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THILBO. por Eli97

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Notas del capitulo:

Capitulo 26. 

 

26

COLINAS DEL HIERRO

 

No había barricadas, ni columnas de guardias puestos en el puente de la entrada principal del castillo. La carretera de acceso estaba libre. Algunas antorchas se movian de torre en torre, tranquilas, vigilantes, como en cualquier otro castillo del mundo. Adenien, el elfo herrero, ajustó el visor y enfoco hacia las torres de vigilancia principales de Colinas del Hierro. Todos lo miraron con atención, atentos a cualquier cambio en la expresión del herrero.

Se encontraban ocultos detrás de un espeso conjunto de árboles y arbustos que crecian en la cima de una pequeña elevación en el bosque que rodeaba el Castillo. Las águilas habian aterrizado un par de kiometros antes para no ser vistos por los vigías de Colinas de Hierro, y Adenien habia elegido el escondite perfecto para espiar la actividad del reino. Bilbo, que se encontraba junto a Thorin y Danief, se asomó entre las hojas de un arbusto y vislumbró el valle donde se encontraba el reino vecino de Erebor.

El castillo de Colinas de Hierro estaba incrustado en el encuentro de dos grandes montañas grises, y consistia en cuatro torres gruesas y afiladas, que protegian un domo central del cual se conectaba el resto de la edificación. Los demás edificios, se extendian sobre la inclinación de las montañas desde ambos lados, como raices de un arbol. La estructura, era muy diferente y arquitectonicamente inferior a la de Erebor, sin embargo, ambos reinos compartian una caracteristica peculiar. Se encontraban incrustrados en montañas.

—Nada fuera de lo habitual — Dijo por fin Adenien, Bilbo alejó su atención del castillo y miró al elfo.

   —¿Estas seguro? — Inquirió Thorin, poniendose junto a él. Adenien asintió.

—Velo tu mismo — Le ofreció el visor al enano y este sin dudarlo lo tomó.

Aquello a Bilbo le pareció divertido. Adenien habia sentenciado que Colinas de Hierro no se había aliado con Dáin desde el primer vistazo que le dio al castillo. Pero Thorin insistió en estar seguros. No era por sersiorarse si no porque Thorin no confiaba en la palabra de ningún elfo a la primera. Él mismo tenía que corroborar la información antes de tomar una decisión. El mismo Bilbo había llegado a la misma conclusión que Adenien desde hacia rato, pero su necio Thorin no descansaria en paz hasta estar seguro. Sin embargo, en ese momento, lo único que quería, era descansar.

Miró al resto de la compañía y se percató de que se encontraban en la misma situación. Danief se había recostado sobre una roca que sobresalía del suelo junto a Kili, Ori y Bofur, que miraban desganados hacia Thorin y el elfo. Fili, se mantenia de pie, pero el cansancio se reflajaba claramente en su rostro.

Gandalf no estaba, se había quedado con las águilas un rato para despedirlas y “arreglar algunos asuntos con Gwaihir”, según las propias palabras del mago. De cierta manera, algo le decía a Bilbo que Gandalf ya sabía que el hijo de Dáin no era complice de su padre. No se había mostrado preocupado por esa situación en ningún momento. Bilbo soltó un gran bostezo que contagió al resto de la compañía como una ola. Primero fue Fili, que se cubrió la boca discretamente, le siguió Danief, desde la roca, Kili dio un gran bostezo ruidoso como de león que terminó por contagiar a Ori y Bofur.

  —Es verdad — Corroboró al fin Thorin, regresando el visor a Adenien y volviendose hacia los demás — No hay indicios de defensiva… al parecer el hijo de Dáin desconoce lo sucedido en Erebor.

  —O desconocía — Dijo Fili — A estas alturas el cuervo ya debió haberle llegado, así que lo más probable es que ya sepa.

  —Tienes razón — Reflexinó Thorin.

—Bien, bien, ya sabemos que no nos traicionaron — Kili se estaba estirando desde el cómodo lugar de su roca — ¿Ya podemos dormir? Estoy muriendo.

—Yo tambien — Le apoyó Bofur.

—Y yo — Se escuchó a Ori.

Thorin sonrió y asintió

  —Si si, tambien estoy exausto — Respondió Thorin, desabrochandose la funda de la espada — Debemos descansar, ha sido un largo día. Nos presentaremos ante Náin mañana temprano.

Ante estas palabras, Fili, Kili, Ori, Bofur y Danief se dirigieron hacia donde se encontraban sus maletas y comenzaron a desempacar. De cierta manera, Bilbo extrañaba dormir en el bosque. En Rivendel lo lujos y comodidades que se le ofrecian eran inigualables, pero la atmosfera de los bosques, le rememoraba a aquel primer viaje que habia hecho con la compañía, cuando un dragón, todavía dormia en Erebor.

Bilbo salió del conjunto de árboles y se encaminó hacia abajo de la elevación en la que se encontraban, en donde había dejado su maleta. Ésta pesaba tanto que no habia querido subirla hasta la cima. El bosque era oscuro y silencioso; las criaturas nocturnas no parecían hacer tanto ruido. Lo unico que se escuchaba era el viento cantar entre los troncos y el tintineo de las hojas de los árboles.

La maleta se encontrba junto a las raices de un centinela, cuando llegó a ella, antes de tomarla, Bilbo se quitó el saco que llevaba puesto, abrio la maleta y sacó una capa más abrigadora y una colcha suave que había dentro. En el movimiento de las prendas, escuchó que algo calló bajo sus pies, entre las hojas secas del suelo. Se asomó hacia abajo, y el brillo dorado del anillo lo saludó con timidez.

Se había olvidado por completo de él. No había sentido el cosquilleo en los dedos en todo el día, y era como si el anillo le estuviera rogando atención. Lo tomó del suelo y lo observó. Seguía siendo exactamente el mismo objeto, el mismo tesoro que había encontrado en la cueva de los trasgos, pero le pareció que antes brillaba más. Antes, cuando lo miraba, era como si respirara y latiera como un corazón de fuego, como si le hablara. Esa sensación solía hacerlo estremecer, y al mismo tiempo fascinarlo. Sin embargo, en ese momento que descansaba sobre su palma, era solo un anillo cualquiera. Se había callado, estaba silencioso, muerto. En el reflejo de su superficie, se notó el movimiento de algo detrás, una silueta negra. Bilbo se sobresaltó y se volvió de inmediato, asustado.

Un Thorin cansado, y con el rostro demacrado, lo había seguido hasta allí. Bilbo lanzó un suspiro y le sonrió.

  —Thorin — Le dijo — Me asustaste.

—Lo siento, Bilbo — Thorin se acercó a él y lo tomó de las manos — No hemos hablado desde que salimos de Rivendel… No creí que fuera a ser un viaje tan pesado… ¿Cómo estas?

  —Cansado, no recuerdo que viajar en águila fuera tan agotador — Bilbo se encogió de hombros y miró al rey enano. Su rostro casi no se veia en la oscuridad del bosque, pero podía sentir su energia. Estaba agotado  —¿Todo esta bien, Thorin? — Inquirió. El enano no dijo nada. Permaneció callado. Seguía sosteniendo delicadamente las manos de Bilbo con las suyas. Bajó la cabeza y miró al suelo.

 —No puedo creer que haya perdido Erebor de nuevo — Susurró, más para él, que para Bilbo — Fui demasiado descuidado, fui demasiado tonto.

Bilbo no supo que decir, así que guardó silencio y dejó que su enano se desahogara.

—Debí haber escuchado a Balin, Dis tuvo que haberse quedado a cargo del reino en mi ausencia. Maldita sea, era la más indicada, era la más apta… pero soy un maldito estúpido, puse en riesgo a todo el reino. De milagro ella está viva y ni siquiera sé si el resto de la compañía tuvo tanta suerte — Alsó la cabeza y miró a Bilbo — Y luego estás tu… Bilbo creo que aún no logras comprender… lo importante que eres para mi — Soltó las manos del mediano y lo tomó de los brazos, acercandose — No sé que voy a hacer si algo malo te pasa, Bilbo. Es por eso que no quería que vinieras a esto… no sabemos que va a pasar… tenemos que volver a tomar Erebor y habrá sangre…

 —Thorin, ya lo hablamos, me mantendré al margen, no pelearé, estaré a salvo…

—No Bilbo, no lo entiendes. No importa en donde estes, no importa cuanto lo evites, vas a estar en peligro siempre. No estamos ni cerca de vencer al verdadero enemigo… no sabemos como funciona la maldita joya de trinitas…. ¿Y si te quedas atrapado en un trance y ya no puedes salir? ¿Y si el poder es tan fuerte que no puedes soportarlo y te lastima? ¿Qué pasa si descubres que la joya no funciona y la bestia logra herirte en tus sueños?

   —Thor…

—No podría soportarlo — Thorin rodeó a Bilbo entre sus anchos brazos y lo estrechó contra su cuerpo. Bilbo se dejó envolver y aceptó su calor. El viento fresco y la oscuridad los envolvió — Mi Bilbo, mi hobbit — Susurró Thorin — Te quiero a salvo… ahora más que nunca.

Bilbo se separó de él, acarició su mejlla y se dio cuenta de lo mucho que había necesitado aquel contacto con Thorin, ese abrazo, ese calor. Había entendido a la perfección el “ahora más que nunca”. Aquella noche en Rivendel, en que unieron sus cuerpos por primera vez, hicieron un pacto. Bilbo permitió que Thorin entrara en él, y lo disfrutó en todos los sentidos posibles. Thorin y Bilbo, ahora estaban unidos para siempre, y entendía perfectamente la angustia del enano. Recorrió el contorno de su mejilla con un dedo hasta su barba, acercó sus labios, y lo besó.

Thorin ya había perdido su hogar durante la desolación de Smaug, todo lo que él conocia, su herencia, y las personas que habían muerto, y aún así debió reunir sus fuerzas para guiar a su pueblo para no perecer. Había perdido a su hermano Frerin durante la batalla de Azanulbizar, a su padre mucho después, luchó contra Smaug arduamente para recuperar Erebor, se enfrentó a una locura que le había dejado secuelas, y posteriormente tuvo que alzar de nuevo su pueblo de las cenizas y regresarle la vida, repoblar Erebor, hacerlo funcionar.

Y ahora, a la sombra del peligro de Artoc, volvía a perder Erebor, pero esta vez bajo traición de uno de sus pocos familiares en quien tanto había confiado, y debía luchar de nuevo.

Thorin debia estar tan harto y cansado de perderlo todo siempre, que Bilbo se sorprendió de cuán fuerte era. En ese contexto, Bilbo comprendió aquel apodo que se había ganado. Definitamente,  Thorin era un escudo tan fuerte y resistente como un roble.

—Te amo — Susurró el mediano cuando se separaron — No va a pasarme nada. Te lo aseguro.

Thorin y Bilbo decidieron dormir en ese mismo lugar, para tener un poco más de intimidad, sin embargo, ambos estaban tan cansados, que en cuanto se encontraron cubiertos por la manta, calleron profundamente dormidos.

Palpó con los dedos el frio y aspero muro al que habían llegado a tientas en la oscuridad, mientras seguían escuchando los estruendos amortiguados a lo lejos. El suelo retumbaba bajo sus pies, y el polvo a los alrededores se escuchaba remover. En la superficie del muro, Balin sintió una delgada división con la yema de los dedos.

 —La encontré — Masculló victorioso — Creo que la encontré

  —De prisa — Se agitó Redis detrás.  

El viejo enano no contestó, dejó que la linea en la pared lo guiará, hasta llegar a una pequeña protuberancia en la roca. Se volvió hacia donde probablemente estaban Redis y Dis.

—Eh, por aquí — Susurró. El eco respondió junto a un par de pisadas cautelosas. La protuberancia en la pared era cuadrada, pero no estaba muy seguro de cómo funcionaba.

 —¿Cómo se abre? — Inquirió Dis. Era lo mismo que Balin se preguntaba en esos momentos, pero la memoria le fallaba. Había sido hacia tanto tiempo, que casi lo había olvidado, y aquella oscuridad no lo ayudaba. Si tan solo pudiera verlo, podría deducir su mecanismo. Tenía una idea… tal vez hasta muy obvia.

  —No estoy seguro — Respondió el enano, pensativo.

    —Derribarán el muro en cualquier momento — Redis sonaba preocupado — Debemos apresurarnos.

  —Tranquilo muchacho… creo que ya lo tengo.

Balin presionó la protuberancia y esta se hundió hasta el nivel de la pared. Algo en el interior del muro produjo un sonido mecánico, un par de chasquidos intensos y entonces una línea rectangular de luz se dibujó a pocos metros de distancia.

Dis, Balin y Redis se cubrieron los rostros para protegerse de la intensa luz del sol a la cual sus ojos ya no estaban acostumbrados. Casi habían olvidado cómo se veía el día, todo iluminado, los colores.

Cuando pudo acostumbrar sus ojos un poco mejor al reencuentro con la luz, Dis caminó hacia la puerta de piedra y la empujo levemente hacia afuera, ésta se abrió pesadamente dejando entrar aún más luz, revelando por fin, los rostros de aquellos tres enanos que habían permanecido en las sombras por un tiempo del que habían perdido noción.

Dis se asomó por la apertura hacia afuera y logró vislumbrar, con los ojos entrecerrados, trazos del exterior. Era otra zona del bosque, que a lo lejos rodeaba un claro. Hasta donde alcanzaba a ver, no veía movimiento ni rastro de guardias. Regresó al interior y miró a Balin y a Redis que aún se cubrían los ojos.

Un estruendo se escuchó a lo lejos. Los tres se sobresaltaron.

  —Vamos, rápido — Les gritó la enana — Hay que alejarnos ahora que están concentrados en la otra entrada.

Redis tomó del brazo a Balin y lo ayudó a salir. Dis los tomó a ambos para guiarlos, pues Redis tampoco había recuperado la vista del todo. Los pies del chico se enredaron en su desesperación y tropezó con una piedra en el suelo. Calló de bruces pero logró poner los brazos. Lo primero que sintió, fue hierba y tierra húmeda en la nariz.

—¿Estas bien muchacho? — Balin corrió a su ayuda de inmediato mientras Dis trataba de cerrar nuevamente la enorme puerta de piedra.

Redis se sacudió y estornudó un par de veces. Tomó la mano que el anciano le tendió y se puso de pie nuevamente.

—Si, si — Respondió — Se me enredaron los pies, solo comí un poco de tierra.

   —Al menos comiste algo — Bromeó Balin. Ambos rieron divertidos.

Fue extraño, era la primera vez que reían, y era la primera vez que Redis podía ver perfectamente bien al anciano. Dis se acercó y a ella también pudo verla definidamente. Los tres estaban cubiertos de polvo, tierra y mugre. Aquello había sido como vivir en una chimenea.

   —¿Están bien? — Inquirió la enana. Ambos asintieron.

—Mejor que dentro del refugio querida, aunque la luz aún me lastima.

—No podemos esperar a acostumbrarnos a ella, debemos movernos —Caminó hacia a delante y comenzó a buscar a los alrededores, ubicándose — Estamos en el lado Este del bosque — Les informó volviéndose hacia ellos — Los guardias no deben estar tan lejos, vamos.

Dis se puso en marcha y Redis y Balin la siguieron. Tenía razón, no se podían confiar de que la mayoría de los guardias estuvieran del lado donde los habían descubierto. No podían ser tan tontos como para dejar sin vigilancia los demás puntos. Estaban en el exterior, y eso significaba peligro. De pronto a Redis le invadió el terror. Ahora era más fácil que los encontraran, estaban totalmente expuestos, blanco fácil de cualquier flecha.

 —Dis — Resopló el joven enano sin dejar de correr — ¿Hacia dónde vamos? — Tomó aire —¿ A dónde nos llevas?

—Hacia Colinas de Hierro — Dis tardó en contestar — Es el lugar más seguro al que podemos ir, y también el más cercano.

 —Pero Colinas de Hierro es el reino de Dáin — Redis estaba confundido — ¿Cómo sabemos que allá no está pasando lo mismo?

  —En Colinas de Hierro no están enterados de lo que esta sucediendo aquí, al menos no todavía — La enana seguía corriendo — Yo estuve cerca de Dáin y…

Dis se detuvo en seco, Redis chocó contra ella y Balin contra él. Un olor extraño les inundó la nariz a los tres y les hizo cubrirse la nariz.

—Dis…¿Qué sucede? — Redis la miró confundido, la enana tenia la expresión congelada en terror. Con los ojos clavados hacia delante. El chico miró hacia donde ella, y lo vio.

Lo primero que vio fueron las moscas, zumbando por doquier, las ratas que correteaban de lado a lado en total libertad. Después fueron los cuerpos, apilados como trapos unos sobre otros, las piernas rotas, las partes sin piel, la sangre en las ropas, las cabezas cercenadas. Los rostros petrificados en dolor. Todos dentro de una enorme fosa.

Redis retrocedió aterrorizado cubriéndose la boca y la nariz. El olor era insoportable. Eran enanos, todos enanos. Aquel era el lugar en donde arrojaban los cuerpos de los torturados, de los traidores, de los que no sobrevivieron. Balin se dejó caer sobre las rodillas, y Dis solamente se quedó ahí de pie, inmóvil.

 —No puede ser — Logró decir el chico — No puede ser…

El espasmo que sintió le ganó y tuvo que vomitar en el arbusto más cercano. No había escenario más terrible que ese.

Las lagrimas escaparon de los ojos de Dis, como una lluvia incontrolable. Miró los cuerpos sin vida, putrefactos, inflados por la descomposición, los rostros impasibles deformados. En eso había convertido Dáin al pueblo de Erebor, en una masa insignificante de carne putrefacta.

 En ese momento, algo en ella se quebró. Odiaba a Dáin, lo odiaba con todo su corazón. Y odiaba a Thorin, por haber abandonado su reino y haberlo dejado en las manos de un asesino. Odiaba a Bilbo, por ser la principal razón por la cual Thorin se había ido, odiaba a Gandalf por haber llevado su maldita profecía al reino. Los odiaba a todos ellos, porque si ninguno de ellos hubiera hecho lo que hizo, todos esos enanos apilados en aquella fosa, habrían seguido con vida.

Los odiaba con todo su ser.

   —Dis… — Escuchó decir a Balin — Dis... tú crees que ellos…

La enana negó con la cabeza, en silencio, apretó los puños y se mordió el labio con rabia. Sabía a qué se refería Balin. A los de la compañía ¿Estarían en la fosa?

Dio un paso de valor hacia adelante, no le importaba el olor, ya ni siquiera lo sentía. El dolor en su corazón era más fuerte. Dio un paso más, luego otro, y siguió caminando hasta llegar al borde de la fosa. Siguió hasta bajar y tener a sus pies el cuerpo de un enano ensangrentado y con las cuencas de los ojos vacías.

Dis lo observó. No lo conocía, pero llevaba un martillo bordado en la cota de malla. A su lado yacía un herrero, con una enorme grieta atravesando su cuello, tenía las manos y los pies amarrados tan fuertemente que la presión le había provocado yagas en la piel. Había un escultor, con la quijada desprendida de un tajo, un panadero con un enorme hueco en el pecho, le habían arrancado el corazón. Otro herrero amarrado, un guardia con las manos y pies mutilados, un escribano con la boca cosida, más herreros sin corazón, más panaderos sin quijada, tejedores con los cuerpos chamuscados, alquimistas sin dientes y con la piel desprendida. Dis se detuvo.

Un niño… con una soga alrededor de su cuello.

Cerró los ojos. Se volvió hacia el guardia y vio que aún llevaba la funda de la espada. Se acercó un poco más. Dentro, había un mango. Se agachó y la tomó. Era un espada forjada, habían olvidado quitársela. Con cuidado desabrochó la funda del cuerpo del guardia y se la colocó en la cintura. Blandió el arma en el aire para tantear su peso.

Estaba harta de ser una víctima. Cansada de esconderse en la oscuridad. En ese momento solo tenía la certeza de una sola cosa. No iba a acabar en esa fosa junto a los demás. Iba a vengar al panadero, al herrero, al escribano, al guardia, al tejedor, al escultor. Vengaría al niño.

—¡Eh! — Escuchó de pronto. Se volvió y vio al guardia, cubierto con una brillante armadura de oro —¡Prisioneros! ¡Prisioneros! — Gritaba.

  —¡Dis! ¡Vámonos! — Gritó Redis con desesperación. Dis subió y salió de la fosa, observó a Redis y este la vio con la espada. Estaba aterrado, ella lo tomó del hombro y se volvió hacia el guardia, que se encaminaba a zancadas hacia ellos, ya con su espada desenvainada.

 —¡Van a morir! — Rugió el enano furioso. Dis caminó hacia él con un solo objetivo. Blandió también la espada y cuando estuvieron lo suficientemente cerca, el guardia asestó el primer golpe y Dis lo detuvo. El choqué se hoyo como una larga y aguda campanada. Era el grito de la furia. Dis lo empujó y asestó un golpe, descargando toda su fuerza en él, el guardia apenas la contuvo y perdió el equilibrio por un momento. La enana asestó otro, las espadas se besaron y de ellas brotaron chispas.

 —¡Perra maldita! — Escupió el guardia colérico al darse cuenta de la fuerza con que Dis estaba peleando. Su grito se ahogó con otro golpe aún más intenso que el anterior.

Brotaron más chispas. Y Dis pensó en Erebor, en la tranquilidad de su alcoba. Toda su vida se le prohibió tocar una espada, aprender a usarla, a luchar. Pero Frerin le enseñó, a escondidas de su padre, aprendió de él, y ahora por fin todas esas noches de prácticas tenían propósito. Las espadas se besaban, se repelían y volvían a besarse. La sangre le bullía como nunca antes, y con cada golpe, pensaba en algo que le daba más razones para seguir luchando. Lanzó una estocada y rasgó la cota de malla de su enemigo. Pensó en sus hijos, Fili y Kili, que se encontraban a salvo con Thorin. El guardia daba desesperadamente golpes bajos y altos aleatoriamente,  Dis todos los detuvo y esquivó. Todos los devolvió, el doble de fuerte. En un deslice de acero con acero, la enana logró arrancar el casco del guardia de su cabeza. Pensó en Balin, y en el resto de la compañía de los que no sabían si seguían vivos, de los que no podrían llegar a saber jamás si se encontraban enterrados entre los cuerpos en aquella fosa.

Hizo girar la espada por encima de la cabeza, el guardia estuvo a punto de esquivar el ataque pero no lo logró, y el filo de la hoja le atravesó por el hombro, haciendo brotar la sangre. Soltó un rugido de dolor y Dis pensó en Redis, en aquel otro chico que murió en el bosque, con una flecha atravesando su pierna. El guardia siguió lanzando estocadas por los lados, pero era inútil. Dis dejó caer sobre él una lluvia de acero. Pensó en la oscuridad, en los gritos de tortura que había escuchando cuando era prisionera de Dáin. La hoja se enterró en un brazo del guardia, en el muslo, la pierna. Pensó en la fosa, en el herrero, el panadero, el escultor. Su contrincante ya estaba en el suelo, cubierto de sangre. El escribano, el tejedor, el guardia.

Apuntó el filo de la espada en el pecho del enano, y sin dudar, presionó. Pensó en el niño.

El niño. Y todo valió la pena.

….

 

De gris se tornó el cielo y del blanco de la furia los rayos que cayeron sobre las torres cual latigazos ensordecedores. Un rostro terrible se dibujó en las raíces del látigo de luz al caer, un rostro malévolo de afilados dientes. La garra negra se cernió sobre el palacio cerrando los largos y afilados dedos sobre las gruesas murallas del palacio, que se desmoronaron en una espesa nube de polvo grisáceo, como si de un castillo de arena se tratara.

El gran palacio del valle del Hierro pareció llorar en un hueco lamento fantasmal. La noche tomó el domo del mundo y un par de ojos de fuego se abrieron entre la desolación.

 —Oscuridad — Susurró la voz. 

  En el gran salón, Las monumentales figuras de la dinastía se habían reducido a ruinas, sus altares ya no existían, los pilares se habían desplomado y en el centro solo quedaba de pie el trono real, y sentada en él, con la corona sobre la cabeza, estaba Zeldin, que vestía una brillante armadura dorada. En el pecho de la armadura había un hueco, una grieta con forma de garra que le atravesaba el corazón. De la grieta en la armadura brotaban flores en lugar de sangre, que también morían, pétalo por pétalo.

Náin caminó hacia ella, lento, dubitativo. Sus pasos hicieron eco entre la destrucción y el polvo. Entre el final de su legado y las cenizas de sus ancestros. El rostro de Zeldin, semi oculto entre sus rizos pelirrojos, se tornaba del grisáceo pálido de las cenizas, y sus ojos, abiertos, se perdían inmóviles y dilatados en el infinito espacio de la muerte.

Náin cerró sus ojos con la mano, y ahora solo parecía dormida. Tomó tembloroso la corona que adornaba su cabeza y en cuanto la removió, el cuerpo de su hermana se disolvió en cenizas. Los grandes ojos de fuego lo miraban desde el cielo, gustosos. Quemaban, los ojos, entre las llamas que ardían en ellos, su alma.

Llamas— Susurró de nuevo.

El príncipe enano mantuvo la corona entre sus manos, observándola tornarse de un plateado brillante a un dorado deslumbrante que le iluminó el rostro como si tuviera una fogata frente a él. Náin sonrió, se llevó la corona a la cabeza y se la colocó, cerrando los ojos.

Llamas, que se ciernen sobre ti — Dijo el enano, y al abrir los ojos, el fuego habitaba en ellos, furiosos, gozosos.

Cuando despertó, un cuerno sonaba en la muralla. El sudor emanaba de su frente como la madrugada anterior, pero esta vez, el sol se filtraba por el alargado ventanal de la alcoba y proyectaba su forma sobre el suelo, hasta la cama del príncipe. Las motas de polvo parecían luciérnagas que flotaban sin propósito, cuando los rayos de luz las atravesaban en su trayecto.

Náin permaneció sentado en la cama por un rato, enterrado entre las sabanas, pensando en lo que acababa de soñar. Se había olvidado del cuerno hasta que este, llamó de nuevo desde el exterior y retumbó en el valle.

—Thorin — Razonó.

Alguien tocó a la puerta. Y sabía de qué se trataba. Hacia dos noches que el cuervo de Thorin había llegado, a decir verdad, él había arribado mucho antes de lo que el príncipe imaginaba, lo cual le hizo creer, que probablemente el cuervo fue enviado cuando el rey bajo la montaña ya llevaba un gran trayecto del camino recorrido.

Náin se sentó en la orilla de la cama, se colocó la bata de seda y abrió la puerta. No era el chico que había ido a llamarle la noche en que llegó el cuervo, esta vez, para su desagrado, se trataba de lord Enfis, con su siempre molesto porte de inocencia y preocupación.

   —Mi señor — Reverenció el enano en cuanto el príncipe se asomó. Náin reviró los ojos sin que Enfis se diera cuenta.

—No es necesario hacerlo cada vez que me ves, Enfis.

  —Oh, disculpe mi señor — Se disculpó el enano haciendo una ligera reverencia.

—¿Ya ha llegado Thorin? — Inquirió el príncipe, impaciente. Enfis asintió enérgicamente con la cabeza haciendo temblar su desaliñada y esponjada barba.

  —Así es mi señor. El cuerno ha llamado tres veces, han llegado en son de paz, están a punto de llegar a la puerta del hierro.

—Despierta al comandante Drorin y a mi hermana, hay que recibirlos.

 —Ambos ya fueron notificados mi señor — Respondió Enfis — Ya se encuentran en el vestíbulo real — Aquello no le gustó nada a Náin, miró al desgastado viejo que era Enfis y notó un dejo de gozo en su mirada.

   —Muy bien — Náin se tragó todas las cosas que le habría querido gritar al desgraciado y anciano enano. No iba a caer en su juego — No abrirán las puertas hasta que yo esté ahí, es una orden — Enfis asintió levemente, Náin estuvo a punto de cerrar la puerta pero se detuvo — Lord Enfis.

 —¿Si? mi señor — El enano se volvió de nuevo hacia él.

 —Cuando termine todo esto y padre regrese a casa, vamos a replantear tus privilegios sobre la corona y tu lugar en los asuntos reales ¿Entendido?

Lord Enfis no dijo nada, permaneció con el rostro impasible como muy bien sabía hacer, pero Náin pudo notar una alteración en sus ojos, un ligero movimiento. Con eso fue suficiente. No iba a dejar que un insignificante enano sin clase lo relegara como legítimo heredero de la corona. Sin esperar ninguna replica o respuesta, Náin cerró la puerta llevándose un buen sabor de boca.

Lo siguiente fue prepararse, llamó a los sirvientes de armario para que lo ayudaran a arreglarse lo más pronto posible, colocarse la túnica, la capa, peinarse, deshacerse de los nudos de la melena y la barba. Maldijo a Enfis en el interior, estaba completamente seguro de que lo había hecho a propósito; notificarle de la llegada de Thorin a lo último. Seguramente para que él llegara tarde, y quien recibiera a Escudo de Roble y su compañía, fuera Zeldin. Pero no iba a dejar que tal cosa sucediera. Él era el legítimo heredero de Colinas del Hierro y tenía que respetarse su autoridad.

Cuando uno de los sirvientes terminó de ajustar la capa y el otro desenredó el ultimo nudo de su melena, se puso de pie y salió de la habitación. Los cuernos habían dejado de sonar y mientras caminaba apresurado por un amplio pasillo escuchó el estruendo de los engranes de la puerta. Náin se detuvo.

—Ese hijo de perra — Blasfemó en voz alta, y se encaminó de nuevo dando zancadas.

Definitivamente iba a tomar medidas contra el malnacido de Enfis, ni siquiera iba esperar a que su padre regresara a casa, el anciano representaba un problema para el reino. ¿Quién se creía que era? Notificarle a lo último del cuervo de Thorin, avisarle al final de su llegada, desobedecer una orden directa de no abrir las puertas <<Tu eres el rey >> Se dijo para sus adentros.

  —Yo soy el rey — Susurró rabioso sin dejar de caminar <<Tienen que respetar tu autoridad>> — Tienen que hacerlo — Siguió diciendo.

Enfis siempre relegó a Náin en la herencia real. Siempre mandaba a que alimentaran más a Zeldin, que fueran más rigurosos con ella en las lecciones de combate y en las clases de estrategia. Enfis solía pellizcarle de pequeño por debajo de la mesa para que llorara y su padre lo regañara. En alguna ocasión que Náin se había ocultado en un armario de armas, escuchó a Enfis decirle a su pequeña hermana que aunque fuera él el descendiente directo de la corona, ella era quien realmente heredar el mando.

En esos momentos el pequeño Náin no había entendido las consecuencias de las palabras de Enfis, ni mucho menos Zeldin, y por mucho tiempo el propio Náin también había creído que Zeldin sí tenía mejor madera de gobernante que él. Pero lo que Enfis hacia, era traición a la corona, y cuando Náin lo entendió, supo que la figura que representaba aquel enano anciano de miradas inocentes, era peligrosa.

Y no era justo. Él era igual de capaz que su hermana, y tenía más derecho. Él era el verdadero heredero de la corona. <<Eres el verdadero rey>>. Volvió a pensar.

—Soy el rey.

Respondió finalmente cuando llegó a la entrada del vestíbulo real y los guardias abrieron las enormes puertas de madera maciza. Éstas retumbaron y le arrancaron ecos a las paredes ornamentadas, que hicieron a todos los que se encontraban allí, voltear hacia él. A la primera que vio, arreglada con un vestido carmín oscuro y un tocado de plata, fue a su hermana, junto al viejo Drorin, desaliñado como siempre, vestido de túnica verde olivo y el rostro invadido de arrugas y oscuras ojeras.

—Hermano — Saludó Zeldin, serena — Su majestad Thorin, rey bajo la montaña y compañía — Anunció en voz alta — mi hermano, Náin, príncipe de Colinas de Hierro y heredero de la corona.

Thorin se volvió hacia él, impasible. Llevaba armadura de viaje, capa azul y su eterno semblante dominante, nariz recta y mirada profunda. Le dedicó una sonrisa sincera y habló.

—Mi lord — Hizo una ligera inclinación de cabeza — Es un honor conocerle al fin.

Náin se tragó todo el coraje que había estado sintiendo en todo el trayecto hasta allí y correspondió la inclinación y también la sonrisa. Sin embargo, estaba tenso.

—El honor es todo mío su alteza — Decir aquello último realmente le había costado — Espero de todo corazón que haya tenido un viaje tranquilo hasta aquí… tengo entendido que se encontraba en Rivendel cuando recibió la noticia de su alteza Dis.

Thorin asintió.

—Así es mi lord, el cuervo nos llegó de sorpresa, tuvimos que interrumpir nuestra estancia en el hogar de Lord Elrond para atender este asunto muchísimo más urgente.

—Si que lo es, debo decir que la noticia nos ha consternado a todos, tanto a lord Drorin como a mi hermana, a mí y a  todos nuestros súbditos — Miró a Zeldin y luego a Thorin — Supongo que ya se han presentado.

—Así es mi lord y definitivamente la herencia de mi tío Náin es innegable — Dijo Thorin, y Zeldin sonrió tímidamente ante aquello. Náin supo que aquello Thorin lo decía por ella, no por él.

 —Así es alteza. Y me disculpo por llegar tarde, tenemos un problema con los mensajeros, suelen notificarme tarde de las cosas importantes — Náin rió y le dedicó a su hermana una mirada sardónica. Zeldin lo miró, recelosa.

 —No me debe ninguna disculpa mi lord. Pero ya que ha llegado, puedo presentarle a mi compañía — Thorin se volvió hacia las ocho figuras que se encontraban detrás de él.

  —Será un honor para mí, aunque el gran Gandalf no necesita ninguna presentación — Náin miró al mago que vestía su túnica y enorme sombrero, y éste le sonrió amistosamente, inclinándose.

   —Es un honor ser un invitado del príncipe de Colinas del Hierro — Dijo Gandalf.

—Gandalf es un gran amigo de la compañía y me atrevo a decir que de casi todos los enanos —Comentó Thorin. Náin asintió, y entonces el rey de Erebor procedió a presentar a todos los demás miembros de la compañía.

  El primero, fue su sobrino mayor y futuro heredero de Erebor. Fili, de cabellera y barbas rubias, compartía un ligero parecido a los rasgos rectos del rostro de su tío y en el porte de su mirada.

  —Es el hijo mayor de mi hermana Dis, su participación en la guerra contra Smaug fue fundamental y es campeón del torneo de Erebor. Este es su hermano menor, mi sobrino Kili, que luchó contra el orco blanco en la guerra de los ejércitos.

Kili tenía los cabellos y barba azabache como su tío, aunque un rostro más redondo que su hermano. Según los rumores que habían llegado a Colinas de Hierro durante la toma de Erebor, si Náin no se equivocaba, es que había sido él, Kili, quien se había enamorado de una elfa silvana, leal al rey Thranduil del Bosque Negro, y la había desposado una vez ganada la guerra.

—Él es Bilbo Bolsón — Siguió Thorin, señalando hacia una peculiar criatura que se encontraba su lado. A pesar de tener casi la misma altura que los otros enanos, no era uno de ellos, sus rizos castaños eran suaves y finos, su piel era pálida y sus mejillas estaban cubiertas de pecas. El tal Bilbo no tenía barba, era lampiño y lo más peculiar de él eran sus enormes, peludos y desnudos pies — Él es el hobbit que tuvo su primer encuentro con Smaug en el salón del tesoro, antes de que saliera de su guarida y fue nombrado amigo de los enanos cuando la guerra terminó.

   —Claro — Recordó Náin — Por supuesto que escuche de ti, un viajero lejano.

Las mejillas de Bilbo se sonrojaron e hizo una pequeña reverencia.

 —Un honor mi lord — Dijo.

El siguiente en presentar fue a Ori, descendiente también de la dinastía de los Durin, pero muy alejado de la corona. Era un enano joven y delgado como pellejo de vino, de cabello castaño y seco como la paja, con una enorme nariz como de patata. Llevaba el brazo vendado y también una de las piernas. Junto a él estaba Bofur, de cabello azabache y barba amarrada en dos coletas, llevaba un gorrito puntiagudo en la cabeza y también había participado en la guerra de los cinco ejércitos.

—Él es Danief Vilnicua, un hobbit al igual que Bilbo, procedente de la misma Comarca. Él nos ha acompañado en nuestra más actual misión y es la última adhesión a la compañía.

Danief inclinó la cabeza sin decir nada. A Náin le pareció que era casi igual que Bilbo Bolsón, aunque su rostro era un poco más delgado y su cabellera era un poco más colorida que el primer hobbit. Pero su principal característica era la misma, pies enormes y peludos.

—En nuestro viaje, también nos acompaña una notable figura — Thorin tuvo que alzar mucho la mirada para lograr presentar al último personaje — Se trata de lord Adenien, gran amigo de Lady Galadriel y Lord Elrond, que como muestra de solidaridad ha decidido brindarnos su ayuda y sus habilidades como guerrero.

Adenien sí que era notable. Rebasaba a todos los presentes en altura, inclusive al mismo Gandalf, su porte era recto y sereno, sus rasgos eran duros y su cuerpo grueso como de escultor, su cabellera larga y pálida como una cortina de seda que se regaba hacia ambos lados de su rostro. Vestía una túnica gris y llevaba un bolso de viaje de cuero con una forma cuadrada en su interior. El elfo se inclinó respetuosamente y Náin le correspondió con una sonrisa.

—Es un honor recibir a personajes tan distinguidos en el palacio de Colinas de Hierro — Dijo su hermana en voz alta, todos se volvieron hacia ella—Hemos alistado todo para que su estancia aquí sea lo más cómoda posible.

Náin asintió y añadió.

 —Imagino que su viaje ha sido largo y desean descansar. Por ahora pueden instalarse en sus respectivas habitaciones. Mi hermana estará gustosa de mostrarles sus alcobas, el desayuno estará listo en un par de horas en el comedor principal del palacio. Después de ello, podremos pasar al salón del consejo, para discutir el asunto principal.

Zeldin les ofreció una amplia sonrisa y una mirada asesina a su hermano.

—     El equipaje que han traído consigo pueden dejárselo a nuestra servidumbre — Dijo ella — Ellos se encargaran de acomodar sus pertenencias en sus respectivas habitaciones. Ahora si gustan seguirme, sus alcobas se encuentran en el lado este del palacio.

Zeldin comenzó a caminar y la compañía de Thorin la siguió. En cuanto se alejaron un poco más, Drorin caminó hacia Náin con discreción y se colocó a su lado.

 —Menudo grupo — Dijo en voz baja — El elfo no me da buena espina, y esos honits ¿qué?

—Hobbits, mi lord — Le corrigió Náin — Bilbo Bolsón es un héroe de guerra, al otro no lo conozco, jamás había escuchado hablar de él. Sin embargo concuerdo con el elfo, algo se trae, pero espero que lo descubramos en la reunión. De todas maneras hay que mantenerlos vigilados.

Drorin asintió.

 —El tal Bilbo me transmite una vibra muy extraña, junto con el rey Thorin, ocultan algo. Antes de que llegaras me pareció ver que estaban tomados de la mano — La compañía ya se había adentrado en uno de los pasillos que conducían a las alcobas y ya no se encontraban en el vestíbulo. Náin se puso frente a Drorin y se acercó más para que no hubiera manera de escuchar lo que decían.

 —¿Qué no ha oído los rumores mi lord? Hasta que Thorin no lo ha presentado no lo había comprendido pero ahora lo veo.

—¿Qué cosa? — Drorin se mostró interesado.

—     Durante la toma de Erebor se rumoraba que Escudo de Roble tenía una extraña preferencia por la compañía del tal Bilbo Bolsón, pero que esa compañía no solo se limitaba a amistad, que había algo más.

—Me parece muy difícil de creer. ¿El rey Thorin? — Drorin realmente parecía sorprendido.

—La práctica se ha llevado a cabo en nuestra raza por siglos, pero solo entre nosotros. Jamás con otras razas, en la antigüedad algunos hasta lo consideraban traición.

—     No recuerdo muy bien, pero al parecer ya había escuchado algo así de Thorin, pero hace mucho tiempo. Cuando aún era príncipe y Smaug aún no tomaba Erebor.

—¿Qué se decía de él? — Inquirió Náin.

 —Me parece que se decía que mantenía intimidad con un soldado perteneciente a la guardia de Durin, la corte de Erebor lo descalificaba pero Thorin era necio.

—¿Y qué pasó con eso?

—     Creo que el soldado murió en la desolación del dragón, dicen que Thorin le erigió un monumento cuando llegó a las montañas azules — Drorin se encogió de hombros y suspiró— Pero fue solo un rumor. En aquel tiempo la Corte difundía muchas mentiras sobre la familia real porque se dice que querían plantar la semilla de un levantamiento. Incluso se decía que Frerin, el hermano de Thorin, también mantenía una relación con un cortesano, y que la princesa Dis había robado a sus supuestos hijos de una granjera para que nadie sospechara de sus tendencias hacia otras enanas.

—     Vaya — Náin levantó las cejas — Creo que habría ocasionado más daño la Corte de Erebor si hubiera continuado, que el mismo Smaug.

—     Aun así, todo parece indicar que el rumor sobre Thorin no resultó ser tan falso. Sin embargo lo del soldado no fue tan fuerte, porque era un enano... — Drorin negó con la cabeza — Pero un hobbit… jamás me lo hubiera imaginado.

—     Los tiempos cambian mi lord. Yo aún no nacía cuando sucedió la desolación de Smaug, estoy muy seguro que la historia del soldado también fue muy alterada por la Corte, si es que fue cierta. Según se, Thorin perdió a su padre y también a su hermano, además de su hogar.

Drorin no respondió, se quedó callado. Era lo que se hacía cuando se hablaba del pasado, y cuando se tocaba el tema del emparejamiento. El emparejamiento entre enanos era sumamente común y se practicaba desde los tiempos de los primeros enanos, sin embargo nunca se hablaba de eso, se mantenía oculto, una pareja de enanos varones, aunque el resto supiera que se amaban, siempre se mantenía en secreto, no porque sintieran alguna clase de vergüenza, si no porque en su mente limitada, los hombres creían que se trataba de un gesto de debilidad, dos enanos enamorados eran blanco fácil para ellos.

El secretismo de una pareja enana, era más que nada de protección mutua, para mantenerse a salvo en un mundo rodeado de reinos de hombres. Náin en particular jamás había sentido nada por ningún compañero enano, y era normal, y era por eso que no le sorprendía el hecho de que Thorin tuviera cierta historia con un soldado. ¿Pero un romance con un varón de otra raza, y una raza obviamente inferior a la enana? Aquello sí que le causaba conflicto.

Decidió no seguir pensando en aquello. Se retiró del vestíbulo y ordenó que se preparara el gran comedor para el desayuno, subió a la torre de mensajería para saber si su padre había respondido.

  —No mi lord — Respondió el escribano — El último cuervo recibido fue el de hace dos noches.

  —Envía otro a Erebor — Ordenó — Con el mismo mensaje.

—Mi lord ya hemos enviado cuatro de los mejores cuervos que tenemos, ninguno ha regresado, tal vez debam…

 —No te he pedido permiso Orim, te he dado una orden — El escribano asintió, intimidado y se paró a buscar pergamino en blanco y tinta.

No iba  a rendirse, pero todo indicaba que lo que Dis decía en su mensaje era cierto. Ya antes había escuchado que el tesoro de Erebor ocasionaba en los reyes alguna clase de delirio, los volvía locos y avariciosos por el tesoro, y Náin estaba muy seguro de que eso le había sucedido a su padre. Todos los actos horribles que Dis había descrito, solo podrían haber sido cometidos por él si una fuerza maligna lo tuviera poseído, era la única respuesta.

Trataba de no pensar en los sueños, esos sueños terribles en que veía a su padre siendo consumido por el fuego. En el que contemplaba el reino siendo destruido por esa garra negra y macabra. Esos ojos enormes y brillantes que le calaban la sangre. La voz que le hablaba en el oído, le susurraba cosas horribles. Blasfemias y mentiras.

Trataba de ignorar el hecho de que a veces, creía escuchar esa voz mientras estaba despierto. << Eres el rey >> Solía susurrarle << Un rey de oro >>.

 

 

 

 


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