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Moonflower por BlackBaccarat

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Notas del fanfic:

Creo que soy de los últimos en publicar el fic. Bueno, dicen que mejor tarde que nunca y a mí me duele la espalda y tengo muchísimo sueño. Y mañana madrugo. 

No venía a desahogarme aquí, pero el planeta me odia (?).

Bueno, me tocó el Tsurumao y aquí lo tenéis. Es un fic raro pero espero que os guste. Es menos random que la sinopsis, por cierto.

Recordad pasaros por el resto de fics del desafío y dejar review si os gustan, no le hagáis asco a parejas raras. (?)

Notas del capitulo:

(Le pongo las sangrías mañana).

Las edades de los integrantes de Sadie no son oficiales, pero según rumores el orden de edad es, de más mayor a más joven: Aki y Mao, Kei, Tsurugi, Mizuki. 

En el fanfic Tsurugi conserva su pelo rojo por mi propia conveniencia. 

Estaba desorientado, con una mano sobre sus labios mientras sus lágrimas se desprendían sin descanso alguno de sus párpados abiertos. Llorando sentado sobre la cama y acurrucado contra la pared, tiritando mientras miraba fijamente cómo Tsurugi con su dedo índice sobre sus propios labios le mandaba callar.

—Ya pasó —murmuró liberándole del agarre.

Su expresión era afable. De cualquier forma el motivo por el cual Mao parecía tan asustado no era el guitarrista, ni mucho menos, más bien había sido el que había logrado calmarle.

Estaban en medio de una gira y por caprichos del azar les había tocado dormir juntos aquella noche. El menor estaba borracho y, aun así, mantenía el oído lo suficientemente fino como para haberle escuchado revolverse entre las sábanas, dormido, teniendo aparentemente una pesadilla no muy agradable.

Le había zarandeado, Mao se había asustado y, tratando de evitar que chillase —porque se veía con intenciones de hacerlo—, Tsurugi le había cubierto los labios con suavidad. Ahí estaban en ese instante, el de hebras rojizas ascendió la mano hasta sus cabellos, introdujo sus falanges entre aquellas hebras y las acarició con suavidad, entre que la respiración del contrario se tranquilizaba paulatinamente.

—¿Estás bien? —dijo Tsurugi en un susurro apenas audible, secándole las lágrimas con los pulgares. Mao alcanzó a asentir con torpeza.

—Sí…

Por esa respuesta, Tsurugi le dedicó una afable sonrisa antes de pellizcarle de forma cariñosa una de sus mejillas. Poco a poco, se había incorporado y abandonado la cama ajena para volver a la suya.

El guitarrista siempre había sido así. Tan calmado, tan amable. Inalcanzable, quizá. Mao nunca había tenido más noción de él que aquellas características. Siempre tenía una sonrisa en la cara y nunca podías esperar nada bueno de él. De alguna forma era como Mizuki. Sin embargo, justo en ese momento se dio cuenta de algo: ¿sabía algo de Tsurugi? No. Eran cerca de diez años juntos y siquiera conocía más de él que lo que dejaba mostrar a simple vista con demasiada efusividad. Un entero desconocido que nunca perdía la calma y a quien deseó pedir que durmiese con él, por tranquilidad, aquella noche. Pero no se atrevió.

 

Al principio, cuando Aki le trajo, a Mao no le había gustado nada Tsurugi. Tenía algo que le desagradaba y, aunque no era capaz de discernir qué era, le hacía mantenerse reticente. A pesar de ello, él nunca diría nada al respecto; sencillamente porque no se atrevía a quejarse de una persona. Callaría y lo aceptaría todo sin réplicas. En primer lugar porque siempre había temido enfrentarse a Aki, en segundo porque, ¿cómo iba a explicar que no le gustaba ese hombre sencillamente porque le daba mala espina? Resultaba ridículo. No quedaría en evidencia por algo como eso.

Aun así, ese tipo de pensamientos persistieron más de lo que hubiese querido, aunque eventualmente terminaron desapareciendo sin más, simplemente porque no tenían razón de ser. De todas formas, lo que sintió durante años y años fue indiferencia que disimulaba como podía. Y Tsurugi se había acercado a Aki; se había acercado a Mizuki; se había acercado a Kei, pero jamás trató de entablar una amistad con él. Probablemente porque se había percatado de esos sentimientos de parte de Mao que no indicaban más que rechazo. Se palpaba en el ambiente de alguna forma, pero el vocalista realmente nunca fue consciente de ello.

No se había interesado en él y, cuando aquello cambió y pudo indagar un poco más, su opinión cambió. Esa forma de juzgar a los demás en base a sus propios esquemas sin hacer un intento siquiera de probarlos, de comprobar si sus impresiones tenían algún tipo de validez, habían conseguido que, de nuevo, se equivocase. Esa persona que invisible para él hasta entonces, comenzaba a tomar forma y color eventualmente.

 

—Tsurugi, me gustas.

Un frenazo. Aquello sí que había sido una confesión inesperada.

Para el guitarrista, que en dichos instantes se encontraba conduciendo, había sido demasiado sorpresivo y solo había logrado asustarle.  Le miró con intriga y asombro, suscitando que la timidez de Mao despertase y que su primer instinto fuese salir huyendo, como solía hacer siempre. ¿Cómo habían acabado en una situación como aquella? Era más que largo de explicar. El vocalista no solo no sabía de dónde había salido la valentía para pronunciar esas palabras, tampoco sabía de dónde habían salido aquellos sentimientos hacia el guitarrista. Demasiados años de autoengaño, demasiados años huyendo de una persona que le asustaba por lo que podía llegar a motivar en él.

Se acababa de dar cuenta y tenía que decirlo en voz alta, de lo contrario, jamás hubiese llegado a atreverse en una ocasión futura. Sin embargo, el resultado de aquella acción llevada a cabo sin pensar no había sido la esperada, y la disonancia no tardó en alcanzarle al mismo tiempo que el miedo y la ansiedad.

—¿Puedes… repetirlo? —cuestionó dubitativo el contrario, pero terminó por propiciar que el vocalista se desabrochase el cinturón antes de salir del coche.

—Lo siento, olvídalo —fue lo único que dijo antes de cerrar la puerta.

—¡Mao!

No llevaba mucho tiempo parado pero empezaba a dificultar el tráfico y, por si fuese poco, su hasta entonces acompañante había tomado una dirección contraria a la posición en la que estaba el vehículo; de forma que para poder seguirle tendría que haber dado marcha atrás y eso no le era posible en la situación en la que estaba.

A pesar de que bajó la ventanilla y chilló su nombre varias veces, al final tuvo que desistir y dejar que se marchase emprendiendo él el camino en la dirección contraria sin quedarle más remedio.

Tsurugi era mucho más cuerdo de lo que a Mao le parecía y, del mismo modo, Mao era mucho más extraño y más incoherente de lo que el mismo Mao pensaba que era. ¿Salir huyendo de esa forma había sido sensato? ¿Lo había sido declararse? Tan tímido y tan inseguro… contrastaba tanto con el guitarrista que posiblemente eso había provocado ese apego recíproco que se había manifestado, aun así, de formas completamente distintas. El pelirrojo probablemente nunca habría pensado, si quiera de forma hipotética, en una relación de ese tipo con Mao. No era algo que hubiese podido imaginar, le había llegado de sopetón y sin tiempo para pensar en qué hacer estaba confundido y desconcertado.

Sin embargo y a pesar de todo, lo que sabía con certeza era que no podía dejar el tema así. En primer lugar porque Mao era demasiado inestable y solo de imaginar cómo debía estar en esos momentos se le partía el corazón y, además, necesitaba saber el por qué: ya no solo de esa declaración repentina, también del motivo de sus sentimientos hacia él.

Terminó picando a la puerta de su apartamento. Había tenido que aparcar lejos y se había acercado caminando, por lo que había tardado, al final, cerca de media hora. No creía que Mao le esperase o pensase que podría presentarse en su casa después de ese tiempo, lo que quizá ayudaba a estabilizar la situación, como podía lograr empeorarla. En cualquier caso, al igual que Mao cuando se declaró, Tsurugi en momentos como ese no tenía escapatoria ni forma de volver atrás en el tiempo.

—¿Quién es?

—Repartidor de pizza —respondió con rapidez Tsurugi, y la puerta enseguida se abrió dejando ver a Mao con una expresión seria, probablemente fingida.

—¿Y mi pizza? —preguntó al descubrirle con las manos vacías.

Tsurugi se encogería de hombros.

—Quizá se la di a un vagabundo.

—¿Hay vagabundos por aquí? —cuestionó Mao frunciendo el ceño provocándole una risa al guitarrista.

—Creo que no.

—Mentiroso —replicó el castaño—. Oye, siento lo de antes. Decir eso de esa forma… no fue la mejor manera;  y salir corriendo supongo que tampoco fue una solución acertada.

Tsurugi negó con la cabeza y terminó colocando la mano sobre su hombro. Y, aunque aquello tensó notoriamente a Mao, el pelirrojo siquiera se percató de ello.

No era la conversación que probablemente hubiesen deseado tener, sin embargo, para tanto uno como para el otro, el contrario en muchos aspectos era un total misterio, y tampoco les era tan raro sorprenderse con posibles de las actitudes ajenas que escapaban de la concepción que tenían de la otra persona. Al final tantos años habían puesto más incógnitas que respuestas y más piedras en el muro en vez de quitar las que en un inicio ya estaban.

—¿Puedo pasar? —preguntó Tsurugi, y Mao sencillamente se apartó de la puerta para dejarle entrar.

Se quitó los zapatos y el vocalista cerró la puerta detrás de él antes de seguirle hasta el salón. Hacía mucho tiempo que Tsurugi había pisado aquella casa, y la situación podía resultar más que rara. Al fin y al cabo, era la primera vez que se quedaban a solas de forma consensuada y más allá del trabajo. Tsurugi no terminaba de entender los sentimientos de Mao y el vocalista no entendía tampoco a qué se debían y mucho menos si declararse de forma tan poco pensada y premeditada había sido un error o un acierto.

—¿Quieres algo? Un café, un té…

El aludido negó.

—Lo que has dicho en el coche… —se giró para mirarle, y Mao retrocedió un paso casi por inercia—, ¿iba en serio?

El castaño acabó por suspirar, todo ello antes de dejarse caer sobre el sofá con una severa expresión de abatimiento en su rostro. Bajó el blanco de sus ojos hasta sus manos y las miró mientras se mantenía lo máximamente estático posible. Con seguridad, no sabía cómo debía responder a una pregunta tal que aquella. Ni siquiera si debía responder. Aquella sonrisa ajena había estado propiciando las suyas las últimas semanas, había centrado su interés en él por mera curiosidad y había terminado enganchado de alguna forma que todavía trataba de averiguar.

—No lo sé —diría de pronto—. Solo sé que lo que siento por ti ha cambiado y que… eres alguien especial ahora mismo para mí.

El contrario, aunque con lentitud, se apresuró a sentarse a su lado y le rodeó con un brazo por los hombros, apretándole contra sí y logrando de esa forma que al otro chico se le escapase de nuevo un suspiro, antes todo ello de apoyar la cabeza sobre su hombro y acomodarse contra su cuerpo. Entrecerró con lentitud sus párpados y mientras el contrario acariciaba uno de sus brazos tratando de calmarle, él, que estaba tan nervioso, no podía parar de temblar. Tenía la sensación que si decía algo, todo se vendría abajo, que nada tendría solución, que estaría metiendo la pata y que todo, absolutamente todo, se desvanecería sin dejar ningún rastro. Era más que probable que aquellos miedos no tuviesen ningún tipo de fundamento pero, al fin y al cabo, ¿qué tiene de racional el miedo? Mao solo estaba actuando acorde a sus inseguridades.

—Pidamos comida a domicilio y cenemos juntos, ¿te parece?

Con esa declaración, consiguió que el mayor se irguiese y le mirase con curiosidad. Sin embargo, después de pasar sus dedos por aquellos ojos que aunque no lloraban, parecía que pronto fuesen a hacerlo, aceptó con un lento y escueto asentimiento.

 

Pizza y vino. Probablemente no era la mejor cena del mundo, ni la mejor cita del mundo si es que a aquello podía denominarse cita, pero al menos estaban juntos y, aparentemente, estaban bien.

A Mao le costaba creerse que el otro hubiese reaccionado con tanta naturalidad, que no se hubiese asustado o intentado salir corriendo. Sabía perfectamente que no iba a corresponderle pero, incluso así, su actitud le tranquilizaba. No quería provocar problemas en la banda, ni terminar arrepintiéndose de haberse declarado y haber propiciado con ello una situación desagradable.

Se acabó la última porción de pizza y le dio un corto sorbo al vino mientras Tsurugi estaba peleándose con su último trozo.

—Deberíamos hacer esto más a menudo —comentó Mao.

Tsurugi entonces dio el último bocado a la pizza y, mientras masticaba, le miró y sonriente asintió. Al guitarrista Mao siempre le había parecido una persona peculiar. Le había rechazado sin decir absolutamente nada desde el principio: nunca pareció conforme con él. No creía que tuviese ningún tipo de problema con su nivel como guitarrista, sencillamente Tsurugi como persona no le agradaba a Mao. Era explícitamente obvio, al menos para el más alto.

Aun con eso, el pelirrojo no sintió ni sentía nada que se acercase al tipo de rechazo que en un tiempo lejano Mao pareció experimentar hacia él. Eran sentimientos que no tenían ningún tipo de reciprocidad. Al contrario, pensaba seriamente que Mao era una buena persona, que era un encanto.

En todas las bandas, de una forma u otra, hay un integrante que se lleva la mayor parte del cariño del resto. Lo lógico sería que fuese el pequeño, pero en el caso de Sadie era Mao quien se llevaba toda la atención, incluso siendo casi el más mayor. Era tímido, frágil y, a pesar de su edad, tenía unas facciones que todavía dejaban un deje infantil; en especial aquellos pómulos marcados. La forma en la que, cuando se ponía nervioso, cogía carrerilla hablando y se volvía casi  indescifrable lo que decía, resultaba tierna.

Alzó la copa y la acercó al contrario, quien miró con estupefacción a quien le ofrecía brindar. A pesar de su asombro inicial, Mao sonrió de todas formas y terminó por chocar su vaso con el del contrario.

—¿Por qué brindamos? —pronunció antes de beber lo poco que le quedaba en la copa, pillando a Tsurugi haciendo eso mismo cuando sus palabras fueron dichas.

El guitarrista dejó la copa a la mitad e imitó la expresión alegre que el otro le había mostrado poco antes, curvando sus labios hacia arriba en una sonrisa.

—Porque haya más noches como ésta en un futuro.

—Ha sido agradable, no te quito la razón. Gracias.

Se encogió de hombros. Era completamente innecesario que el contrario le diese las gracias. Tsurugi no creía que el otro le debiese nada, o que debiese agradecerle por algo que debía hacer. Él era así, y Mao se sentía afortunado de que el contrario no hubiese reaccionado mal, que no se hubiese burlado de él o que le hubiese rechazado con toda la brusquedad del mundo. No le querría de ese modo, pero Mao le importaba y necesitaba que estuviese bien. Necesitaba comprobar que el contrario no haría ninguna estupidez.

Siempre había habido rumores y cuchicheos en la banda y el staff sobre varios supuestos intentos de suicidio de Mao. Que quizá el muchacho se autolesionaba y se exageraron las cosas, o quizá alguien había mencionado que parecía tan triste como si estuviese muerto y de boca en boca el rumor había acabado en que el muchacho quería matarse. No lo sabía. Pero aun así también existía la posibilidad de que fuese cierto y prefería no arriesgarse. Resultaba cruel, y jamás se atrevería a preguntarle si algo de eso era verdad, sin embargo probablemente aquellas frases, fuesen ciertas o no, habían influido en su forma de ver a Mao. Era como un niño pequeño, todos le trataban de esa manera, como si a cualquier paso pudiese caerse, tratando de evitarlo.

 

En un inicio, Tsurugi no creyó que lo que pudiese suceder después de aquella noche fuese a suponerle ningún esfuerzo, que sería sencillo. Cuán equivocado podía estar. Mao era una persona mucho más tóxica de lo que él creía. Ese chico tímido tenía tantas inseguridades y tantos miedos en los que se incluía el que se tenía a sí mismo, que era casi imposible lidiar con él una vez se había uno adentrado en su burbuja. Mizuki en su día no tuvo ningún problema con él, por ello, Tsurugi pensó que probablemente el vocalista había acabado empeorando con los años sin que nadie se diese cuenta de en el pozo en el que había acabado metiendo. Tsurugi se había propuesto cuidar del vocalista para así paliar la responsabilidad que él creía tener por haberle rechazado, pero ese hombre nunca se lo puso nada fácil en ningún momento.

Habían pasado cinco o seis semanas desde aquella primera cena y estaban peleados otra vez. La tensión entre ellos resultaba agotadora.

Trataban de que no influyese en el trabajo y en la banda pero ahí estaban, sin dirigirse la palabra y mirándose el uno al otro de tanto en cuando evitando ser vistos por el contrario y por los demás mientras deseaban que el otro se acercase a decir algo. ¿Cuántas veces habían suspirado desde que empezó el ensayo? El ánimo de Mao había mejorado mucho desde que Tsurugi y él se volviesen más cercanos, había escrito canciones que nadie jamás podría pensar que hubiesen salido de esas manos. Sin embargo, en momentos como ese que se repetían constantemente, ya no solo Mao, también Tsurugi, solo deseaban hundirse en la miseria y olvidarlo absolutamente todo. Les estaba destruyendo poco a poco.

 

Pararon a descansar poco después. Mizuki, Mao y Tsurugi se sentaron, Aki y Kei prefirieron permanecer en pie a pesar que todos hicieron lo mismo: ir a por un refresco y algo de picar para saciar ese hambre que llevaba horas carcomiéndoles a pesar de haber intentado hacerse los fuertes. Todos se habían dado cuenta que Mao estaba muy callado, pero no dijeron nada al respecto por miedo a su reacción. Pasaban los años y seguían tratándole como a un bebé.

Kei picó el hombro de Aki y le susurró algo al oído en cuanto se acercó, probablemente respecto al vocalista y, en consecuencia, Mizuki emitió una sarcástica risa que llamó la atención de las dos personas que hasta esos momentos estaban cuchicheando.

—¿De qué te ríes? —cuestionó Aki obligando al otro a que se encogiese de hombros.

—Nada. Sencillamente estaba pensando que hacéis buena pareja. ¿No estáis últimamente muy juntitos?

Kei rodó los ojos mientras acariciaba el puente de su nariz con uno de sus dedos y sus ojos cerrados en un intento de no soltar algún improperio o estupidez. Que las fans pensasen que había algo entre él y Aki, aún, pero que lo hiciese el segundo guitarrista de su banda ya le parecía el colmo. Encima acababa de decirlo delante del líder que no se caracterizaba precisamente por su buen humor; solo había que ver la cara de querer matar a alguien —a Mizuki, concretamente— que se le había puesto una vez aquellas palabras salieron de la boca del menor de los cinco.

—¿Ahora? —interrumpió Mao—. Siempre han estado muy pegados.

—Pero ahora más —dijo el menor— ¿Ya habéis confesado vuestros sentimientos?, ¿eh?

—¿Pero a ti qué te pasa? Encima, ¿por qué vienes a mencionar algo como eso ahora, Mizuki? No somos nosotros los de las miraditas, los que huimos el uno del otro y nos evitamos. No somos nosotros los de las citas a escondidas —se cruzó de brazos—. ¿Eh? ¿Tsurugi? ¿Mao?

El guitarrista, que había estado distraído y se había abstenido además de participar en la conversación, levantó la mirada de golpe al haber escuchado su nombre precedido de aquella frase, notoriamente sorprendido por las declaraciones de Kei. Había estado tan concentrado en Mao que en ningún momento hubo pensando en la posibilidad de que alguien más se diese cuenta. Mao había agachado la cabeza, azorado, al escuchar aquello de la boca del contrario. Él tampoco se había percatado de lo obvio que había sido descubrir que había algo raro entre ellos dos.

—Qué manera de escurrir el bulto —masculló Mizuki por lo bajo.

Y, mientras Kei desviaba la mirada para verle y mostrarle una expresión de enfado por su comentario, que Mizuki le devolvió con rapidez, Mao no soportó más sentir que era el centro de atención por algo que no deseaba admitir y terminó por levantarse e irse a toda prisa de allí, ocasionando que todos le mirasen marcharse con cara de sorpresa. Al menos todos menos Tsurugi y Kei que le miraban con cara de preocupación: el primero por saber el motivo por el cual se había levantado, el segundo por imaginar que su comentario había provocado aquello. Sin embargo, el único que se propuso seguirle para ver qué le pasaba, fue Aki.

—Espera, ¡Mao! —dijo antes de marcharse. Kei y Mizuki se miraron.

—No puedes tener la boca cerrada, Kei… —murmuró Mizuki.

—O sea, ¿Qué es culpa mía?

—¿Y de quién sino? —interrumpió Tsurugi. Luego siguió el mismo camino que Mao poco antes y también se marchó, solo que a diferencia de Aki, él no fue detrás del castaño sino que se fue directo a la calle.

Mizuki se levantó una vez desapareció el otro de su vista y Kei descruzó los brazos para suspirar. El menor acabó por apretarle el hombro y él acarició esa mano.

—Esto no es culpa mía —espetó el baterista—, esto lo han provocado tus celos. —Hizo un puchero, y Mizuki rió por la expresión, antes de darle un beso en la mejilla—. Si esos dos empiezan a salir, que sepas que Aki nos matará a todos.

Mizuki rió, pero de alguna forma sabía que Kei no bromeaba.

 

Llevaba toda la tarde lloviendo. Cuando empezaron a ensayar ya lloviznaba, y aunque se había estado calmando a ratos, en esos instantes el agua seguía cayendo de las nubes, tan grises, casi negras, con bastante fuerza, sin que pareciese que tuviesen, aquellas gotas, alguna intención de detenerse pronto. Tsurugi caminaba con las manos en los bolsillos de vuelta a casa sin paraguas, ya bastante mojado, cuando sintió que aquellas gotas se detenían de golpe al impactar contra algo más. Alzó la mirada y, al encontrarse un paraguas sobre su cabeza, desvió la cabeza hacia un lado descubriendo al dueño, ese chico castaño y bajito que se le había declarado el mes anterior.

—Gracias.

Mao solo asintió. Para él fue respuesta suficiente y, para Tsurugi, probablemente también: dado que sencillamente sonrió antes de pasarle un brazo por los hombros y apretarle contra sí.

 

—No me gusta estar peleado contigo por tonterías, Mao.

El aludido se encontraba recogiendo el paraguas en la puerta del portal de su casa cuando Tsurugi pronunció aquello. El más bajo suspiró. A él tampoco le gustaba, y no sabía cómo se lo montaba siempre para terminar propiciando que esas situaciones se diesen con tanta frecuencia. No era tan estúpido como para no saber que todo aquello era su culpa. Lo peor es que en la mayoría de ocasiones Tsurugi no sabía por qué la actitud de Mao cambiaba repentinamente, probablemente tonterías a las que el vocalista había dado demasiada importancia.

—A mí tampoco. Perdón. Deberíamos olvidar que esto ha pasado.

—¿Hasta cuándo? ¿Hasta que encuentres otro motivo por el cual ponerte irritante conmigo? Me gustaría solucionar esto de buenas, y de una vez por todas.

—No hablemos esto aquí —murmuró Mao, mientras trataba de sofocar sus ganas de llorar.

En momentos de tensión siempre le ocurría lo mismo, las lágrimas se agolpaban en sus ojos sin su permiso y, aunque en la mayoría de ocasiones no se atrevían a terminar de salir, seguía siendo vergonzoso para él. Ya no era un niño, no podía ponerse a llorar siempre que algo le saliese mal, o siempre que algo le hiciese daño. Era muy sensible a ese tipo de cosas y, a pesar de haber superado ya la treintena, seguía comportándose como si tuviese la mitad de años.

Sin previo aviso, mientras él se debatía entre sus pensamientos tratando de entender algo, de comprender por qué habían acabado así y por qué siempre terminaba sintiéndose responsable, Tsurugi tiró de su brazo y le arrastró escaleras arriba.

 

Terminaron sentados, los dos, en el suelo del apartamento de Mao, mirando por la ventana llover mientras bebían alcohol. Muchas veces se habían embriagado, pero aquella no sería la ocasión. Tsurugi quería una solución definitiva y pondría todas las cartas sobre la mesa. Todas sin excepción. No trataría de usar palabras bonitas, adornadas y falsas para no dañarle, ya estaba cansado de eso. Aquella actitud suya de querer proteger a Mao de esa forma, era lo que les había llevado hasta allí. Quizá él no tenía la culpa de cómo era Mao, pero sí tenía la culpa de cómo había tratado a alguien como Mao. No era tan sencillo entender a alguien así, pero él había sido un cobarde. Si hubiese sido completamente sincero desde el principio, las cosas en esos instantes serían completamente diferentes.

—No puedo corresponderte —espetó de pronto, captando la atención de quien se sentaba a su izquierda—. Ni ahora, ni nunca. Lo siento.

—Lo entiendo…

Poco a poco, Mao había levantado la mirada y dejado el vaso a un lado. Estaba llorando.

Había deseado que esos sentimientos no fuesen ciertos, que estuviese equivocado, pero con el tiempo fueron a más y se encontraba atrapado en una espiral sin fin. No había podido aguantar más y terminó estallando en llanto. ¿Cuánto hacía que deseaba llorar de esa manera y no se lo permitía a sí mismo? Se había forzado a mantener la calma y había terminado peor que al principio.

Fue entonces, cuando aquellas lágrimas se hicieron tan notorias para el guitarrista que no pudo pasarlas por alto, que Tsurugi obligó a encaramarse a su cuerpo abrazándole y, con ello, el llanto ajeno fue a más. Detestaba tanto su mala suerte…

—No podemos cambiar el mundo —dijo Tsurugi—. No podemos. No voy a darte esperanzas falsas de algo que sé que no ocurrirá. Dime tú qué tengo que hacer. En nuestra posición, alejarnos un tiempo y volver cuando esos sentimientos hayan desaparecido no es una opción, no estando en una banda, no sin afectar a los demás. Vas a tener que acostumbrarte a mi presencia, Mao.

Las personas son especiales. Cambian, se adaptan, se transforman. Tan simples y tan complejas a la vez. Es difícil predecir en qué se convertirán en un futuro. Con el tiempo, con los meses que pasarían muy lento, seguramente Mao se olvidaría de esos sentimientos por Tsurugi. Quizá era Tsurugi quien cambiaba, quien se arriesgaba a corresponder a ese chico: quizá salía perdiendo, quizá no. Era imposible saberlo con seguridad. De cualquier modo, Tsurugi había decidido ya hacía mucho tiempo ser valiente y hacerse cargo de esos sentimientos que no podía corresponder, de hacerse cargo de esa persona que era demasiado frágil para protegerse a sí misma.

—Con tantas personas en el mundo —murmuró Tsurugi en su oreja una vez se hubo calmado—, encontrarás a alguien mejor que yo.

—¿Y si quiero conformarme contigo?

Rió levemente. Mao jamás sabría la ternura que esas palabras habían llegado a causar en el pelirrojo. Se preguntó cómo sería tener una relación con Mao. No quería arriesgarse por miedo a hacerle daño, porque sabía que no le quería por mucho que le inspirase terneza. Tsurugi tenía demasiada razón al decirle a Mao que había mucha gente mejor que él; aunque quizá se le había olvidado el detalle que, lo que sí había, era muchísima gente peor que él.

A la pregunta ajena, lo único que supo hacer fue encogerse de hombros.

—Tiempo al tiempo, Mao.

Al fin y al cabo, todas las personas han amado a alguien que no les ha correspondido alguna vez. No se muere por ello, sencillamente sucede. Al final, incluso si pertenecen en nuestros corazones más tiempo del necesario, esos sentimientos se disipan, los sustituyen otros, amamos a otros. Llega un momento, en que las personas deben obligarse a dejar de verse como víctimas para verse como supervivientes.

Que Mao se había enamorado de Tsurugi al conocerle verdaderamente, al ver a través de él, era algo innegable. Que le amaría siempre, era una cosa que no podía demostrarse; tan improbable que hasta Mao se había dado cuenta de ello.

Dónde estarían cuando el vocalista se olvidase de él, era algo que no podían saber. ¿Desaparecerían esos sentimientos? Quizá con el tiempo.

Habían empezado con tan mal pie que si alguien les hubiese dicho que acabarían de esa manera, uno tumbado encima del otro, acurrucados en el suelo del apartamento de uno de ellos mientras el menor trataba de consolar al más bajo que había acabado por enamorarse de él —sentimientos que no podía corresponder—, se hubiese reído. Sonaba tan inverosímil que casi causaba risa.

El futuro es demasiado incierto. Podrían quererse, podrían no hacerlo seis meses más tarde, un año más tarde. Mao podría amarle o no amarle en un tiempo no muy lejano, Tsurugi podría amarle o no amarle algún día.

En cualquier caso, seguían abrazados mirando un cielo nublado mientras uno trataba de hacer reír al otro, permitiéndose bajar la guardia, permitiéndose quererse incluso si estaba prohibido amarse.

Quién les hubiese dicho que una pesadilla podría llevarles hasta allí, hasta ese preciso lugar. Fuese como fuese, ya era mejor que lo que tenían antes de que Mao se declarase.

            Aquellas palabras dichas sin pensar, aquellas de las que se arrepintió tantas veces, nadie podría decir que realmente fueron en vano.

Quizá Tsurugi jamás le correspondió, pero si había algo seguro, era que al menos no quedaba ni una sola piedra en ese muro que Mao había construido.


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