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No todo lo que brilla es oro por DraculaN666

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Notas del fanfic:

Ni me pregunten que es esto. Era mi nuevo intento de ser dramatica, pero, señores, al parecer yo no puedo ser dramatica ):

A ver si luego le hago una continuación, o yo qué sé.

Notas del capitulo:

Oh mi dios, no tiene lemon! (?)


Gracias a My Lady, como siempre, por betear la historia. Y por hacerme ver mis fallas y todo eso. Yo no sé qué sería de mi son ella v,v


La historia es mía, mía, mía, mía (: le voy a meter un pepino por el culo -sin lubricante- a cualquiera que cometa plagio. Cualquier parecido con la realidad es culpa de las drogas duras (?)

1


Al principio creyó que era su imaginación. Así tenía que ser porque... bueno, porque en primer lugar todo eso fue idea de su pareja. Un día simplemente llegó y dijo "vivirás conmigo" así, como una orden y no una petición. Y realmente no le molestaba ya que estaba enamorado, emocionado y no tenía razones para negarse.


Los primeros meses fueron buenos. Él siempre había sido una persona callada y reservada, pero pasaba tiempo a su lado, a veces preparaba la comida y le hacía el amor en cada rincón del departamento. En la ducha, en la cama, en el comedor, en la sala o en la primera superficie plana o semiplana que se cruzara en su camino. Una vida sexual algo intensa y muy gratificante.


Entonces, ¿qué había pasado?


Como si en los primeros meses hubieran explotado la "llama" de su relación hasta el extremo, poco tiempo después el contacto era nulo. Los besos fugaces y las palabras escasas. Pensó que quizás su trabajo le mantenía ocupado o agobiado. Que quizás la vida de pareja no significaba estar uno sobre el otro a cada minuto.


Pero cuando las palabras cortantes fueron la respuesta continua a sus intentos de conversación y el contacto que quería mantener aunque fuera en la cama era fríamente evitado supo que no, no era su imaginación.


¿Hubo amor al principio? ¿Sólo se estaba "rascando la comezón" que tenía por un cuerpo masculino? ¿Era necesario llegar al punto de pedirle vivir con él para meterse entre sus piernas? Estaba tan enamorado que con sólo decirle palabras bonitas al oído se habría entregado sin chistar.


Soltó un suspiro resignado mientras terminaba de acomodar las pocas pertenencias que eran totalmente suyas. El lugar estaba lúgubremente silencioso aun cuando los dos estaban en casa. Quizás su ahora ex pareja estaba trabajando en quién sabe qué cosas y él silenciosamente tomaba sus cosas para perderse entre las calles de la ciudad aceptando el gran error que había cometido.


Ya en la puerta observó por última vez el lugar, extrañando cada rincón que en algún momento llamó hogar. Pensó en despedirse, decir adiós con la esperanza de obtener un "quédate" como respuesta. Pero había luchado una y otra vez durante ese mes para avivar la chispa entre ellos, obteniendo fracaso tras fracaso. Quizás estaba haciéndole un favor a ambos. Alejarse y mantener distancia, como debió ser desde el principio.


Observó las puertas del ascensor mientras esperaba que llegara este sin pensar en nada en particular. Quería dejar su mente en blanco. No iba a llorar, por el poco orgullo que le quedaba no iba a llorar y se marcharía con la frente en alto.


—¿Te vas? —Escuchó su voz detrás de él y no pudo evitar reprimir el saltito involuntario por el susto. Tenía esa molesta manía de ser extremadamente silencioso.


Simplemente por el placer de ver su rostro una última vez, giró la cabeza, observando ese porte tranquilo, los pies sin calzar, el pantalón arrugado, la camisa por fuera y con los primeros botones desabrochados, el cabello oscuro totalmente enmarañado y el rostro cansado. Justo la misma imagen que tenía durante sus primeros meses viviendo juntos, donde el sexo era bueno y los dos siempre lucían cansados y satisfechos.


Agradeció tener eso como última imagen, donde había buenos recuerdos y no dolor e indiferencia como el último mes.


—Sí —susurró cuando el sonido del ascensor llegando le regreso a la realidad.


—¿Vas a volver después? —Nuevamente escuchó su voz, tranquila e inflexible y supuso que se refería a si volvería por algo más. ¿Qué otra cosa podía esperar?


Sonrió de forma nostálgica, llevaba con él sus sentimientos y su amor ¿qué otra cosa le haría volver?


—No he dejado nada… —hizo una pausa, pensando en si debía decir algo más, pero había sido suficiente—. Adiós.


El sonido de las puertas cerrarse y el chirrido de los cables que movían el aparatejo fueron sus únicas respuestas.


Así que eso era el final.


2


Le sorprendió un poco darse cuenta de la facilidad con que el mundo seguía su curso a pesar de todo. La primera semana había sido realmente difícil buscando donde quedarse, ya que su familia le había dado la espalda por “maricón” y, sobre todo, por tener la absurda idea de irse a vivir una vida de libertinaje con otro tipo, diciendo que al final se arrepentiría. Y vaya que estaba realmente arrepentido, aunque eso no tenía nada que ver con su homosexualidad. El arrepentimiento era por haberse arriesgado por algo que realmente no valía la pena, era igual haberlo vivido con él u otra persona  su familia no le apoyaría al final.


Así que recurrió a algunos amigos los primeros días. Con el dinero que ganaba en su trabajo y el tiempo que dedicaba a sus estudios no le quedaban muchas opciones. Pero cuando un compañero le propuso rentar un lugar juntos no lo pensó demasiado. Era un departamento pequeño, con paredes de papel –continuamente escuchaba al vecino follar- pero tenía buena ubicación a buen precio, así que no podía quejarse. Veía más a su compañero en la universidad que en la casa, entre tareas, trabajo y la novia exigente que tenía el chico, le sorprendía que durmiera en algún momento.


Fue un mes largo y tedioso que, al menos, le tuvo lo suficientemente distraído como para pensar en porqué se encontraba ahí. Pero ahora que las cosas estaban más tranquilas y tenía muchas horas muertas durante las tardes del fin de semana, realmente se sorprendía al verse a sí mismo ahora, sin dramas como pensó que estaría, destrozado y pensando que la vida no significaba nada.


Pero no, estaba ahí, tirado cuan largo era sobre el sofá pensando que, en realidad, la vida no tenía por qué detenerse por una relación fallida y no contar con tu familia para nada. Era bastante deprimente, si se veía desde fuera, pero de alguna extraña forma se sentía en paz con el universo.


O quizás era esa costumbre que ya tenía por la soledad lo que le mantenía, de cierta forma, con esa mentalidad positiva.


Quizás debía considerar la idea de comprar una mascota.


3


Fue al mes y medio que volvieron a encontrarse. No tenían amigos en común, no estudiaban, trabajaban o se relacionaban en el mismo ambiente, así que no había excusas viables para toparse por casualidad. Ese pensamiento le hizo plantearse exactamente por qué habían comenzado a salir y, sobre todo, llegar a la decisión de vivir juntos.


Pensaba en ello mientras le veía caminar tranquilamente por la tienda donde se habían encontrado. Su cabello estaba igual de negro y enmarañado que siempre, los ojos verdes caídos le daban un aire nostálgico. Su expresión permanecía neutra mientras avanzaba como si el mundo fuera suyo, con una seguridad envidiable. Un chico bajito y de rizos rubios le seguía con una increíble sonrisa llena de felicidad, parloteando hasta por los codos y tuvo la sensación de estarse viendo a sí mismo un par de años atrás, cuando acababan de conocerse.


Ahora recordaba cómo fue. Había sido casualidad, sin duda alguna. Él corría como alma que lleva el diablo por las calles, con el cabello rubio ondeando al viento en desordenados mechones y los ojos azules llenos de angustia porque llegaba tarde a algún lugar. El choque fue inminente al dar la vuelta en una esquina y entre disculpas torpes y pasos apresurados no se dio cuenta de que perdió la cartera. No hasta que un moreno de porte imponente y ojos cansados se plantaba frente a él en su trabajo para devolvérsela.


Había sido un detalle simple y desinteresado que, en realidad, le había encantado. Así que, inventando mil y una excusas, sobre agradecimientos y favores que le debía, comenzaron a frecuentarse poco a poco. Él hablaba mucho y el moreno apenas aportaba algo a la conversación. Pero nunca se negaba a verle, siempre le miraba mientras hablaba y, en realidad, si le hacía una pregunta respondía sin chistar. El primer beso nació por parte del chico de ojos verdes y él lo aceptó porque había esperado por eso desde el primer momento.


De ahí a tener sexo realmente fue poco tiempo y vivir juntos tomó menos aún. Quizás por el inminente rechazo que recibió por parte de su familia. Quizás el otro le veía como caridad. Como si realmente necesitara el favor.


Contuvo ese pensamiento y el coraje que comenzaba a nacer en su pecho, sintiendo cómo toda esa tranquilidad que había logrado obtener en ese mes y medio se esfumaba con tan solo verlo un par de minutos. No quería volverse a llenar la mente con miles de “quizás” o “tal vez…” porque realmente era agotador y no necesitaba eso.


Iba a retirarse todo lo discretamente que le fuera posible del lugar para que la pareja no reparara en su presencia.


Y si volvemos a los quizás, podemos decir que quizás fue el karma o su mala suerte, o quizás no fue tan discreto… pero que sus miradas chocaran y  todo su cuerpo temblara ante eso fue inevitable. Y quizás no estaba tan recuperado ni era tan indiferente a la situación como le gustaba pensar.


4


Después de ese encuentro vinieron un par más, siempre en lugares públicos y con diferentes personas. No estaba muy seguro de si el otro lo hacía a propósito o realmente era tanta su mala suerte –o su karma acumulado-. Y en todas las ocasiones, de una u otra forma sus miradas se encontraban. Le daba miedo salir de casa y volver a verle. ¿Estaría pareciendo un acosador? ¡Ni siquiera tenía la intención de encontrárselo!


Sabiamente volvió a las horas muertas en su sofá, viendo televisión o simplemente mirando al techo como si fuera la cosa más interesante jamás creada. Y era patético, pero realmente necesitaba deshacerse por completo de todos esos sentimientos antes de afrontar con seguridad el mundo real. Quería tener esa misma seguridad al caminar, sin miedo y creyéndose el rey del mundo. O al menos poder levantar la cara mientras sus pies le llevaban por el camino, sin parecer que a cada segundo se echaría a llorar en el primer rincón que encontrara.


Ahora sí que era toda una quinceañera hormonal.


El insistente sonido de su celular le sacó unos instantes de ese tipo de pensamientos.


Vio el aparato sonar desde la mesita de centro de la sala y estiró todo lo que le era posible su brazo para alcanzarlo, negándose a incorporarse o moverse más de lo necesario. Pero el dichoso aparato estaba más allá del largo de su alcance y consideró seriamente ignorar la llamada. Se estiró un poco más, moviendo ligeramente el cuerpo hasta la orilla del sofá, sin realmente ganar distancia. Desesperado y en un movimiento brusco estiró de golpe el brazo, alcanzando el celular y terminando de bruces en el piso.


—Puta madre —farfulló molesto desde el piso, aceptando la llamada sin ver el número—. ¿Diga?


Sólo el silencio fue su respuesta, ni siquiera intentó incorporarse para estar en una mejor posición, y no con la mitad inferior del cuerpo sobre el sofá y el resto en el suelo, en una postura algo rebuscada y hasta incómoda, pero temía hacer ruido al moverse y no escuchar entre tanto silencio.


—¿Diiiiiiiiga? —Volvió a decir, con tono algo cómico y por hacer la gracia.


Pero era puro silencio de nuevo así que, sin pensarlo dos veces, cortó la llamada. Quizás habían colgado al ver que tardaba en contestar. El número era privado así que realmente no tenía caso pensar más en ello.


Dejó el celular sobre la mesa y como pudo, se incorporó, sobando un poco el hombro sobre el que cayó todo su peso.


Iba rumbo al baño cuando el aparato volvió a sonar, sobresaltándole a tal grado que giró bruscamente el cuerpo. No se había alejado mucho de la mesa, por lo cual uno de sus dedos impactó contra una de las patas.


—¡Coño! ¡Mierda! ¡La madre que los…! —Comenzó a dar saltitos por el lugar. Tomó bruscamente su celular, viendo de nuevo que era un número privado, así que pulsando agresivamente los botones, respondió—. Si vas a llamar y quedarte en jodido silencio ve y háblale a tu puta madre, joder —y, sin más, eso estrellándose contra la pared era su celular.


Qué más daba, pensó ofuscado y tirándose de cara contra el sofá, esta vez teniendo mejor suerte y cayendo de manera segura. Nadie le llamaba. Si alguien tenía algo que decirle lo hacía por Internet. En realidad tenía el aparatejo ese porque él solía mandarle mensajes pidiéndole que comprara comida de camino a casa o alguna otra cosa que fuera necesaria. Nunca llamaba, nunca sabía qué decir, era su excusa. Un mensaje era más práctico y aunque le parecía una costumbre un tanto fría, la respetaba.


Y ahora hasta el maldito celular le traía recuerdos. Pensó si estaba en alguna clase de fase de superación de la ruptura. Lo que era extraño porque, al parecer, se estaba yendo por mal camino si había comenzado por la aceptación… o ¿quizás la negación? ¿En qué fase estaba? ¿La depresión?


Estaba a nada de ir a comprar helado de chocolate y ponerse  ver películas de Disney para llorar en condiciones. Pero nuevamente debía recordarse que él no era ninguna quinceañera, que tenía veintitrés años y eso de ver películas de Disney en una fase depresiva no era especialmente masculino. Por muy gay que fuera, le gustaba su pene. Bueno, le gustaba tenerlo, no es que le gustara su propio pene por ser gay porque, bueno sí, le gustaban los penes y eso…


Detuvo todo pensamiento porque, en serio, era demasiado surrealista seguir por ahí.


El largo y molesto ruido del timbre sonando fue la excusa perfecta para enfocarse en cualquier otra cosa, justo lo que necesitaba. O casi, porque la verdad no quería realmente volverse a levantar del sofá. Uno de sus pies punzaba dolorosamente y ¿quién podría ser? Su compañero estaba trabajando, o en clases, o con la novia o quizás estuviera dormido en su habitación, la verdad no estaba muy pendiente de su vida. Y no es que no tuviera amigos, pero no solían ir mucho por su casa.


El sonido volvió a repetirse un par de veces y de forma más insistente, por lo que soltando un gruñido poco elegante, se incorporó del sofá y caminó hasta la puerta.


Si era algún vendedor, estaba preparándose mentalmente para atormentar al pobre desgraciado por importunarle de aquella manera. No estaba de humor. Hacía mes y medio que no estaba de humor y algo le decía que pronto llegaría al límite de su paciencia y de su posible negación,  pronto estaría llorando en alguna esquina mientras le mentaba la madre a todo ser vivo.


Era muy malo eso de guardarse las emociones.


Todo pensamiento murió totalmente después de abrir la puerta. El elegante: “¿Quién coño es?”, ni siquiera llegó a formarse en sus labios cuando hasta la respiración se le cortó. Era muy posible que tuviera los ojos ridículamente abiertos y si no estuviera mordiéndose el labio inferior, también tendría abierta la boca de forma muy poco digna y masculina.


Contuvo las ganas que picaban en sus manos por frotarse los ojos, y el impulso de cerrar la puerta de golpe y regresar a la cama. Sinceramente, eso debía ser un sueño –una pesadilla, si le preguntan- o algún macabro juego por parte de su mente.


—¿Qué haces aquí? —dijo en tono estrangulado porque al parecer el otro no tenía la más mínima intención de decir algo y realmente necesitaba romper el incómodo silencio que se había instalado entre ellos.


Estaba tal y como lo vio la última vez de cerca. El cabello hecho un revoltijo negro, los ojos verdes se mostraban cansados, la camisa escapaba entre los pantalones y llevaba unos tenis negros y blancos. Nunca había sido un hombre demasiado formal a pesar de ese porte elegante que ni el pijama lograba arrebatarle.


Pasaron un par de minutos, que en realidad al rubio se le antojaron horas, en que el silencio volvió a instalarse entre ellos, sin dejar de mirarse a los ojos ni por un segundo. Consideró seriamente cerrar la puerta y fingir que eso ahí fuera era sólo algo de su imaginación e intentar continuar con su vida, otra vez. Pero cuando estaba por moverse, esa voz que tanto adoraba, profunda y tranquila, volvió a inundar sus oídos, dejándole clavado en su lugar.


—Sí olvidaste algo —dijo el moreno y, de alguna forma, eso que escuchaba resquebrajarse era posiblemente su corazón.


Claro, ¿qué más podía ser? Y por mucho que le pareciera extraño que el otro fuera a devolverle algo, quizás quería deshacerse de todo recuerdo de su persona. O no dejar rastro de su existencia en el departamento para poder llevar a alguien más.


Intentó por todos los medios que la desilusión pintada en sus ojos no fuera demasiado notoria.


—Oh… —exclamó después de un rato, carraspeando para que la voz no le saliera entrecortada— ¿Qué es? Pudiste tirarlo, no creo haber olvidado algo impor…


Pero ni después de diez años de ruptura habría estado listo para sus próximas palabras.


5


Tuvo que admitir que fue cruel de su parte, pero la carcajada nació en su garganta y le fue imposible contenerla una vez procesó las palabras del moreno.


Porque en sus recuerdos era un hombre callado, reservado, hasta frío, algo cruel, poco detallista y ni una vez, que pudiera realmente recordar, le había dicho que le quería, mucho menos que le amaba.


Así que cuando escuchó la frase:


—Me olvidaste a mí.


Su expresión debió ser tan estúpida como el sonrojo que se extendió por las mejillas del otro.


Y ahí estaban los dos, sentados uno junto al otro en la sala de estar. Él recuperándose de su ataque de risa y el otro con el rostro enterrado entre sus manos, mascullando quién sabe qué.


—Dale un chocolate de mi parte a quien te haya dicho semejante tontería —se escuchó decir un poco más tranquilo, intentando respirar con normalidad.


Por alguna razón se sentía muy tranquilo, casi en paz. Pero esta vez era una paz verdadera y no autoimpuesta. Tenía mucho sin reír y, de una u otra forma, agradecía que fuera el moreno quien le hubiera hecho divertirse tanto.


Se dio cuenta de que el hombre a su lado mascullaba un par de cosas que eran amortiguadas por sus manos y le eran inteligibles.


—¿Eh? —preguntó intentando quitarle las manos de la cara.


El moreno quitó una de sus manos y le miró por el rabillo del ojo, aún demasiado sonrojado como para mostrar más de su rostro.


—Un amigo —Fue todo lo que salió de sus labios para volver a esconder la cara entre sus manos.


—¿Un amigo te dijo que vinieras aquí, soltaras la frase más cliché del manual y luego qué? ¿Cabalgábamos hasta el atardecer en un corcel blanco? —Y aunque su intención era sonar sarcástico, la idea volvió a darle un ataque de risa.


—No es gracioso —escuchó nuevamente a su lado.


Intentó serenarse nuevamente y, limpiando una lagrimilla imaginaria de uno de sus ojos, volvió a la charla.


—Pero claro que lo es, en serio. Es MUY gracioso. Y quizás lo fuera más si lo entendiera por completo. ¿Qué haces aquí? —Repitió la pregunta, más serio y sin rastro de sonrisa en su rostro.


Cuando el moreno pareció tranquilizarse, se incorporó en su asiento y girando un poco la cabeza volvió a mirarle de nuevo a los ojos.


Iba a soltar un bufido molesto si volvían al jueguecito de miradas, pero esta vez el silencio duró poco.


—Me dijo que no podía ser tan tonto para dejarte ir así como así. Y todos decían que no entendían qué había pasado. Yo tampoco lo sé muy bien. Entonces ella dijo que eras lo mejor que me había pasado y yo también lo creía, pero, ya sabes, no soy bueno diciendo las cosas —ni explicándolas, pensó el rubio intentando seguir el hilo del monólogo—. Entonces todos daban su opinión y consejos y no sé cómo pasó un mes y medio, así que tomé la primera sugerencia, llamarte por teléfono, pero no sé qué decir por teléfono, ni siquiera sé qué decir en persona —y la verdad es que le daba toooda la razón—, cuando me di cuenta ya estaba frente a tu puerta y no sé porqué dije esa pendejada, él dijo que funcionaría y entonces…


—Ya, para, para… —dijo levantando una de sus manos en señal de alto. En su cabeza comenzaba a sentir el inicio de una jaqueca y aún no estaba ni a la mitad de descubrir por qué estaba ahí—. ¿Él? ¿Ella? ¿TODOS? —realmente le gustaría saber quiénes eran todos. No conocía muy bien a sus amigos ni a su familia, pero tampoco se relacionaba mucho, que él supiera.


—Compañeros del trabajo, mi hermana. No hablamos mucho, pero no sé cómo se dieron cuenta de las cosas.


El rubio creía recordar vagamente a su hermana, pero no estaba totalmente seguro. No estaba totalmente seguro de nada.


—¿Cómo que no sabes qué pasó? —Intentó enfocarse en lo que sí entendía.


—Sé que es culpa mía —murmuró desviando la mirada.


—Entonces SÍ sabes qué pasó —masculló ácidamente, también desviando la mirada, ahora ligeramente más deprimido que antes.


—Me refiero a que no sé qué pasó conmigo —explicó el moreno, frotando sus manos en señal de nerviosismo—. Nunca había estado tanto tiempo con alguien. Nunca nadie me había soportado tanto tiempo… no sé… yo no sé cómo manejar las cosas… Puedo ser afectivo, o algo así, pero cuando las demás personas son cariñosas conmigo o dicen palabras de afecto o todas sus acciones se ven enfocadas en mí, es como… como si me diera miedo.


De nuevo se quedaron en silencio. El rubio esperaba algo más de todo eso, pero el otro parecía hundido en sus pensamientos.


—Tienes la idea de que estoy muy seguro de mí mismo —continuó después de un tiempo—. En realidad creo que todos tienen esa idea, no sé por qué. No soy reservado, ni frío, ni misterioso. La verdad simplemente es que a veces no sé qué se supone qué debo decir. Me aterra decir o hacer algo equivocado. Y entonces tengo esa mala manía de alejarme, porque creo que las cosas se solucionaran por sí solas.


El movimiento de sus dos manos sobre su negra cabellera, enmarañándola más, fue casi hipnótico y por un momento distrajo al rubio, que intentaba comprender cada palabra.


—A veces es necesario hablar con otras personas, aun si las palabras se sienten equivocadas. Así se inicia la comunicación entre dos personas, lo cual, me parece, es muy importante —se escuchó decir, sin ser realmente un reclamo, casi como una recomendación a futuro.


—Lo sé, por eso estoy aquí, para hablar contigo.


Y después de esa frase, el silencio se volvió demasiado denso. No sabía si era su turno de decir algo o si el moreno agregaría algo más porque, pensando en ello, ¿qué sentido tenía hablar las cosas a esas alturas?


Soltó un suspiró de angustia, demasiado abrumado por todas las cosas que estaban pasando. Definitivamente nada lo había preparado para ese momento.


—Te quiero —Fue lo que rompió el silencio y detuvo su respiración.


Su rostro giró tan rápido buscando la mirada del moreno que estuvo seguro que eso que tronó con fuerza era su cuello resentido.


—¿Qué? —Escuchó su voz lejana, como si fuera ajena a su cuerpo. No pudo haber escuchado eso, no en esa situación y mucho menos cuando se suponía que debía seguir adelante.


Definitivamente el ardor de su rostro no era un estúpido sonrojo ni eso tan ruidoso su corazón palpitando.


Y, mierda, no era posible que el moreno estuviera igual o mucho más sonrojado que antes.


Bajó la mirada mientras soltaba una risita nerviosa y medio estúpida, recriminándose por ser de verdad tan maricón.


Sus manos fueron envueltas por las del moreno y se sentía en una escena de novela rosa y romántica y no podía, de verdad, importarle menos patear de esa forma su masculinidad.


—Si no quieres regresar lo entenderé, sólo quería decir…


A veces era realmente innecesario que el otro se pusiera tan conversador, así que unió sus labios, con tranquilidad, recordando su sabor y su calidez.


Cuando las lenguas entraron en contacto el beso perdió el toque inocente y casto hasta volverse bastante desesperado y húmedo. Los dientes buscaban los labios y las lenguas se frotaban como si el tiempo que estuvieron separados hubiera sido demasiado doloroso.


El rubio se sintió un poco tonto porque, a pesar de haber tenido una relación con él, no conocía lo suficiente al moreno para ver todas las inseguridades que lo envolvían. Se encontró a sí mismo adorando ese lado suyo que, en realidad, siempre había estado ahí. No era un chico maduro y seguro. Al contrario, era tímido y algo cobarde y  encontraba esa parte demasiado adorable.


Se aferró a su cuello con fuerza, suspirando un poco cuando se separaron.


—Podemos… ir lento, ya sabes –y aunque ni él mismo sabía, ver esa pequeña sonrisa en el siempre imperturbable rostro del moreno, y el brillo esperanzador en los ojos siempre cansados le hizo saber que no tardarían otro mes y medio en volver a vivir juntos.


Pero, por ahora, quería simplemente saborear ese momento. 

Notas finales:

Sep, ese es el final ¿qué quieren que les diga? Quizás, QUIZÁS algún día haga una segunda parte.


Si me da la gana, muahahahaha (?)


Dra no sabe hacer drama *se va a llorar por ahí*


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