Nuevamente sumergí mi cabeza debajo de la lluvia artificial quitando el exceso de calor que sentía en el momento. Normalmente acostumbraba a salir de noche, trotar con el acompañamiento de la luna y su frialdad. A excepciones de hoy, salir con el sol queriendo ahogar a todos no fue lo correcto; quizás haberlo pensando dos veces hubiese servido para notar que quedaría rojo y con insolación. Apreté los ojos escapando plenamente de esos pensamientos suicidas que se cruzaban por ahí; evité pensar que al lado mío había un rastrillo como nuevo, con filo, con mucho filo para poder cortarme sin ejercer tanta presión.
Bamp.
Las ganas de agarrarlo se hacían presentes.
Bamp.
Mi fuerza de voluntad estaba decayendo.
Bamp.
Se posaba en mi muñeca mientras las gotas de agua resbalaban.
Bamp.
No dudé en sacarle el filo, pasé los tres de una vez; tres cortes, seis, nueve, doce de un solo tiro. Pequeñas gotas de sangre caían al mismo tiempo que el agua sobre la muñeca. Una sonrisa de satisfacción se presentó y oficialmente estaba volviéndome loco con ésto. Estaba completamente seguro que no existía persona más bipolar y suicida que yo... O eso pensaba creer; era lo lógico, ¿quién sería capaz de cortarse doce vez en un día, sonreí al ver sangre y querer seguir con la otra muñeca hasta matarse? Absolutamente nadie, no era normal pero no me importaba. Soy feliz de ésta inigualable manera.
Giré del grifo saliendo lentamente de la ducha, tiré el rastrillo e apreté la muñeca cortada para que cicatrice un poco más rápido. Sequé mi cuerpo y lo vestí rápidamente antes de que alguien llegase a la casa y estorbe con preguntas estúpidas. Busqué entre toda la montaña de ropa sucia algo limpio con mangas largas, algo que tape por el momento las cicatrices; no podía maquillarlas, eso ardería y se contaminaría ¡y quién sabe qué más podría pasarme si lo hiciese! No había modo de que pueda arriesgarme en éste punto exacto del día. No a la tarde cuando debía salir por mi bien.
La puerta se abrió lentamente, la cabeza de la mujer de la casa se asomó sobre ésta con una sonrisa en los labios. Miré y proseguí atando las zapatillas ya puestas. Sentí su rodeo de ojos cuando la ignoré por completo. No tenía ganas de escuchar sus sermones ni deprimirme hasta terminar llorando. Íbamos bien. La cama se hundió, supuse que ella vendría a sentarse; sus manos acariciaron mi cabello húmedo.
—Hace tanto no hablamos. —Suspiró.— ¿Qué anda pasando contigo?
Ahora yo rodeé los ojos. ¿Era demasiado pedirle un poco de privacidad, que dejase de molestarme cuando andaba en mis días buenos? Creí ser obvio y directo cuando le refregué que estaba arruinando mi vida.
—Ya déjame de una vez madre, ¡me tienes harto! No puedo vivir en ésta casa sabiendo que invades mi privacidad. ¡No puedo seguir fingiendo que todo está bien! ¡Ya no soy un niño, ¿entiendes?! Soy una persona casi adulta, tengo derecho a poder salir, tener amistades, ¡relacionarme si quieres que te lo haga más simple! ¡Por la puta madre, mamá quiero que me dejes de molestar un poco! ¡Déjame respirar! ¡Consíguete una nueva vida y permítete un nuevo comienzo! ¡Ya deja de cagarme la puta vida de mierda que llego por tu maldita culpa, ¿oyes? Me cagas la vida, madre!
Entonces me fui corriendo hasta el parque a pensar que fui muy brusco diciéndole tantas barbaridades. En cierto grado tenía mis razones; necesitaba tener un poco de aire, un respiro de ella. Su presencia, su confianza conmigo estaba creciendo demasiado y soy solamente su hijo; no un hombre cualquiera haciéndose responsable de ella. Desde ese momento pensé que todo cambiaría pero sigue intentando mantener la relación madre e hijo. Era desesperante.
Sus manos ayudaron para que pudiese levantarse de la cama y caminó dejándome solo en la habitación de nuevo. Hacerle eso a alguien no era, claramente, mi forma de ser. Jamás había sido la clase de chico que insulta o agrede física y mentalmente. Un suspiró salió de mis labios siguiéndola mientras ésta estaba ya bajando el último escalón hacia la cocina. ¿Y si estaba enojada por mi falta de respeto? Después de todo... No, no y no. No podía rebajarme ante su presencia, era mi madre, la persona que me dio la vida; la mujer que me crió y educó; la persona que había estado desvelada y lo reconocía, llegaba a agradecerle ¡y la amo para ser franco conmigo mismo! ¡Pero no me deja crecer y estoy tratando de encontrarme!
Salí por la puerta cerrándola de un azote. Daba igual a quién le molestase en la casa, quería marcar mi presencia y rudeza. Fiché mi vista a la manzana, no me importaba nada más que ir lo más lejos posible del lugar; quería ser rebelde por una vez en mi vida. Sin que nadie pudiese molestarle, quería encontrar amigos con los cuales compartir historias, secretos, cenas, risas, sonrisas y carcajadas sea lo habitual o lo usual. Miré a mi alrededor, era un don nadie, adónde quiera que vallara nada me detendría. ¡No había persona que pudiera, es decir, no tenía a quien! Inhalé y exhalé levemente poniendo en marcha mis piernas. Pararía por una comida rápida cuando éstas llegaran a cansarse, mientras tanto, estaba al tanto de que no volvería temprano.