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Cuestión de Confianza por Syarehn

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Notas del capitulo:

¡Uf! Pensé que no terminaba.

Los fragmentos al inicio y final de los capitulos pertenecen a la misma canción, allá abajo está el titulo con el link , por si desean escucharla, creo que se ve rosita o algo así, igualmente lo dejé en el cap anterior. ¿Se nota que me gusta? xD 

 

II

Aquí y ahora

. »« .

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"No importa si caemos de la gracia, te seguiré hacia abajo hasta donde te encuentres, siempre. Sin dudar estoy a tu lado."

.

I'll follow you de Shinedown

 

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Le dolía la cabeza a horrores y el coraje ante la derrota le había provocando una nauseas terribles, y sin embargo allí estaba una vez más; en aquel restaurante francés al que solían ir en la secundaria. Aparentemente nada había cambiado pues ocupaban la misma mesa, sentados en los mismos lugares, degustando la misma comida, percibiendo la misma fragancia a lavanda típica de aquel sitio, incluso siendo atendidos por el mismo mesero. Todo era tan físicamente igual pero tan emocionalmente distinto que desembocaba en una sensación de incomodidad que los abrumaba a los dos.

Aomine dio otra mordida a su Quiche mientras Kise continuaba removiendo su sopa.

—Pensé que te marcharías con Momocchi después del partido —comentó sin dejar de mover la cuchara, mirando como ésta separaba el queso de la cebolla.

—No me sentía con ánimos de estar con nadie, menos con su mirada de compasión fija en mí y sus comentarios de libro de autoayuda.

—Ella simplemente se preocupa por ti, Aominecchi…

—No necesito que lo haga —tomó un sorbo de la soda que había pedido y fijó su vista en el rubio frente a él—. Tampoco necesito que lo hagas tú.

La mirada dorada se despegó por primera vez de la sopa de cebolla para observar con sorpresa y algo de duda a su interlocutor.

—Si no querías cerca la “preocupación” de nadie, ¿qué hacemos aquí?

—Confiaba en que tú no me mirarías con lástima; es casi bueno ver que eso tampoco ha cambiado.

Una sonrisa deslucida y cansada se dibujó en sus labios: ¿cómo hacerle entender a Daiki que preocupación y lástima no eran sinónimos?

—Deja de sonreír así.

—¿Disculpa?

—Que no lo hagas, es molesto. Mejor habla de algo, la estupidez que quieras, no importa mientras no te calles y quites esa mueca de tu cara.

Eso era lo único que el ala pívot de Tōō necesitaba; que todo fuese como antes, que aquella confianza entre ambos regresara para quedarse, que Kise le contagiara con su sonrisa como antaño. Pero Ryōta no tenía idea del significado de lo que el peliazul acababa de expresar, por eso le dedicó una mirada de indignación, dejando caer la cuchara en su sopa sin delicadeza alguna.

—Pues qué lástima, porque no tengo nada que decirte, Aominecchi, mejor dicho; no sé qué rayos esperas que te diga. Acabamos de besarnos, sabes lo que siento por ti ¿y tú sólo puedes decirme que te hable de “la estupidez que quiera”? —ambos parpados cayeron cansinamente, ocultando los orbes ambarinos.

Aomine desvió la mirada aprovechando que el rubio no lo notaba y resopló agobiado.

—Lo que menos necesito ahora…

—¡Lo sé! —Le interrumpió, y su voz se elevó lo suficiente para ganarse las miradas de las mesas contiguas—. Maldita sea, lo sé, Aominecchi —suspiró modulando su tono nuevamente—. En verdad quiero entenderte, ser tu apoyo. Justo ahora realmente quisiera poder soltarte un monologo sin sentido sobre las cosas patéticas y graciosas que hecho desde que entré a Kaijo, si con eso logro distraerte… pero para hacerlo necesitaría fingir que nada ocurrió esta noche y no estoy dispuesto a dejarlo pasar como aquella vez. Si fue un error o no, quiero saberlo aquí y ahora.

Fue el turno de Aomine para sonreír, aunque la ironía fuera lo que predominara en ese gesto. Al parecer Kise también había cambiado. O quizá en realidad nunca lo conoció tan bien como creía. Esa mirada seria –dirigida hacia él– le resultaba tan extraña…

 —¿Y qué si fue un error? —Le soltó de golpe—. ¿Te levantarás y dejarás de hablarme? ¿Volverás a largarte y a dejarme solo como hiciste cuando decidiste ir a Kaijo? No, ya sé, irás a consolarte con Kagami, a arrojarte a él como hace un rato —y por supuesto que su tono era duro y de total reproche.

—Así que de eso se trata —el as de Kaijo no necesitó más palabras, conocía a Aomine Daiki, sabía lo que aquella reacción y sus duras palabras significaban, así como que el moreno no cedería ni un milímetro de orgullo— Lamento lo de el cambio de escuela, pero ya sabes la razón. Y no, no iré con Kagamicchi ni me “arrojaré a él”, porque el único en el que pienso de esa forma eres tú, pero recuerda que no soy el único que debe sincerase aquí, Aominecchi.

—¿Y si yo no siento nada por ti? ¿Si sólo quiero pasar el rato?

—Entonces yo sabré si aceptó o no. Tendrías que preguntar.

Aomine resopló ruidosamente, no podían seguir dándole vueltas al asunto eternamente, y aunque lo que más deseaba era estar en paz, sabía que Kise tenía algo de razón al querer dejar todo claro en ese instante. Rodó los ojos antes de fijarlos en los orbes miel con seriedad.  

—No fue un error y no quiero pasar el rato.

Aquellas palabras aligeraron el ambiente más de lo que ambos se habían imaginado, aunque con ellas no estaban iniciando una relación de ningún tipo, sólo que el simple hecho de haber aclarado algo entre ellos, por mínimo que fuera, disminuía considerablemente la tensión y molestia acumuladas, después de todo, aquello era un reinicio y ninguno de los dos esperaba retomar como si nada una amistad que habían fracturado y dejado en stand-by por tanto tiempo, sobre todo ahora que sabían que había otra clase de sentimiento de por medio; una razón más para no forzar las cosas.

De modo que el resto de la cena fluyó esencialmente bien. Como era costumbre, Kise fue quien dirigió el hilo de la conversación, aunque tanto su tono como la propia cadencia del diálogo eran más distantes de lo que habían sido en la secundaria.

Permanecieron en el restaurante hasta que éste anunció que cerraría, para después trasladarse a las bancas del parque más cercano; en esos momentos ir una cancha de basquetbol sería un golpe bajo para el moreno.

El silencio volvió a reinar entre ambos, y el frío de la madrugada se dejaba sentir más impasible que de costumbre, o quizá se debiera a su nulo hábito de deambular a las dos de la mañana por la ciudad.

En un impulso, el peliazul se recostó en las piernas de Ryōta sin aviso previo y cerró los ojos. El modelo lo dejó estar sin quejarse y aunque Aomine no tenía sueño a pesar del cansancio físico y mental que lo acosaba, el calor natural de Kise y su aroma fresco lo relajaban bastante, quizá si permaneciera así más tiempo podría conciliar el sueño.

No supo cuanto tiempo pasó y de hecho no le importaba, pues por primera vez en mucho tiempo se sentía cómodo y relativamente tranquilo, podría quedarse así toda una vida… Entonces notó que el as de Kaijo estaba quedándose dormido; su cabeza estaba ligeramente inclinada a la derecha, los ojos cerrados y sus labios sutilmente entreabiertos. Su rostro era la ejemplificación exacta de la tranquilidad y el cansancio.

Se quedó mirándolo unos momentos más hasta que sintió que la temperatura comenzaba a descender; era hora de marcharse le gustara o no, así que de un brusco movimiento se incorporó en la banca, despertando sin cuidado alguno al rubio, que, de no ser por el respaldo, se habría ido hacia atrás de la impresión, dedicándole una mirada de reproche al moreno cuando éste quedó parado frente a él.

—¿Vas a quedarte ahí toda la noche? —intentó sonar tan apático como siempre, pero en realidad la cara de sueño, confusión y molestia del ojidorado le causaba gracia.

—Al parecer no regresaré a mi departamento esta noche… —murmuró a mitad de un bostezo.

Ryōta se sintió tentado a preguntar por el estado anímico del peliazul pero se mordió la lengua antes de hacerlo, también pensó en la posibilidad de acompañar a Daiki a casa pero la reacción de éste podría ser poco favorable por no decir brusca, así que levantó la mano en un gesto impersonal y totalmente mecánico, por eso no vio venir el fugaz movimiento en el que el ojiazil lo tomó de la polera con fuerza y atrapó sus labios entre los suyos en un beso corto y de ritmo medio, separándose con una sonrisa cínica y satisfecha, impregnada de una felicidad velada que hacía tiempo no sentía.

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Una  vez en casa, el peliazul decidió tomar una ducha y permanecer allí hasta que dejó de escuchar las quejas y regaños de su preocupada madre y su furioso padre por llegar de madrugada y sin avisar. Al salir, se puso un simple pantalón para luego dejarse caer de lleno en su mullido colchón, permaneciendo así a fin de conciliar el sueño.

Al saber que intentar dormir sería inútil, desvió la mirada al cielo que le mostraba su ventana abierta; estaba completamente oscuro. La luna apenas se veía; estaba oculta en entre montículos de nubes, haciendo de su luz apenas un haz visible. Tampoco había estrellas ya. Eso le hizo recordar las palabras que le había soltado a Tetsu en el juego: “Una sombra no puede vencer a la luz”, pero ¿y si las sombras internas de la luz la están consumiendo por dentro?

Al parecer, la indiferencia que sentía hacia la vida en general, había crecido lentamente, formando parte de él y de su cotidianeidad, fue un proceso tan gradual que nunca se dio cuenta de que estaba  ahogándolo poco a poco.

El dolor de cabeza había menguado y sus nauseas, sorprendentemente se habían evaporado desde que probó la comida y aunque no pudo pegar un ojo en lo que restó de la noche, se sorprendió a sí mismo al notar que no había pensado en su derrota o sus fantasmas personales desde que se había encontrado al modelo; la amargura y la apatía que tenía ya tan arraigadas habían dado un paso atrás, permitiéndole el espacio suficiente para respirar. Ahora quería quitársela por completo de encima y, a decir verdad, quería volver a confiar en Kise para lograrlo.

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Mientras, el modelo había decidido quedarse en casa de sus padres, cayendo dormido al instante de llegar a su antigua cama y con el sabor de Aomine en los labios.

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Después del juego de Seirin y Tōō, las cenas en el “Moulin Rouge” habían vuelto, aunque ahora bien podían ser comidas o desayunos, dependiendo del tiempo que tuvieran disponible –y las clases que pudieran saltarse–. Se obligaron mutuamente a cambiar el menú y decidieron que la terraza era un mejor lugar que su mesa habitual.

Si los horarios eran favorables, jugaban en las canchas aledañas. Definitivamente las cosas entre ambos no eran iguales a lo que fue en Teiko y por alguna razón sentían que lo que estaba en construcción ahora sería, al menos, un poco más resistente.

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—¿¡De verdad!? —la mochila de Kise cayó al suelo, y su voz sorprendida provocó que todos en la estación de tren los miraran.

—No sé por qué les sorprende tanto a ti y a Satsuki —chasqueó la lengua molesto.  

—Lo siento, lo siento, Aominecchi —su voz cantarina y su sonrisa apenada se sumaron a la disculpa—. Es genial que ayudes a Kurokocchi con sus tiros. Sólo que es… inesperado.

—No pude evitarlo, me arrastró a una cancha a mostrarme sus patéticos tiros; fue un desastre. No sé en que estaba pensando cuando me pidió ayuda después de haber perdido contra ellos —resopló incómodo.

—Eres su amigo, es perfectamente normal, Aominecchi —el peliazul fingió no escuchar eso.

—Hasta me sentí casi obligado a contarle el coraje e insomnio que me hicieron pasar —se quejó, observando la cara de susto de Kise—. Sólo le dije que fui a casa y no pude dormir, que había sido una noche horrible, omití el hecho de que fue tu culpa —bromeó aunque su tono seguía siendo serio—, tampoco mencioné la parte bochornosa entre nosotros.

El rubio lo miró con reproche fingido. No es que a alguno le molestara contarlo, pero no había mucho que contar, ellos no tenían una relación formal, a lo mucho compartían besos y abrazos prolongados, nada que fuese necesario andar pregonando.

Cuando el tren se detuvo frente a ellos, más que entrar por voluntad propia, se vieron arrastrados a su interior por el mar de gente que se empujaba para conseguir un lugar. Ambos se hicieron espacio entre una de las puertas del lado opuesto y la pequeña “pared” que separa los  vagones.

—Recuérdame por qué  diablos estamos padeciendo esto, Kise.

 —Por tu culpa; tú dijiste que querías ver a Mai-chan y soy tan cool que estará en el mismo estudio en el trabajé ayer —canturreó triunfante. En venganza, Aomine dejó ir su peso hacia el modelo aplastándolo contra la puerta— ¡Ouch! duele, Aominecchi.

—¿Y cómo sabes que nos dejaran entrar?

—Basta con que diga que olvidé algo, soy tan adorable que lo creerán —alardeó coqueto, regalándole un guiño que habría hecho gritar a cualquier chica, pero no a Aomine Daiki—Aominecchi, muévete un poco; no respiro.

Una sonrisa maliciosa asomó en los labios del moreno cuando lo aplastó un poco más, casi riéndose de las quejas del rubio, ganándose la mirada sorprendida del ojidorado cuando  notó aquel gesto, hacia tanto que no pasaba que también comenzó a reír hasta que llegaron a la siguiente estación, donde una nueva ola de gente entró sin el menor cuidado, obligándolos a replegarse más.

A Aomine le habría gustado decir que haber posado una de sus manos en el costado derecho del rubio había sido involuntario pero no fue así. Sus perfiles chocaban, estaban demasiado cerca como para no despertar algo en él, y pedirle compostura era casi un crimen.

Kise se sobresaltó al sentir una mano colándose entre su ropa y acariciando su cadera en un camino que llegó a su vientre bajo.

—Aominecchi, estamos en un tren —le reprendió, mirándolo a través del cristal de la puerta en la que estaba recargado/comprimido.

—…y ya que estamos aquí deberíamos aprovechar la cercanía —le susurró al oído, tan bajo que apenas si el modelo distinguió las palabras.

El peliazul aprovechó el forzado reacomodo de espacio que se dio en la siguiente estación para quedar a espaldas del rubio y pegarlo completamente a la puerta –la cual, para su suerte, no se abriría en todo el camino–, juntado sus caderas en un movimiento brusco que los excitó a ambos. 

—Podría gritar y culparte de acoso ¿sabes?

—Adelante, quiero escucharte gritando —le retó en un ronco murmullo, subiendo una de sus manos por el blanco torso hasta capturar uno de los pezones, estimulándolo entre caricias y tirones suaves.

Kise se mordió el labio inferior para no emitir ningún sonido.

—Pensé que preferías los pechos grandes —se burló, reteniendo el jadeo que tenía atorado en la garganta y que amenazaba con ser un profundo gemido si la mano que aún continuaba en su vientre continuaba bajando como lo hacía.

—No me quejo de lo que tengo ahora —fue el turno del ojiazul de burlarse al ver, a través del cristal, el rostro sonrojado del alero cuando acarició su miembro directamente, sin tela de por medio.

Más gente inundó en vagón a la siguiente estación y el modelo maldijo el hecho de que faltaran seis más. Una parte de él quería detener a Daiki pero su lado más morboso le decía que valía la pena el riesgo, que lo disfrutaría como pocas cosas, así que decidió confiar en sus bajos instintos e hizo un movimiento ondulante con la cadera lo suficientemente firme como para rozar la virilidad de Aomine y a la vez lo bastante sutil como para dejarlo con ganas de más contacto, repitiéndolo con una lentitud que provocaba en el ojiazul la instintiva necesidad de embestirlo con fuerza una y otra vez, pero el as de Tōō sabía que su libertad de movimiento estaba coartada, pues si las personas a su alrededor lo notaban sería el fin de su morboso faje en el tren, por lo que tendría que conformarse con los firmes pero esporádicos movimientos de Ryōta. Sin embargo, eso no le impedía mover su diestra –cuyo único “vecino” era la pared del vagón– entorno a la erección que comenzaba a tener el rubio.

Por la cantidad de gente en el vagón, no parecía extraña la extrema cercanía  entre ambos chicos, y el sonrojo del ojidorado bien podrían atribuirse al sofocante calor del tren, claro, partiendo de la idea de que alguien allí tenía el tiempo, la oportunidad y las ganas de ponerles atención. Aquello era un enorme punto a su favor, ya que la contundente fricción en su miembro estaba causando estragos en la respiración de Kise, quien había terminado por recargar la frente en el cristal y cerrar los ojos, llenando de insano orgullo al moreno.

Pero Ryōta no quería ser el único en padecer aquella dulce tortura, así que pasó su mano hacia atrás tanteando las piernas de Aomine hasta llegar al zipper de su pantalón y bajarlo con maestría, colando sus dedos para masajear aquel prominente bulto y sintiéndose satisfecho al percibir el gruñido velado del chico, lo cual le dio la suficiente confianza como para adentrar su mano un poco más, aún con la tela del bóxer de por medio, llegando al par de testículos sensibles que enviaron deliciosas descargas de placer al cuerpo del moreno cuando los delicados dígitos comenzaron a juguetear con ellos, por momentos con suavidad y otras veces con más rudeza, respondiendo siempre a los estímulos que la propia mano de Daiki provocaba en la húmeda hombría de Kise.

Unos empujones más en la estación subsecuente lograron que sus caderas chocaran con más fuerza, obligándolos a reprimir los gemidos que ansiaban salir desde que comenzaron su juego.

—Quiero follarte, Kise, aquí y ahora —le susurró mientras su voz se perdía entre el sonido del tren al anunciar el cierre de puertas.

El modelo se giró hacia él, mirándolo sonrojado, expectante y deseoso; los dos lo deseaban. Sin embargo, sabían que tener sexo en el tren se quedaría simplemente una fantasía erótica. Una que quizá, y sólo quizá, pudieran realizar después, aunque no por ello dejaron de masturbarse mutuamente, aguantándose las ganas de devorarse a besos en aquel instante.

El movimiento de la mano morena se hizo más frenético, dificultándole a Ryōta el sostenerse de pie. Presionó con el pulgar el orificio uretral, deslizando su dedo en círculos, aprovechando el líquido preseminal para humedecer el miembro del rubio de la base a la punta, delineando ésta con un poco de presión extra, sin dejar  de estimular sus pezones con la otra mano.  

Kise seguía mordiéndose el labio e intentando no correrse aún, mirando sin mirar el paisaje que le ofrecía el atardecer y concentrándose lo más que podía en su propia labor manual entre las piernas del ala pívot.

No quería ser el único sufriendo allí, así que por fin coló sus dedos por debajo de la tela que lo separaba de la piel de Aomine pero después de unas escasas y superficiales caricias, volvió a bajar, esta vez pasando de largo los testículos de moreno y deteniéndose en el perineo, haciendo una leve presión con ellos y recorriendo ese corto tramo de piel entre sus abultados testículos y su entrada, sin llegar a ella. En esa ocasión, el peliazul no pudo evitar soltar un jadeo gutural, que para su suerte fue cubierto por un anuncio al cual no prestó atención.

Kise terminó primero en la mano de Daiki, empañando con su aliento y respiración errática el cristal. Aomine lo hizo en su bóxer, pues la mano del ojidorado estaba muy abajo,  aunque él hubiera deseado hacerlo en su interior.

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Después de despedirse de su equipo entre saltos y voces emocionadas por haber vencido al Instituto Fukuda Sōgō, se encaminó hacia el tren que lo llevaría de regreso a su departamento en Kanagawa, pese a que el entrenador les había pagado un hotel para esa noche y a que podría quedarse de nueva cuenta con sus padres, prefirió la comodidad y soledad de su hogar.

Caminó con las manos en las bolsas de su polera azul, sintiéndose realmente orgulloso de haber vencido a Haizaki; ahora no tenía duda alguna de que su lugar en Teikō había sido más que merecido. Sonrió con más amplitud inconscientemente.

A decir verdad le sorprendía bastante que el problemático chico no estuviera ahí queriendo arruinarles la noche, quizá había madurado…

Rió ante su iluso pensamiento y miró discretamente hacia atrás.

Se detuvo en un semáforo esperando a que éste le diera el paso, observó distraídamente a su alrededor y reconoció la zona; estaba en las cercanías de su antigua secundaria, justo a unas calles de la ruta que solía tomar de regreso a casa y a otras más del estudio fotográfico donde aún tenía algunas sesiones. Los recuerdos de la época le sacaron más de un suspiro de anhelo y melancolía, tanto para bien como para mal. Un pensamiento llevó a otro e invariablemente terminó recordando la extraña relación sin nombre que tenía con Aomine; sus labios todavía sentían un placentero cosquilleo cada vez que pensaba en él y sus papilas le traían de vuelta el sabor del moreno.

Cerró los ojos unos segundos queriendo visualizar alguna de sus salidas y para cuando los abrió, el semáforo ya había cambiado, de hecho, estaba por hacerlo de nuevo, así que tendría que esperar otra vez.

Echó otro vistazo disimulado a sus espaldas, sabiendo desde cuadras atrás que alguien lo seguía. Ahora la presencia se sentía más cerca pero seguía sin ver de quien se traba, aunque extrañamente no se sentía inseguro o intimidado, de hecho, la situación le provocaba un golpe de dulce adrenalina.

Estaba por dar un paso hacia la calle para cruzar por fin cuando algo le cayó en la cabeza cubriendo su visión, o más bien todo su rostro. Intentó quitarse lo que sea que tuviera en la cara y que le impedía respirar con normalidad.

—Confía en mí y camina —la voz sonó amortiguada por la gruesa tela que le cubría incluso los oídos, pero el aroma que inundó sus fosas nasales se le hizo demasiado conocido; sabía de quien era, así que dejó de pelear y se dejó arrastrar por el brazo que rodeaba su cintura. Hasta el tacto y el firme agarre le eran familiares.         

—¿¡Querías ahogarme?! —Se quejó el modelo una vez que Daiki se detuvo y le quitó la chamarra que había utilizado como capucha— Pudiste haberme dicho que me esperarías después del partido, Aominecchi idiota.

—Decirte no habría sido divertido, aunque la verdad esperaba que te asustaras y pelearas más. Qué aburrido eres, Kise —entonces lo miró serio—. ¿O esperabas que alguien lo hiciera? Qué sucio —bromeó.

—¡¿Yo?! ¿Quién fue el que comenzó a toquetearme en el tren la otra vez? —contraatacó sin importarle el sitio en el que estaban ni que la gente al pasar los mirara escandalizada.  

—Pues no opusiste mucha resistencia, comienzo a pensar que te excitan las situaciones riesgosas.

Kise desvió la mirada, no iba contestar a eso, por lo que decidió observar el lugar, sorprendiese al notar que estaban en la paletería a la que solían ir después de clases a celebrar algo. Sus ojos dorados miraron confusos a los orbes marinos, que brillaban de una forma que no había visto en mucho tiempo.

—¿No hace frío como para comer paletas de hielo? —inquirió con una sonrisa, una que fue contestada con otra menos amplia y más bien cínica pero igual de sincera.

—Si no quieres no comas —encogió los hombros y entró a la tienda, el rubio lo miró confundido desde afuera y para cuando se decidió a entrar, el moreno ya estaba por salir llevando dos paletas en la mano, tendiéndole una al rubio— .Vainilla ¿cierto?

El modelo asintió tomándola.

—Gracias…

—Deja de mirarme así o no volveré a celebrar contigo ninguna victoria tuya, idiota —la sonrisa que Kise le regaló lo dejó sin aliento, igual o más que el profundo beso que le siguió.

—No sabía que habías asistido al partido, no te vi en las gradas —comentó con un puchero una vez que se separaron y comenzaron a caminar sin rumbo definido—. Espera, si estabas ahí ¿por qué no me esperaste en la salida?

—Lo hice, pero decidí que seguirte sería más divertido —los ojos ambarinos rodaron ante la respuesta.

—En fin, ¿y qué te pareció el juego? —la emoción en se reflejaba en todo él; sus ojos brillantes, su sonrisa, su tono, incluso sus movimientos.

—Decente. No esperaba que perdieras frente a un imbécil como Haizaki. De haberlo hecho te habría golpeado tan fuerte que no volverías a la cancha en meses —porque no, no iba a decirle que había sido uno de los mejores partidos que había presenciado y que él había estado espectacular.

—Sigues siendo muy cruel, Aominecchi~ yo que me esforcé tanto en lograr mi copia perfecta… —estaba dramatizando y ambos lo sabían.

Recorrieron las calles sin tener un lugar en mente al cual ir, simplemente disfrutando de la compañía. Las charlas triviales regresaron y Aomine evitó a toda costa mencionar el golpe que le había dado a Haizaki y lo mucho que había disfrutado haciéndolo, mucho menos le había aclarado que si lo había seguido era para asegurarse de que aquel idiota no intentara algo más.      

Se detuvieron en el parque y Kise fijó su mirada en el reloj que formaba parte de la decoración; 10:35 y el último tren a Kanagawa salía a las 11:00. El tiempo volvía a transcurrir entre ellos como el aire a través de una ventana; sabían que pasaba pero desconocían en qué cantidad. La estación estaba a veinte  minutos, si tomaba un taxi llegaría en tiempo.

—Podrías quedarte en mi casa —el tono de Aomine era grave y sugerente, acentuando su intención cuando apresó al modelo entre sus brazos con fuerza.

—¿Estás proponiéndome algo, Aominecchi? —enarcó una ceja y sus labios se curvearon en un gesto que exudaba coquetería y sensualidad.

Como única respuesta obtuvo un beso demandante como muy pocas veces habían compartido. Kise le correspondió con el mismo ímpetu, aferrándose a su cuello y juntando más sus cuerpos; esa era su respuesta.

Con una sonrisa cómplice y las ansias a flor de piel, recorrieron la distancia hasta la casa del moreno, deteniéndose en la entrada sólo para abrir lo más sigilosamente posible, aunque el modelo aprovechó para hacerse de nuevo con los labios del as de Tōō, mordiéndolos con suavidad. Aquel día en el tren se había quedado con las ganas de hacerlo.

Abrieron la puerta esperando ver a los padres del peliazul, sin embargo, todo estaba oscuro. Aomine revisó su celular –que había apagado para evitar distracciones molestas– y notó la cantidad de llamadas de su madre y un único mensaje que anunciaba que saldría a cenar con su padre y que llegarían tarde, que la cena estaba en refrigerador y que sólo hacía falta calentarla. Pero lo que Daiki quería calentar en es justo momento era el níveo y varonil cuerpo que tenía a su lado.

Ahora, con la confianza de que no serían molestados en un buen rato, se tomaron su tiempo para besarse con más lentitud aunque con la misma pasión que los quemaba. Aomine tomó entre sus labios el labio inferior de Kise, succionándolo y mordiéndolo hasta sacar suaves jadeos del modelo, quien se entretenía acariciando los marcados pectorales morenos por debajo de su playera.

Las manos de Daiki bajaron ansiosas desde la espalda media del rubio hasta sus glúteos, apretándolos y empujándolos hacia él, logrando que la insipiente erección del modelo rozara con su entrepierna ya despierta, obteniendo incitantes gemidos de la boca del rubio, mismos que morían entre la unión de sus labios.

Una mirada bastó para ponerse de acuerdo y subir a la habitación, donde ninguno tuvo reparos en quitarse la ropa, mirándose deseosos porque sus pieles entrar en contacto; si con ropa sentían que se quemaban, ansiaban arder al tocarse sin ella.

Kise había dejado de lado su actitud despistada e infantil para ser el chico seguro y desafiante que era en sus partidos y en las sesiones de fotográficas, de modo que, confiando una vez más en su instinto, empujó a Aomine hasta dejarlo caer en la cama. El moreno enarcó una ceja; no se esperaba esa actitud pero lo calentaba demasiado verlo así, sólo por eso lo dejaría jugar un rato para después mostrarle quien era el que llevaba el control en realidad.

El rubio lo miró parado junto a la cama, con una expresión de entera confianza en sí mismo; Aomine colocó  ambos brazos atrás de su cuello esperando el siguiente movimiento de Ryōta, quien le sonrió deseoso para sentarse sin consideraciones sobre la palpitante erección del ojiazul, que gimió por el doloroso placer, sobre todo porque la estrella de Kaijo comenzó a hacer fricción entre sus miembros al mover la pelvis de aquella forma tan cadenciosa y contundente, que lo hacía lucir por demás sensual. Inclinó el torso hasta quedar a milímetros de la boca de Daiki, que estaba quedándose seca ante la expectación y el deseo. Pasó su lengua superficialmente por sus labios hasta humedecerlos, sin dejar de mover la cadera.

—No pensé realmente que estaríamos así alguna vez —confesó en un murmulló contra sus labios, esbozando una sonrisa de lado, muy poco clásica en su personalidad diaria.

—Tómalo como parte de la celebración —se impulsó para atrapar los labios de Ryōta pero éste se incorporó antes, girando el cuerpo en un ágil y elegante movimiento hasta quedar de frente a la prominente hombría de Daiki, regalándole una dócil caricia con la punta de su nariz antes de lamer fugazmente la punta.

El peliazul soltó un suspiro acompañado de una carcajada, ¿así era como comenzarían su primera vez? ¿Con un sesenta y nueve? Definitivamente no tenía quejas.

Con una mano tomó el miembro erecto del ojidorado, masturbándolo con fuerza desde el inicio y con la otra acariciaba aquel par de nalgas firmes que le prometían el paraíso, estrujándolas con más fuerza cuando el rubio mordió ligeramente la punta, tirando con los labios la piel del prepucio. Kise estaba torturándolo deliciosamente.

Soltó el miembro del alero, tomándolo de las caderas hasta que su lengua se encontró con la sonrosada entrada que anhelaba poseer, adentrándose en ella simulando embestidas que estimulaban al rubio a agilizar su labor oral para poder sentir por completo a Aomine.

Engulló el palpitante falo que le exigía atención, dejando la parsimonia de lado para succionar con ímpetu, liberándolo de vez en cuando de la presión al sacarlo por completo de su boca y detenerse a lamer los costados, empleando sus manos para estimularlo al mismo ritmo que las de Daiki hacían con su propia virilidad.

Cuando dos de los morenos dígitos se  abrieron paso en la estrechez de Ryōta y éste gimió con fuerza, contrayendo en su boca la hombría ajena; ambos supieron que estaban en el límite.

Después de un momento de preparación, se separaron con las respiraciones agitadas, y antes de que Kise pudiese hacer algo más, el peliazul lo acorraló contra el colchón, acomodándose entre sus piernas y besándolo como quería hacerlo momentos atrás, explorando la dulce cavidad del rubio con su propio sabor impregnado en ella, acarició su lengua con la suya y no lo dejó alejarse hasta que, después de un lento y casi cuidadoso movimiento, logró internarse en la cálida entrada que había preparado.

—¡Ah!... Es-pera, no t-te muevas aún… —logró articular al experimentar la extraña sensación de sentirse lleno.

—Confía en mí, Kise.

Tras una mirada de leve incredulidad, fue el turno de Ryōta para dejarse hacer, aunque su pasividad duró lo mismo que tardó Aomine en encontrar la próstata del rubio, pues entre gemidos prolongados y gruñidos guturales, se acoplaron en un movimiento frenético que obligaba a Kise a enterrar las uñas en las sábanas para no hacerlo en la acanelada piel, aunque después de un rato aquello dejó de importar, aferrándose a la tonificada espalda de Aomine en un intento por retener el orgasmo.

El ala pívot de Tōō sentía que estaba ardiendo en el mismo infierno a cada embestida que daba y a cada contracción de la estrecha entrada del rubio. En un arrebato de pasión, abrió un poco más las níveas piernas, sorprendiéndose por lo flexible que había resultado ser Kise y deleitándose al llegar más profundo en él, acelerando el orgasmo del ojidorado y perdiéndose en la expresión de completo placer que se dibujó en sus finas facciones, siguiéndolo instantes después, llenando su interior.

 Con un largo suspiro se dejó caer encima del modelo sin importarle que lo aplastara; Kise tampoco se quejó.

—Fue una buena primera vez. —Aomine se acomodó para salir del tibio interior que lo alojaba, sonriendo sin ser consciente de ello.  

—Quizá demasiado buena, Aominecchi. —Kise se sintió orgulloso al ver esa sonrisa, gimiendo bajito al sentir como la virilidad de Daiki salía de él—. ¿Esto es lo que tendremos a partir de ahora? —Como siempre, no había reproche en la voz del alero, era una simple pregunta.

Aomine cerró los ojos sopesando las posibilidades, para luego enfocarlos en su ventana; no había Luna ni estrellas en el cielo, era una perfecta noche nublada, pero aun así no le pareció tan oscura y amarga como antaño, por alguna razón con nombre y apellido, lo veía más iluminado que nunca, sin sombras oscuras acechantes. Aún convivía con sus fantasmas pero éstos ya no estaban asfixiándolo… tanto.

Observó al chico a su lado; él también miraba hacia la ventana sin decir palabra. Lo que menos quería era presionar a Daiki, nunca lo había hecho y no comenzaría ahora.

—¿Crees que funcione? —Normalmente, Aomine no le habría preguntado algo así a la persona con la que se planteaba tener una relación, pero el lazo que habían formado le daba la confianza para hacerlo.    

—¿Eh?

—¿Confiar en eso es suficiente? —Esta vez ya no le preguntaba a Ryōta, pero aún así le contesto.

—No, pero si es lo que en realidad deseamos, le daremos la vuelta al mundo para que funcione.     

 

.

“El primer paso es cuando confías, el segundo podría ser más profundo”

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Notas finales:

¡Gracias por leer y por sus hermosos reviews que me hacen tan feliz! 

Vamp, gracias a ti, ¡te adoro, mala mujer! Y Guito-san es testigo ;)


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