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THILBO. por Eli97

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Notas del capitulo:

Hola de nuevo, he tardado en dejar listo este capitulo, y realmente espero, que al que lo lea, le agrade. 

Para las personas que le han dado seguimiento a esta historia, me gustaria agradecerles por la espera, y para que no se confundan, ya que ha pasado bastante tiempo, me gustaría recapitular lo sucedido hasta el capitulo 26. 

La compañia ha llegado a Colinas de Hierro para reunirse con Náin, el hijo de Dáin, y Drorin, el guardían temporal de Colinas del Hierro para discutir acerca de lo que esta sucediendo en Erebor. El reino bajo la montaña ha sido tomada por Dáin, lo ha sellado para impedir la salida y entrada de cualquiera y ha asesinado a todo aquel que se le ha revelado. Dáin ha sido corrompido por el poder de Artoc, quien lo controla para un fin todavía desconocido para Thorin y la compañia. Pero Dis, le hermana de Thorin, logró escapar y ha notificado a su hermano de lo sucedido. 

La compañia recibe el pergamino de Dis en Rivendel, y deciden pedir la ayuda del hijo de Náin, para lograr recuperar Erebor y salvar a Dáin de la locura de Artoc. 

Mientras tanto, Dis, Balin y Redis fueron descubiertos en el escondite donde se encontraban y se ven obligados a salir, así que intentan escapar de los guardias de Dáin, que no dudarán en asesinarlos. 

27

EL BOSQUE NO SE DEFIENDE SOLO

 

La sangre pintaba como pinceladas las hojas de los arbustos que golpeaba a su paso. Sabía que podía dejar un rastro, pero lo único que podía hacer en esos momentos era huir. La Guardia de Dáin no tardaría en encontrar el cuerpo del soldado, y debían alejarse lo más posible de la montaña solitaria. Podía sentir el esfuerzo en el ardor de los músculos de las piernas, escuchaba los resoplidos de Balin y Redis detrás, luchando por alcanzarla. Era difícil, sobre todo para Balin, tener que correr con tanta rapidez, pero no podían parar, cualquier retraso, les podía costar la vida.

Corrían hacia las tierras del noreste, a Colinas del Hierro. Si Thorin había entendido su mensaje, estaría allí, o iría de camino, era la única salvación, la única opción. Dis sabía llegar, había estudiado los mapas, al igual que Balin, conocía las rutas alternas al camino real, sabía que lo más difícil sería la cordillera que dividía los territorios de Erebor con los del reino del Hierro. Las piedras rocosas y afiladas de la cordillera los dejarían exhaustos, pero no podían arriesgarse a cruzar por el paso real, tenía colinas a ambos lados y serían presa fácil de una emboscada. Dis sabía, que una vez cruzando la cordillera, estaban a salvo, y la cordillera se encontraba a medio día de ahí.

—¡Vamos! — Gritó la enana hacia atrás deteniéndose un momento, Redis ayudaba a Balin a correr y se habían quedado a unos metros — Rápido — Gritó, se dio la media vuelta, a punto de reanudar cuando sintió que algo le rasgó la pierna como una garra y la asió violentamente hacia arriba. El dolor le mordió con látigos de fuego y su mundo giró como una roca que cae por un despeñadero.

—¡Dis! — Gritaron Redis y Balin. La enana sintió como su cabeza se golpeaba fuertemente conta el suelo terroso y el cerebro le rebotó. Todo se volvió borroso y algo caliente le escurrió por la nariz.

Una trampa oculta, de hierro afilado con forma de garra de águila, había cerrado sus uñas afiladas como cuchillos en la pierna de Dis y la mantenía colgada desde las ramas de un par de árboles gruesos. Redis y Balin, atónitos, corrieron hacia ella para intentar bajarla, pero algo crujió entre los arbustos, rompió dos frambuesos que crecían a ras de suelo y una enorme hacha surgió entre la vegetación.

—¡Cuidado! — Gritó Redis, empujó a Balin lo más lejos que pudo y brincó evitando el corte afilado de la trampa. El hacha cortó furiosa el aire, pasó por debajo de los pies de Redis y se clavó en el tronco grueso de un árbol.

La sangre escurrió por el rostro de Dis y goteo sobre la tierra removida y húmeda de donde la trampa había estado escondida. Redis se detuvo un momento, atento a cualquier otra trampa, Balin se puso de pie con trabajo y se sacudió la tierra. Miró hacia donde colgaba la enana, siguió el camino de la cuerda hasta el tronco que la sujetaba.

—¡Dis! — Le gritó. Esta no respondió, la sangre escurría de su nariz y parecía inconsciente — ¡Dis! — Volvió a llamarle poniendo las manos alrededor de la boca. Logró ver como ésta se estremecía. El viejo enano buscó con desesperación en el suelo, hasta que la vio brillar cerca de una roca, la espada con que Dis había matado al soldado, corrió por ella, la tomó y se dirigió hacia el tronco de la trampa.  

Dis abrió los ojos y vio sombras oscilantes. La cabeza le pesaba y sentía un terrible ardor en la pierna. El paisaje fue haciéndose más claro hasta que se dio cuenta que sobre su cabeza estaba la tierra y debajo de sus pies el cielo. El terror la invadió entonces, los atraparían, verían el rastro de sangre que había dejado y los encontrarían, los llevarían de vuelta al castillo y les arrojarían oro fundido como a los demás traidores, o algo peor. La enana lanzó un grito de desesperación.

 —¡Dis! — Gritó Redis desde abajo — ¡Aguanta! ¡Te bajaremos!

Balin blandió el filo en el aire y lanzó la espada hacia el amarre que mantenía a Dis atrapada, con impresionante precisión, la punta cortó la cuerda y se clavó limpiamente en la corteza. Dis se precipitó y Redis corrió para atraparla antes de que callera en seco al suelo, extendió los brazos pero el peso le ganó, y la enana calló sobre Redis.

Unos gritos se escucharon a lo lejos y después un tropel metálico. Dis miró aterrorizada a Redis y éste quedó paralizado.

—¡Vamos! — Les gritó Balin, pero en cuanto Dis intentó ponerse de pie, sintió el mordisco del dolor, se desplomó en el suelo en un grito de agonía. La garra le había abierto cuatro líneas profundas sobre la carne de la pierna derecha, que no dejaba de sangrar.

 —Por Eru — Exclamó Redis a verla — Tendré que cargarte, debemos correr.

—No, déjenme — Lo detuvo Dis, cuando este intentó tomarla — Nos atraparan si lo haces, nos atrasaremos. Tienen una oportunidad sin mí, se ocuparan conmigo cuando lleguen, no tienen porque creer que somos más de uno.

—Tonterías, lo sabrán por las huellas — Se acercó Balin.

—No se hable más — Redis la tomó entre sus brazos y comenzaron a correr. Dis sintió como la carne al rojo vivo rozaba con los tendones desnudos de la extremidad y los jirones de piel suelta, lanzó de nuevo un grito agonizante que intentó contener, pero le fue imposible.

Detrás de ellos, los soldados encontraron la trampa, alguien gritó ordenes y entonces uno de ellos se dio cuenta del rastro.

 —¡Hay más sangre hacia allá! ¡Logró escapar de la trampa!

  —¡Vamos! — Gritó otro, y el tropel se escuchó más furioso, retumbaban como los tambores que anuncian la muerte, retumbaban en los corazones de los tres.

 —Nos atraparan — Susurraba Dis, casi inconsciente por el dolor, mientras sentía como Redis trataba con todas sus fuerzas de acelerar el paso — Nos atraparán — Repetía — No quiero ser una estatua de oro.

Toda su vida en las Montañas Azules, había deseado volver a su hogar, Erebor, caminar por sus galerías y sus pasillos, respirar su aire y acobijarse entre sus gruesos muros, pero ahora, regresar se había convertido en su mayor temor. Miró hacia atrás, y vislumbró el destello dorado de las armaduras y las lanzas afiladas. Solo sintió terror.

—¡Ahí están! — Gritaron, la respiración de Redis se aceleró aún más en cuanto los escuchó, y entonces sintió como una lanza pasaba silbando justo a un lado de su cabeza. Soltó un grito. Balin que iba adelante comenzó a detenerse.

   —Balin ¿Qué haces? — Redis miró aterrorizado como este se detenía y se quedaba atrás. El chico también se detuvo y lo miró.

—¡No pares! — Rugió Balin — Sigue, pónganse a salvo — Tomó la lanza que había quedado enterrada en la tierra — Les daré tiempo.

Redis obedeció y corrió, Dis abrió los ojos como platos y miró la escena sin dar cuenta de ello.

—¡No! — Gritó. Redis sabía que debía hacerlo, no había otra forma. No miró atrás, siguió escuchando el tropel, y la lanza de Balin, retándolo.

 

 Escuchó otra lanza zumbar, lejos de ellos, y entonces un choque metálico furioso, los rugidos de Balin y las maldiciones de los soldados, acero contra acero, acero contra carne. El sonido iba alejándose, y un ultimo grito llegó hasta él.

    —Balin — Sollozó Dis — No.

Las lagrimas se escurrieron de las mejillas del enano, sus brazos ardían por el peso de Dis, sus piernas le rogaban que parara, pero la vida le decía: Sigue. La vista se le humedeció y el mundo se volvió un escenario de manchas confusas.

Sintió como su pie golpeaba algo afilado, y calló al suelo. Dis lanzó un grito, ni siquiera ella supo si había sido por el dolor de la herida o la idea de que estaban condenados y Balin se había sacrificado en vano. Quizás fue por ambas cosas, Redis intentó levantarse, con las rodillas raspadas, los brazos y la cara, pero volvió a desplomarse en el suelo, extendió su mano a la de la enana, y se miraron a los ojos. Ambos lloraban.

—Lo siento — Susurró, y el tropel volvió a escucharse detrás. El chico se arrastró hacia Dis y la abrazó, ella se aferró a su cuerpo y cerró los ojos, resignada— Lo siento — Exclamaba el chico, entre llantos. — No quiero morir.

Ella se quedó callada, sus sentidos se enmudecieron, solo le quedó el dolor, su mundo se había convertido en eso, profundo  y puro dolor. No volvería a ver a sus hijos, a su hermano, ni el hogar que fue Erebor. Redis moriría justo ahí, y ella, probablemente, asada bajo el infernal oro que había erigido aquel poderoso reino.

Los soldados estaban cerca, escuchaba sus armaduras anunciar su muerte, el terrible sonido de la muerte.

 —¡Ahí están!— Rugieron. La enana apretó con más fuerza sus brazos alrededor de Redis y mantuvo los ojos cerrados, escuchó al enano sollozar y sintió su cuerpo estremecerse.

 —Luchamos — Le dijo — Solo cierra los ojos.

Aquella oscuridad le recordó la negrura profunda del refugio secreto al que la había llevado Balin. Aquel lugar había sido lo último de Erebor que podía considerar hogar, la había mantenido a salvo, como alguna vez lo hizo su reino, y decidió, que si iba a morir, sería en eso último que le había quedado del pasado. La oscuridad.

Los soldados estaban a cien metros, escuchó blandir sus espadas, apretó aún más los ojos, y escuchó las lanzas cortar el aire. Una, dos, cuatro lanzas silbaron feroces, y cayeron sobre su destino.  

<< Luchamos >> Pensó, y se sumergió en la oscuridad.

Los engranes metálicos de la entrada le arrancaron ecos a las murallas de piedra gris de Colinas del Hierro. Mientras los conducían por el patio principal, a los ojos sorprendidos de guardias y aldeanos, Thorin todavía no se sentía seguro de la lealtad de Drorin y Náin. Podía todo ser una trampa, bajar la guardia y aparentar no saber nada, para luego emboscarlos entre acero y sangre.

Thorin tenía que admitir que en ese preciso momento, eran completamente vulnerables. Con una sola orden o el simple chasquido de unos dedos y terminarían masacrándolos ahí mismo. Bilbo no parecía estar preocupado por nada de eso, contemplaba con ojos brillantes cada uno de los detalles del palacio. Los hermosos acabados de los edificios que rodeaban el patio, las figuras talladas en los arcos de piedra, el enorme domo principal del palacio, que brillaba como plata a la luz del sol matutino, las torres que se alzaban a los alrededores ondeando sus banderas.

 Fili y Kili, a pesar de que ellos tampoco habían visitado antes el reino, parecían estar pensando lo mismo que su tío. Observaban recelosos hacia los balcones por los que se asomaban los curiosos, escudriñaban entre las ventanas en busca de señales sospechosas. Bofur, Ori y Danief estaban en estados similares que Bilbo. Gandalf que se había reunido con ellos esa misma mañana, caminaba recto y orgulloso, sin prestar atención a nada ni nadie, solo con la vista al frente, al igual que Adenien, alto como era, capturaba a su paso las miradas extrañadas de todos, su presencia era tan inmaculada que incluso parecía emanar alguna clase de brillo.

Aquello a Thorin le molestaba. Tanta pureza le parecía irreal, y cuando miraba su rostro sentía que detrás de esos ojos había otro ser. Como un lobo que se disfraza de cordero. Pero, eso era lo que Thorin siempre sentía de todos los elfos.

La entrada principal del palacio estaba en lo alto de una escalinata de piedra. Se alzaba en una gran puerta alargada de madera blanca maciza, custodiada eternamente por dos colosales guardias tallados en piedra, con expresiones furiosas, empuñando hachas de guerra. Cuando las puertas se abrieron y la compañía de Thorin entró, quienes los recibieron fueron un enano anciano, encorvado y de barba blancas como la leche, y una enana joven, de rizos rojizos y alborotados. A pesar de que usaba un hermoso vestido carmín oscuro, su semblante era recio, y Thorin supo que se trataba de una guerrera entrenada, además de que llevaba abrochado a la cintura la funda de su espada.

Thorin supo que el anciano era Drorin, reconocía su rostro desde la última vez que Colinas de Hierro había jurado alianza a Erebor, pero a la enana no la conocía, y ciertamente, verla, le había causado gran impresión. A las únicas enanas que había conocido en su vida, era a su propia hermana, y a un par en Montañas Azules, y ahora, a la que se encontraba de pie en el gran salón. No tenía idea de quien se trataba pero definitivamente debía ser alguien importante.

—Sea bienvenido su gran majestad Thorin y toda su compañía— Habló el viejo Drorin haciendo una reverencia. La enana a su lado también se reverenció y Thorin correspondió con un asentimiento — Soy Drorin, hijo de Loren, Guardián Real del Reino de Colinas de Hierro, y es un honor para nosotros recibirlos en nuestro hogar.

     —Su majestad — Habló la enana, todos la miraron — Nos encontramos realmente preocupados por la situación que les ha hecho venir hasta Colinas y realmente esperamos colaborar para la resolución de este problema. Soy Zeldin, hija menor de Dáin, princesa de Colinas de Hierro y miembro de la Guardia Real.

Aquello dejó sorprendidos a todos. Dáin jamás había hablado sobre ella, ni se le mencionaba.

—Se que está confundido, su alteza — Se apresuró a decir la enana, con un gesto contenido de diversión — Mi padre me ha mantenido oculta del conocimiento de los reinos, no se me menciona en ningún lugar, pergamino o libro que no esté dentro del reino de Colinas.

  —Es un placer para mi conocerle en persona, mi lady — Thorin se inclinó a modo de respeto hacia Zeldin, y ella le correspondió. La herencia de su padre era innegable, la misma profundidad en sus ojos, y un innato semblante guerrero. Pero Zeldin era hermosa, la enana más hermosa que Thorin hubiera conocido antes, incluso más hermosa que su hermana. Podía sentir en ella esa fuerza contenida en la sangre, la sangre Durin, una verdadera reina. Pero, desafortunadamente, ella no podía heredar la corona de su reino, aquel privilegio le correspondía a su hermano. Náin.

Estuvo a punto de preguntar por él, cuando un par de puertas en el lado izquierdo del salón se abrieron anunciando su llegada. Náin IV, hijo de Dáin II Pie de de Hierro, heredero legítimo de Colinas del Hierro, un poco más grande que su hermana, era de rasgos rectos y alargados, pero apenas compartía algún parecido con su padre. Náin carecía de toda esa fuerza que Thorin percibía de su hermana, sus ojos no eran profundos, si no necios, al igual que su semblante, era como si la casa Durin se hubiera apagado en su sangre, y ni las prendas más imponentes podían ocultar eso. Vestía una gran capa verde olivo, ornamentada en el cuello con diamantes en forma de esferas, su melena y barba eran igual de pelirrojas que las de su hermana pero carecía de rizos.

A pesar de la urgencia, el protocolo era importante en una situación como aquella. Debían presentarse, Thorin tenía que analizar cada uno de los gestos y acciones de todos, los de Náin, los de Zeldin y los de Drorin, algún rastro de duda o de desconcierto, serían los indicativos de que formaban parte de los planes de Dáin para apoderarse para siempre de Erebor. No lo vió, genuinamente los hermanos principes parecían consternados por la noticia de su padre, ellos seguían siendo leales a la amistad entre Colinas y Erebor, no había duda de eso.

Fue por eso que aceptó las condiciones cuando Zeldin los condujo a sus habitaciones. Dejaría que Náin los tratara como sus invitados, aunque le comía la ansiedad por comenzar a trazar los planes de acción contra Dáin, tenían que ser muy cuidadosos, o Náin, que era temporalmente el regente del reino, podría mal interpretar sus intenciones y creer que aquello se trataba de una conquista a Colinas, y no podían perder esa alianza, en vista de que Montañas Azules no tenía intenciones de responder al llamado.

—Mi lady, sabe que la curiosidad es una debilidad de los magos — Comenzó a decir Gandalf, mientras Zeldin los guiaba a través de los pasillos del palacio, hasta las habitaciones — Y me veo obligado a preguntar acerca de su situación.

Zeldin le dirigió una mirada amigable.

—Mi padre siempre quiso reservarme para las filas del reino — Respondió ella — Cree que soy una guerrera muy valiosa, como para desperdiciar mi talento en una vida dedicada a la crianza.

 —¿Y usted está contenta con esa decisión? — Inquirió Gandalf.

Zeldin chasqueó los dedos hacia un par de sirvientes que se encontraban haciendo guardia. Habían llegado a una sala redonda, con dos grandes puertas en forma de arcos a los costados izquierdo y derecho.

—Los invitados están aquí, abran las habitaciones — Ordenó. Ambos se movieron de inmediato e hicieron sonar un par de silbatos.

En el centro de la sala, iluminada por un techo esférico de cristal, se encontraba una fuente rústica, con peces coloridos nadando en su interior. Frente al pasillo por el que habían llegado, seguía otro más amplio, que albergaba más puertas y terminaba en un amplio balcón, que no se lograba apreciar bien a la distancia, por la gran cantidad de luz que entraba desde el.

    —Si — Respondió Zeldin a la pregunta del mago, al mismo tiempo que se detenía y se volvía hacia ellos — De haberme presentado ante los demás reinos enanos como princesa de Colinas del Hierro, se me habría obligado a aceptar al pretendiente más apto, y por consecuencia a procrear la siguiente generación de la casa Durin. Tal como lo hizo prima de Erebor, lady Dis.

Zeldin miró a Thorin y luego a Fili y Kili, que se dedicaron miradas curiosas.

—¿Hay algo de malo en eso? — Preguntó Kili, un poco a la defensiva. La enana negó con la cabeza.

   —Por supuesto que no, pero la vida de una enana que acepta ese destino, no es el tipo de vida que ni yo, ni padre, ni los consejeros reales, queríamos para mí.

—Me alegro que no se le haya tenido que obligar a tomar ese camino — Dijo Thorin.

Zeldin asintió con una sonrisa.

   —Las habitaciones están listas mi lady — Anunció uno de los sirvientes.

—Bien, las habitaciones están asignadas, los sirvientes acomodaran sus pertenencias y les indicarán donde pueden encontrar los baños — Zeldin chasqueó los dedos de nuevo y los sirvientes abrieron las puertas de las habitaciones — Para su majestad Thorin hemos preparado la habitación real — Señalo hacia la puerta del lado izquierdo — Para sus sobrinos, la contigua —  Señaló la puerta gemela del lado derecho — Y en el pasillo a continuación se encuentran las demás habitaciones para el resto de la compañía, encontraran que todas son acogedoras y amplias.

—Bilbo Bolsón estará en mi habitación— Dijo Thorin, tomando al hobbit de la mano.

Todos se quedaron en silencio, y Bilbo, que había permanecido callado todo este tiempo, solo pudo sonrojarse ante las miradas. Si a Zeldin aquello le había consternado, no lo demostró. Miró al hobbit con una sonrisa amistosa y asintió servilmente.

 —Como su majestad desee, ordenaré que sus pertenecías sean colocadas junto a las de su majestad.

Thorin inclinó la cabeza en agradecimiento, y Bilbo, colorado como estaba, hizo lo mismo. Sentía como Thorin aferraba su mano a la suya, y con esa fuerza se sintió relajado.

  —Si necesitan algo más, nuestra servidumbre esta a su servicio también — Comenzó a despedirse la enana — La primer comida se anuncia con la trompeta del general — Informó — En cuanto la escuchen, significará que la mesa real está lista. Mi hermano y yo estaremos encantados de que nos acompañen. Posteriormente nos reuniremos en la sala del consejo para discutir la situación de Erebor.

—Ahí estaremos — Dijo Thorin, Zeldin asintió, satisfecha y se marchó.

Las habitaciones no eran diferentes a cualquier alcoba de un palacio enano, los ventanales eran alargados y adornados con herrerías toscas, altos como las paredes, con una convencional chimenea enana y muebles nada fuera de lo común. Todos se tomaron sus turnos para ducharse y descansar, excepto Adenien, que sin despegarse de la bolsa de piel en donde guardaba la joya, salió al balcón al final del pasillo y permaneció ahí, impasible.

Danief estaba exhausto y por suerte le habían asignado una habitación para él solo, jamás había estado antes en un palacio enano, así como antes de llegar a Rivendel, jamás había estado en un palacio de elfos. Definitivamente, Rivendel era mil veces más sorprende que Colinas de Hierro, pero aquel reino enano también tenia lo suyo. Era el lujo del que él jamás podría disfrutar en su vida en la Comarca.

Se imaginó por un momento, que su familia fuera como aquellas grandes casas a las que pertenecían Thorin, Fili y Kili. Danief Vilnicua, hijo de Otor, rey de La Comarca, y él, príncipe. Sus hermanas serían princesas también y su madre, reina. Podrían vestir con lujosos trajes y brillantes joyas, tendrían personas a sus servicios, y otras casas reales serán leales a ellos. Y tendrían un palacio, un hermoso palacio.

 <<Sería muy diferente a estos >> Pensó Danief << El palacio de un hobbit sería subterráneo, los túneles más grandes y más lujosos que ningún otro hobbit hubiera visto >>

Visualizó una gran bóveda subterránea, con un tragaluz en el centro del techo, iluminando el hermoso trono en el que él, se sentaría alguna vez. En la comarca no había oro, ni plata, pero había árboles y flores hermosas. Su trono lo formarían las ramas largas y enredadas de un arbusto de flores de Atar, en primavera y verano florecerían aquellas bellas joyas purpura y rojas de sus flores, que despedían aquel gentil aroma, en otoño el trono tornaría sus hojas de color amarillo y sus flores naranjas como el amanecer, en los inviernos el trono desnudo sería adornado con las ofrendas de sus súbditos, y conforme pasaran los años y las generaciones, el trono se haría más grande, y más frondoso, así como su reino.

Alguien tocó a la puerta y Danief despertó de sus sueños. Un poco molesto, se apresuró a abrir. Era Kili, que llevaba la cabellera mojada, el torso desnudo y una manta que le cubría de la cadera hacia abajo.

—Los bañadores están libres si vas a ducharte — Le anunció — Extrañaba un buen baño al estilo enano.

Se sacudió la melena como si de una sabueso se tratara, y salpicó a Danief.

 —Bien, bien — Respondió el hobbit dando un paso apresurado hacia tras para mojarse— Iré en seguida.

Kili se alejó entre risitas, dejando un pequeño charquito de agua al pie de la puerta. Danief resopló, tomó la ropa que le habían dado en Rivendel y se dirigió hacia los bañadores. En el camino, se imaginó como sería un día cotidiano, siendo el príncipe del reino de sus sueños. Empezaría su día inspeccionando los jardines reales que estarían a su cargo, cortaría las malas hiervas, regaría las margaritas, y revisaría que las flores de Atar, que en el futuro serian plantadas en el trono para mantenerlo vivo, estuvieran sanas y sus colores correspondieran al de las estaciones.

Tendría un sirviente personal, sería un hobbit más joven, pero él no lo consideraría un sirviente, si no un amigo, se llamaría Rots, y le acompañaría a todos lados.

Los desayunos serían fuera del palacio, habría una plaza especial dedicada a la congregación del reino, la familia real se sentaría en una larga mesa de roble, junto a los principales generales y jefes del reino, y a lo largo de la plaza, se dispondrían muchas más mesas de todos los tamaños, para todos los aldeanos que desearan desayunar con ellos. Todos podrían llevar lo que desearan, y tocar la música que quisieran.

Cuando llegó a la puerta de las duchas, el hobbit se imaginaba como los aldeanos irían uno en uno a dirigirle unas palabras de respeto a su padre, empujó la puerta y apenas se asomó en el interior, salió de inmediato, asustado.

Fili aún estaba ahí, duchándose. Lo había visto, y se moría de la pena. Sintió el calor en las mejillas de lo sonrojado que se había puesto. Había visto a Fili desnudo y no podía sentirse más apenado. El corazón le palpitaba fuertemente, intentó recargar la espalda en la otra  puerta, creyendo que ésta estaba sujeta, pero no fue así.

La puerta cedió y se abrió de par en par, haciendo que Danief cayera sobre el suelo de las regaderas.

—¡Eh! — Gritó Fili asustado por la irrupción repentina. Solo escuchó un gritito de sorpresa, una melena rojiza que calló al suelo y un par de mejillas rojas como tomates maduros — ¡Danief! — Lo reconoció de inmediato, Fili se quedó pasmado.

Danief se levantó como un resorte, miró al sorprendido enano, que se había quedado inmóvil con un chorro de agua cayendo sobre su cuerpo. El hobbit lanzó otro gritito de vergüenza y se cubrió los ojos.

—Fi-Fi-Fili discúlpame —  Tartamudeo el hobbit — Creí que estaba desocupado. Pe-perdóname.

Fili dio un paso hacia él, a punto de decir algo, pero el chico, aún con las manos cubriendo sus ojos, salió corriendo como un conejillo asustado.

El enano se quedó un rato inmóvil, viendo la ropa que Danief había dejado tirada en el suelo. <<¿Estaba espiándome? >>  Se preguntó  << ¿O realmente entró por equivocación? >> No le preocupaba que lo hubiera visto sin ropa, el cuerpo era lo más natural del mundo, pero la razón de que lo hubiera visto si le importaba. Miró la regadera, aún pensativo y esbozó una sonrisa pícara.

Los enanos disfrutaron el desayuno que Náin y Zeldin les ofrecieron, los desayunos de los enanos, a diferencia de los élficos, eran ricos en carne de todo tipo y salsas de todos los sabores, condimentados hasta la exageración, pero deliciosos como ningún otro.

A pesar de que Thorin tampoco había probado un desayuno como ese desde que habían empezado la misión, apresuró a los demás para que terminaran sus platillos, y le pidió a Náin que la reunión sobre el asunto de Erebor se hiciera lo más pronto posible. Habían perdido mucho tiempo en el protocolo y en el desayuno, y entre más tiempo pasara, más difícil podía volverse derrotar la fuerza que se había apoderado de Dáin. Fue esto, lo primero que se puso sobre la mesa, una vez se encontraron reunidos en la sala del consejo.

—Quiero dejar claro, antes que nada — Comenzó a decir Náin, sentado junto a su hermana y Drorin en la cabecera de la mesa — que la lealtad y honor de mi padre son indudables. Mi padre jamás traicionaría una amistad juramentada, jamás. El único escenario, el único, en el cuál Dáin Pie de Hierro podría cometer todo lo que se dice que ha cometido, sería bajo la influencia de una locura que haya mermado su raciocinio y consciencia y le haya obligado a tomar el reino que le fue encargado.  Los antecedentes de esa locura se remontan a otros reyes de Erebor, y coincidimos en que son provocados por alguna clase de fuerza emanada del oro, tal cuál lo ha descrito su majestad en la carta.  

El príncipe colocó en la mesa el pergamino de Thorin. Todos miraron el papel, y después a Thorin, pendientes de la conversación, Fili, Kili, Bifur y Ori se habían sentado en fila, junto al rey enano, mientras que Gandalf, Adenien, Bilbo y Danief se habían colocado al otro lado de ellos.  

 —El reino de Colinas de Hierro — Habló Zeldin — bajo el mandato de nuestro padre, encargado temporalmente al jefe de armas del reino, Drorin, sigue y seguirá siendo un aliado de Erebor y de su rey legítimo actual, su majestad Thorin II.

Thorin asintió hacia ambos.

—No pondría en duda la lealtad de su padre — Comenzó — Dáin ha ayudado a Erebor antaño más que ningún otro enano en la tierra media. Y en cuánto nos enteramos de lo sucedido, no lo creímos, nos rehusamos a hacerlo. Era imposible que el mayor aliado de la montaña solitaria, nos hubiera traicionado de esa manera — Thorin hizo una pausa. En la carta, le había dicho a Náin que su padre había sido victima de la locura del oro, pero él mismo sabía que no era verdad. Dudó un momento, si era correcto revelarle a Náin la verdad acerca de Terot, y la criatura de los sueños. Temía que no le creyeran, pero era la verdad, y mentir en momentos como ese, no sería conveniente — No lo creímos… —Dijo — hasta que mi hermana mencionó los sueños.

Náin y Zeldin le dedicaron miradas extrañadas y se miraron unos a otros, sin entender.

—¿Sueños? — Preguntaron al unísono.

 —Visiones — Corrigió Gandalf — disfrazadas de sueños. Provocadas por algo en particular —Hizo una pausa para mirar a Thorin — Una criatura. Una criatura con un poder que jamás había visto.

—¿Criatura? ¿De qué hablan? — Náin  parecía confundido, miró a Gandalf y luego a Thorin.

—¿Qué clase de criatura? — Zeldin estaba en el mismo estado que su hermano—¿Un dragón?

 —Peor que un dragón — Respondió Thorin—más grande, más poderoso y más inteligente, inclusive que Smaug. No tenemos la certeza de lo que es, pero si sabemos de lo que es capaz… y de sus poderes — Thorin Miró un momento a Bilbo, como recordando quién había sido el primero en tener las visiones — Esta criatura entra en las mentes de las personas mientras duermen— Continuó— y navega en ellas como pez en un charco, analiza cada rincón de la consciencia, de los recuerdos, de los temores, los miedos y los deseos más profundos. Y los utiliza. Provoca visiones, visiones de cosas que solo la persona conoce, y los va debilitando por dentro. Los va volviendo locos poco a poco.

El silencio se apoderó de la sala por un momento. Mientras que Drorin, Nain y Zeldin parecían tratar de procesar aquella información.

 —¿Jamás había escuchado nada como eso? — Dijo Drorin, que hasta ese momento, había permanecido callado — Me parece difícil de creer.

  —¿Cómo saben todo eso? — Quiso saber Zeldin — ¿Cómo podemos estar seguros de creerles? Porque, ciertamente, me es difícil hacerlo…

—Porque hemos tenido sus visiones — Respondió Fili — La mayoría de nosotros.

—Las he tenido yo — Dijo Thorin — y Bilbo, Danief, Fili, Kili y Ori.

 —Yo también — Confesó Bifur. Todos lo miraron.

Bifur no había mencionado nada, ni se había mostrado afectado, sin embargo, a esas alturas, ninguno de los demás se había mostrado tan afectado como lo estuvo Bilbo cuando Artoc lo sumergió en el primer trance. Bilbo reflexionó sobre eso, y se dio cuenta que nadie había sufrido su trance tanto como él, ya que Bilbo no estuvo protegido por nada cuando Artoc se manifestó. Se encontraban en el bosque antes de llegar a Rivendel. Los demás, la habían sufrido bajo la protección del castillo. Lo cual explicaba porque los sueños no les hubieran afectado tanto.

  —La visión que a mí se me manifestó, me mostró el despertar de esta criatura, no estoy seguro pero no fue un sueño provocado por él — Empezó Gandalf — Fue a través de ella que supimos sobre su existencia… Su nombre es Artoc, sin duda tiene que ver con el linaje de los dragones, pero esta es una criatura antigua, ha permanecido dormida durante siglos, sin que nadie se enterara de su existencia, ahora ha despertado y por alguna razón desea vengar la muerte de su hermano, Smaug.

—Fuimos a Rivendel como primera opción para poder investigar más acerca de él, cómo vencerlo, saber hasta dónde llegan sus capacidades…

—Me parece muy, muy difícil de creer — Repitió Drorin sin dar cuenta de lo que Thorin y Gandalf trataban de explicar, los tres personajes parecían muy confundidos. Pero Náin parecía reflexivo.

—En la carta dijiste que se trataba de la locura del oro — Náin miró a Thorin, su rostro era inquietante — No esto.  

 —No hablé sobre Artoc en la carta por precaución. Si el cuervo era capturado por Dáin, se enteraría de nuestro conocimiento de la criatura, y se nos adelantaría, podría haberles atacado, en su propio reino, antes de que nosotros llegáramos, y emboscarnos.

Náin negó.

—Padre no haría algo como eso. No atacaría su propio reino, jamás — El príncipe parecía genuinamente ofendido, y aquello fue una alerta hacia Thorin para que tratara de ser más cuidadoso con lo que decía.

—No, por su puesto que no Náin. Tu padre no sería capaz de algo como eso… pero si tu padre se viera influenciado por una fuerza como esta… sería posible. 

 —Entonces lo que dices es que esta criatura que ha salido de no sé dónde, se ha metido en los sueños de mi padre y lo está controlando para apoderarse de Erebor.

—Estoy muy seguro de que la traición de Dáin, fue provocada por Artoc. Tu mismo lo dijiste, la lealtad de su padre es inquebrantable, jamás nos traicionaría, a menos que una fuerza, mayor que él, haya gobernado su cabeza.

Náin se sentó, tratando de procesar todo aquello.

 —¿Qué pruebas tenemos de todo esto? ¿Cómo sabemos que no es un engaño? — Drorin se negaba rotundamente a creer.

A aquello Thorin no sabía responder. ¿Cómo les hacia entender que era la verdad? No tenía manera de probarles que Artoc era real, que su poder era tan real como ellos, y que en cada momento que pasaba se hacía más fuerte, y en cada momento que pasaba, Erebor era destruido. Trataba de pensar, cómo convencerlos de creerles, pero Adenien parecía tener la respuesta.

—¿Ha tenido visiones, lord Drorin? — Preguntó el elfo de repente, dirigiendo su mirada clara hacia el anciano enano. Drorin pareció intimidado, era como si hubiera olvidado que había un elfo entre ellos, era esa la expresión que solían tener los enanos cuando un elfo les hablaba.

—¿Cómo han sido sus sueños últimamente? — Volvió a preguntar Adenien.

—Ba-eb- eso no es importante — Tartamudeó el anciano, nervioso.

—¿Ha tenido pesadillas? — El anciano guardó silencio, impotente. Su expresión revelaba la respuesta a esa pregunta —En Erebor han sufrido los trances, eso es innegable — Comenzó a hablar con tono severo — En Rivendel los elfos han tenido los trances, en esta compañía, a lo largo de su viaje, todos han tenido los trances… el poder de esta criatura avanza y se hace más fuerte, y estoy muy seguro de que en Colinas de Hierro, también han tenido los trances…

Drorin se estaba conteniendo, parecía como si el elfo hubiera desenmascarado un gran secreto por la forma en que el viejo enano lo miraba. Se negó a hablar, y por un segundo se sintió una gruesa tención, hasta que Zeldin habló.

—Yo si — Habló la enana, sin poder guardárselo más. Todos la miraron — He tenido los sueños…las pesadillas, exactamente de lo que ha dicho — Miró a Thorin — Su voz… susurra mis miedos y me los muestra, en visiones tormentosas, demasiado vividas, casi reales. Todo lo que me muestra, lo veo, lo huelo, y lo escucho como si realmente estuviera sucediendo, y no me deja escapar. Todas las noches veo mi hogar derrumbarse en una nube de polvo y cenizas — Náin la miró, sorprendido — Veo a mi padre arder en una hoguera, el fuego consumiendo su piel  y su carne…

—Basta… —Náin parecía perturbado ante las palabras de su hermana — Detente, deja de decir esas horribles cosas…

Una lagrima escurrió por los pómulos de la princesa.

—Su sombra es alargada — Dijo de pronto Bilbo, y toda la atención se volvió hacia él — Nunca muestra su cuerpo ante la luz, siempre es una sombra… una colosal y alargada silueta negra que se mueve como una serpiente… tiene ocho patas con garras afiladas como lanzas… su hocico es puntiagudo, y sobre su cabeza descansan un par de cuernos… enormes cuernos que se ramifican como árboles desnudos… pero lo peor, lo peor de todo…

—Son sus ojos — Dijo Zeldin, que miraba a Bilbo sorprendida — Te perforan el alma, es como si te poseyeran — El hobbit asintió —En los sueños me mira con esos ojos de fuego, que me calan el alma, me desnudan. Miran mi sufrimiento frente a la destrucción de mi hogar y de mi familia…

—¡Basta! — Gritó su hermano, dando un puñetazo en la mesa, haciendo brincar a Bilbo y Zeldin.

—También lo ha visto — Razonó Adenien con un dejo de satisfacción en su tono. Náin lo miró, como si hubieran dicho exactamente lo que estaba pensando.

  —Eso que provoca esas pesadillas, es lo que controla a su padre en estos momentos — Habló Thorin — Logró conquistarlo, devoró su mente y lo dejará vacío si no actuamos ya. Devorará las mentes de todos los enanos, hobbits, elfos y hombres que encuentre a su paso. Esta criatura, no esta sola.

—¿Cómo que no está sola?

—Eso es lo peor de todo…Artoc no despertó por voluntad — Explicó Gandalf al viejo Drorin — Una entidad oscura, es la que se encuentra detrás de todo esto. Un elfo negro, usa a Artoc y sus capacidades para conseguir lo que quiere.

—¿Y qué es lo que quiere?

 —No lo sabemos, Náin — Confeso Thorin — Descubrirlo es prioridad, así como descubrir como derrotar a Artoc, la principal arma de este ente ocuro.

   —Entonces ¿Cuál es el plan? ¿Cómo detener algo asi? Si no está aquí físicamente ¿Cómo combatirlo?

Thorin compartió miradas con Gandalf y Adenien. No habían hablado antes de eso, por su puesto que tenían un plan: la joya de trinitas, utilizarla como arma contra Artoc era lo único que esperaban que pudiera funcionar ( Aunque Thorin seguía inconforme con la elección del portador). Pero el asunto de la joya, era un secreto, y no se habían planteado que si querían la ayuda de Colinas de Hierro, Náin, Zledin y Drorin debían saberlo. Pero era un riesgo, revelar aquella información podría despertar malas intenciones cualquiera de los tres, podrían querer obtener la joya, en un intento por ser más poderosos o más fuertes.

Después de todo, se trataba de los anillos de los elfos, perderlos sería como quemar todas las bibliotecas de los reinos. Claro que aquel escenario, a Thorin no le afectaba, su raza era la de los enanos, y lo que pasara con los elfos, no era asunto suyo. Era por eso, que la decisión se encontraba por completo en las manos de Adenien. Y el elfo lo supo muy bien cuando Thorin lo miró.

<<Es tu decisión >> Pensó Thorin.

Adenien asintió, como si hubiera escuchado sus pensamientos. Miró a Drorin, luego a los hermanos príncipes, y habló.

 —Si tenemos un plan — Dijo — Pero antes de explicarles, deben saber que ésto es un secreto, cuya confidencialidad es fundamental para resguardar la principal arma que se usará para derrotar a esta criatura. Deberán juramentar ante la confianza de los elfos que lo que se diga en este salón, no será hablado con nadie más, en ningún momento, ni en ningún otro lugar.

Algo se desplomó a su lado. En la oscuridad escuchó el sonido del viento soplar contra los árboles y los chillidos lejanos de aves asustadas. Ella seguía respirando, el dolor de la pierna continuaba mordiendo y punzando. Redis también seguía ahí, temblando. Abrió los ojos, y contempló incrédula, a sus pies, cuatro soldados fulminados sobre la tierra, con flechas clavadas en sus pechos y sus cabezas.

Soltó a Redis y se palpó, confundida. Seguía viva, alguien había asesinado a los guardias, asestado contra ellos flechas de madera. Redis miró los cuerpos, atónito, después a Dis, y se miraron como si ambos esperaran despertar de una ultima visión, y morir. Pero seguían ahí.

—Estamos vivos — Sonrió. Dis asintió, <<Pero…¿por qué?>> Pensó.

Miró de nuevo los cuerpos y analizó el origen del ataque. Las flechas venían del oeste. Se volvió detrás suyo, y buscó. <<El bosque no se defiende solo>> Recordó aquella frase. Se la había dicho su padre cuando era pequeña, y no había podido tener mayor razón. En tiempos de guerra, nada sucede por magia, y en las circunstancias de peligro, se esta solo.

Las flechas que habían matado a los soldados estaban hechas de madera tallada y puntas de piedra ónix pulida. Eran élficas, Dis estaba muy segura. Solo ellos tallaban de aquella manera sus armas. Aguzó la vista hacia los arbustos y los árboles, un fugaz brillo parpadeo entre la oscuridad, y una silueta alta se movió.

Ambos enanos contuvieron la respiración. Si los habían salvado, no podían ser malos, a menos que fueran cazadores. De nuevo la silueta se movió y de entre un arbusto de moras se asomó un pie. Llevaba una espada en la mano y se había colocado el arco en la espalda. Un joven elfo silvano, del Bosque Negro, era quien les había salvado la vida.

—¿Están bien? — Preguntó desde lejos, guardando su espada en la funda. Era alto y recto como cualquier otro elfo, vestía una túnica verde olivo y pantalones negros de cuero. Su juventud resaltaba en sus rasgos, había inocencia en sus ojos, bondad, pero también fortaleza y valentía. Su cabello castaño y lacio, como era natural en los elfos silvanos, lo llevaba amarrado en una coleta como un chorro de cobre fundido,  sus mejillas estaban cubiertas de pecas, y sus ojos ambarinos los miraba con preocupación.

  —Haz sido tu — Fue lo que pudo responder Dis.

  —¿Vienen de Erebor? ¿Escaparon?

Redis asintió y el elfo corrió hacia ellos.

—Estuvieron cerca, casi no llego a tiempo — Les dijo.

 —Gracias, pero como es que has podido dispararles al mism…— Quiso preguntar Dis pero el dolor volvió a morder, y le hizo encogerse.

  —Cielos —Exclamó el elfo al ver la herida de la enana — ¿Cómo te hiciste esto?

  —Pisó una trampa, y la jaló hacia arriba — Explicó Redis — Tenía forma de garra, y se cerró en su pierna — El elfo examinó el daño, interesado y con un poco de sorpresa.

—Es muy grave, tendré que cargarte — La tomó con delicadeza y la puso sobre sus brazos fuertes. Dis soltó un bufido de dolor — Tranquila, te curaré, debemos darnos prisa antes de que otro escuadrón venga.

 —¿A dónde vamos? — Inquirió Redis.

—Un refugio — Respondió — Solo sígueme, estarán a salvo — Antes de que se pusiera en marcha, se detuvo y miró al enano — Mi nombre es Sander , por cierto. Soy un explorador enviado por el rey Thranduil del Bosque Negro, estoy aquí para ayudarles.

—Estamos en deuda contigo, Sander  — Dijo Dis agradecida — Soy Dis, y el él Redis.

 —¿Dis? — Sander  pareció reconocer su nombre —¿ La hermana de Thorin Escudo de Roble?

Dis asintió. El elfo esbozó una sonrisa de alivio.

 —Los dioses son generosos. Me alegra que esté viva, estoy seguro que el rey Thranduil querrá reunirse con usted.

Comenzaron su camino hacia el noreste, y Dis supo de inmediato hacia donde se dirigían.

   —He instalado una zona segura en las cordilleras de la frontera — Explicó Aris — Hay más refugiados, la mayoría se encuentran heridos. Algunos apenas pudieron escapar cuando la masacre inició.

  —¿En la cordillera? ¿No es riesgoso? — Un refugio a simple vista era riesgoso, Dis sabía que a los pies de las cordilleras no crecía el bosque, todo era un largo claro que seguía el camino de la formación rocosa, un refugio en un claro, en pleno territorio de guerra, era un suicidio.

—Se encuentra del lado de Colinas del Hierro, Dáin no pisaría el otro lado, tiene miedo de un ataque.

A Dis le pareció que aquello era erróneo. Dáin no tenía miedo, si aún no había cruzado las fronteras a Colinas del Hierro, era porque estaba esperando. ¿Qué esperaba? Eso no lo conocía, solo sabía que esperaba algo, y ese algo, no era bueno. Pero no dijo nada, dejó que el joven elfo los llevara hasta su refugio. El peligro, por ahora, no parecía encontrarse cerca.

Les llevaría medio día llegar hasta su destino, de todas formas, el plan original de Dis era ir hasta la frontera, cruzar los territorios de Colinas y rogar porque su hermano se encontrara en el castillo, con el hijo de Dáin, reunidos y con un plan para enfrentar la situación. Pero le inquietaba otra cosa, Sander  había dicho que Thranduil querría hablar con ella, pero a Dis no se le ocurría ninguna razón de porqué.

Esperaba que aquello no fuera a interferir con sus planes de continuar con su camino, lo lamentaría mucho por el rey elfo, pero ella tendría que continuar. Miró a Sander y también lo lamentó por él. <<Probablemente quiera llevarme ante Thranduil, y recibirá un terrible castigo cuando llegue ante su rey con las manos vacías>>

El dolor era insoportable, e incluso aún sentía la contusión en la cabeza de cuando la trampa la había puesto de cabeza. No estaba en sus cinco sentidos, había matado a otro enano, había perdido el control cuando vio los cuerpos apilados en aquella fosa. Jamás podría sacar aquella imagen de su cabeza, así como tampoco el sonido de las lanzas atravesando el cuerpo de Balin. Balin había muerto, todavía parecía surreal. Había estado tratando de alejar la imagen de su cabeza pero de pronto sintió que le hacía falta algo.

Era Balin, necesitaba su consejo, su brazo, su tranquilidad. Balin se había ido, su más cercano amigo había muerto por ella, y casi sintió rencor por Sander, porque de haber aparecido antes tal vez Balin habría tenido oportunidad. De haber disparado antes, Balin aún seguiría con vida, mirándola debajo de sus pobladas cejas, acariciándole detrás de la oreja, como cuando era niña. Pero aquello no había sucedido. <<El bosque no se defiende solo >> Le había dicho su padre, y ahora Dis lo comprendía. No hubo nadie que pudiera salvar a Balin, el bosque no cobró vida en ese momento y capturó entre las raíces a los soldados, no se abrió la tierra y se los tragó. Si no se esta preparado para la guerra, la guerra te consumirá, reclamará tu vida. Era por eso que siempre se tenía que tener una empuñadora en la mano y una vista atenta en las espaldas. Eso era lo que había dicho su padre aquella tarde en que escapó del palacio.

Era pequeña y se había asegurado de que sus maestros no encontraran ninguna pista que delatara a donde había escapado, había tomado el arco y flechas de la armería, necia, como siempre lo fue, se dispuso a cazar el venado más grande que su padre hubiera visto, y así él vería que era igual de buena que sus hermanos, y entonces podría entrenar con ellos para ser una digna guerrera.

 Un enorme macho de astas gigantescas como un par de árboles se le cruzó aquel día, y ella era diminuta. Lanzó ingenua una flecha que fue a dar a los cuernos del animal y solo consiguieron enfaldarlo. Aquellas puntas furiosas habrían acabado con su vida, pero un par de flechas lanzadas detrás suyo se clavaron feroces en el pecho del animal y lo fulminaron sobre la tierra húmeda. Su padre la había seguido todo ese tiempo, desde que había “burlado” la guardia de la entrada real, hasta su camino por el bosque a las afueras de Erebor. La había visto todo ese tiempo y ella ni siquiera se había dado cuenta.

—El bosque no se defiende solo, Dis — Le dijo acariciándole la mejilla — De no haberte seguido habrías muerto, la vida no es algo con lo que se pueda jugar.

Thráin la dejó practicar al arco con sus hermanos, la dejó volverse buena y le permitió tener una espada con la que defenderse, pero jamás la dejaría volverse guerrero. Las filas eran para los varones, y el futuro de la casa Durin de Erebor dependía de ella. Había tenido que aprender a ser guerrera, y a librar su propia batalla con la vida que le había tocado vivir.

Mientras que su padre y sus hermanos libraban las batallas contra los orcos, ella luchaba para mantener al pueblo unido, y mantenerse a ella cuerda, pues los herederos de Erebor crecían en su vientre. El bosque, se había convertido en la vida, y si la vida no se defendía con la fuerza de la convicción, nadie más lo haría, no se defendería sola.  

Notas finales:

Me gustaria conocer que piensas acerca de este capitulo. Deja tus comentarios en la sección de reviews y con mucho gusto contestaré. 


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