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Serpiente azul por aries_orion

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La luna se puede tomar a cucharadas

o como una cápsula cada dos horas.

 

La luz plateada se colaba cual ladronzuelo por la ventana del baño. El vapor, que al principio empeñaba las puertas de cristal, se alejaba seducido por el viento. El agua poco a poco descendía su temperatura, un par de piernas se asomaban, por momentos jugaban, se escondían bajo el agua o simplemente se quedaban inmóviles. Las manos se movían tan poco que parecía no tener ese par de extremidades. Aomine no podía despegar sus ojos del cielo nocturno, le seducían, le hipnotizaba, le quemaban tan fríamente como la tarde le hacía caer en las llamas.

A su mente no llegaba otra cosa que no sea el mismo poema que recito mientras hacían el amor por primera vez en la casa de playa, donde un Taiga dulce, tierno y… tan puta, le pedía una verdad al igual que un accionar. De vez en cuando, aquellas noches se mezclaban con aquel día lluvioso, donde un ángel se transformó en demonio para tomar algo que ya había sido planeado entregar por voluntad y no bajo la fuerza.

 

Es buena como hipnótico y sedante

y también alivia

a los que se han intoxicado de filosofía.

 

Su mano izquierda descendió lento, suave, hasta su vientre. Se quedó ahí por mucho tiempo. Sus ojos no podían apartarse del manto estrellado. Escucho como algo lejano e insignificante, el constante vibrar del celular, no quería saber ni escuchar nada de parte de nadie. Sólo la voz de su conciencia era bien recibida, y, quizá, la de Taiga, pero de ahí en más, nada.

Pensar y pensar bajo el mundo nocturno le daba, casi siempre, las respuestas a sus preguntas como la motivación para su accionar al siguiente día o al momento de enfrentar algo. Cerró sus ojos. Los recuerdos de días pasados se hicieron presentes, como la sonrisa de Kagami vaciló, pero su mirada y cuerpo le gritaban lo furioso que se encontraba; el mismo sentimiento lo tenía su tío quien pasó de estar sonriendo cual maniaco ante su asesinato cayó en total seriedad. Sus hermanos callaron igual que él, pero estos se escondieron un paso atrás de su tío con la curiosidad de un niño de cinco.

En su puerta y con la sonrisa más… tonta –a su parecer– se encontraba su hermana junto con su padre.

 

Un pedazo de luna en el bolsillo

es mejor amuleto que la pata de conejo:

El silencio se hizo tan espeluznante como incómodo, Kagami tuvo que tomar las riendas de un caballo que en cualquier momento se desbocaría, sin tomar en cuenta su estado físico. Con mucho cuidado rodeo la cintura de un moreno petrificado, guiándolo hasta la sala donde aguardaban los otros tres integrantes de familia. Una mirada bastó para entender el mensaje a gritos de su pareja. No me abandones. El corazón le dolió. Le dio un beso en la frente y se encaminó hasta el par que yacía en la puerta en espera de una palabra para poder proceder.

Kagami lo único que deseaba era irse de ahí, encontrarse con sus amigos para distraer su mente en algo, necesitaba cambiar de mundo, pero, aunque deseara hacerlo, pesaba más su moreno de ojos topacio. Y bueno, si lo dejaba sólo lo más seguro es que no le perdonaría esa para vengarse con lo más preciado para su cuerpo y mente, el sexo. ¡Dioses! Podía hacerle lo que quisiera, mandarlo a hacer lo que fuera, lo aceptaba sin poner quejas, pero el hecho de quedarse en abstinencia era algo que no estaba dispuesto a perder. Claro, él perdería la cabeza con tanto drama familiar, pero bueno, eso hacia divertida la vida y más si esta era condimentada con un moreno dispuesto al sexo salvaje.

¡Imbécil!

Sexo después, primero el drama.

Con un movimiento de cabeza les indicó que pasaran. Ryouma les miraba con la guardia tan alta, en espera de una acción o palabra para saltar a la yugular de ese par y arrastrarlos fuera de la casa. Instinto  paterno. El más sanguinario y cruel. Sonrió. Esos niños si tenían a alguien dispuesto a matar por ellos. Observó a su chico que no quitaba la vista de ellos, siguiéndoles celosa y amenazadoramente, pues si Ryouma era el padre, Daiki era la madre, aunque los gemelos le llamara padre o algún sinónimo a ello.

Suspiro. Aquello era peor que drama de telenovela mexicana, y, lloraba. Joder que lo hacía, pero dejar a un animal herido ante sus agresores era como dejar comida para una onza. Peligroso y mortal. Lástima que él tendría que ponerse como réferi si no, ahí, la Segunda Guerra Mundial sería nada.

El silencio volvió a ser presente. Examinó a los presente para tragar hondo el miedo ante la situación, aunque ganas no le faltaba de golpear al par por todo lo hecho hacia su pequeña gema que se veía tan apetecible, violable, comestible y…

¡Concéntrate Kagami que el pervertido es Aomine no tú!

Sí, pero trata de despegar tus manos de aquel cuerpo de infarto, lleno de puntos erógenos que morías por estimular, que ahora se habían vuelto tan sensibles que con el menor tacto, una sinfonía golpeaba sus oídos para volverlo loco de deseo.

–¿Qué hacen aquí?

Y, ahí iba la sutileza.

Daiki a veces olvidaba el tener tacto para ciertas cosas, pero bueno, él ahí no podía inmiscuirse a no ser que sea necesario. Dejó caer su humanidad en el sofá de una pieza junto a la ventana, el cual le daba una vista directa de la familia.

–Repito, ¿qué hacen aquí? – Aomine no se movió del lugar donde Kagami lo había dejado.

–Vamos cachorro no es para tanto… – La chica fue interrumpida por un bufido de parte del moreno.

–De ti no me sorprende, pero – Observó  y apuntó a su padre. – de él sí, así que hablen. ¿Qué hacen acá? ¿Qué quieres? – La última pregunta fue lanzado directamente al hombre.

Antes de que las voces y las palabras subieran de tono Kagami intervino: – Les recuerdo que hay niños presentes.

Sus palabras fueron como agua ante la flama que comenzaba a elevarse peligrosa, los cuatro adultos se miraron entre sí, Kagami noto algunos suspiros más no mencionó nada; observó a los niños, uno ceñudo y otro serio. Suspiro tan fuerte que se escuchó en la habitación, pues para su desagrado, aquello sería algo eterno. Así que preparó sus oídos, vista y elevo sus instintos.

 

sirve para encontrar a quien se ama,

para ser rico sin que lo sepa nadie

y para a dejar a los médicos y las clínicas.

 

Aomine sabía que la situación en la que sin querer se había envuelto Kagami no era de su agrado, pues una de sus normas era no estar presente en discusiones familiares ajenas, aquello era de privacidad y sólo con los integrantes de esta. Sin embargo, ahí se encontraba, bufando con los ojos clavados en su persona, lo cual, le alegraba, estar frente a la persona que no hizo nada para defenderlo, ayudarlo o incluso mostrar un poco de cariño, tanto para sus hermanos como para él, era una sensación desagradable.

Una súbita arcada se hacía presente, su estómago se encontraba mal ante el sentimiento tan fuerte provocado por ambas presencias.

Trato de pasar saliva para no vomitar ahí mismo, el lenguaje corporal de su chico gritaba por una respuesta dada con un pequeño movimiento de cabeza de su parte. Inhaló y exhaló aire para dar inicio a su mejor máscara, la que tanto odiaba Taiga. Espalda recta, cabeza levemente inclina y apoyada en su mano derecha, una pierna encima de la otra, y, un rostro de indiferencia acompañado con una sonrisa sínica.

Les observó. Taiga se enderezó. Ambas personas mostraron su extrañeza para dar inicio a una batalla sin misericordia. Lo sentía por sus hermanos, pero necesitaba aquello.

–Hablen, no tengo todo el día. – Su lengua tan afilada como venenosa se presentó. De algo valía ser amigo de un Midorima y Akashi ¿no?

–Ha pasado un tiempo hijo, – Su padre habló. Su voz le estremeció tanto como la ilusión de escucharlo cantar mientras era presa del sueño enfermo. – Han crecido mucho, Aries, Orión. – Su padre se sentó en el sillón de enfrente, su mirada examinó en detalle, lo que podía de sus hermanos. Y, por un momento, tuvo el impulso de gritarle que no lo hiciera, que eran suyos y no tenía derecho de mirarlos, pero se abstuvo.

Aún seguía siendo su padre. Aunque le pesara. Aunque le doliera, gracias él nació y nacieron sus hermanos, gracias a él conoció a Taiga y gracias a él podría conocer a su futuro bebé.

Ironía de la vida. Los que más odias o daño te han hecho son los que más te dan en silencio.

No necesitaba de una medalla de oro para calificar a sus padres, pero no quitaba el hecho de verlo en frente de sí tan calmado, como si sólo hayan pasado días o semanas sin verse. Su labio tembló, el sólo verlo le causaba cierto pavor y a la vez añoranza, quizá palabras que en su momento no se dijeron pero que ahora, al parecer, era el momento de darles libertad.

La charla continuó dirigida por su hermana. Él contestaba más por inercia que por prestarle atención. Sentía la mirada de sus hermanos y pareja, de un momento a otro una fuerte arcada le lleno la tráquea, amenazante. No pudo evitarlo, corrió al baño, su vista se tornaba borrosa a causa de la fuerza con la que venía. Justo llegó al retrete, se abrazó a él como si este le pudiera regresar el corazón intacto. Un brazo y una mano le produjeron las irrefrenables lágrimas. Aquello se estaba tornando doloroso, creyó estar preparado para enfrentar un pasado cruel, pues el estar con su hermana todo un fin de semana se lo constato.

Pero al parecer no era lo mismo con su progenitor.  

–Vamos a casa Daiki.

Negó mientras regresaba todo lo ingerido las últimas veinticuatro horas.

–No.

Un suspiro le dijo que Taiga comenzaba a desesperarse y si eso ocurría no dudaría en arrastrarlo lejos de ahí.

Respiro profundo cuando el último juego de jugos gástricos salió de su boca. Se levantó un tanto tembloroso, se enjuago la boca y Kagami le devoró la boca. Demandante y asfixiante, lleno de pertenencia, pero con tantos sentimientos que no pudo evitar dejar libre un par de lágrimas. Se aferró a su espalda, el beso se tornó furioso, le mordió hasta hacerlo sangrar.

–La serpiente también puede ser herida.

Le miro a los ojos y después salió. Daiki se quedó un tanto sorprendido por sus palabras, más no le dio importancia. Al regresar notó la duda, la preocupación y la creciente furia de los presentes.

–¿Estás bien Daiki?

–A ti no te importa.

–No le hables así cachorro, es tu padre y merec…

 

Se puede dar de postre a los niños

cuando no se han dormido

 

La carcajada brotó natural, como si hubiera escuchado lo más divertido del mundo. Su hermana defendía al hombre que le obligó a criar a un niño no deseado. Patético y estúpido.

–No me vengas con idioteces Artemis, ¿acaso no fuiste tú la que grito por una vida en lugar de estar cuidando a un niño que no era tu responsabilidad? ¿No fuiste tú la que hizo una maleta y se fue sin mirar atrás?

–Nunca fue mi intensión lastimarte, penque que…

–Déjame adivinar, pensaste que como te conté casi todo cuando nos vimos ¿ya no había rencores? – La chica asintió. – Que estúpida eres, te diré algo… Cuando te fuiste los señores tuvieron más hijos, pero, oh sorpresa, eran dos. ¡Cuide de dos bebés a los diez años, maldita sea! ¡Les cuide, alimente, cambie, bañe, de no ser por la abuela no hubiera terminado la escuela! ¡Deje muchas cosas por ello y nunca cruzó por mi cabeza dejarlos a su suerte, perdí amigos, momentos y casi muero dos veces de una maldita hipotermia por buscar comida! ¡Así que no me vengas con que todo está olvidado porque no es así!

–Yo no sabía…

–¡Porque te largaste! ¡Te fuiste dejando a un niño que supuestamente amabas! Puedo darte una segunda oportunidad, pero nunca vuelvas a decir que ese señor es mi padre porque sentimentalmente no lo es. Es puesto lo tiene Ryouma, no él.

Los gritos fueron y vinieron, Aomine sacó todo lo guardado, mientras que el padre de este sólo escucha inmutable. Aquello le parecía un tanto extraño a Taiga, como si estuviera ahí como una visita más. Los gemelos escuchaban, no intervenía, sus ojos viajando entre su hermano y su padre.

Sin embargo, cuando Daiki se apretó el vientre todas sus alarmas se dispararon, la alerta roja se levantó fuerte y claro. Tomó a su pareja desquiciada, le dio una mirada a Ryouma para salir de la casa. Este siguió gritando que le soltara que no podían irse aún. Harto de la pataleta le arrinconó contra la pared del elevador, furioso como estaba tuvo que golpear sus brazos cuando los coloco como prisión para intentar sosegarse un poco.

–Para ya con la rabieta, estas dejando que los sentimientos se vuelvan poderosos y eso no puede pasar. – Su voz eres severa, Daiki no sabía si era una orden o una advertencia.

–No es ver…

–Lo haces. – Siseo, conteniendo su ira, no era por Daiki, sino por lo escuchado, revelaciones que este no le dijo. Puta mierda, su chico casi muere dos veces y sus padres no hicieron nada, su babosa hermana no estuvo cuando más le necesito. Él no estuvo, pero por ese tiempo se encontraba en América, aunque hubiera podido quizá nunca hubieran coincidido de no ser por los campeonatos de básquet. Realmente no sabía porque se encontraba tan furioso, eran cosas que estaban fuera de su alcance.

–No te lastimes tú solo, idiota. – El moreno deslizo sus dedos sobre los labios de Taiga, quien los apretaba al borde del sangrado.

–No estoy para tus insultos, sólo cállate y camina.

Aomine no dijo nada más, pero si se aferró a su cuerpo deseando por primera vez no tener familia y depender únicamente de Taiga.

 

y unas gotas de luna en los ojos de los ancianos

ayudan a bien morir.

 

Ahora, Daiki estaba ahí, en la bañera, dejando que el agua disolviera su mal sabor de boca, jugaba con sus dedos sobre la silueta de la luna. Taiga se metió en algún momento a la regadera, al salir le dio un beso y se metió a la recamara a cambiarse.

–Sal de ahí, te vas a volver pasa y sabes que odio las pasas.

–Sácame. – Extendió los brazos.

El pelirrojo negando se acercó sentándolo al borde de la bañera, le envolvió en una toalla siendo tomado en brazos. Le dejó en la cama y salió, más nada le preparó para la sorpresa que en su sala aguardaba.

–¿Qué significa esto?

–Los dejaré solos, contrólate Daiki.

–¿A dónde vas? Taiga dame una explicación antes de ¡largarte!

Kagami simplemente se fue a la habitación. Daiki se sentía levemente traicionado, pues este había dejado entrar a su padre, quien se encontraba parado a mitad de su sala.

–Vengo en son de paz, hijo.

–Sólo di lo que tengas que decir y vete.

El silencio se instaló entre ellos, pesado, crudo. Aomine se sentó en espera de lo que fuera que su padre le quisiera decir. Sin embargo, la mirada perdida y a la vez clavada en su persona, comenzaba a incomodarle. Varias veces intentó hablar, pero las palabras morían justo cuando estaban dispuestas a abandonar sus labios.

–¿De cuánto estás? – La pregunta le sacó de órbita, parpadeo varias veces para que su cerebro comenzará a trabajar. – ¿Cuánto llevas de gestación, Daiki?

–¿Co-cómo lo…?

–Veo en tus ojos el mismo brillo, además note tu protección en tu estómago cuando estabas hablando con Artemis.

–Dos meses.

–Vaya, seré abuelo. – Antes de que el moreno pudiera refutar sobre el título, su padre elevó su mano para que no hablara. – He de suponer en el pedestal que nos tienes, que me tienes, pero… te contaré una pequeña historia y, por favor, no interrumpas.

 

Pon una hoja tierna de la luna

debajo de tu almohada

 

Su padre, se levantó, dio un par de vueltas y de la nada comenzó a hablar.

–Hace un tiempo, una pequeña familia emigró de Irlanda, cansada de los tratos por el pueblo hacia sus miembros por la patética excusa de ser diferentes, inieron a tierras diferentes, aprendieron el idioma y se establecieron. Fueron felices por un tiempo, pero el pasado y la familia es de lo que no te puedes esconder u olvidar. El segundo cabecilla de la familia siguió en contacto con los causantes de su autoexilio. Conforme pasó el tiempo y las generaciones, ambas culturas se fusionaron en el clan, hasta que un día lo temido tocó sus puertas.

»Un niño nació con ambos sistemas reproductores, uno interno y el otro externo. La madre insistió en no intervenir en el curso de la naturaleza y lo que los dioses dispusieron para su pequeño. Sin embargo, nadie esperó las demandas del abuelo y mucho menos previo el cambio en su pareja. El primogénito se enamoró de alguien poco digno ante los ojos de ambos patriarcas, más lo echo ya estaba, el sucesor esperaba un hijo. Las amenazas continuaron, calló su dolor porque su hermano le necesitaba feliz y fuerte, pero todos tienen su punto de quiebre. Su pago fue la pérdida del pequeño en su vientre.

»Su pareja se dejó influenciar por las habladurías de su propia familia y la de su pareja. Dos años más tarde le obligaron a casarse con quien ellos dispusieron, pero bajo dos condiciones. Su hermano sería libre de hacer lo que quisiera con su vida y los hijos de ambos. Si ellos querían seguir con la familia así sería, pero ellos también tenían una condición, no amar a ningún hombre más, aunque este fuera parte de su sangre.

 

y mirarás lo que quieras ver.

Lleva siempre un frasquito del aire de la luna

para cuando te ahogue,

 

Daiki escuchaba sin comprender del todo, su padre varias veces se quedó perdido en el reflejo del cristal. No era idiota y lo aprendido en la universidad le indicaba que había un fondo que no lograba vincular con el actuar de su progenitor.

–¿Por qué me cuentas esto?

–Porque serás padre y ellos han puesto sus ojos en tu bebé.

En automático se llevó las manos sobre su estómago, no entendía nada. –¿De qué demonios estás hablando?

–¿Ubicas a la familia Montenegro? – Asintió. ¿Quién no los conocía? Era una familia  que poseía un cuarto del país, varias empresas y negocios en el extranjero. –Pues ellos son también tu familia.

–¿Qué? – La incredulidad pinto su voz, eso debía ser una jugarreta. ¿Ahora resulta que es niño rico?

–Sé que es difícil de asimilar, pero soy hijo de Isha Montenegro, tu abuelo y el bisabuelo del pequeño que llevas.

–¿Qué te fumaste? – Aomine seguía en la desconfianza, no creí nada de lo que su padre decía. ¿Acaso creería que con mentiras le perdonaría?

–Nada, esto sólo lo sabe Ryouma, el día que fue a casa aquel día le dije ciertas cosas para que pudiera llevárselos. Me moría cada vez que te veía llorar, con la carita triste, con los ojos apagados, con la sonrisa desilusionada, me tuve que contener el ir a tu habitación mucha veces para decirte lo mucho que te amaba, que eras la cosita más hermosa y perfecta que pudiera haber hecho… Pero no podía, era el trato y con ello venía la vigilancia, trate de cuidarte a lo lejos, a los cuatro en realidad.

Su padre le tomó del rostro. – Sé que no tengo excusa, que quizá esto te parezca absurdo, pero con la familia Montenegro no se juega, no puedes firmar un contrato y tratar de burlarlo.

–Lo dices como si fueran una familia de mafiosos.

–Casi, – Le soltó y se recargó en el respaldo. – sus normas son estrictas, no cualquier soporta. Incluso yo he pensado en el suicidio tantas veces. – Le mostro sus brazos, llenos de sicatrices blanquecinas por el tiempo, algunas grandes y otras pequeñas. Sus ojos se cristalizaron y el nudo comenzaba  a formarse. – La carga es muy grande… a veces pensaba que lo mejor era dejar este mundo, que la agonía terminaría al cerrar los ojos igual que dormir, pero cada vez que la navaja estaba cerca de mi piel, los recuerdos de ustedes me detenían, las aventuras con mi hermano, ambos eran mi cielo.

–Esto es…

–¿Irreal, sacado de una película, de una novela?

–Aunque lo digas en ese tono lo es. ¿No estás jugando o mintiendo sólo porque quieres acercarte a mí, verdad? – Entre cerró los ojos, Daiki prefería evidencia que palabras y más proviniendo de su progenitor, los cortes no contaban como evidencia de veracidad o verdad tras su estancia en su casa.

–Me gustaría que lo fuera… Ahora, no busco tu perdón, sólo la autorización para acercarme a Orión y Aries y… – El hombre dudaba de soltar el resto.

Daiki le observó, buscando y explorando, las líneas, los contornos, el color de piel, de los ojos. Algo que refrescará la imagen de su padre en su memoria, o sino, volver a tatuarla en su mirada. Pese a ello, se encontraba dividido, por una parte quería darle el acceso, por el otro, se sintió desilusionado, pues sólo quería a sus hermanos y su hijo, no a él.

No se puede recuperar algo que nunca tuviste.

–Puedes estar cerca, si ellos te aceptan y… de él también.

–¿Y tú?

–¿Yo qué?

–También quiero recuperarte a ti.

–¿Qué hay del contrato con tu padre?

–Se hace viejo y el tiempo hace su jugada. – Le sonrió. – Sólo quiere conocer a sus nietos y al portador de la siguiente generación de Montenegro´s. – Le sonrió divertido por sus propias palabras.

 

y dale la llave de la luna

a los presos y a los desencantados.

 

Muchas veces se preguntó que se sentiría tener una conversación con su padre, correr a sus brazos en busca de consuelo, de un consejo o simplemente de que le enseñe sobre la vida y el amor. Le hubiera gustado tanto contarle su temor al conocer sus sentimientos por un hombre, por su desajuste de mentalidad por el futuro. Que le abrazara y susurra cuanto lo amaba cada vez que salía de un partido, que él no era un monstruo, que sólo tuvo la fortuna de ser dueño de un cuerpo con una mayor fortaleza y destreza.

Pero el tiempo no se recupera, no se puede volver atrás.

Tantas veces pidiendo lo que ahora viva le causaban tantas sensaciones que prefería estar entre los brazos de Taiga, mientras escuchaba a su padre contar sus historias. La forma en la que le obligaron a casarse con su madre, las exigencias de su abuelo, los constantes viajes, los atentados en contra de su vida, los llantos.

Eran tan iguales, siempre callando por el bien de los demás, viendo por quienes amaban antes que por ellos mismos. Maldita sea, lloraba en silencio, lloraba porque los estigmas de su familia le obligaron a vivir una realidad no deseada, le arrebataron a su amor y a su futuro hijo. Ahora lo admiraba, él sintió morir los días que pasó peleado con Taiga, su calvario no fue nada con el infierno de su padre.

–Siempre me gusto verte dormir, con el rostro pacifico, son una pequeña sonrisa en los labios, la respiración suave. Nada comparado con el niño del día, siempre que podía te veía, podía pasar toda la noche observándote y cuando llegaron los gemelos hice lo mismo. Los tres eran sumamente hermosos. – Le veía fijamente, con una sonrisa suave en los labios, su cabeza recargada en su brazo. Como si fueran amigos contándose sus más profundos secretos.

–Yo siempre te quise en mi vida, me hubiera conformado con una simple caricia o palabra.

–No era el momento… nunca fue mi momento.

–¿Qué garantiza que lo sea ahora?

–Vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza… sólo quiero recuperar una parte de mi corazón.

–La esperanza es lo único que no se pierde.

–Pero oscila en la locura.

Tan triste, su padre se veía peor que un esclavo. Cansado y maltrecho, despojado de su identidad y de su ser. Daiki no sabía quién era ese hombre, pues sólo parecía un espejismo del hombre que le defendió de su madre, que innumerables veces le encontró observándole con anhelo. Le contó todo, nada se guardó, ni siquiera el abuso de Kagami o la depresión en la que cayó y mucho menos la forma en las que ambos se amaron en la playa.

Sin darse cuenta se durmió entre los brazos de su padre, mientras le daba caricias en el cabello y le susurraba una canción de cuna. Recuerda entre la bruma del sueño ser cargado, después una superficie blanda y cómoda, así como aferrarse a un cuerpo cálido.

Vuelve a despertar, Taiga le abrazaba, le observaba con ternura. No pudo evitarlo, volvió a llorar, mostro su lado más vulnerable a la persona que menos hubiera querido, pero ahí estaba. Sólo ese hombre era capaz de volver su vida una maldita montaña rusa, con unas subidas tan altas que las caídas eran insoportables. ¿Cómo se pudo enamorar de un ser tan extraño como etéreo? ¿Cómo se metía a su vida para modificarla a su antojo sin preguntar?

¡Dioses e infiernos! Le amaba tanto. Le necesitaba tanto. Reencontrarse con su padre le estaba costando la poca cordura que logro juntar  todos esos años, porque un niño no podía crecer sabiendo lo que él y mucho menos teniendo que estudiar y cuidar a otros más pequeños.

¿Cuál era su límite? ¿Qué tanta felicidad podría soportar su cuerpo? ¿Tristeza y dolor? De esas ultimas podía decir su límite, más de la primera era tan incierto como el futuro que se mostraba ante su vista, pues este había sido modificado desde el momento que su hermana cruzo con él en la calle.  

–Te amo tonto Rojo.

–Sólo una oportunidad para volver a ver tus océanos, Daiki. – Beso su pecho, donde el corazón golpeaba contra su piel.

Ahí entre los brazos de Kagami, Daiki sólo deseaba volver a sentir el frío de la luna, no el calor del sol. Porque su refugio siempre fue el vacío, no el amor.

 

 

Para los condenados a muerte

Y para los condenados a vida

No hay mejor estimulante que la luna

Es dosis precisas y controladas.

La Luna – Jaime Sabines

 

 

Notas finales:

Después de siglos vengo con esto bien sad, ni modo, esto tocó. He estado revisando la historia y creo que sólo faltan dos o tres capítulos para que llegue a su término, crucen sus dedos para que no regrese dentro de tanto tiempo y mi chico musa no se ponga de caprichoso.

Dejen comentarios y estrellitas, son de motivación para mí. ^_^

Nos vemos en el siguiente.

Yanne. xD


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