Gula.
El plan de Mycroft marchaba a la perfección después de que Lestrade aceptara gustosamente su invitación a cenar para ponerse al corriente de las actividades de Sherlock. Esas “citas” como frecuentemente las llamaba Mycroft en secreto, se volvieron más recurrentes.
Con cada almuerzo, merienda o cena, Mycroft descubría pequeñas nimiedades de Lestrade y las atesoraba todas y cada una de ellas. Pero había algo que disfrutaba y descolocaba de su siempre actitud calmada. Y eso era el amor insano de Lestrade por los postres. No importaba de cual tipo, al terminar de comer pedía pasteles, donas, helados y los saboreaba con una lentitud indecente y soltando pequeñas exclamaciones de placer que deberían de ser prohibidas en público.
Por mucho que Lestrade intentara que Mycroft probara alguna rebanada de pastel que él llamaba “hecha por los dioses”, éste se negaba rotundamente, prefiriendo tomar solamente una taza de té. Por mucho que quisiera complacer a Lestrade, no estaba dispuesto a quebrantar su dieta. Entonces sucedió lo impensable al término de una cena.
— ¡Oh dios mío, esto está delicioso! Deberías probarlo Mycroft…
Lestrade tenía más de cinco rebanadas de diferentes pasteles en la mesa y probaba bocados de cada uno.
—No gracias. Estoy satisfecho.
—Es una lástima. Está delicioso— dijo Lestrade con una sonrisa pícara. Probó un nuevo bocado de pastel que a Mycroft se le antojaba demasiado tentador.
Se levantó de su silla y se acercó lentamente al lugar de Mycroft. Había pocos comensales en el restaurante y no tuvo ningún reparo en sentarse en las piernas de Mycroft que el nerviosismo lo empezaba a consumir.
— ¿Quieres probar?— Mycroft sólo asintió y se perdió lentamente probando el dulce sabor de chocolate de los labios de Lestrade.
Tal vez quebrantar su dieta no era tan malo si siempre sería de esa manera.
Lujuria
En una cálida mañana en Baker Street se escuchaba el constante sonido de tecleo de la laptop de John y los bufidos enfurruñados que lanzaba Sherlock a causa del aburrimiento. Todo seguiría igual, John en su cómodo sillón escribiendo sobre antiguos casos y Sherlock acostado completamente engarruñado en el sofá verde; ataviado con su típico pijama y maldiciendo al aburrimiento que lo consumía. Ese sería el transcurso del día si Sherlock no hubiera hecho la “pregunta”.
— ¿Alguna vez lo has pensado John?
—Hmm, ¿qué cosa?— John agarró la taza de té que reposaba sobre la mesita de enfrente y probó un trago.
— ¿Has pensado en tú y yo teniendo sexo?— John escupió el té debido a la impresión de la pegunta, manchando su laptop en proceso.
— ¡Sherlock! ¡¿Qué demonios…estás pensando?!
—Sabes que yo no me dejo guiar por ese tipo de cosas John. Pero últimamente, aunque trato de evitarlo he imaginado como sería tener sexo contigo— John se quedó en completo estado de shock.
Pero la curiosidad era predominante.
—Y…y ¿cómo es?
Sherlock se levantó de su incómoda posición y caminó directo hacia John. Apartó la laptop de sus rodillas y la taza volvió a su antigua posición. Sherlock se sentó a horcajadas en el regazo de John; que se tensó por el movimiento.
—Todas y cada una de mis fantasías son completamente satisfactorias John. Pero sabes, me pregunto cómo se sentirá hacerlo realmente.
Los ojos de Sherlock brillaban extasiados en lujuria y John no pudo evitar dejarse embriagar por ese nuevo sentimiento que les recorría el cuerpo a los dos. Probaron sus labios mutuamente y unieron sus cuerpos como si fueran dos pares de rompecabezas que encajaban a la perfección.
Y resultó ser más satisfactorio de lo que Sherlock pensaba…