Los pies de Yoongi se detienen al otro extremo de la alargada plataforma, mirada fija en nada en particular y cálido aliento abandonando sus labios en blancas nubes de aire cuando exhala. La estación es una jungla de cuerpos que se abalanzan, empujando a quienes estén estorbando en su camino, ceños fruncidos y maldiciones que reemplazan las sonrisas que una vez iluminaron sus rostros justo como lo hacía el sol sobre el lienzo de celeste que todos llaman verano. Los trenes encuentran a las personas indicadas, quizás al azar y luego se marchan. Otro tren que se va, otra estación del año perdida, la imagen de dos manos entrelazadas, un choque de electricidad producido en la punta de sus dedos que se desplaza hasta sus corazón creando una desastrosa explosión, se convierte en constelaciones en el espacio sin ser aún descubiertas.
Las puertas se cierran a centímetros de su rostro, sombras danzan sobre sus facciones y aunque los oídos de Yoongi se encuentren cubiertos por unos auriculares, se le es posible escuchar a las sombras burlándose de él, de su ingenuidad. Un tren lleno abandona la estación por milésima vez en el día y sin embargo sus pies siguen pegados al piso, a la espera de uno que pueda llevarlo a su hogar.
La música repentinamente cambia, a una de aquellas donde las chicas quieren sonar tiernas pero es bastante claro que sus voces fueron editadas, notas altas y letras sin mucho significado. No hay necesidad de cuestionar cuando descargo esa canción y por qué lo hizo, el nombre del culpable se asoma como fuego en la punta de su lengua y de pronto se siente curioso de dónde está ese hogar del que todas las personas hablan.
Hogar era la cocina donde Yoongi encontraba a Hoseok imitando las recetas de esos programas de cocina que pasaban por la televisión; camiseta muy grande para su propio cuerpo, nariz untada en harina y las puntas de su cabello de un llamativo amarillo mantequilla, los utensilios estarían esparramados sobre la mesa y su expresión no mostraría más que molestia hasta que finalmente Hoseok sonreiría, dientes alargados y tan blancos como la leche utilizada para las galletas. Hogar era el sofá donde Yoongi y Hoseok pasarían las tardes del domingo viendo dramas, lagrimas cristalinas en los ojos del pelinegro al minuto en que la protagonista se daría cuenta que había amado durante toda su vida a su mejor amigo, habrían risas por parte de Yoongi pero eventualmente los diamantes seguirían cayendo, uno por uno y sus labios no resistirían a la imagen y debería besarlos para sanarlos mejor. Hogar era definitivamente la cama que ambos compartían, no era tan grande pero ninguno de ellos necesitaba tanto espacio cuando se tenían el uno al otro, las sabanas de pastel en una paleta de colores seria el punto de encuentro de muchos besos y confesiones de medianoche, testigo de la primera vez en que la espalda de Hoseok se arqueo, mejillas teñidas en carmesí y el nombre de Yoongi siendo repetido como una mantra. Hogar era la sombra creada bajo las pestañas de Hoseok por la mañana, de una manera tan delicada que era posible contarlas. Hogar era cada lunar esparcido por su cuerpo como estrellas fugaces en espera de un deseo. Hogar era la pequeña cicatriz hecha cuando era tan sólo un niño de diez años y su madre corrió tras el pequeño herido, caramelo en mano y melodías en espera de calmarlo. Hogar era la forma en que sus ojos se cerraban y su boca ocupaba la mayor parte de su rostro cuando un chiste le parecía demasiado gracioso cuando los demás en la mesa permanecerían serios.
Hogar era Hoseok y hogar era algo que Yoongi parecía no poder encontrar.
Cuatro o tres pasos cerca del borde, Yoongi se deja sumergir en los últimos minutos de la canción, imágenes de momentos, sinfín de fotografías abandonadas y arrojadas al primer basurero de los sueños rotos. Personas descienden de los trenes arropados en tantas ropas de invierno como fuera posible, todos ellos vestidos de oscuro, por poco sacándole una risita burlesca, era casi como si quisieran ir en conjunto con su estado de ánimo. Pero son los guantes rojos y las converses fluorescentes las que llaman su atención, sin embargo no hay lágrimas en mejillas enrojecidas ni tampoco labios hinchados de tanto morder. Hay una risa, aguda y burbujeante, junto a brazos enroscados en otros cuya piel Yoongi deseaba despellejar. No reconoce a la otra persona pero tan rápido como llegaron, las figuras se marchan. Otro tren se llena y otro tren se va, la cuenta se esfuma en el aire junto a las agitadas respiraciones.
Tres pasos se convierten en dos y al terminar la canción el sonido del siguiente tren es el que hace a las cabezas de todos girar.
Hay un dicho que dice “El hogar es donde el corazón está” y en cuanto las figuras se vuelven nada más que polvo sobre cerámica, Yoongi no sólo ve a Hoseok marcharse, sino también a su hogar.
Sus oídos son nuevamente llenados por rap pero para Yoongi todo es efímero en cuanto da el siguiente paso.