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Entre el Fuego y el Hierro por lizergchan

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Disclaimer: Los personajes del Hobbit no me pertenecen, sino a su autor J.R.R. Tolkien. Este fanfic lo hice sólo y únicamente como diversión.

Personajes: Bilbo, Smaug, Thorin, entre otros.

Aclaraciones y Advertencia: Este fic contiene slash, y lo que se me vaya ocurriendo, kesesesese.

 

Resumen:Bilbo es salvado de ser vendido como esclavo  por Smaug, Príncipe de los Dragones;  juntos, emprenden un viaje que los hará descubrir nuevos sentimientos. Pero, ¿qué sucederá cuándo nuestro querido Hobbit conozca a Thorin, Rey Bajo la Montaña?

 

 

Beta: Lily Black Watson.

 

OoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoO

 

 

Entre el  fuego y  el hierro

 

 

 

Capítulo 2.- Apariencias que engañan

 

 

 Bilbo Baggins, un simple hobbit de la Comarca; decidió salir un día de su confortable agujero para dirigirse a Bree, donde se encontraría con Gandalf, el Gris; pero en el camino, fue capturado por bandidos y llevado a Rohan para ser vendido en el mercado de esclavos, donde posteriormente fue rescatado por el príncipe dragón.

 

 Smaug gruñó; tuvo el impulso de regresar y matar a todos los humanos, incluso buscar al mago idiota y hacer que se comiera su estúpida barba. Si él estuviera en el lugar de Gandalf, estaría buscando a Bilbo hasta por debajo de las piedras. El dragón parpadeó, confundido. ¿Desde cuándo a Smaug el dorado le importa lo que sucediera con otro ser que no fuese él mismo?

 

— ¿Señor? —la voz de Bilbo vibró en los oídos del dragón, haciendo que el fuego, que era su corazón, ardiera con más intensidad; era un efecto parecido al que el oro le producía, pero mucho más fuerte.

Y Smaug recordó  las palabras de su madre, la reina: los dragones somos diferentes a los enanos, humanos, elfos o cualquier otra criatura de la Tierra Media, pero al mismo tiempo, eran muy similares a ellos. Nuestra raza puede cambiar sus enormes cuerpos para parecerse a los humanos, vivimos tanto o más que los elfos y sólo encontramos a nuestra pareja correcta una vez, como los enanos.

¿Habría encontrado a su compañero? Sinceramente lo dudaba; primero porque los dragones no se interesaban en otras razas, segundo porque no malgastaban tiempo buscando a su pareja, les bastaba con encontrar a alguien para aparearse y luego, se olvidaban del asunto, sólo las hembras mantenían un vínculo con sus crías luego de que estas salieran del huevo.

 

— ¿Señor Smaug? —lo llamó Bilbo nuevamente. El cuerpo de Smaug vibró y un inconsciente ronroneo escapó del interior de su garganta. — ¿Le sucede algo?

—Lo he decidido —dijo el dragón —. Te acompañaré en tu aventura.

El rostro de Bilbo se ensombreció, la sola idea de vagar por toda la Tierra Media, le aterraba.

—Yo sólo quiero regresar a mi casa.

 Una pequeña cantidad de humo salió de las fosas nasales de Smaug al bufar, cosa, que por supuesto asustó al pobre hobbit.

— ¡Aburrido! —se quejó el dragón y movió su cola de un lado a otro; pero se contuvo de decir algo más, pues se dio cuenta del miedo que parecía producirle a Bilbo, y eso no le agradó, él no deseaba que el hobbit le temiera. —Está bien, te ayudaré a regresar a tu casa —dijo, finalmente, haciendo un mohín, que, ciertamente descolocó al hobbit.

 

 Bilbo había leído infinidad de historias sobre lo feroces y crueles que eran los dragones. Creados por Morgoth, los Urulóki o dragones, representaron un gran peligro en la primera edad.

 

—Las cosas no son como siglos atrás —dijo Smaug, ofendido. No necesitaba que Bilbo convirtiera sus pensamientos en palabras, para conocerlos. —Es cierto que Morgoth creo a Glairung, padre de los dragones, para comandar sus ejércitos e infundir miedo a sus enemigos, sin embargo, fue Yavanna, quien creo a Aithusa la blanca, madre de los dragones. Estamos en paz con las otras razas, incluso somos aliados de los enanos. Hasta te salve a ti y todos esos esclavos, ¿no?

 

 Bilbo bajó la mirada, sintiéndose culpable por pensar mal de su salvador, ¿pero cómo culparle? Toda la Gente Grande con la que tuvo contacto desde que salió de la Comarca, lo habían tratado terrible, aprendió de la peor manera a no confiar en ellos.

 

—Lo siento —se disculpó, pero Smaug, no le prestó atención; se había subido a un árbol y ahora le daba la espalda. La cola del dragón se movía de un lado a otro con cierta violencia. Bilbo no pudo evitar comparar aquello con un gato enojado; sonrió, eso era, ¿tierno? Sacudió ligeramente la cabeza; un hobbit respetable no tenía esa clase de pensamientos.

—Lo siento —volvió a decir Baggins, pero nuevamente no recibió respuesta. Estaba comenzando a perder la paciencia —. ¡Disculpa! ¿De acuerdo? No debí pensar mal, después de todo, me salvaste de un destino incierto.

 

Smaug exhaló una pequeña nube de humo, ignorando al hobbit. Bilbo frunció el ceño, ¿en serio ese sujeto era un despiadado dragón?

 

— ¿Dejarás que te acompañe? —la pregunta tomó por sorpresa a Baggins; ahora Smaug lo miraba fijamente, esperando su respuesta, era como un cachorro rogando por ser adoptado.

—Sí, por favor —el dragón sonrió y en ese momento, Bilbo supo que deseaba pasar todo su tiempo con Smaug.

 

 

 

 Eredor, el reino de Thorin Escudo de Roble, rey Bajo la Montaña, se preparaba para recibir a los monarcas enanos y a Caillech, soberana de los dragones. Todos ellos se reunían una vez, cada cinco años, para reafirmar sus lazos.

 Thorin disfrutaba de la presencia de la reina dragón; si no fuese por ella, su reino hubiese caído a manos del Balrog, Enaquil; cuando Caillech se enteró del ataque a la Montaña Solitaria, fue la primera, junto con Smaug, en hacerle frente a la amenaza.

 

—Thorin, la reina Caillech y su escolta han llegado —le informó Dis, su hermana.

— ¿Viene esa lagartija con ella? —preguntó Escudo de Roble con molestia aunque no engañó a la enana. Dis sabía lo mucho que Thorin y Smaug se apreciaban, habían crecido juntos y aunque ninguno de los dos quisiera aceptarlo (par de orgullosos), se querían.

—No lo sé, pero es probable —Dis se encogió de hombros —. Smaug no perdería la oportunidad de  molestarte.

 Thorin ocultó su sonrisa; ya quería ver a esa lagartija sobredesarrollada y restregarle en la cara que seguía siendo un príncipe, mientras él gobernaba toda una montaña.

 

 

 

 

 Smaug estornudó, ocasionando que un árbol se quemara a causa de su aliento de fuego y asustara a Bilbo en el proceso.

— ¿Te… te vas a resfriar?

—Los dragones no nos enfermamos —se quejó Smaug.

—Entonces, alguien está hablando de ti —el dragón levantó una ceja y luego bufó; seguramente era el idiota amargado de Thorin.

 

 

 Bilbo y Smaug habían dejado Rohan y ahora se encontraban en Lorien, pues el dragón le había hablado, a su pequeño compañero, sobre los elfos; al hobbit se le iluminaron los ojos con la sola mención de los orejas puntiagudas, por ello, el príncipe había decidido llevar a Baggins a Rivendell (prefería mil veces que conociera a Elrond, que al rey lunático de Thranduil).

 

Volar, era la mejor forma de recorrer grandes distancias en poco tiempo, pero aun así, Smaug hacía poco uso de sus alas, pues quería alargar el viaje lo más que pudiera, para disfrutar de la cercanía del hobbit. Debían cruzar Paso Alto y las Montañas Nubladas para llegar a Rivendell.

 

 Bilbo presentía que algo inesperado podía ocurrir —aunque confiaba que Smaug era lo suficientemente capaz de pelear con lo que fuera—, se atrevía a desear que no tuvieran alguna aventura horrible en aquellas grandes y altas montañas de picos y valles solitarios, donde no gobernaba ningún rey. Nada ocurrió. Todo marchó bien, hasta que un día se encontraron con una tormenta; más que una tormenta era una batalla de truenos. Bilbo nunca había visto o imaginado nada semejante. Estaban muy arriba en un lugar estrecho, y a un lado un precipicio espantoso caía sobre un valle sombrío. Allí pasaron la noche, al abrigo de una roca; el hobbit tendido bajo una manta y temblando de pies a cabeza. Cuando miró fuera, vio a la luz de los relámpagos los gigantes de piedra abajo en el valle; habían salido y ahora jugaban tirándose piedras unos a otros; las recogían y las arrojaban en la oscuridad, y allá abajo se rompían o desmenuzaban entre los árboles.

 

—Son gigantes de roca —dijo Smaug —, tan grandes como un dragón, pero sin nada de inteligencia. No te preocupes, yo puedo contra ellos, nada te va a pasar.

Bilbo asintió con la cabeza, relajándose un poco. Confiando plenamente en las palabras del dragón.

 

Luego llegaron el viento y la lluvia, y el viento azotaba la lluvia y el granizo en todas direcciones, por lo que el refugio de la roca no los protegía mucho. Ahora empapados hasta los huesos (algo que no le hizo gracia a Smaug). Las risotadas y los gritos de los gigantes podían oírse por encima de todas las laderas.

 

— ¡Los mataré! —dijo el dragón. Sabía que, de no hacer algo, Bilbo podría salir seriamente lastimado, o peor aún, muerto.

—Smaug —murmuró Bilbo que se encontraba al resguardo de las alas del dragón.

 

 Pelearse con esos gigantes no era la mejor opción —no sí quería sacar a Bilbo de ahí en una sola pieza—, así que, tragándose su orgullo, salió de ahí con el hobbit, para buscar algún lugar lejano a la pelea.

 

 Al poco tiempo llegaron a una gran roca que sobresalía en la senda. Detrás, en la ladera de la montaña, se abría un arco bajo.

Debajo del arco era agradable oír el viento y la lluvia fuera y no cayendo sobre ellos, y sentirse a salvo de los gigantes y sus rocas. Pero el dragón no quería correr riesgos. Olfateó el lugar y exploró la oscura caverna; sus ojos eran capaces de ver en la oscuridad, por lo que no necesitaba de ninguna antorcha. Parecía de buen tamaño, pero no era demasiado grande ni misteriosa. Tenía el suelo seco y algunos rincones cómodos. Bilbo quería encender una hoguera en la entrada para secarse la ropa, pero no había ramas o cualquier otra cosa que pudiese servirle a su propósito, así que terminó pegado al dragón para no sentir frio durante la noche y que la ropa se le secara.

 

 A pesar de lo confortable que era dormir con un dragón a tu lado, por alguna razón, Bilbo no pudo dormirse hasta muy tarde; y luego tuvo unos sueños horribles. Soñó que una grieta en la pared del fondo de la cueva se agrandaba y se agrandaba, abriéndose más y más; y él estaba muy asustado pero no podía gritar, ni hacer otra cosa que seguir acostado, mirando. Después soñó que el suelo de la cueva cedía, y que se deslizaba, y que él empezaba a caer, a caer, quién sabe a dónde. En ese momento despertó con un horrible sobresalto y se encontró con que parte del sueño era verdad. Una grieta se había abierto al fondo de la cueva y era ya un pasadizo ancho. Por supuesto, lanzó un chillido estridente. Afuera saltaron los trasgos, trasgos grandes, trasgos enormes de cara fea, montones de trasgos, había por lo menos veinte para Smaug, y dos más para Bilbo; el dragón lanzó aliento infernal, quemando a todas las pestilentes criaturas que trataban de acercarse a ellos. De repente, un estruendo. Una nueva grieta se abrió golpe ¡y Bilbo y el dragón fueron tragados por ella!

 

 

….

 

 

 Cuando Bilbo abrió los ojos, se preguntó si en verdad los habría abierto; pues todo estaba tan oscuro como si los tuviese cerrados. No había nadie cerca de él. Eso lo aterró. No podía ver nada, ni oír nada, ni sentir nada, excepto la piedra del suelo. Se incorporó muy lentamente y anduvo a tientas hasta tropezar con la pared del túnel; pero ni arriba ni abajo pudo encontrar nada, nada en absoluto, ni rastro de Smaug. La cabeza le daba vueltas y ni siquiera podía decir en qué dirección había ido el dragón cuando cayó de bruces. Trató de orientarse de algún modo, y se arrastró largo trecho hasta que de pronto tocó con la mano algo que parecía un anillo pequeño, frío y metálico, en el suelo del túnel. Casi sin darse cuenta se metió la sortija en el bolsillo. No avanzó mucho más; se sentó en el suelo helado, abandonándose a un completo abatimiento. Se imaginaba friendo huevos en la cocina de su propia casa —pues alcanzaba a sentir, dentro de él, que era la hora de alguna comida—, pero esto solo lo hacía más miserable. No sabía a dónde ir, ni qué había ocurrido, ni por qué Smaug  lo había dejado atrás, ¿es que ya se había cansado de él? El dolor que en ese momento sentía en la cabeza, fue nada, comparado al de su corazón; había comenzado a encariñase con el dragón y no quería perderle.

 

 La verdad es que había estado mucho tiempo tendido y quieto, invisible y olvidado en un rincón muy oscuro. Al cabo de un rato se levantó. No, Smaug jamás lo abandonaría, seguramente se encontraba herido, debía ir a buscarlo. Se incorporó con el corazón palpitando, comenzó a andar. La galería parecía no tener fin. Todo lo que él sabía era que seguía bajando, siempre en la misma dirección, a pesar de un recodo y una o dos vueltas. Había pasadizos que partían de los lados aquí y allá, como podía saber por el brillo de la espada, o podía sentir con la mano en la pared.

De pronto, sin ningún aviso, se encontró trotando en un agua fría como hielo. Esto lo reanimó, rápida y bruscamente. No sabía si el agua era sólo un estanque en medio del camino, la orilla de un arroyo que cruzaba el túnel bajo tierra, o el borde del lago subterráneo, oscuro y profundo.

 Aquí abajo junto al agua lóbrega vivía el viejo Gollum, una pequeña y viscosa criatura. De piel grisácea, con dos grandes ojos redondos y pálidos en la cara flaca. Tenía un pequeño bote y remaba muy en silencio por el lago, ancho, profundo y mortalmente frío.

 Los ojos pálidos e inexpresivos buscaban peces ciegos alrededor, y los atrapaba con los dedos largos, rápidos como el pensamiento. Le gustaba también la carne. Los trasgos le parecían buenos, cuando podía echarles mano; pero trataba de que nunca lo encontraran desprevenido.

 

Bilbo, sentado a orillas del agua, se sentía desconcertado, como si hubiese perdido el camino y el juicio.

 

— ¡Bendícenos y salpícanos, preciosso! Me huelo un banquete selecto; por lo menos nos daría para un sabroso bocado ¡Gollum! —Y cuando dijo Gollum hizo con la garganta un ruido horrible como si engullera. El hobbit dio un brinco cuando oyó el siseó, y de repente vio los ojos pálidos clavados en él.

— ¿Quién eres? —preguntó, Bilbo.

— ¿Qué ess él, preciosso? —susurró Gollum.

—Bilbo Baggins. He perdido a mi compañero, es un dragón —agregó, con la esperanza que el origen de Smaug le causara miedo a aquella criatura —,  y no sé dónde estoy, y tampoco quiero saberlo, sólo quiero salir.

—Quizá se siente aquí y charle conmigo un rato, preciosso. ¿Le gustan los acertijos? Quizá sí, ¿no? —Estaba ansioso por parecer amable, al menos por un rato, estaba un poco aburrido, además, quería saber si el hobbit realmente estaba solo, si era bueno para comer, podría disfrutar de su carne luego. Acertijos era todo en lo que podía pensar. Proponerlos y alguna vez encontrar la solución había sido el único entretenimiento que había compartido con otras alegres criaturas, sentadas en sus agujeros, hacía muchos, muchos años, antes de quedarse sin amigos y de que lo echasen, solo, y se arrastrara descendiendo y descendiendo, a la oscuridad bajo las montañas.

 

—Muy bien. Si gano, me mostrarás la salida —dijo Bilbo, muy dispuesto a mostrarse de acuerdo hasta descubrir algo más acerca de la criatura: si había venido sola, si estaba furiosa o hambrienta, y si era amiga de los trasgos.

— ¿Y si pierde, preciosso? —se preguntó Gollum —. ¡Nos lo comemos! —se respondió a sí mismo.

—Tú preguntas primero —respondió Bilbo, con cierto temor.

 

 

Continuará…

 


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