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Resquicios por BlackBaccarat

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Notas del fanfic:

No es gran cosa. Espero que os guste. 

        Había sido un día tan agotador que de lo único que lo que tenía ganas era de irse a casa. Su universo hacía de sus días una eternidad y siquiera sabía por qué ponía tantísimo esfuerzo en mantenerse ocupado.

        ¿Qué podía haber en la cabeza de MiA que mereciese tanto la pena suprimir a base de trabajo, trabajo y más trabajo? A sus cortos veintitrés años tenía tantos secretos que no deseaba que nadie supiese, que pesaban. Pesaban los años, pesaban los días, pesaba en cansancio de una falsa fortaleza que se había construido.

        Acabó de limpiarse la cara. Seguía sin creerse que todo ese maquillaje que habían tardado horas en ponerse pudiese retirarse en no más de diez minutos, era realmente increíble, y hacía que le diese lástima. Arte efímero.

         

        Miró a su derecha. Meto acababa de quitarse esa larga peluca rizada, dejando ver su lacio pero a la vez despeinado cabello de un azulado tan llamativo. Añil, quizá.

        Había sonreído al verle. De alguna forma la presencia de Meto seguía siendo la única cosa que adoraba en el mundo. No podría haberse imaginado tres años antes que estaría sonriendo de esa manera solo de ver los gestos infantiles de un muchacho tan extravagante. Aquella preciosa muñeca que le había cautivado por completo.

        —¿Quieres que te ayude a desmaquillarte? —pronunció el mayor, a pesar que para su sorpresa terminó recibiendo una negación de parte ajena. Le obligó a parpadear con confusión por el rechazo, y entonces se aproximó—. Oye, ya no hay cámaras encendidas por aquí, puedes hablar.

        —Eso ya lo sé —respondió mientras giraba el asiento móvil del sillón de peluquería sobre el que estaba sentado, dándole la espalda en un claro gesto de desprecio.

        —Oye, ¿te he hecho algo?

        ¿Qué si había hecho algo? Meto se sintió más que molesto al oír aquella pregunta de boca de MiA.

        Era irritante.

        Habían trascurrido veinticuatro horas desde entonces, pero seguía molesto con él por la actitud que había tenido en el comentario para JrockTokyo*.

        Continuaba sin parecerle justo que se pasase todo lo que duró el video jugando con dos peluches de panda y ayudando a Tsuzuku a sacar de quicio al bajista. A decir verdad, Koichi había sido el completo centro de atención. Mientras, Meto se mantenía lo más estático e inexpresivo del mundo tratando de hacer que el guitarrista se diese cuenta de su enfado, pero éste apenas había llegado a mirarle.

        Se había sentido invisible, y descubrir que un día entero después MiA aún no se había dado cuenta de su enfado no conseguía hacerle olvidar lo frustrado que se había sentido en ese momento.

        —¿De verdad lo preguntas? —espetó—. Pensaba que era evidente. ¿Sabes? Detesto que me ignoren, pero lo odio más si lo haces tú.

        El guitarrista frunció el ceño al escucharle, y pronto agarró la silla y obligó a que ésta girase hasta quedar de frente con esa persona que, con los brazos cruzados, parecía estar teniendo un marcado berrinche.

        Solo había una cosa a la que el baterista pudiese estar refiriéndose, MiA lo supo enseguida. No quería quitarse parte de la responsabilidad, más sabiendo cómo era Meto, pero tampoco quería estar enfadado con él por algo como eso. Al fin y al cabo, lo que más le gustaba al castaño del otro chico era que al sonreír por su culpa, lo hacía de forma más amplia y bonita que cuando sonreía por otras cosas. En esos momentos mostraba una expresión de enfado que era, ciertamente, lo último que el más alto deseaba ver de Meto cuando éste le miraba. 

        Empapó un algodón con desmaquillante y lo acercó a la cara del muchacho que seguía con su ceño fruncido y sus ojos en algún punto de la pared, evitando la del otro a sabiendas de que no podría mantenerse sin perdonarle de mirarle.

        Era algo que odiaba de MiA, esa aptitud que le permitía conseguir lo que quería de él.

        —¿Puedes cerrar los ojos?

        A pesar de su enfado, no pudo negarse a una petición tan sencilla y terminó cerrando los párpados mientras MiA se ponía de cuclillas, permitiendo que ese algodón se ennegreciese mientras borraba los rastros de sombra de ojos de su cara.

        Fue despacio y Meto se estuvo quieto hasta el final, hasta que su cara estuvo completamente limpia y no hubo ni rastro de aquella máscara que le hacía ver tan femenino y tan artificial. Aun así, con la piel impoluta, seguía siendo hermoso. Al menos a ojos de MiA.

        Abrió sus párpados con lentitud y, sin querer, consiguió que su mirada impactase contra la del guitarrista, haciendo que ese último sonriese.

        —Podrías haberme molestado a mí con los peluches, en vez de a Koichi.

        La voz de Meto en ese entonces sonaba menos enfadada. Para esos momentos lo que tenía era un aire triste.

        MiA rió entonces, consiguiendo recuperar la atención de esa persona que había agachado la cabeza tras pronunciar esas palabras.

        —Eh, agáchate. Déjame que te cuente un secreto.

        Pareció reticente a hacerle caso, pero finalmente se inclinó hacia adelante y acercó su rostro al ajeno. Sin embargo, aquellos labios no se acercaron a su oreja, acabaron dándole un beso en los labios ante la sorpresa del de cabellos azulados que no terminaba de salir de su asombro.

         

        Quiso objetar algo cuando el corto beso recién dado cesó, pero antes de percatarse el guitarrista había sujetado sus mejillas y le había atraído hacia sí para volver a besarle, aquella vez con más ímpetu. Ladeando el rostro y cerrando los ojos intentando acoplarse a esa boca, comenzó a mover sus labios encima de los ajenos, masajeándolos con los propios mientras antes de darse cuenta estaba siendo correspondido.

        Se dejó caer el baterista de la silla, terminando encima de las piernas del otro y permitiéndose abrazarle con firmeza, apretar su camisa a la altura de los omóplatos y oprimirle contra sí en un abrazo mientras el beso seguía. Rápido a la par que fogoso, insaciables como si hiciese demasiado tiempo que lo deseaban. Un tabú que estaban tocando, un tabú que estaban besando.

         

        Con lentitud, se detuvieron y con parsimonia se separaron.

        Meto terminó con la cabeza recostada sobre su hombro y la frente contra su cuello, y el otro aprovechó entonces para dejarse caer tumbado en el suelo y abrazar a esa persona que con los ojos entreabiertos descansaba su cuerpo contra el del castaño.

         

        Se quedaron en silencio durante un rato, mientras MiA intentaba que su ritmo cardíaco se tranquilizase un poco, latiéndole el corazón tan rápido que hasta él mismo lo notaba, y ni hablar de Meto que tenía la oreja demasiado cerca del pecho contrario.

        Fue después de unos pocos minutos que el más joven se retiraría de encima del cuerpo de MiA y se tumbaría del mismo modo sobre las frías baldosas mirando al techo blanco e impoluto.

        Fuera había empezado a llover, las gotas podían escucharse repiqueteando contra las ventanas.

        —Quizá deberíamos pintar un cielo estrellado en ese techo —dijo, de pronto, MiA.

        Al fin y al cabo, aquella no era la primera vez ni sería la última que acababan mirando aquella pared que cubría sus cabezas en el estudio. Cuando se frustraban, siempre terminaban ahí tirados, concentrados mirando a la nada. En especial él y Tsuzuku, aunque a veces Meto y Koichi también. Quizá ellos habían cogido esa costumbre de los dos primeros. En cualquier caso, era agradable no pensar en nada por un rato.

        —Sería bonito. Aunque quizá entonces no tuviese ganas de levantarme del suelo —admitiría Meto, y los dos acabaron riéndose.

        »No sé cómo voy a volver a casa. Parece que llueve mucho, y yo sin un paraguas…

        MiA giró la cabeza hasta mirar al contrario y éste al verle hacer aquello, le imitó.

        —Yo sí tengo, puedo acompañarte hasta casa.

        —Tampoco tengo paraguas en casa —respondió. Al parecer estaba esperando por ese ofrecimiento de parte del contrario—, no podría salir hasta que dejase de llover, sería un problema.

        Hizo un puchero, y MiA rió al saber por dónde iba Meto y qué pretendía.

        Estiró la mano hacia él y alcanzó la ajena, sujetándola y entrelazando los dedos con los contrarios en un gesto que no pareció sorprender al batería, quien apretó aquella mano que sujetaba la suya mientras continuaba mirándole; a la espera de una respuesta que quería creer que sabía cuál sería.

        —Pues no me iré hasta que termine de llover.

        —¿Y si mejor no te vas nunca?

        MiA amplió la sonrisa que ya hasta esos momentos adornaba sus labios. Había sido una declaración muy difícil de ignorar, más si venía de esa boca, de esos labios que pocas veces se permitían decir alguna palabra.

        Hacía tiempo que estaban así. Quizá nunca hasta esos instantes se habían besado, o quizá hasta ese entonces habían estado ignorando esos sentimientos que llevaban demasiado tiempo floreciendo en ellos y que ya a dichas alturas no podían siquiera tratan de negar, pero era impensable decir que no había una actitud cómplice entre los dos desde hacía tiempo.

        Meto y MiA siempre estaban juntos desde hacía algún tiempo. Ya no era que siempre se colocase alguno al lado del otro, es que no había espacio entre ellos. Meto adoraba recostarse sobre aquél, y MiA tenía que morderse los labios para no abrazarle por la espalda como siempre había deseado hacer.

        Era constante que el castaño se quedase dormido en el estudio, y habitual era también que Meto le despertase con un beso en la mejilla.

        Lo cierto era que, para MiA, no habían muchas formas más dulces que esa de abandonar el estado de vigilia.

        Adoraba tanto a ese chico en tantos aspectos que empezaba a preguntarse por qué nunca hasta la fecha había tenido valor de robar un beso de aquella boca; tan cerca que la tenía, tan fácil que parecía alcanzarle.

        Había tenido demasiado miedo de causar problemas en la banda. Él era quien siempre lo solucionaba todo, no podía permitirse meter la pata siquiera si era por amor. Probablemente era un error intentarlo pero… ese error resultaba demasiado tentador.

         

        Se levantó poco a poco y, una vez lo hizo, tendió las manos hacia el contrario para que éste se irguiese con su ayuda.

        Antes de darse cuenta, tenía al muchacho entre sus brazos, dándole un abrazo que no pudo resistirse a corresponder. Meto, a pesar de tener su misma edad, era como un niño; y a ese niño que le atraía de una forma tan difícil de explicar no era sencillo decirle que no.

        —No sé si puedo quedarme tanto tiempo contigo, Meto…

        —Somos dos contra uno, MiA.

        —¿Dos? —cuestionó el guitarrista entre risas, permitiéndose mirarle en cuanto el batería levantó la mirada.

        —Sí. Ruana también quiere que vengas.

        El castaño rió, permitiéndose entonces apoyar su frente sobre la contraria, todavía mirándose fijamente y abrazándose los dos.

        —¿Puedo besarte otra vez? —cuestionó MiA sin quererlo.

        Casi ni era consciente de sus actos. Sentía tantas ansias de probar esos labios de nuevo…

        —Solo si esta noche te vienes conmigo.

        Complicado negarse a un susurro que tan cercano le había erizado la piel.

         Asintió con lentitud, y mientras Meto esbozaba una sonrisa de esas tan bonitas que tanto adoraba MiA, el castaño se inclinó y atrapó aquellos labios entre los ajenos en un beso completamente efímero.

        —Venga, vamos.

        Meto le odió en ese momento. Por ser su debilidad, por haber conseguido con tanta facilidad que olvidase su enfado, por haberle besado hasta robarle el aliento. Se había propuesto no hablarle, ignorarle como MiA le había ignorado a él. Pero a quién quería engañar: era imposible que pudiese hacer eso si el objeto de su enfado era el guitarrista.

        Al final, ¿quién podía decirle que no había conseguido lo que deseaba? Era evidente que había obtenido algo mejor de lo que esperaba.

        Quería unas disculpas y había recibido un beso, ¿qué más podía pedir? Solo había estado jugando a tentar al diablo hasta entonces, y en dichos instantes era ese demonio el que le tendía una mano y un paraguas. Ciertamente era más que suficiente; era más que suficiente incluso si al llegar a su casa MiA le arrancaba hasta el alma.

        Quizá, y solo quizá, Meto estaba deseando que aquello ocurriese.


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