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Latidos silenciosos por urahara

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Notas del capitulo: Espere mucho para este cap, es como el inicio del fin del climax :v

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espero les guste!
Desperté con la sensación de haber dormido en una roca. Mateo tenía razón, mi cama era horrible, pero nunca me pareció para tanto hasta esa mañana. Sin siquiera moverme todavía, notaba como el dolor de mi espalda y trasero punzaba.
Entonces una sola idea paso por mi cabeza: “esta no es mi habitación”. Abrí los ojos como platos y sólo pude ver el color insípido del techo de mi salón de clases.
Me levante con dificultad de la mesa en la que había dormido y me estire escuchando mi espalda tronar, preguntándome, “¿cómo nos habíamos quedado dormidos en aquellas incomodas posiciones?”
Miré a mi izquierda, Mateo se encontraba sentado en la silla de mi escritorio, con el cuello torcido, la boca abierta, abrazando su mochila negra y con uno de las argollas que le compre puesta en la nariz y la otra en la oreja izquierda; no era la manera en la que pensé usaría mi regalo, pero ahora le pertenecía a mi ángel, aunque en ese momento a lo que menos se parecía era a un ángel.
Reí en silencio: tenía una idea. Con una mano cerré delicadamente su boca, mientras que con la otra le tape la nariz, sé que hay formas más románticas de despertar al ser amado el día después de su cumpleaños, pero, por favor, por muy cursis que seamos, un hombre no podría desperdiciar una oportunidad como esta.
Luego de algunos segundos Mateo dio un brinquito y como acto reflejo se pasó la mano por la nariz, quitando así mi mano y pasando a llevar su nuevo piercing, lo que lo hizo estornudar de una manera muy chistosa. Demasiadas cosas adorables pasaron en tan poco tiempo. No pude evitar reírme mientras él abría los ojos manteniendo el ceño fruncido.
-sí, ríete- me dijo con la voz rasposa- no eres el único aquí que ha jugado bromas mientras la gente duerme.
Deje las risas, y él me miro con los ojos achinados y una sonrisa.
-¿Qué me hiciste?
-¿yo? Nada
Me toque la cara el pelo y la ropa, vi todos los lugares que era capaz de ver, pero no encontré nada raro. Y cuando iba a preguntar nuevamente ¿qué me había hecho? Lo vi sosteniendo un plumón negro mientras me miraba con superioridad.
-¿Qué me escribiste?
-sólo la verdad.
-iré al baño a lavarme- dije caminando hacia la puerta.
-nooooo- me gritó Mateo levantándose- es mejor que nadie más que yo te vea así.
-¿Qué dice?- le insistí.
-¡nada! Sólo déjame quitártelo- me grito mientras me arrastraba hacia una silla para sentarme, el muy enano no alcanzaba bien mi rostro jaja.
De a poco deje de estar enojado mientras el inspeccionaba mi rostro con sus ojitos azules adormilados. Tanto me concentre en sus ojos que parecí despertar de un sueño en el momento que sentí su pierna sobre mi regazo, y luego su cuerpo entero hasta presenciar una escena muy parecía a un baile de regazo, con la diferencia de que Mateo no bailaba ni parecía querer seducirme, ¡bueno!, tal vez no era nada más que una persona sentada de frente sobre las piernas de otra persona, pero para mí significaba delirio. Sentí el impulso de preguntarle, ¿qué carajo estaba haciendo?, pero me dominaban las ganas de tomarlo fuertemente de la espalda e ir bajando lentamente, mientas sobre mí, él movía sus caderas.
“Ok, detente ahí”- me dije a mi mismo- “él sólo te está ayudando, y te tiene la suficiente confianza como para acomodarse en esta posición. Sólo respira y míralo a los ojos”.
Eso intente, sin embargo no dejaba de pensar que la última vez que estuvimos sentados de ese modo, lo había hecho solamente para calentarme y jugar un rato conmigo, ¿Estaría provocándome apropósito nuevamente?
-Repíteme, ¿por qué dormidos aquí y no en una jodida cama?- comenzó una conversación mientras intentaba sacar con los dedos lo que sea que tuviera en la cara.
-No podíamos ir a una habitación, no podemos dormir juntos.
-bueno, dormimos juntos de todas formas.
-tal vez si me hubieras despertado en lugar de dibujar en mi rostro- lo acusé, el rió y en sus ojos no vi nada más que inocencia y una pequeña lagaña que saque con mi pulgar.
-te veías bien durmiendo- me respondió, poniendo mi mano en su mejilla. Así era Mateo, podía pasar de sexy a tierno en un minuto y viceversa.
Su mirada cambio y lentamente y de la nada lamió su dedo pulgar. “qué lengua más larga” fue lo único que atine a pensar, sin embargo no dije nada. Con ese mismo dedo comenzó a limpiar nuevamente mi frente, sin decir nada y mirándome fijamente, hasta considerar que había terminado.
-bien, tienes una enorme mancha negra en la frente, pero al menos por ahora, sólo yo sé que te gusta el pito.
-no puedo creer que me hayas escrito algo así de infantil- y tampoco entendía porque aún seguía sobre mí. Iba a pedirle cordialmente que por favor saliera de mi regazo, pero, como siempre, Mateo se me adelanto: me miro a los ojos y pregunto:
-¿Puedo darte un beso, o la excepción sólo fue por mi cumpleaños?
Yo sólo asentí con la cabeza y le mire hacia arriba como nunca lo había hecho (porque normalmente el que se tiene que agachar soy yo).
El beso empezó suave, como casi siempre empieza, podía sentir en mis labios el corte que aún tenía mi ángel y del cual nunca me había querido hablar. Pocos segundos después comencé a sentir más su lengua que sus labios y a pensar más en su cuerpo que en sus ojos o sonrisa, especialmente en el momento en el que, para profundizar el beso comenzó a moverse de arriba hacia abajo sobre mis piernas y otras partes de mi anatomía. Una parte de mí quería decir basta, pero otra parte más fuerte quería besar su cuello, y así lo hice, mientras el respiraba en mi oreja.
No entendía, ¿qué me sucedía, qué me había poseído? Todo el autocontrol que me había mantenido cuerdo se había esfumado, como si el angelito en mi hombro que me decía que hacer hubiera salido volando gracias la respiración agitada de Mateo, era prácticamente en lo único que podía pensar.
-Gabi- me susurro y nuevamente suspiro sobre mi oído. Comenzaba a creer que lo estaba haciendo a propósito- ¿quieres… hacerlo?
“¿Qué? ¿Habré interpretado mal sus palabras?, ¿o es que sólo escuchaba lo que quería escuchar?”
Mateo se separó un poco para verme a los ojos y la a mirada que me dedicó me hizo entender que mi mente no estaba jugando conmigo.
-Gabriel, yo quiero hacerlo- afirmó y no sé si fue por el hecho de que no existía la distracción de su aliento sobre mi oreja o que mi mente no podía centrarse en la simple tarea de besar, lamer y morder su cuello, pero reaccione, logre reaccionar.
-no. Mateo, no podemos- le dije, ¿qué otra cosa podía decirle?- no aquí, y no ahora.
Me levante sacándolo de encima de mí de inmediato, con cuidado de no hacerle daño o que se cayera, y me sobé el rostro empezando a caminar nerviosos por el salón, esperando que Mateo comience a gritar.
-¡¿Por qué no? Este es, de hecho, el lugar más seguro en el momento más seguro. Un sábado en la mañana en una sala cerrada desde adentro. Nadie lo sabrá.
-Yo lo sabré, Mateo.
-¿Y es que no quieres hacerlo?- “Sí, ¡sí quiero!” pensé.
-no hasta que tengamos todo resuelto, Mateo, creí que lo entendías.
-yo entiendo. Tú eres el que no entiende el esfuerzo que he puesto en que esto funcione ¿Sabes hace cuanto no…? – no acabo la oración, agradecí eso.
-¿Sabes hace cuanto no lo hago yo?- le respondí más por desesperación que para ganar la “discusión”.
-en serio no entiendes. Es diferente ahora.
-¿Qué es diferente?
-la diferencia es que hay amor de por medio, y yo necesito demostrar ese amor y que me lo demuestren. Lo físico forma parte de lo espiritual, ¿podrías definir abrazo sin los brazos? ¿Podrías definir amor sin el tú y el yo?
-mira Mateo… - dije acercándome a él, pero en el momento en el que tome sus hombros y lo miré a los ojos él ya sabía lo que le diría. Negó con la cabeza.
-en serio no lo entiendes- dijo.
Se soltó bruscamente de mis brazos y camino enojado a buscar todas sus cosas.
-¿Dónde vas?- le pregunté mientras se sacaba mi chaqueta y la corbata del colegio, guardando todo en su mochila.
-¿A dónde crees? A hacerme una paja.
Me tomó por sorpresa tal honesta respuesta, pero no podía quedarme ahí parado mientras él se iba.
Con paso firme me dirigí hacía el para tomar su brazo; entonces espere a que dejara de forcejear y lo acerque a mi cuerpo, agachándome un poco para susurrarle:
-aguántame unos meses, por favor. Es que sin ti, no sé si podré hacerlo.
-¿Cómo se supone que tengo que tomarme todo esto?- me respondió con el ceño fruncido, pero antes de que pudiera siquiera pensar en qué es lo que quiso decir oigo que tocan la puerta. Sea quien sea, no se suponía que estuviera allí.
Mateo se fue a sentar a mi escritorio, lugar donde no podría verse con facilidad, mientras que yo, con llave en mano y la cara aun negra, fui a abrir.
En la puerta se encontraba un hombre, un sacerdote para ser más específicos, de unos treinta y tantos, tal vez cuarenta, con los ojos azules y el pelo negro cortado muy al ras. Me extrañe al verlo, no había ningún integrante de la iglesia que participara de cualquier forma en el instituto y que yo no conociera, sin embargo allí estaba, vestido completamente de negro a excepción de su alzacuello.
-¿Puedo ayudarle en algo?- le pregunte sin dejarlo entrar, conociendo la esquiva relación que tiene Mateo con la mayoría de los sacerdotes, por no decir que los odia.
-sí, busco el edificio en donde se encuentran las habitaciones estudiantiles- ya había notado los restos de marcador en mi cara y su sonrisa me daba escalofríos.
Entenderán que yo no podía permitir que un extraño se acercara sin más a las habitaciones de los menores, donde solo estaba autorizada la entrada a ellos y sus monitores.
-¿Para qué, si me permite preguntar?
-para retirar a uno de ellos, por supuesto.
-¿tiene usted un permiso firmado por los padres del menor?
-pero si yo soy su apoderado- casi grito luego de una carcajada y sin siquiera pedir permiso y empujándome un poco de hecho, se coló al interior de la sala. Eso era precisamente lo que yo no quería.
Mateo desde su lugar en mi escritorio, bajo suavemente los pies de la mesa y con la boca abierta se quedó mirando al que yo creí, era un extraño.
-¿Marco?- dijo Mateo.
-Mat, ¿cómo has estado?- gritó.
-¿Qué haces aquí?- no entendía nada, y aun así la sonrisa sínica de aquel no-tan-extraño hombre seguía perturbándome, casi asustándome, al igual que la perpleja expresión de mi ángel.
-¿Qué acaso no puedo visitar a mi hermanito?
De inmediato todo volvió a mi mente, todo quedo claro. La historia que mucho tiempo atrás Mateo me había contado encajaba con la situación actual como las piezas en un rompecabezas. Prácticamente podía escuchar la voz de Mateo sollozar:
“Es extraño que tú me hayas dicho algo muy parecido el día en que te lo confesé ¿recuerdas?, por eso no había confiado en ti, por eso me negaba a creer nuevamente, porque él, el Padre Marco, mi pastor y amigo, me abandono a mi suerte. Yo confiaba en él, e incluso el me hizo confiar también en Dios, pero ambos parecieron abandonarme.”
El hombre que estaba frente a mí, de sonrisa sínica y pulcro vestir había destrozado el corazón de un ángel, el corazón que tanto esfuerzo me había dado el arreglar, el corazón por el que me arrancaría el mío propio. El corazón que estaba comenzando a perdonar había vuelto a derrumbarse con su sola presencia, yo lo sabía, lo notaba en la mirada vacía de mi compañero, una mirada de la cual casi me había olvidado ¿Dónde quedaron tus ojos de estrella, mi amor? Se los habían llevado, y fue el mismo ladrón que la última vez.
Lo sabía todo, como Mateo le dio su confianza para después ser humillado y desprestigiado frente a sus propios padres, para que luego ese hombre se desentendiera del hermano que decía querer y apoyar; lo sabía todo, o al menos, creí saberlo, creí que me había contado todo, pero el hecho de que aquel sacerdote en el que alguna vez confió fuera su mismísimo hermano, me tenía descolocado, hasta el punto de no poder reaccionar, y que bueno, pues de ser así, lo más probable es que le hubiera dado uno de los pocos puñetazos que he dado en mi vida, sin olvidarme de escupirle en la cara posteriormente.
Era Marco, ese Marco, el idiota de Marco, él que en ese momento corrió a abrazar a su… hermano (aun me cuesta aceptarlo), quien, luego del shock inicial se separó inmediatamente de él y le dedico una cara de asco de esas que sólo él podía hacer, y sin embargo no pudo decirle nada.
-vamos, Mat.
-¡No! Me llames así- Nunca había visto a Mateo contener la furia de ese modo, no lo había visto contenerse de nada la verdad.
-pero, Mati…
-¡ni mucho menos así!
Aquel sacerdote me miro de reojo, algo avergonzado. Y yo, espectador de la situación y consciente de lo privado de la misma, no me moví ni un centímetro de donde estaba. Por ningún motivo los dejaría solos.
-vengo en son de paz, Mateo. Creí que por ser tu cumpleaños podríamos salir a celebrar por el fin de semana- casi parecía inocente, convincente de hecho, pero no para mí, que lo sabía todo.
-por favor- insistió, pues Mateo sólo mantenía los puños y la mandíbula apretada.
-¿acaso tengo otra opción?- pregunto mi ángel. Nunca creí que llegaría a ver el día en el que ese chico se resignara a algo o a alguien.
“¿Qué hacer? ¿Qué puedo hacer yo?”
Notas finales: ¿Se acordaban de Marco? si no vover al capítulo 6
gracias por leer!!!
les dejo de nuevo el face: https://www.facebook.com/UraharaWriter-Latidos-Silenciosos-1303915036327625/?skip_nax_wizard=true

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