Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Desde la noche. por Arima_Shiro

[Reviews - 8]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Con un repentino movimiento me deshago de mi atacante. ¡No debo vacilar! Lo cojo del brazo, estirándolo hacia mí y le propino un golpe limpio y preciso en el cuello, de manera que queda inconsciente. Lo acuesto en el suelo, disculpándome en voz baja por haberlo golpeado. Este hombre corpulento debe de tener amigos y familia, muchas personas que lo aprecian. Debe de ser distinto a alguien como yo, que sólo lo tengo a "él". Levanto la mirada y observo los alrededores. Al no ver a nadie, decido llamarlo. ¿Dónde estará mi hermano?

– ¡Edward! – articulo cada sílaba de este nombre fácilmente, con aquello que se supone que es mi boca. – ¡Edward, ¿dónde estás?!

No me gusta la violencia. No me gustan los gritos, no me gustan las peleas, no me gustan las guerras. Imagino que, en el fondo, a nadie le gustan estas cosas. Entonces, ¿por qué lo hacemos? ¿Por qué se respira tanto odio en el aire? Me siento fatal por haber zurrado a ese hombre valiéndome de la fuerza de este cuerpo. Soy un monstruo; ¿qué chico iría por la vida desafiando a la Naturaleza misma, pensando en la transmutación y cargando con un horrible cuerpo metálico de unos dos metros? Siento que me voy a desmoronar. Necesito encontrar a mi hermano para que, con sus cálidos ojos, funda el hielo que hay en mí.

Es inútil estar parado esperando que Ed me venga a recoger como si fuera un niño pequeño. El bosque que hay a la izquierda es una posibilidad de dar con él. Voy hacia allá haciendo bastante ruido, como de costumbre. Lo cierto es que aborrezco mi cuerpo, aunque esto no me sirva absolutamente de nada. Hay que aguantar y esforzarse. Mis caprichos sólo postergarán nuestro camino…

Me adentro en la espesura de la roja arboleda autumnal y sigo el primer sendero que avisto. El bosque parece ir vestido de gala, con esos tonos púrpura, con la luz del atardecer escarlata resaltando en los troncos.

Repentinamente, oigo un ruido, proveniente de un claro a unos cuantos pasos más allá. Me acerco y descubro a Edward, con sus magníficos ojos puestos en mí. Bañado por el resplandor rojizo, está rodeado por los cuerpos inmóviles de otros cuatro matones (que, al parecer, lo atacaron a él). Pero… ¡un momento! Hay algo más…

Sangre. Él está todo cubierto de sangre. Su ropa, sus guantes, su cara, su cabello… la hierba y la tierra, el viejo roble que tiene justo detrás.

– ¿Dónde habías ido? Ya empezaba a preocuparme – dice, regañándome. – No vuelvas a desaparecer así, Alphonse, o, de lo contrario, tendré que correr por el campo gritando tu nombre y agitando mi capa a modo de señal. ¡Vaya pintas me harías llevar! – sonríe entrecerrando los párpados. – Ya sabes que por ti soy capaz de matar a todas las personas del mundo, y de mucho más.

 

 

……………………………………………………………………………………………

 

 

Alphonse se enderezó súbitamente, percibiendo la vista de toda la habitación sin llegar a captarla con la mente. Se sentía totalmente confundido y aturdido, mirando las paredes de su alrededor. A pesar de no tener pulmones, respiraba atropelladamente e incluso creía sentir las pulsaciones agitadas de su corazón. ¿Qué era lo que había pasado? Bajó la vista y lo comprendió al instante: estaba encima de la cama, por tanto, lo de antes había sido una simple pesadilla. "¡Qué suerte!" pensó, ya que la horrible visión de su sueño y las palabras que le dijo su hermano lo habían dejado perplejo, incapaz de reaccionar de ninguna manera. Además, era la primera vez que, es sus sueños, se veía con "ese" cuerpo. Normalmente soñaba con los momentos de su infancia, con los primeros experimentos de alquimia, con su amiga Winry… Definitivamente, había sido una experiencia extraña.

Se giró, registrando la penumbra del cuarto, buscando al alquimista metálico, a su responsable hermano mayor. Pero, cuando logró distinguirlo, no se encontró precisamente con la representación más adecuada de la palabra "responsabilidad". En la cama de enfrente yacía un joven de unos dieciséis años de edad, con la panza al descubierto (contrariando la fresca temperatura de la habitación) y un hilillo de saliva asomándose por la comisura de sus labios. Lucía su largo cabello suelto, se le debió de caer la goma con la que siempre sujetaba su rubia trenza. En general, presentaba un aspecto despreocupado, propio de un niño travieso. "He aquí el serio y responsable hermano mayor.", pensó Alphonse, riéndose para sus adentros de lo pequeño que parecía Ed. Sin proponérselo, se acordó de la discusión que habían tenido unas pocas horas antes. Cuando habían llegado a la posada, el dueño les comunicó que disponía de habitaciones individuales y también de habitaciones dobles. Los chicos tenían claro que no querían separarse, aunque fuera tan solo por una noche. Entonces Edward fue a pedir al casero que los acompañase, pero Alphonse lo detuvo, ya que se le ocurrió una idea mejor.

"Escucha, ¿por qué no cogemos una habitación individual? A mí no me importa dormir en el suelo, me trae sin cuidado, y así podremos ahorrar dinero. Si, de todas formas, no siento la mullidez del lecho ni el calor de las mantas…"

"No digas chorradas, Al. Tú dormirás en una cama, igual que yo. Y si te apetece dormir en el suelo, saldremos a la calle y nos acostaremos entre unos arbustos o en la entrada de la posada. Creo que no somos tan pobretones, por eso te propongo dormir dentro. ¿Qué me dices?"

"Pero…"

Y así estuvieron lanzándose argumentos durante aproximadamente media hora, observados por el amo del local, algo extrañado por el espectáculo. Y con razón, pues el señor no solía ver a adolescentes bajitos vestidos con guantes y capa peleándose con enormes armaduras de hierro.

Alphonse sonrió con ese recuerdo: "Al final ganó Ed. ¿Será porque es más enérgico que yo? ¿O porque es más cabezota?" Se levantó con la máxima discreción posible, intentando no alborotar para no desvelar al muchacho durmiente. Se aproximó a su cama un tanto nervioso. ¡Tenía una misión muy importante que llevar a cabo! Debía tapar a Edward sin despertarlo. Lentamente y con mucho esmero, movió la manta hasta cubrir a su hermano. "¡Lo conseguí!" pensó. Se dio la vuelta esperando volver a tumbarse, pero una voz evitó que lo hiciera.

– Al, ¿qué haces despierto? ¿He vuelto a hablar en sueños?

– No, tan solo vine a tapar tu vientre, o tu barriga, o tu tripa, o tu estómago.

– Ja, es imposible que tapes mi estómago, pues ya está tapado por los músculos y la piel. A ver si leemos más libros de anatomía, hermanito.

– Perdona. Creí que tendrías frío. ¿He hecho mal?

– No, al contrario. Si no fuera por ti, ya tendría los intestinos congelados. ¡Muchas gracias! – dijo Edward, con una sonrisa muy sincera.

– De na--nada – titubeó Al. No podía remediarlo, cada vez que veía esa expresión completa y reconfortante en la cara de su hermano se sentía tan feliz que podría salir volando. Le daba mucha vergüenza decirlo, pero siempre había considerado a Edward la persona más encantadora del mundo. Entonces le pareció estúpido ser tan reservado con su ser más cercano, así que se armó de valor y dijo: – Pero todavía no he terminado.

– ¿Ah no? A mí me parece que estoy tapado hasta las orejas.

– Ya, pero falta algo.

– ¿El qué???

Alphonse se le volvió a acercar, esta vez con decisión, y alargó su mano. No podía creer que estaba haciendo algo así e intentó alejar la idea de estar haciendo un ridículo espantoso de su mente. Concentrado, acercó sus dedos a la cara del otro chico. Tocó su rostro. Se sintió apenado por no poder sentir el tacto de aquella piel, mas la expresión de sorpresa de su hermano compensaba con creces el esfuerzo. Delicadamente, limpió el rastro de saliva de la piel de su hermano, rozando accidentalmente sus labios.

– Ah, yo… – no quería que esa muestra de cariño le sentase mal a Edward y bajó la cabeza, avergonzado. – ¡Lo siento!

Edward seguía atónito, sin dar respuesta alguna. Al fin miró a Alphonse y… sonrió:

– Veo que estás por todo, hermanito.

Y acto seguido profirió una fuerte carcajada, sorprendiendo a Alphonse, el cual dio un bote por el susto. Se encontraba incómodo, pero no se arrepentía de haber hecho eso.

– Eres de lo que no hay – prosiguió Ed. – Me cuidas tanto – volvió a reírse. – Tendré que esforzarme para ser un hermano mayor digno.

– Me alegra que te haya gustado – soltó Al, mas enseguida prefirió haberse callado. Se estaba volviendo cada vez más descarado y, para no volver a meter la pata, decidió retirarse. – Bueno, ahora que he cumplido con mi deber de niñera, me voy a descansar. Buenas noch…

– ¡No tan rápido! ¿Es que crees que te puedes ir así, sin más? Primero tendrás que pagar por haberme tratado con tan poco respeto.

– Pero… Ya te pedí perdón. ¡Lo siento mucho! He actuado como un creído y me sabe fatal haberlo hecho. No volveré a ser tan desagradecido.

– ¡No basta con pedir perdón! – exclamó Edward con un enfado fingido. Agarró a su hermano de la mano, tirando de él con todas sus fuerzas. Eso causó que Alphonse, con los ojos como platos [es un decir], se derrumbara en la cama justo encima de Edward, aplastándolo con su peso. Enseguida intentó apartarse, ya que veía que su hermano se estaba poniendo morado, pero no lo consiguió: una mecha de los dorados cabellos de Ed se había enganchado en una punta de su hombro.

– ¡Ay! – se quejó el mayor, sintiendo que le arrancaban la cabellera. – ¡Quieto Al! Voy a desenredar esto.

– Pero…

– No protestes, que me estoy ahogando.

Después de exactamente 72 segundos, los dos chicos yacían en la cama: Ed jadeando y esforzándose por recuperar su aliento habitual, y Al maldiciendo todo lo quese le podía ocurrir: la cama, su cuerpo, u torpeza, el peso del acero, el techo, el hostal entero con el dueño incluido. En ese momento sí se sentía totalmente estúpido. Al poco tiempo llegó a la conclusión de que TODO era culpa suya y que, por consiguiente, debía pedir disculpas.

– ¡Lo siento hermano! Todo esto ha pasado porque soy un desobediente y porque, además, tengo estos hombros.

– Entonces, ¿qué propones? ¿Que los limemos?

– No lo sé. Creo que no me haría daño.

– Pues yo tengo otra teoría. Sostengo que ha sido culpa mía porque, para empezar, te estiré hacia la cama y, en segundo lugar, fue mi pelo el que se enganchó en tu hombro. Debería cortármelo para evitar situaciones así.

– ¡NOOO! ¡No te lo cortes!

– De acuerdo, de acuerdo. Hay que ver cómo te preocupas por nada. Respecto a lo que te dije antes… quiero devolverte el favor que me hiciste evitando que me muriera de un resfriado, pensaré algo mañana. Ahora… durmamos juntos.

Alphonse tardó un momento en reaccionar:

– ¡¿Quéééé?!

– ¿Por qué te pones así? De pequeños lo hacíamos a menudo. No me gusta nada ese abismo que se va abriendo entre nosotros. ¿Es que quieres abandonarme?

– Pues claro que no. Pero hay pasado muchas cosas y… nada es igual ahora.

– Esa respuesta no me contenta. No pienso soltarte ni dormirme hasta que no me expliques claramente qué demonios te ocurre.

– Eres un tozudo. ¡No diré nada de nada!

– Tú mismo. De todos modos no podrás marcharte.

– Edward, por favor.

– No, no lograrás que cambie de opinión. Me parece absurdo que haya secretos entre nosotros. Deja de disimular y di qué es lo que tienes.

Al se sintió acorralado. La insistencia de su hermano lo mataba, no podía oponer resistencia durante más tiempo:

– Es que la cama es muy pequeña y…

– ¿Y?

– … y no estaremos muy cómodos…

– No me importa. Venga, suéltalo ya.

– … yo no… no… ¡no quiero molestarte con este cuerpo! Siempre he sido un problema, una carga para ti… Soy grande y torpe y tengo las manos y las piernas y todo frío. Si hay algo que te puede hacer enfermar, eso es estar cerca de mí.

El silencio se apoderó de la atmósfera de la habitación iluminada sólo por la tenue luz de la luna. En la parcial oscuridad, Alphonse percibía todo (y, en especial, a sí mismo) negro y sucio. Creía firmemente que era un miserable, incapaz de hacer nada bien, rememoraba el experimento de la resurrección, que había fracasado sólo a causa de su falta de confianza. Por culpa suya Edward tenía que llevar esas prótesis metálicas y recorrer el mundo en busca de una leyenda casi imposible de encontrar. Si pudiese llorar de impotencia, lo habría hecho en ese momento. Se sentó en la cama, sujetando su cabeza entre las palmas de las manos. ¡Ese maldito trozo de chatarra no podía llorar! Acto seguido, se la quitó de los hombros y la lanzó al rincón más alejado. El hecho de estar separado en dos trozos era una experiencia de los más rara y le volvía a demostrar lo poco de humano que había en su físico. No sabía qué hacer. No tenía ni idea.

En un instante, unos brazos rodearon sus hombros i vio desde el rincón a su hermano abrazando sus hombros.

– Tranquilo.

Edward se levantó y se dirigió hacia su cabeza. La asió con firmeza y se la llevó de vuelta a la cama. Allí la colocó en su sitio, evitando mirar a la cara a su hermano. Lo tenía cogido por los hombros y cuando, después de esconderse, lo miró directamente, a Alphonse le pareció que le rompían el corazón. Era una sensación semejante al desenlace de una caída de doscientos metros.

– Soy yo el que debería llorar – dijo Edward, adivinándole el pensamiento. – Debería llorar de desesperación por todo lo que te hice. Si no fuera por mi obstinación, no cargarías con esta helada armadura. Si no fuera por mi ignorancia, no te sentirías jamás culpable. Si no fuera por mi silencio, no tendrías este complejo de inferioridad sin sentido.

Las lágrimas llovieron de los ojos dorados del alquimista. Él no quería mostrar esa debilidad y, a la vez, quería estar cerca de su querido hermano. Lo abrazó, acostándose encima de él y enterrando la cara en las sábanas.

– Te quiero, Alphonse. Escucha bien esto, tú nunca fuiste peor que yo. Sé que somos diferentes, pero esa diferencia es algo fantástico. Eres tan dulce y amable, eres mucho mejor persona que yo, estoy convencido. Alphonse, te quiero. Ni has hecho ni hiciste nada malo, así que es absurdo que te culpes.

– Pero, por mi culpa nuestra madre no pudo…

– Ese intento de resurrección fue idea mía y falló bajo mi responsabilidad. Si te hubiese preguntado tu opinión, si hubiese respondido a tus dudas, quizás no habría acabado así. No te atormentes, todos somos débiles y podemos asustarnos en una situación peligrosa. Además, tú eres mucho más fuerte que yo. Tu situación es más complicada, a, aún así, decidiste guardarte los problemas para ti solo.

– Es que no valía la pena preocuparte por algo que no tiene solución.

– ¡No tienes razón! Tu desgracia es mi desgracia. ¿Cómo pudiste creer que callando harías que me sintiera mejor? No, eres una parte de mí; si a ti te duele, yo sufro. Óyeme, hermano. Nunca me avergoncé ni sentí lástima de ti. Todo lo contrario, tu apoyo es imprescindible para que yo pueda seguir adelante. Eres el único hermoso tesoro que poseo.

– Sé que te preocupas por mí, pero prefiero que no digas cosas incoherentes. ¿Yo un tesoro? Por favor… en todo caso una carga. ¿Dónde se ha visto un tesoro de metal oxidado?

– Los tesoros no son siempre de oro y piedras preciosas. Lo valioso es tu espíritu, Al. Si fuera tal y como crees, si no sirvieras para nada, ¿crees que me arrancaría el brazo para sacarte del Más Allá? … Ya no sé ni qué estoy diciendo. ¿Qué es lo que tengo que hacer para que me creas?

Después de decir esas palabras, Edward miró a su interlocutor. Los dos hermanos sostuvieron ese vínculo visual durante largo tiempo. Los expresivos ojos del mayor hablaban mejor que su boca. Le transmitieron a Alphonse su seguridad, diciéndole: "No sufras más, hermanito. Estamos los dos juntos y eso es lo más importante. No hay desgracia que pueda con nosotros ni problemas que no podamos solucionar entre los dos. Te quiero. No nos separaremos nunca." Esas palabras eran tan auténticas que, en un instante, borraron todas las dudas de Alphonse. Estaba conmovido hasta tal punto que volvió a pensar en llorar, pero esta vez de alivio y alegría. Mas, como no lo podía hacer (y tirar su cabeza al rincón otra vez estaba fuera de lugar), se quedó silencioso, sin saber con certeza cómo actuar. Edward interpretó ese silencio como una duda y decidió dar el golpe definitivo para reconfortar a su hermano. Se secó las lágrimas y sonrió con dulzura. Acercó su cabeza a la de Al, intentando adivinar qué pensamientos se escondían detrás de ese casco gris. Entonces, sin avisar ni dudar, lo besó allá donde (se supone) estaba su boca. Era un beso inocente y lleno de ternura, pero a la vez rotundo y seductor. Cuando se separó de la superficie lisa y fría, se sentó al lado de Alphonse (que continuaba tumbado) y le preguntó:

– ¿Qué te parece ahora? ¿He conseguido convencerte?

– Creo que sí */////*

– Bien, entonces, a partir de ahora, cada vez que discutamos, usaré este método para hacerte entrar en razón.

– Por lo que más quieras, cambiemos de tema.

– OK. A ver… ¡qué rojo estás! ¿Te encuentras bien? Será mejor que vaya a buscar ayuda, o se te fundirá la cabeza.

– ¡No! ¡Deja ya de bromear!

……………………………………………………………………………………………

Una hora más tarde los hermanos Elric estaban acostados en su cama, charlando como si nada hubiese pasado. Alphonse había explicado a Edward el singular sueño que tuvo antes de desvelarse, y el alquimista estuvo reflexionando sobre su significado. Ya había enumerado unas cuantas posibilidades, aunque parecía que no conseguía acertar.

– ¿Y si ese bosque fuese en realidad…?

– Déjalo. No se puede conocer el significado de los sueños de esta manera.

– ¿No? Pero hay una cosa que sí entiendo: que este sueño tiene algo que tiene que ver con la realidad – enunció Ed, y sus ojos brillaron con un reflejo misterioso. – Soy perfectamente capaz de matar a muchas personas por ti.

– …

– ¡Te lo habías creído! Quiero que recuperes rápido tu cuerpo, pero no llegaré a esos extremos. Por cierto, ¿qué será lo primero que harás cuando vuelvas a ser tu mismo?

– Respirar, supongo. Y, después de eso, me cobraré mi venganza por el beso que me diste.

– ¿Es que te desagradó?

– No, pero haré que te pongas tan rojo que parecerá que tú y tu capa sois la misma cosa – Alphonse se paró unos segundos. – ¡Otra vez vuelvo a desvariar! Ed, vamos a dormir ya, o, de lo contrario, no responderé de mis actos.

– Vaaale. ¿Te importa si pongo la radio para dormirme? Ya que tenemos una en el cuarto me gustaría aprovecharla.

– Haz lo que te parezca.

Edward se acercó al aparato y lo encendió. Resultó ser una radio antigua y tuvo que propinarle unos cuantos golpes y presionar los botones con obstinación. Después de bastantes esfuerzos logró poner en marcha la máquina, de la cual surgió una voz alegre: "Estimados oyentes, les deseamos un próspero año nuevo. Y la primera canción que escucharemos este año es…"

– Un momento – dijo Alphonse. – ¿han dicho año nuevo?

– ¿¡Hoy es 1 de enero!?

Los dos habían estado tan pendientes de su relación que olvidaron el resto del mundo. Y eso decidieron compensarlo enseguida, bajando a celebrar el cambio de año con el resto de los habitantes de la taberna. Definitivamente, esa noche no iban a dormir.

 

FIN

 

Buenos días, tardes o noches. Les doy las gracias por leer mi fic ^____^ La prosa no es mi especialidad, por eso he decidido practicar mucho para mejorar mis habilidades en este género. Me sería de gran ayuda que me dejaran rewievs, así podré mejorar y, tal vez, llegue a cumplir mi sueño: hacer un buen fic lemon.

Quiero dedicar esta historia a Sol, mi bella Dama del Alba. Aunque nos separen kilómetros de océano, la siento muy cerca. De verdad, necesito mucho de ti, amor. (Por cierto, hace poquito he hablado con ella y tiene una voz preciosa, es Eiri Yuki con acento argentino >///<).

Y para acabar este chibi free-talk les deseo que tengan un buen año 2006.

¡A ser felices todos! No hay nada imposible.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).