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H E R Z por emmakris

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Notas del fanfic:

Hola de nuevo. 

Esta vez, en una celebracion por la culminacion del paro de fanfickers, les traigo un pequeño y muy lindo regalo, a tod@s aquellas personas que fueron pacientes y supieron entender (yo tambien sufri mucho en la espera).

Escrito por Antichthon, cuya pagina con el fanfic original comparto:https://www.fanfiction.net/s/8561508/1/Herz

Agradezco a la autora por permitirme compartir este tesorito, y tambien a Nayen, quien me soporto en mi vagueria, y trajo esta historia hasta sus manos.

Sin mas... espero lo puedan disfrutar tanto como Nayen y yo.

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¡A leer! 

Notas del capitulo:

Notas del autor: Este fanfic se veia raro en mi cabeza, pero realmente necesitaba escribirlo, o me hundiria en un mar de llanto. Originalmente, tiene consigo varias ilustraciones que podran encontrar en mi tumblr.

Descargo de responsabilidad: Kuroko no Basuke no pertenece, y tampoco sus personajes, todos son obra de la maravillosa mente de Tadatoshi Fujimaki. Y El Principito por Antoine de Saint-Exupery

Muchas gracias por leer.

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Es difícil poder arreglar un corazón roto.

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Herz

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Aomine lo encontró por primera vez a los diez años, como a una estrella fugaz.

Todo comenzó con los girasoles. Montado en su bicicleta pasaba por el campo de girasoles cuando leves movimientos de entre las flores llamaron su atención. Curioso, se ajustó la gorra de béisbol, mientras caminaba entre los largos tallos verdes y pétalos amarillos, y fue cuando lo vio, un niño perdido. Con el cabello y los ojos tan deslumbrantes como el sol, y las lágrimas cubriendo sus largas pestañas, ante un cara hinchada por el llanto. Acurrucado en el suelo, y a juzgar por las marchas secas de lágrimas en sus rojizas mejillas, se dio cuenta que el niño llevaba llorando, quizá mucho tiempo.

—¿Por qué lloras? —preguntó el moreno con la ceja levantada. Nunca lo había visto antes, pero al acercarse sintió un pequeño golpeteo en el pecho, tan parecido a una familiaridad que parecía decirle lo contrario.

—Mis amigos y yo, estábamos jugando…—Aspiró adolorido— y ya no están, se han ido.

—¿No intentaste llamarlos?

—No los encuentro por ningún lado. —Se pudo observar nubes oscuras flotando dentro de sus perlas doradas—. Debieron ser comidos por el monstruo. Eran más débiles que yo, y al monstruo le gustan los niños débiles. Son más dulces.

Lágrimas caían por sus ojos y era tan triste. Lloraba y lloraba, y Aomine no sabía qué hacer, no sabía lidiar con las lágrimas; animar a las personas nunca fue su fuerte.

—No llores, sólo las niñas lloran.

—Pero ya no tengo amigos, ¡Uwaaaaaa!

Aomine miró al niño, un poco desconcertado por un pequeño tumulto de emociones confusas, rascándose la parte posterior de la cabeza.

—Ya, ya, el dolor se ira….

—Ahhhhh ¡Uwaaa!

—¡¡Deja de llorar!! —gritó. Aun así el muchacho no paró, haciendo que Aomine empezara a darse por vencido. Ese llanto estaba lleno de una extraña sensación. ¿Qué debería hacer?

Y de pronto se detuvo.

—Sé mi amigo.

—¿Eh?

—S-si me das tu verano… —Levantó su cabeza con timidez, con las largas pestañas humedecidas revoloteando— dejaré de llorar.

—Está bien, seré tu amigo. —Con un puño en el pecho, Aomine sonrió—. Si me convierto en tu amigo, dejarás de llorar, ¿verdad?

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Sin importar cómo empezó, eventualmente desde su primer encuentro nació una fuerte amistad, porque ambos eran niños y, a diferencia de los adultos, no existía la necesidad de pensar en ello, o intentar tener una conexión, siempre y cuando pudieran pasar su tiempo jugando, eran felices en compañía del otro.

Aomine había conseguido un nuevo amigo, Kise; y ambos se divertían mucho juntos, como se supone que hacen los niños. A pesar de su pálida apariencia bajo la luz del sol, Kise resultó ser un corredor sorprendentemente veloz. No le tomaba mucho lograr escapar a la vista del moreno, siendo sólo sus deslumbrantes hebras doradas lo último que se lograba ver.

Cuando Aomine por fin lo alcanzó, Kise se había detenido a mitad del camino, con la vista fija en un punto determinado bajo un gran árbol.

—¿Qué miras?

—Justo ahí. —Su voz delataba lo mucho que esa visión le afectaba. Varias gotas de sudor corrieron por su frente.

—¿Dónde?

—Ahí, bajo el árbol.

Entrecerró los ojos. Buscando encontrar a lo que se refería, más sólo halló la densa hierba, y nada que causara tal terror. No hubo dientes, orejas, cuernos o garras, no había un monstruo de pesadilla o algo de lo que se pudiera temer.

—No veo nada.

—Oh no, oh no. —Kise se sacudió, aterrorizado—. Te está viendo, me está viendo. Nos está viendo.

—¿Dónde?

—Dios mío, está gruñendo…

—¿Eh?

—Está viniendo…

—¿Qué? ¿Eh?

—¡¡CORRE!!

Corrieron y corrieron, pese a que Aomine no sabía por qué lo hacían. El sol de ese día de verano desaparecía lento en el horizonte, Kise tomó su mano con prisa, escapando como una bala disparada, temiendo por algo que el mundo no podía ver. Su agarre en torno a la mano del moreno era desesperadamente fuerte y ansioso.

Pensando en lo ridículo que parecía todo, Aomine se deshizo del agarre de Kise con todas sus fuerzas, deteniéndose justo al cruzar el camino, con los pies anclados firmemente en el suelo.

Kise se giró, respirando agitado, su pecho subía y bajaba, sus dorados ojos se abrieron de golpe.

—¡No pares!

—Pero, ¡¿Por qué estamos corriendo, de todos modos?! —El chico bronceado gruñó, se sentía enojado,  y cruzó sus brazos de manera desafiante—. ¡No hay nada que temer!

—¡¿Qué estás haciendo?! ¡¡Ya se acerca!!

—¡No puedo ver nada! —Ladró. Kise se estaba comportando extraño, parecía que el sol había frito su cerebro—. No veo nada así que dejar de jugar a…

—¡¡CUIDADO!!

Las palabras muriendo cuando sintió algo arañar su espalda justo a la altura de su corazón, que se rompió en un doloroso instante.

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Frías gotas de lo que parecían ser lágrimas cayeron en la mejilla de Aomine. En cuanto despertó, con la cabeza sobre el regazo de Kise, lo primero que vio fueron las grandes gotas con sabor a limón, que caían de los ojos de Kise; acristaladas por las lágrimas, sus perlas resplandecían como botellas de refresco. Bajo el sol, resplandecían llenas de colores, y tan llenas de un hermoso tono tan parecido al oro líquido.

—¡Estás despierto! —Hipó y la risa bailó en su aterciopelada voz—. Estaba muy preocupado.

—¿Acaso me desmayé? —Aomine trató de ponerse en pie, pero el dolor lo perforó como un agujero a través de la carne.

El dolor fue tan intenso que cayó de rodillas, con el rostro deformado en una mueca quejumbrosa, con las manos sostenidas al suelo. Su mirada se tornó borrosa y palpitante, y fue entonces, cuando bajó la mirada hacia el hueco en su interior, dentro de sus costillas. Y lo vio, no tenía corazón.

Fue cuando una sensación de terror, sucumbió sobre él.

—Sólo porque no puedas verlo. —Kise se estremeció ante la inquietante visión—. No signifique que no existe.

Ese… ese monstruo, había destrozado su corazón.

No sabía si incluso era realmente un monstruo. Podría ser una bestia o un fantasma, podría ser cualquier cosa, algo lo suficientemente aterrador como para desgarrar su corazón en tan solo un instante.

Kise se arrodilló a su lado, ofreciendo con cierta torpeza lo que quedaba aún de su corazón, ahora contaminado por estar al aire exterior. Estaba hecho pedazos, como rocas de distintos tamaños, de algo que fue orgánico. Había perdido toda belleza, como las hojas secas de la hiedra . Aomine cogió uno de estos pedazos, un pedazo de su corazón, y pensó que no era nada más que un guijarro. Un corazón pierde su significado al dejar de trabajar. Una cosa pierde su valor cuando pierde su propósito.  

¿Era incluso posible intentar arreglarlo?

—¿Qué deberíamos hacer? —preguntó Kise, con sus manos aun sosteniendo las piezas gentilmente, con sumo cuidado, como si aquellos restos se pudieran escapar fuera de su alcance—. No sé si se puede vivir sin un corazón.

Aomine se rascó la cabeza.

—Vamos a buscar pegamento y arreglar esto.

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Caminaron hasta llegar a un viejo almacén abandonado. Era una tienda convencional, que vendía bocadillos japoneses y juguetes tradicionales. La tienda era una mancha opaca en ese maravilloso paisaje colorido y lleno de destellos azules y amarillos, de ese verano. La campana de viento oxidada resonó en cuanto entraron a la tienda, y el amplio silencio otorgado no fue más que la prueba de lo vacío que estaba.

Los ojos de Kise destellaron mientras miraba a su alrededor, con un colorido brillo resplandeciendo en sus irises.

—¡Nunca antes había estado en una tienda de dulces! —Chilló lleno de felicidad, antes de explorar toda la mercancía a su alcance, olvidando casi al instante su verdadero propósito en el lugar. Aomine suspiró cansado frente al comportamiento de su amigo, mientras seguía buscando el pegamento para poder reparar su corazón.

Fue cuando encontró un tubo amarillo de pegamento en el interior de uno de los cajones, junto con unas tijeras, cuchillas y agujas. Puso todas las piezas, o lo quedaba —piedras en realidad— de su corazón, sobre el piso de madera, comenzando a unirlas con la cinta. Era difícil de algún modo, como resolver un rompecabezas, y despreciaba ese rompecabezas con pasión. No encontró ninguna entretención en construirlo, ya que estaba tan roto que era casi imposible de armar.

Por otro lado, estaba Kise, dando vueltas con un chupete rojo en la mano, y cuando Aomine estuvo a punto de darse por vencido, sus manos tiraron de su pelo en señal de frustración.

—No sirve de nada intentar arreglar un corazón roto —dijo Kise impasible

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Diez minutos más tarde Aomine había tirado todas las piezas al contenedor de basura más cercano, derrotado, y luego salió de la tienda.

—¿Qué se siente no tener corazón? —preguntó Kise.

—Extraño. —Aomine bostezó y vio al corazón en su pecho, sentir ese vacío era ciertamente desconcertante—. Me siento un poco solo, a pesar de que no debería ser capaz de sentir.

—Qué raro.

—Ciertamente.

Ambos asintieron. La pérdida de algo que siempre te acompañó dejaría cierta incomodidad, cómo perder a un mejor amigo, o la propia sombra reflejada en la pared. Siempre existiría esa sensación de vacío.

—Debe ser difícil no tener corazón.

—¿Tú nunca has perdido tu corazón?

—No el corazón. —El rubio se encogió de hombros—. Pero si algo dentro de mi cabeza.

—¿Tu cerebro?

—Hmmm, algo así.

—¿Qué se siente no tener cerebro?

—Horrible.

—Oh.

—Pero, sin embargo, uno de mis amigos perdió todo su cuerpo.

Aomine levantó una ceja.

—No puedo ni imaginar qué se siente perder todo el cuerpo.

—Nunca despertó, así que no pudo decir lo que se siente. —Kise se encogió de hombros.

La conversación murió cuando pasaron por un viejo pino rodeado de pequeñas estatuas de Jizo Bosatsu. Varias piñas secas se hallaban esparcidas por el suelo y Aomine pateó una de ellas hasta que llegó en frente de una de las estatuas. Kise observó las estatuas con un interés palpable, y luego vio las piñas en el suelo.

—¿Pueden trabajar como tu corazón? —Recogió una de ellas, perfectamente formada.

—No lo sé.

—Como no lo sabemos, ¡Intentaremos!

Y puso la pequeña piña entre sus costillas.

—¿Cómo se siente, Aominecchi?

—Pica. —Se rascó el pecho. Después de todo, había sido recogida del suelo, era posible que estuviera sucia—. Pero supongo que puedo soportarlo.

Sin embargo, la piña se rompió dentro de la jaula de costillas.

—Se rompió —dijeron al unísono, más sorprendidos que asustados o disgustados.

—¿Lo intentamos de nuevo?

Kise cogió otra.

Se rompió.

Y otra vez.

Se rompió.

Después del sexto intento, la piña no se rompió. Pero tampoco latía. No era más que sólo decoración, así que Kise decidió probar con otra, pero Aomine le dijo que ya tenía suficiente de piñas y corazones rotos.

Antes de partir, Kise le dio una última mirada a la estatua de Jizo Bosatsu por sobre el hombro. Sintió que les sonrió, y ellos le devolvieron la cálida sonrisa, animándolos hasta continuar.

Después de todo, Jizo Bosatsu fue creado para los niños.

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—Hey, ¿no es algo peligroso que andemos caminando por ahí tan descuidadamente?

—¿Hm? —Kise giró su cabeza. Y un signo de interrogación apareció en su rostro.

—El monstruo que me dijiste. —Aomine le explicó mientras se rascaba la nariz, sus ojos viendo a algún punto muerto en el piso. Le era difícil creer en aquello que ni siquiera pudo ver, pero al parecer sí existía, y rompió su corazón—. ¿No nos perseguirá de nuevo?

—No te preocupes. —Le sonrió—. Creo que está lo suficientemente satisfecho con haber roto tu corazón.

—Entonces, ¿por qué me rompió el corazón?

—¿Por qué me lo preguntas? Pregúntale a tu propio corazón, él es el culpable.

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Pronto, encontraron un edificio blanco y sin decorar, con un aura algo intimidante, parecido a un hospital, pero al final sólo resultó ser una enorme biblioteca. La puerta no tenía cerradura con llave, por lo que podían entrar si querían.

Después de un rápido recorrido por el primer piso, donde no encontraron nada interesante, sólo libros y polvo, Aomine caminó hacia Kise, encontrando al niño doblando un papel en el suelo. Un libro grueso estaba abierto a su lado, con la página de en medio arrancada, aquella que ahora Kise utilizaba para hacer una grulla de papel.

—¿Qué haces?

—Un deseo —dijo con indiferencia, con sus hábiles manos dándole vida a una grulla de papel.

—Es una grulla. —Aomine señaló el papel con total naturalidad—. No un deseo.

—Es un deseo, ¿Qué no lo ves, Aominecchi? —El rubio puso mala cara, colocando la grulla en su regazo—. Bueno, tengo que hacer novecientos noventa y nueve más para que sea un deseo, para ser exactos. Pero es una pequeña parte del deseo, así que un deseo, sigue siendo un deseo.

—¡¿Mil grullas de papel?! —Aomine no pudo evitar bufar, pese a saber que era de mala educación reírse—. Pero, ¿cómo pueden mil hojas conceder un deseo?

—¡No te rías! —El rubor salpicó en su rostro—. Mamá me dijo que funciona, y ella siempre tiene la razón.

—A los adultos les gusta alimentarnos con tonterías, y tú deberías ser lo suficientemente mayor como para darte cuenta.

Kise, sin embargo, no le hizo caso.

Aomine le dio un vistazo al libro. Era un libro de medicina, con el cerebro humano impreso en su tapa dura. No sabía por qué Kise había elegido ese libro en particular entre los miles del lugar.

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Después de ver, durante mucho tiempo, como Kise hacía orizuru, Aomine comentó.

—Eres rápido.

—¡Soy un experto en el orizuru! —Las grullas estaban siendo acumuladas—. Hago grullas de papel desde que era niño.

—Y desde niño, ¿nunca fue tu deseo concedido?

Él nunca respondió.

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Kise se ofreció a enseñarle a Aomine cómo apreciar la belleza del orizuru. Aomine se negó, por supuesto, pero debido a que la biblioteca no le proporcionaba suficiente entretenimiento y que Kise se quejara como una niña —hasta el punto que Aomine llegó a considerar que Kise era realmente una niña—, prefirió hacerlo, para que se callara.

En su primer intento, Aomine rasgó el papel.

Al tercer intento, el ala derecha era más pequeña que el ala izquierda.

Y Kise lo hacía parecer tan fácil.

Después del décimo intento, logró hacer una obra maestra. Demasiado fea, y nada linda en comparación a las que hacía Kise, pero al menos sus alas estaban en un ángulo recto. Lanzó la grulla al frío suelo, decidió que había hecho suficiente papiroflexia para el resto de su vida. Se echó sobre su espalda y tomó una siesta, y con un fuerte silbido, su corazón se rompió.  

—Ouch. —Aomine ya parecía acostumbrado a que se le rompiera el corazón—. Se rompió.

Lanzó la piña al piso, perdiéndose a la distancia, cayó con un sonido sordo.

—¿Tu corazón se rompió de nuevo?

—Sí, ¿hay algo que podamos usar en su lugar?

Kise puso la grulla de papel dentro de su pecho. Pero al igual que la piña, no se rompió más tampoco palpitó, no fue tan inesperado.

—¡Pide un deseo! —rio Kise.

—Deseo un nuev…

—¡No! ¡No digas tu deseo!

—¡Pero me dijiste que pidiera un deseo! —Aomine protestó.

—Un deseo es personal —le explicó—. Decir un deseo es como decir un secreto, así que no debe ser compartido con nadie.

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Fue en las cincuenta y seis grullas cuando el estómago de ambos empezó a gruñir.

—Tengo hambre.

—Yo también.

Pero no había más que libros en esa habitación, así que Aomine decidió que debían ir a buscar comida. Kise estuvo en contra de la idea, no quería salir de la biblioteca y dejar sus hermosas grullas de papel, pero aun así terminó siguiendo a Aomine.

No muy lejos de la biblioteca, había una pequeña casa, tan pequeña y aburrida como la tienda de dulces de antes. Estaba vacía, al igual que todo en ese mundo. Y haciendo caso omiso a todos los modales, los chicos hurgaron dentro de la casa.

—¡Estoy en casa! —Kise cantó feliz, a pesar de no esperar ninguna respuesta a cambio. Las palabras resonaron en las paredes de yeso blanco e iluminaron toda la casa.

—¿Es tu casa?

—No.

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Encontraron varios alimentos dentro del refrigerador de la cocina, en su mayoría consistían de vegetales y frutas. Se comieron casi todas las frutas e ignoraron los vegetales a propósito.

Aomine le dio una mordida a su plátano y su corazón se rompió.

—¿Otra vez?

Asintió con la cabeza, con una mano tomo la grulla desde su pecho. Ambas alas habían sido desgarradas, y la cabeza se había torcido en un ángulo extraño. Kise buscó en el refrigerador algún otro sustituto.

Le ofreció una zanahoria, pero Aomine sacudió su cabeza firmemente, mirando el vegetal naranja con innegable odio.

—Odio las zanahorias.

—¿Qué tal una lechuga?

—¡Es muy grande!

—¿Una cebolla?

—Huele mal.

—¿Un chili?

—¿En serio pondrás eso en mi pecho?

—¿Un tomate, entonces?

El tomate explotó en su pecho, desparramando toda su pulpa en los alrededores. Se necesitaron quince minutos hasta limpiar el desorden que se había causado.

—¿Qué tal esto?

Kise le ofreció una manzana. Era pequeña, pero muy roja y en perfecto estado, su cáscara era lisa y brillante bajo la luz de la lámpara. Muy suave, el niño de cabello dorado, lo puso dentro de su jaula y ambos fueron sorprendidos: aparentemente había funcionado.

La manzana parecía palpitar ligeramente dentro de sus costillas.

—Creo que funciona muy bien. —Aomine se sorprendió al escuchar el débil sonido de los latidos de su corazón, y de pronto se sintió un poco más vivo.

—Probablemente sea porque es una manzana. —Kise sonrió—. Una manzana al día del médico te libraría.

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Encontraron un campo de margaritas no muy lejos de aquella casa y no pasó mucho tiempo antes de que Aomine se dejara caer con un plop sobre la cómoda cama hecha de flores de margarita, y así tomara su siesta. Aun no sabía por qué se sentía tan cansado. Las nubes flotaban lentamente en lo alto del cielo, a veces protegiéndolos del duro sol de verano, alejándolo del mundo. Si tenían suerte, el viento soplaría y refrescaría sus pieles, enfriándolos de aquel calor.

Después de veinte minutos de una reconfortante siesta, Aomine despertó. Su pecho le dolió un poco al levantarse, pero era soportable. Todo estaba igual, excepto que Kise estaba sentado a su lado con la gorra del moreno en la cabeza. La debía haber tomado mientras Aomine dormía.

—¿Por qué llevas mi gorra?

—El monstruo se comió mi cabello mientras dormías. —Suspiró profundamente, jugando con el dobladillo de su camisa amarilla; en un gesto nervioso—. Me he vuelto feo.

La idea de que su amigo estuviese calvo por debajo del gorro, animó su interés.

—Déjame ver.

—No.

—¡Déjame ver!

—¡NO!

Lucharon en el suelo, uno tratando de conseguir el sombrero y el otro luchando por mantenerlo. Era una intensa pelea con sangre, lágrimas y orgullo, el orgullo de un hombre, trozos enteros de orgullo, pero al final, Aomine consiguió su victoria tirando de la prenda, y de repente, se lamentó de haberlo hecho.

La cabeza de Kise estaba gris, y sí, no había cabello, se veía muy gracioso con sólo una aureola de cabello al borde, pero había tanto dolor reflejado en sus ojos, que de inmediato Aomine se sintió como la mierda. Había ido muy lejos.

—Lo siento. —Aomine secó sus lágrimas con la manga de su camisa, volviendo a colocar el gorro de nuevo en la cabeza de Kise—. Lo siento. Por favor, deja de llorar.

Aun así, no se detuvo.

—No está tan mal.

—Mentiroso.

—No, por favor deja de llorar… se ve raro, sí, pero el mundo se acostumbrará a él, además crecerá de nuevo. Estoy seguro que crecerá.

—Pero el monstruo también se comió el cabello de mi amigo —Sollozó mientras apretaba el gorro en su cabeza, como si fuera su última esperanza de vida—. Y no volvió a crecer hasta que murió.

Suspirando, miró a su alrededor y una idea llegó a su mente. Aomine recogió algunas margaritas y las puso sobre la cabeza de Kise, las flores coronaban la gorra gris de un bonito amarillo.

—¿Ves? —Aomine sonrió—. Crecerá hermosamente.

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 Regresaron al campo de girasoles donde recuperaron la bicicleta de Aomine, y cuando llegaron, había un mar negro y marrón, y a veces verde amarillento.

—¿Qué paso? —Aomine se rascó la cabeza antes de estornudar—. Está empezando a hacer frío de repente.

—El verano ha muerto —respondió Kise—. Mira.

Los muchachos vieron el sol hundirse en el horizonte, arrastrando consigo todo en el cielo, hasta dejar al mundo sumido en la oscuridad.

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Esa tarde, el verano había muerto. Los girasoles también murieron. Las cigarras murieron, el cielo azul también. Y ese mundo vacío, parecía muerto también, sangrando en un intenso rojo. Desde el pueblo, el césped bajo sus pies, los dorados ojos de Kise y la morena piel de Aomine.

Incluso el silencio también se tornó carmesí.

Ambos contemplaron la puesta del sol, juntos en un campo lleno de girasoles marchitos. Lado a lado, con sus hombros rozándose y las manos enlazadas en un nudo flojo.

Era muy bonito; la puesta del sol, ese momento, los girasoles marchitos, la pulsante manzana dentro de su pecho. Todo lucía muy bonito mientras iba desapareciendo. El mundo seguía siendo hermoso, pese a estar contenido de silencio, antes de que las suaves palabras quedaran derramadas por el suelo.

—¿Has leído El Principito, Aominecchi?

El mencionado se encogió de hombros.

—Soy alérgico a todo aquello de implique demasiada concentración, como el orizuru y los libros.

—¡Pero hay que leer libros para ser una persona de bien! —El rubio se quejó—. Es lo que dijo mamá.

Kise chasqueó con su lengua cuando Aomine desinteresado, escarbó dentro de su oreja con su dedo meñique.

—Entonces, ¿qué es eso del “Principito”?

—Es un libro que mi mamá me compró, en él hay un personaje llamado “Principito”

—Hmmm.

—El Principito contaba que a la gente le gustaba ver la puesta del sol cuando se sentían terriblemente tristes.

—Hmmm.

—¿Nos sentimos tristes?

—...

—¿Por qué?

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Después de que el verano murió, la luna azul se levantó en lo alto del cielo, tiñendo el mundo de cientos de tonos azules. Y si uno cerraba los ojos, oiría a las estrellas apareciendo en el cielo o el turbulento sonido de la constelación en torno a la Madre Tierra.

Fue una noches después de que el verano había muerto que Kise dijo esta pequeña y simple palabra.

Adiós.

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Aomine se giró.

—¿Por qué?

—Me tengo que ir.

—¿Por qué? ¿Necesitas ir a casa?

—Tú necesitas ir a casa —declaró Kise con firmeza—, y nunca nos volveremos a encontrar.

—¿Por qué?

Kise evitó su pregunta con una amplia sonrisa.

Era una expresión tan triste y Aomine tan sólo deseaba limpiar las lágrimas lejos de esas medallas de oro, y luego decir “los chicos grandes no lloran”, pero al igual que en la primera vez que se conocieron, no sabía cómo consolar a las personas. Aomine era un gran idiota en cuanto a asuntos emocionales se trataba, y desde que conoció a Kise, éste fue siempre muy emotivo.

La manzana dentro de su pecho se rompió por la mitad y cayó al suelo.

—¡Tu corazón de rompió de nuevo! —rio Kise.

El chico de cabello azulado, sin embargo, no sabía si reír o llorar. Se sentía tan mal, y odiaba como sonaba. Odiaba lo fácil que Kise podía fingir una sonrisa. Odiaba lo llorón que era. Odiaba cuando reía y lloraba por su culpa.

—Nos volveremos a ver mañana. O al día siguiente a ese. O algún día. Pero nos volveremos a ver.

—No puedo. —Kise sacudió su cabeza con firmeza, y Aomine se dio cuenta que era el adiós definitivo. No existía un “nos volveremos a ver” que pudiese ser compartido—. No puedo mañana, o pasado, o algún otro día.

—Pero dijiste que sería tu amigo. —El frío aire apenas y se hizo respirable para sus pulmones, que palpitaban adoloridos—. Aún no te he enseñado a jugar baloncesto. Ni los cangrejos. ¿No dijiste que querías que te enseñara cómo capturar cangrejos? Y camarones. Y todo. No me dejes.

—No podemos. —Sacudió su cabeza otra vez, haciendo hincapié en lo inevitable—. Porque mi tiempo ha terminado.

Y entonces, el mundo estalló en la nada.

Aomine se estremeció ante la luz brillante que lo cegaba, mirando a su alrededor. Nada existía, salvo sus presencias. Confundido, volvió a mirar a Kise, quien le sonrió y lloró al mismo tiempo. Su mano se elevó hasta quitarse la gorra de béisbol, y su hermoso cabello dorado surgió de nuevo a la vida, como de flor en flor, las margaritas cayeron con gracia en torno a él, volvía a ser el hermoso y brillante niño que Aomine conoció esa mañana. Nada más, nada menos. Simplemente perfecto.

El blanco a su alrededor envolvió su cuerpo diminuto y Aomine temió ser borrado.

—No te vayas. —Desesperadamente, sus manos morenas alcanzaron las pálidas. De pronto, el adiós se sintió tan pesado, doliendo en su pecho pese a ya no tener nada dentro.

Kise fue quien lo apoyó a través de los corazones rotos. No quería perderlo, perderlo como lo hizo con su corazón, era demasiado para él, perder dos cosas el mismo día.

—No es seguro. E-ese monstruo podría estar cerca. Nos podría comer como lo hizo con tus amigos. Necesitamos permanecer juntos.

—Sólo me comerá a mí. Es sólo cuestión de tiempo. —Negó con la cabeza, y Aomine nunca se sintió más frustrado—. Después de todo, mis amigos deben estarme esperando.

—No me importa. No me dejes.

Kise estaba en aprietos al comienzo, pero las acciones fueron más elocuentes, así que besó suavemente la frente de Aomine, como una disculpa ahogada en su piel.

—Si me necesitas. —Rio ahogándose con sus propias lágrimas—. Podría estar más cerca de lo que piensas.

.

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Aomine olvidó todo los detalles, lo último que recordó fue que su amigo fue devorado por aquella blancura, una amenaza invisible que nunca más volvería a ver, y aquel monstruo se llevó todo, más sólo salvó el corazón de Kise. Rojo, palpitante y vivo.

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El Aomine de quince años despertó de la cirugía.

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Una semana después de despertar, Momoi lo había visitado en el hospital con un ramo de margaritas en la mano.

Momoi arreglaba las flores, poniéndolas en un jarrón azul, cuando notó aquella anomalía.

—¿Desde cuándo haces grullas de papel, Dai-chan?

Aomine se detuvo en su tarea de doblar el periódico de medicina en cuanto la pregunta tomó sentido. La miró con la ceja levantada, antes de bajar la vista y encontrar a una grulla de papel en sus manos. Ambos sabían que el orizuru nunca se le había dado bien, por lo que la existencia de una grulla de papel en sus manos, era un hecho cuestionable.

Se quedó boquiabierto sin saber qué decir,

—¿Desde cuándo puedo hacer grullas de papel?

.

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Su médico era un hombre de buen corazón, de mediana edad, con una amplia sonrisa hecha de bigotes espesos y esponjosos del color de la prístina. Con una nariz roja y rollos de grasa en torno a su cara, y la forma en que caminaba y bailaba en torno a un cuento de navidad, hizo que Aomine pensara que su médico era en realidad Santa Claus disfrazado.

—¿Cómo te sientes? —Aomine dio un molesto Hmmm ante la pregunta, antes de enfocar su atención a las grullas de papel una vez más. Momoi y él habían perdido ya la cuenta de cuantas grullas de papel había hecho, ahora era más un hábito que un pasatiempo.

—Oh, ¡grullas de papel! —El médico le sonrió—. ¿Puedo unirme a ustedes?

—Claro. —Aomine le dio el papel, con la ceja alzada. La cama se sacudió estrepitosamente cuando el anciano se sentó, intentando ponerse cómodo.

—Esto me recuerda a un antiguo paciente —dijo de repente, con sus dedos regordetes acariciando la hoja de papel. Como si existieran varios recuerdos impresos en su superficie lisa, uno a uno, tristes, felices, agridulces, algunos que deseaba olvidar y otros que atesoraba en su memoria—. Tenía tu edad. Era una persona muy amable, dulce y con la sonrisa más brillante que haya visto nunca. Lo único malo, era la pequeña anomalía que tenía en el cerebro.

A Aomine le picó la curiosidad de preguntar qué pasaba con su cerebro, pero su relación con el viejo hombre nostálgico era algo problemática, por lo que prefirió tragarse su pregunta.

—A él también le gustaban la grullas de papel, incluso diría que era más obsesivo al respecto que tú. Él hizo cientos de grullas de papel hasta que la enfermera en jefe lo regañó por ello.

Él se rio, encontrando el humor en tales recuerdos.

—Pero por lo menos, era el orizuru lo que lo mantenía con una actitud positiva, sobre todo por el momento en que pasaba.

—¿El momento?

Se miraron el uno al otro, y la tristeza se vio reflejado en la navideña sonrisa del hombre, lucía más cansado de lo normal. ¿Se supone que recordaba algo doloroso?

—Había una vez —dijo el anciano—, cuando unos niños morían y los adultos no pudieron hacer nada. Aquel de la izquierda era él. Era el más fuerte, pero era triste tener que verlo crecer solo, porque todos sus amigos murieron antes que él.

—¿Fueron devorados por un monstruo? —La pregunta sonó a burla.

—Probablemente. Por lo que ninguno de ellos luchó cuando les llegaba el momento.

Dobla. Dobla. Gira el papel, y remuévelo hasta darle la forma de un pájaro, hasta que huela a recuerdos y retratos secos.

—Él siempre fue mezquino en cuanto a su deseo, nunca, ni una sola vez le dijo a nadie lo que era.

—Un deseo es personal. —Distraídamente, las palabras se deslizaron de los labios de Aomine, dejándole un raro sabor en la lengua, como si esas palabras no fueran suyas—. Decir un deseo es como decir un secreto, así que no debe ser compartido con nadie. Es vergonzoso.

El anciano parpadeó como una lechuza antes de echarse a reír, quizá un poco, demasiado alto, molestando a Aomine hasta cierto punto.

—¿Qué hay de gracioso en ello, sensei?

—¡P-porque sonaste exactamente igual a él! —Se secó las lágrimas producto de tanto reír, mientras la tristeza se acumulaba dentro de su corazón. Era curioso, estar feliz y triste al mismo tiempo—. Es gracioso… y pensar que fue Ryouta quien te donó su corazón la semana pasada.

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Owari.

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Notas finales:

Muchas gracias por haber leído.

Pequeñas aclaraciones:

Jizo Bosatsu: O también llamado Ksitigarbha es un bodhisattva(persona embarcada en el camino de Buda de forma significativa) muy venerado por los budistas de la China y Japón. Se le rinde honor desde el siglo IV a. C. en la India, volviéndose popular en China con el nombre de Dìzàng y en Japón como Jizō. Es adorado como el patrón de los oprimidos y los moribundos, deidad que intenta salvar a las almas condenadas al infierno.

Se le considera el bodisatva que ayuda a salir del infierno a los seres que por sus acciones han renacido en él, en Japón también se destaca por su bondad para con los difuntos, también se le ve como protector de los niños pequeños y de los viajeros. Generalmente se le caracteriza como un monje con un halo alrededor de su cabeza calva, llevando consigo un báculo con el que abre las puertas del infierno y una perla resplandeciente con que ilumina las tinieblas.

Orizuru: Sinónimo a grullas de papel. Uno de los diseños más clásicos del Origami Japonés.

“An Apple a day keeps the doctor away” : Buscaba una traducción que rimara pero Una manzana al día del médico te libraría. Es la única que encontré….

Sin más, nos seguiremos viendo en Conquered Hearts. 


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