera vez que nos vimos, cuando te pregunté “bah whe qu?”, me miraste como si no entendieses lo que decía. Yo asumí que entre los tuyos tienen otra lengua —Jongin juega con los palillos que sostiene en la mano derecha y Sehun deja su plato de sopa, ahora vacío, en el mueble junto a él—. Y sin embargo, cuando te interrogué fuiste capaz hasta de contestarme, y en un claro Yubeh. Ni siquiera tienes acento. ¿Es obra de tu magia?

El espíritu zorro deja escapar un suspiro pesado.

—Yo no tengo magia —aclara sonando claramente irritado—. Tu pueblo insiste en hacerme responsable de cosas que no he hecho, cosas que no puedo hacer, porque antes de desterrarme me despojaron de mis habilidades.

El príncipe enrojece nuevamente, esta vez debido a un tipo de vergüenza diferente. Se aclara la garganta y deja su plato medio vacío sobre una bandeja que más tarde retirarán los empleados.

—Siento oír eso —responde simplemente. El silencio cae sobre ellos después, pesado e incómodo por largos minutos en los que Sehun sabe que Jongin muere por indagar más profundo en el tema. Es una criatura curiosa por naturaleza, algo común en los humanos, pero lo suficientemente respetuosa (y precavida) para no provocar demasiado al espíritu del bosque.

—Puedes preguntar, si es que tanto quieres saber.

—No me gustaría parecer un entrometido.

Ante esto, Sehun se ríe sin poder evitarlo.

—Bueno, Su Alteza, me parece que es un poco tarde para eso.

» Verás, mi vida no era para nada complicada en esos días. Los espíritus del bosque residimos justamente allí, como dice nuestro nombre, en el bosque. La diferencia es que no contemplamos el mismo cielo ni pisamos la misma tierra que los mortales. Son dos realidades que existen ocupando el mismo espacio pero independientes una de otra. “Junua”, como lo llaman ustedes, o “I’on” como lo nombraron nuestros ancestros, es mi hogar. Siempre lo ha sido, por la vasta cantidad de años que me tocó vivir. No podía decirte con exactitud su equivalente en años mortales. Muchos más de los que tu mente puede llegar a imaginar, seguramente.

» Los espíritus del bosque vivimos gobernados por el Nusen, el espíritu águila, y más allá de él no hay quien tenga poder sobre nuestras vidas. No lo necesitamos, la avaricia por poder no nos corrompe, y si lo hace, es sólo uno entre muchos que no desean rebelarse. Yo tampoco estaba en desacuerdo, no sé si hoy en día pienso igual, pero respeté la autoridad del Nusen toda mi vida.

» Con lo que te dije no parece que hubiera muchas razones para que me desterrasen, ¿eh? Pero en realidad no es un castigo tan severo como lo parece: nunca me dijeron que no podría volver. Por eso es que traté de encontrar mi camino de regreso al principio- No me mires así, lo intenté realmente. No hallé ningún punto ciego, y no me queda otra que esperar a que Nusen mismo autorice mi regreso. Supongo que debe pasar algo específico para que él haga eso.

» —¿Pero qué fue lo que hiciste? Sea un castigo severo o no, algo debiste haber hecho para enojar al Trji Nusen.

» Rompí algunas reglas. Bueno, muchas reglas. Me acusaron de estafar a otros espíritus del bosque, me llamaron egoísta y otras cosas poco agradables. Nusen dijo que debía aprender a vivir en comunidad, a dejar de lado mi orgullo y a aceptar mis errores por más que “los otros sintiéndose afectados”. Pero es tan sencillo para él decirlo, desde su posición y con toda su autoridad. ¿Crees que él tiene que disculparse alguna vez? Me gustaría saber si en el fondo es siempre el ejemplo perfecto de sacrificio por otros, si nunca se vio tentado a romper una regla-

» Pero no es que eso importe. La conclusión es que estoy atascado en esta realidad y todas las mañanas me despierto pensando cuál será la clave para regresar a casa. Intenté rezarle, como a un dios, pensando que aquella acción humillante demostraría que no pongo mi orgullo por delante, y apelando a algún rastro de vanidad que pueda estar escondiendo el Nusen. No funcionó, claramente. Ni las lágrimas, ni los gritos, ni los ruegos, ni el tiempo que pasé contemplando los sucesos en silencio. Nada.

—Quizás… Quizás podrías regresar si realmente te arrepintieras de tus actos. Lo único que te preocupa es haber sido desterrado, sólo piensas en tu sufrimiento. Desde que empezaste a hablar te estuviste excusando. Tal vez todo lo que el Trij Nusen quiere es que entiendas lo malo de tus actos, que reconozcas que obraste mal, e intentes no repetir los mismos errores en el futuro. No es sencillo admitir que se actuó mal, Sehun, pero tampoco es imposible. Es tiempo de que realmente lo intentes.

 

Efímero

Jongin se sienta sobre una pequeña colina y contempla casas rústacute;ndole la cintura con la excusa de no querer caer del caballo, cuando realmente sólo quiere tocarlo hasta el último momento.

El bosque de Junua se extiende más y más frente a sus ojos a medida que se acercan. El sol brilla con intensidad sobre sus cabezas, y Sehun se preocupa porque Jongin se insole en el camino de regreso.

El camino de regreso al castillo que Sehun no podrá hacer con él.

El silencio entre ellos es diferente al usual. No es un silencio cómodo, que existe simplemente porque las palabras sobran, sino un silencio donde hay miles de palabras que parecen listas para estallar pero son calladas a la fuerza. Esta vez es Sehun quien es demasiado cobarde para hablar.

¿Qué puede decir? ¿”Me quedaré contigo para siempre”? No puede mentirle de esa forma. Sehun ha estado anhelando regresar a su hogar desde el minuto en que fue expulsado de este, y aunque dejar a Jongin atrás lo desconsuela enormemente, no se ve capaz de dejar atrás todo lo que es. De esa forma, siempre estaría en desventaja con respecto al príncipe, y no quiere que el tiempo lo haga resentirlo.

Sus últimos días en el castillo los pasó prácticamente pegado al futuro rey, ya fuera con ropa o sin ella. Jongin se había mostrado ávido por complacerlo en cualquier aspecto, con regalos y con su cuerpo. Sehun tomaba de la llama de su pasión todo lo que podía, y se alegraba al notar que Jongin dejaba de censurarse al hablarle. Al fin y al cabo, que Jongin hubiese modificado su personalidad para él le habría causado gran fastidio, porque se convertiría en un humano más que no despierta su interés.

Y quizás hubiera sido mejor que Jongin fuese un humano aburrido más, ya que de esa forma se estaría yendo sin un poco de remordimiento. La carga pesada en su pecho no estaría ahí, obligándolo a sujetarse a Jongin como si éste fuese el único salvavidas en medio del océano.

La noche anterior, Sehun había soñado con Nusen que, con su usual expresión seria, le había informado que debía ir al bosque Junua el día siguiente. Sehun, con sus palabras aún resonándole en los oídos, había preguntado si eso significaba que ya podía volverpero Nusen no había hecho más que sonreír crípticamente antes de que Sehun despertara abruptamente. La señal estaba clara delante de sus ojos: era libre.

Bté se detiene frente al inicio del bosque, como Jongin se lo indica. El príncipe es el primero en bajarse, ofreciendo una mano para ayudar a su amante, que éste acepta rodando los ojos.

—Te tomas el papel de caballero muy en serio.

—No eres precisamente una damisela pero seguro puedes apreciar a un hombre con buenos modales —Jongin le sonríe, pero no es la sonrisa que Sehun está acostumbrado a ver. Le gustaría olvidarse por un segundo que esta es probablemente la última vez que lo vea, aunque eso parezca imposible.

—Ven —pide, atrayéndolo desde el cuello y posando sus labios sobre los del príncipe y besándolo con todo el cúmulo de emociones que tiene en su interior. Jongin le corresponde con una avidez febril que hace que el corazón se le quiera escapar del pecho.

Va a extrañar esto demasiado.

Es a pasos inciertos con que Sehun se aleja de Jongin y comienza a adentrarse en el bosque.

Arna-bah —dice el príncipe a último momento, firme como un roble aunque por dentro se viene abajo. Hay tanta emoción inyectada en esas palabras que Sehun no duda de él un segundo.

Arna-bah —responde, porque es inútil negar que lo hace.

Jongin lo ve caminar con gracia entre los árboles y la maleza hasta que ya no emerge detrás del tronco de un árbol y una voz dentro de él le asegura que ya no respiran el mismo aire.

No recuerda cómo regresa al castillo o qué le responde a su padre cuando le pregunta por el paradero de Sehun, sólo sabe que en su mente se reproduce la fragilidad en la voz de Sehun cuando le dijo arna-bah. Si hubiera sido un poco más egoísta, hubiera corrido hasta alcanzarlo y se lo habría llevado de regreso al castillo, dónde se habría asegurado de nunca dejarlo ir.

Pero Jongin lo ama, y porque lo ama lo deja ir.

◄►

Sehun se sorprende gratamente al ver que lo extrañó más gente de lo que pensaba. Al regresar a I’on se encuentra con viejos amigos y familia que casi derraman lágrimas al verlo nuevamente. Lo hace preguntarse cuánto tiempo había transcurrido en I’on en comparación con Yuqu. ¿Quizás con el cambio de realidades, también había sido diferente el paso del tiempo?

La última persona que ve es, irónicamente, con quien más está deseando hablar. Nusen lo espera silenciosamente detrás del grupo de gente, y algo en su expresión le dice al espíritu zorro que sabe que tiene muchas preguntas para hacerle. Si hay alguien que puede ayudarle, es el espíritu águila.

—Necesito saber si puedo volver a verlo —enuncia con seguridad, sin molestarse con los saludos.

Nusen arquea una ceja ante las palabras que salen de su boca.

—De verdad cambiaste mucho en tu tiempo con los humanos, pequeño Gh’a.

Por favor, si sabes algo dímelo —insiste Sehun, impaciente. Irse con rodeos no es algo que le haya gustado nunca, y parece no haber cambiado con su estadía en Yuqu.

Hay una parte de su ser que lo espera del otro lado de la moneda que es el mundo, y aunque la parte que se quedó con él se siente bien de estar en I’on, no puede sentirse completo hasta saber que no va a tener que renunciar a la mitad faltante.

Nusen guarda silencio unos momentos, una expresión pensativa en su rostro atractivo.

—Sígueme —anuncia al final, volteándose y echando a andar en dirección a su templo.

El corazón de Sehun comienza a latir con fuerza mientras corre para alcanzarlo.

Todavía hay esperanza de volver a estar completo.

Notas finales:

Si llegaste hasta acá, espero que te haya gustado~ 

Un comentario con una opinión sincera siempre es apreciado ♥

Con suerte, algún día pueda escribir la secuela de esto.

¡Saludos!

@mrfanfantastic


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