*REMINISCENCIAS*
DRACO MALFOY
I
Draco Lucius Malfoy, veintitrés años cumplidos recién. De cabello rubio casi blanco, ojos del color del mercurio líquido con ojeras prominentes de color verde-azul, que los hacen ver aún más seductores. Y poseedor de un encantador olor a mentas y desodorante de jazmín.
Le he observado sentado desde mi cama a través de la ventana de mi habitación, desde hace un par de semanas atrás, él siempre quieto ahí, solo. Como si esperara algo o a alguien, pero ese algo o ese alguien nunca llega y él, decepcionado, se levanta y se va después de ahogar la colilla de su sexto cigarrillo por sobre la jardinera en la que se mantiene sosegado.
Hace esto cada domingo a la misma hora, cerca de las seis de la tarde con treinta y cinco minutos, siempre sentado bajo el espino de las bonitas flores blancas.
II
Un día, ni bien tramado, me acerqué a él.
Fue así como averigüe su nombre, que de cerca sus ojos son incluso más claros, que sus venas se transparentaban de su piel, que sus ojeras son verde-azules y no del todo violetas, que es incluso más guapo de lo que aparentaba ser a la distancia, que su cabello no es de un rubio común y que olía a mentas y jazmín combinado con tabaco. Fue entonces cuando descubrí que somos como dos galaxias diferentes, como agua y aceite, como un ying y un yang. Él no escucha la misma música que yo, o bebe de la misma marca de café, o fuma de los mismos cigarrillos. Fue entonces cuando descubrí que me encantaba de verdad. Que era como un pequeño planetita orbitando alrededor del sol, o como la dichosa luna para con la Tierra.
No le pregunté qué es eso que espera con ahínco todos los domingos, no tuve tiempo de preguntarle el porqué de las seis con treinta y cinco de siempre, no le pregunté por qué siempre se marchaba después del sexto cigarrillo. No fui capaz de proferir sonido alguno o de articular cualquier palabra, y mucho menos, de formular la más pequeña de las frases. Simplemente me quedé ahí, sentado a su costado como un completo idiota, anhelando su perfume y admirando embelesado su perfil destellante de la más pura perfección.
III
Ahora hago tiempo con él a lo lejos, desde la cama mullida de mi solitaria habitación. Le doy un nuevo sorbo a mí siempre solo y frío café y sigo observando desde arriba, desde la ventana del segundo piso esperando y anhelante, porque sé que cuando dé el ultimo sorbo a mi taza, el exhalará lo último del humo del tabaco y se irá.
*REMINISCENCIAS*
DRACO MALFOY
I
Draco Lucius Malfoy, veintitrés años cumplidos recién. De cabello rubio casi blanco, ojos del color del mercurio líquido con ojeras prominentes de color verde-azul, que los hacen ver aún más seductores. Y poseedor de un encantador olor a mentas y desodorante de jazmín.
Le he observado sentado desde mi cama a través de la ventana de mi habitación, desde hace un par de semanas atrás, él siempre quieto ahí, solo. Como si esperara algo o a alguien, pero ese algo o ese alguien nunca llega y él, decepcionado, se levanta y se va después de ahogar la colilla de su sexto cigarrillo por sobre la jardinera en la que se mantiene sosegado.
Hace esto cada domingo a la misma hora, cerca de las seis de la tarde con treinta y cinco minutos, siempre sentado bajo el espino de las bonitas flores blancas.
II
Un día, ni bien tramado, me acerqué a él.
Fue así como averigüe su nombre, que de cerca sus ojos son incluso más claros, que sus venas se transparentaban de su piel, que sus ojeras son verde-azules y no del todo violetas, que es incluso más guapo de lo que aparentaba ser a la distancia, que su cabello no es de un rubio común y que olía a mentas y jazmín combinado con tabaco. Fue entonces cuando descubrí que somos como dos galaxias diferentes, como agua y aceite, como un ying y un yang. Él no escucha la misma música que yo, o bebe de la misma marca de café, o fuma de los mismos cigarrillos. Fue entonces cuando descubrí que me encantaba de verdad. Que era como un pequeño planetita orbitando alrededor del sol, o como la dichosa luna para con la Tierra.
No le pregunté qué es eso que espera con ahínco todos los domingos, no tuve tiempo de preguntarle el porqué de las seis con treinta y cinco de siempre, no le pregunté por qué siempre se marchaba después del sexto cigarrillo. No fui capaz de proferir sonido alguno o de articular cualquier palabra, y mucho menos, de formular la más pequeña de las frases. Simplemente me quedé ahí, sentado a su costado como un completo idiota, anhelando su perfume y admirando embelesado su perfil destellante de la más pura perfección.
III
Ahora hago tiempo con él a lo lejos, desde la cama mullida de mi solitaria habitación. Le doy un nuevo sorbo a mí siempre solo y frío café y sigo observando desde arriba, desde la ventana del segundo piso esperando y anhelante, porque sé que cuando dé el ultimo sorbo a mi taza, el exhalará lo último del humo del tabaco y se irá.