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"Rain Sound" por patrim6

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PRÓLOGO

 

   La lluvia caía incesante sobre las calles de Seúl, mojando los suelos empedrados y el cabello cobrizo del joven chico, haciendo que se pegara a su frente. Su cuerpo se encontraba encorvado, tembloroso; su rostro permanecía oculto entre sus brazos, los cuales también acallaban sus sollozos. Se encontraba sentado en los tres escalones que conducían a la casa destartalada en la que vivía, una casa que había dejado de ser un hogar.

 

Las calles vacías, las ventanas y puertas cerradas, el sol oculto tras la maraña de nubes en el cielo. Pero el chico no se inmutó cuando escuchó unos rápidos pasos, sonoroso debido a los charcos que adornaban la acera. Tampoco reaccionó cuando el ruido cesó justo frente a él. Solo al escuchar cómo una voz grave cuestionaba el por qué de su estancia solitaria bajo la lluvia, alzó el rostro. Sus lágrimas rápidamente se confundieron con las gotas de lluvia que comenzaron a caer sobre su cara. Y tan solo pudo apreciar una mirada penetratante de carácter inquisidor y unos labios gruesos. Luego, se desmayó.

 

 

CAPÍTULO 1: EL ACCIDENTE

 

   Los pasos de su acelerada carrera resonaban por el pasillo a un ritmo casi frenético entre taquillas, luces fluorescentes y suelos brillantes. El conserje le dirigió una mirada desaprobatoria cuando derrapó para doblar la esquina que llevaba a la zona del instituto donde se encontraba su aula. Suspiró aliviado al comprobar que la puerta estaba abierta, signo que demostraba que el profesor aún no había llegado. Entró en clase y se dirigió a su mesa, situada en la última fila, pasando desapercibido por todos sus compañeros, como siempre.

 

   No se caracterizaba por tener muchos amigos. De hecho, no tenía ninguno. A pocos les interesaba trabar amistad con un chico larguirucho, desgarbado y pobre.

 

   Mientras apoyaba la ya estropeada mochila negra en el suelo, al lado de su mesa, una sensación de agobio se apoderó de él. Acababa de percatarse de que la primera clase de aquel día era Gimnasia, y eso no era nada bueno. Observó sus desgastadas zapatillas de deporte, las cuales tenían ya la punta levantada la suela con unos cuantos agujeros. Llevaba ya un par de días sin poder participar en la clase de Gimnasia debido al estado de sus deportivas. Los cordones se desataban cada dos por tres, y el profesor había decidido que eso era demasiado peligroso para la práctica que estaban llevando a cabo: salto de vallas. No es que le molestara la decisión que había tomado el docente; en buena parte, lo entendía. Lo que le indignaba eran las burlas de sus compañeros debido a su situación socioeconómica. Por no hablar del apodo con el que le obsequiaban desde hacía unos días: jirafa. Todo el mundo tenía un apodo, eso era cierto. Pero él llevaba ya varios años rotando de uno a otro, cada cual más ofensivo. Y últimamente, el motivo principal para meterse con él era su altura. Si bien es cierto que era demasiado alto para la edad que tenía, no debía ser razón de burla.

 

   El profesor entró en la clase y todos los alumnos se sentaron en sus respectivos sitios. No habían pasado ni cinco minutos cuando la mano de una de las compañeras que tenía cerca se levantó con urgencia.

 

   - Profesor -enseguida comenzó a hablar, sin tan siquiera esperar a que el docente la mirara-. ¿Podría cambiarme de sitio? Aquí huele mal.

 

 

   Junhong no debería haberse dado por aludido con ese comentario, pero observó cómo la chica le dedicaba una mirada de soslayo, haciéndole entender que se refería precisamente a él. Se encogió un poco y resbaló ligeramente por la silla, tratando de esconderse de las miradas de todos los demás, algo inútil debido a su altura.

 

   En casa a veces no podían ducharse. Debido a la falta de pago de las facturas, en ocasiones les cortaban la luz, el agua o el teléfono. Justo el día anterior, cuando Junhong fue al baño para lavarse tras haber salido a practicar con su ya destartalado skate, descubrieron que no tenían agua. Su madre se lo esperaba: habían retrasado la fecha de pago en el centro comercial donde trabajaba y no había podido ir al banco para pagar los gastos básicos del hogar. Junhong tuvo que apañarse con su esponja y un poco de agua mineral con jabón echada en un cubo. Tampoco debía abusar: necesitaban ese agua para cocinar y para lavar los platos y vasos. Pero nadie sabía nada de eso.

 

   El profesor se limitó a asentir, mirando con cierta condescendencia al joven, pero sin atreverse a defenderlo. En realidad la chica llevaba razón: olía mal. Junhong bajó la cabeza y se sumergió en su libro de Gimnasia. Dado que no podía realizar las clases prácticas, tenía que entregar un trabajo sobre la historia del salto de vallas. Prefería eso a nada. Al menos lo mantenía ocupado y sin pensar en lo que había a su alrededor. Un mundo nada esperanzador.

 

******

 

   Dejó caer la mochila en el suelo de la entrada de la casa, donde siempre la dejaba. Nunca se molestaba en colocarla bien, los ánimos con los que cada día volvía del instituto le impedían detenerse frente a detalles tan nimios como ese. Se dirigió a la cocina y destapó la olla que permanecía intacta sobre el fogón apagado. Sopa. Y aquel día llevaba premio. Un par de trozos de pollo flotaban en el caldo, haciendo que la comida tuviera un sabor más apetecible.

 

   Encendió la radio antes de comenzar a servirse la sopa en un plato hondo. No tenían televisión, suponía demasiado gasto. Además, desde que se rompió la que tenían no habían conseguido reunir el dinero suficiente para adquirir otra.

 

   Se sentó a la mesa para comer mientras escuchaba los trágicos sucesos que siempre estaban presentes en el noticiario. ¿Por qué únicamente hablaban de lo malo? Nunca sacaban a personas que habían reencontrado familiares, que habían donado una gran cantidad de dinero a la caridad o que habían abierto un comedor social para los más necesitados. Las muertes, los accidentes de coche, la violencia doméstica y los robos siempre eran lo primordial. Poca gente se preocupaba por personas como él, adolescentes que habían crecido al cuidado de una madre soltera que casi no podía afrontar los gastos del hogar. Y es que el sueldo que cobraba trabajando como cajera de supermercado no era lo suficientemente alto como para llevar una vida llena de lujos y caprichos. Pero, ¿acaso desear comida caliente sobre la mesa todos los días era un capricho o un lujo? ¿Poder ir a clase sin oler mal era un capricho o un lujo?

 

   La sociedad no está hecha para ser justa y equitativa”, pensó el joven chico mientras apuraba con hambre la sopa del plato hasta que no quedó ni una gota. Pero lo peor no había llegado. Cuando el timbre sonó, no se imaginaba que ante sí le iban a anunciar algo igual de terrible que lo que aparecía en el noticiario. Abrió la puerta la puerta y ante sí se encontró con dos oficiales de policía con miradas serias y algo condescendientes.

 

   - ¿Choi Jun Hong? -preguntó uno de voz grave y pelo algo canoso.

 

   - S-sí, soy yo... -tartamudeó un poco al principio, más por la soprresa de tener a la policía en su casa que por la intimidación que le podía provocar la situación.

 

   - Estuvimos llamando al teléfono un buen rato, pero no daba señal -el oficial se quitó la gorra y sacó del bolsillo del pantalón una pequeña libreta y un bolígrafo.

 

   - No tenemos línea -se limitó a decir el joven, sin dar demasiados detalles sobre su situación financiera-. ¿Ocurre algo, agentes?

 

   - Lamento decirle que no venimos con buenas noticias.

 

   ¿Desde cuándo la policía aparece en tu casa para darte buenas noticias?”, pensó Jun Hong mientras cambiaba el peso de su cuerpo de una pierna a otra, impaciente.

 

   - Es usted hijo de Choi Ji Min, de 43 años de edad, ¿cierto?

 

   La sopa que acababa de comer se removió en su estómago al sospechar que lo que iba a salir de la boca del oficial cambiaría su vida para siempre.

 

   - Sí... ¿Qué ha pasado?

 

   - Lamentamos comunicarle que su madre ha fallecido. Accidente de tráfico en la carretera comarcal.


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