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Latidos silenciosos por urahara

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Notas del capitulo: es un capítulo irrelevante en mi opinión, pero necesario y bastante largo
“Aterriza, Gabriel, toca tierra” me dije a mi mismo en el momento en el que me sentí babear por la sirena de cabellos oscuros frente a mí. Sirena: uno más de los ridículos sobrenombres que mi trastornado corazón inventaba”.
-no deberías estar de pie todavía- le reclamé intentando disimular lo perdido que me había dejado su imagen.
-Gabriel- me interrumpió Agustín- si Mateo es tu pareja, debes dejar de verlo como a un niño y comenzar a verlo como tu igual. Por un instante se me había olvidado que José y Lucas no sabían de nosotros, sólo por un instante.
Luego me di la vuelta, horrorizado, a ver la reacción de mis estudiantes frente a la confesión que a Agustín se le había escapado ¿Cómo se le ocurría soltar semejante oración?
Lo primero que vi fue a José, poniéndose rojo hasta el punto en el que temí que no estuviera respirando y eso hubiera creído si no fuera porque luego de mirarme a mí y a Mateo, dirigió su mirada hacía su pareja, lanzando una, aunque leve, notoria carcajada. Y es que el rostro de Lucas era digno de risa… o de gritos de terror, dependiendo en qué situación estabas; yo, por ejemplo me debatía entre huir o esconderme.
-¡¿Cómo es que nunca me dijeron?!- explotó Lucas, deseando tener dos cabezas para juzgarnos con la mirada a Mateo y a mí al mismo tiempo, o al menos así parecía.
-no somos pareja- se apresuró a decir Mateo. -“Auch”- no oficialmente, al menos.
En eso tenía razón, no éramos nada, bueno, era complicado.
-¡Aun así! ¡Se supone que eres mi mejor amigo! Yo te dije cuando empecé a salir con José- y su pareja se volvió aún más rojo de lo que ya estaba.
-amor- susurro ligeramente en forma de queja y mirando “disimuladamente” al anciano a su lado.
-Lucas, sé que puede llegar a ser impactante, pero…- intente calmarlo, antes de que todo el hospital supiera.
-¡¿impactante?!- me interrumpió- ¡Todo lo contrario! -“espera, ¿qué?” pensé- yo lo sabía ¡sabía que pasaría!- su ceño fruncido fue sustituido por una sonrisa burlona- tenía que pasar, tenían que estar juntos ¡Eran tan obvios!
De un momento a otro sus gritos se transformaron en carcajadas antes de lanzarse sobre su mejor amigo y darle un enorme abrazo, susurrándole entre risas cosas que, desde mi posición, no lograba entender pero que hacían sonrojar a mi ángel mientras su felicidad se le contagiaba.
Sólo esperaba que Lucas y José guarden el secreto, al menos hasta el final del curso.
***
-¿ya tomaste tus pastillas de las 7?- pregunté mientras entraba al cuarto prendiendo las luces.
Desde que Mateo había sido dado de alta me despertaba todos los días a las 6 de la mañana para poder estar a las 7 en el templo, pasar un poco de tiempo con mi ángel, ver como estaba y finalmente llegar a tiempo al instituto para impartir mis clases. Si renunciar a mis preciadas horas de sueño no es amor, no sé qué lo es.
La figura de mi alumno envuelta en las mantas y tapándose los ojos con la almohada me hacía suponer que le importaba una mierda tomar su medicina.
-no hagas tanto ruido, el bebé está durmiendo- gruñó.
-¿Qué bebé?
Mateo se incorporó en la cama y me miró con los ojos más achinados de lo normal, antes de responder:
-yo- y extender los brazos hacía mí.
“Mi bebé”- pensé en decir en voz alta, pero la escena ya era demasiado cursi.
Caminé hacía él con un vaso de agua y las píldoras para que se las tomara antes de caer semi-muerto nuevamente.
-¿Cómo dormiste?- le pregunté sentado a un costado de la cama.
-¿te atreves a preguntarlo?- bufó- esta cama es mil veces más dura que la tuya y cada vez que quiero moverme siento que se va a derrumbar ¿El instituto y la iglesia les habrán comprado estas camas en conjunto a los cavernícolas- claramente no estaba pensando bien lo que decía y yo me preguntaba si era la medicación y simplemente el resultado del insomnio.
-tomaré eso como un “no”.
Mateo bufó nuevamente.
-ven aquí, acuéstate conmigo un segundo.
Y antes de que pudiera responder a su proposición, con una maniobra más parecida a una llave que a un abrazo me recostó en la cama y antes de darme cuenta se había acomodado sobre mí.
-así está mucho más cómodo.
-Mateo, deberíamos tomar desayuno antes de que empiecen mis clases.
-no tengo hambre.
Y teniendo Mateo siempre la última palabra, así nos quedamos medio hora más, mientras acariciaba su cabello y su espalda, sin más movimientos que el de mis manos, a pesar de que me estaba enterrando el yeso en las costillas.
-Mateo, creo que ya me tengo que ir- pero él no me respondía, de él sólo escuchaba en lento compás de su respiración. Era como tener un gatito dormido en el regazo, no podía sacarlo de ahí, se veía demasiado cómodo.
Y sin embargo no me podía permitir ser despedido antes de lo previsto, necesitaba ese dinero.
-Mateo, despierta, vamos- no reaccionaba-¡Mateo!- dije más fuerte y acabé tapándole la nariz para que con una fuerte bocanada de aire, despertara.
-te odio- fue lo único que dijo.
-tengo que irme.
-no- simplemente respondió.
-eso no lo decides tú- dije entre risas.
-claro que sí. Eres mi esclavo, ¿recuerdas?
-sí, pero si no me dejas ir me despedirán y tendrás que mantener económicamente a este esclavo.
-no me molestaría.
-Mateo- le reproché.
-está bien- cedió, dando una vuelta para dejarme salir.
Viéndome liberado y a la vez desamparado de sus brazos, me levante para ver el reloj, faltaba tiempo aun para las 8.
-traeré tu desayuno- pero antes de que pudiera alejarme de la cama sentí como me tomaba del brazo y rodaba los ojos.
-te dije que no tenía hambre. Iré luego a hacerme el desayuno. Ahora te necesito para algo.
-¿Qué pasa? ¿Algo te duele?- desde el accidente me había vuelto más sobreprotector, si eso siquiera era posible.
-es solo que… mira mi cabello- lo mire extrañado, ¿qué tenía que ver su cabello?- esta grasoso y lacio. No puedo lavarlo bien con sólo una mano. Ayúdame en la ducha, ¿sí?
“Dios mío, ¿estoy soñando? ¿Realmente se me esta insinuando o el deseo de que así sea me esta trastornando?”.
A falta de una señal de su parte o por lo menos una de sus coquetas sonrisas, asentí antes de seguirlo al baño, con el riego latente de que Agustín me descubra y cumpla la amenaza de castrarme. Pero aún si nos hubiera descubierto, sólo podría haberme acusado de ser un arrastrado, pues finalmente sólo lavé el cabello de Mateo mientras este permanecía sentado en la ducha desnudo (a excepción del yeso y la bolsa de basura que lo cubría), con la cabeza hacía atrás y los ojos cerrados.
La primera vez que vi a mi amor desnudo no pude ni pensar en disfrutarlo, y esa dolorosa escena se repitió más de lo que me hubiera gustado o estaba dispuesto a soportar.
***
Finalmente Mateo había vuelto a sus estudios y con ellos: al instituto y nuestras queridas clases privadas. Todo marchaba mil veces mejor de lo que habría creído semanas atrás: encerrado y desesperado en la sala de un hospital. Mateo se había recuperado con una facilidad y rapidez digna de admiración, también, ignorando mis protestas, volvió a practicar con su equipo de basquetbol, sin descuidar, por supuesto, sus estudios.
Por mi parte, después de muchos años, había retomado mis estudios de historia y lenguaje para enfrentarme al reto que representaba para mí la universidad, y aunque ambas materias se me dificultaban, podía contar con la ayuda de mi ángel. Había enviado mi renuncia al sacerdocio y al instituto también, aunque hasta fin de año seguiría con mis clases y ayudando en la iglesia. En resumen: todo iba bien y yo no podía ser más feliz.
En la que pronto dejaría de ser mi sala de clases, estudiábamos un día, Mateo y yo, codo a codo. Yo a su derecha leía sobre la independencia del país, mientras, de vez en cuando, observaba su cuaderno, vigilando que no estuviera dibujando en lugar de hacer sus ejercicios.
Vi como tiraba el lápiz sobre la mesa con desesperación, antes de borrar por séptima vez el mismo ejercicio, acompañado de un horrible bufido.
-¿Por qué lo borras? Ibas bastante bien.
-¡lo haré de nuevo!- hace mucho que Mateo no me gritaba, ya no estaba acostumbrado.
-déjame ayudarte- le ofrecí aun así, levantando el lápiz que había rodado debajo del banco.
-¡no! –Me arrebató el lápiz- mantente en tus asuntos.
-SON mis asuntos ¿O debo recordarte que sigo siendo tu profesor, Mateo Peralta?- no lo deseaba así, pero si tenía que ser duro con él, lo sería.
-de religión- me aclaró, como si esa verdad no fuera lo suficientemente dolorosa ya.
-me pregunto si con un título universitario me respetarás- dije dolido.
Estaba dispuesto a levantarme, pero antes de que siquiera hiciera el ademan de hacerlo, vi como los ojos azules de mi ángel se cristalizaban.
-Gabi… Gabriel, perdón. Eso sólo… eso sólo que estoy frustrado y… no me expresé bien.
- ¿sí? Yo te escuche muy claramente.
-no quiero estorbarte, ¿sí?
-¿eh?
-tú… yo he tenido todo este tiempo para estudiar. Tú sólo unos pocos meses… y no quiero que te sigas preocupando por mí si eso significa bajar tu rendimiento.
-ay Mateo- dije en un suspiro- eres un tonto.
-pero no te molestes conmigo- dijo, sin importarle mi insulto.
Yo sólo lo abracé como debí de hacerlo desde un principio y sequé las lágrimas que aún corrían por su rostro. Ambos estábamos bastante estresados y, ¿Por qué no admitirlo?, algo sensibles.
-te ayudare con ese ejercicio- dije, arrebatándole el cuaderno.
-pero…
-eso no fue una pregunta, Mateo.
-gracias- dijo antes de besarme y entrelazar su mano enyesada con la mía.
-a ti- le respondí, “por todo”.
Y comencé a explicarle el mínimo error que había cometido sin soltar nunca su mano, y descubriendo el maravilloso regalo de tener como pareja a alguien zurdo, así no tendría nunca la necesidad de soltarlo.
***
De los nervios no podía ni apartar la mirada de mi copa de vino: la única bebida alcohólica que había bebido hasta ese momento de mi vida. En el instante en el que un mesero, con ropas que parecían más elegantes que mi armario entero, me facilito la bebida, no pude rechazar la oferta, a pesar de dudar seriamente si sería lo mismo beber una copa entera de vino y beber apenas un sorbo en la iglesia.
-¿te vas a tomar eso o no?
Era Mateo quien hablaba a mi lado. Y sin esperar respuesta de mi parte: de un solo movimiento se bebió todo el contenido de mi copa, dejándola luego en una mesa junto a las 3 copas de champaña que bebió antes.
-¿por qué mierda no sirven tragos más fuertes?- bufó.
-sé que estas nervioso, mi ángel, pero recuerda que debes causar una buena impresión- le susurré.
-vamos, Gabriel, dime que no matarías por un cigarro en este momento.
-es cierto, pero me controlo para no perjudicar tu imagen.
Lo cierto es que, en ese momento, no hubiera matado a alguien por un cigarrillo: hubiera matado al auditorio entero. Y no era para menos, si estaba en la premiación de la que dependería el futuro de Mateo e inevitablemente el mío también.
Decidí llevar a mi alcohólico acompañante hacía las sillas frente al escenario y esperar allí a que la premiación empiece, lejos, muy lejos de cualquier copa. No pasó mucho tiempo antes de que las luces se atenuaran y se escuchara una voz a través del micrófono. Se habían acabado las suposiciones, y la realidad se hacía presente más peligrosa que nunca.

Tomé con fuerza la mano de Mateo, mientras este veía, sin parpadear, a un chico rubio, alto y delgado sobre el escenario, recibiendo el primer premio del concurso.
“Lo siento tanto” le quise decir a mi ángel. No dejaba de pensar que esa expresión de tristeza era culpa mía. Estaba tan convencido de que ganaría, que no pensé en qué ocurriría si no lo hacía. Pero ahora lo veía aguantando las lágrimas y preguntándose lo mismo que yo: “¿Y ahora qué?”.
Entonces el presentador llamó a los 5 finalistas, entre los cuales el nombre de Mateo circulaba, anunciando que habían ganado matricula gratis y un descuento.
“Eso era un comienzo” pensé “Podíamos arreglárnoslas”. Tendría que vender los muebles y el piano, además de vender la casa, pero lo haría, haría lo que fuera por él.
Vi como sobre el escenario la mirada de mi ángel se perdía en medio del público y saludaba tímidamente. Entonces me volteé para ver a un único hombre de pie aplaudiendo, de perfecta postura, rostro calmo y mirada enternecida, ¿enternecida por Mateo?
-es mi padre- me dijo Mateo nervioso apenas bajó del escenario- está aquí, y la mujer sentada a su lado es mi madre ¿Qué hacemos? ¿Qué hago? Van a matarme.
-tranquilo, tranquilo, Mateo. Nosotros los invitamos recuerdas. Esto es parte del plan.
-¿plan? ¿¡Qué plan, el que se acaba de ir a la mierda!?
-ese era el plan A, vamos por el B.
-¿plan B?
-convencer a tus padres- le dije jalándolo del brazo.
-nadie puede convencer a mi padre, mucho menos a mi madre. Sólo Marco.
-bueno, te convencí a ti de confiar, con ellos al menos tendré que intentarlo.
Y ya no hablamos más pues estábamos frente a frente a las personas que concibieron a mi ángel.
-hace un tiempo que no nos vemos, señor- dijo Mateo mientras le extendía una mano a su padre para saludarlo antes de abrazar y darle un beso en la mejilla a su madre. El gesto se supone debía ser dulce… se supone.
Ya en frente de ellos y luego de haberme presentado como Gabriel Miranda, el profesor de su hijo y explicar que yo lo había incentivado a formar parte del concurso, me tomé un tiempo para analizar a los que de alguna forma eran mis suegros. Un escalofrío me recorrió la espina dorsal con ese pensamiento.
El padre de Mateo era de todo menos lo que había pensado. En mi imaginativa mente el rostro del hombre era más bien el de un villano millonario promedio, con pinta de mayordomo, un monóculo y una sonrisa cínica en el rostro, además de un látigo en una mano y en la otra un gran puro o en su defecto: una antigua pipa. Pero en realidad el hombre, su rostro, su manera de hablar e incluso de vestir parecían amables: sonrisa estrecha, ojos caídos, frente prominente y cabello bastante canoso, a pesar de que seguía notándose que en un pasado fue negro como el de sus dos hijos, claro que él lo tenía perfectamente ordenado, no como Mateo.
Su madre era otra historia. Siempre la imaginé como la típica señora católica extremista, casi como una monja: peinado mediocre, falda por debajo de la rodilla, sin maquillaje y mucho menos escote. Pero me sorprendí al notar de inmediato como desbordaba sensualidad, la misma que descubrí había heredado Mateo. A pesar de ser una persona más bien vieja (teniendo dos hijos adultos, ¿cómo no esperarlo?) no tenía nada que envidiarles a las más jóvenes. Si pensaba que Mateo estaba cubierto de pecas, ella era un mar de ellas, su cabello cobrizo y lacio caía con gracia sobre sus hombros y enmarcaba sus enormes ojos azules, que parecían reflejar sabiduría junto con las arrugas que portaba con dignidad, casi con orgullo.
-me sorprendió gratamente el esfuerzo que pusiste en esto, Mateo- le dijo su padre luego de un breve silencio.
-Marco leyó tu trabajo, en el sitio web del concurso, yo no tuve la oportunidad, pero dijo que era muy bueno- comentó también su madre.
-gracias- respondió simplemente Mateo. Era mi momento de meterme en la conversación.
-es que Mateo es un gran estudiante- dije- está sobre la media generar del instituto incluso cuando descuido ligeramente sus estudios a principios de año. Todos los profesores creemos que tiene un gran potencial. Incluso el encargado del área bióloga admitió que sería una pérdida para la ciencia que él quiera estudiar psicología.
-¿psicología?- preguntó su madre, extrañada.
-… infantil- agregó Mateo.
-no es una carrera sólo para locos- bromeó su madre. Yo no podía creer lo bien que iba esa conversación, tal vez por el hecho de que estaba yo presente.
-nombra a un Peralta que no lo este, madre- esa oración no vino de los labios de mi ángel, sino de Marco, quien se había acercado por detrás de su madre sin que nadie se diera cuenta.
-en eso tienes razón, Marco. No sé en qué pensaba al casarme con uno.
Su padre rió alegremente.
-Mat va a ir a la universidad, ¿no están orgullosos?- preguntó Marco y vi como Mateo debía contenerse al escuchar ese sobrenombre. Yo igual me estaba conteniendo para no golpearlo, y si arruinaba mi plan lo mataría y le daría una buena excusa a la iglesia para echarme a patadas.
Se hizo el silencio y yo temí lo peor.
-¿puedo ir a la universidad?- preguntó finalmente mi ángel.
Ambos padres miraron interrogantes a su hijo mayor por un segundo y con un leve movimiento de cabeza de este, su padre dijo:
-tal vez te enseñe cómo ser más responsable y constante en tu vida diaria.
Yo tomé eso como un sí, y Mateo, que conocía más a su padre, tomo eso como un enorme e imborrable SÍ.
Notas finales: no lo revisé tan detalladamente como lo hago siempre así que espero no haya ningún error y especialmente que les haya gustado.
creo que el prox cap PASARA TAN TAN TAN "ESO"

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