No estaba dispuesto a rendirse. No le importaba el dolor que sus articulaciones presentaran en ese momento, o la presión de la que era víctima su tórax impidiendo su respiración, iba a hacer hasta lo imposible para apoyar a su equipo y llevarlo a la victoria. No le importaba que estuvieran jugando contra Rakuzan, que su ex capitán pudiera tener todas las de ganar o que sus compañeros estuvieran agotados, movería todas sus fichas para lograr que su equipo ganara. Se esforzaría hasta el máximo, movería cielo y tierra de ser necesario, pero no se rendiría. Cualquier cosa menos la derrota, no estaba dispuesto a flaquear en su decisión de apoyar a Seirin.
Aunque su equipo estuviera derrotado, que el espíritu de lucha que habían estado presentando todo el encuentro estuviera resquebrajándose lentamente, él daría todo de sí para apoyarles. No permitiría que otra persona perdiera su entusiasmo con el básquetbol, no si él podía evitarlo.
Pero… se estaba volviendo tan difícil. Aquella presión bestial a la que les sometía Rakuzan los estaba agotando rápidamente. Y su espíritu de lucha, aquel que tanto se estaba esforzando en perseverar se estaba desmoronando lenta y dolorosamente frente a sus ojos. Comenzaba a ser desesperante.
– ¡Puedes hacerlo, Kuroko! ¡No te rindas! –Su sorpresa no podía con él. Se juraría reconocer aquella voz en cualquier lado, confirmando sus sospechas cuando, examinando las gradas con la mirada, logró reconocer a aquella persona que le había apoyado.-
– ¡Ogiwara-kun! –Prontamente, de forma despiadada, un remolino de recuerdos llegaron a su mente. Su infancia y parte de adolescencia habían sido junto a Ogiwara Shigehiro, aquel que le había hecho apasionarse con tal fuerza por el básquet, aquel que le había apoyado incondicionalmente y persona por la cual ahora se encontraba ahí.-
No podía dar crédito a lo que sus ojos presenciaban, ¿Era real? ¿Ogiwara le estaba apoyando aun con lo que le había hecho en sus tiempos de Teiko? No, la verdadera pregunta era, ¿No se había rendido después de todo? Oh, claro que no lo había hecho. Esa pregunta le quedó claramente respondida cuando le enseñó un balón de básquet junto a una sonrisa amplia, como aquella que daba en sus tiempos de secundaria. La nostalgia lo atacó indudablemente, causando que aquellas cálidas lágrimas comenzaran a rodar grácilmente por sus mejillas.
A pesar de las adversidades él siguió luchando sólo para cumplir su promesa de competir contra el peliazul, se había vuelto fuerte sólo con aquel propósito. Una calidez creció en el pecho de Kuroko, calidez que él conocía realmente bien. Sus sentimientos no habían cambiado a pesar de todo, seguían intactos en su corazón esperando ser correspondidos algún día por su mejor amigo de la infancia. Aquel amor inocente que había nacido en él años atrás nunca se olvidó, nunca cambió y se había vuelto incluso más intenso.
Enamorarse no siempre es doloroso.
Y ese fue el empujón que necesitaba, con una sonrisa en sus facciones y ánimos renovados se encargó de llevar a su equipo a la victoria, con su corazón golpeteando incesantemente a causa de ver a su amor de la infancia allí, animándole, dándole un apoyo incondicional. Nunca se hubiera imaginado que, a pesar de haberle hecho tanto daño en el pasado, él estaba ahí para no dejarlo caer.
Quizá… el sentimiento era recíproco.