Iris había pasado toda su vida encerrado, cuando era pequeño sus padres lo vendieron a un hombre que recogía niños para ofrecérselos a hombres poderosos y adinerados a cambio de una gran suma de dinero.
El odiaba esa vida, por suerte aun nadie se lo había llevado. Pero había visto como sus amigos y compañeros eran arrastrados con sus nuevos "dueños" como los llamaba el hombre que los vendía. Había escuchado a los niños gritar y sollozar mientras se los llevaban. Siempre había vivido con el temor de que un día también seria llevado como todos.
Con sus dieciséis años aun no había sido vendido a nadie, tal vez se debía a que su apariencia era poco común mas que decir distinta, su cabello rojizo, sus grandes ojos esmeraldas y su cara llena de pecas lo hacían distinto y menos apetecible que los otros niños.
La noche en que lo conoció. Al hombre misterioso, el con ropa elegante y al mismo tiempo muy extravagante, el que daría un vuelco a su vida por completo. Era una noche en que la luna se veía imponente sobre el cielo oscuro azabache como el del extraño, así lo recordaba.
Por alguna razón se encontraban en un pequeño pueblo extraño que ni siquiera en el mapa aparecía. El jefe no quiso desaprovechar la oportunidad y de todas formas hizo su espectáculo. Como siempre se comenzó con una gran presentación y luego presentaron a los niños.
Iris se escondía observando a su alrededor tal vez esta sería su oportunidad para escapar. Logro pasar a los guardias y se dirigió por una callejón alejándose, hasta que sin darse cuenta choco contra algo duro. Al alzar la vista se encontró con dos estrellas, o eso es lo que pensó. En medio de toda la oscuridad dos estrellas lo iluminaban como si les mostraran el camino para escapar. Había quedado hipnotizado mirándolas que no se movió ni un centímetro, hasta que una voz lo saco de su ensoñación.
-Lo siento señorita, ¿se encuentra bien? -pregunto la voz con un tono elegante y cortes.
-Eh... Ahh... - negó con la cabeza algo atónito y pudo notar que no se trataban de dos estrellas sino un par de ojos. Junto con una hermosa sonrisa y un cabello tan oscuro que había confundido con la noche.- S-si... estoy bien no se preocupe - se soltó del agarre del mayor de forma algo brusca. Mirando el enigmático rostro del extraño no podía descifrar lo que este estaba pensando -Lo siento debo irme - Hizo una leve reverencia y corrió de vuelta con los demás.
No se preocupaba de que lo confundiera con una chica ya que con su contextura delgada y pequeña, su larga cabellera y sus fauces tales como los de un niño o una chica hacían que muchas veces lo confundieran. Pero lo que más temía en ese momento era el extraño. Por lo que había oído esa tarde de los demás, este era un pueblo maldito. Lleno de toda clases de peligros, monstruos y bestias. Y el misterioso hombre había demostrado que no era un simple humano, sus ojos dorados tenían algo que lo hacía distinto, sus manos fría pero suaves cuando lo agarro, su voz tan misteriosas... Negó rápido con la cabeza. No! aléjate, corre! le decía su mente. Peo ese hombre tenía algo que lo llamaba… lo atraía.
Corrió entrando apresurado por la puerta trasera del bar. Iba a esconderse cuando uno de los guardias lo tomo por los brazos.
-¡Niño! ¿dónde te habías metido? vamos, es tu turno -Lo empujaron hasta hacerlo formar en la fila junto a los demás.
Podía escuchar los gritos, aplauso y silbidos en el escenario. A medida que avanzaba sentía temor. Temor porque lo compraran, por el extraño con el cual se había encontrado, temor por lo que le harían esos hombres y… temor por no volver a ver al misterioso chico.
Entrecerró los ojos por la fuerte luz que iluminaba el escenario el cual le daba directo en el rostro. Pudo escuchar gritos y aplausos provenir de los compradores, pero todos ellos desaparecieron de su mente cuando diviso en medio de todos al joven de ojos dorados. No se encontraba adelante del escenario peleando con los otros, sino en la parte de atrás. Miraba todo con una apenas visible sonrisa y una mirada sombría, como si riera de algún chiste privado que nadie mas que el sabe. Alza la vista y su mirada se encuentra con la de Iris, dorado y esmeralda chocan entre si causando que todo lo otro desaparezca. No escucha gritos ni silbidos, no siente el olor del alcohol picar en su nariz ni la madera fría bajo sus pies descalzos. Solo puede ver la mirada de las estrellas contra la suya e incluso sentir como si esos fuertes brazos lo rodearan protegiéndolo.
Todo es oscuro como el cielo en una noche profunda sin luna, a lo lejos solo ve un par de estrellas. Estira sus manos tratando de alcanzarlas y desparecen... se ha quedado en la completa oscuridad.