Fue algo inocente, pequeño y sin importancia. Sin embargo, no lograba sacárselo de la cabeza, seguía torturándolo una y otra vez.
Makoto Tachibana, un joven de veinte años, se encontraba preso de sus pensamientos, cuando recordaba el casto beso que le había robado su vecino, Haruka Nanase, de tan sólo nueve años.
Hasta el momento, se consideraba un ser humano cuerdo, sin problemas que le diferenciaran del resto de los jóvenes de su edad. Sin embargo, después de ese incidente, en el cual ese pequeño se había trepado sobre su regazo, acomodado sobre su pelvis, en una sugestiva posición, y finalmente, plantado un beso sobre sus cerezos, seguía preguntándose, ¿Qué tan sano se encontraba mentalmente?
Suspiró agotado, mientras contemplaba el cuerpo dormido del moreno, acurrucado en un rincón de su cama, fuertemente aferrado a un deforme animal de felpa.
Makoto se rindió, quizás aquel ósculo había sido producto de algo que había visto en la televisión, o alguna conversación con sus amigos, o probablemente un acto que veía día a día en sus padres y le añadió su propio significado. Había una serie de respuestas, y lo mejor que podía hacer por el momento, era hablar con la madre de Haruka e informarle lo que acababa de hacer su pequeño, después de todo, no deseaba que el niño fuera repartiendo besos a cualquier individuo que mostrara cierto interés en él. El solo pensamiento le hizo hervir la sangre.
Poco después de haber terminado su debate mental, se acercó al diminuto cuerpo que reposaba plácidamente sobre el colchón y se inclinó sobre él, para tener una mejor visión de la criatura durmiente. La imagen le provocó una profunda ternura, un agradable sentimiento que se extendió desde su vientre hasta el pecho. Bajó su cabeza, dispuesto a besar la mejilla de Haruka, sin embargo, en un abrir y cerrar de ojos, el niño había levantado sus brazos y los había envuelto alrededor de su cuello, atrayéndolo hacia sí, para concretar un nuevo contacto entre sus bocas.
Los pequeños labios de Haru se presionaron contra los suyos, encajando de forma perfecta, mientras las diminutas manos del infante, buscaban adherirse a las hebras que poblaban la nuca de Makoto. El castaño se vio reflejado en esos atrayentes irises turquesa, completamente inmóvil, intentando comprender lo que acaba de suceder en sólo una décima de segundos.
Makoto, aún sin atreverse a realizar movimiento alguno, totalmente sorprendido por la reciente acción del pelinegro, se dejó hacer, permitiendo que el más bajo aprovechara la instancia y asomara la punta de su rosada y húmeda lengua, para relamer con ella la carnosidad inferior opuesta, saboreándola con curiosidad. Transcurrió un minuto, en el cual el niño continúo con su tarea de reconocer los labios de Makoro, hasta que se sintió satisfecho y se separó de él.
Tras tomar cierta distancia de su niñero, Haruka relamió sus propias carnosidades, percibiendo la calidez que habían dejado las impropias. La acción, aunque fue efectuada con total inocencia, no dejó de parecer tentadora y sugestiva frente a su único espectador, Makoto.
— Makoto. —Dijo el niño, sin añadir el honorífico correspondiente, como siempre, tratando al mayor como a un igual.— No me beses cuando esté durmiendo. — Le regañó, ligeramente somnoliento, antes de voltearse sobre la cama, obsequiándole una perfecta visión de su espalda.
Makoto suspiró, debatiéndose mentalmente, una vez más.