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Latidos silenciosos por urahara

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Notas del capitulo:

Sí, lo sé creían que estaba muerta verdad, no, sólo entre a clases :c 

Además escribi este cap como 3 veces porque sentía que no me salía bien y no quería escribir tantas cosas deprimentes.

Bueno, se los dejo, espero les guste.

 

“Etapa 1 del duelo, Fase de negación: negarse a sí mismo o al entorno que ha ocurrido la pérdida.”
En lo que yo creía lo más profundo de mi ser sentía que lo peor ya había pasado. Comencé a llevar mi vida como cualquiera lo esperaría del calmado sacerdote que entonces era, nada parecía haber cambiado a excepción de un cambio repentino de peso y unas arrugas de más, y no me refiero sólo las de la ropa. La sombra de la muerte sólo se distinguía de vez en cuando escondida en las bolsas de mis ojos. Incluso yo parecía olvidar que mi madre estaba m… ya no estaba conmigo aunque la palabra muerte continuaba atorándoseme en la garganta. En mí aun persistía la idea de que podría tomar mi viejo auto en cualquier momento y que en 6 horas ella me estaría recibiendo con algo hecho de chocolate, pero la realidad era que si acaso se me ocurría hacer tal cosa lo único que me recibiría sería una lápida fría y calas marchitas.
De día mi mente distraída obviaba a mi madre, pero de noche, la oscuridad parecía aclarar mi razón y aquella palabra brotaba de mi boca como quien escupe algo toxico, porque lo era: muerte. Aquella que entre las sombras se sentía con la libertad de atormentarme a gusto.
Desesperado sostenía con ambas manos aquel poemario que un día le perteneció (a ambas, a mi madre y a la muerte) y de entre sus páginas sacaba un arrugado papel que yo mismo había dejado allí y que un día me dio una mujer en un terminal de buses, seguro sin imaginarse que había salvado mi cordura. Cada noche releía aquella plegaria indígena, como una ceremonia más importante que rezar o cualquier misa en la que he estado; repitiéndome a mí mismo una y mil veces los últimos versos:
“Por eso, no te acerques a mi tumba sollozando
No estoy allí. Yo no morí.”

“Etapa 2 del duelo, fase de enfado, indiferencia o ira: estado de descontento por no poder evitar la pérdida que sucede. Se buscan razones causales y culpabilidad.”
La misma explicación se la había pedido ya a muchas personas, al doctor, a la enfermera, a los vecinos y a Dios, aunque este último no me respondió, como siempre; ¿Cómo murió? La respuesta era simple si no habían sentimientos de por medio: ella estaba recostada, Isidora aun no llegaba pues había salido la noche anterior, así que mi madre se encontraba sola; entonces pasó, la cabeza de mi madre choco contra el respaldo de la cama por el movimientos bruscos que provocados por la desesperación de los primeros momentos, pero nadie escucho el golpe, trato de salir de ahí pero el teléfono estaba demasiado lejos, seguro intento llamar la atención pero allí encerrada nadie la pudo oí, Isidora ya debería haber llegado pero había dormido unos minutos de más. Entonces al llegar la encontró ya apenas respiraba. En términos médicos, o más bien en términos fríos, había sufrido una inevitable muerte súbita cardiaca.
Esa parecía ser una respuesta bastante completa, sin embargo no dejaba de pensar que faltaba algo. Un fantasma parecía atormentarme día y noche, el fantasma del hijo que un día fui. No dejaba de pensar que algo pude haber hecho para impedirlo, que si la hubiera visitado más seguido, que si hubiera insistido más con lo del marcapasos sí que podría tomar mi auto e ir a verla, y no solo a su nombre en una piedra. Ya no servía de nada lamentarse, pero no podía evitarlo.

“Etapa 3, fase de negociación: Negociar con uno mismo y con el entorno, entendiendo los pros y contras de la pérdida. Se intenta buscar una solución a la pérdida a pesar de conocerse la imposibilidad de que suceda”.
“¿Y si vas conmigo?” Esa pregunta se repetía en mi mente como una súplica y una propuesta imperdible a la vez, pero eso no le quitaba el hecho de que me asustaba.
Lo había estado pensando mucho, y sin mi madre la solución debería parecerme simple, pero seguía pareciéndome una pregunta sin respuesta, como la de, ¿qué vino primero, si el huevo o la gallina? Ninguna respuesta parecía ser incorrecta si lo pensabas, pero ninguna era completamente correcta tampoco. Intentaba ver mi vida a largo plazo, en 10 o 20 años más tal vez, y no podía imaginarla sin ser sacerdote, pero la visión de mi futuro siéndolo me parecía aún peor que la incertidumbre.
Y obviamente en esta decisión no podía dejar de lado un factor muy importante, Mateo, pues parecía que siempre que me ponía a pensar en cualquier cosa él acababa siendo mi última, por no decir única, idea.
Recuerdo un día en el que llego a mi sala muy molesto pues un profesor lo había regañado y amenazado con suspenderlo, yo trate de explicarle que debía ser más amable con sus profesores por el bien de su futuro; y no sé cómo, pero en menos de cinco minutos ya estábamos discutiendo a gritos, así era él, de carácter fuerte:
-si no lo soporto, no demostrare lo contrario, Gabriel- me gritó.
-¡finge algo de simpatía al menos! puede afectar tus notas- le respondí en el mismo tono.
-mis notas son gracias a mi esfuerzo e inteligencia, nada más- parece que se le olvidó mencionar que yo le enseñaba todas las tardes-y aunque así fuera, prefiero ser un don nadie que un hipócrita.
-¡es por tu futuro!
-Ser lo que uno es y hacer lo que uno cree son las claves para un futuro deseado, pero es obvio que tú no piensas igual, tu vida se basa en contentar a los demás, ¡no eres más que un esclavo de tu estúpida moral!- fue lo último que me grito, y dio paso a un eterno silencio.
De inmediato se arrepintió de sus palabras y en el momento en el que su ceño fruncido se transformó en una triste mueca y me abrazo pidiéndome perdón creí por un segundo que ya no puedo recordar, tener la claridad de que… ¿de qué?
En esa incertidumbre permanecí los siguientes meses, tal vez en esos tiempos ya había tomado la decisión, pero aún me preguntaba como haría eso posible. Vivir para mí mismo me parecía una buena idea, pero vivir para Mateo me parecía la mejor de las ideas, pues lo único de lo que estaba seguro en el misterio que me parecía mi futuro, era que quería que mi ángel formara parte de él, de alguno u otra forma, como amante o cómo amigo. Yo también me había vuelto dependiente de él.
Finalmente no estudiamos, pero supongo que yo sí que aprendí algo ese día. Tal vez mi madre aún después de la muerte, o más bien micho: con su muerte, me enseñaba una lección tan simple, pero que por alguna razón a mí me complicaba de sobremanera: ser feliz.
Tal vez algo bueno salía de tanto dolor.

“Etapa 4, Fase de dolor emocional: Se experimenta tristeza por la pérdida. Pueden llegar a suceder episodios depresivos que deberían ceder con el tiempo”.
Bueno, ¿qué puedo decir algo de esta etapa que ustedes no sepan? Mi vida se resumía en clases, Mateo y dormir el resto del día, había encerrado el despertador en el armario y en la mañana dejaba que sonara hasta las 8, llegaba tarde al trabajo y apenas si tenía tiempo para planear mis clases aunque sentía no tener razones para hacerlo. Incluso a veces olvidaba porque estaba deprimido, pero seguía estándolo, como si se me hubiera hecho una costumbre.
Por supuesto que intente ocultar como me sentía, especialmente por Mateo, pues pasaba la mayor parte del día con él, pero nunca fui un buen actor.
No tengo mucho más que decir, cada uno sabe lo que es sentirse así, y al que no lo ha vivido temo decirle que no ha vivido del todo.

“Etapa 5, Fase de Aceptación: Se asume que la pérdida es inevitable. Supone un cambio de visión de la situación sin la perdida; siempre teniendo en cuenta que no es lo mismo aceptar que olvidar.”
Esta fase abarca el resto de mi vida, así que no estoy seguro de qué debería contar, pero después de mucho pensar me decidí por lo que considero representa lo perfecto que es mi vida, algo que mientras pasaba por las otras etapas nunca imagine:
Por favor imagínense el parque más bonito y utópico que puedan, y en él, imagínense a una pareja de hombres caminando de la mano, ya se pueden imaginar quienes son, ¿verdad? Jugueteando cerca imagínense a un niño, bueno, no tan niño pero para el mayor de esos hombres siempre sería un pequeño. Este “pequeño” niño sostenía la correa de un perro llamado bigotes, sí, bigotes y así corrían juntos alrededor de estos dos hombres. La escena parecía más que singular para la gente alrededor, pero para mí y para quien sostenía mi mano, era la felicidad fruto de nuestro esfuerzo.
Aprendimos a mirar hacia adelante y de vez en cuando hacia un lado para vernos el uno al otro y ver hacia atrás para agradecer al pasado por juntarnos.
Siempre tengo a mi madre en mi corazón y en mi mente, estoy teniendo una vida feliz justo como ella quería.
Y bueno, no diré más porque me he adelantado en la historia.
Notas finales:

Espero les haya gustado.

Hasta pronto.


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