El aroma especial que tu cuerpo emanaba como el sutil veneno que se tornó, infligió el daño esperado en mi vivir. Pues tras hacerme un adicto a ti, a tu cuerpo y a tu cariño, lo has alejado. Arrancando aquellos momentos de raíz.
Y sonrío humildemente puesto que la única salida que puedo apreciar es vivir sin ti. Volver a encajar mi mundo sin tu maravillosa presencia. Sin lo magnífico de tu sonrisa. Sin tu mirada de ensueño. ¿Quizá ahora si pueda crecer? ¡Quizá no! No puedo saberlo.
Recuerdo el pesado sonido de tus palabras: “tu infancia no quisiera arrebatar”. Me entristece recordarlas, porque no ha sido lo único que te llevaste. Sí, al irte, se fueron detrás de ti los sueños, las batallas ganadas, las ilusiones; y a mí derredor baila impoluta la esencia del ayer.
El frutal aroma de tus cabellos negros no me dejará de sorprender, de hecho, esa armoniosa amalgama aromática ha dejado paso al hedor del desamor. Como también lo ha hecho el dulzón de tu piel. Aquel perfume que desterró mis quimeras y a una vez liberó mis demonios; extinguió la fuerza de mi alma. Pues ahora camino sobre espinas que recuerdan lo malo de mi decisión. Ya el fétido perfume del marchito corazón que alberga mi pecho, me hace recordar lo que alguna vez fuimos tú y yo.
Quisiera llorar, bramar de tristeza. No lo hago. Ahora comprendo que es innecesario utilizar el corazón cuando las reglas del juego no son de dos. Lastimado como nunca antes, desenredo letárgico los momentos vividos.
La atmosfera es brumosa ahora que no estás. Ahora que te vas. Ahora que soy un ciego y adicto a ti. Del borde de mis turbados ojos, una lágrima llena de amor aparece y comienza su viacrucis lastimando cada poro, cada recuerdo y cada sentimiento, hasta morir en mis labios.
¿Quiero saber el porqué de esta situación? Aun no lo tengo claro. Quisiera volver mis pasos, obligar al reloj que de su vida hacía atrás. Y no apostar por ti. No adentrarme en las desconocidas brumas que son tu vida. Anhelaría el no haberte entregado no solo el corazón, sino todo lo demás. No haber dado a manos llenas todo este amor que simplemente utilizaste como un puerto muy poco importante. Convulsiono en un fiero llanto. Y reniego de lo mucho que te adoré. Lo mucho que deseé conocer del hombre que admiré en mi juventud. Lo hago, reniego, pues tu realidad terminó por destruirme. Aquel caballero solo es un calco superficial de lo que un jovencito creía que existía.
A tu diestra no hubo secretos. Mi alma se diluyó cuantas veces deseaste, dejándote conocer la totalidad de mi vida. Conociendo mi pasado, mi presente y mis futuros deseos. ¿Pero yo de ti, qué conocí?
Me veo como el pequeño infante que del cobijo paterno recién salió y tras el primer inseguro y torpe paso de bruces cayó. Mucho más allá del suelo. Mi caída representó la más grande de mis pérdidas. Mi dolor aumenta si mientras deshilo la historia de los dos encuentro más y más suplicios. Más dolencia y más desamor.
Cada imperfección que parecía no serlo, lo vuelve a ser. Dime pues, ¿todo mi cariño acaso no importó? ¿Las veces que me entregué a tu cuerpo únicamente las recuerdo yo? ¿O es acaso, que jamás pude llegar a ser lo que necesitaba tu razón?
La soledad y la oscuridad vuelven a arrebolarse a mí alrededor. Suspiro los últimos recuerdos del perfume que mi vida hechizó. Y como si fuera el sacrilegio más profano, la imagen que sirvió de detonante revive en mi pupila. Cierro los ojos. Sin embargo no me abandona. Sigue allí, brillante, cual cuerpo celeste impregnado en la oscuridad de mis pensamientos.
No quiero oír palabra alguna proveniente de tu boca, que enmarcada con aquellos finos labios expresó pocas veces lo que en realidad era yo.
El miedo danza su macabra coreografía dichoso en volverme a ver así. Mas sin embargo ¿de quién es la culpa? ¿Tuya? ¿Mía? ¿De ambos? Triste y solitario me revuelvo en mi rincón y recuerdo que el deseo jamás fue amor y que nuestra pasión lo que me deja es un vacío inmenso en mi pecho que se llena vorazmente de dolor.
Me veo en el silencio de la oscuridad. Soy débil, frágil, y los restos de mí reposan inexistentes en uno de los lechos que nos fueron necesarios al expresar lo que fuese que tuvimos. Quizá los deseos, los anhelos, la pasión, o bien pudo ser el amor.
Una mortecina luz se refleja en la inconciencia de mi estado. Tu cuerpo se diluye en la bruma pastosa de los recuerdos perdidos. Tú picara pero infantil sonrisa se desdibuja. La ferocidad felina de tus ojos oscuros se pierde en el vacío en que me has hecho caer.
Sabiendo cual ha sido el fallo, retomo las fuerzas perdidas. Y detengo mi clamor al anciano reloj, que es la vida. Pido que no siga su marcha hacia atrás. Disfrutaré el dolor, pues al igual que disfruté el cariño lo debo hacer con lo que sucedió. Rememoraré con candor y sin perderme más en la tristeza nuestra historia. Pues saber que fuiste mío el tiempo que todo aquello duró me llena de felicidad. Debido que a tu lado pude conocer la amistad, la camaradería y el amor. Pero la vida juega a mi contra y, ¿qué puedo hacer yo? Como uno de los muchos peones que habitamos en sus extensas y diversas tierras, únicamente debo seguir adelante. Jugar su juego hasta el final.
Un cálido sentir inunda mi vida. No sé bien que será. Y las fuerzas vuelven a mis piernas debilitadas cual flor marchita. Y escucho la voz melancólica del argentino que tú escuchabas. Algunas palabras se cuelan a la atmosfera deprimente que reina a mi derredor.
Las escucho y las comprendo.
Y sé que tú estarás sin mí. Y sé lo qué debo hacer con mi amor, el que era para ti. También sé que debo seguir. Y saber que todo el amor que entregué no fue suficiente para ti. Quizá ha sido demasiado y no supiste que hacer con él. Con la locura de mi amor.
El reggae resuena más alto y me trae de vuelta. Sonrío. Mi sonrisa lo es por vez primera, desde aquellas situaciones, feliz. Mis labios se enmarcan tranquilos y comienzo a reconocer lo que teníamos tú y yo.
Un escalofrío recorre mi espina dorsal. La tristeza se disipa y con ella la bruma. La oscuridad cede y con ella se van tus facciones. Mi corazón marchito renace en botón primaveral; aguardando la nueva vida. El podrido aroma que me dejó impregnado el recuerdo de tu perfume tras acabarse nuestra pasión, me abandona. Los mágicos momentos los guardo en mi corazón. De los otros, aprendo lo mejor. Tu voz me acompañará como un sol. Inmediatamente recuerdo que ya no estarás. No entristezco. Sigue siendo lo contrario.
Como si de una rendija se tratase, veo un resplandor. Levanto lentamente las manos debilitadas como pergamino antiguo, con miedo de poderlas destruir. Mientras mis piernas de pétalo marchito se vuelven fuertes. Las extremidades se tornan de carne y hueso. La libertad que presentía llegará a elevar mi alma. Pronuncio algunas cosas sin sentido pero mi corazón arde y deseo lo mejor para ti. Que seas feliz. Que tu vida sea lo que quisiste. Y, quizá, si algún día decides volver ya no esté aquí. Aunque eso no importa, pues te llevaré en el pensamiento como el suceso más bonito de mi vida. El que no cambiará.
Un aire más agradable me envuelve. Es el perdón, puesto que lo he hecho. Te he perdonado. Y lo comprendo. Sé que lo mejor es decir adiós.