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Desde Cero por Nobita

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Notas del fanfic:

Es una historia original. Espero que con eso se entienda que todos los personajes me pertenecen. 

Será un cliché decirlo pero esta historia es ficticia y de mi autoría. Cualquier similitud con la realidad es pura coincidencia. 

Espero lo disfruten. 

-¿Me permite este baile? –sonreí al decirlo, pues sonó como una broma.


 


Ella sonrió de vuelta en una mueca que podría derretirle el corazón a cualquiera. Se apartó de su pareja de baile, de su esposo; en un movimiento elegante que hizo a su falda ondear un poco. El blanco definitivamente le sentaba bien, aquel vestido sencillo que acentuaba solo los lugares necesarios no podía haber sido mejor elección. Con sus delicadas manos, embellecidas para la ocasión con un elegante diseño, me ofreció la mano de su acompañante mientras su hermano la arrastraba a bailar.


Tomé su mano con un movimiento seguro, el cual ocultaba un vacío de preguntas sin responder. Todos nos miraban con una mueca burlona, riendo a carcajadas, coreando algunas frases que pretendían ser graciosas y bromeando con la persona a su lado. Desde su punto de vista era un inocente baile entre viejos amigos que pretendían jugar una última broma. Hasta donde ellos sabían yo estaba simplemente burlándome del novio y su falta de técnica, de las clases que tuve que impartirle antes de la boda, y yo solo sonreía siguiendo el juego.


Su rostro no acompañaba el chiste, pero de seguro disimulaba su vergüenza. Me miraba directamente a los ojos pero los suyos estaban vacíos. No me miraba a mí,  fingía mantener su mirada en mis ojos, tal vez porque eso lo relajaba.


-       Has mejorado mucho.


-       Aprendo rápido. –me respondió sin bajar la mirada.


 


Luego de responder solo volteó el rostro siguiendo el ritmo. Su semblante estaba inmune, además pude notar que sus orejas estaban rojas. Casi no podía verlas por el largo del cabello, pero en momentos se asomaban sonrosadas.


Las había visto hace tan poco, sonrosadas y en su máximo esplendor, sin nada que me impidiera verlas o tocarlas. Aun podía sentirlas entre mis labios y me preguntaba si aún la mordedura picaba en ellas. Si acaso los demás lugares seguirían tan rojos y marcados.


Había pasado tan poco tiempo, de seguro seguirían rojos e hinchados, su piel siempre fue muy delicada. Recuerdo la primera vez que jugamos a las luchas, en ese picor adolescente de mostrar masculinidad. Cuando terminamos de jalarnos sin sentido, todo su cuerpo estaba lleno de marcas rojas que duraron el resto del día.


Volví al presente cuando le sentí variar. Había tropezado un poco al girar y se inclinó hacia adelante para recobrar el equilibrio. Todo su peso en mi pecho y todo el olor de su cabello en mi nariz. Había tratado de olvidarlo, pero en ese momento no podía evitar recordar todo lo que había pasado. Le ayudé a volver a ponerse de pie con normalidad mientras seguíamos moviéndonos al ritmo de la música. La danza siguió, y él seguía tratando de ignorarme mientras yo me perdía en los recuerdos.


---


Fue un momento apresurado, jamás lo vi venir aún cuando soy una persona muy perspicaz. Sé leer el momento y me es fácil prevenir situaciones difíciles, pero esto era imposible de predecir. No lo vi venir ni en su mirada esquiva mientras me pedía que lo acompañara a poco tiempo de que los demás ayudantes para la boda se habían ido, tampoco lo predije cuando abrió la puerta de mi cuarto; el último del pasillo. Nada fue una verdadera advertencia, jamás se activó la señal de pánico. No fue hasta que empezó a hablar cuando sentí una extraña sensación de claustrofobia, pero ya era tarde. Ni siquiera tuvo que hablar mucho. Nunca fue necesario. Se acercó sin vacilar y me arrinconó contra la pared.


No empezó a besarme enseguida, solo seacercó lento. Pocos eran los centímetros que nos separaban cuando empezó a recorrer mi rostro. Sus labios casi rozaban cada parte del mismo, y cuando llegaron a los míos parecía no decidirse a terminar lo que había empezado. Mientras tanto su respiración se escuchaba claramente, y su aliento entraba en mi boca. Primero se detuvo y me miró, pero yo no quería devolverle la mirada, no pretendía proporcionarle calma. Si él iba a empezar algo, que lo terminara por sí mismo, no le dejaría ver mi cara y que supiera que le daba permiso de hacer lo que quisiera. Cerré los parpados enseguida, esperando que el indetenible beso llegara de una vez. Sin embargo, el beso tampoco llegó entonces.


Separó las manos de la pared y las llevó primero a mis hombros. Los sobaba con delicadeza mientras su aliento seguía chocando contra mis labios. Sus manos bajaron delineando mis brazos, y cuando llegó a la muñeca los subió con rapidez a la pared mientras su nariz me rosaba poco a poco. Sostuvo ambas muñecas con una sola mano y con la otra empezó a acariciar mi cuello. Mientras tanto su pelvis se pegaba un poco a la mía creando un rose pequeño y muy íntimo. La sensación fue más que suficiente para sacarme algunos suspiros.


Mi camisa le privaba de libertad, así que no podía ir más allá por el momento. Quisiera poder decir que mis pensamientos no dejaban de gritar que parara, que aunque mi cuerpo respondía con gemidos roncos cada vez que su mano recorría mi cuello y su pelvis chocaba contra mi cuerpo, yo estaba enteramente en contra de lo que estaba a punto de suceder; pero eso sería una enorme mentira. Un engaño de mi parte.


Cuando el primer botón cedió, los demás le siguieron casi instantáneamente. Su mano exploraba cada centímetro de mi pecho mientras su boca empezaba a hacer lo propio con mi cuello. Cuando sentí sus manos en la parte baja del abdomen temblé, de miedo y de excitación, y puedo estar seguro que no podía existir en este mundo algo más excitante que esas dos emociones juntas. Acarició levemente mi bajo vientre, para después subir directamente a pellizcar mis tetillas. Todo formaba un conjunto interesante, pues ninguno de sus movimientos eran bruscos o incomodos, eran más que nada constantes.


Yo llevaba un rato sintiendo su erección rosarse contra mi pene, y admiraba su autocontrol. Ahora era yo el que se estaba poniendo duro y aún con el pene un poco flácido ese rose tan leve con su sexo era una tortura. Su lengua lamía mi garganta mientras depositaba pequeños mordiscos aquí y allá. Ya mi cadera empezaba a moverse buscando el anhelado rose, he hizo el contacto mucho más potente.


Lo había tomado por sorpresa, un gruñido salía de sus labios mientras la mano que sostenía mis muñecas se aflojaba. Aproveché la oportunidad y me zafé del apretón. Con ambas manos tomé sus muslos y estampé toda su pelvis contra mi cuerpo. Empecé a restregarme a placer aprovechando la oportunidad, dejándome llevar un poco por la necesidad. Otro gruñido se escuchó en la habitación, pero ya no sabía a quién de los dos pertenecía.


Giré aún agarrado a sus muslos, para estamparlo contra lo pared y subí mis manos hasta sus nalgas. Las apreté mientras seguía moviendo mis caderas contra él como si lo estuviese penetrando. Sus manos agarraban mi espalda con fuerza. Si no hubiese tenido la chaqueta ni la camisa de seguro tendría la espalda llena de marcas.


Incluso entonces no le besé. Abrí su camisa y repasé con las manos los pequeños vellos que crecían en su pecho desde la adolescencia. Recordé cuanto me gustaba verlos desde aquel primer viaje a la playa,  desde ese entonces su pecho me atraía; era mi parte favorita, y a los quince años usé esa imagen repetidas veces para masturbarme.


Sus pezones estaban erguidos, me llamaron a lamerlos y mordisquearlos por un rato mientras mi mano buscaba la hebilla de su cinturón. Lo desaté con desesperación al tiempo que bajaba sus pantalones con fuerza. Sus interiores cedieron igual de rápido.


Lo voltee y puse sus manos contra la pared mientras lo obligaba a inclinarse, él no ponía resistencia alguna. Puse mi pene entre sus nalgas,para moverme rozando su entrada. Ya los gruñidos de ambos eran bastante fuertes y se fundían confundiéndose, parecían solo ir en aumento. Si alguien más hubiese estado en esa casa de seguro nos habría escuchado. Al mismo tiempo una de mis manos jugaba con sus testículos mientras la otra le abría la boca para introducir mis dedos en ella. “Lámelos”, le dije al oído, y empezó a lamerlos, chuparlos de manera tan desvergonzada que solo podía excitarme más.


Sentí mis dedos suficientemente húmedos y los saqué de su boca para introducirlos en su ano tan rápido como pude. A pesar de lo estrecho que era, encontré rápidamente donde tocar, de algo debían ayudar los años de experiencia; pronto sus piernas empezaron a temblar, sus gruñidos ya superaban a los míos. Los demás dedos le siguieron con más rapidez mientras mi paciencia disminuía y unos cuantos quejidos salían de su boca; sentía como mi pene pulsaba, me estaba hartando de esperar a que se acostumbrara a la intromisión. Lo masturbé un poco para que se distrajera y me dejara continuar. Al dejar de escuchar quejas empecé a introducir mi pene con lentitud. Primero presioné mi punta unas cuentas veces contra su entrada, sintiendo como él seguía el ritmo que yo imponía, como sus caderas me obedecían. Y con un pequeño empujón hacia adelante empecé a entrar tan lento como pude.


Al principio el sonido fue inconfundible, el dolor y la incomodidad se sentían en él, pero tardó menos de lo esperé en acostumbrarse, podía atribuirlo a que mi pene fuese de un tamaño regular –algo que a diferencia de otros hombres no me molesta en absoluto-, pero otra idea cruzó por mi mente, un idea que colocó una amplia sonrisa en mi rostro. Lamí mis labios y le susurré con una voz ronca: “Dime, ¿Cuántas veces te has penetrado con tus propios dedos mientras decías mi nombre?”.


No respondió, aunque yo tampoco esperaba una respuesta. Lo empecé a envestir con ritmos variados, empecé despacio, para después dejarme llevar con fuerza y luego volver a reducir el ritmo. Me estaba matando, pero sus gemidos sonaban a gloria.


Una de sus manos abandonó la pared y enredó sus dedos entre los cabellos de mi nuca. Jalo de ellos un poco, llamándome hacia él, y eso solo podía ponerme más caliente si fuese posible. Una respuesta totalmente inesperada salió de sus labios: “Cada maldito día... En la noche... Me encerré tantas veces a imaginar cómo me hacías todo... todo esto y más”, dijo entre gemidos. Y eso fue la gota que derramó el vaso.


Saqué su mano de mi nuca y la estampé contra la pared nuevamente. Tome con fuerza sus caderas y empecé a penetrarlo con rudeza, me dejé llevar como en mis años de adolescencia. Agarrando sus cabellos le halé la cabeza hacia atrás para mordisquear sus hombros y la parte baja de su cuello. Lo mordía con agresividad, sabiendo que dejaría muchas marcas las cuales de seguro no desaparecerían en días. Sentí como se vino a la cuarta mordida, pero a mi aún me faltaba un poco más.


Lo solté de los cabellos dejando descansar su cabeza, agarré sus caderas firmemente para empezar a penetrarlo aún más rápido. Era impresionante como después de venirse su ano se contraía, parecía halarme hacia adentro, y la sensación era simplemente celestial. Estaba tan sobrecargado de sensaciones que no tardé demasiado en venirme.


Aún respiraba muy fuerte, la experiencia había sido en su totalidad abrumadora, me sentía más cansado de lo normal. Besé suavemente su espalda un par de veces, antes de que el me empujara. Fue una acción un poco brusca pero le faltaban fuerzas. Subió su ropa interior y sus pantalones para luego salir de la habitación sin pronunciar palabra alguna. Me dejó allí, completamente solo con mis pensamientos, con un terrible cansancio, y con varios y extraños sentimientos encontrados.


Ahora la sobrecarga de sensaciones era diferente, no sabía que pensar. Entre al baño de mi cuarto y me limpié un poco, arreglé mis ropas y esperé escuchar la puerta, verlo volver sobre sus pasos a explicarme qué demonios había pasado hace unos segundos. Nunca volvió a entrar. Como una epifanía atravesó por mi mente el pensamiento de como nunca, durante todo el acto, se dignó a besarme. Me miré en el espejo, y veía en mi rostro confusión, ira, anhelo... Empecé a llorar.


Sin control las lágrimas salían deslizándose por todo mi rostro, de mi boca salían unos chillidos horribles. Lloré como no lo hacía desde hace años, como ese día en el cual entendí que ella estaba y estaría siempre un paso adelante de mí.


Cuando escuché al carro estacionar y la voz de mi hermana anunciando su llegada me miré al espejo, y contemple la imagen que permanecerá conmigo toda una vida. Lavé mi cara y la oí llamarme, contesté con un “Ya voy”, sequé mi cara, me aseguré de que mi rostro se viera lo suficientemente recuperado, para luego bajar a encontrarme con mi hermana junto al resto de los que ayudarían a organizar todo lo necesario para la boda. También la vi a ella, deslumbrante, era una visión que enamoraba. Descubrí en ese instante lo hermosa que puede verse una mujer el día de la boda. Era un contraste perturbador su felicidad  justo frente a mí, cuando yo no podía evitar sentirme más miserable.


-¿Dónde está Julio? –Preguntó  con su encantadora voz y una mirada confundida- Debo enseñarle el pastel. El diseño es perfecto.


Su emoción era palpable, y eso solo aumentaba mi desdicha.


-Aún no se ha despertado- contesté con una sonrisa y me dispuse a ayudarles con todo lo que habían traído.


-¡No puede ser que aún no se haya probado la chaqueta! Estoy segura de que los arreglos están perfectos pero...


-No te preocupes –la detuve –Tenemos tiempo de sobra. –No parecía convencida, pero tampoco hizo algún otro reclamo.


Empezamos a instalar todo muy rápido ya que la ayuda era mucha, cuando salimos a organizar las mesas él seguía sin aparecer. Miré varias veces hacía las escaleras durante ese proceso, pero eso solo me ponía más nervioso. Solo bajó cuando quedaban los últimos toques y empezaban a llegar los invitados, ya completamente arreglado y sin mirarme ni una sola vez.


---


La música terminó pronto, y con una sonrisa en mi rostro me incliné a besarle la mano como si de una dama se tratase. La agitó con furia en lo que notó el gesto y se alejó entre las carcajadas de los invitados. Ni siquiera mostro la más mínima sonrisa.


Se acercó a donde se encontraban bailando su ahora esposa con su cuñado. El hermano la entregó sin mucha resistencia, ella con su radiante sonrisa cayó en los brazos de él. Me acerqué a sentarme en una mesa vacía adyacente, devoto a admirarlos. Sentí un extraño orgullo al ver como mis clases habían surtido efecto, sin ser una maravilla, el bailaba de forma correcta con su bella esposa. Sus siluetas se veían tan bien, realmente se veían como toda pareja debería verse al bailar, pues simplemente encajaban como piezas de un rompecabezas.


No podía verle la cara, pero el aire que los rodeaba lo decía todo. Él estaba de seguro en un momento de muy grata felicidad, pues aun después de todo lo que había pasado hace unas horas, yo sabía cuánto la amaba, como ella iluminaba su miraba con tan solo aparecer en el tema de conversación.


Pero entonces pasó, en un giro su mirada me buscó, y al encontrarse con la mía me transmitió algo que no veía desde hace mucho tiempo. Desde ese viaje a la playa.


Y lo recordé, una escena que había olvidado por completo, que no sé cómo pude olvidar. Una imagen de nosotros caminando por la playa.


-Yo no sé qué siento con ella –me dijo con una enorme seguridad que me aplastó el corazón.


-Pero te gusta ¿No es así? –respondí. Se nota en tu rostro, cuando hablas con ella tus ojos parecieran iluminarse.


Se detuvo. Me miró a los ojos un momento como pensativo, y yo no podía apartar la mirada aún con el miedo de sentir que podría percibirlo. Que podía casi leer en mi mirada como llevaba tanto tiempo viéndolo, como acababa de darme cuenta que lo que sentía por él era diferente.


-¿Nunca has pensado en los tipos de amor?


-Pues creo que sí. Como es el amor de una madre, o el de tus hermanos...


-No me refiero a eso –dijo aun mirándome a los ojos.


-Entonces ¿Qué quieres decir?


-¿Nunca has pensado que alguien puede querer a dos personas, de forma romántica pero de maneras diferentes?


Solo pensé en lo extraña que era la pregunta y traté de reflexionar un poco. Contesté poco después no muy seguro de lo que decía.


-Pues tal vez, si el romance es diferente, uno de los dos no es más que una confusión.


Y ahí estaba, ese fue el único momento en el cual había visto esa miraba, o por lo menos lo había sido hasta ahora. La recordé con tanto detalle que empecé a sentir como mis ojos se aguaban.


Él me sonrió después de eso, una sonrisa oscurecida por la penetrante sobra que  hacía cuando el sol se iba ocultando en la playa. Pasó su brazo por mis hombros y me acercó a él.


-Eres un niño bastante inteligente ¿Lo sabías? –dijo con un tono de broma.


-Pues discúlpame por ser 2 años menor...


Nos reímos un poco y seguimos caminando devuelta al hotel.


Ese había sido mi momento, el último que tendría, y había acabado sin que yo siquiera lo notara. Ese fue el punto donde pasé a ser el hermano menor de su mejor amiga, ese “niño” con el cual, no sabía porque, pudo desarrollar una relación muy íntima, muy cercana y unos sentimientos que no podía identificar bien. Siempre pensé que me había visto así, como el amigo, el hermano menor de su mejor amiga, casi un hermano para él.


Todo eso cruzó por mi mente antes del próximo giro y no pude ver más su rostro. La música terminó pocos segundos después, los vi alejarse a tomarse algunas fotos más con la familia de la novia.


Solo pude sentir las lágrimas bajando por mis mejillas, pero este era un llanto diferente, era silencioso e inerte, pero de lágrimas igualmente incontrolables. Mi hermana apareció desde atrás, y no pude imaginar cuanto tiempo de seguro estuvo parada a mis espaldas observando todo, pero lo supe cuando su mano tocó mi hombro y cuando vi su mirada ofreciéndome consuelo. Ella había estado ahí a mis espaldas desde hace años. Ahora lo sabía.


Agarré su mano y juntos nos dirigimos a la pista de baile. Una melodía especialmente romántica empezó a sonar. Bailamos la canción completa, y también bailamos un par más con letras igualmente cursis, cada una se clavaba en mi pecho de forma certera.


Poco después de la tercera mi hermana sostuvo mi rostro con ambas manos y pegó nuestras frentes con ternura. Cerré los ojos como si cada palabra de aliento que no salía de su boca se estuviese transmitiendo en mi cerebro mientras permanecíamos sin movernos. Me alejó con delicadeza y esperó a que la estuviese mirando a la cara.


-Nos vamos –Era un orden.


No había pasado ni la mitad de la boda, y nosotros éramos invitados importantes, pero en ese momento lo único que quería era obedecerla. No nos despedimos de nadie, solo nos tomamos de las manos y fuimos a su casa.


Todo había estado perdido hacía tanto tiempo que ya el sentimiento estaba podrido. Solo había que sacar los restos de lo que había sido, las añoranzas de lo que pudo ser, y seguir.


 

Notas finales:

Dejen comentarios. Los aprecio mucho.

Espero haya diso de su agrado. Sino, pues también acepto críticas bien argumentadas. 


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