Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Relato de una tragedia por Alexander Bold

[Reviews - 0]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Recuerdo con algo de nostalgia el día que escribí las primeras líneas de esta historia, y como en un par de horas había concebido una idea de cómo lograr un objetivo, construí poco a poco escenarios que lograrán un objetivo, y al final de todo lo único que me causo conflicto fueron mis personajes. Así que si por alguna razón, espero que no pase, llegan a confundirse con Albert y Michael, les pido perdón, soy malo en esto de personalizar.


 


Espero que lean con placer.


 


Disfrútenlo. 

Tan solo sombras y espectros fantasmales se aglutinaban en su mente como bestias salvajes, que emergían de entre la neblina obscura y densa, que impedía que él comprendiera lo que sucedía. Estaba ahí, sostenido por dos frágiles piernas temblorosas, a la mitad de la calle, perdido.

Su dermis era fuertemente impactada por la helada brisa que intentaba sacarlo de aquel profundo trance. La ventisca azotaba con furia a las llamas, que se arremolinaban sin extinguirse, retando al viento; rugía con fuerza entre los matorrales y árboles en la periferia del lugar; convertía cada exhalación en un vaho claramente visible, que se diluía con pesadez.
Sus ojos estaban bien abiertos y centrados, pero carecían de expresión, se mantenía inmóvil, como si no se esterase de nada, como si estuviese ausente. El fuego se reflejaba en sus ojos, los gritos recorrían los surcos de sus orejas, el aire helado entraba por su nariz, el vaho espeso se expedía por su boca.

El accidente era brutal, trozos de metal aboyado y vidrio yacían esparcidos por encima del pavimento. Las personas se acercaban al lugar con presura, buscaban ayudar en algo, pero a escasos metros el miedo los paralizaba, los detenía, los libraba de aquel sentido de hacer por otros lo que fuese.

El chillido incesante de las sirenas cubría al paisaje que se diluía, que se perdía, que se trastornaba en su mente. La imagen fue sustituida por una sensación cálida, por una imagen, por un ruido, por un suspiro, un recuerdo. Por la memoria de aquella noche, de aquel otoño.


* * *

 

—¿Michael? —preguntó sorprendido. Intentaba mantener los ojos abiertos mientras se acostumbraba a la luz que se colaba por la abertura de la puerta—. ¿Qué haces aquí?

—Ah… Lo lamento, yo…, creí, bueno… No sabía que estarías dormido. Creo que regresaré luego —respondió apresurado, en su voz se escuchó un tono intenso de nerviosismo—. Con permiso.

Dicho eso, se giró y empezó a caminar apresurado sobre el pasillo de los dormitorios. A punto de dar la vuelta para bajar las escaleras sintió una presión dolorosa en el brazo, e inmediatamente estaba siendo halado y obligado a regresar por donde venía. No tuvo tiempo alguno de reaccionar hasta que se encontraba dentro de un cuarto obscuro y la única fuente de luz se extinguía tras él.

—¡Eres un idiota! —reclamó somnoliento—. Vienes a la media noche, me despiertas, me haces salir al pasillo semi-desnudo y ¿piensas irte sin decir nada?

—Lo lamento, es que yo… Bueno…, no quería molestar.

—¡Pues lo hiciste!

El rostro de Michael se entristeció.

—Pero… No te preocupes, está bien, solo avísame la próxima vez para esperarte despierto.

Michael asintió. Estaba muy distraído evitando que Albert advirtiera el descontrol que le causaba verlo solo con un bóxer parado frente a él. Albert se disculpó mientras iba a lavarse el rostro para disipar el sueño, y Michael respiro con alivio, su rostro ardía y casi había contenido la respiración por dos minutos. Cuando Albert regresó fue peor.

—Entonces, ¿qué necesitas de mí? —preguntó con una mano en la cintura ya más despierto.

Su rostro brillaba empapado y algunas gotas se resbalaban por sobre su piel delineando su cuello y escabulléndose hacía su pecho, desviadas después por las curvaturas de sus marcados músculos. Michael dio un ‘trago amargo’, tratando de controlarse para no denotar que mantenía su mirada fija sobre su acompañante, y por supuesto que Albert no advirtiera las sensaciones que este le causaba.

—¡Michael! —gritó desesperado, lo había llamado ya cuatro veces sin tener respuesta.

—¡Perdón! Me distraje.

—Lo noté… ¿Gustas algo? ¿Te sientes bien?

—No, no, nada por ahora… —se detuvo abruptamente—. Bueno, sí, una cosa.

—¿Cuál?

—¿Podrías vestirte? Por favor. —preguntó avergonzado. Albert reaccionó agraciado ante la petición.

—¡Lo siento! No creí que podría molestarte... Es decir, somos «chicos».
Michael giró el rostro diciendo:

—Es por eso que preferiría no tener que ver a otro «chico» en estas condiciones tan, tan…, impúdicas —afirmó enrojecido.

Albert soltó una pequeña risa mientras aceptaba vestirse, no sin antes burlarse de él por su conducta tan conservadora y —algo muy notable— enternecedora. Se dirigió hacia la pared del cuarto y empujando con suavidad una puerta se abrió, Michael estaba realmente sorprendido, no había notado —hasta ese momento— las divisiones de la pared que, al parecer, resultaba ser un moderno armario minimalista postrado en la pared.

—Increíble —musito.

Albert se giró divertido diciendo:

—Lo sé —continuó buscando una camiseta mientras explicaba—: La idea original proviene de un diseñador llamado Albed, cuando me dieron la habitación, y con ayuda de mí hermano, llevé su concepto de una puerta imperceptible a este armario. Tiene bisagras ocultas regulables, y decidí colocarle cerradura de imán para hacerlo de fácil acceso. Son 8 cajones dos puertas pequeñas abajo y la puerta grande.

—Suena a mucho trabajo —comentó sorprendido.

Albert emitió un gemido de indiferencia. No tardó mucho en empezar a colocarse la camiseta, y Michael disfruto de sobremanera las últimas imágenes de su torso delineado. Se volteó para buscar un short e invitó a Michael a tomar asiento, quien se acomodó sobre la cama. Después de un breve instante regresó vestido con un short de lycra ajustado, de los que se usan para natación.

—¿Mejor? —preguntó burlón. Michael asintió molesto—. Entonces… —se acercó a su escritorio y tomo la silla para sentarse—. ¿Qué necesitas de mí?

Michael tragó saliva intentando recobrar el valor que lo había llevado a tocar la puerta aquella noche, estaba molesto, muy molesto, las acciones de Albert lo habían, no solo incomodado, le generaron una serie de pensamientos extraños, y problemas con sus compañeros, que no dejaban de burlarse. Quería una explicación, no, ¡quería una disculpa!

—Quiero hablar sobre lo que paso ayer por la tarde, durante el ensayo —afirmó decidido.

—¿Sobre qué? —preguntó con suma tranquilidad aparentando no entender.

—¡No te hagas el ingenuo! —reclamó, Albert se sorprendió de la seriedad de sus palabras—. ¡Sabes bien de que hablo! —lo miró retador.
Albert se estremeció, la mirada fulminante que se posaba sobre la suya era algo nuevo, nunca lo habían retado, no de aquella forma. «Engreído, ¿quién se ha creído?» pensó. Sonrió de lado y adopto una postura más agresiva, cruzando los brazos frente a su pecho y levantando un poco la barbilla.

—No, no lo sé —aseveró.

Michael se enfurecido, quiso abofetearlo, gritarle que era un estúpido arrogante, pero se contuvo; no venía a pelear, venía a aclarar el asunto. Respiro hondo y exhalo tomándose su tiempo.

—Sobre el beso —mencionó con vergüenza.

Albert rio burlón. Le era divertido ver así a las personas, lo adoraba, que llegaran al límite de su paciencia, creía que de esa forma ellos demostraban que eran inferiores a él. Se inclinó acercándose a Michael.

—¿Soy tan malo besando?

«¡Que imbécil! —pensó Michael—. Idiota.»

—Sabes bien que no es eso.

—Por favor, según tú yo sé todo, por qué no me dices cuales son exactamente tus intenciones. ¿Qué es lo que te incomoda? —le preguntó en un tono de marcado cinismo.

Michael no resistió y le gritó:

—¡Me refiero al hecho de que te atreviste a meter tu lengua dentro de mi boca!, ¡sin mi permiso! ¡Insolente patán!

Albert quedó por un momento con un rostro de asombro; mientras que su acompañante se percataba de lo que había hecho y se tranquilizaba; pero de inmediato cambió su semblante. Colocó una sonrisa, e inclinó el rostro con una mirada llena de malicia.

—Lo siento…, yo no quería gritar, yo solo quería…

—¡Insultarme! —interrumpió—. Al parecer.

—¡Claro que no! —afirmó con seguridad—. ¡Yo nunca tendría esas intenciones!

—Pues lo hiciste.

Se levantó de la silla y se encaminó hacia la puerta, al llegar a ella la abrió y dijo:

—Creo que deberías irte…

Michael lo miró realmente sorprendido. Se levantó y caminó hacia afuera completamente confundido, creía que haberle gritado no era causa suficiente para que lo echará «¿O sí?». Al estar en la puerta sintió la mano de Albert en su hombro.

—Porque si sigues aquí no podré contenerme… —le susurró mientras le giraba el rostro para darle un beso. Fue corto y nada impresiónate, casi tan solo un roce entre sus labios. Acto seguido lo empujó fuera del cuarto y cerró la puerta.

Michael no podía reaccionar, estaba en shock. Albert respiraba con dificultad tras la puerta, la emoción de aquel beso casi lo abatía. No se lo explicaba, cómo él era capaz de causar todo eso. Recargó su frente en la puerta mientras sonreía evocando el beso que le había dado en el ensayo y aquel fugaz roce.


* * *


Los servicios de emergencias no tardaron en llegar. El accidente era brutal. Dos autos se habían impactado, un pequeño Minicuper blanco y una camioneta Jeep, que fueron a terminar contra un poste de luz; un chispazo producto de los cables de tención generó el incendio al caer sobre las cajas de licor que transportaba la Jeep.

Un joven de alrededor de 27 años se encontraba en el medio de la calle, estaba completamente pálido, sin expresión, tenía la ropa desacomodada… Fue impactado por un bombero que se acercaba a la escena del accidente.

El joven se removió un poco, su vista estaba nublada. Se sentía aturdido, no veía mucho; sentía el cuerpo pesado, si fuerza…


* * *



Todos estaban dispersos sobre el escenario, platicaban mientras esperaban a su maestro de teatro para comenzar el ensayo.

Albert, como siempre, se había sentado al borde de la duela y platicaba con Beth y Paula, era una conversación animada, con muchas risas, al menos de ellas. Pero él estaba desconcentrado, pensativo, disperso…

Michael no se encontraba ahí, y era tarde, eso no ocurría con frecuencia, de hecho, nunca había pasado. Albert estaba cada vez más desesperado y la culpa lo carcomía a cada segundo. Esperaba con ansias ver entrar a Michael por la puerta, mientras recordaba la última noche que se habían visto.

«¡Soy un idiota! —se auto–amonestaba—. ¿Por qué tenía que hacer eso? ¡Idiota!»

—¿Estas bien? —preguntó Paula.

—Sí, parece que has visto a un fantasma. ¡O al Sr. Wheter en ropa interior! —añadió Beth.

Paula rio con Beth, Albert solo colocó una mueca semejante a una sonrisa.

—¡Vaya! En verdad debes estar muy mal como para no reírte con eso… ¿Qué sucede Al’? —insistió Paula.

—Es que… ¡Bueno…! No eh dormido bien, eso es todo.

—¿Seguro? —Beth parecía no estar convencida, lo miró con los ojos entrecerrados, lo que logró poner a Albert nervioso—. A mí no me engañas… ¡Ja’!, ¡pues claro!… ¡Estás enamorado!

Albert se sobresaltó ante el comentario, Paula soltó una risa apenas perceptible y en un pequeño susurro dijo:

—Parece que sí…

—¡C-Claro que no!

—¡Tartamudeaste! Es ob-vi-o. Pero si mírate, tienes todos los signos: Andas medio perdido, no te ríes del Sr. Wheter, te sorprendes de que te lo digamos, estas todo rojo —hizo un ligero énfasis en esas últimas palabras.

—¡Son sus insinuaciones las que me ponen así! Uno que es decente —bromeó en un intento por despistarlas.

—Aja, sí ¿cómo no? —Beth se cruzó de brazos—. ¿Y qué me dices de Ángel, de Christian, de Alfonso…?

—¡Oh! Alfonso me caía muy bien —interrumpió Paula.

—¡Por supuesto! Era un amor. ¿Recuerdas el cumpleaños de Albert?

—¿Qué tiene eso que ver? —interrumpió con fuerza—. Todos fueron relaciones hechas y derechas…

Ambas rieron a carcajadas.

—¡Tal vez sí! Pero ¿qué hay de Peter, de Luis, August, Anthony…? ¿Le sigo?

Albert iba a contestar en ese momento, cuando el sonido de la puerta al abrirse lo interrumpió. Se giró con rapidez para ver quién era. Se había distraído con la conversación. Tan solo era su maestro de teatro. Un desalineado y mal vestido anciano que se creía un erudito de la dramaturgia.

—¿Viste eso? —Paula le cuchicheo a Beth.

—Sí...

—¡Creo que se enamoró del Sr. Wheter! —susurró impactada.

Albert lo había escuchado todo, incluso la risa de Beth, quien trataba de ocultarla pero era demasiado visible. Quiso responder, deseaba haberles dado una paliza y decirles que algo como eso no sería posible. Quería haber vomitado ante las imágenes que le llegaron a la cabeza en cuanto escuchó su comentario. Pero no pudo hacerlo por el Sr. Wheter.

—¡Silencio! Ponedme atención montón de hombres con y sin pene —otro más de sus “chistes” sexistas sin gracia—. Tengo que darles una trágica noticia. Hoy por la tarde nuestro adorado Sigfried ha venido a mí con una noticia abrumadora —siempre hablaba como si la vida fuese a acabarse o como si interpretara algún drama barato—. Michael nos abandona…


* * *



El grito fue estremecedor, era como un escalofrió, recorriendo el cuerpo de cada persona presente en aquel lugar… El joven comenzó a correr con desesperación…, lo había entendido. Las lágrimas escurrían por sus mejillas como ríos, gritaba con fuerza.

—¡Michael! —se escuchaba en cada rincón, estremecía a cada persona—. ¡Michael! ¡No!… —fue detenido por un par de policías.

Peleaba con fuerza, golpeaba a aquellos hombres con una furia incontenible, les era complicado mantenerlo a raya, llamaron a otros oficiales para ayudar a detenerlo. Continuaba gritando…

—¡Michael! —sus sollozos eran penetrantes, agudos, el solo hecho de escucharlos inundaba de horror a cualquiera—. ¡Michael! —la desesperación era notable—. ¡No! ¡N-no! ¡Michael…! ¡Suéltenme! ¡Tengo…, tengo que ir con él! ¡Suéltenme! ¡Michael! —aullaba y se violentaba contra los oficiales, quienes trataban de aplacarlo.

—¡Tranquilícese! ¡No puede ayudarlo!

—¡MICHAEL!

—¡Necesitamos tranquilizar a este hombre! Ve por un… —el joven no se detenía en su ímpetu—, ve por un enfermero.

—¡Suéltenme! ¡Déjenme! ¡MICHAEL!

Los bomberos apenas habían logrado sacar a dos adolescentes inconscientes de la Jeep, pero el poste había caído sobre el Minicuper, tenían que cortarlo y removerlo de encima antes de intentar sacar al hombre que estaba adentro. Parecía estar despierto, la sangre escurría por su cien, pero se movía encima del tablero, el techo estaba a escasos centímetros de él, y el cristal estaba hecho polvo por doquier.

—¡MICHAEL! —ese último grito fue estremecedor…


* * *



—¡Sr. Wheter! ¡Sr. Wheter! —gritaba mientras corría para poder alcanzarlo.

—¡Ah! Pero si es mi sensual July —dijo con un tono estremecedor, no por la sensualidad que pudiese haber expresado si no por el horror que causaba el escucharlo decir aquello—. ¿Qué puedo hacer por ti hijo mío?

Albert estaba atemorizado y sin aliento. Había intentado abordar al Sr. Wheter antes pero entre el desastre causado por el reacomodo de los personajes, y algunas quejas, aparte del debate entre abrir o no una temporada de audiciones para encontrar quien sustituyera a Michael, le fue imposible. Cuando se recuperó un poco articulo con dificultad:

—¿Qué…, qué sucedió con Michael? ¿Por qué renunció?

—Ja, ja —rio con suma ironía—. Eso debería decírmelo usted… «Lengua entrometida.»

«¡No…! —se lo imaginaba, lo había pensado cada segundo que permaneció ahí, sentado sobre la duela sin enterarse de nada; que él había renunciado por su culpa—. M-michael.»

—¡Ah! —suspiró dolido e inclinó el rostro—. ¡Soy un idiota!

El Sr. Wheter, conmovido por su estudiante, lo tomó del hombro y lo agitó sin mucho tacto.

—¡No debes sentirte mal! ¡Todo enamorado comete una que otra estupidez! Mírame a mí —Albert lo miró consternado, tenía miedo—, ¡yo debería estar en Hollywood rodeado de estrellas, dirigiendo las mejores obras, siendo parte de las mejores compañías de teatro! Pero lo abandoné todo por amor —el joven aprendiz no entendía y el maestro lo notó—. ¿Conoces al Profesor Ribert?

—Sí.

—¡Por él fue que me volví maestro!… Me enamoré de él cuando éramos muy jóvenes, y tarde 18 años en confesárselo todo. No sin antes haberlo arruinado… Le hice ver su suerte. Yo no era muy discreto que digamos.

«¡En serio! No había dado cuenta.»

—¿Y ahora? Ahora tengo sexo salvaje cada noche con el hombre de mis sueños.

Albert se cubrió de rojo hasta… Estaba realmente avergonzado, ese es el punto. Hubiera salido corriendo de ahí en aquel instante pero necesitaba algo más. Sin embargo no pudo evitar:

—¡Cállese! No quiero escuchar detalles —emitió un sonido semejante al de una persona vomitando y agregó—: ¡Es asqueroso!

—¡Eso dices ahora! ¡Pero cuando estés ahí! ¡Ja’, ese glorioso agujero! —la garganta de Albert comenzaba a llenarse de su comida semi-digerida, mientras maldecía a su imaginación—. ¡Entonces gritaras por más…!

—¡Basta! —interrumpió Albert y termino con más calma—: Por favor. Se lo ruego, pare —el Sr. Wheter se detuvo con una sonrisa triunfante.

—¡Vale! Vale. Pero no diga que no se lo advertí. Si eso es todo…

—¡No!… Tan solo una cosa más.

—¿Sí?

—¡Quiero que regrese! ¡El ama hacer esto, lo adora! El teatro es lo único que tiene, lo hace feliz… ¡Quiero que… —la mandíbula le temblaba, no se había percatado en que momento sujeto el abrigo de su profesor—, le pida que regrese!

El Sr. Wheter estaba serio, sin expresión alguna. Tomó las manos de su alumno y se liberó de su agarre.

—Pero Albert, yo no puedo… —el joven había comenzado a llorar, sus ojos se posaron sobre los de Wheter, estaban inundados de dolor, y se veían tan quebradizos.

—¡Por favor! —sollozaba, su maestro ahora se veía completamente entristecido—. ¡Se lo ruego! Pídale que regrese, y yo…, yo —la mandíbula le temblaba, estaba decidido, pero el hecho de no volverlo a ver lo aterrorizaba—. Yo me voy, pera que él se quede.

Wheter se acercó y lo abrazó en un intento de consolarlo.

—Todos cometemos errores cuando estamos enamorados —susurro a su oído—, y lo más importante de esos errores, es enmendarlos…

 

* * *



—¡Michael! —despertó gritando—. ¡Michael! —intentó levantarse pero no lo logró, estaba esposado a una camilla dentro de una ambulancia, a su lado había un camillero, joven, que trataba de tranquilizarlo y volverlo a acostar.

—¡Tranquilízate! Tranquilo…

—¿Qué pasó con Michael? ¡Qué sucedió!

—¡Si hablas de los jóvenes del accidente, ya todos fueron rescatados, están siendo transportados al hospital! ¡Tranquilo! Estarán bien. ¡Tranquilízate!

—¡Tengo que verlo! ¡Tengo que verlo! —había comenzado a llorar nuevamente, se movía violentamente, jalaba sus brazos intentando zafar las esposas—. ¡Tengo… —respiraba agitado—, que verlo!

Cayo sobre la camilla como un ladrillo, lo había sedado nuevamente.

—¡Lo lamento! Lo siento de verdad…, pero es por tu bien —habló el camillero, sonaba entristecido.


* * *



—¡Lleva dos días ahí! ¿Planeas dejarlo así?

No quería admitirlo pero en verdad lo estaba afectando, podría ser un completo idiota pero…

—¡Se lo merece!

—Que cruel —criticó con repudio y se alejó.

Michael no le dio importancia y subió a su habitación. La tarde se acercaba y las nubes que estaban en el cielo amenazaban con una tormenta.

No podía evitar mirar por la ventana para encontrarse con él, con Albert. El muy necio había intentado hablar con él la noche del viernes, pero Michael lo rechazó y cerró la puerta en su cara. Durante la madrugada un Prefecto le pidió a Albert que se retirará del edificio y fuera a su habitación; todos los estudiantes del piso se habían quejado de él por haber estado golpeando la puerta de Michael durante dos horas suplicando que abriese.

Pero el muy imbécil solo salió al patio y se sentó en una banca justamente frente al edificio, en un lugar que quedaba en el rango visual de la ventana de Michael. No podía evitar llevar la mirada a ese chico cabizbajo que estaba ahí…, sin moverse, tal vez sin comer, sin dormir adecuadamente, casi muerto del frío…

—¡Maldito sea! ¡Cómo es posible que me preocupe por ese imbécil! —gritaba Michael ante su frustración—. Solo concéntrate, trata de mantener la calma y termina tu reporte de Ciencias Políticas.

Un sonido estrepitoso se escuchó; fue tal la fuerza que los vidrios de las ventanas se sacudieron con violencia, un trueno había caído en la periferia de la escuela, y una tormenta iracunda se cernía sobre el colegio. Michael se tranquilizó después de aquel susto y continúo trabajando.

Pasadas dos horas, después de un arduo trabajo, muy satisfecho, Michael se levantó para prepararse un café, estaba templando el agua cuando noto que la lluvia seguía igual de intensa. Se acercó a la ventana para observar el paisaje empapado.

—¡Vaya! No parece que se vaya a detener pronto —decía mientras daba un sorbo; se quemó la lengua y se quejó un poco— ¡Mierda! ¡Esta calien… —sus ojos se abrieron de par en par ante la sorpresa, dejó caer la taza y salió corriendo de su cuarto sin precaución alguna.

«¡Imbécil!»


* * *

 

Abrió los ojos con pesadez, estaba mareado, todo daba vueltas a su alrededor. Escuchaba ruidos distorsionados, le zumbaban los oídos.

—¡Albert por dios! Me tenías preocupada —era una voz suave, dulce, nostálgica, parecía sollozar entre palabras, y la escuchaba distante— ¡Beth! ¡Ya despertó!

Escuchó mucho en aquel instante: una puerta y muchos murmullos, sintió como le tomaban la mano y lo llamaban…

—¡Albert! —parecían susurros—. ¡Que alivio! Albert… —de repente aquella voz se quebró en un llanto, le sostenían la mano con fuerza, y podía sentir la tibieza de las lágrimas sobre su palma… 



Continuara...

Notas finales:

Esto aún no acaba. Les agradezco mucho que lean. Y los espero pronto para leer sus críticas, comentarios, opiniones, o preguntas, todo es bienvenido “en el marco del respeto social a su interlocutor”.


 


Nos leemos pronto. 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).