Yo que muero cada día que tú te olvidas de mí
Fito y Fitipaldis El ojo que me mira
Es bonito pensar eso ¿verdad? Pensar que cuando tus labios toquen los suyos; cuando tus brazos rodeen su cuerpo y lo atraigan hacia el tuyo; cuando sus manos se enreden en tu pelo blanco como lo hacía antes, unos cables que tú no puedes ver se tocarán. Tal vez como el roce entre dos manos tímidas en la primer cita, tal vez como el choque de dos trenes que vienen de diferentes direcciones pero que han acabado en el mismo carril, no lo sabes, pero estás seguro de que algo ha ocurrido, que se ha creado una pequeña chispa que ha prendido fuego al bosque, esa espesura que le negaba ver lo que tú veías, lo que tú recordabas.
Pero él se aparta, sus ojos ámbar te miran asustados. Y tú sólo puedes sonreír, encerrar el dolor en tu corazón como lo llevas haciendo dos años, y pedir perdón. Después bajas la mirada hacia su libro preferido y sigues leyendo.
Su mirada te dice que ya ha olvidado lo que ha pasado y tú casi deseas olvidar también. Pero no puedes. No quieres. No quieres olvidar su mirada cada mañana, como te miró el día de vuestra boda, el nacimiento de vuestro primer hijo, del segundo, vuestro primer nieto, la primera vez que te dijo que tenías una arruga, pero que no pasaba nada, que no era por la edad, sino por la risa. No quieres olvidar tu vida junto a él. Le prometiste pasar el resto de tu vida a su lado, y no importa lo que pase, siempre cumples tus promesas. Aunque tu corazón se rompa poco a poco y sangre y sientas que ya no puedes más.
Y él enfoca sus ojos en tus ojos y, preocupado, te pregunta cuando va a llegar Derek. Y tú le dices que pronto. Igual que hiciste hace media hora.
Sonríes.
Él recuerda a Derek. Recuerda que lo ama. Lo que no recuerda es que Derek eres tú.
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Yo que muero cada día que tú te olvidas de mí
Fito y Fitipaldis El ojo que me mira
Es bonito pensar eso ¿verdad? Pensar que cuando tus labios toquen los suyos; cuando tus brazos rodeen su cuerpo y lo atraigan hacia el tuyo; cuando sus manos se enreden en tu pelo blanco como lo hacía antes, unos cables que tú no puedes ver se tocarán. Tal vez como el roce entre dos manos tímidas en la primer cita, tal vez como el choque de dos trenes que vienen de diferentes direcciones pero que han acabado en el mismo carril, no lo sabes, pero estás seguro de que algo ha ocurrido, que se ha creado una pequeña chispa que ha prendido fuego al bosque, esa espesura que le negaba ver lo que tú veías, lo que tú recordabas.
Pero él se aparta, sus ojos ámbar te miran asustados. Y tú sólo puedes sonreír, encerrar el dolor en tu corazón como lo llevas haciendo dos años, y pedir perdón. Después bajas la mirada hacia su libro preferido y sigues leyendo.
Su mirada te dice que ya ha olvidado lo que ha pasado y tú casi deseas olvidar también. Pero no puedes. No quieres. No quieres olvidar su mirada cada mañana, como te miró el día de vuestra boda, el nacimiento de vuestro primer hijo, del segundo, vuestro primer nieto, la primera vez que te dijo que tenías una arruga, pero que no pasaba nada, que no era por la edad, sino por la risa. No quieres olvidar tu vida junto a él. Le prometiste pasar el resto de tu vida a su lado, y no importa lo que pase, siempre cumples tus promesas. Aunque tu corazón se rompa poco a poco y sangre y sientas que ya no puedes más.
Y él enfoca sus ojos en tus ojos y, preocupado, te pregunta cuando va a llegar Derek. Y tú le dices que pronto. Igual que hiciste hace media hora.
Sonríes.
Él recuerda a Derek. Recuerda que lo ama. Lo que no recuerda es que Derek eres tú.