Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Liar por Syarehn

[Reviews - 18]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

¡Siento mucho la demora!

Nayencchi, mil gracias por ayudarme corrigiendo la demencia escrita allá abajo; Cadiie-chin, mi querida asesora psicológica, no tengo como agradecer tu diagnostico.

Los personajes de Kuroko no Basuke son propiedad de Fujimaki Tadatoshi, y esta historia participa en el evento "¡Mes AoKi!" Para el grupo de facebook y comunidad Fanfiction AoKiLovers.

 

LIAR

 . »« .

.

"Y sólo una risa voy a gritar, y sólo un llanto me voy a perdonar, y sólo un deseo voy a esperar, y aun así voy a mentir."

 .

Alles Lüge de Lacrimosa

 

.

Maldijo por cuarta vez la lentitud del transporte público y los molestos semáforos de la ciudad cuando notó que su reloj marcaba la 1:48 pm. Resopló frustrado, había dicho que pasaría por él a la 1:30 y detestaba llegar tarde puesto que a él tampoco le gustaba que lo hicieran esperar y aunque sabía que Kise no iría a ningún lado sin él, no quería que una tontería como la mala distribución vial le arruinaran el día.

Maldijo aún más haber perdido su licencia de manejo y no poder llegar allí en motocicleta.

Decidió bajar del autobús cuando éste quedó varado en un tráfico atroz que simulaba ser un inmenso cardumen de peces atrapados en la red. Estaba a tan sólo 15 minutos si se apresuraba, así que pese al calor y a las banquetas abarrotadas de gente, corrió las cuadras faltantes, pasando por un par de tiendas de ropa, una florería y el cementerio de la ciudad hasta detenerse agitado en la esquina de la calle donde ahora habitaba el rubio.

Volvió a mirar el reloj; 2:16 pm. Chasqueó la lengua y retomó su camino.

Se detuvo en la entrada de la imponente construcción frente a él y aunque ya lo conocían allí, tenía la obligación de registrarse en el cubículo de la entrada, de modo que garabateó su nombre y el de la persona a quién visitaba, retomando posteriormente su carrera hacia la entrada atravesando el jardín y el salón principal lo más rápido que pudo.

Dudó un poco sobre subir por las escaleras o tomar el ascensor, pero para su suerte éste estaba regresando a la planta baja justo a tiempo para que él pudiese subir con calma y sin perder más tiempo.

No le importó empujar a más de uno para hacerse espacio en la reducida cabina, y cuando una alarma sonó anunciando que había  más carga de la óptima, sin remordimiento alguno pero con discreción, empujó a una mujer que estaba a su lado hasta sacarla del elevador, ganándose la furibunda mirada de ésta y contestándole con una taimada sonrisa.

Bajó en el tercer piso y si no corrió por el pasillo fue porque el guardia que estaba allí ya le había advertido que si volvía a verlo infringiendo las reglas no volvería a tener acceso, sólo por eso se contuvo lo más que pudo, avanzando a pasos largos y rápidos hasta llegar a la puerta 24-02.

No tuvo la necesidad de tocar pues cuando estaba por hacerlo notó que la puerta estaba entreabierta y sin miramiento alguno entró sin importarle que el rubio estuviese ocupado, pero Kise no estaba. Era extraño, el peliazul le había dicho que iría por él ese día, debería estar allí, esperándolo, admitía que había llegado tarde pero no por ello el tonto modelo tenía que irse ¿o sí? ¿Y por qué estaba abierto?

Con toda la confianza y seguridad que lo caracterizaba se dedicó a buscar por cada rincón, incluso el baño, cerciorándose de que en verdad Kise no se hallaba allí. Observó junto a la cama del rubio el balón de básquet que él mismo le había regalado tiempo atrás y lo tomó, girándolo en su índice pero sin poder reprimir la una mezcla entre enojo, preocupación y celos que sentía en ese instante. Al final terminó sentándose en la cama del ojidorado, donde se fue escurriendo poco a poco hasta quedar acostado, aspirando el aroma de Ryōta y sonriendo sin ser consciente de ello.

—¿Adónde te metiste ahora, Kise? —susurró para sí mismo.

El sonido de los pájaros y las risas que provenían del jardín le recordó que el edificio era mucho más grande como para simplemente quedarse allí echado, esperando.

De un ágil movimiento se incorporó y caminó hacia la ventana. Ese día el sol brillaba en el cenit con más intensidad que cuando había llegado, la luz cegaba sus ojos pero no era algo que su mano no pudiera amortiguar. La vista del jardín trasero era hermosa; tan verde y lleno de flores y árboles, en los cuales se apetecía sentarse a leer o dormitar bajo su vasta sombra.

Observó a los vecinos del rubio; aquél enorme edificio albergaba quizá demasiada gente. Gente que ahora se hallaba paseando -deambulando- en el jardín, disfrutando del clima. Seguramente era lo mismo que había pensado Kise, así que salió de allí llevándose el balón consigo y cerrando bien la puerta tras de sí.

Esta vez no tomó el ascensor para agilizar la bajada deslizándose por los pasamanos, aún ante las miradas de reproche de los habitantes del lugar y los guardias, y cuando llegó a la entrada principal lo vio; parecía estar conversando animadamente con alguien y se le notaba bastante feliz con aquella sonrisa plena y radiante, parecía no molestarle lo sofocante del clima.

Aomine dejó el balón en el suelo y se acercó a paso lento, acechándolo. Sonriendo como lo hace un cazador al saber que ya tiene a su presa en las manos y que bien podrá tomarla en el momento que deseara.

Kise simplemente no había advertido su presencia, estaba en otro mundo. En su mundo. Hasta que unas manos se ciñeron a su cintura arrastrándolo hacia la realidad que tenía justo a sus espaldas, que respiraba profundamente sobre su nuca y hundía la nariz en su cabello, que lo aferraba como si no quisiera soltarlo jamás...

—¡Aominecchi! —la alegría en la voz del ojidorado era casi palpable—. Pensé que no vendrías —en realidad era mentira, Ryōta sabía a la perfección que el peliazul no fallaría a su palabra.

—Dije que vendría hoy ¿no? —Kise asintió girándose para quedar frente a él, decidido a atrapar los labios del ojiazul.

Aomine sonrió internamente; deseoso y expectante, de modo que, ávido por el contacto, apretó más el abrazo en el que estaban envueltos. Ambos podían sentir la calidez del aliento ajeno, tan parsimonioso al principio y tan acelerado conforme cerraban la distancia. Apenas se habían visto el día anterior y ya anhelaban más, más cercanía, más de ese delicioso cosquilleo… pero Kise giró el rostro de golpe saludando emocionado con la mano a alguien y gritando un “¡cuídate, yo también te quiero!” que provocó que el peliazul soltara su cintura y apretase los puños, a la par de un suspiro de resignación y molestia mal disimulada. ¿Eso había sido un desaire?

—¿Quién era? —le tomó la barbilla para que lo mirase y su tono salió más golpeado de lo que quería pero no iba a retractarse.  

—Mi hermana. Llegó un poco antes que tú, estaba preocupada por la siguiente sesión que tendré. Y eres un grosero, no te despediste. 

El moreno ablandó notablemente su mirada.

—No sabía que estaba aquí, además ella no se quedó a saludarme —fingió indignación, mucho más relajado y sintiéndose estúpido por sus celos, recibiendo la suave risa de Kise como respuesta a todos sus pensamientos, como si el rubio pudiera leerlos.

—Estaba cansada, acaba de llegar de Düsseldorf… pero me pidió que te agradeciera por entregarme su última carta y sé perfectamente cómo hacerlo.

Aprovechando la cercanía que Aomine había restaurado al tomarlo del mentón, Ryōta aprovechó para impulsarse con suavidad pero no por ello con poco ímpetu, besando al moreno. Un beso profundo y sorpresivo al que Daiki tardó en reaccionar, hasta que él mismo acercó más sus cuerpos de un brusco tirón en la cintura del rubio, acelerando el parsimonioso ritmo del beso y robándose el aliento del chico sin contemplaciones, queriendo hacerle sentir lo mismo que a él lo enajenaba y enloquecía, recordándole implícitamente que el único con derecho a robar su atención era él.

Kise acomodó los antebrazos en el cuello de Daiki, dejándose llevar, mordiéndole el labio superior cuando las morenas manos se deslizaron hacia su espalda baja, apegando más las caderas de ambos, rozándose de forma tan leve que despertaba la ansiedad de Aomine y los deseos de Ryōta, mismos que no decayeron aun cuando se separaron un poco en busca de oxígeno. Sus labios deseaban más e iban hacia el deseado reencuentro cuando una estridente risa que podía provenir de cualquiera de las personas allí afuera les recordó que se hallaban en un jardín público, no es que a ellos les importara realmente, pero si continuaban así sólo tendrían dos opciones: correr a la habitación de Kise o dar un espectáculo público.

Aomine sentía la sangre hervir ante ambas perspectivas.

Y aún así se contuvo.

—Juguemos un uno a uno —solicitó el rubio, aún con los labios rozando los suyos, tratando de recuperar la compostura—. No he jugado desde la semana pasada y anoche Kasamatsu-sempai dijo que…

—¿Viste a ese idiota anoche? —no pudo evitarlo y dejó escapar la pregunta fingiendo indiferencia.

—No es un idiota, Aominecchi, y no, no lo vi; hablé con él.

—No me gusta que loveas —Kise abrió la boca para replicar pero algo en la mirada azul lo hizo callar.  No podía descifrarla, incluso su voz sonaba diferente.

—Aominecchi…

—No me gusta que hables con él o que siquiera pienses en él.

—No digas eso, él no…

—Llegó algo para ti ayer —cambió el tema sin querer desgastarse por aquel imbécil y buscando que también Kise se olvidara de él, por ello sonrió internamente regodeándose en sí mismo al ver el brillo de disparatada emoción en sus ojos; lo había logrado.  

—¿Viste a mamá esta semana? —sonaba tan ilusionado que el peliazul sólo atinó a asentir, no tenía palabras para la sonrisa entusiasta de Ryōta.

Se apartó un poco, rebuscando entre las bolsas de su pantalón hasta que sacó un sobre mal doblado y se lo tendió.

—Podrías ser más cuidadoso —le reclamó con un puchero.

—Lo importante es que lo traje ¿no? Pude haberla olvidado.

Kise lo miró con falso reproche y se dejó caer en el pasto para leer lo que su madre le había enviado. Abrió el sobre con más cuidado del necesario y sus orbes ámbar se iluminaron llenos de regocijo. Extrañaba a su madre, a toda su familia en realidad, pero sabía que hacían lo que podían para ir a visitarlo y cada semana sin falta su madre le enviaba cartas, sus hermanas lo hacían más esporádicamente –una o dos veces al mes– pero a él le bastaba y siempre les contestaba lo más pronto posible.

Sonrió al leer que su madre por fin había aprendido a bordar sin picarse los dedos, prometiéndole enviarle algún cojín pronto; de su papá decía que había enfermado de gripe pero que ya estaba mejor debido a su estadía forzosa en cama, riendo con fuerza al imaginar a su dulce madre siendo estricta con el señor Kise.

—La letra de mamá es cada vez más legible —se burló, recordando que las primeras cartas tenían una letra terrible a causa de una cortada en la palma ocasionada al preparar comida exótica. Sólo a Kise Mitsuki se le ocurrían esas cosas.

—No la culpes, tú querías cortes de carne occidentales; agradece que te los enviara —le regañó severo. Tonto Kise, no agradecía nada. El rubio guardó su carta perfectamente doblada en la bolsa de su camisa.

—Hay demasiado ruido, ¿no te parece, Aominecchi…? —se quejó, sacudiendo la cabeza al sentir un punzante dolor en ella—. Es muy molesto.

—La gente aquí siempre es escandalosa… igual que tú —lo dijo serio pero Ryōta podía detectar bien el tono de broma oculto—. Ya deberías estar acostumbrado a ellos. Ignóralos.

—¿Es que a ti no te molestan tantas voces hablando al mismo tiempo?

—¿Quieres que vaya y les arme un escándalo para que estés contento?

—No… —el puchero en su cara fue involuntario, y es que el rubio sabía que Daiki sí podría armar un verdadero escándalo a tal grado como para que le prohibieran definitivamente la entrada.  

—Entonces trata de ignorar sus molestas voces… además, creí que querías jugar baloncesto. Vamos —tomó al rubio de la cintura y lo levantó, recogiendo en el proceso al balón que había dejado a unos pasos.

Caminaron hasta llegar a la media cancha de baloncesto que había en el patio trasero. En verdad que Aomine  agradecía que ese lugar fuese tan grande y con instalaciones deportivas.

Una vez en el centro de la cancha, el ojiazul comenzó a botar el balón con una sonrisa depredadora, esperando el momento para tomar desprevenido al rubio, lo cual no pasó. Aomine intentó pasarlo, lográndolo por apenas un poco, corriendo hacia la canasta y lanzando unos de sus conocidos tiros sin forma, pero éste no logró entrar al ser atajado por Kise. La sonrisa del as de Tōō se ensanchó; el duelo apenas iniciaba…

Ryōta también sonreía involuntariamente, le pasaba en cada encuentro con Daiki pues invariablemente se dedicaba a sentir y dejarse llevar. Todo se esfumaba en ese momento: las molestias, preocupaciones, la gente, las voces… su cerebro únicamente se concentraba en el balón y Daiki. Nadie más existía y nada más ocupaba su mente.

El encuentro se llevo más tiempo del que duraba cuando iban en Teiko, pues ambos habían mejorado considerablemente, sin embargo, el juego concluyó como siempre: la victoria deportiva de Aomine Daiki frente a las múltiples derrotas de su corazón ante Kise Ryōta. En realidad el que terminaba arrodillado a los pies del otro no era el modelo, aunque el peliazul no lo admitiría en voz alta.

Por su parte, Kise se dejó caer en el suelo, agotado, mirando hacia arriba con la respiración agitada y una sonrisa en los labios; el cielo era tan hermoso cuando las nubes parecían una camada de borregos…

…y un espasmo de pánico recorrió su cuerpo, mismo que no pasó desapercibido por el moreno, que en ningún momento había apartado la vista de él.

—No te pondrás a llorar porque gané ¿o sí? —bromeó para ocultar su preocupación—. ¿Qué ocurre?

—Anoche tuve una pesadilla muy vívida… —susurró sintiendo como una vorágine de pensamientos lo envolvía—. Sé que debe parecerte estúpido que piense en algo así en este momento pero… todo empezaba justo con un cielo así —Aomine guardó silencio esperando a que el chico continuara el relato, al tiempo que se acercaba a él hasta recostarse a su lado, jalándolo hacia el suelo también—. Soñé que toda mi familia moría en un accidente y que todo era mi culpa… —Daiki se tensó e instintivamente atrajo a Ryōta a su cuerpo—. Íbamos de vacaciones para celebrar mi graduación ¡y el cielo se veía hermoso! Justo como ahora… me dejé llevar y sin darme cuenta ya estaba manejado rápido, muy rápido…tanto que no vi una camioneta frente a mí —vio como las blancas manos comenzaron a temblar cada vez con más vehemencia y en un intento por tranquilizarlo lo estrechó con más fuerza pero el relato se detuvo.

—Kise… —le llamó con suavidad al notarlo ausente. La mente de Ryōta ya no estaba allí, con él, se había perdido en el recuerdo de su sueño.

—Chocamos —y su voz se quebró irremediablemente, su garganta estaba seca y sentía el pecho tan oprimido que respirar le costaba lo suficiente como para no querer hacerlo más. Las lágrimas habían comenzado a derramarse y no parecían querer detenerse, era un torrente nacido desde lo más profundo de su corazón, oprimido en culpa y la más profunda desdicha.

Entonces el cúmulo de voces que tanto le molestaban regresó de forma atronadora, obligándolo a sentarse de golpe y taparse los oídos con ambas manos –aún temblorosas– para minimizar el ruido que lo atosigaba y le hacía sentir que su cabeza estallaría en cualquier momento. Quería gritar hasta romperse las cuerdas vocales, llorar hasta que los ojos le sangraran y el impulso de arañar algo, sin importar qué, se hacía cada vez más fuerte, lo de menos era que su propia piel fuese lo más cercano en ese momento.

—¡Kise!

Un par de manos morenas tomaron las suyas, alejándolas de su cabeza y reteniéndolas con firmeza, pero aunque los ojos dorados miraban en su dirección no lo estaban focalizando a él; las imágenes de aquel accidente eran lo único que empañaba su mirada en ese instante.

—El auto se volcó y arrastró consigo a más automóviles —Aomine no supo si aún se estaba dirigiendo a él o narraba en voz alta lo que creía estar viendo de nuevo—. ¡Había tantos gritos! Tanta sangre… y en medio de los desgarradores murmullos y el dolor que me asfixiaba; escuché a mamá. Su voz suave y trémula diciendo que nos amaba. Por el retrovisor pude ver su sonrisa manchada de rojo antes de que el espantoso sonido de algo explotando llenara el ambiente…  ¡Y fue mi culpa! ¡Mi culpa, mi culpa, mi culpa! —gritó, pero su voz fue bajando paulatinamente hasta que de sus labios ya no brotaba sonido alguno aún repitiendo que había sido culpa suya como si fuese un mantra. Asimismo, su cuerpo había comenzado a balancease de enfrente hacia atrás sin que las lágrimas dejaran de caer.  

—Tonto, sólo fue un sueño. Tranquilo —explicó restándole importancia, tratando de que el chico hiciera lo mismo.

—Lo sentí tan nítido… —su voz era casi un murmullo, la garganta le ardía como si hubiese tragado un cristales.

Daiki sacó de la bolsa frontal de su pantalón un sobre de pastillas refrescantes, sacó una y la metió a su boca, abrazando a Kise con el otro brazo, paseando sus dedos por la espalda ajena dibujando figuras amorfas en un intento por trasmitirle algo de sosiego, a lo que Ryōta contestó arrebujándose aún más entre los brazos de Aomine, dejando que el dolor fuera incinerado por el exquisito calor del moreno cuerpo que lo ataba a la lucidez, evitando que se perdiera en un dolor que, como Daiki decía, no podía ser real.

—Hey, todos están a salvo, ¿no viste hoy a tu hermana? ¿No tienes en la bolsa una carta de tu madre?... y yo estoy aquí, idiota… siempre estaré aquí.

—Mentiroso —acusó el rubio en un puchero. Aomine río ante la ironía de aquella declaración—. Anoche no estabas aquí.

—Créeme cuando digo que crearía un mundo de mentiras si con eso quitas esa cara de animal apaleado. Es molesta —un codazo y una queja le hicieron saber que podía relajarse un poco, aunque el níveo cuerpo entre sus brazos aún temblaba.

—Quédate hoy…

—No iré a ningún lado.

—¿No me mientes, Aominecchi?

Aomine lo abrazó con más fuerza y acarició su frente; besó su rubio cabello y lo obligó a recostarse sobre él, aunque la respiración del chico era cada vez más acelerada y los espasmos en su cuerpo no cesaban.

Y volvió a tomar aquellos tersos labios entre los suyos, esta vez sin contener toda la pasión que sentía, mordiéndolos, succionándolos y marcando un ritmo que enajenaba a ambos, haciéndolos rasgar el firmamento cada vez que sus lenguas jugaban a entrelazarse y sus dientes inquietos aprovechaban para intentar capturar el músculo ajeno. Aomine sentía que besos así le robaban la existencia y se la devolvían totalmente renovada.

—¡T-tonto! —fue el rubio quien se separó con los ojos llorosos y tosiendo, tratando de incorporarse—. Hiciste que me tragara tu horrorosa pastilla —se quejó con un puchero mientras Daiki no podía contener la risa y se burlaba de Ryōta abiertamente.

El rubio aún temblaba ligeramente, de modo que permanecieron allí conversando de trivialidades y jugueteando con el balón de vez en cuando hasta que de un momento a otro, Kise se quedó dormido.

Suspiró sabiendo que debía llevarlo a su cuarto, observándolo dormir una vez que lo depositó en su cama. Se veía tan frágil y tan perdido… en momentos como ese era cuando no podía evitar sentir aquel nudo en la garganta y el moreno en verdad creía que éste lo terminaría ahogando lentamente algún día. Sus ojos escocían al tiempo que sentía que comenzaba a quebrarse por dentro, siendo el segundo síntoma las traicioneras lágrimas que acudían como si hubiesen sido invocadas ante la verdad que intentaba cubrir con un millón de mentiras. Siempre era así, siempre dolía y siempre terminaba llorando en silencio y sin testigos, pero ese era el único llanto que se permitía, el único que dejaba fluir porque le era necesario para apaciguar un poco su pena e incluso para liberar la pesada carga que sentía cada que le mentía a Ryōta.   

Deseaba quedarse a su lado y verlo dormir hasta caer rendido a su lado, pero no podía, sabía que debía retirarse y aprovecharía que el rubio no despertaría hasta el otro día. Se alejó en silencio después de darse el gusto de volver a juntar sus labios, luego salió de la habitación a paso lento y con un conocido sentimiento agridulce rebosando en su pecho, no obstante, sabía a dónde iría para intentar mitigarlo, aunque en ocasiones le resultaba contraproducente.

—Debe ser muy difícil. No se puede sostener una mentira para siempre —comentó la mujer en la recepción al verlo firmar la hora de salida. Aomine la ignoró. ¿Difícil? ¿De qué hablaba?

Después de salir del edificio se detuvo en el puesto habitual de flores al que acudía cada vez que su consciencia se lo exigía y compró begonias blancas, más de las que podía cargar con un brazo. Ni siquiera tuvo que pedirlo, la amable chica que vendía allí ya conocía al moreno pues había comprado las mismas flores desde hace dos años. 

Los rayos del sol ya estaban muriendo pero a Aomine no parecía interesarle, no cuando nuevamente sentía ese molesto sentimiento de culpa que le dividía el corazón y la consciencia. Su único escaparate así eran los cálidos besos de Kise. 

Entró a paso lento al cementerio, avanzando parsimonioso entre las tumbas y notando el considerable aumento en el número de éstas.

Detuvo su andar frente a una hilera de lápidas grises pero elegantes, que a diferencia del resto se mantenían limpias. Aomine se inclinó lo suficiente para retirar las begonias casi secas que cubrían parte del mármol y sonriendo con tristeza acomodó parte de las flores que llevaba, repitiendo el proceso con las otras tres lápidas contiguas. En la última, como siempre, colocó más flores que en el resto, pasando sus dedos por las hendiduras en el mármol que formaban un nombre: Kise Mitsuki.

Se sentó frente a ella suspirando.  

—“Mentiroso”… eso deben estar diciéndome justo ahora después de dos años de invenciones y quimeras. Y sé bien que venir aquí no cambia nada ni me redime en absoluto… pero aun así no me arrepiento.

Entonces recordó a la recepcionista y sus palabras antes de salir del lugar. ¿“Difícil”, había dicho?

No, ¿por qué sería difícil convivir con Kise a diario, verlo sonreír y tenerlo entre sus brazos, acariciarlo y poder sentir la textura de sus labios sobre los suyos? ¿Qué tenía de difícil jugar baloncesto con él? ¿Por qué debía ser difícil consolarlo en sus días lóbregos y darle el apoyo que necesitaba? Lo hacía porque quería, porque lo quería.

¿Que lo difícil eran las mentiras? No. Tampoco era difícil mentirle diciéndole que aquel sueño que lo acosaba cada vez con menos frecuencia no era producto de su fantasía; que de hecho era un recuerdo…

Ni siquiera le parecía difícil darle antidepresivos el lugar de pastillas refrescantes o pretender que él también escuchaba los ruidos y voces de las que el rubio tanto se quejaba o que veía las alucinaciones de las que el chico era presa –aunque muriera de celos cada vez que Ryōta alucinaba con sus compañeros de Kaijo, sobre todo con su estúpido ex capitán–, o que el hospital psiquiátrico era un complejo de departamentos lujosos. De hecho, había tenido suerte por todo el apoyo y confianza recibidos por parte de la amable médico a cargo del caso del rubio, ella siempre le daba las instrucciones y permisos necesarios, pues según sus propias palabras, Ryōta estaba mejor con él. Sin embargo, admitía que perfeccionar la letra y tratar de sonar como cada uno de los miembros de la fallecida familia de Kise no era sencillo, pero tampoco era extremadamente complicado.

Lo verdaderamente difícil era saber que la mente de Ryōta estaba tan perdida que no sabía que el mundo en el que creía vivir era una mentira, y le dolía a sobremanera saber que Kise se sentía tan culpable que había bloqueado el accidente, borrándolo de su realidad. No podía ni quería imaginar el nivel de sufrimiento del modelo como para que el mecanismo de defensa primario fuera escudarse tras la negación y alucinaciones. Definitivamente lo difícil no era seguirle la corriente en cuanto a la falsa realidad en la que su novio vivía debido la reacción psicótico-depresiva que había desarrollado, sino ver lo que ésta estaba haciéndole…   

Miró su reloj; era hora de irse si es que quería llegar temprano a la habitación de Kise sin que éste notara que no había pasado la noche allí; una mentira más con tal ver cada día la resplandeciente sonrisa de Kise Ryōta.

Observó una vez más las cuatro  lápidas y se rió pensando que esa tarde, bromeando,  el rubio lo había llamado mentiroso. Y vaya que lo era. E iba a seguir alimentando con afables falacias la burbuja en que vivía su novio el tiempo que fuese necesario. ¿Que no podía mantener una mentira para siempre? Que la recepcionista y el mundo lo observasen lograrlo. Sería el más diestro mentiroso con tal de mirar el brillo de felicidad en aquellos ojos dorados y esa radiante sonrisa genuina que tanto adoraba; porque amar como él amaba a Kise era como parpadear: así de inconsciente, natural e innato. Vivía para amarlo y mentiría toda una vida por él.

.

"Y sólo un deseo voy a esperar, y aun así voy a mentir."

.

Notas finales:

Muchas gracias por leer. Besos y abrazos llenos de locura~

*´¨) 
¸.•´¸.•*´¨) ¸.•*¨) 
(¸.•´ (¸.•` ¤ Syarehŋ


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).