En la antigua Grecia, en lo más íntimo de aquellos cultivos de aceitunos, los más fértiles que existen en toda Atenas, en plena madurez, yace una historia que nunca fue contada y no está escrita en pergaminos de bibliotecas, tampoco en hojas gastadas, tanto así que ni una pizca de tinta fue gastada en ella, sino que en aquél lugar todavía queda la esencia de los acontecimientos tan mal vistos para concederse por un Dios ,como para un mortal que sería juzgando de malicioso y destinado a la perdición en esos tiempos tan lejanos del ahora.
Atenea, la sabiduría encarnada en una mujer de armadura dorada, con los atributos de una Diosa, alta y fornida, con la piel de un matiz canela, ojos pequeños color olivo, brillantes y cálidos, un cabello de risos claros como rayos de sol, tan delgados que se movían con sólo una tenue brisa del viento, mujer de torso delgado y músculos marcados, que soportaban en el sostén de brillante metal, grandes pechos que en su cúspide eran cubiertos por senos mas morenos que su piel tostada. Hermosa aquella Diosa aún joven, pero más sabía y recatada que cualquiera que doblegara su edad, pues su Don era impartir a los mortales la estrategia he inteligencia para las batallas. Gracias a la ayuda que brindó a los mortales, la gran Diosa Atenea, fue venerada y declarada cómo Deidad, se construyeron templos en su honor para adorarla y agradecer la ayuda brindada en las disputas sangrientas.
Un amanecer de los más hermosos que recuerda la diosa, muy temprano, en uno de aquellos templos, se encontraba una virgen sacerdotisa de melena tan castaña como la misma miel , ojos penetrantes y brillantes como diamantes, pero tan azules como el mismo mar, piel blanca y suave como la seda ,labios rojo sangre, carnosos y tentadores como sus caderas anchas que tintineaban al caminar, junto con su vientre delgado y compacto que sostenía unos pechos firmes, tapados delicadamente con un vestido blanco de tela fina, adornada con joyas brillantes y llamativas, esa mujer era tal tentación que ni la más sabía de las Diosas pudo mantener la compostura a tal belleza.
La hermosa muchacha era conocida como medusa, la Gorgona mortal, la única de las tres hermanas Gorgonas además de ser la más bella.
Llevada por el amor que le provocaba la hermosa sacerdotisa, bajo en forma humana al templo de Atenas, nadie lo habría creído, era la diosa más prudente de todas las eternas, pero esta vez sus impulsos vinieron del corazón, sin embargo no dejó de pensar con la cabeza. Para asegurarse que su padre Zeus -Dios que todo lo ve- no descubriera su labor, se disfrazó con un manto blanco que cubriera su rostro. Al verla de esa forma, medusa, se prendó de la Diosa guerrera, hechizándose de su sabiduría, su belleza, en fin, de su hermosa Atenea.
Al pasar de la primavera las dos hembras desbordan pasión, la una por la otra, se deseaban, y un anochecer, en un pequeño bosque de Olivares se entregaron, dejándose llevar por el amor abrasador, sus cuerpos se fundieron bajo los aceitunos convirtiéndose así en uno solo.
Después de aquel encuentro, Zeus descubrió la traición de su hija. Al creerla pérdida, el mismo Dios, anunció al hermano Poseidón la existencia de la hermosa muchacha medusa, y este al instante quedo poseído por su belleza.
En una tarde de verano, mientras la diosa no se encontraba en el templo, Poseidón bajo para encontrar a la hermosa dama sentada rezando a Atenea, tranquila y serena sin imaginarse su desventura, llevaba consigo un vestido rosa pálido, casi transparente, que marcaba la figura tan fina de la muchacha, al observarla de esa forma tan indefensa el Dios quedo aún más encandilado y sin previó avisó la tomo poseído por la lujuria, a la fuerza y sin consentimiento alguno de parte de ésta, los llantos de medusa resonaban en el templo, mientras su cuerpo se llenaba de odio hacia su agresor, al terminar éste mismo se marchó, dejando el cuerpo desnudo y sollozante de la chica tirado en el frío mármol. Minutos después bajó la Diosa, cobijándola en su manto, propinándole delicadas caricias, y viendo el sufrimiento de su amada, sabiendo que podría volver a ocurrir la misma tragedia, su ser se llenaba de impotencia.
-Mi querida niña calma, seca tus lágrimas que tapan tu belleza- decía el eco de la Diosa, con una voz melodiosa.
-Mi diosa, esta belleza es la que causa mi sufrir y mi amargura-sollozaba la pequeña
Con estas palabras que al instante tocaron lo más profundo de su alma, supo la solución para el cuidado de su amada.
-Te daré un regalo- le susurró la Diosa al oído
-¿Acaso me merezco un regalo tuyo? -pregunto secando sus lágrimas
-Con él no te harán daño de nuevo mi bella niña- Con delicadeza la cubrió con el manto -que en algún momento le sirvió para ocultarse- su cuerpo aun desnudo, convirtiéndola en la medusa de todas la leyendas conocidas: Piel áspera y grisácea, dos alas de oro sólido en su lomo escamoso, serpientes salvajes en vez de esos risos miel y sus ojos, esos ojos que narran su desventura en el templo, ardiendo en llamas por el odio guardado, tanto es así que podían convertir las vísceras latientes ha piedra seca con solo una mirada, pero con un brillo especial, gracias al recuerdo de su amada diosa Atenea.
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