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Latidos silenciosos por urahara

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Notas del capitulo:

Hola, ¿me recuerdan? :$

Perdón por la demora DENUEVO TT.TT es que este capítulo es... uf dificil, de hecho lo escribí dos veces porque no estaba segura si subirlo.

Bueno, se los dejo, espero de verdad sus opiniones respecto a este capitulo en especial.

Por un segundo sentí como si estuviera a punto de quedarme dormido sobre el césped, sin embargo no podíamos permanecer por más tiempo en ese parque.
Así que ideé la forma de poder entrar al instituto sin levantar sospechas. Seguramente ya habían cambiado de turno los guardias, así que le di mis llaves a Mateo, para que entrara por detrás (aunque tuvo que saltar un muro para llegar) y yo entre por la puerta principal. Ojala nadie se haya dado cuenta.
Finalmente nos despedimos en el pasillo y cada uno se fue a su habitación.
En el momento en el que me acosté en la cama no me puse a pensar, como suelo hacerlo de noche. Ya no había nada que pensar, ya había analizado y reanalizado todos a mi alrededor, ahora sólo me quedaba esperar a que algún día me atreva a hacer algo o hasta que la oportunidad se me escape de las manos.
Y así pasaron los días, las semanas, e incluso los meses. Mateo y yo estudiábamos todos los días y de vez en cuando me traía un cuento que para el concurso, hasta que por fin nos decidimos por uno y enviamos la solicitud de la beca, por suerte Mateo era mayor de edad porque si no, debíamos pedir el permiso de sus padres; También la relación entre Lucas y Mateo se volvía cada vez más cercana, los veía juntos la mayoría del tiempo, a veces también con José; los fines de semanas íbamos a la iglesia; de vez en cuando tomaba el té con Julia y llamaba a mi madre con frecuencia, incluso llegue a convencerla de la posibilidad del marcapasos, en mi próxima visita iríamos a ver al doctor y hablaríamos al respecto.
A mí me parecía la rutina más maravillosa, hasta que esa paz se vio interrumpida cuando un lunes 3 de agosto llego. Una llamada me había despertado antes que el despertador. Me extraño, nadie más que mi madre conocía mi número de teléfono.
Descolgué, y me recibió la voz de mis pesadillas, una voz sin sentimientos, sin culpa y sin pena, acostumbrada al dolor; una llamada del hospital. Mi madre había sufrido su segundo infarto y sería el último. Falleció a las 6:14 de la mañana, sin nadie a su lado, solo doctores y enfermeras de semblantes serios como la muerte misma.
Sabía que debía ir a constatar mi perdida para que me den los días de permiso pagado correspondidos antes de que de tanto llorar no pueda presentarme con dignidad, pero era demasiado temprano y yo no podía esperar para derrumbarme.
Entonces sin tener el valor de hacer nada más, me recosté nuevamente en la cama, obviamente, sin poder dormir.
¿Qué si lloré? Claro que lloré, lloré como nunca en mi vida lo había hecho. Llore por mi madre, por mí, por sus amigos, por su fallecido esposo y por todas las personas que no tuvieron el placer de conocerla.

Finalmente al sonar la alarma, me decidí por llamar a la dirección del colegio. Mi voz sonaba ronca y rasgada, pero logre mi objetivo, alguien cuidaría a mis clases aquel día, más bien los próximos tres días. Sabía que tenía muchas cosas que hacer, debía llamar a varisa personas y planear el funeral, sin embargo, yo sólo quería seguir llorando. Eso hice, pero las lágrimas no parecieron llevarse mi dolor.
Me quede Ahí un largo tiempo, ya no salía ni un sonido de mí, sin embargo las lágrimas no cesaban. Con la vista nublada veía el reloj verde de mi mesita de noche, atenta al movimiento del segundero, hasta que marco las 9: 50. En ese momento escuche como tocaban la puerta, la había dejado con seguro y no quería recibir falsa lastima de nadie así que sólo guarde silencio, pero la persona tras la puerta insistía.
-¿Gabi, estás durmiendo? El suplente dijo que estabas “imposibilitado” para dar clases ¿Estás enfermo?, ¿un resfriado? ¿Es porque el otro día me prestaste tu chaqueta?
No sabía si aquella era la última o la única persona que quería ver en ese momento, pero de todas formas era Mateo quien estaba a mi puerta.
Me levanté, y con las piernas tiritando, caminé hacia la puerta para abrirla, con mi pijama desteñido, los cabellos desordenados y la cabeza gacha, no estaba en mis planes que mi ángel me vea en tan deplorable condición.
-Gabriel, ¿estás llorando?- me preguntó preocupado mi pequeño. Y me invadió una inmensa ternura al ver que en sus ojos también se asomaban algunas lágrimas.
-perdón – dije, y ni yo sabía porque le estaba pidiendo disculpas- no pude ir a clases porque estoy de luto. Mi madre… madre...
Nuevamente comencé a llorar desconsoladamente, ni siquiera podía decirlo en voz alta; la palabra “muerte” se me atoraba en la garganta sin dejarme respirar. Sin embargo Mateo entendió y no espero ni medio segundo para abrazarme. Quería ser consolado de alguna manera, quería sentir a Mateo cerca de mí; así que cerré la puerta y lo guié hacía mi cama, al principio se sorprendió pero luego se dejó llevar hasta que estuvo acostado y conmigo sobre su pecho, abrazándolo y llorando como un niño.
Sería mentir si les dijera que nunca había imaginado tener a Mateo en mi cama, pero nunca pensé que sería en esta situación.
Sabía que mi ángel debía presentarse a sus clases, sin embargo no quería dejarlo ir, y él tampoco parecía querer dejarme solo, en lugar de eso me devolvía un fuerte abrazo y sobaba mi espalda con cariño, mientras yo no dejaba de llorar, así fue por un largo tiempo.
-¿Estás mejor? –me preguntó. Yo oculté mi rostro en su pecho. A pesar de ser 29 centímetros más alto, me sentía tan pequeño junto a él.-¿Gabi?
Mateo- era la primera palabra que salía de mis labios después de media hora- ya no tengo familia.-no buscaba que me respondiera, sólo sentí que debía decirlo para convencerme de que esa era mi realidad, sin embargo él suspiro y me respondió:
-si te hace sentir mejor, yo tampoco tengo. Sé que no es lo mismo, pero…
Yo sólo lo abracé como respuesta.
-Gabi, tengo que traerte algo de la cafetería ¿no haz comido nada verdad?
-estoy bien, quédate.
-no, no lo estás. Sólo será por un segundo, mientras no estoy date una ducha caliente, te tranquilizaras.
-bien…- entonces él salió, y la habitación se sintió tan grande y vacía.
Fui al baño y me mire al espejo. Tanto mi cara como mis ojos estaban rojos, y en mi boca se formaba una mueca permanente de desaliento. No me bañe, sólo lave mi rostro y me cambie de ropa, una camiseta blanca manga corta y unos pantalones grises, no recordaba la última vez que vestía así de informal. Luego sólo me senté en mi cama a esperar.

Sin tocar la puerta Mateo entró con un vaso de plumavit lleno de café humeando en una mano y un sándwich envasado en la otra.
-la cocinera casi me manda a clases, pero la convencí de que eran para un amigo enfermo que no había desayunado y me dejo ir-se sentó al otro lado de la cama y me extendió lo que trajo- ten- dijo, y me sonrió, pero no era la sonrisa que me encantaba y tampoco su sonrisa superficial; era una horrible sonrisa fingida y yo le devolví una igual.
Por varios minutos me observó mientras bebía mi café y piñizcaba el sándwich, tenía mucha sed, pero nada de apetito.
-come, por favor-me pedía, pero con tan sólo ver la comida comenzaban a darme nauseas.
-luego- respondí. Ya había dejado de llorar hace un tiempo, pero ese dolor de cabeza y ardor en los ojos no me abandonaba. Mateo fue al baño a buscar papel higiénico y me limpio la nariz como una madre lo haría con su hijo… “madre…” pensé. Todo me recordaba a ella. Mis ojos comenzaban a inundarse nuevamente.
Necesitaba desahogarme, y llorar no estaba funcionado.
-vamos, háblame de ella.
-¿eh?
-¿Cómo era ella? Dime. Te hará sentir mejor.
-¿ella?
-tu madre.
-ella… mi madre- no podía siquiera pensar en ella sin romper a llorar, las lágrimas reclamaban su terreno en mis mejillas con tanto ahínco como lo habían hecho temprano en la mañana.
-está bien que llores- me consoló mi ángel y se acercó a abrazarme- desahógate, cuéntame. Si no me cuentas a mí, ¿a quién se lo contarías?
-a nadie, sólo a ti- admití.
-dime –no sonaba como si me estuviera obligando, sino que era como si me estuviera dando permiso para hablar. Acariciaba mi cabello con lentitud y me acomodo en su pecho. Escuche su corazón; entonces pensé que si ese corazoncito se detuviera como lo hizo el de mí madre, yo estaría perdido. Escuchaba cada latido con miedo de no escuchar el próximo, y el próximo.
Di un suspiro y comencé a hablar:
-Ella-no quise decir de nuevo la palabra “madre”-solía contarme la historia de cómo nací. Me contaba que por mucho tiempo intento tener hijos, y sólo lo pudo lograr a los 45 años. Me decía que, al igual que a Isabel, Dios la había bendecido con un hijo a una edad tan avanzada. Por eso a veces me dice, perdón, me decía –me corregí- milagrito.
Todos decían que mis padres eran demasiado viejos para tener hijo, especialmente mi padre con sus 49 años; sin embargo cuando él murió, todos decían que era demasiado joven. Como cambian las cosas dependiendo del punto de vista. Lo único que le quedó a mi madre entonces, fui yo y la débil sensación de que había un Dios que velaba por ella. -“madre” “madre” esa palabra nunca volvería a ser lo mismo-.
Entonces ella tuvo que comenzar a trabajar para mantenerme. Me dejaba en el autobús para ir a al colegio, a 1 hora del pueblo, ¿te imaginas a un niño de 4 años en un autobús repleto de gente y caminando 8 cuadras del terminal de buses hacia la escuela? Era algo normal para mí, pero cuando lo analizo ahora, cualquiera pensaría que tuve una mala madre. Pero lo que pocos sabían era que luego de dejarme en el bus, se iba a trabajar; tuvo tantos trabajos que ya ni me acuerdo- reí entre el llanto por la nostalgia- fue profesora de piano, niñera, cocinera, costurera trabajo en una lavandería y en una guardería, todo porque quería que yo tuviera todo lo que deseé y que me convirtiera en lo que ella siempre deseo.
Yo quería devolverle todo lo que ella había hecho por mí. Comencé a mantenerla y vivir como ella quería y no como yo quería, renuncie a mi vocación, mi novio, y mi verdadero yo. Y hace poco eso no me importaba, no me importaba con tal de que ella estuviera feliz, pero ahora que ella no está aquí, siento que he desperdiciado toda mi vida siendo algo que odio, que mi vida ya no tiene sentido.Todo este tiempo he vivido por mi madre, y ahora siento que quiero morir por ella.
-no digas eso, Gabi- a esas alturas ambos estábamos llorando- ya verás que seguiremos adelante.
-¿y cómo estás tan seguro?- en ese momento deshice el abrazo para mirarlo a la cara. …l se tomó un minuto para responder.
-¿Y si vas conmigo?
¿A qué te refieres?
-ya no tienes nada que te ate a esta vida que dices odiar, ¿por qué no intentarlo de nuevo? Estudia conmigo en la universidad, podrías enseñar matemáticas.
-¿Mateo, por qué me preguntas esto ahora?
-Gabriel, yo te a…- lo interrumpí.
-¡No! cállate, no me llames así. Cada vez que me dices Gabriel es para decirme algo que realmente no quiero oír.
-está bien, Gabi. Gabi, mírame, por ahora sólo descansa- no dijo nada más en horas, sólo acaricio mi cabello hasta que me dormí.
Ese día no lo sabía, pero si hubiera dejado a Mateo hablar, todo habría sido mucho más fácil.
Notas finales:

Es un poco corto, pero que a nadie se le ocurra mencionarlo, porque no iba a torturarme escribiendo tanta tragedia.

Espero que les haya gustado, y si no, si les hace sentir mejor yo sufrí.

Hasta luego.


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