Oscuridad
2
Sus labios se tensaban al sonreír ampliamente, siempre sucedía cuando él recorría con su lengua la piel de su cuello, una sensación que le erizaba y le agradaba, le agradaba ser saboreado y deseado, sentirse amado. En esos momentos olvidaba quien era y por qué lo era, solo era él, quien se entregaba con pasión y lujuria, el que sentía la presión de unos dedos en sus caderas mientras era embestido por el otro. Él que sentía aquel choque al ser invadido, aquella sensación de ser llenado, de ser besado y escuchar a si mismo sus gemidos al colapsar encima de su amante; sentir sus dedos recorrerle la espalda, enredar sus cabellos oscuros húmedos por el calor del momento.
Su relación era furtiva pero no prohibida, muchos de ellos habían cometido actos peores, y sin embargo aún contaban con el apoyo de Zeus pero no era su caso. Hades no era un dios menor y él, tampoco, por sus venas corría el orgullo del padre de todos los dioses, esas cadenas que lo ataban al Olimpo mismo que se lo arrebatarían.
-¿Regresarás? –Era la pregunta que seguía después de cada encuentro
-Ambos tenemos responsabilidades –responde con voz seria-, ella nacerá y esta vez será diferente. –Hades temía esa respuesta y sin embargo siempre la preguntaba-. Es nuestro deber, si tan solo no estuviera –sosteniéndole la mano contra la suya mientras Hades descansaba sobre su pecho
Los orbes azules se cierran, dejando sumirse para guardar todo recuerdo, su aroma, su tacto, sus cabellos rojizos regados por la almohada, esos orbes que representaban la juventud y la vida. Vida que con cada segundo se le iba de sus manos y volvía a ser él.
Zeus no era justo era caprichoso, era el Rey y ellos los peones, el caballo, sus sacrificios y su amor estaba en ellos, como todos. Su alma vuelve a dormir siendo custodiada por los dioses gemelos hasta ese día.
-Shion de Aries, Patriarca del Santuario… de Athena –dijo el hombre
Una sonrisa se dibuja en su rígido y frío rostro, claro que lo recordaba, tantos años y el dolor de la derrota aun le impregnaba en su ser, el odio lo tensaba pero la venganza de verlo en sus dominios era más. Aquel guerrero que pereció en manos de uno más joven, un santo de Athena, Géminis; su intuición le dictaba que había algo más profundo más directo, que aquella presencia era un obsequio, una invitación. Y no se equivoca, trece años después y una hilera de caballeros Athenienses van llegando a su reino, el legajo de Athena se caía, sucumbía por alguien en el poder. Pero lo más retorcido estaba todavía por llegar, aunque para Hades era la gloria; los guerreros de la diosa de la sabiduría, sus dorados se levantan en contra de ella, dudando de su propia divinidad, derramando la sangre de sus semejantes.
“-Son los hilos del destino- le decía él cuando al mayor se le nublaban las orbes- pero cuando hay fuego, las llamas permanecen y nada puede con ellas… ni los dioses –besándole la punta de la nariz”
Hades lo presentía, solo era cuestión de tiempo, tiempo cortó y preciso que tenía que usar a su favor, sus guerreros se preparaban y sus 108 estrellas pronto brillarían en el inframundo para destruir aquel sello y tener otra guerra santa, en caso que el fallará.
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